Los errores del romanismo (#313)

 

Los errores del romanismo

S. M. Houghton, Inglaterra
Bible League Quarterly, 1964

 

Algunos de los males del sistema que conocemos como el romanismo son —

1 La regla de fe

La Iglesia Romana reconoce las Sagradas Escrituras (los libros apócrifas incorporados) pero afirma que una palabra sobreentendida, llamada la tradición, se reviste de una autoridad igual a la de la Santa Biblia. Adicionalmente, afirma que son vinculantes para la conciencia los decretos de los concilios eclesiásticos (en especial los del Concilio de Trento, 1545 al 1563) y los pronunciamientos de los papas (en especial el credo de Pío IV, 1559 al 1565).

También, Roma alega que —

es para ella decidir el sentido de las Escrituras

sus interpretaciones se conforman con el “consentimiento unánime de los Padres”.
(Ella ciega los ojos al hecho de que los Padres distaban mucho de ser unánimes
entre sí en sus interpretaciones).

La postura de Roma es en esencia que el lego sin letras es incapaz de decidir qué quiere decir la Biblia, y que “la Iglesia infalible” resolverá el asunto por él.

De tiempo en tiempo la Iglesia Romana añade a sus dogmas, los cuales son de aceptación obligatoria para la conciencia del romanista. En 1854, por ejemplo, llegó el dogma de la concepción inmaculada de María la virgen, que ella desde su concepción fue guardada libre de toda mancha del pecado original. En 1870 se publicó el dogma de la infalibilidad del Papa, y en 1950 el de la entrada corporal de María en el cielo. Las Escrituras nada dicen, y nada reconocen, de estas ideas.

2 Cómo uno puede ser salvo

Necesitamos la salvación porque somos pecadores. La doctrina bíblica es que la naturaleza humana es corrupta, depravada y perversa.

Vio Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio
de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal, Génesis 6.5

He aquí, en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre, Salmo 51.5

Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá? Jeremías 17.9

De dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos …, Marcos 7.21 al 23

… todos están bajo pecado … No hay justo, ni aun uno, Romanos 3.9 al 18

Los designios de la carne son enemistad contra Dios, Romanos 8.7

Esta doctrina distingue entre —

el pecado original (la corrupción de la naturaleza humana depravada de Adán)

cualquier pecado específico (una infracción de la ley divina)

El perdón de parte de Dios y su restauración del pecador atienden a ambos tipos de pecado: la raíz y el fruto. Sin embargo, la enseñanza romana no conceptúa la caída en Adán como habiendo corrompido la naturaleza entera del hombre, dejándolo en bancarrota espiritual, sino dice que involucra meramente la retirada de la gracia sobrenatural del alma humana.

Conforme con esto, encontramos que su doctrina de la justificación es básicamente que Dios infunde en nosotros el mérito, o la santidad, de Cristo. Esta “justicia impartida”, que uno recibe por fe y por penitencia, se premia con el poder de ganar más gracia y la vida eterna por medio de las buenas obras. En otras palabras, la justificación, según este esquema, es producto de aquella fe y aquellas obras que Dios estime meritorias.

Además, dice el Concilio de Trento que “la causa instrumental de la justificación es el sacramento del bautismo”. Por ende, la llave de admisión al reino de Dios está en la mano del sacerdote que administra el sacramento.

Las Escrituras admiten la justicia impartida (a saber, la justificación) como resultado de la regeneración por el Espíritu Santo, pero afirman que es consecuencia de la justicia del Salvador y no del pecador. Él la imputa al pecador cuando cree, y por ella éste está plenamente justificado.

Ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados
en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios, 1 Corintios 6.11

… al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia, Romanos 4.1 al 9

Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo,
Romanos 5.1 al 11

¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica, Romanos 8.31 al 34

Es vasta la diferencia entre los dos sistemas. El uno insinúa una medida de mérito humano y la necesidad de un sacerdocio humano para intermediar. El otro proclama que todo mérito está en el Salvador y todo demérito en el pecador, y que por gracia, por medio de la fe (la cual es un don de Dios), el pecador recibe una santificación que le justifica entera y eternamente, dándole título al cielo y a la gloria. La santificación — que acompaña la justificación — le habilita para el cielo. O sea, a los que son salvos los hace “aptos para participar de la herencia de los santos en luz”, Colosenses 1.17.

