Sunamita, la (#524)

La sunamita

Héctor Alves

 

Esta mujer, cuya historia encontramos en 2 Reyes 4, parece haber sido marcadamente menor que su esposo, quien aparentemente era un agricultor acomodado. Era amistosa y hospitalaria. Eliseo venía regularmente a su pueblo en su circuito desde Carmel para ministrar la Palabra y hacer una obra pastoral. Él era un hombre quien, así como el Señor Jesús, tenía corazón para el individuo. En el capítulo 5 notamos su cuidado por la viuda, y aquí es solícito por su anfitriona bondadosa.

Ahora, un día él pasaba por Sunem donde «había una mujer importante, que le invitaba insistentemente a que comiese», 4.8. Al principio se quedaba para comer, pero esta mujer llegó a proponer a su esposo que hiciesen una cámara donde él podría reposar. Si la idea era de ella, no actuó en independencia de su esposo. Él respetaba sus anhelos y buen juicio, y también quería agradar al Señor. Estuvo de acuerdo con la propuesta a añadir una pieza para el uso del siervo del Señor. De allí la expresión que oímos a veces: «una cámara para los profetas». Desde luego, le favorecía a Eliseo contar con un lugar privado para meditación y oración.

El profeta se familiarizó con el anexo y pidió a su siervo Giezi llamar a la señora. Creo que Eliseo estaba demasiado emocionado, así que mandó al siervo decir: «Has estado solícita por nosotros con todo este esmero; ¿qué quieres que haga por ti?» A veces hoy en día los siervos del Señor son parcos en expresar agradecimiento, pero no así con este caballero.

Quizás Giezi dio el mensaje con cierta condescendencia, y posiblemente por esa razón ella pensaba que él quería decir que ella había tomado esta iniciativa con miras a recibir algo a cambio. Parecía estar ofendida. Lo que había hecho fue un servicio para el Señor y no una manera de beneficiarse a sí. La oferta de una palabra con el rey no le interesaba; ella no quería un acercamiento a Acab y Jezabel. No quería reconocimiento de los militares, ni un cargo para su marido. Con dignidad respondió: «Yo habito en medio de mi pueblo», y se retiró.

Esta mujer se destacaba por su conformidad. Su deseo era glorificar a Dios en el lugar donde Él la había puesto. Aun cuando ella se había retirado del salón, Eliseo quería mostrar su agradecimiento de alguna manera práctica, y parece que estaba pensando en alta voz al decir: «¿Qué, pues, haremos por ella?» Giezi mencionó que no tenía hijo, y sabemos el resultado: más adelante dio a luz, v. 17. Fue un galardón especial de parte de Dios.

Cada vez que Eliseo vino a Sunem él recibió una bienvenida personal de parte de esta mujer importante y de su hijo. Da la impresión que el visitante tenía mucho cariño para el chico. Un día, cuando tenía quizás ocho o nueve años, su madre lo dejó salir a los campos con su padre, para estar con los segadores. Era día caluroso y a lo mejor él se había quitado su cubierta. El caso es que se enfermó repentinamente. «¡Ay, mi cabeza, mi cabeza!» exclamó. Lo llevaron a su madre, pero al mediodía falleció en sus rodillas. Fueron horas de angustia para ella, y es de imaginar que había hecho todo lo posible para salvarlo.

Entonces se acordó que Eliseo le había hablado de Elías y lo que hizo cuando se enfermó y murió el hijo de la viuda de Sarepta. Ha debido saber de esto, porque tomó a su propio hijo y lo puso sobre la cama del varón de Dios en el aposento alto; cerró la puerta y se salió, v. 21.

La mujer mandó a buscar al varón de Dios, pero Eliseo actuó de una vez sin consultar a Dios. Sentía que debía hacer algo, así que le prestó su báculo a Giezi y lo mandó a Sunem. Pero no bastó un sustituto, un báculo muerto. No podemos delegar el poder de Dios a otros.

