Melquesedec (#463)

Job

 

Héctor Alves

 

Le dijo Dios a Satanás: «¿No has considerado a mi siervo Job?» Nosotros «consideraremos» a Job de varias maneras: su carácter, conocimiento, pruebas, amigos, Señor y fin.

 


El libro y el hombre

El Libro de Job es un tratado sobre una de los enigmas de la vida: ¿Por qué sufren los justos? Reconocemos que nos deja perplejos el hecho de que Dios permita a Satanás tocar a un hombre como su siervo Job y que hoy «todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución», 2 Timoteo 3.12. Muchos del pueblo de Dios sufren de maneras inexplicables, ¿pero por qué Job? Sus experiencias han sido un estímulo a muchos que han llevado cargas pesadas por razones ajenas a su control.

En cuanto a los tiempos de este varón, es evidente que el Libro de Job es uno de los más antiguos, si no el más antiguo, en la Biblia. Parece que Job vivió antes de Abraham, o antes de que Dios llamara a éste, y ciertamente antes de Moisés. No se conocían las ceremonias ni el sacerdocio levítico cuando Job vivía. Él era sacerdote en su propio hogar, ofreciendo holocaustos según el número de su prole, ya que «quizás habrán pecado mis hijos, y habrán blasfemado contra Dios en sus corazones». Esto lo hacía continuamente.

Es muy poco lo que sabemos de sus antepasados y nacionalidad; este libro no incluye fechas. Aprendemos del 12.15 que fue escrito después del diluvio, «Si él detiene las aguas, todo se seca; si las envía, destruyen la tierra»; y de 22.15,16, «¿Quieres tú seguir la senda antigua que pisaron los hombres perversos, los cuales fueron cortados antes de tiempo, cuyo fundamento fue como un río derramado?»

Job vivía en Uz. Nada indica que era peregrino, como eran Abraham, Isaac y Jacob. No hay mención de él en Hebreos 11, donde dice que los patriarcas confesaban que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra. Job no recibió ningún llamado a separarse, y por cierto esto sugiere que vivía antes de que Abraham haya sido mandado a hacerlo.

No hemos sido informados quién escribió el Libro de Job. Algunos opinan que Moisés lo hizo, pero especular sobre el punto tal vez no sea provechoso.

 

Fe y convicción

Nos capta la atención el reto de Dios a Satanás: » ¿No has considerado a mi siervo Job?» Con estas palabras Dios lo presentó al acusador de una manera innegable, aunque Satanás sí cuestionaba su motivo: «¿Acaso teme Job a Dios de balde?»

Los detalles acerca de sus riquezas y dignidad dejan en claro que era hombre poco común. «No hay otro como él en la tierra, varón perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal». Perfecto, desde luego, no quiere decir que era sin pecado; nadie puede aspirar a eso. El hombre perfecto del Antiguo Testamento era uno que estaba en la debida posición ante Dios, y el recto era uno que vivía piadosamente. Tanto Dios como Satanás tenían un interés especial en Job; Dios lo contemplaba con agrado y Satanás con malicia. En este libro encontramos el concepto que Dios, Satanás y Job mismo tenían de Job.

Aun cuando no está mencionado directamente en Hebreos 11.13, «conforme a la fe murieron todos éstos». Job tenía un conocimiento de Dios muy llamativo. Su gran y hermosa declaración está en 19.25,26: «Yo sé que mi Redentor vive, y al fin se levantará sobre el polvo; y después de deshecha esta mi piel, en mi carne he de ver a Dios». Obsérvese qué sabía de las verdades divinas:

Tenía un Redentor personal. No está relatado cómo lo fue revelado al patriarca. Al haber conocido el himno, él hubiera cantado: «Redentor, Redentor, ¡qué alegría tuyo ser!»

Sabía que su Redentor vivía. Es una prueba irrefutable de que el Hijo de Dios existía antes de su encarnación.

Job sabía que su Redentor se levantaría sobre la tierra. Al fin nos lleva más allá del primer advenimiento del Señor, cuando el niño nació de la virgen.