Es igualmente deficiente el concepto romano de la fe. La fe es la confianza en y sobre el Señor Jesucristo en su entera suficiencia cual glorioso mediador, siendo el Camino, y la Verdad y la Vida. Pero la enseñanza de Roma es que la fe que Dios requiere es “aquella por la cual accedemos sin titubear a lo que la autoridad de nuestra santa madre Iglesia nos enseñe como habiendo sido entregado por Dios Todopoderoso”. En otras palabras, la fe salvadora es esencialmente la sumisión a la Iglesia de Roma.

Estas dos doctrinas son mutuamente antagónicas, y por cierto el lenguaje del Concilio de Trento al pronunciar su maldición sobre la doctrina protestante es: “Si alguien dice que el impío se justifica por tan sólo la fe … que sea anatema”.

3 Los sacramentos

El Señor instituyó solamente dos ordenanzas: el bautismo y la cena del Señor. A diferencia de esto, la Iglesia Romana afirma que hay siete, las cinco restantes siendo la confirmación, la penitencia (incluyendo la confesión auricular y la absolución sacerdotal), la extramanunción administrada a los moribundos, los órdenes (los cargos de obispo, sacerdote y diácono) y el matrimonio.

El Concilio de Trento maldice a todos aquellos que dicen que el acto sacramental no confiere la gracia (ex opere operato, que casi equivale a “mecánicamente”). Por esto se supone que conceden gracia los sacramentos administrados a personas inconscientes. Y, supuestamente el bautismo concede la gracia de la regeneración.

4 La misa

La misa es el rito central del romanismo, y esa religión pretende que ella y el sacrificio ofrecido por Cristo en la cruz son una y la misma cosa. A saber, ella afirma que el sacerdote realiza de nuevo la obra expiatoria de Cristo y por ende su ceremonia tiene eficacia salvadora para vivos y muertos. Las vestiduras que el sacerdote despliega para la misa tienen el propósito expreso de significar todo esto.

La hostia (una palabra derivada del término latino para “víctima”) es una galleta consagrada que se alza y se adora conforme a la creencia que ya no es pan sino “el mismo cuerpo y sangre, el alma y la divinidad” de Cristo. La Iglesia de Roma denomina “transubstanciación” este “milagro” que los sacerdotes realizan todos los días sobre miles de altares.

Escribe Ligouri, un teólogo altamente estimado por los romanistas: “San Pablo exalta la obediencia de Jesucristo al contarnos que obedeció a su Padre eterno hasta la muerte, pero en este sacramento su obediencia es todavía más maravillosa, ya que obedece no tan sólo al Padre, sino hasta al hombre mismo … Sí, el Rey del Cielo desciende de su trono en obediencia a la voz de hombre, y se queda sobre nuestros altares conforme con su voluntad … En este sacramento Él obedece a tantas criaturas como haya sacerdotes sobre la tierra”.

La práctica romana de negar la copa al laico y permitir participar de ella tan sólo los sacerdotes que celebran la misa es consecuencia de creer en la transubstanciación, ya que se afirma que la hostia es en sí un Cristo entero. En tiempos de persecución abierta y aguda, no pocas personas fueron quemadas en la hoguera por haber insistido que el cuerpo de Cristo está en el cielo a la diestra de Dios y por lo tanto no puede estar a la vez sobre una multitud de altares romanos.

La transubstanciación fue definida por vez primera en un artículo de fe en el concilio celebrado en el Palacio Laterano en Roma en 1215, y la copa fue negada a los laicos por decreto del Concilio de Contance en 1415.

Todo el Nuevo Testamento protesta contra la doctrina de la misa, especialmente la espléndida Epístola a los Hebreos, la cual es en sí una respuesta casi completa a la posición romana. Ella hace ver que el sacerdocio de Cristo no admite traspaso (“éste, por cuanto permanece para siempre, tiene un sacerdocio inmutable”, 7.24) y que el sacrificio de Cristo es completo, definitivo y sin posibilidad de añadidura o repetición; léase 9.27 al 10.18. La Epístola es un comentario sublime sobre la proclama de triunfo desde el madero: “Consumado es”, Juan 19.30.

