El Progreso del Peregrino (ilustrado): La peregrina (#304)

El Progreso del Peregrino
Segunda parte
La Peregrina también viaja al mundo venidero

Tomado de Pilgrim’s Progress,
la historia clásica de Juan Bunyan (1628 – 1688)
Versión popular sin fecha y sin casa editorial

«Una segunda reserva de cosas buenas, enriquecidas, y provechosas
tanto para jóvenes como para ancianos,
y tanto para tambaleantes como para los firmes.

Contenido
I. La decisión de viajar
II. La Puerta
III. Orientación y protección
IV. La obediencia a prueba
V. Luchas
VI. Mejor es el fin del asunto

I. La decisión de viajar

Para poder contarles acerca de la esposa y los hijos del peregrino, volví a la ciudad de Destrucción y, acostándome en un bosque a como un kilómetro del lugar, dormí y volví a soñar. En mi sueño vi un anciano, el señor Sagacidad, que pasó caminando y yo me levanté y fui con él.

«¿Qué ciudad es aquella?» le pregunté. «La Ciudad de la Destrucción,» contestó, «un lugar muy poblado y de gente ociosa y mal dispuesta.»

«¿Ha oído alguna vez de lo que pasó con un hombre de ese pueblo?» pregunté. «Su nombre era Cristiano e hizo un peregrinaje.»

«Todo el país habla de él,» contestó el señor Sagacidad. «Muchos de los que están resueltos a nunca correr los riesgos que él ha corrido quedan muy deseosos de lo que ha ganado.»

«¿Señor, sabe usted de su esposa y sus hijos? ¡Pobres! ¿Cómo están?»

Sagacidad me contó que ni lágrimas ni súplicas podían persuadir a Cristiana y sus cuatro hijos a acompañarle. Pero más adelante volvieron a considerar la decisión.

Después que su marido había cruzado el río, Cristiana derramó muchas lágrimas, pues había perdido a su marido, y comenzó a preguntarse si habrá sido por la manera en que ella lo trataba.

Su conciencia le cargaba de culpa, pues se acordaba de cómo había endurecido su corazón en contra de sus súplicas. Sus palabras desesperadas —»¿Qué podré hacer para ser salvo?»— aún sonaban en sus oídos.

Acongojada les dijo a sus hijos: «Hijos, yo he pecado y su padre se ha ido. Él hubiera querido que lo acompañáramos, pero yo no quise ir. También, a ustedes les he negado vida.»

Los muchachos rompieron a llorar, y rogaban que siguiesen a su padre.

La noche siguiente, en un sueño, Cristiana vio un pergamino muy ancho que se abrió ante ella. Registraba todo lo que había hecho; las cosas, pensó, se veían muy mal.

«¡Señor, ten misericordia de mí, una pecadora!» clamó al dormir.

Después de esto, pensó ver a dos hombres malvados parados al lado de su cama, diciendo: «Tenemos que encontrar una manera de llevarnos a esta mujer, o ella también se hará peregrina.»

A la mañana siguiente, cuando ya había orado y hablado un rato con sus hijos, alguien llamó a la puerta. «¡Si viene en el nombre del Señor, entra!» dijo

.

Y un hombre abrió la puerta, saludándola: «La paz de Dios sea con esta casa.» Entonces dijo: «Cristiana, ¿sabes por qué he venido?» Ella se ruborizó y tembló.

«Mi nombre es Secreto. El Misericordioso me ha mandado para decirte que Él es un Dios perdonador. Ven a Él. Cristiano está con Él. Él y sus amigos se gozarán mucho cuando oigan tus pisadas a la puerta de tu Padre.»

Cristiana inclinó su cabeza.

Luego la visita continuó: «Cristiana, aquí hay una carta para ti del Rey de tu esposo.»

Cristiana la tomó y la abrió. Estaba escrita en letras de oro. Decía que el rey quería que ella hiciese como había hecho Cristiano, pues así se llegaba a su ciudad, y que morase en su presencia con gozo para siempre.

La buena mujer fue conmovida. Dijo: «Señor, ¿nos lleva a mí y a mis hijos consigo para que podamos ir a alabar a este Rey?»

Entonces el mensajero dijo: «Cristiana, tú debes pasar muchas dificultades como lo ha hecho tu marido antes de que entres a la Ciudad Celestial. Vete a la puerta que queda al principio del camino.»

«Y guarda esta carta en tu pecho. Léela para ti y para tus hijos hasta que se la sepan de memoria. Debes entregarla en la otra puerta.»
Con esto Cristiana juntó a sus hijos, y dijo: «Mis hijos, ustedes saben que últimamente la muerte de su padre me ha dejado muy preocupada y he estado pensando mucho en lo que será de mí y de ustedes. Ahora sé que él está bien.
Pero, el que hayamos rehusado acompañarle en su peregrinaje es una carga en mi conciencia. Vengan, mis hijos, empaquemos y vayamos a la puerta que da a la Ciudad Celestial, para que podamos ver a su padre y estar con él.» Al oir esto los niños rompieron a llorar de puro gozo.

Entraron y se asombraron al ver que la buena mujer se estaba preparando para irse de su casa. «Vecina,» le dijeron, «¿qué es esto?»

Cristiana contestó: «Me estoy preparando para seguir a mi marido,» y rompió a llorar.

«¡Espero que no!» dijo la señora Temerosa. «¡Por el bien de sus hijos, no malgasten sus vidas de esta manera!»

«¿Has oído de lo que tu esposo sufrió con el primer paso que dio?

¡¿Y de cómo Cristiano se encontró con leones, Apolión, la Sombra de la Muerte y otras cosas?!

«¡Piensa en el peligro en la Feria de la Vanidad! ¿Qué puedes tú, una mujer, hacer? ¡Quédate en tu casa!»