Tenía conocimiento de la resurrec-ción; a saber, que en su cuerpo vería a Dios. Sabía que su cuerpo iba a morir y ser sepultado, pero Dios le daría otro y en ése lo iba a contemplar.

No dudaba; dijo: Yo sé. La fe lo sostenía en la prueba severa y él vivía a la luz y en el disfrute de la esperanza bienaventurada de ver a su Redentor cara a cara.

 

Sus pruebas

Habiendo tomado nota de la fe y la convicción de Job, veamos ahora sus pruebas. Uno puede pensar que el favor divino le era negado en cada una de sus aflicciones; él tuvo que enfrentar un desastre tras otro. Merodeadores llevaron sus bueyes, ovejas y camellos; sus siervos cayeron a espada; y, peor, sus diez hijos murieron violentamente. Job se levantó, quitó su manto, se arrodilló y adoró. «En todo esto no pecó Job, ni atribuyó a Dios despropósito alguno». Luego él fue obligado a sufrir en cuerpo propio, con sarna maligna de pies a cabeza. Lo vemos sentado en ceniza, rasgándose con un tiesto.

Además, y posiblemente lo peor de todo, su esposa le dijo: «¿Aún retienes tu integridad? Maldice a Dios, y muérete». Ella ha debido ser una ayuda, un apoyo; es un golpe duro cuando la esposa traiciona a uno. Cierto, ella recién había perdido a todos sus hijos, pero mejor hubiera sido conversar con Job para consolarlo. Pero él le dio una respuesta excelente: «¿Qué? ¿Recibi-remos de Dios el bien, y el mal no lo recibiremos?»

El objetivo de la aflicción de este hombre fue el de descubrir la falsedad de la acusación de Satanás al decir: «Extiende ahora tu mano y toca lo que tiene, y verás su blasfemia contra ti». De manera que Job sufrió rechazo de parte de su esposa, extremo dolor en su cuerpo, la actitud por demás chocante de sus amigos y las acusaciones de Eliú. Entonces Dios intervino y esto puso fin al proceso.

 

El intercambio

Es de notar que la mayor parte del libro relata la conversación entre Job y sus amigos. Contamos con una trascripción fiel de sus disputas, pero esto no quiere decir que Elifas, Bildad y Zofar hayan hablado por inspiración divina. El relato es inspirado, pero no así los criterios. Debemos llevar en mente la distinción entre lo que las Escrituras enseñan y los dichos que narran. Por ejemplo, leemos en 1 Reyes 13.18, «le dijo, mintiendo», y sin duda así fue, pero esto no quiere decir que la mentira haya sido inspirada.

Sin duda los amigos de Job dijeron mucho que era cierto en sí, pero no aplicable al hombre a quien acusaban. Es más, mucho de aquello fue refutado fácilmente. Alguien ha dicho que lo único amigable de los amigos de Job fue el hecho de visitarlo en su enfermedad y tribulación. La bondad los llevó pero su falta de comprensión del porqué de las cosas resultó en que fuesen impedimento en vez de ayuda.

Estos tres amaban a Job pero no lograron comunicar la simpatía que él anhelaba. Se desvistieron, echaron polvo sobre sus cabezas, lloraron y se sentaron en el suelo con él. Se dieron cuenta de que su angustia era grande, y guardaron silencio por una semana.

Esto dio lugar a la primera intervención de Job. Exclamó: «Perezca el día en que yo nací, y la noche en que se dijo: Varón es concebido». Prosiguió con acusa-ciones indecorosas. Por supuesto, la teoría de los amigos era que Job había pecado y que todo su sufrimiento era castigo por su pecado. Nada sorprende que haya protestado «consoladores molestosos sois todos vosotros». Estos hombres descorteses no tenían nada; sus palabras eran frías, negativas y abstractas. Percibían a Job como un hipócrita.

Las respuestas de Job fueron contenciosas más que todo. El problema era que Job no conocía a Job. Dijo: «Atribuiré justicia a mi Hacedor», y «Mi justicia tengo asida, y no la cederé; no me reprochará mi corazón en todos mis días». Parece que le costaba involucrar a Dios en todo el asunto. Si bien Dios lo iba a vindicar ante sus amigos, su lamento era: «¡Quién me diera el saber dónde hallar a Dios! Expondría mi causa delante de él, y llenaría mi boca de argumentos».

