Ezequías (#497)

Ezequías

N. R. Thomson

 

 

La historia de Ezequias es una de las más alentadoras en las Escrituras. Él era un rey de claras convicciones espirituales: tenía un carácter fuerte para poner por obra sus propósitos; fue el instrumento usado por Dios para producir uno de los más grandes avivamientos en la nación.

Su juventud nos llama mucho la atención. El hecho de que él principió el avivamiento desde el momento en que subió al trono, comprueba que de antemano tenía sus planes hechos. Siendo joven de menos de veinticinco años de edad, había contemplado la desobediencia de los viejos y la negligencia de los otros jóvenes (2 Crónicas 29:6,11). No siguió el mal ejemplo de su padre; se cuidó a sí mismo para no andar por el mismo camino de su padre. Le era necesario estar sujeto a su padre hasta subir al trono. Mientras aquel hombre infiel tenía el poder, el joven no se rebeló, sino que dio buen ejemplo, haciendo lo recto delante del Señor. Luego llegó el momento de recibir la responsabilidad cuando Dios quitó a su padre.

Ya él no demoró en actuar; con prontitud, llevó a cabo sus propósitos. ¡Tanto había lamentado ver a su padre cerrar las puertas de la Casa de Dios, el Templo! Ahora, él las abrió y las reparó. Segui-damente, llamó a los sacerdotes y levitas, cuyo servicio santo su padre había despreciado (2 Crónicas 29:3,4). Con humildad Ezequías confesó los pecados de la nación.

Los jóvenes fieles de hoy deben hacer lo mismo. Al ver faltas en los mayores, deben estar sujetos mientras acatan los consejos del apóstol: “Ninguno tenga en poco tu juventud, sino sé ejemplo de los creyentes en palabra, conducta, amor, espíritu, fe y pureza” (1 Timoteo 4:2). Luego Dios les levantará a la responsabilidad de enderezarlos pasos a los extra-viados.

 

Como resultado de la obediencia de Ezequías los sacerdotes se pusieron a trabajar fuertemente, para limpiar la Casa de Dios, y restaurar y santificar los vasos del servicio. Cumplieron su tarea en dieciséis días (2 Crónicas 29:16-19). Habiendo puesto en orden toda la Casa de Dios según estaba escrito en la Ley, todos madrugaron para servir a Dios en aquel santuario. La indolencia no es de Dios; el que llega tarde al culto en el día de hoy manifiesta una falta de fervor espiritual. Hay que madrugar en la vida de la consagración. En el caso del pueblo en aquel entonces, la obediencia y la diligencia produjeron alegría, y su fruto se vio en las ofrendas voluntarias (v. 20,31) . Dios ama al dador alegre.

 

Ezequías se había criado entre una nación dividida. Efraín, Manasés y otras ocho tribus se habían separado de Judá; habían despreciado a Jerusalén como el lugar escogido por Dios como su morada: habían desobedecido la Palabra de Dios, introduciendo sus propias fiestas religiosas (1 Reyes 12:32). Pero Ezequías amaba a sus hermanos desobedientes; anhelaba la unidad. Sabía que la unión en la desobediencia no agrada a Dios. Por consiguiente, envió cartas a sus hermanos extraviados, para llamar-les a volver a la Casa de Dios, para guardar la Pascua según Dios había ordenado. Muchos siglos habían pasado desde que Moisés había escrito aquellos manda-mientos; las condiciones sociales habían cambiado; la nación estaba más desarrollada; pero la Palabra de Dios no cambia; perdura durante los siglos. Debemos reverenciarla y obedecerla como se hacía en aquellos días (2 Crónicas
30:1-10).

 

Es triste notar la burla de los rebeldes (v.10), pero alentador saber que algunos de entre las tribus de Aser, Manasés y Zabulón se humillaron para reconocer sus faltas y restaurarse; volvieron a la obediencia al Señor. Siempre había descuido de parte de varios que llegaron a Jerusalén, pero Ezequías, a pesar de ser hombre fiel y estricto, fue a la vez misericordioso en su trato de tales debilidades del pueblo sincero. (2 Crónicas 30:11-20).

Habiendo vuelto can obediencia a la Casa de Dios, el pueblo se acordó de los tropiezos que habían conducido a sus antepasados a desviarse. Ellos resolvieron no visitar los lugares altos, y destruyeron aquellos santuarios. Si nosotros visitamos lugares donde hay diversas doctrinas, y prácticas opuestas a la Palabra de Dios, seremos igualmente contaminados y desviados (2 Crónicas 31:1). Cuando unos individuos empezaron a adorar a la Serpiente de Bronce que Moisés habla hecho, reliquia guardada por siglos, Ezequías la destrozó, para quitar el tropiezo (2 Reyes 18:4)

 

Ezequías tenía debilidades naturales. Cuando llegaron los ejércitos enemigos contra algunas ciudades de Judá, se llenó de miedo su corazón. En vez de confiar en el Señor, buscó medios materiales para aplacar la ira de Senaquerib (2 Reyes 18:13-16). Sin embargo, cuando el enemigo atacó a Jerusalén, Ezequías fue despertado a orar. Fue a la Casa de Dios con humildad; informó a Isaías: ellos oraron al Señor y se animaron en sus promesas. Resultó que su fe en Dios trajo paz al corazón y el Señor les libró milagrosamente (2 Reyes 19:1‑16, 34-37, 2 Crónicas 32:1-22).

En ese tiempo, a los treinta y nueve años de edad, el rey se enfermó de una llaga. El Señor le dijo que iba a morir. Pero él oró para que Dios le librara de la muerte. El Señor le oyó; le sanó en tres días y le extendió su vida por quince años más. El Señor le dio una señal para confirmar esta promesa: hizo que la sombra regresara en el reloj de grados. Este prodigio solar se vio en Babilonia; los astrónomos allí oyeron acerca de Ezequías; de parte de la casa real fueron enviados mensajeros a Jerusalén para saber del asunto. Ezequías, eviden-temente enorgullecido, no actuó con sabiduría. No buscó consejo de Dios ni de Isaías. Se amistó con los mundanos en vez de darles testimonio de su Dios. Isaías le reprendió y le habló de la pérdida de toda su herencia, como resultado de su descuido (2 Reyes 20:1-18, 2 Crónicas 32:31).

Hermanos, cuando andamos con humildad y en separación del mundo, vamos bien. Pero cuando alguna victoria produce confianza propia, y la vanagloria se apodera de nosotros, entonces vamos perdiendo la batalla y también el premio.

Ezequías recibirá su galardón eterno. Pero. atendamos a las palabras de 2 Juan 8. “Mirad por vosotros mismos, para que no perdáis el fruto de vuestro trabajo, sino que recibáis galardón completo”.

 

 

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