Pero Cristiana le dijo: «No me tientes. Sería una gran necia si no tuviera el coraje para tomar esta oportunidad. Te ruego: ¡vete, y no me molestes más!»

Entonces Temerosa insultó a Cristiana y le dijo a su compañera: «Ven, vecina Merced, dejémosla. Que sufra a sus propias manos ya que desprecia nuestro consejo y nuestra compañía.»

Merced vaciló, pues anhelaba acompañar a Cristiana. Pensó: «Empezaré a andar con ella y la ayudaré. Si encuentro verdad y vida en lo que dice, continuaré.»

Y así le contestó a la señora Temerosa: «Vecina, pienso que voy a caminar un poquito con ella en esta mañana de sol, para ayudarla.»

«¡Ah, tú también!» exclamó Temerosa. «Pues, yo ya les he avisado: ¡ustedes estarán en mucho peligro!»

Cuando llegó a su casa, la señora Temerosa llamó a sus vecinas, y les contó de su visita a Cristiana: «¡Tenía una carta del Rey del país donde está su esposo, invitándola a su ciudad!»

Entonces dijo la señora No Saber Nada: «¡¿Qué?! ¿Te parece que irá?»

«Sí, irá, pase lo que pase.»

«¡Mujer ciega y necia!» añadió la señora Ojos de Murciélago. «¿No hará caso de las aflicciones de su marido?»

Señora Desconsiderada continuó: «¡Que se vayan tales necias fantasiosas de nuestro pueblo! ¡Buen viaje, y no vuelvas! yo le diría.»

¡Acaben con esta conversación!» dijo la señora Frívola. «Ayer estuve en lo de doña Libertina.

«Yo, y la señora Ama la Carne y tres o cuatro otros, con la señora Lascivia y la señora Inmundicia, estuvimos allí. Tuvimos música, baile y deleite. ¡El señor Lascivia es muy guapo!»

Mientras, Cristiana y sus hijos ya iban por su camino, y Merced iba con ellos. «Es una gentileza inesperada,» le dijo Cristiana a Merced, «que tú me acompañes por un pedacito del camino.»

La joven Merced (pues era bastante joven) dijo: «Si tuviera esperanza, te acompañaría hasta el final.»

«Ven conmigo hasta la puerta,» contestó Cristiana. «Eso haré,» dijo Merced.

Pero pronto rompió a llorar. «Mis pobres parientes han quedado en nuestro pueblo pecaminoso, y no tienen a nadie que les diga lo que ha de ocurrir.»

«Tus lágrimas serán reconocidas,» consoló Cristiana.

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II. La Puerta

Cuando llegaron al Pantano de la Desconfianza, Cristiana vaciló en la orilla, pues el lodo parecía estar más amenazante que nunca. Pero Merced dijo: «Ven, seamos valientes … pero cautelosas.»

Se fijaron bien en los escalones, y lograron cruzar tambaleando, aunque Cristiana casi se cayó varias veces. Al llegar al otro lado creyeron oir palabras de aliento. Siguieron su camino y llegaron todos juntos a la puerta.

Decidieron que Cristiana llamaría a la puerta y hablaría con quien fuera a contestar. Y así llamaron y llamaron.

Por respuesta oyeron un gran perro ladrando. No se animaron a llamar más.

Estaban en un gran dilema. No se atrevían a seguir llamando por miedo del perro y no se atrevían a volver atrás por si el Portero los veía y se ofendía.

Por fin llamaron otra vez muy fuerte y el perro dejó de ladrar. El Portero dijo: «¿Quién es?» y abrió la puerta. «¿De dónde vienen y qué es lo que buscan?» preguntó.

Cristiana contestó: «Yo soy la esposa de Cristiano, y venimos con el mismo propósito que él: el de ser admitidos por esta puerta al camino que lleva a la Ciudad Celestial.»

«¡¿Qué?! exclamó el Portero. «¿Aquella que hace poco aborreció la vida de peregrino es ahora peregrina?» Cristiana inclinó su cabeza. Él la tomó de la mano y la trajo para adentro.

Luego se volvió a los niños y los hizo entrar diciendo: «Dejen a los niños venir a Mí.» Con esto cerró la puerta.

Habiendo hecho esto, ordenó al trompetero quien estaba sobre la puerta que tocara su trompeta en señal del gozo que sentían. Y el aire se llenó de melodía.

Ahora, todo este tiempo Merced quedó afuera, temblando y llorando, pues temía que había sido rechazada. Adentro, Cristiana decía: «Mi Señor, tengo una compañera afuera.»

Merced comenzó a ponerse tan impaciente que llamó muy fuerte a la puerta.

Cristiana se alarmó y corrió a la puerta. El Portero sonrió. «¿Quién está allí?»

«Es mi amiga,» dijo Cristiana. Entonces él abrió la puerta y miró afuera.

Pero Merced había caído desmayada. Se había desmayado porque tenía miedo de que no se fuera a abrir la puerta. El Portero le tomó de la mano y dijo: «¡Dama, levántate!
¿Por qué has venido?»

Merced contestó: «He venido por lo que no fui invitada como lo fue mi amiga Cristiana. Su invitación era del Rey, la mía era sólo de ella. Me temo que presumí.»

Así Cristiana y sus hijos y Merced fueron recibidos por el Señor al principio del camino. Dijeron: «Nos arrepentimos de nuestros pecados, y rogamos que nuestro Señor nos perdone y nos dé más información sobre lo que debemos hacer.»

«Yo les perdono,» contestó, «de palabra y de hecho.» Luego les dijo muchas cosas que les alegró y les consoló.

Los dejó por un tiempo en una sala donde quedaron solos hablando. Cristiana comenzó: «¡Qué contenta estoy de que hayamos llegado!