Sin embargo, el varón de Dios entró, cerró la puerta y oró, v. 33. La oración eficaz del justo trae poder. Ahora es cuando sale a relucir el ejercicio del profeta por el individuo. Entra en juego el ministerio de este hombre, boca sobre boca, ojos sobre ojos, manos sobre manos, torso sobre torso. La oración y el ejercicio personal – el interés en cada cual como una persona y un alma necesitada — y Dios dio el resultado.

El niño estornudó siete veces, señal de una obra divina. «Toma tu hijo», fue el mensaje humilde, poderoso y completo del varón de Dios para la mujer sobresaliente. La historia termina con un versículo corto, el 37, pero es impactante – tomó a su hijo y salió — y hace ver cómo un alma ejercitada responde a una obra de Dios. He aquí la humildad, la gratitud y el propósito firme, pero ningún despliegue de la carne.

Dios honra a quienes le honran.

 

E. L. Moore

 

 

La historia de la Sunamita es única, no sólo en cuanto a su contenido sino también en su secuencia interrumpida, en 2 Reyes capítulos 4 y 8. Los capítulos intermedios presentan algunos incidentes que tienen que ver con el ejército de los sirios. El primero de éstos (2 Reyes 5) da a conocer la historia de Naamán, quien era «varón grande delante de su señor» (v 1).  No hay muchos varones grandes mencionados en las Escrituras, y ninguno de ellos podía compararse jamás con el Señor Jesucristo, quien es más grande que todos, Salomón, Jonás (Mateo 12:41,42) y el resto de la humanidad en conjunto. Es cierto que había también muchas mujeres sobresalientes, algunas de las cuales son nombradas y otras inferidas en Hebreos 11. Se emplean varios adjetivos para describirlas, tales como «virtuosa» (Proverbios 31:10), «piadosas y distinguidas» (Hechos 13:50, 17:12) y «nobles» (Hechos 17:4)

No obstante, la sunamita es la única mujer en la Biblia quien es llamada «importante» palabra que significa «grande, noble o excelente.»  Su historia está vinculada con la del gran profeta Eliseo. Ella no fue gobernadora ni profetisa. Tampoco vivió durante un período de grandes crisis en Israel, como las que se suscitaron en los tiempos de las profetisas Miriam y Débora, por ejemplo. Ella más bien demostró grandeza de carácter en las actividades rutinarias del diario vivir.

¿Cuál era la fuente de su grandeza? Por cierto no era el pueblo oscuro de Sunem (que quiere decir «su sueño»), ubicado frente al Monte Gilboa y perteneciente a la herencia de la tribu de Isacar (Josué 19:18). Consideremos por un momento su situación — una mujer relativamente joven, casada con un hombre mayor, sin hijos y probablemente de una situación económica mucho mejor que la de la viuda cuya historia se narra al comienzo del mismo capítulo. Ella podría haberse entregado a la conmiseración de sí misma, o podría haber buscado fama personal de una manera u otra. Sin embargo, no hizo ninguna de esas cosas. Más bien, fue mujer piadosa y honrada, que llevaba una vida de constancia, manteniendo su hogar y ayudando a otros.

Su grandeza se manifestó en tres áreas: en los asuntos que conciernen al diario vivir en un pueblo pequeño, en sus acciones concretas en lugar de muchas palabras, y en su excepcional actitud de contentamiento. Los aspectos rutinarios de su diario vivir dieron abundantes oportunidades para mostrar su grandeza.  La frase «aconteció que un día» (v. 8,11,18) da un significado especial a los sucesos ordinarios de su vida. También se concluye que fue una mujer de pocas palabras pero de acción decidida en favor de los intereses de Jehová. No obstante, la virtud más digna de elogio era su actitud de contentamiento a pesar de las circunstancias, aun cuando tuvo la oportunidad de ser favorecida por el rey.  Examinaremos el contexto en detalle para ampliar nuestra comprensión de sus cualidades.

 

Cualidades de la sunamita,  2 Reyes 4:8-13 —

En esta primera etapa de su historia deseamos descubrir algunas frases en el capítulo que den a conocer la grandeza de su carácter. Siete puntos con las correspondientes referencias se enumeran a continuación.