5 La penitencia

Los sacerdotes católico romanos ofician en el confesionario como “jueces en el tribunal de penitencia”, investigando minuciosamente sin sentir vergüenza ninguna. Se ha descrito el oído del cura como el pozo séptico de la parroquia. La pretensión es que él tiene poder de Cristo para conceder o negar la absolución conforme juzgue procedente.

Pero según las Sagradas Escrituras el perdón le viene a uno por medio de la predicación del evangelio, no por un acto sacerdotal y “eclesiástico” ejecutado por otro pecador. Este último es simplemente un mensajero del Señor comisionado a declarar las buenas nuevas por la predicación de la Palabra. Los Hechos de los Apóstoles es un comentario sobre las palabras de Juan 20.23, donde Cristo les dice a los discípulos: “A quienes remitiereis los pecados, les son remitidos; y a quienes se los retuviereis, les son retenidos”. Por ejemplo —

Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados;
y recibiréis el don del Espíritu Santo, 2.22 al 40

¿Puede acaso alguno impedir el agua, para que no sean bautizados estos
que han recibido el Espíritu Santo también como nosotros? 10.44 al 48

… por medio de él (Jesús) se os anuncia perdón de pecados, 13.38 al 41

Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa, 16.30 al 33

El perdón así revelado por Cristo no fue comunicado a penitentes en un confesionario, ni por labios sacerdotales, sino por aquellos que proclamaron: “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo”.

Roma divide los pecados en dos clases —

los mortales; estos son mortíferos y la sujetan el alma al castigo eterno

los veniales; estos se definen como “ofensas pequeñas y perdonables
contra Dios y contra nuestro prójimo”

Los pecados mortales requieren la absolución que sólo un sacerdote puede pronunciar, pero los veniales (que no excluyen a uno de la gracia de Dios) pueden ser expiados por las buenas obras, la oración, la extremaunción y el purgatorio. El Nuevo Testamento no reconoce nada de esto.

6 El purgatorio

Roma afirma la existencia de un purgatorio (un lugar de juicio y por esto de limpieza a la postre) después de esta vida y antes de la admisión de un romanista al cielo. Dícese que es un lugar de fuego donde las almas de los pecadores son atormentadas, posiblemente por miles de años. A menudo se exhortan a los dolientes de un difunto a pagar las misas a ser celebradas para el descanso del alma de aquel, de manera que se acelere su liberación de ese lugar, como también se les instan a orar por su ser querido.

Las indulgencias efectúan la remisión completa o parcial del castigo temporal debido al pecado cometido, tanto en la vida como en el purgatorio. Es el Papa quien las concede ya que guarda para sí la jurisdicción sobre el purgatorio. Las otorga generalmente por intermedio de los curas a cambio de donativos o servicios prestados a la iglesia, o como galardón por otras “buenas obras”. Supuestamente ciertos santos del romanismo han hecho obras meritorias más allá de lo que Dios requería de ellos, y estas obras que sobrepasan la cuota constituyen un tesoro que los papas pueden utilizar según les plazca.

Roma alega que 1 Corintios 3.12 al 15 enseña el purgatorio, pero es de notar que la enseñanza apostólica en ese pasaje indica —

que son probadas a fuego las obras, no las personas

que la prueba de las obras tiene lugar en “aquel día” (el Día de Cristo)
y no de una vez al morir una persona

que en esto algunos sufren pérdida (mientras que Roma dice
que un romanista gana por la purificación en el purgatorio)

que el fiel (el constructor) recibe galardón, ya que “el fuego”
hace ver que sus obras son buenas

7 La invocación de los santos y de los ángeles

Roma estimula a los suyos a adorar a los santos y los ángeles, y el Concilio de Trento dictó que esto no viola el Segundo Mandamiento. Se explica que, así como el honor menor concedido a los magistrados no está reñido con el honor mayor concedido a un rey, también la adoración de santos y ángeles no está reñida con la adoración de Dios. Hay textos bíblicos, como Apocalipsis 19.10, 22.8,9, que hablan de los ángeles rehusando adoración, pero se explica que esto quiere decir que ellos rehúsan el honor que le corresponde a Dios pero aceptan el honor que les corresponde a ellos.

En la práctica el romanista común probablemente distingue poco entre los dos. También se le permite, o aun le recomienda, venerar las estatuas y reliquias de los santos difuntos. “Por las imágenes que besamos”, reza Trento, “y ante las cuales nos doblamos con cabeza descubierta, adoramos a Cristo”.