Cuando Él oyó tu llamado, Merced, dio una sonrisa maravillosa y tierna. Pero me pregunto,» continuó, «¿por qué tendrá ese perro tan malo?»

«Se lo preguntaré,» dijo Merced.

«Sí, hazlo,» le persuadieron los niños. «Y pídele que lo ahorque, pues tenemos mucho miedo de que nos muerda cuando nos vayamos.»

Por fin entró a la sala, y Merced cayó a sus pies y preguntó: «¿Por qué guardas un perro tan cruel en tu patio? Nosotras y los niños estamos prontos para huir de miedo.»

«Ese perro tiene otro dueño, cuyo castillo está allí,» contestó. «Su dueño se dedica a impedir que los peregrinos vengan a Mí. A veces preocupa a los que yo amo, pero Yo doy ayuda a mis peregrinos cuando lo necesitan. Si hubieran sabido esto antes, no hubieran tenido miedo.»

Entonces Cristiana empezó a hablar del viaje, y a preguntar acerca del camino. Él les dio de comer y les lavó los pies. Luego siguieron su camino en tiempo soleado.

Cristiana se puso a cantar—
Bendito por siempre el día en que mi marcha empezó;
y bendito sea el hombre que a empezarla me movió.
Llanto en gozo, miedo en calma, se cambian al empezar;
si el principio es tan hermoso, más hermoso será el final.

El camino estaba marcado por el muro de un jardín que pertenecía al dueño del perro.

Las ramas de los árboles de fruta se extendían sobre el camino. Los muchachos comenzaron a arrancar la fruta. Su madre los rezongó pero no sabía que era del Enemigo.

Entonces vinieron dos hombres malvados corriendo hacia ellos. Cristiana y Merced se taparon con sus velos y siguieron el camino; los niños caminaban delante de ellas. Los dos hombres trataron de prender a las mujeres, pero Cristiana gritó: «¡No se acerquen!»

Los hombres empezaron a detenerlas, y Cristiana, muy enojada, trató de patearles. Merced también hizo lo que pudo. «¡Somos peregrinos; no tenemos dinero!» gritó Cristiana.

«¡No queremos su dinero!» dijo uno.

«¡Preferimos tenerlas a ustedes!»

«¡Mejor morir antes de ser llevadas por ustedes!» contestó Cristiana.

Pero cuando las mujeres intentaron escaparse otra vez, los hombres volvieron a atacarlas y ambas gritaron: «¡Asesinato! ¡Asesinato!»

Como no estaban muy lejos de la puerta, sus voces fueron oídas y reconocidas, y uno, Socorro, corrió desde la casa para rescatarlas. Las mujeres todavía luchaban, y los niños miraban y lloraban.

Socorro se lanzó a los dos pícaros, gritando: ¿Qué están haciendo? ¿Quieren hacer pecar a la gente del Señor?» Y trató de capturarlos, pero ellos se escaparon para el otro lado del muro.

Quedaron en la huerta del dueño del gran perro y así el perro llegó a ser su protector.

Entonces Socorro se acercó a las mujeres y les preguntó cómo se sentían.

«Bastante bien, pero estábamos asustadas,» contestaron. «Muchas gracias por su ayuda.»

«Debían haber pedido un guardia,» dijo Socorro.

«Estábamos tan emocionadas con nuestras bendiciones que nos olvidamos de los peligros,» dijo Cristiana. Pero, al seguir, no se acordó de su pesadilla.
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III. Orientación y protección

Se acercaron a la casa de Intérprete, y la sirvienta Inocente atendió a la puerta.

Cristiana se presentó: «Me llamo Cristiana, soy la esposa de aquel peregrino que pasó por aquí hace unos años.

Estos cuatro muchachos son nuestros hijos, y esta muchacha es mi compañera. No queremos caminar más esta noche.»

Entonces Intérprete vino a la puerta, y dijo: «¡Adelante! ¡Pasen niños, pasen! ¡Pasa, muchacha, pasa!»

Todos entraron a la casa y se sentaron y descansaron. Y los que les atendieron estaban muy gozosos de que Cristiana se había hecho peregrina.

Luego Intérprete los llevó a sus cuartos simbólicos.

En uno había un hombre con un rastrillo en la mano. Arriba de él había Uno que le ofrecía una corona celestial a cambio del rastrillo. El hombre no alzó la vista, sino que juntaba polvo, palos y paja en el suelo. La parábola contaba que cuando cosas terrenales llegan a ser poderosas, los corazones de los hombres se alejan de Dios.

En el mejor cuarto colgaba una araña venenosa para mostrar que aunque estemos llenos de pecado podemos, por fe, vivir en la mejor pieza del Rey.

En otra pieza había una gallina con sus pollitos. Uno de ellos alzaba sus ojos al cielo cada vez que tomaba agua. «Aprendan a saber de dónde vienen sus bendiciones, alzando la vista al cielo,» dijo su guía.

Intérprete luego les mostró flores en el jardín. «Son diferentes en todos los aspectos,» dijo, «algunas son mejores que otras.

Algunas personas son como este árbol,» dijo, señalando al vacío por dentro. «Sus hojas son adecuadas, pero sus corazones inútiles.»

Cristiana le pidió a Intérprete que les contara más. Entonces les empezó a decir proverbios—
• Cuanto más gordo se pone un cerdo, más quiere acostarse en el lodo; cuanta mejor salud tiene un hombre lujurioso, más está dispuesto a la maldad.
• Es más fácil velar una o dos noches que un año entero. Así también es más fácil empezar bien que aguantar hasta el final.
• En una tormenta, cada capitán está dispuesto a tirar al agua lo que es de menos valor; ¿pero quién tirará lo mejor? Sólo el que no teme a Dios. Acuérdate, un solo agujero hundirá un barco, y un solo pecado destruirá a un pecador.
• Si una persona quiere vivir bien, que se acuerde siempre de su último día, y que lo haga su compañero constante.

