Josías (#499)

Josías

N. R. Thomson

 

 

Hay pocas referencias en el Antiguo Testamento a la fecha de la conversión de los hombres de fe. Pero. Josías nos da un ejemplo. “En el año octavo de su reinado, siendo aún joven, él comenzó a buscar al Dios de David su padre”. “No hubo otro rey antes de él que se convirtiese a Jehová de todo su corazón (2 Crónicas 34:3, 2 Reyes 23:25). En aquel entonces, él tenía dieciséis años de edad.

Evidentemente había pasado los años anteriores en forma licenciosa. Aunque el matrimonio es honroso en todos, la vida conyugal de Josías da evidencia de la lascivia. Su segundo hijo, Eliaquim, nació de Zabuda cuando él tenía catorce años de edad, y el tercer hijo fue concebido en Hamuta cuando tenía quince. 1 Crónicas 3:15 revela que otro hijo, Joanán, era el primogénito. Fue concebido, pues, cuando Josías era muchacho todavía, quizá de doce años.

Pero donde abunda el pecado, la gracia sobreabunda. El aprecio de la gracia de Dios en el convertido produce mayor obediencia. El que es perdonado mucho, ama mucho. Josías llegó a ser el rey más cumplido delante de Dios. A los veinte años él empezó a limpiar la tierra de los ídolos que habían sido introducidos por su padre y su abuelo. Seis años después, empezó a limpiar la Casa de Dios, la cual había sido desamparada y arruinada por sus antepasados. Durante el trabajo del aseo y la reparación, el sumo sacerdote descubrió el libro de la ley del Señor. El hallazgo tuvo gran efecto en la vida de Josías y en la del profeta contem-poráneo, Jeremías, quien posiblemente tenía unos años menos que el rey. Este profeta escribió: “Fueron halladas tus palabras y yo las comí” (Jeremías 15:16).

 

Nosotros igualmente debemos tratar la Palabra de Dios como de mayor necesidad que la comida, y como alimento para el alma. Cuando Josías oyó la lectura del Libro, él rasgó sus vestidos, confesó la desobediencia de la nación e hizo pacto delante de Dios para seguir al Señor y guardar sus mandamientos. La profecía de Jeremías le apoyó. Mientras que él condenaba los pecados del pueblo, el rey siguió su obra de limpiar la tierra de sus maldades. También cumplió el anuncio del profeta joven de Judá quien en días de Jeroboam había denunciado el altar en Bet-el, y revelado que Josías iba a destruirlo. (Esto sucedió trescientos cincuenta años más tarde; vea 1 Reyes 13:2 y 2 Re­yes 23:15).

Seguidamente Josías llamó a la nación para que guardase la Pascua, “conforme a lo que está escrito en el libro de este pacto. No había sido hecha tal pascua desde los tiempos en que los jueces gobernaban a Israel, ni en todos los tiempos de los reyes de Israel y de los reyes de Judá” (2 Reyes 23:21,22). Se produjo un avivamiento nacional bajo la influencia de este joven. Dios lo reconoce como el más obediente de todos los reyes de las dos naciones en cuanto al cumplimiento de los detalles de la Palabra de Dios. David habla devuelto el arca de Dios al santuario en forma bíblica, llevándola sobre los hombros de los levitas, pero no logró la edificación del Templo. Salomón construyó la Casa en gloria, pero evidentemente no llegó a restablecer todos los ritos en ella. Ezequías había celebrado la pascua, pero por la debilidad del pueblo y el descuido de los sacerdotes, no se llevó a cabo en el primer mes según el debido orden que cumplió Josías.

Él no dejó de obedecer toda la Palabra de Dios bajo la excusa de que ya por siglos esto no se había cumplido por los grandes profetas como Elías y Eliseo. No dijo como otros que la obediencia total no importaba, o que estos detalles eran “pequeñeces”. No se desanimaba, pensando que su exigencia a la obediencia fuera una crítica de sus antepasados. Él reconoció que las faltas y debilidades de otros no justifican una continuación en las mismas tradiciones. Con humildad, se corrigió a sí mismo, sin juzgar a los grandes que habían vivido antes que él.

 

Dios no revela pecado en Josías, pero quizá le faltó cordura cuando se entremetió en asunto ajeno con el rey de Egipto, cuando procuraba defender el patrimonio nacional. Perdió la vida a los treinta y nueve años. El apóstol Pedro dice: “Así que, ninguno de vosotros padezca … por entremeterse en lo ajeno” (1 Pedro 4:15, Proverbios 26:17). Jeremías lamentó la calamidad: “El aliento de nuestras vidas, el ungido de Jehová, de quien habíamos dicho: A su sombra tendremos vida entre las naciones, fue apresado en sus lazos”
(2 Crónicas 35:25‑27, Lamentaciones 4:20).

¡Ojalá que las obras piadosas de Josías sean aliento para nuestra vida también, para que sigamos su buen ejemplo de fidelidad, obediencia y avivamiento!

 

 

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