María madre de Jesús (#405)

María, la madre de Jesús

Jack Hay

 

Introducción

La prominencia indebida que se le ha dado a María en la cristiandad no debe enceguecernos al hecho de que ella era un ejemplo noble de la feminidad, cuya vida encierra lecciones valiosas para las mujeres cristianas hoy en día. En este estudio nos ocupamos solamente con sus circun-stancias y carácter, y no con el gran tema doctrinal del nacimiento virginal de nuestro Señor Jesucristo.

Su pobreza

Fue dicho de nuestro Señor que “se hizo pobre”, 2 Corintios 8.9. Esta pobreza fue desde su infancia, ya que los recursos de su madre fueron tan exiguos que para su purificación ella trajo la ofrenda de los pobres, Lucas 2.24. La pobreza era una característica sobreentendida de su vida, porque al final se dependía de Juan el apóstol amado. No era como María de Betania cuyo ungüento se tasaba en 300 denarios. No era como María la madre de Juan Marcos, cuya casa amplia en Jerusalén acomodaba la iglesia. Esta María era pobre, pero con todo un ejemplo llamativo de las palabras de Santiago 2.5: “los pobres ricos en fe”. La dignidad de la tarea asignada a ella sobrepasaba con creces la lucha constante de atender a sus necesidades. Que esto le aliente a usted si se siente desprovisto de las comodidades que otros disfrutan. Entradas limitadas nunca le descalifican de ser algo muy, muy especial para Dios.

Su pureza

La moralidad de María está enfatizada en el Evangelio según Lucas. Gabriel apareció a una virgen, 1.27, y ella misma reconoció su virginidad, 1.34. Su posición moral es especialmente encomendable a la luz de dos factores importantes.

Primeramente, su entorno no era conducible a vivir sanamente. La opinión de Natanael acerca de Nazaret es legendaria, Juan 1.46, pero no obstante en aquella cueva de impiedad esta muchacha vivió en pureza delante de Dios. ¡La permisividad tentadora de Nazaret no impactó sobre ella! Creyente joven, no se conforme nunca a las normas morales que van en picada en la generación suya. No obstante ser ridiculizado, “guárdate puro”,
1 Timoteo 5.22. Daniel se atrevía ser diferente en la Universidad de Babilonia, y lejos del hogar, José era un modelo de virtud. En un vulgar clima promiscuo, su Amado debe estar libre a decir de ti: “Toda tú eres hermosa, amiga mía, y en ti no hay mancha”, Cantares 4.7.

Un segundo factor realzaba la pureza de María. Tenía novio, ¡y con todo era virgen! No había la sospecha de una ilícita relación premarital. José era varón justo, Mateo 1.19, de manera que había entre ellos una compatibilidad moral y espi-ritual. Ambos estaban resueltos a obedecer la Palabra de Dios. En el contexto de una unión matrimonial, “el lecho [es] sin mancilla”, Hebreos 13.4, pero la fornicación y el adulterio invitan la retribución divina. Apelamos a los novios a ejercer la cautela y castidad que la Biblia exige, ilustradas en la manera en que José y María condujeron su relación.

Su privilegio

Gabriel señaló que María era “muy favorecida”, Lucas 1.28. Su misión fue enteramente única porque ninguna otra persona había tenido el honor de ser el vaso por el cual el Hijo de Dios vino el mundo. Nadie más sino ella compartió las experiencias de su infancia y niñez. “Bienaventurado el vientre que te trajo”, exclamó una voz de entre la multitud, Lucas 11.27. El pensamiento fue sentimental, pero las palabras acertadas, ya que el rol de María fue especial.

Una promesa de la presencia divina vino junto con su comisión personal: “El Señor es contigo”, 1.28. ¡Cuánta necesidad tendría de aquella garantía! Su experiencia trajo vergüenza y malentendidos; la gente siempre la miraría de reojo. Sería estigmatizada en perpetuidad, Juan 8.41, pero el calor del compañerismo con Él compensaría holgadamente la frialdad de sus detractores.

Así como María, usted ha recibido una misión singular: “a cada uno su obra”, Marcos 13.34. Como fue para ella, habrá sacrificio, pero usted también puede contar con la presencia y el apoyo del Señor. Lo guardará cuando la tempestad le amenaza y las llamas de la crítica arden, Isaías 43.2. Valore su privilegio; póngase a la altura de su responsabilidad.

Su piedad

La piedad de María fue expresada de diversas maneras. Por ejemplo, su sumisión a la voluntad de Dios fue hermosa: “He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu voluntad”, Lucas 1.38. Estaba a la orden; no había una traza de objeción como tenían Moisés y Gedeón. Era una sierva dispuesta.

¿Y nosotros?

Heme aquí, Señor,
a tus plantas hoy,
pues a ti consagrar quiero
todo lo que soy.