Luego fueron a cenar. «Cuando nos sentamos a la mesa,» dijo Intérprete, «solemos dejar algo de comida para mostrar que Cristo tiene mucho más que ofrecer que los bienes de este mundo.»

Después de dar las gracias se sentaron a comer.

Intérprete le preguntó a Cristiana cómo llegó a ser peregrina.

«Primero, sentí mucho pesar por la muerte de mi esposo; luego, culpa porque yo le había tratado tan mal,» contestó ella.

«Soñé que mi esposo estaba bien, y recibí una carta del Rey del país donde vive, invitándome a venir. El sueño y la carta fueron lo que finalmente me empujaron a venir.»

Intérprete se volvió a Merced. «Y a ti, hija, ¿qué te hizo venir?» Merced se ruborizó y tembló.

«No tengas miedo. Habla lo que tienes para decir.»

«Cristiana me contó acerca del sueño y de la carta, y yo anhelaba mucho acompañarla.»

«Tú eres para Cristiana lo que Rut fue para Noemí,» comentó Intérprete.

Por la mañana se levantaron con el sol. La sirvienta Inocente los llevó al patio donde se bañaron y se sintieron refrescados y fortalecidos.

Luego Intérprete puso su marca en sus frentes, entre sus ojos, con un sello. Esto ayudó a destacar su belleza y su seriedad. También los vistió de blanco.

Luego Gran Corazón les mostró los dos caminillos, Peligro y Destrucción. Habían sido bloqueados con cadenas, postes y una zanja.

Empezaron a subir el collado, pero se afligieron cuando encontraron que era muy difícil. «Vengan,» dijo Gran Corazón, «ya falta poco para llegar al cenador del Príncipe.»

Tomó al niño más pequeño y guió a todos al cenador.

«Qué bueno que fue el Príncipe de los Peregrinos al proveer tan buenos lugares de descanso,» dijo Merced, «pero tengamos cuidado de no dormirnos.»

Luego Gran Corazón se volvió a los muchachos y preguntó: «¿Ahora qué piensan del peregrinaje?»

«Señor,» contestó Santiago, el más pequeño, «yo prefiero subir las escaleras de la vida a bajar por el collado a la muerte.»

«¡Muy bien!» le felicitó Gran Corazón.

Ahora todos comieron un pedazo de granada y un pedazo de panal. Y bebieron de la botella que Intérprete les había dado.

Un poco más adelante vieron una plataforma en la cual Desconfianza y Temeroso habían sido castigados por tratar de hacer que Cristiano volviera por miedo de los leones.

El señor Gran Corazón era fuerte y no tenía temor, pero cuando llegaron todos al lugar donde estaban los leones los muchachos se encogieron de miedo. Entonces sacó su espada para abrir el paso.

En eso apareció Gigante Siniestro para respaldar los leones. Juraba que los peregrinos no pasarían.

«¡Es el camino del Rey!» gritó Gran Corazón.

Y peleó valientemente que el gigante tuvo que retroceder. Le dio un golpe tan fuerte a Siniestro que éste cayó sobre sus rodillas, y rompió su yelmo.

Con otro golpe le cortó el brazo. El gigante rugió tan horriblemente que su voz asustó a las mujeres. Se aliviaron cuando lo vieron tirado en el suelo muerto.

Ahora, los leones estaban atados, y no podían hacer ningún daño. «¡Vengan, síganme!» dijo Gran Corazón.

Las mujeres temblaban y los muchachos parecían estar por desmayarse, pero lograron pasar sin que les ocurriera nada y luego echaron a correr hasta la posada del portero, pues era peligroso viajar por allí de noche.

El señor Vigilante, el portero, abrió el portón al llamado de Gran Corazón. «¿Qué es lo que buscas a esta hora de la noche?» preguntó.

«He traído a unos peregrinos, pero debo volver a mi Señor esta noche.»

Cristiana y su familia se despidieron de Gran Corazón y le dieron las gracias.

Cuando llamaron a la puerta de la casa, ¡qué alegría hubo al verlos!

El hombre de la casa les dio la bienvenida. Y después de cenar se fueron a acostar.

A la mañana siguiente Cristiana le preguntó a Merced: «¿Por qué te reíste anoche?»

Los llevaron al cuarto que había sido de Cristiano y fueron recibidos con música alegre.

«Soñé una cosa maravillosa,» contestó Merced. «Primero, estaba sentada yo sola, angustiada por la dureza de mi corazón; después otros se juntaron alrededor de mí. Cuando yo les conté de mi angustia algunos se rieron, otros decían que era una necia.

Yo le seguí para adentro hasta llegar a un trono donde había Uno sentado que me dijo: ‘Bienvenida, hija’. El lugar brillaba como las estrellas y me pareció ver a tu marido.»

Fueron persuadidos a quedarse en esta posada por un tiempo. En eso alcé la vista, y vi a uno con alas que se me acercaba. Me secó las lágrimas, me vistió de plata y oro, puso joyas en mi cabeza y mis orejas, y una hermosa corona en mi cabeza.»

«‘Merced, sígueme,’ me dijo, y llegamos a una puerta de oro.

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IV. La obediencia a prueba

Cuando ya habían estado allí una semana, un tal señor Interesado, quien fingía ser religioso estando realmente muy apegado al mundo, comenzó a visitar a Merced. Ahora, Merced era muy bonita y por lo tanto la más atrayente. Así, pues, él vino dos o tres veces declarando su amor. Ella siempre estaba ocupada haciendo ropa para los demás. Él nunca la encontró inactiva y pensó: «Servirá de buena esposa.»

Pero las muchachas de la casa dijeron a Merced que la religión de Interesado no era más que simulación.

«Entonces no le prestaré más atención,» dijo Merced, «pues no quiero tener nunca una traba así en mi alma.»