Su compasión – v. 8. Demostró gran interés en el bienestar de sus semejantes. Era mujer de caridad, dispuesta a compartir sus bienes materiales con otros, para el beneficio de ellos.

Constriñó al profeta – v.8.  Mostró gran hospitalidad, esperando las visitas del profeta, sin escatimar nada al invitarle insistentemente a comer de su mesa.

Comprendió su ministerio – v.9.  Mostró gran discernimiento respecto al propósito de los viajes del profeta. Es de notarse que Sunem pertenecía a la herencia de la tribu de Isacar. En el tiempo de David, los hombres de Isacar fueron conocidos por ser »entendidos en los tiempos» (1 Crónicas 12:32).

Consultó a su marido – v.  9,10 –  Demostró humildad al sujetarse a su marido anciano. Al mismo tiempo ofreció sus propias ideas, las cuales ejecutó en la práctica después de conversar con su marido y conseguir su permiso (Ver también v.  22 )

Tuvo creatividad e iniciativa – v.10 – 12 – Ideó un plan para ofrecer alojamiento al profeta. Primero construirían un pequeño aposento. Luego lo amoblarían para su comodidad, colocando las siguientes cosas: una cama, tan necesaria para descansar; una mesa con silla, dos muebles acogedores que sirven para recibir sustento, tanto espiritual como corporal; y un candelero, indispensable para iluminación. Se puede sacar lecciones espirituales de cada uno de estos muebles. Podemos imaginarnos el «oasis» que significó este aposento para el profeta, quien llegaría cansado después de sus arduos viajes. (Hay varios aposentos mencionados en las Escrituras, cada uno de los cuales contiene una lección espiritual.)

Cuidó al profeta – v.13. — Ella atendió bien a su distinguida visita, proporcionándole un refugio cómodo a él y también al siervo suyo en sus frecuentes viajes.

Tuvo actitud de contentamiento – v. 13. — Ella manifestó una actitud muy mesurada. Su respuesta extraordinaria revela el porqué de su grandeza, es decir, el contentamiento derivado de haber dedicado su vida al servicio de otros. Esto es notable, considerando su situación y la oportunidad excepcional que le ofreció el profeta. Es muy cierto que «gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento» (1 Timoteo 6:6).

 

Sus cargas,  2 Reyes 4:14-37 —

Al considerar esta fase de su vida, es necesario notar algo sobre su ascendencia. Aparentemente esta mujer no nombrada era de la tribu de Isacar, quinto hijo de Lea y noveno de Jacob. Como se puede leer en Génesis 49:14-15, es interesante notar la bendición que su padre pronunció sobre aquel hijo al morir. La última parte de la bendición sugiere algunas de las características excepcionales de esta mujer; es decir, su tranquilidad, su aspecto agradable y su vida de servicio hacia otros. Además, la bendición incluye dos cargas y las espaldas agachadas para recibirlas. La narración de la historia de esta mujer también sugiere dos cargas que ella tuvo que llevar.

La matriz estéril que no llevaba ningún hijo, y con muy pocas esperanzas de concebir. Ella tenía que aprender que sólo el Señor puede hacer «habitar en familia a la estéril, que se goza en ser madre de hijos» (Salmo 113:9). Queremos hacer recordar a nuestras hermanas que ellas, sean casadas o solteras, pueden llegar a ser madres de hijos espirituales. El apóstol Pablo engendró hijos espirituales estando aun encarcelado (Filemón 10)

Segundo: la madre entristecida que llegó a ser.  No hay dolor como la de una madre que ha perdido a su hijo. Por ejemplo, Betsabé habría soportado un dolor doble, el de perder su hijo y el de saber que su muerte fue a causa de la disciplina del Señor. Sin embargo, ella fue consolada por David su marido (2 Samuel 12:24). Siglos más tarde, María sintió la espada que traspasaba su misma alma (Lucas 2:35), al contemplar al Hijo levantado para morir en la cruz.

En cuanto a la sunamita, es notable observar su tranquilidad y determinación en medio de la pena y el dolor que sentía a causa del tremendo golpe de la pérdida de su hijo. Se presenta a continuación un bosquejo breve que contiene diez puntos sobresalientes acerca de estos eventos consecutivos.