Las Escrituras prohíben la práctica; es una forma de idolatría —

No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra,
ni en las aguas debajo de la tierra, Éxodo 20.4

Vete, Satanás, porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y a él sólo servirás, Mateo 4.10

Hijitos, guardaos de los ídolos, 1 Juan 5.21

Pedro le levantó, diciendo: Levántate, pues yo mismo también soy hombre, Hechos 10.26

¿Por qué hacéis esto? Nosotros también somos hombres semejantes a vosotros,
que os anunciamos que de estas vanidades os convirtáis al Dios vivo, Hechos 14.11 al 18

8 La mariolatría

Para todo fin práctico, María, madre del Señor Jesús, casi goza del rango de deidad en el romanismo. Hablan de ella como la Reina del Cielo, cosa que trae a la mente el lenguaje idolátrico de los judíos en Jeremías 44.17, 25: “… ciertamente pondremos por obra toda palabra que ha salido de nuestra boca, para ofrecer incienso a la reina del cielo, derramándole libaciones”.

Los romanistas distinguen entre tres tipos de adoración —

la latría, la adoración que corresponde sólo a Dios

la hiperdulía, la adoración acordada a María

la dulía, la adoración acordada a los santos

Roma afirma que María no es vista como un miembro de la Deidad [Este estudio fue escrito en 1964], pero sus escritos y modos de adoración dejan en claro que está exaltada a una posición poco distante de ella. En otras palabras, la hiperdulía se fusiona con la latría. Muchas oraciones católico romanas parecen asignarla precedencia sobre Cristo mismo, y por cierto muchos romanistas creen que uno se acerca mejor a él a través de ella. Pero esto contradice abiertamente las enseñanzas de las Escrituras.

La mariolatría se basa en tradición en vez de la Biblia. Si la tradición romana se ajusta al Santo Evangelio, ¿por qué María pasa a las sombras en Hechos 1.14 (“Todos éstos perseveraban unánimes en oración y ruego, con las mujeres, y con María la madre de Jesús, y con sus hermanos”)? Sin duda necesitamos de un mediador entre nosotros y Dios (“Hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre”, 1 Timoteo 2.5), pero no de un mediador entre nosotros y Cristo; estamos en libertad de acercarnos a él tal como estamos. Él nos lleva a Dios, y a este fin “Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios”, 1 Pedro 3.18.

9 La supremacía de Pedro

Toda la estructura del romanismo reposa sobre el supuesto que Cristo nombró a Pedro a ser el primer papa y de esta manera estableció el papado. Para certificar esto se ofrecen Mateo 16.13 al 19 y Lucas 22.32: “Simón, Simón … he rogado por ti, que tu fe no falte; y tú, una vez vuelto, confirma a tus hermanos”. Pero —

Cristo no hizo de Pedro el fundamento de la Iglesia

Pedro nunca profesó autoridad suprema ni precedencia
sobre los otros apóstoles ni sobre la Iglesia

No le dijo a Pedro: “sobre ti edificaré mi iglesia”, sino: “sobre esta roca”, petra, siendo el nombre de Pedro petros en griego; hasta el género es diferente. La Iglesia está edificada sobre Cristo como la Roca (“Nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo”, 1 Corintios 3.11), y los apóstoles y profetas son el fundamento secundario (“… miembros de la familia de Dios, edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo”, Efesios 2.20). Ellos mismos están fundados en Cristo y los creyentes sobre ellos, hilera sobre hilera, de manera que la estructura yergue cual “templo santo en el Señor” y “morada de Dios en el Espíritu”. En vano se imagina que podría ser un fundamento apropiado para el “templo de Dios” un apóstol que, poco después de su profesión de fe, Marcos 16.23, Jesús le haya tildado de “Satanás”.

En la disputa por precedencia entre los apóstoles, el Señor no dijo que Pedro ya había sido señalado como el primero y por lo tanto no se podía considerar a Jacobo, Juan y los demás, Marcos 10.34 al 44. ¡Nada de esto! Ciertamente, en los Evangelios, los Hechos y las Epístolas no se le asigna a este apóstol ningún señorío, aun cuando le vemos a la cabeza de la fila de los creyentes. En el concilio celebrado en Jerusalén, Hechos 15.13, 19, no presidió Pedro, sino Jacobo (pero no el apóstol Jacobo). Y en Gálatas 2.11, cuando se peligraba una doctrina clave, Pablo le reprendió a Pedro cara a cara, porque éste estaba errado. ¿Dónde, pues, la “infalibilidad” de Pedro?

En sus epístolas, Pedro no aspira a un señorío terrenal sobre la Iglesia, sino se considera a sí simplemente un apóstol y co-anciano, 1 Pedro 1.1, 5.1 al 3. Su comportamiento después de Pentecostés, tal como el Nuevo Testamento lo proyecta, es el de un sufriente testigo de su Señor. Se ve humilde y contrito, uno que, habiendo negado a su Maestro y posteriormente restaurado, podía fortalecer a sus hermanos al testificar a la maravillosa gracia que le recuperó de su caída y le comisionó de nuevo para el servicio del Cristo resucitado.

No hay mucha seguridad para la sugerencia que él haya visitado a Roma. Pablo escribió su epístola a los romanos en aproximadamente 58 dC y los romanistas alegan que Pedro era obispo de esa ciudad desde 42 al 67. Pablo nombra a varias personas y manda diversos saludos, pero nada dice de Pedro.

10 La infalibilidad del papa

El dogma de 1870, promulgado en el papado de Pío IX, alega que “el pontífice de Roma, cuando habla ex cathedra (a saber, ‘al cumplir el oficio de pastor y maestro de todos los cristianos’) está dotado de infalibilidad … al definir doctrina tocante a la fe y la moral. Si alguien presume (¡que Dios no lo permita!) contradecir esta nuestra definición, que sea anatema (maldito)”. La supuesta infalibilidad se dice pasar a lo largo de los siglos y también a tiempos futuros, atrás y adelante. Pero aun un conocimiento superficial de la historia basta para mostrar la absoluta aberración de semejante pretensión.

11 El celibato del clero

Es una exigencia de la Iglesia Romana que sus sacerdotes, monjes y monjas se abstengan del matrimonio, contrario a la declaración escrituraria que el matrimonio es honroso en todos, Hebreos 13.4. Esto no estaba en boga hasta aproximadamente 1000. Roma enseña que el celibato es un estado superior al matrimonio, pero hay mucho en el Nuevo Testamento que contradice esta enseñanza. Pedro, por ejemplo, era hombre casado, y Pablo dice que un anciano debe ser esposo de una sola mujer, 1 Timoteo 3.2.

12 La intolerancia y la persecución

Es notorio que Roma haya sido una iglesia perseguidora. Ella afirma que, si sus ovejas se extravían y abandonan el redil, era tan sólo un gesto de bondad de parta suya proseguir su recuperación y de esta manera salvaguardarlas de la perdición. De esta manera ha intentado justificar el potro, las empulgueras y la hoguera. Pero se puede decir solamente que la Inquisición (tildada oficialmente como los Autos de Fe) ha sido una institución tan impía que sólo el infierno haya podido idear. “Juzguen”, dijo un mártir a punto de perecer, “cuál es la mejor religión, la que persigue o la que padece”. Los papas también han profesado contar con el derecho de poner y quitar reyes a su gusto.

Donde la Iglesia Romana ha logrado la supremacía en una nación, su costumbre ha sido la de negar el derecho de existir a las iglesias no romanas y de demandar libertad para ella no más. Pero en tiempos modernos ella ha cambiado un tanto de voz y erróneamente se supone que ha abandonado sus derechos de exclusividad, La realidad es que ha cambiado sólo sus tácticas, y no su corazón ni mente.

Conclusión

Puede que parezca que Roma exprese un profundo interés por la unidad de la cristiandad y el bienestar espiritual y moral de “los hermanos separados” (que anteriormente se llamaban “los herejes”). Pero la unidad que ella aboga incluye creer en las doctrinas esbozadas arriba y en otras semejantes. Ella se jacta de ser semper eadem (siempre la misma), y no toma ninguna iniciativa para cambiarlas, excepto por retoques menores como por ejemplo una relajación de la regla del celibato. Es por demás claro, entonces, que no podemos esbozar su causa, y hacerlo sería traicionar “la sangre de los mártires de Jesús”, al decir de Apocalipsis 17.6.

 


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