La próxima vez que vino: «¿Siempre trabajando?» le dijo.
«Sí, para mí y para otros.»
«¿Y cuánto dinero puedes ganar en un día?»
Ella le contestó: «Hago esto para ser rica en buenas obras.»
«Esa actitud tuya,» dijo Prudencia, «pronto acabará con sus avances amorosos.»

Y así fue que pasó, pues dejó de venir. Cuando se le preguntó por qué, dijo: «Merced es una muchacha muy bonita, pero tiene ideas raras.»
Cuando la hubo dejado, Prudencia dijo: «¿No te dije yo?» Merced comentó: «Yo he tenido otras oportunidades para casarme pero a mis pretendientes no les gustan mis ideas. Les gustaba mi personalidad pero nunca nos podíamos poner de acuerdo. Y bueno, si ninguno quiere aceptar mis ideas, me moriré una solterona, pues yo no cambiaré mi naturaleza. Mi hermana se casó con un miserable que la echó a la calle por hacer cosas para los pobres.»

Mateo, un hijo mayor de Cristiana, se enfermó con retortijones en el estómago.

Cristiana llamó al doctor Habilidad, un médico de edad quien le preguntó por lo que Mateo había comido, y dijo: «Tiene que ser purgado del estómago o morirá.»

«Ha comido fruta de los árboles de Beelzebub,» dijo Samuel.

«Muchos han muerto de eso,» dijo el doctor Habilidad. Hizo un purgante (llamado ex carne et sanguine Christi), pero Mateo lo rehusó diciendo: «Me cae mal al estómago.»

«¿Qué sabor tiene?» preguntó Cristiana tocando la pastilla con su lengua. «¡Es más dulce que la miel!» exclamó.

«Si amas a tu familia y a tu vida, tómala,» insistió. Así lo hizo. Durmió y un poco después pudo levantarse a caminar.

«Esta pastilla,» dijo el doctor Habilidad, «sirve para todas las enfermedades de los peregrinos.» Y le dijo a Mateo que tuviera cuidado de no comer más ciruelas verdes.

José le rogó a su mamá que le escribiera a Intérprete pidiéndole que les mandase al señor Gran Corazón para acompañarles por el resto del camino.

Así hizo y después las muchachas de la casa llevaron a la familia a una sala escondida.

Vieron una de las manzanas que había comido Eva; y recordaron que Adán y Eva perdieron el Paraíso por comerla.

También vieron la escalera de Jacob, con ángeles que subían por ella, y quedaron admirando la escena.

Luego se le indicó a Cristiana que tomase para sí un ancla de oro que colgaba allí, para que la tuviese en tiempo de tormento.

Por último, vieron el altar en que Abraham había ofrecido a Isaac, con la leña, el fuego y el cuchillo. Entonces las muchachas dieron su bendición a la familia.

Y Prudencia, una de ellas (las otras eran Piedad y Caridad), los llevaron al comedor para tocarles música y cantarles.

Alguien llamó a la puerta, y cuando el portero le abrió encontró a Gran Corazón. ¡Qué contentos se pusieron! Luego decidieron seguir su viaje. Prudencia y Piedad los acompañaron por un poquito. En el portón Cristiana le dio una moneda de oro al portero y le agradeció por su bondad con ella y con sus hijos.

A ella le dijo: «Que tu vestimenta quede siempre blanca.»

A Merced le dijo: «Que tus obras sean muchas;» y a los muchachos: «Huyan de las tentaciones de la juventud, busquen la santidad; así llenarán de alegría el corazón de su madre.»

Cuando llegaron a la cresta del cerro Cristiana pensó oir, en una arboleda cercana, una melodía con palabras que alababan a Dios por sus bendiciones y por su misericordia a través de toda la vida.

Prudencia explicó: «Nuestros pájaros de campo cantan estas notas. Sirven de muy buena compañía cuando estamos tristes.»

Al llegar al otro lado del cerro se encontraron en el Valle de la Humillación. «Aquí es donde tu esposo peleó con Apolión,» dijo Piedad. «Pero ustedes tienen a Gran Corazón para guiarles.» Y dejaron a los peregrinos en su cuidado. Gran Corazón les dijo que la gente decía que el lugar era habitado por espíritus malignos.

«Pero es la culpa de ellos que les ocurren desgracias. Podemos ver que ahora, en el verano, este lugar queda convertido en praderas llenas de lirios.»

Santiago le dijo a su madre: «Mira, allí hay una columna con algo escrito en ella.» Fueron a ver lo que decía—
Que los errores que cometió Cristiano y la batalla que peleó en este lugar sirvan de advertencia a los que vengan después de él.

Al seguir su camino vieron a un muchacho, pobremente vestido pero de cara muy hermosa. Estaba sentado solo, cuidando las ovejas de su padre, cantando—
Caer no teme quien en tierra yace;
el que no tiene orgullo no se eleva;
Jesús en el humilde se complace,
y como Guía, a su mansión le lleva.

Con lo que Dios me da vivo contento,
en estrechez lo mismo que en holgura;
por seguirte, Señor, feliz me siento
bajo tu santa protección segura.

Es peso la abundancia al peregrino,
que le impide marchar con ligereza;
será mejor con poco en el camino,
luego tendrá la celestial riqueza.

«Este muchacho,» comentó Gran Corazón, «vive una vida más feliz que el que se viste de seda y terciopelo. Al Señor le gustaba mucho caminar por este valle. Nadie, sino el que ama la vida del peregrino, anda por aquí.

Ves, Cristiana, la sangre de tu esposo ha quedado sobre estas piedras, pues fue aquí que Cristiano peleó con Apolión. Y allí hay algunos de los dardos quebrados de Apolión. Verdaderamente, Cristiano peleó con mucha valentía.