Otro hombre se presenta en el capítulo 32 en la persona de Eliú, y él le habla a Job de una manera diferente de como habían hecho los tres. Eliú estaba muy molesto con Job y procuró justificar a Dios en todo el asunto. Su intervención tuvo un efecto muy profundo sobre Job, y éste no podía contestarle como había hecho con los amigos.

 

Su Señor y su fin

El Señor respondió desde un torbellino. Cómo lo hizo, no sabemos; probablemente fue en voz audible. Job había expresado el deseo de tratar directamente con Él, y Dios lo concedió. En vez de razonar Job con Dios, o procurar justificarse como había hecho ante sus amigos,

Dios razonó con Job para su mayor incomodidad y pena. La majestad del Creador lo hizo sentir su propia indignidad; ahora exclama: «He aquí que yo soy vil; ¿qué te responderé? Mi mano pondré sobre mi boca … me arrepentiré en polvo y cenizas». Todo ha cambiado ahora; él ha dejado de decir «mi justicia tengo asida». El camino fue largo, pero llegó a su fin previsto.

«Bendijo Jehová el postrer estado de Jacob más que el primero». Las consecuencias de este drama divino fueron asombrosas, dejándonos ver «el fin del Señor», el objetivo que Dios había tenido en mente.

Siglos más tarde Santiago escribió: «Habéis oído de la paciencia de Job, y habéis visto el fin del Señor; que el Señor es muy misericordioso y compasivo». La secuela se conformó con toda la prueba experimentada. Los amigos de Job se quedaron reprendidos, llevados al arrepen-timiento y mandados a ofrecer los sacrificios que Dios exigió. Fueron asegurados que Job oraría por ellos, cosa que les caería como gran reprensión, porque pensaban que él necesitaba las oraciones suyas. «Quitó Jehová la aflicción de Job, cuando él hubo orado por sus amigos; y aumentó al doble todas las cosas que habían sido de Job».

La bendición vino repentinamente y la restauración quedó realizada. De nuevo nuestro protagonista era el mayor en el Oriente. Pensamos en Ana: «Jehová empobrece, y él enriquece; abate y enaltece. Él levanta del polvo al pobre». Así con Job: «Vinieron a él todos sus hermanos y todas sus hermanas, y todos los que antes le habían conocido, y cada uno de ellos le dio una pieza de moneda».

 

La lección

La lección que aprendemos está en cómo se portó durante esta catástrofe un gran hombre, «perfecto» en su relación con Dios, recto en su conducta, con una actitud correcta ante sus hijos y benévolo con sus prójimos. Haríamos bien en preguntarnos cómo nos hubiéramos portado en circunstancias tan extremadamente difíciles. Para el hijo de Dios es un gran consuelo saber que somos objetos de su incesante amor y cuidado.

La disciplina divina no siempre es con miras a castigar, sino puede ser con el fin de prevenir, o en las palabras del 33.17, «para quitar al hombre de su obra, y apartar del varón la soberbia». Puede ser instructiva; «les señala su consejo», dice el versículo anterior. Es decir, la disciplina lo hace a uno ver qué le conviene.

 

El punto clave para el hijo de Dios que está bajo la mano aleccionadora es el de Hebreos 12.11: «los que en ella han sido ejercitados». Y, tiene su «después»: da fruto apacible de justicia. Job salió del proceso con el doble de lo que tenía al entrar, y su vida es un cuadro de cómo se logra «el fin del Señor». Este «fin» fue un final muy feliz para Job. El Señor quiso llevar a Job a no confiar en sí, y luego bendecirlo. «Después de esto vivió Job ciento cuarenta años, y vio a sus hijos, y a los hijos de sus hijos, hasta la cuarta generación. Y murió Job viejo y lleno de días».

Exclamó el salmista en el 119.71: «Bueno me es haber sido humillado, para que aprenda tus estatutos».

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