Su fe evidenció también su piedad. “Bienaventurada la que creyó”, 1.45. Ella creyó a Dios aun en lo que no tenía precedente. En esto dejó a Zacarías en la sombra. El mensaje al anciano sacerdote no contenía nada que era nuevo y con todo él era incrédulo, 1.20.

A veces la actitud transparente a la Palabra de Dios en un creyente joven pude poner al descubierto el cinismo de los que aparentan ser más maduros. La incredulidad de Zacarías cerró su boca. Tomarle a Dios la palabra animó a María a expresar un maravilloso tributo de alabanza. Si echamos mano de las promesas suyas, inevi-tablemente el resultado será expresiones gozosas de ala-banza; p.ej. Romanos 11.33 a 36, 1 Timoteo 1.17. O, como el pueblo de Israel, la incredulidad nos dejará tristes y amargados, Números 14.1 a 4.

También, la adoración de María es una expresión de su piedad. En su alabanza en Lucas 1.46 a 55, su comprensión del carácter de Dios es notable. Ella se regocijó en su poder, santidad y misericordia. Esta apreciación de tan amplia gama de atributos divinos fue extraída de su conocimiento de las Escrituras. Su emanación espontánea de adoración demostró que su mente estaba saturada de la Palabra. Nótese, por ejemplo, que la canción de Ana le era muy conocida. Esta clase de conocimiento de Dios inclinó su corazón en gratitud.

Hermana joven: como María, tenga pensamientos elevados de Dios; como ella, aprenda las Escrituras y fomente una profunda apreciación de su trato en gracia con usted. No se imagine que el estudio de las Escrituras sea la exclusividad de los hermanos. Eunice ha debido conocer su Libro para estar en condiciones de instruir a Timoteo, 2 Timoteo 3.15. Priscila, con su esposo Aquila, es reconocida por haber alumbrado a Apolo, Hechos 18.26. Estas mujeres conocían su Biblia; conózcala usted también.

La piedad de María se observa además en su buena disposición de presentar su hijo al Señor en obediencia a la Ley, 2.22,23.
De nuevo, su actitud nos hace recordar la de Ana. Estas mujeres tenían aspiraciones espirituales para sus hijos. Madres jóvenes, ¿qué aspiran ustedes para su familia? Toda madre quiere que los suyos realicen su pleno potencial en la educación y una carrera, pero estas ambiciones nunca deben eclipsar el deseo mayor de que nuestros muchachos estén a la disposición de Dios. Esto demanda sacrificio de parte de los padres además de los hijos. No se nos dice qué sentía Eunice cuando su hijo enfermizo y tímido fue sacado de Listra para ser un evangelista itinerante. Podemos adivinar, pero nada se insinúa de una queja de parte de ella.

Sus problemas

Después de los eventos en torno del nacimiento del Señor, alcanzamos ver fugazmente a María de tiempo en tiempo. Uno de sus problemas fue que pensaba que la relación madre/hijo era un aspecto permanente de su vida, y hubo ocasiones cuando por poco interfirió. Fue necesario recor-darle en Lucas 2 que Él estaba comprometido con los asuntos de su Padre, v. 49. En Juan 2 Él no realizaría su primera señal por instigación de ella. En Mateo 12 ella tuvo que aprender que las relaciones espirituales deben tener precedencia sobre los nexos naturales, vv 49,50. Puede que les sean difíciles para las madres aprender estas lecciones, pero, hermanas, cuando sus hijos son totalmente entregados a la voluntad de Dios para sus vidas, no procuren entremeterse o controlarles.

Otra situación problemática fue cuando ella y José salieron de Jerusalén sin consultar con Él. Viajaron todo el día, pensando que Él estaba presente, pero estaban incomunicados. Lo hemos oído muchas veces – costó tres días para restablecer contacto, Lucas 2.41 a 51. Aprendamos bien la lección, evitando la tristeza que ella trajo sobre sí en aquella ocasión.

Sus oraciones

Vemos a María por última vez en una reunión de oración, en Hechos 1.14, ¡orando ella y no recibiendo oraciones! El ver-sículo hace ver que, con los otros, ella reconocía la necesidad de la oración, oración constante, unida e intensa; “perseverando unánimes en oración y ruego”.

Ella estaba presente con otras mujeres. A menudo las mujeres son mayoría en estas ocasiones, y sus súplicas silenciosas al Trono tienen tanto peso como tenía las de Ana en su tiempo,
1 Samuel 1.13. Como una excepción a esta regla general, a veces los varones tienden a ser mayoría en la oración antes de la predicación del evangelio. ¡Quizás se puede hacer algo para restaurar el equilibrio!


 

El documento 9923 es un folleto evangelístico sobre María, una bendita entre mujeres.

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