Allí hay un monumento a la batalla, testificando del coraje que tuvo Cristiano al hacer huir a la fiera malvada.»

Ahora entraron al Valle de la Sombra de Muerte encantado con cosas malignas; oyeron gemidos y silbidos, y la tierra comenzó a sacudirse bajo sus pies. Los muchachos temblaban y las mujeres empalidecieron.

«¡Coraje!» les dijo su guía; pero Santiago se empezó a sentir mal por tanto miedo que tenía. Entonces su madre le dio un trago de la botella que le había dado Intérprete, y tres de las pastillas del doctor Habilidad.

«¡Mamá! ¿Qué es eso?» gritó José, pues una figura monstruosa apareció en el camino.

«Quédate cerca de mí,» dijo Gran Corazón. El monstruo se les venía encima pero cuando el guía estaba por encontrarse con él, desapareció.

Merced, mirando hacia atrás, vio un león que venía detrás de ellos rugiendo. Gran Corazón se preparó para luchar, pero el león retrocedió.

Luego, como todo el camino estaba lleno de oscuridad, neblina y humo, su guía les pidió que orasen a Dios por luz y liberación. Pero por todos lados encontraban trampas.

A un lado del camino vieron a un hombre tirado en una zanja con su carne despedazada. «Ese es Descuidado,» dijo Gran Corazón. «Muchos, que neciamente vienen sin un guía, mueren allí.»

Luego salió Gigante Mazo de su cueva, y con su primer garrotazo dejó de rodillas a Gran Corazón; pero Gran Corazón volvió a ponerse de pie e hirió a Mazo en el brazo. Pelearon por una hora. Cuando descansaron, Gran Corazón oró. Cuando volvieron a pelear Gran Corazón tiró a Mazo al suelo con un gran golpe. «Espera; deja que me recupere,» rogó.

Entonces Gran Corazón dejó que se levantara, pero cuando Mazo casi le partió el cráneo, le atravesó la espada por entre las costillas. Luego Gran Corazón le cortó la cabeza al gigante y lo puso sobre una columna con una inscripción; y todos dieron gracias a Dios por su liberación.

Un poco más adelante llegaron a una parte más elevada donde, estando muy agradecidos y aliviados por haberse escapado de un peligro tan grande, pararon para descansar y regocijarse.

Gran Corazón les hizo recordar que no debían poner su confianza en sí mismos sino en Dios.

Luego se levantaron y siguieron adelante. Encontraron a un peregrino dormido bajo un árbol.

Gran Corazón despertó al señor de edad. Pensando que eran ladrones, gritó y quedó listo para defenderse. Su nombre era Honesto.

Cuando Cristiana les presentó a los niños y a sí misma, sonrió y los saludó.

Contestando una pregunta de Gran Corazón, Honesto contestó que conocía al señor Miedoso. «Todo le asustaba, pero era un hombre de buen espíritu.»

Luego Honesto comenzó a contarles acerca del señor Propia Voluntad, quien decía que, como buenos hombres habían pecado, el ejemplo se les debía seguir en los vicios tanto como en las virtudes.

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V. Luchas

Alguien llegó corriendo a su encuentro, dando voces: «¡Los ladrones vienen para acá!»

«Esos deben de ser los que le robaron a Poca Fe,» dijo Gran Corazón. «Estamos preparados para recibirlos.» Pero no vinieron.

Entonces los peregrinos llegaron a la posada de Alegre. «Cena, por favor, buen Alegre,» dijo Gran Corazón. Con esto Alegre le pidió a la cocinera, Prueba lo Bueno, que la preparase.

Mientras esperaban hablaron de Cristiano y del futuro de sus hijos. «Que Cristiana encuentre muchachas con quienes se puedan comprometer sus hijos, para que la familia de Cristiano pueda continuar,» aconsejó Alegre.

«Cristiana, deja que Merced se case con Mateo, tu hijo mayor.» Todos estuvieron de acuerdo. Después se sentaron todos a la mesa a cenar.

Como la posada era tan agradable, los peregrinos decidieron quedarse por varios días. Mateo y Merced se casaron allí.

Mientras estuvieron en la posada, Alegre les contó acerca de Gigante Mata lo Bueno, quien causaba problemas en el camino real.

«Sería bueno si nos pudiéramos deshacer de él,» urgió Alegre. Y con eso se fueron.

Encontraron al gigante en su cueva con un tal Irresoluto en sus manos.

Cuando lo desafiaron recogió sus armas y peleó con ellos por más de una hora. Pero después Gran Corazón logró tirar el arma del gigante y lo mató. Le cortó la cabeza y se los llevó a la posada.

Irresoluto les dijo: «No tengo fuerza de cuerpo ni de mente, pero quiero pasar mi vida en el camino de los peregrinos.»

Mientras hablaban, recibieron noticias de que Incorrecto, un peregrino, había sido derribado por un relámpago.

Ahora Santiago, hermano de Mateo, se casó con Febe, la hija de Alegre. Después de esto, se quedaron diez días más.

Por fin llegó el tiempo de partir.

Irresoluto vacilaba en la puerta. «¡Ay de mí!» dijo, «ustedes son fuertes pero yo soy débil. Quiero un compañero con quien pueda mantener el paso. Soy un cristiano muy ignorante.»

En ese momento otro peregrino, Pronto para Detenerse, llegó en sus muletas. «Bienvenido,» dijo Irresoluto. «Espero que tú y yo podamos ser de ayuda el uno al otro.»

Y así echaron a andar, Gran Corazón y Honesto al frente, luego Cristiana y sus hijos, e Irresoluto y Pronto para Detenerse siguiéndoles atrás.

Al atardecer llegaron al pueblo de Vanidad donde se encuentra la Feria de la Vanidad.

Gran Corazón los llevó a la casa del señor Mnason, un viejo discípulo, quien les hizo pasar a un hermoso comedor para cenar.

Se quedaron en la casa del señor Mnason por mucho tiempo. Su hija Gracia se casó con Samuel, y su otra hija, Marta, con José. Merced, como siempre, se ocupaba en ayudar a los pobres.
Su hija Gracia entró, y él la mandó a buscar a Contrito, Santo, Ama Santo, No Miente y Penitente, sus amigos. Cuando llegaron se sentaron a comer y a hablar con los peregrinos.

Mientras estaban allí un monstruo salió del bosque. Mataba a mucha gente del pueblo y se llevaba a los niños. Tenía un cuerpo como de dragón y siete cabezas y diez cuernos.

Gran Corazón y los amigos del señor Mnason salieron al encuentro del monstruo. Al principio estuvo muy feroz, pero pelearon tan fuerte que tuvo que retroceder. Quedó tan herido y debilitado que murió de sus heridas.

Durante este largo plazo de tiempo en que los peregrinos vivieron con el señor Mnason, las nuevas esposas tuvieron hijos, así que, cuando por fin decidieron seguir su viaje, tuvieron que andar lentamente.

Cuando llegaron a lugar donde habían matado a Fiel, se detuvieron y agradecieron a Dios por la bendición que habían recibido a través de su sufrimiento valeroso, y hablaron del encuentro de Cristiano con Esperanza.

Luego siguieron hasta que por fin llegaron al río que corría al pie de los Montes de las Delicias.

Aquí las praderas permanecen verdes todo el año. Hay un lugar para criar a los hijos de peregrinos, y Uno que recogió a estas ovejitas en sus brazos. Cristiana aconsejó a sus hijos que entregasen a sus pequeñuelos al cuidado de este Hombre, lo cual estuvieron muy dispuestos a hacer.

Siguieron hasta llegar al Campo de la Vereda, donde Gigante Desesperación había prendido a Cristiano y Esperanza. «Voy a tratar de matarlo y destruir su castillo,» declaró Gran Corazón.

Honesto y los cuatro jóvenes prometieron ayudarle. Entonces dejaron a las mujeres con Irresoluto y Pronto para Detenerse.

Al llegar a la puerta del Castillo de las Dudas llamaron muy fuertemente. «¡¿Quién está allí?!» rugió el gigante.

«Soy yo, Gran Corazón, uno de los guías del Rey del País Celestial. Prepárate para pelear.»

Gigante Desesperación, porque era un gigante y había derrotado aun a ángeles, pensó que nadie le podría vencer. Y así se puso su armadura y tomó su garrote en la mano.

Los seis hombres pelearon con todas sus fuerzas, atacándolo por enfrente y por atrás.

Y cuando Desconfianza, la esposa del gigante, vino para ayudarle, Honesto la dejó tendida con un solo golpe.

Gigante Desesperación también fue tirado al suelo pero luchaba fuertemente. Gran Corazón, sin embargo, logró cortarle la cabeza.

Luego destruyeron el Castillo de las Dudas. Les llevó siete días pero encontraron y rescataron a Desánimo y a su hija.

Cuando los demás vieron la cabeza del gigante, Cristiana se puso a tocar la viola y Merced el laúd; y Pronto para Detenerse danzó sobre una muleta con Mucho Miedo, la hija del señor Desánimo. Aun Irresoluto estaba contento y alegre.

El señor Gran Corazón puso la cabeza de Gigante desesperación sobre un poste, con palabras de advertencia para peregrinos—
El pecado puede reedificar el Castillo y hacer revivir a Desesperación.

Pronto llegaron a los Montes de las Delicias, donde los pastores Sabiduría, Experiencia, Vigilancia y Sinceridad los recibieron en el palacio, y se sentaron a comer.

Esa noche descansaron, y por la mañana los pastores los llevaron a los campos de las montañas.

Además de lo que había visto Cristiano, vieron Monte Maravilla donde el hijo de Gran Gracia les enseñaba a los peregrinos cómo vencer dificultades.

En Monte Inocencia vieron a Prejuicio y Malevolencia tirando tierra (la cual volvía en seguida al suelo) en las ropas blancas de Varón Piadoso.

Y en Monte Caridad había un hombre sentado cortando ropa para los pobres, quienes le rodeaban, de un gran pedazo de tela que nunca se acababa.

Y por último vieron a Necio y a Falto de Juicio tratando de lavar a un hombre negro para hacerle blanco como ellos. Cuanto más trataban menos resultados obtenían.

Cristiana notó que Merced, quien estaba por dar a luz, se veía mal. «¿Qué te pasa?» preguntó.

«Hay un espejo colgado en el comedor que yo anhelo tener. Me da vergüenza desearlo, pero por favor pregúntales a los pastores si me lo venderán.»

Los pastores se lo dieron con mucho gusto. Era un espejo sumamente excepcional. Mirándolo de una manera se veía la imagen de uno mismo tal como era, y de otra manera, el rostro del Príncipe de los Peregrinos.

Los pastores pusieron joyas en los cuellos, las orejas y las frentes de Cristiana y sus cuatro nueras, y les dieran cualquier otra cosa que deseasen. Los hombres fueron alabados por haber matado a Gigante Desesperación.

Luego los peregrinos siguieron su camino y pronto llegaron al lugar donde Cristiano se había encontrado con Volver Atrás.

Gran Corazón se acordó de cómo Evangelista se había encontrado con Volver Atrás en el sitio de la cruz. Volver Atrás había vuelto sus espaldas y partido.

En el lugar donde Poca Fe había sido asaltado, se encontraron con un hombre con la espada en la mano y la cara cubierta de sangre.

«Yo soy Valiente por la Verdad,» les dijo. «Tres hombres se me vinieron encima. Fueron Desenfrenado, Desconsiderado y Pragmático, quienes pelearon conmigo por más de tres horas.»

«Tuviste gran desventaja,» dijo Gran Corazón.

«Soy de Tierra Tenebrosa,» les contó el joven. «El señor Cuenta Verdad vino y nos contó la historia de Cristiano; y yo anhelo ir tras él.

Mis padres me dijeron que era una senda peligrosa y me advirtieron de todo lo que encontraría en el camino. Pero no pudieron hacerme cambiar de idea, y mi fe me ha traído hasta aquí.»

«Esta victoria fue tuya, gracias a tu fe,» dijo Gran Corazón.

«Sí,» respondió Valiente. «Yo creí y por lo tanto pude pelear contra todos los que se me oponían.»

Ahora llegaron a Tierra Encantada, donde el aire daba mucho sueño, y empezaron a atravesar el bosque.

Gran Corazón iba delante, Valiente por la Verdad atrás, cada uno con la espada en la mano. Luego les sobrevinieron una oscuridad y una neblina tan espesas que apenas podían verse el uno al otro. Quejándose y tropezando, se vieron forzados a guiarse con las manos.

Tuvieron que tener mucha voluntad para no detenerse en un cenador muy cómodo. A esta altura podrían haber perdido su camino si Gran Corazón no hubiese consultado su mapa.

En otro cenador, al costado del camino, dormían dos hombres, Descuidado y Atrevido. Gran Corazón los sacudió, pero sólo hablaron en su sueño.

Al seguir su camino, los peregrinos tenían la luz del farol del guía para ayudarles, pero los niños se empezaron a cansar mucho, y lloraron pidiendo ayuda del Ayudador de peregrinos. Pronto después, se levantó un viento que hizo desaparecer la neblina.

Vieron ante ellos a un hombre de rodillas hablando seria e intensamente con Uno en el cielo.

Se levantó y echó a correr, hasta que Gran Corazón lo llamó: «¡Es Firmeza, un muy buen peregrino!» exclamó Valiente por la Verdad.

Firmeza explicó que una mujer agradablemente vestida había aparecido ante él y se le había ofrecido.

Firmeza la rehusó, pero ella sonrió y dijo: «Yo soy la señora Burbuja. Soy la dama del mundo, y doy felicidad a los hombres.»

«Entonces,» dijo Firmeza, «me puse de rodillas y oré a Aquel que prometió ayudar a los peregrinos.»

Ahora llegaron al País de Beulah, con sus huertos y viñedos, donde el sol brilla día y noche. Descansaron y oyeron el sonido de campanas y trompetas, y el ruido que hacían los que caminaban en las calles de la ciudad. Tomaron de aguas amargas pero agradables del río.
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VI. Mejor es el fin del asunto

Se quedaron en un pueblo donde se guardaba un registro de los peregrinos de antes. Un día el cartero le trajo una carta a Cristiana.

Decía: «El Señor te llama para estar en su presencia en diez días.»

Entonces Cristiana mandó llamar al señor Gran Corazón, quien le aseguró: «Te acompañaremos hasta la orilla del río.»

Bendijo a sus hijos, le dio un anillo al señor Firmeza y mensajes de despedida al señor Valiente por la Verdad, señor Honesto, señor Pronto para Detenerse, Desánimo y su hija, y señor Irresoluto.

Cuando Cristiana se fue, entró al río, despidiéndose, y se lo oyó decir: «¡Vengo, Señor, para estar contigo!»

Y entró por la puerta con todas las ceremonias de gozo que había tenido su esposo antes. Pero sus hijos lloraban apenados.

Después de un tiempo, llegó una carta a Pronto para Detenerse mandándolo llamar para el día después de las Pascuas. Él pidió a Valiente que le escribiera el testamento, diciendo: «Dejo estas muletas para mi hijo, para que siga en mis pasos.»

Luego, Irresoluto oyó al mensajero tocar su trompeta. «Dejo mi mente débil con Valiente, para que lo entierre en un muladar,» dijo. Y cruzó el río.

Cuando Descuidado fue llamado, su hija Mucho Miedo dijo que ella también iría. Entraron en el río con cantos de gozo.

Después Honesto cruzó el río. Buena Conciencia se encontró con él y le ayudó a cruzar.

«Hasta ahora he tenido que vivir por fe, pero de aquí en adelante mis ojos me bastarán,» dijo Firmeza al cruzar.

Valiente por la Verdad, cuando fue llamado, dijo: «Mi espada queda para el que me siga en peregrinaje.» Al entrar al río exclamó: «¡¿Dónde está, oh muerte, tu victoria?! ¡¿Dónde, oh sepulcro, tu aguijón?¡» Y así cruzó y todas las trompetas sonaron para él en el otro lado.

La canción de un peregrino
Miren bien estos ejemplos
los que quieran ser viajeros
y desechen los temores
de este valle terrenal.

Viento, lluvia no borrará,
apartando al peregrino
quien, firme, sigue el camino
a la Patria Celestial.
Aunque le cuenten historias
para infundir desaliento,
no conseguirán su intento
ni su fuerza abatirán.

Ni los leones le arredran,
ni el infierno le intimida,
con marcha sostenida
llega al fin a Canaán.

Los espectros y fantasma,
que ante el cobarde aparecen,
con la fe desvanecen
y no asustan al leal;
y Satanás, derrotado
por el bravo peregrino,
le deja libre el camino
de la Patria Celestial.

Fue glorioso ver caballos y carrujos, con trompeteros, flautistas, cantantes y músicos con sus instrumentos de cuerda, dar la bienvenida a los peregrinos quienes entraban juntos por la hermosa puerta de la ciudad.

En cuanto a los hijos de Cristiana, oí a alguien decir que los cuatro muchachos, con sus esposas e hijos, viven aún, y trabajan para hacer crecer la Iglesia en los sitios donde están.

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