 

Citada por el profeta, ella se paró a la puerta — v. 15 –.

Con un ruego urgente ella instó al profeta que no le mintiera, al mismo tiempo confiando en su palabra – v. 16.

Concibiendo de acuerdo con la palabra del profeta, ella dio a luz un hijo, conforme al tiempo señalado – v.17.

Cuidó a su hijo enfermo hasta que la muerte lo alcanzó. Luego puso su cuerpo sin vida sobre la cama del aposento del varón de Dios – v. 18-21.

Con serenidad pese a su espíritu angustiado, ella pidió ayuda a su esposo, prometiendo volver pronto – v. 22.

Constreñida por su desesperación, sin vacilar ella salió en busca del profeta v. 23, 24.

Confiada solamente en la ayuda del varón de Dios, ella contestó brevemente las preguntas del siervo y siguió su camino en busca de Eliseo – v. 25,26.

Convulsionada por la angustia y dolor de su alma, ella cayó a sus pies y se asió de ellos – v. 27, 28.

Convenciendo al profeta, le rogó que le siguiera – v. 30.

Consolada y agradecida, fue fortalecida por su confianza en la bondad de Jehová – v. 36,37.

 

Su herencia,  2 Reyes 8:1-6 —

Tiempos difíciles habían venido sobre la sierra de Israel. La mujer de Sunem, probablemente ya viuda, había recibido el aviso del profeta que debería irse a vivir a otro lugar para no perecer a causa del hambre que vendría sobre la tierra durante siete años. Ella decidió viajar hacia el sur a la tierra de los filisteos. Después de vivir siete años en aquel país, regresó y encontró que otros estaban ocupando su casa y terrenos.

Se dirigió al rey para reclamar la devolución de sus posesiones. Se encontraba allí Giezi, exsiervo de Eliseo, ahora leproso, quien en ese mismo instante estaba contando al rey acerca del gran milagro que había hecho el profeta en el caso suyo. El rey le restauró no sólo su casa y tierras, sino también los frutos de sus campos, con efecto retroactivo.

A continuación se presenta un bosquejo sencillo de esta fase de su vida. —

La recomendación de Eliseo el profeta (v. 1).  Le advirtió del hambre inminente.

La reacción de la mujer (v.2).  Creyó al profeta, y viajó hacia el sur con los miembros de su casa, llegando a Filistea, lugar donde vivieron por siete años.

 

E1 regreso de la mujer y su familia (v.3). – Volvieron a Sunem.

La revelación al rey, por Guíes (v.4,5).  E1 ex-siervo de Eliseo, en su conversación con el rey, estaba recordando el gran milagro que había efectuado el profeta, es decir, la devolución de la vida al hijo de la sunamita.

E1 ruego de la sunamita al rey (v. 3,5).  La historia que Giesie estaba contando al rey fue confirmada dramáticamente en aquel instante por la llegada de la mujer y su hijo, solicitando lo que era legalmente suyo, su casa y tierras.

La restitución a la mujer de su casa, tierras y frutos (v. 6).  E1 rey respondió de inmediato y le restituyó no solamente su casa y tierras, sino también todos los frutos del campo que se habían acumulado durante su ausencia de siete años.

 

Esta herencia triple nos sugiere algunas lecciones espirituales básicas, que son: La casa – nuestra habitación o morada en comunión con nuestro Centro de Reunión, el cual es Cristo, y con los que se congregan en su Nombre.  Las tierras – nuestra retención de las verdades que nos han sido entregadas, para que las guardemos y las cultivemos.  Los frutos – nuestro crecimiento y madurez espiritual, en la gracia y el conocimiento de Cristo.

Hasta el final de su vida la mujer sunamita experimentó la bondad y la misericordia del Señor. En obediencia a la palabra del profeta ella había dejado, temporalmente, su herencia. Las circunstancias coincidentes que le esperaban a su regreso, acompañada de su hijo, resultaron en una restitución triple y completa, con beneficios retroactivos.

Comparte este artículo: