Las ofrendas levíticas; John Boyd; (#152)

Las ofrendas levíticas

John Boyd, Belfast
Precious Seed, l965 y l966.

               Contenido

 

  I               Comentarios generales

                                                  II              El holocausto

                                                 III               La oblación

                                                IV               Las paces           

                                                   V             El sacrificio para expiación

                                                VI                El sacrificio para restitución

                                                VII               La libación

 

I   Comentarios generales

 

Cuando Dios libertó a los hijos de Israel de la servidumbre de Egipto, les escogió por encima de todos los demás pueblos de la tierra, Amós 3.2, y les trajo a sí, Éxodo 19.4 al 6. Con tal que guardaran su pacto, serían su tesoro especial y lo manifestarían al ser un reino de sacerdotes y una nación santa.

Ahora, un sacerdote es uno que se acerca a Dios, Éxodo 19.22. Tal vez por “reino de sacerdotes” Dios proponía que Israel fuese mediador entre Él y las naciones, como será, al efecto, en el milenio, Zacarías 8.13,23. O, más probable, quería que fuesen sus súbditos y que cada cual se le acercara a Él. Con esto en mente, Dios le dio a Israel la ley ceremonial con su abundancia de ofrendas, para que el pueblo supiese presentarse correctamente.

Parece que había un sacerdocio en Israel antes del éxodo de Egipto, pero no de la casa de Aarón, Éxodo 5.3, 19.22. Aquellos sacerdotes habían sido escogidos por los israelitas mismos. Dios les prohibió acercarse al Monte Sinaí, 19.24, dando a saber de esta manera que les pondría a un lado y establecería en su lugar el sacerdocio levítico.

Los estudios que presentamos versan sobre la operación de ese sacerdocio, encomendado específicamente a los hijos de Aarón. Proponemos considerar cómo lo realizaron y cómo los varios detalles de sus ofrendas señalaban adelante al punto central de toda la historia y todo sacrificio, la obra de Cristo en la cruz. Todas las Escrituras dan testimonio de Él; Juan 5.39. Notaremos también que las ofrendas proporcionan instrucción para la conducta y el servicio del creyente hoy día.

Este estudio exige, entonces, que nos demos cuenta de qué significaban las diversas ofrendas a los mismos israelitas. ¿Qué concepto tenían de estas instrucciones de parte de Dios? ¿Qué expresaban por sus ofrendas? ¿Qué quería enseñarles Dios?

Las ofrendas son una parábola para nuestra enseñanza, pero antes de aprender su lección tenemos que comprender bien la parábola misma. Tenemos que saber su sentido literal antes de apreciar su enseñanza espiritual. Si captamos algo de las necesidades de ese pueblo atendidas por las varias ofrendas levíticas, en alguna medida nos daremos cuenta de la grandeza del sacrificio de Cristo mismo en bien nuestro. Su sacrificio asumió el lugar de todas aquellas ofrendas, y logró lo que jamás ha podido hacer toda la sangre que corrió sobre los altares de aquel pueblo. Él quitó el pecado por medio de sí mismo; Hebreos 9.26.

Asumamos nuestra posición al lado del israelita de 1490 a.C., sin dejarnos influenciar por lo que el Nuevo Testamento enseñaría posteriormente. Dios estableció estas ofrendas como vía de acercamiento a Él. No hacían al adorador perfecto, pero proporcionaban una base para la expiación. O sea, permitían que uno continuara con Dios. Su variedad hacía que el israelita se diese cuenta de cuán fallo era y cuánta distancia le separaba de Dios.

Terminología general

Veamos primeramente algunos términos técnicos y su sentido para el israelita.

Corban   Literalmente, algo presentado a Dios; es una expresión amplia para dar una ofrenda y se emplea para todas las ofrendas salvo el sacrificio por el yerro. La palabra figura sin traducción en Marcos 7.11. Se emplea al referirse a los regalos de los príncipes de Israel en Números 7, y hacer ver que las ofrendas levíticas eran regalos santos.

Zebach  Literalmente, un animal beneficiado; traducido a menudo como sacrificio. El término figura a menudo con respecto a la ofrenda de las paces, como en Levítico 3.1. La traducción de los Setenta suele expresarla como thusia, algo degollado, pero la palabra griega abarca más que la hebrea, refiriéndose también a la oblación.

Ofrendas con sangre

Olah   Literalmente algo que asciende, o sea, que sube a Dios. Conocemos el término como holocausto, y los Setenta usaron holokautoma, algo quemado de un todo. Así, estos títulos expresan dos ideas fundamentales: la adoración que asciende a Dios, y el hecho de que todo es para Dios.

Shelem   Literalmente, un sacrificio para salvación, bien sea recibida o anticipada. De allí la “ofrenda de paz”. Los Setenta emplean thusia soteriou, una ofrenda por rescate.

En Levítico 7.12 al 16 se hacen tres distinciones en cuanto a esta ofrenda, según su propósito:

como acción de gracias por una salvación recibida

como un juramento en anticipación de cumplirse una salvación esperada,
Levítico 22.21, Hechos 21.26

un gesto voluntario para regocijarse con Dios. La idea fundamental de la ofrenda
fue la de dar gracias.

Chattah   Literalmente, una ofrenda por perder el blanco. Se traduce como ofrenda por el pecado. El pecado y la ofrenda por el pecado se expresan a menudo por la misma palabra; Levítico 4.3 es un ejemplo. Los Setenta utilizaron hamartia, “pecado”. La idea fundamental es la de reconciliación con Dios.

Asham   Literalmente, una ofrenda por uno culpable; p.ej, “el pecado que cometió”, Levítico 5.6,7,10,13. Obsérvese de nuevo el 4.3, donde se habla del sacerdote que pecó y por ende trajo culpa al pueblo. (Números 5.6,7 es un ejemplo más claro).

Se emplea la expresión para referirse a la culpa, o el mal efectuado; la deuda; la compensación por la deuda; y el sacrificio por la deuda, el cual pone en libertad al oferente. La traducción de los Setenta usa el griego plemmeleia, literalmente “fuera de nota”, o lo que echa a perder la armonía. La idea fundamental en esta ofrenda era la de dar satisfacción a Dios.

 

Nota del traductor: La mayoría de las traducciones al español hacen muy difícil distinguir entre la ofrenda por el pecado y la ofrenda por el yerro, o la culpa. Se usa ofrenda por la culpa en la Versión Moderna (“Pratt”) de 1893, y Bover-Cantera utiliza falta. Son expresiones mucho más claras que “pecado que cometió”. Este término asham (ofrenda por el yerro) figura repetidas veces en Levítico 5.14 al 6.7, en el capítulo 14 y otras partes.

Ofrendas sin sangre

Minchah   Literalmente, lo que se asignó, a saber, a Dios. Se encuentra esta palabra por vez primera en Génesis 4.3,5 como descripción de las ofrendas de Caín y Abel. Se usa al hablar de un presente, Génesis 32.13. El término en Hebreo significa una ofrenda en general; un obsequio; y, la ofrenda de harina, etc. (“la oblación”). La Versión de los Setenta lo traduce thusia, un sacrificio, algo dado a Dios, pero no necesariamente muerto. La idea fundamental es la de presentar a Dios su porción.

Nesek   Literalmente, lo que se derrama, o lo que se echa sobre otra ofrenda. Es la libación. En Génesis 35.14 es de aceite y en Salmo 16.4 es de sangre. En Levítico, es el vino echado sobre el holocausto y el sacrificio de paces (pero nunca sobre los sacrificios por pecado y yerro). En los Setenta es sponde, lo que se vacía. La idea fundamental de este sacrificio es la de proporcionarle gozo a Dios.

Ofrendas rituales

Veremos ahora tres términos que no son ofrendas propiamente dicho, sino que describen el trato dado a partes de los sacrificios.

Terumah   Literalmente, algo levantado o elevado como presente. Tiene dos usos: Es una ofrenda presentada a Dios como, por ejemplo, cuando a los israelitas se les dijo que tenían que traer materiales para construir el tabernáculo, Éxodo 25.2. Es también el término técnico para el levantamiento hacia el cielo de la espaldilla en la ofrenda de paces, la cual el sacerdote comería según Levítico 7.32.

Aphairema  es el griego según los Setenta. La idea fundamental detrás del rito es la de recibir de Dios lo que primero se le dio a Él. Es a la vez un reconocimiento de que su trono está en el cielo.

Tenuphah   Literalmente, el acto de mover de un lado a otro. Se usa en Éxodo 35.22 al hablar del oro dado a Dios. Es el término técnico usado para mecer el pecho en la ofrenda de paces, Levítico 7.30; el carnero de la consagración en el 8.27; la ofrenda del leproso en el 14.12; la gavilla de primicias en 23.11; y los panes en el Pentecostés, 23.17.

Para los Setenta, es lo que se apartó, aphorisma. La idea fundamental es la de desplegar ante Dios lo que uno estima. Tal vez simbolice el hecho de dar primeramente a Dios (mecido hacia el altar) y luego transferir de Dios al sacerdote (mecido desde el altar). Algunos ven en este acto la sugerencia que Dios está en todas partes, así como el hecho de levantar significa que Él está en el cielo. O, ¿se mecía la ofrenda para que el hombre la viera? Compárese con el procedimiento en el juicio de los celos; Números 5.25.

En todas estas ofrendas Dios recibía sólo lo mejor. Él aceptaba el macho maduro y físicamente perfecto; Malaquías 1.8.

 

 

Seis ofrendas principales

Había seis ofrendas principales:

el holocausto

la oblación

las paces

el sacrificio para expiación

el sacrificio para restitución

la libación.

Estas se combinaban de diferentes maneras en los diversos servicios del tabernáculo, como las ofrendas diarias, las “fiestas” (o sea, las convocaciones en fechas preestablecidas según Levítico 23) y las ofrendas en ocasiones especiales (la consagración de los sacerdotes; el juramento del nazareo; la limpieza del leproso, la persona contaminada, la mujer parturienta; y en el caso de los celos). Se las designaban “el pan de Dios”, Levítico 21.6, porque consistían en lo que era alimento para el israelita que él daba más bien a Dios. Se llamaban a la vez “las cosas santas de los hijos de Israel”, 22.15.

Las seis se dividen en tres grupos:

las ofrendas de olor grato, que son el holocausto y la ofrenda de paces

los sacrificios expiatorios, que son el de la expiación y el de la restitución

las ofrendas suplementarias, que son la oblación y la libación, añadidas a otras ofrendas. La oblación se incluye a la vez en las ofrendas de olor grato.

Nos impresionan la multiplicidad y el alcance de estas ofrendas. Les hacían a los israelitas recordar la complejidad de sus relaciones con Jehová, su entera santidad y la pecaminosidad de ellos. Conscientes de su inmundicia y contaminación, anhelaban misericordia, perdón y reconciliación mediante estas ofrendas. En ellas, ese pueblo expresaba su necesidad de expiación y su deseo de acceso a Dios; se daba cuenta de qué era presentarse ante Dios y qué quería decir el hecho de tener comunión con Él. En fin, ellos reconocieron de esta manera que le debían a Él todo lo que tenían, y en estos actos se sujetaron a Él.

¡Cómo magnifica todo esto la gracia de Dios en Cristo! Todas estas ofrendas encuentran su antitipo en el Señor Jesucristo. [Un antitipo es la realidad que una figura ilustraba o predecía]. Su sacrificio único en el Calvario llenó todo lo que se exigía en esta abundancia de ofrendas; más bien, lo sobrepasó. No requería ser repetido; fue realizado sólo una vez, perfeccionando para siempre a los que santifica. En esto hace gran contraste con las ofrendas levíticas, ya que ellas, lejos de quitar pecados, hacían a los israelitas recordar sus pecados.

También, tengamos presente que Cristo es oferente y sacerdote a la vez. Como oferente se dio a sí mismo a Dios sin mancha, Hebreos 9.14, 10.5 al 10. Como sacerdote, efectuó el sacrifico único y entró en los cielos en la eficacia de su propia sangre, 9.12 al 14, 10.11,12, 12.24.

Que estemos cada día más conscientes de nuestras tendencias pecaminosas, de la santidad de Dios, y de lo que es acercarnos a Él. Que nos regocijemos en que el sacrificio de Cristo haya llenado todas las demandas de Dios, capacitándonos para acercarnos a Él en plena certidumbre de fe.

 

 

 

 

 

II  El holocausto

 

Se presentaban holocaustos a Dios mucho antes del régimen levítico: por Noé, Génesis 8.20; Abraham, 22.2; Job, Job 1.5. Los ofrecían los paganos también, como por ejemplo el rey de Moab, 2 Reyes 3.27, y el de Balac, Números 23.3. El concepto mayor de un holocausto es que hay alguien arriba a quien el oferente desea propiciar. El sentido esencial de la palabra hebrea ‘olah es el de algo que va en ascenso.

En las Escrituras se emplea el término holocausto para cualquier animal beneficiado y quemado con fuego para que un olor ascienda a Dios, y también para esa ofrenda levítica en particular que Dios estableció para quienes se acercaran a Él. Este estudio trata exclusivamente del segundo uso del vocablo.

La finalidad del holocausto no fue en primer lugar la de expiación. Otras ofrendas trataban de los pecados de los israelitas, pero ésta de su acercamiento en adoración. El holocausto levítico se dividía en dos grupos:

los holocaustos estatutarios y obligatorios

los voluntarios y suplementarios.

Los holocaustos estatutarios

Dios ordenó que éstos fuesen ofrecidos en muchas y diversas ocasiones. Se especificaron la cantidad y tipo de animales, según la ocasión y el propósito de la ofrenda. Se ofrecía un holocausto dos veces cada día: un cordero en la mañana y otro en la tarde, llamándose el holocausto continuo, Éxodo 29.42. Fue un rito básico y adicional a cualquier otra ofrenda voluntaria u obligatoria. Se mantenía viva siempre la llama de este holocausto continuo, quitando las cenizas cada mañana. El holocausto vespertino estaba por encima del fuego toda la noche. Cada mañana se reponía la leña en anticipación de las ofrendas del día.

Cada sábado se ofrecían dos corderos para “el holocausto de cada día de reposo”, Números 28.9,10. El primer día de cada mes se presentaba un holocausto especial que consistía en dos becerros, un carnero y siete corderos, 28.11.

Cada una de las siete fiestas anuales contaba con su cuota de holocaustos:

en la pascua se sacrificaban muchos bueyes, 2 Crónicas 30.24

en cada día de la fiesta de los panes se ofrecían dos becerros, un carnero
y siete corderos, Números 28.17

figuraba un cordero en la ceremonia de las primicias, Levítico 23.12

en Pentecostés, según 23.18, había siete corderos, un becerro y dos carneros

en la fiesta de trompetas: un becerro, un carnero y siete corderos, 29.2

se exigieron para el día de la expiación dos holocaustos, uno para Aarón
y otro para el pueblo, 16.24

en cada día de la fiesta de tabernáculos el holocausto era de tamaño diferente, Números 29.13 et seq.

Los holocaustos formaban parte de la ceremonia en muchas otras funciones bajo el régimen levítico. Por ejemplo:

la consagración de los sacerdotes, Levítico 8.18; del pueblo, 9.2;

en la dedicación del altar, Números 7.87; y del templo, 1 Reyes 8.64

en la purificación de la mujer parturienta, Levítico 12.6; del leproso,14.19;
de la persona con hemorragia, 15.15

en la purificación del nazareo contaminado, Números 6.11; al cumplir uno
con su voto, Números 13.3, y al separarse un nazareo, 6.14

Estos holocaustos obligatorios se ofrecían para que los israelitas se mantuvieran en contacto con Dios, quien quería que buscaran siempre su santa habitación, Éxodo 29.42. Constituían un recordatorio constante de que Él estaba en el cielo sobre todo, o sea, “Que le hay, y que es galardonador de los que le buscan”, Hebreos 11.6. Para Dios eran un olor grato de reposo; Él encontraba en ellos satisfacción como fuente de delicia.

En estos holocaustos Dios exterioriza su deseo de que el creyente se le acerque constantemente en adoración. El Señor enseñó que los hombres deben orar siempre; un tema frecuente de Pablo fue, “constante en la oración”. Dios le dio a ese pueblo sus holocaustos en las fiestas anuales, y a nosotros el Señor ha dado la cena del Señor como recordatorio recurrente de presentarnos ante Él y exaltar a su Hijo. Presentamos, como si fuera, nuestro holocausto allí, viendo a Jesucristo como el que nos hace aceptos ante Dios. Su sangre nos limpia y nos capacita para la presencia divina; sus perfecciones son un tema que a Dios le agrada escuchar cada vez que nos reunimos para proclamar la muerte del Señor.

Los holocaustos voluntarios

Además de los holocaustos estatutarios, Dios dispuso que el israelita podría presentarlos por voluntad propia; véanse los primeros versículos de Levítico 1 además del 22.18, “ofrendas voluntarias ofrecidas en holocausto a Jehová”. La ley ceremonial establecía qué ofrecer en esas ocasiones, y cómo hacerlo.

Se podría elegir entre cuatro oblaciones según la apreciación o capacidad del oferente. La ofrenda tenía que ser de valor; no era permitido sacrificar lo que nada costó, 2 Samuel 24.24. Se le permitía al oferente traer un novillo, un cordero o un carnero; eran animales de valor para un pudiente. Pero se hizo provisión a la vez para el pobre, ya que una tórtola o un palomino era admisible también. Se exigía un alto estándar para todo animal. Tenía que ser sin defecto, ya que Dios aceptaba sólo lo mejor; Malaquías 1.8.

Esta ofrenda señalaba un deseo por parte del israelita de acercarse a Dios, reconocer plena dependencia de Él y expresar cuánto le estimaba. Mayor la ofrenda, mayor el aprecio. Era expresión del sentir del corazón.

El animal fue aceptado en lugar del oferente, Levítico 1.4, representando la entrega del hombre entero a Dios. Como consecuencia, el hombre fue aceptado, aun cuando el holocausto nunca podía sustituir la obediencia, 1 Samuel 15.22, ni tomar el lugar de un corazón contrito, Salmo 51.16,17.

El rito

El procedimiento para un holocausto fue definido claramente. Levítico 1 lo expone en el contexto de la ofrenda voluntaria, pero posiblemente la secuencia aplica en mayor parte a la ofrenda estatutaria también.

Primeramente, se presentaba el animal a la puerta del tabernáculo, donde uno encontraba el altar de bronce [cobre]; se lo quemaba sobre éste únicamente, y ningún otro convenía; Levítico 17.8,9. Es de notar que ese altar se llamaba a veces “el lugar del holocausto”, 4.29. El oferente ponía (a saber, descansaba con fuerza) su mano sobre la cabeza de la víctima, identificándose de esta manera con el animal y dependiendo de él. Al ofrecer el animal, se ofrecía a sí mismo a Dios. Él confiaba en su aceptación por Jehová, señalando que la persona quedaba expiada.

En segundo lugar, el oferente mataba el animal y el sacerdote tomaba de la sangre derramada para rociarla en derredor del altar. Este rociamiento señalaba que se había dado la vida a Dios, y por lo tanto se había expiado al oferente. La palabra hebrea que se usa para expiar quiere decir “cubrir”, y la palabra griega utilizada por los Setenta lleva la idea de que Dios está bien dispuesto hacia el oferente.

Así, al efectuar el holocausto la sangre sobre el altar cubría lo que desagradaba a Dios. Algunos distinguen entre la sangre del holocausto y la sangre del sacrificio por el pecado, señalando que la primera tenía que ver con malos pensamientos y la segunda con malos hechos.

Tercero, el oferente preparaba el animal muerto para el altar. Se quitaba la piel, la única parte que no sería quemada sino dada al sacerdote, 7.8. Luego, se partía todo en cortes apropiados. El sacerdote los colocaba sobre el altar, una vez lavados los intestinos y piernas para que nada sucio (o inmundo) figurara en la ofrenda.

El sacerdote quemaba todo. La palabra quemar en este contexto es “emitir fragancia;” era para Dios. Es el término que se emplea siempre en relación con el holocausto, y difiere del verbo usado para el sacrificio por el pecado fuera del campamento, 4.12. Allí la idea es simplemente prender fuego. En algunas ofrendas el sacerdote y el oferente compartían una parte, pero en el holocausto todo le correspondía a Dios como olor grato.

Había también provisión para uno que traía sólo una tórtola o un palomino por ser pobre. Como en el caso del animal, él lo presentaba a Dios, pero ahora le tocaba al sacerdote matar la víctima. Esto lo hacía quitándole la cabeza y colocándola sobre el altar. La sangre se exprimía sobre la pared del altar en expiación.

No es claro por qué Dios mandó que el sacerdote, y no el oferente, matara el ave, excepto que la cantidad de sangre sería muy poca para ser recogida en una cubeta. Él buche y las plumas (o “la suciedad”) se botaban, 1.16, como paralelo al hecho de lavar los intestinos y piernas del animal. Las alas se hendían pero sin partir el cuerpo; de esta manera se exponían todas las partes por igual. Luego se quemaba todo, y el olor grato subía a Dios.

El holocausto tenía que ser acompañado de una oblación y una libación, y la cuantía de éstas variaba según el animal presentado en holocausto, Números 15.3 al 12. Además, se tocaban trompetas al efectuar los holocaustos en las fiestas fijas, y al comienzo del mes, 10.10.

 

 

Se destacan tres detalles en todo este rito:

la ofrenda, Levítico 1.3. Fue para que el oferente fuese acepto ante Dios.

la matanza, 1.5. Fue para que el oferente fuese expiado ante Dios.

la quema, 1.9. Fue para que el oferente adorara a Dios.

Estos puntos nos enseñan que para el israelita el holocausto era más de todo un gesto de adoración. Fue el método por el cual podía acercarse a Dios, expresando su gratitud y dependencia de Él.

La enseñanza expuesta

El oferente israelita es figura del creyente del día de hoy en su deseo de acercarse a Dios; por fe, él presenta al Señor Jesucristo cual holocausto. En sus años sobre esta tierra, el Señor se manifestó idóneo, siendo sin pecado y sin mácula; es acepto a Dios, ya que en Él el Padre tiene siempre complacencia.

Los diferentes animales sugieren diferentes grados de apreciación de Cristo. Aun el creyente menos instruido puede manifestar su apreciación a nivel de tórtola; el maduro, bien instruido en la Palabra, lo presenta al Padre en la amplitud de su perfección que vemos ilustrada en el novillo.

El creyente del tiempo presente es aceptado por Dios en toda la idoneidad de Cristo. “Nos hizo aceptos en el Amado”, Efesios 1.6; “Estamos en el verdadero, en su Hijo”, 1 Juan 5.20. Conforme a la voluntad de Dios, “somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre”, Hebreos 10.10. Pero, como en el caso del israelita, uno no puede acercarse a Dios excepto en entera obediencia a Él, con espíritu contrito y “levantando manos santas, sin ira ni contienda”, 1 Timoteo 2.8.

Quitar la piel y partir el animal tipifica el despliegue de las perfecciones secretas de la vida privada de Cristo.

La obra del sacerdote en relación con el holocausto expone la obra del Señor Jesucristo como nuestro gran sumo sacerdote. Él “aboga la virtud de su sangre preciosa”. El fuego es simbólico del ministerio del Espíritu Santo, Hechos 2.3, el cual despliega ante el Padre las diversas perfecciones del Señor Jesucristo manifestadas en el Calvario; a la vez, las demuestra al creyente.

La muerte de Cristo constituye la base de acercamiento del creyente a Dios. Por ella tenemos libertad para entrar en el Lugar Santísimo, Hebreos 10.19. Habiendo estado lejos, hemos sido hechos cercanos por la sangre de Cristo, Efesios 2.13. En la consagración de los antiguos sacerdotes, Éxodo 29.21, se hacía expiación al rociar sobre ellos la sangre del holocausto, cubriendo así el disgusto que sus mentes impías le habían causado a Dios. De manera parecida, el corazón del creyente ha sido purificado de mala conciencia por la sangre de Cristo, habilitándole para acercarse a Dios, Hebreos 10.22.

Vemos en la cruz las perfecciones de Cristo manifestadas ante Dios para su disfrute. Notemos algunas de ellas.

Vemos allí su amor, probado al extremo pero firme como roca; su obediencia a la voluntad del Padre, humillándose Él hasta la muerte, y muerte de cruz; su resolución de llevar a cabo el gran plan del Padre; su capacidad para realizarlo, sufriendo la cruz y menospreciando el oprobio; su placer en proporcionar la salvación al ser humano; su deseo de glorificar al Padre. Los fuegos del Calvario acentuaron todo esto, y más.

 

 

III   La oblación

 

La segunda ofrenda prescrita para los israelitas es la que nuestras Biblias en inglés suelen llamar la del alimento. [Se habla ahora de “la ofrenda vegetal]. Martín Lutero usaba una expresión parecida. Así se traduce a veces minchah porque la ofrenda consistía en lo que el pueblo comía. Su equivalente lo encontramos en Hechos 2.46: “partiendo el pan en las casas”.

Literalmente, su sentido es lo que se reparte o se asigna. Encontramos el vocablo por primera vez en Génesis 4.3 al 5, donde Caín y Abel traían sus minchah en reconocimiento de lo que Dios les había provisto, deseando que continuara. Dios reconoció lo que Abel le presentó, pero no así con Caín. Abel dio el más gordo entre los primogénitos, en contraste con los hombres de Malaquías 1.8. Al contrario, la oblación de Caín no cumplió las expectativas divinas, y Dios no lo vio con agrado.

De nuevo se emplea el término en el 32.20. Jacob le dio un presente a Esaú en la esperanza de aplacar su ira. Los hermanos de José le dieron un minchah como homenaje y gratitud por favores recibidos, 43.26. Ellos reconocieron así la autoridad y dignidad de ese hombre. Más adelante en el Antiguo Testamento se emplea esta palabra al referirse a todo tipo de ofrenda; 1 Samuel 3.14, 1 Reyes 18.29, Malaquías 1.13.

En Levítico 2 el vocablo define una ofrenda específica que Dios ordenó para los hijos de Israel, haciéndoles recordar que ellos debían a Jehová todo su sostén. En efecto Dios dijo en ese sacrificio: “Si quieren reconocer lo que me deben a mí, yo les indicaré exactamente lo que deseo”. Le dio a Moisés instrucciones precisas, para que la ofrenda fuese acepta y no sucediera lo que pasó con el sacrificio de Caín.

La oblación fue, entonces, la porción que el israelita le devolvió a Dios en reconocimiento de su grandeza y acuse de la provisión suya para las necesidades de ellos. Siendo de alimento, señalaba especialmente la provisión para su sostén diario. La idea de un memorial es inherente en la oblación, Levítico 2.2, Números 5.15. Fue de olor grato, ya que se lo presentaba para que Dios se contentara. Fue, en fin, un acto de adoración, agradecimiento y a la vez solicitud para beneficios futuros.

La oblación era también un complemento a las ofrendas repetitivas, en particular las de la mañana y la tarde, la sabatina y las de diversas fiestas periódicas. Estos sacrificios subsidiarios diferían algo de la oblación como ella figura en Levítico 2, ya que consistían meramente de harina fina mezclada con aceite en cantidades prescritas según el animal ofrecido, Números 15.4 al 10. También, personas particulares daban la oblación del Capítulo 2; por ejemplo, en la consagración de los sacerdotes y levitas, Levítico 6.20; al final del juramento del nazareo, Números 6.15; para la limpieza del leproso, Levítico 14.20.

En común con las otras oblaciones de olor grato, ésta señalaba a Cristo, quien se dio a sí mismo cual “ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante”, Efesios 5.2. La encarnación y vida de Cristo eran necesarias para el logro de su muerte expiatoria. Este hecho, enseñado en la asociación obligatoria del holocausto y la oblación, señala a esta última como un tipo de la vida y servicio de Cristo. La idea no es, como en el caso del holocausto, la entrega de su vida en muerte, sino en vivirla aquí para Dios.

Al presentar a Cristo ante Dios como su holocausto, el cristiano le aprecia también como el perfecto antitipo de la oblación. En ella se le presenta al Señor como el que cumplió de un todo lo que Dios exigía; que Dios envió para proporcionar el sostén de nuestra vida espiritual; que era el pan de vida que descendió del cielo, Juan 6.51. Si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre. Nos alimentamos de Cristo, reconociendo que su vida aquí entre hombres era necesaria para nuestra bienaventuranza.

Los ingredientes

Para el israelita, tres ingredientes eran esenciales en la oblación: (1) harina, (2) aceite, (3) incienso, Levítico 2.1. Cada elemento tiene su significado.

La harina, producto de moler el grano de trigo, manifiesta la humillación de Cristo en “hacerse hombre y sucumbir”. Igual con Dios, Él fue hecho en semejanza nuestra, pecado aparte. Se empleaba la “flor de harina”, o sea, la fina, cual figura de una consistencia de carácter y atributos. La falta de granos sugiere que en Él ninguna gracia sobrepasaba a otra.

El aceite es emblema del Espíritu Santo, aquel que poseyó a Cristo sin medida, Juan 3.34. Él estaba lleno siempre del Espíritu, guiado constantemente por Él.

El incienso, el más fragante de todo bálsamo, señala la fragancia de aquella que agradó siempre al Padre. “Mirra, áloe y casia exhalan todos tus vestidos”, Salmo 45.8. Su modo de ser producía un olor grato.

Cada oblación se sazonaba con sal, llamada “la sal del pacto” en Levítico 2.13. Se empleaba la sal corrientemente en la ratificación del pacto, 2 Crónicas 13.5. Aprendemos de esto que la oblación, al igual que otras ofrendas, era un reconocimiento del testamento de Dios con Israel y señala a Cristo como el nuevo pacto. La sal, cual ingrediente que impide la corrupción, señala a la vez la vida del Señor Jesús como debidamente sazonada, sin deterioro de pensamiento o palabra.

Por otro lado, se prohibía ofrecer levadura o miel con la oblación. Estos aportan a los alimentos, pero cada uno a su manera conduce a que se corrompan. La levadura, típica de la malicia y maldad, 1 Corintios 5.8, no se encontraba en Cristo; en Él no hubo pecado, 1 Juan 3.5. La miel, un edulcorante natural, sugiere la glorificación propia que caracteriza a la carne, Proverbios 25.27. Cristo no buscó la exaltación propia, sino la gloria del Padre, Juan 7.18.

El rito

El procedimiento relacionado con esta ofrenda se expone en Levítico 2.2,3. Se la presentaba al sacerdote, sacando de ella un puño de harina y aceite para que fuese quemado sobre el altar.

De la porción quemada se dice que:

era para memorial, recordando al israelita de lo que le debía a Dios;

era ofrenda encendida, o por fuego, siendo consumada para indicar que Dios la aceptó;

era de olor grato, dándole satisfacción a Dios.

En Levítico 2, Dios ordenó que se podían ofrecer tres productos como oblación; a saber, grano, masa y pan; versículos 14, 1 y 4. Estos representan tres etapas en la preparación del alimento del pueblo:

Las espigas de las primicias, o el grano del trigo, era comida común en tiempo
de cosecha; Rut 2.14.

La masa sería el mismo trigo molido en harina y mezclada con aceite como
paso intermedio.

La harina ya cocida era, en efecto, el pan.

Pero este pan se dividía también en tres formas según su preparación: (i) cocido en horno, (ii) en sartén, y (iii) en cazuela.

Y, siguiendo, el pan cocido en horno podía tomar la forma de tortas sin levadura, preparadas de una mezcla de harina fina y aceite, o podían ser hojaldres, también sin levadura y untadas con aceite.

En cada caso se ofrecía algo elaborado. El israelita presentaba una cosa el producto de su esfuerzo, figura de ofrecer su vida a Dios.

Como en el caso de los holocaustos, había oblaciones obligatorias y voluntarias. Con los diversos holocaustos estatutarios el israelita llevaba su oblación como suplemento y según reglas en cuanto a su naturaleza y volumen. Siempre contenían la flor de harina y el aceite, pero no la misma cuantía en cada caso. Con un novillo se ofrecían tres décimas de un efa de flor de harina amasada con la mitad de un hin; con un carnero, dos décimas de flor y la cuarta parte de un hin; con un cordero, la décima parte y la cuarta, respectivamente; Números 15.4 al 11. [efa = 37 litros; hin = 6,2 litros]

Estas diferentes cantidades sugieren diversas medidas de apreciación de la provisión divina, como los diferentes animales en el holocausto sugieren diferentes intensidades de adoración. Hoy día cada creyente reconoce en su medida respectiva el valor ante Dios de la vida y el servicio de Cristo cuando aquí en el mundo. De quien mucho es dado, mucho se espera.

La enseñanza expuesta

Estamos ante un cuadro apto de Cristo. Cada vez que hablamos a Dios de la vida del Señor Jesucristo nos acordamos de cuánto le debemos a Él por el don de su Hijo, quien se hizo hombre para traernos el bien. Reconocemos a la vez que vivió su vida en entera devoción a Dios. Escuchamos al Salvador decir: “Me preparaste cuerpo …Vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad”, Hebreos 10.5,7. A la vez, comprendemos algo de la satisfacción que el Padre recibió de esa vida, oyéndole anunciar dos veces del alto cielo: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia”, Mateo 3.17, 17.5. Así presentamos a Cristo en nuestra oblación.

El creyente hoy día ofrecería su vida en servicio a Dios, pero de veras reconoce que el servicio suyo es tan inadecuado e imperfecto que él presenta más bien la obra perfecta de Cristo. Esto corresponde al tipo presentado en Levítico 2. Los diversos productos presentan diferentes facetas de la vida de Cristo. En cada caso la base de la oblación es la harina producida del trigo, el mejor ingrediente que el israelita empleaba para su pan; 1 Crónicas 21.23. El oferente presentaba sólo lo mejor de la cosecha, y así era la vida de Cristo.

Las diferentes etapas en el procesamiento del trigo para alimento sugieren diferentes habilidades, experiencias y épocas en el servicio de Dios.

El grano desmenuzado nos hace recordar la juventud del Señor en Nazaret, sujeto siempre al fuego de la santidad de Dios. La masa tipifica la perfección de su servicio público y la consistencia uniforme de su carácter en asociación con la plenitud del Espíritu. El hecho de cocinar sugiere el sufrimiento; no el del Calvario, sino los de la vida del Señor en preparación para el altar.

El sartén señala los sufrimientos que Cristo padeció al encontrarse en contacto con los efectos del pecado sobre la humanidad, su tristeza evidente a los demás; Juan 11.33,38. La cazuela nos conduce a recordar los ataques abiertos de sus enemigos mientras enseñaba; “… comenzaron a estrecharle en gran manera, y a provocarle que hablase”, Lucas 11.53. El horno simboliza los padecimientos que Él experimentó fuera de la vista humana, como cuando fue tentado solo por Satanás en el desierto.

Algunos sugieren que el aceite mezclado con la flor de harina representa la encarnación de Cristo, concebido Él por el Espíritu Santo, y que las hojaldres untadas serían figura del ungimiento de Cristo por el Espíritu en su bautismo.

Nos queda por considerar otro punto, y es la relación del sacerdote con la oblación. Se trata en Levítico 6.14 al 18.

Una vez quemado el puño de harina, etc. sobre el altar, el sacerdote recibía el remanente de Dios como alimento. El hecho de que Dios lo haya designado como santo, y que ordenara que fuese cocido y consumido en el lugar santo, sugiere que todo le pertenecía a Dios, quien le dio el remanente al sacerdote para su sostén.

En esto el creyente se percibe a sí mismo representado en el sacerdote. Al ofrecerle a Dios las perfecciones de la vida de Cristo como su oblación, Él recibe de Dios lo que mantiene su propia vida espiritual y satisface su alma. El creyente aprecia cuánto es que le debe a la actividad de Cristo a favor suyo aun ahora.

Él es Jesucristo el mismo ayer, y hoy y por los siglos. Se ven en Él las mismas características que controlaron sus actividades a favor de los hombres cuando aquí en nuestro mundo. Entonces, ¿en cuál de las diversas medidas reconocemos nosotros cuánto le debemos a Él como nuestro gran sumo sacerdote, nuestro abogado, pastor y amigo?

 

 

IV   Las paces

 

En el capítulo 3 de Levítico Dios pone delante de Israel sus requerimientos con respecto a la ofrenda de paz. El nombre viene de la palabra hebrea shelem, significando seguridad. Diversas traducciones de las Escrituras al castellano la llaman “hostia de pacíficos”, “sacrificio de reconciliación”, y “de comunión”.

Se encuentra previamente en el Testamento la idea detrás de esta ofrenda, cuando un sacrificio a Dios ha dado lugar a una comida con otras personas. En Génesis 31.54, Jacob y Labán se encuentran para tomar un juramento ante Dios y participan de una comida al estilo de ofrenda. Jetro, al dar gracias a Dios por haber librado de Egipto a Moisés y los hijos de Israel, ofreció sacrificio y se sentó ante Dios a comer con Aarón y los ancianos del pueblo, Éxodo 18.12.

Así, como en el caso del holocausto y la oblación, le plugo a Dios utilizar una costumbre ya establecida para corregir lo deficiente en la metodología humana, suplir lo que faltaba y a la vez señalar a Uno que vendría cual perfecta ofrenda de paz por la humanidad.

La ofrenda de paz era un sacrificio de salvación. Se presentaba

al dar las gracias por ser rescatado, Levítico 7.12

al cumplirse un juramento (o sea, ver la salvación realizada), 22.21

como ofrenda de buena voluntad, simplemente para expresar el deseo de regocijarse con Dios, como hizo Salomón en la dedicación del templo, 1 Reyes 8.63.

Las paces consistía básicamente en un animal beneficiado, una parte del cual se daba a Dios en fuego, otra parte al sacerdote como alimento y otra para el mismo oferente como comida festiva. De esta manera el israelita reconocía su paz con Dios e indicaba su deseo de comunión con otros al expresar la paz encontrada en la salvación divina. Fue ocasión de regocijo por la paz experimentada, como en Lucas 15.23, y a la vez expresaba la satisfacción que tiene Dios por la paz impartida.

Cuán perfectamente figura Cristo anticipadamente en la ofrenda de paz. Nos regocijamos en Él quien es nuestra paz, Efesios 2.14; por Él tenemos paz con Dios, Romanos 5.1; Él hizo la paz por la sangre de su cruz, Colosenses 1.20. Cristo nos proporciona la paz y satisface el anhelo de nuestro corazón, ya que nos brinda la seguridad y certeza de vida eterna.

La ofrenda y sus ingredientes

Se escogía entre tres posibilidades el animal a presentarse como ofrenda de paz, 3.1,6,12: ganado vacuno, o del rebaño. Tenía que ser sin tacha, como en el holocausto. Sin embargo, en el 22.23 se contempla la posibilidad de ofrecer un buey o carnero deficiente, pero sólo en el caso de una ofrenda voluntaria.

Había más libertad de elección que para un holocausto, ya que podía ser macho o hembra, pero por otro lado no existía la opción de una tórtola o un palomino. Entendemos esta libertad al comprender que el propósito principal era de participar en una comida como sacrificio. Dios permitiría mayor opción para que la gente se juntara con Él con mayor facilidad y frecuencia en la comunión de la gratitud. Mal podrían participar varios de una sola ave pequeña.

Este abanico de posibilidades encuentra explicación en la persona de Cristo. Como nuestra ofrenda de paz, Él llena ampliamente toda exigencia. Dios tiene complacencia en su propia apreciación de su Hijo. Como sacerdotes nosotros nos gozamos en ministrar a otros de la paz encontrada en Cristo; como participantes en la fiesta expresamos nuestra gratitud por la salvación que Cristo ha efectuado. La meditación en Él produce una abundante satisfacción y acción de gracias, y los animales de diversos tamaños sugieren diversas comprensiones de su persona.

Dios ordenó que esta ofrenda fuese acompañada de tortas:

sin levadura, y mezclada con aceite antes de cocinarse

sin levadura y mezclada con aceite después de cocinada

sin levadura pero frita en aceite

pan leudado.

Se presentaba a Dios una de las tortas, y al sacerdote otra. Levítico 7.11 al 14.

En ellas vemos un cuadro del servicio que hombres y mujeres le prestaron al Señor cuando Él estaba aquí. La ausencia de levadura hace pensar en aquellos santos en quienes el Espíritu moraba, Juan 14.17, y quienes servían a Jesús: María, Lucas 1.35; Juan el Bautista, 1.15; Simeón, 2.25. Las tortas con levadura nos hacen pensar en los publicanos y pecadores con quienes Cristo comía. Le agradó aceptar lo que los impíos le ofrecieran, aun la mujer de la ciudad que le lavó los pies, 7.44.

El rito

El procedimiento se distinguía en algunos pasos con el del holocausto. El oferente presen-taba su sacrificio a la puerta del tabernáculo, colocaba las manos sobre la cabeza del animal, identificándose así con él. Allí mató la víctima, el sacerdote tomando la sangre para esparcirla sobre el altar. En esto se siguió el procedimiento del holocausto, recordando al israelita de que el animal había tomado el puesto suyo en muerte; su sangre rociada le expiaba.

El oferente quitaba cuatro partes del animal como la porción para Dios:

el velo que cubría los intestinos, el omento, una membrana en forma de tejido
que normalmente carga mucho sebo

la gordura floja que se adhiere a los intestinos

los dos riñones y la gordura que los cubre

la grosura de los intestinos sobre el hígado. Literalmente, este sebo es el tejido
que se extiende del riñón, no tanto una parte del mismo sino un omento menor.

Estas porciones contienen prácticamente todo el sebo dentro del animal. Una excepción se nota en el caso del cordero. Como se encuentra en Palestina, el cordero cuenta con otro depósito significativo de grosura en la parte superior del rabo. Así es que leemos en el 3.9 que la porción para Dios incluiría “la cola entera, la cual quitará a raíz del espinazo”.

Con sus propias manos el oferente entregaba toda la gordura al sacerdote para que fuese quemada sobre el altar. Le correspondía a Jehová, cual ofrenda por medio de fuego. Su significado era una plena devoción a Dios; para Él era de aroma agradable: “Vianda es de ofrenda que se quema en olor grato a Jehová; toda la grosura es de Jehová”, 3.16. La aprobación divina se evidenciaba por el hecho de ser consumida.

Realizado este paso, el oferente le daba al sacerdote las porciones suyas: el pecho mecido y la espaldilla elevada, 7.34. Quizás tanto el oferente como el sacerdote movían el pecho del animal de un lado a otro en un movimiento horizontal: primeramente hacia el altar para simbolizar su presentación a Dios, y luego hacia el sacerdote como para él. De la misma manera se hacía con la espaldilla, 10.15, pero ahora hacia arriba para Dios en reconocimiento que era un presente suyo para el sacerdote.

De último se participaba en la comida que era parte íntegra de la ceremonia. Dios les devolvía al oferente y su familia lo que restaba del animal sacrificado. Lo comían delante de Jehová en el lugar donde Él escogió poner el nombre suyo, Deuteronomio 12.11,18. Era ocasión de regocijo, 12.7; Dios era el anfitrión, ya que el animal le había sido dado a Él y lo compartía con los israelitas.

¡Bien han podido comer ellos con alegría! 1 Corintios 10.18 explica que al comer de esta manera el israelita expresaba su comunión con el altar, o sea, con Dios.

Él tenía que hacerlo el mismo día en el caso de una ofrenda de gratitud, pero podía dejar una parte hasta el día siguiente en el caso de un voto o una ofrenda de voluntad propia. Lo que quedaba, se debía quemar. No se aceptaba la ofrenda si una parte fuera dejada hasta después del lapso establecido; el oferente tenía que responder por su dejadez, ofreciendo otro sacrificio. Dios no quería demora entre el acto de beneficiar el animal y la participación del mismo; el oferente no debía olvidarse de la muerte al disfrutar de sus beneficios.

Fue necesario cumplir con varias condiciones al participar de la ofrenda de paz. No era permitido comer de carne que había tenido contacto con lo ajeno; era quemado. Quien comiera tenía que estar ceremonialmente limpio. Al no respetar esta norma, uno sería excomulgado, quedando su persona y sus bienes fuera del alcance de la protección de los ancianos de la nación. O sea, perdería los privilegios del pacto; Levítico 7.15 al 21. Compárese Génesis 17.14.

En cuanto a las prohibiciones, observamos que no les era permitido comer el sebo; era de Dios. Tampoco podían consumir la sangre, Levítico 7.22 al 27; la vida estaba en la sangre, y era para expiación, 17.11.

La enseñanza expuesta

En esta ceremonia vemos a Cristo como el oferente, el sacerdote y la ofrenda.

Como oferente, se presentó a Dios para la salvación nuestra, Hebreos 10.7. Se entregó a la muerte para que todos participasen en la satisfacción que su muerte trajo. Nosotros, como uno con Él y miembros de su cuerpo, apreciamos a Cristo hoy día cual ofrenda de paz nuestra, identificándonos con Él en muerte, Gálatas 2.20.

En el animal beneficiado vemos a Cristo dándose voluntariamente a la muerte a favor nuestro. Nadie le quitó la vida; Él tenía poder para ponerla, y la puso, Juan 10.18. El sacerdote, al rociar la sangre, habla de Cristo al presentar la sangre suya a Dios en los cielos, donde ella habla hoy, Hebreos 12.24. Vemos también a Cristo como oferente que divide el sacrificio. El sebo es para Dios, como excelencias escondidas y perfecciones secretas que tan sólo el Padre ha podido estimar en Cristo. Nadie conoce al Hijo, sino el Padre, Mateo 11.27. “Sólo el Padre en gloria allí, del Hijo supo el amargor”.

La porción para el sacerdote, el pecho y la espaldilla, habla de la satisfacción especial que Cristo encuentra en algunos de sus propios atributos.

El pecho es símbolo del afecto y el hombro de fuerza. Cuántas veces habló el Señor del amor suyo hacia Dios, los suyos y el mundo. Habló también del poder suyo para sanar, Lucas 5.17; enseñar, Lucas 4.32; perdonar pecados, Mateo 9.6; morir y resucitar de entre los muertos, Juan 10.18; vencer al fuerte, Satanás, Mateo 12.29; venir en gloria real, Mateo 24.30. De veras, todo poder le fue dado a Él, Mateo 28.18. Cristo se alegra cual gigante para correr el camino, Salmo 19.5.

Pero los creyentes encuentran el gozo suyo en Cristo como la ofrenda. Le estimamos como nuestra ofrenda de paces. Él fue puesto a la muerte por nosotros, su sangre esparcida a favor nuestro. Dios recibió la porción suya, por cuanto avalora las excelencias escondidas de Cristo. El Señor mismo también ha recibido lo suyo en ver del fruto de la aflicción de su alma, quedándose satisfecho.

Queda, entonces, la comida que es parte integral de la ofrenda. Es la comunión del creyente con Dios, un símbolo de la amistad y paz con Dios. Se come la ofrenda hoy en el lugar señalado y según la ordenanza dada. Dios le convida al creyente a sentarse a la mesa suya y gozar de comunión con Él, Hebreos 13.10. Es una experiencia nuestra no tan sólo en la cena del Señor, sino en toda la provisión de Dios a favor nuestro. Nos alimentamos de Cristo quien padeció por nosotros; su carne, dada por la vida del mundo, sostiene nuestra vida espiritual, Juan 6.51.

“El pan que partimos, ¿no es la comunión del cuerpo de Cristo?” 1 Corintios 10.16. En la cena nos sentamos en comunión con Dios, regocijándonos en lo que Cristo ha hecho a favor nuestro; Lucas 22.19,20. El mandamiento a participar del animal en el día de su muerte nos hace recordar que debemos mantener siempre en mente la muerte de Cristo; en la gloria se le ve como si fuera el Cordero recién inmolado, Apocalipsis 5.6.

Al traer su ofrenda, el israelita tenía que participar de la porción suya en ese día o en la noche, siéndole permitido dos días en el caso del voto o la ofrenda por iniciativa propia. Una demora hasta el tercer día nunca sería admisible.

La mañana tipifica el tiempo de la manifestación de Cristo, Juan 21.4, la ocasión de nuestra salvación, Romanos 13.12. El tercer día es el de la resurrección, 1 Corintios 15.4. Ambas figuras sugieren que en la cena del Señor nos concentramos en Cristo como las paces en espera de la redención de nuestros cuerpos. La fiesta es hasta que Él venga, 1 Corintios 11.26.

Además, el la acción de gracias a Dios por su Hijo debe contar con un lugar prominente en las peticiones cada vez que nos reunimos para la oración. Nos regocijamos junto con Dios, compartiendo con Él nuestras diversas apreciaciones de Cristo y expresando gratitud por la gran salvación que nos ha proporcionado.

El creyente debe estar en la correcta condición espiritual para participar de esta ofrenda de paz. Para contar con la comunión con Él, no podemos andar en tinieblas, o sea, una vida caracterizada por impureza de motivos, pensamientos, palabras o hechos, 1 Juan 1.6. La limpieza de esta maldad exige la confesión de nuestros pecados y el reconocimiento día a día de la eficacia limpiadora de la sangre de Jesucristo su Hijo, 1.7.

A la vez, el cristiano puede hacerse partícipe de la porción del sacerdote en esta ofrenda. Mientras ministra Cristo a los demás, Él mismo recibe el pecho mecido y la espaldilla elevada. Él avalúa aun más el afecto de su Señor y experimenta el poder de Cristo para suplir sus muchas necesidades. Busquemos más y más este servicio santo y sus galardones abundantes.

 

 

V   El sacrificio para expiación

 

Nota del traductor:  Hablaremos del sacrificio de expiación en esta sección, a sabiendas de que el título añadido al texto de muchas ediciones de la Biblia es “el sacrificio por el pecado”. En la sección siguiente hablaremos del sacrificio de restitución, a sabiendas de que la edición de las Escrituras que más se usa en castellano no ofrece un título que aclare bien el asunto; dice simplemente “Ofrendas expiatorias”. Procuraremos evitar el término sacrificio por el pecado, ya que en realidad abarca dos ofrendas.

El autor de este escrito nos enseña que el primer tema se extiende hasta el 5.13 y el segundo empieza en el versículo siguiente. La Biblia anotada por Scofield, por citar un ejemplo bien conocido, sugiere más bien que el capítulo 4 trata de “la ofrenda por el pecado”, el capítulo 5 de “la ofrenda de expiación” y el 6 de “la ofrenda de expiación y restitución”.

El trozo 5.1 al 13 es difícil. Me ayudó un comentario de otro autor, C.S. Stuart: “Para una clase de las ofrendas por el pecado, Jehová tomó en cuenta la capacidad del oferente, 5.1 al 13, y para otra clase la medida de su responsabilidad”.

 

Los detalles de la ofrenda por la expiación se encuentran en Levítico 4.1 al 5.13, con instrucciones adicionales en 6.24 al 30.

La palabra hebrea traducida como “ofrenda por el pecado” es chattath, procedente de una raíz que significa no dar en el blanco. A veces se traduce simplemente “pecado”, o sea, la ofensa, Génesis 18.20; pero se encuentra mayormente como el término técnico para la manera en que se cubría el pecado; o sea, la ofrenda que queremos considerar ahora. En Levítico 4.3 encontramos la expresión dos veces, traducida primeramente como “pecado” y luego como “expiación”.

A diferencia de las ofrendas que hemos visto hasta ahora, no hay mención alguna de esta ofrenda hasta que se dio la ley ceremonial. Génesis 4.7 no es una excepción; fue el pecado (y no la ofrenda por el pecado) que estaba a la puerta de Caín.

La expiación del pecado es un concepto nuevo, encerrado por cierto en el holocausto y las paces pero resaltado aquí. No se encuentra esta ofrenda antes del Sinaí, ya que por la ley vino el conocimiento del pecado. No se inculpa de pecado donde no hay ley, Romanos 5.13.

Se especifica claramente el propósito de la ofrenda de expiación. Fue para expiar al israelita que había quebrantado la ley de Dios y restaurarle a una debida relación con Él; Levítico 4.31. Su propósito no tenía que ver con el pecado cometido adrede; éste llevaba su propio juicio. Se satisfacía más bien la exigencia de un pecado cometido sin el propósito de hacerlo, pero del cual el ofensor tenía conocimiento.

Se encuentran en 5.1 al 4 ejemplos de lo que la ofrenda preveía. Cuando un israelita se daba cuenta de qué había hecho, él tenía que confesarlo, 5.5, y traer la ofrenda, 5.6. Habla allí del “pecado que cometió” pero mejor sería “por su culpa”. En el animal presentado como su sustituto, el oferente recibió el castigo que le correspondía a él.

Es importante observar que este sacrificio fue la provisión de Dios para su propio pueblo, a saber los que se habían protegido por la sangre del cordero pascual, redimidos ya de la servidumbre de Egipto. Fue un preludio necesario a las demás ofrendas en el deseo del israelita de adorar. Este sacrificio le infundió una profunda conciencia del pecado y la culpabilidad, aun desconociendo él lo que había hecho. Todo tenía que ser expiado, y sólo por sacrificio.

Los animales sacrificados

Ante diferentes rangos de pecadores se exigían diferentes animales, enfatizando así una mayor responsabilidad de parte de unos en comparación con otros.

Eran cuatro los grupos:

El sumo sacerdote, Levítico 8.12, tenía que traer un becerro, 4.3 al 12

Se exigía un sacrificio similar por toda la congregación, 4.13 al 21

Un jefe tenía que traer un macho cabrío, 4.22 al 26

Uno del pueblo común debía presentar bien sea una cabra, 4.27 al 33, una hembra ovejuna, 4.32 al 35, dos tórtolas o dos palominos, 5.7 al 10, o la décima parte
de un efa de flor de harina, 5.11 al 13, cada cual según su capacidad.

El becerro del sumo sacerdote era la misma ofrenda exigida del pueblo entero, ya que el pecado de ese hombre incidía en toda la congregación. Parece que el mayor rango demandaba algo de mayor valor, dando a entender que en los ojos de Dios el pecado era más serio.

La aplicación de esto hoy día es obvia. Los que asumen responsabilidad deben cuidarse del pecado. El pecado es por demás pecaminoso en aquellos que cumplen un servicio en la iglesia, sea el de anciano, maestro, evangelista o instructor en la escuela dominical; Santiago 3.1. Un pecado que impacta en toda la asamblea es también muy serio en los ojos de Dios; véase Amós 3.2. Así como Israel tenía que ser santo, estando a la vista de las otras naciones, la asamblea es un centro del cual se extiende el evangelio, y ella tiene que mantener una reputación sin tacha.

Un jefe, líder de la tribu, estaba en una posición de autoridad seglar. Su sacrificio, siendo de mayor valor que el del pueblo común, indica un mayor grado de responsabilidad en cuanto a la santidad de vida. El creyente de estos tiempos que ocupa un cargo prominente en el mundo tiene también el deber de cuidar que no sufra su testimonio ante los hombres.

El pueblo común no estaba exento de presentar la ofrenda por su expiación. Hay que expiar el pecado en todo aquel que lo tenga. Pero Dios en su gracia hizo posible que todos, aun siendo pobres, tuvieran esta oportunidad. Estos ciudadanos escogían entre cuatro grados de ofrenda, según fuese su posibilidad. Se incluía aun el de menos recursos, quien podía traer tan sólo la décima parte de un efa de harina. Dios estaba mostrando que Él toma en cuenta los pecados de todos sus hijos, aun los que tal vez sean de poco importe ante sus prójimos.

A la vez, Cristo es el sacrificio para la expiación a la disposición de todo creyente. Hay que estimar el valor de la sangre suya para limpiar de todo pecado, antes de acercarse a Dios. Antes que Él acepte del creyente a Cristo como el holocausto, ese creyente debe reconocer su deber ante Cristo como su ofrenda.

Se describen en Levítico 5.1 al 4 los tipos de pecados que exigían esta ofrenda, y la lista es adicional a los que se cometen inconscientemente según 4.2,13,22. Si bien ningún pecado es tan trivial en los ojos de Dios como para ser pasado por alto, Él es bondadoso y desea perdonar aun las transgresiones menores. Para algunos pecados, los truenos de la ley demandaban juicio inexorable, Números 15.30.

Pero los que se cometían sin pleno conocimiento, negando testificar cuando uno ha debido, tocando cosa inmunda, hablando temerariamente por estas cosas Dios tenía al ofensor por culpable pero a la vez hizo provisión para que expiara la culpa por medio de una ofrenda. En todo esto Él nos enseñaría que los pecados estimados como poca cosa según normas humanas no son insignificantes ante Él, sino que estorban la debida adoración de parte del creyente.

El rito

El procedimiento del sacrificio para la expiación consistía en seis acciones:

Traer una ofrenda a la puerta del tabernáculo

Poner las manos sobre el animal, posiblemente confesando
el pecado, Levítico 5.5, 16.21

Matar la víctima donde se efectuaba el holocausto

Atender a la sangre: (a) En el caso del sumo sacerdote o la congregación entera,
el sacerdote la rociaba ante el velo, ponía una parte sobre los cuernos del altar de incienso y derramaba el resto a la base del altar de cobre; (b) En los demás casos,
él ponía una parte sobre los cuernos del altar de cobre y el resto a su base

Quemar el sebo sobre el altar de bronce

Disponer del remanente del animal beneficiado: (a) Tratándose de la ofrenda para
el sumo sacerdote o la congregación entera, era quemado fuera del campamento; (b) En los demás casos, el sacerdote comía el sobrante, Levítico 6.29,30.

Cuando se ofrecían aves se exprimía la sangre de una de ellas sobre un costado del altar de cobre y se derramaba el resto al pie del altar. Se ofrecía la segunda ave como holocausto, 1.15 al 17. Al traer harina, no se añadía aceite ni incienso como se hacía para un holocausto. Sin embargo, se quemaba un puño de harina sobre el altar como memorial.

Un estudio de estos procedimientos arroja observaciones interesantes. En todo caso se presentaba la ofrenda en el mismo lugar: la puerta del tabernáculo. No hay distinciones entre pecadores ante los ojos de Dios; Romanos 3.22,23. Las manos puestas sobre la víctima y la confesión de pecado indicaban la identificación del oferente con la ofrenda y hacían saber que ese animal llevaría el juicio que correspondía al pecado cometido.

La mención específica de que se efectuara este sacrificio en el lugar donde se ofrecía el holocausto nos hace ver el nexo entre las dos ceremonias. El mayor detalle acerca de la sangre del animal en el sacrificio por el pecado hace resaltar la verdad de Hebreos 9.22: “Sin derramamiento de sangre no se hace remisión”.

El esparcimiento de la sangre de la ofrenda del sacerdote y la congregación ante el velo nos recuerda que las transgresiones de los sacerdotes de Dios deben ser expiadas en el lugar santo, donde tan sólo entraban sacerdotes en ese entonces. Tratándose del jefe y el israelita del pueblo, se aplicaba la sangre sólo al altar en el atrio, el único sitio en el tabernáculo al cual ellos tenían acceso. Así, mientras más el pecador se acercaba a Dios, más intensa tenía que ser la expiación.

Y, como en el caso de la ofrenda de paces, la gordura le correspondía sólo a Jehová. Se quemaba toda sobre el altar como evidencia visible de la aprobación divina de la parte más estimada. Un punto final es que la quema fuera del campamento de los desechos del animal del sumo sacerdote o la congregación entera nos recuerda que en ese lugar se castigaba al blasfemo, Levítico 24.14,15.

La enseñanza expuesta

Este sacrificio para la expiación del pecado era una provisión que Dios hizo para los que ya estaban amparados por la sangre del cordero pascual. Esto indica la necesidad del creyente de estimar a Cristo como la ofrenda por su pecado antes de acercarse a Dios en adoración o servicio; Hebreos 9.14. La figura no es tanto la del pecador en busca de la salvación inicial, sino de la provisión en Cristo por los pecados en la vida diaria después de salvo. Uno hace bien al estar consciente de sus pecados, aun regenerado ya, y de su necesidad de la limpieza si aspira agradar a su Señor.

Todo aquel que pecare, cualquiera su rango, tenía que traer su ofrenda y matarla ante el altar de cobre. Todo creyente, sin consideración de su situación en la iglesia, puede contar con una misma ofrenda, la muerte de Cristo en cruz. “La sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado”, 1 Juan 1.7. Así como el israelita confesaba su pecado, colocando la mano sobre su ofrenda, el creyente encontrará que si confiesa su pecado, Dios le será fiel y justo en perdonar.

El esparcimiento de la sangre en el lugar santo conduce nuestros pensamientos a la sangre de Cristo que prevalece a favor nuestro en el Lugar Santo, el cielo, al cual tenemos acceso hoy día cual sacerdotes; Hebreos 9.12, 10.19 al 22, 12.24. El sacerdote esparcía la sangre, y el Sacerdote nuestro en la gloria presenta ahora a Dios el valor de la sangre suya como propiciación por los pecados nuestros. A esta función Él fue nombrado por Dios, 2.17.

El sebo quitado como lo fue también en las paces y su quema sobre el altar para dar un olor grato a Jehová, indica la delicia que tiene Dios en el sacrificio de Cristo como nuestra ofrenda expiatoria. La voluntad de Jehová ha sido en su mano prosperada. Se quemó esta gordura fuera del campamento como recordatorio a nosotros de que “Jesús, para santificar al pueblo mediante su propia sangre, padeció fuera de la puerta”, Hebreos 13.12. Fuera de Jerusalén, Juan 19.20, en el lugar de reproche, el Rey de gloria se sometió a esta humillación.

Por su amor manifestado, vamos a él;
quien sufrió real afuera, Vamos a él.

La ley del sacrificio para la expiación del pecado en Levítico 6.24 al 30 nos impresiona con la santidad que Dios lo asignaba. Se comía tan sólo en el lugar santo; sólo varones lo hacían; se colocaba en vasos santos; era muy santo. Y así con el gran antitipo de esta ofrenda. Él no era un sacrificio de sobrantes o rechazos, sino el Santo, el que se ofreció sin mancha a Dios, Hebreos 7.26,27.

Que vaya en aumento, entonces, nuestra apreciación del valor de la obra de Cristo en el Calvario por los pecados nuestros. Que le veamos de nuevo “hecho pecado por nosotros”. Que nos apresuremos a valernos de su obra expiatoria en bien de aquellos pecados que cometemos tan prestamente como creyentes. Nos incumbe reconocerlos y juzgarlos a la luz de la santidad de Dios, no comparándolos con lo que otros hacen. Confesemos nuestros pecados, buscando perdón y limpieza por la sangre de la cruz; es ésta la ofrenda por la expiación del pecado que vale hoy día. De esta manera, podremos proceder en el santo ejercicio de la adoración.

 

 

VI   El sacrificio para restitución

 

Bajo el esquema levítico había una asociación estrecha entre el sacrificio para la expiación y el sacrificio para la restitución. Ambos eran por el pecado, el primero enfatizando la necesidad que el pecador fuese limpiado y reconciliado con Dios, y el segundo enfatizando la satisfacción por la falta cometida. Las dos ofrendas son de distinguirse del holocausto, la oblación y el sacrificio de paces por ser estas tres ofrendas de olor grato, mientras que la de expiación y restitución tienen que ver con el pecado y la necesidad de la restauración del ofensor a Dios.

La palabra hebrea ‘asham se ha traducido como sacrificio por la culpa (el 7.1 y varias veces en Levítico 14) o en expiación (v.g. 5.6,18, 6.6) o infracción (5.19). Se emplea el término al referirse a:

el hecho de delinquir, Salmo 68.21 (“el que camina en sus pecados”)

la ofrenda para la restitución, Levítico 5.18 (“traerá al sacerdote para expiación”)

el resarcimiento de una falta, 1 Samuel 6.3, (“no la enviéis vacía,
pagadle la expiación”).

‘asham encierra la idea de un daño a otro. A veces es muy difícil separarla de chattath, “pecado”, ya que toda culpa es pecado. A veces se intercambian las palabras, como Levítico 5.6 que se refiere a la ofrenda que ya hemos tratado. Parece, sin embargo, que ásham es el mal que se ha efectuado, mientras que chattath es el hecho de hacerlo.

Una culpa es cuantitativa, Esdras 10.10, y esta ofrenda tiene que ver con aquellos pecados que resultan en una deuda medible. Trata no sólo de la expiación, sino también con la reparación del daño material infligido a otro.

Se ordenó el sacrificio para la restitución para un tipo específico de pecado, descrito como una culpa, yerro y prevaricación, Levítico 5.15, 6.2. En estos versículos se emplea un vocablo que expresa la idea de actuar solapadamente, dando a entender que el ofensor se aprovechó de otro.

Se divide la culpabilidad en dos grupos:

en las cosas de Jehová, 5.14 al 19

en las cosas del prójimo, 6.1 al 7.

El yerro en las cosas de Jehová se divide a su vez en (1) lo que uno ha debido hacer pero no hizo; v.g., diezmar y dar de las primicias, Malaquías 3.8,9; y (2) lo que uno no ha debido hacer, como comer de la grosura de la ofrenda de paz, o sacrificar animales deficientes cuyos defectos uno sabía después, Malaquías 1.8. Se describe la idolatría bajo esta categoría, 2 Crónicas 28.22,23. No se había abusado a sabiendas en las cosas de Dios, como dice específicamente 5.15,18.

¿Hace falta que hablemos de la posibilidad de que creyentes hoy día incurran en culpa “en las cosas santas de Jehová?” Podemos retener de Dios sus exigencias justas sobre nuestro tiempo, recursos y energías. Son faltas que a veces cometemos sin darnos cuenta, pero debemos estar dispuestos a confesarlas, restituir a Dios lo que dejamos de darle y a la vez añadir la quinta parte. Cristo es el “carnero sin defecto” para nuestra ofrenda de restitución, y por Él reponemos lo robado y obtenemos el perdón.

Levítico 6.1 al 3 explica la naturaleza de una falta contra el prójimo. Es actuar deshonestamente en cuanto a un depósito bajo custodia, robar, calumniar, defraudar, encubrir lo que uno ha encontrado o jurar falsamente. En cada caso hay el asunto de aprovecharse de lo ajeno. Posiblemente se cometían estas prevaricaciones a veces sin darse cuenta, ya que Éxodo 22.1 al 15 menciona castigos más severos para los hechos de deshonestidad voluntaria.

Observemos que la ofensa al prójimo era a la vez una ofensa contra Jehová, Levítico 6.2. Así fue necesario traer un carnero en todo caso para expiar esta falta ante Dios. Esta ofrenda era básicamente particular del oferente; su propósito era la satisfacción a otro por el abuso cometido y a Dios cuya ley había sido infringida. Nunca se ofrecía este sacrificio en días santos, ni lo hacía la congregación, como en el caso de la ofrenda para la expiación.

El rito

El procedimiento del sacrificio para la restitución consistía en:

la confesión de la falta cometida, Números 5.7,

el avalúo del daño y su restitución

el sacrificio del carnero para Dios.

El sacerdote estimaba los daños en función de la medida del santuario, que era el siclo de plata, 5.15. [Una gera = 0,57 gramos; veinte geras = un siclo = 11,4 gramos de plata] Fue sólo después de 140 a.C. que se hablaba del siclo como una moneda. Era el peso usado para cuantificar los derechos que le correspondían a Dios; parece haber sido mayor que el siclo del comerciante, Génesis 23.16, y del rey, 2 Samuel 14.26.

Las diversas culpas se restituían según los pesos establecidos por el sacerdote. A esta cantidad se añadía una quinta parte para determinar cuánto dar al prójimo. En el caso que hubiese fallecido después de haber sido agraviado, sin dejar herederos, el dinero de la restitución iba al sacerdote como representante de Dios. El hecho de aumentar los daños con una quinta parte protegería contra demora en arreglar el asunto.

Solamente al haber atendido al pago, se ofrecía el carnero. Dios no consideraría el perdón sin que uno hubiese compensado los daños causados. A diferencia de la ofrenda para la expiación, se podía ofrecer un solo animal en sacrificio. En la ofrenda para la expiación había diversos grados de sacrificio, pero en esta ofrenda el mensaje era que no hay aceptación de personas con Dios, Romanos 2.11. Todos los que han defraudado deben reconocer el agravio y deben traer el carnero por su falta ante Dios. El carnero sería sin tacha, un símbolo de la perfección de Cristo conocida a Dios.

El propósito era la expiación del pecador, ya que todo yerro, sea contra Jehová o contra el prójimo, se consideraba como infidelidad a Dios, Levítico 6.2. Fue en este sentido que David reconoció: “Contra ti, contra ti sólo he pecado”, Salmo 51.4. Aun cuando había perjudicado grandemente a Urías, él había pecado contra Dios; compárese Lucas 15.18,21.

Que seamos conscientes siempre de que nuestras ofensas contra nuestros semejantes son ofensas contra nuestro Dios.

Se beneficiaba el carnero donde se preparaba el holocausto; fue al lado norte del altar de cobre, Levítico 1.11. La sangre se rociaba sobre el altar. En el sacrificio anterior el sacerdote la aplicaba con el dedo y en mayor detalle. El rito distinto para la sangre de esta ofrenda estriba del hecho de que en la ofrenda para la expiación era necesario limpiar todo lo que estaba afectado por el pecado. En esta ofrenda el aspecto sobresaliente era la restitución del daño causado; el rociamiento estaba en el trasfondo.

Luego se quitaba el sebo del carnero, como en las ofrendas de las paces y para la expiación, Levítico 3.9, 4.31. Se lo quemaba sobre el altar, cual ofrenda encendida a Jehová, 7.3 al 5. El resto pertenecía al sacerdote, para ser consumido por varones solamente, en el lugar santo. Al igual que la ofrenda para la expiación, se trata de “cosa santísima”, una expresión relacionada a las partes que sólo los sacerdotes podían comer, 2.3.

La enseñanza expuesta

Se empleó proféticamente el término ‘asham al referirse al sacrificio de Cristo en el Calvario, Isaías 53.10. El propósito de Dios había sido frustrado por la caída; el hombre había pecado, cometiendo transgresión contra Dios, reteniendo lo que era de la Deidad. El honor divino se encontró lesionado, su trono desestimado, su gloria amenazada.

Pero Cristo, quien honraba siempre al Padre, pagó con creces la recompensa en sus sufrimientos en el Calvario. La cruz reveló el trono de Dios, su honor, su gloria de una manera jamás vista. La obediencia hasta la muerte honró a Dios; los padecimientos manifestaron la gloria de Dios; su disposición de sufrir vindicó la justicia del trono divino. Por la revelación del Calvario, mejor podrán los redimidos cantar en la eternidad del amor de Dios.

Sin contradicción, Cristo pagó por nosotros lo que no había robado, Salmo 69.4. Fijémonos en la expresión mucho más en Romanos 5. En el versículo 15, la gracia abundó mucho más que la transgresión, y en el 17 el imperio de la vida excede mucho más que el de la muerte. Pablo resume el asunto en el versículo 20, donde el pecado abundó pero “sobreabundó la gracia”. La muerte de Cristo satisfizo plena-mente todo lo que demandaba la justicia de Dios.

En el Calvario el Señor canceló de un todo la deuda que nuestros pecados habían incurrido, pero su sacrificio fue mayormente para Dios, con el fin de que Él se satisfaga en cuanto a nosotros. Dios avalúa las culpas nuestras según su propio estándar, “el siclo del santuario”. El Señor Jesús pagó ese precio.

Así, Cristo se presentó a sí mismo ante Dios como una ofrenda para la restitución. Obsérvese Isaías 53.10: “Cuando haya puesto su vida en expiación”. [“Si ofreciere su alma por el pecado”, Vulgata Latina; “Cuando hiciere su vida por el pecado”, Versión Moderna, 1893; “Ofreciendo su vida en sacrificio por el pecado”, Nacar-Colunga; “Cuando él ponga su vida como medio expiatorio”, Bover-Cantera]

La experiencia suya allí fue más que un sacrificio, más que una muerte. Fue “muerte de la cruz”, Filipenses 2.8; fue la muerte que encerró la vergüenza, burla y soledad. De cierto, Él añadió la quinta parte por cuenta nuestra.

Hoy día estamos muy conscientes de que un creyente puede incurrir en culpa y abusar los derechos de sus semejantes. Uno tal vez actúe falsamente en negocios; se aprovecha de las circunstancias adversas de otro para obtener beneficio para sí; roba tiempo de su patrón; no paga a otro su jornal justo, Santiago 5.4; no le entrega a su dueño algo que encuentra extraviado.

¿Qué debe hacer? La ofrenda para restitución nos enseñaría que no podemos esperar ser perdonados hasta haber satisfecho a aquel a quien hemos abusado. Confesemos el yerro, por humillante que sea la experiencia. Restituyamos en lo posible el daño causado, y con creces.

Esta restitución tiene que ser según las normas divinas, y no los rebajados estándares humanos. No se permite que uno se declare en bancarrota y por ende exento de cancelar sus deudas con otras personas. La Palabra de Dios exige una cancelación completa.

El yerro se valora según “el siclo del santuario”. Luego, uno le presenta Cristo a Dios como su ofrenda de restitución, cual Cordero sin mancha y sin contaminación, Cordero éste que lleva el pecado del mundo. Es así que el hijo de Dios logra “tener siempre una conciencia sin ofensa ante Dios y ante los hombres”, Hechos 24.16.

 

 

 

VII   La libación

 

Dos ofrendas subsidiarias acompañaban la mayoría de las principales bajo el régimen levítico; a saber, la oblación y la libación. Veamos ahora la segunda de éstas.

El término “libación”, Éxodo 29.40, es la traducción del hebreo nesek, una palabra cuya raíz significa el acto de derramar. El derramamiento de un líquido era un método reconocido de propiciar un dios entre las naciones paganas.

En Daniel 2.46 Nabocodonosor ordenó que Daniel fuese adorado por medio de una libación. En su apostasía, Israel había copiado prácticas de los paganos en derramar sobre sus azoteas ofrendas a dioses falsos y a la hueste del cielo, Jeremías 32.29. Por esto recibieron el justo juicio de Dios en la forma de los caldeos enviados en su contra. Se decía que el dios al cual se dirigía la ofrenda bebía el vino de su libación; Deuteronomio 32.38.

El primer ejemplo de una libación se encuentra en la vida de Jacob. En Génesis 35.14 se cuenta que derramó una libación sobre el obelisco de piedra que había erigido como memorial en la ocasión cuando Dios habló con él. Para su adoración en esta ocasión él empleó aceite. Antes, al haber dejado casa paterna, él vació aceite sobre la piedra que usó de cabecera en la noche en que Dios le habló; Génesis 28.18. David es otro que ofreció una libación. Él recibió el agua del pozo de Belén, por la cual hombres habían arriesgado la vida. Él la vació en tierra como ofrenda a Dios, 2 Samuel 23.16.

Vemos, entonces, que nesek se utiliza para las libaciones en general y también como el término técnico para describir el acto de derramar vino sobre dos ofrendas de olor grato, el holocausto y la ofrenda de paces, como Dios ordenó. Entendemos que no se realizaba este paso con los sacrificios por el pecado. La aplicación más frecuente bajo el procedimiento levítico parece haber sido en relación con el holocausto, donde estaba asociada estrecha-mente con la oblación. Parece que no era permitido ofrecer holocausto sin estas dos ofrendas subsidiarias.

Es llamativa la omisión de la libación en Levítico 1 al 6, y la explicación se encuentra en Números 15.2. La ordenanza fue dada para cuando Israel entrara en la tierra, ya que en el desierto el vino no estaría disponible en cantidades adecuadas.

Los materiales

Se empleaban varios materiales para una libación. Jacob derramó aceite, el emblema de grosura, como expresión de la abundancia que había recibido de Dios. David vació en tierra agua, ofreciendo a Dios el servicio que aquellos hombres habían prestado al poner a riesgo sus vidas.

El salmista habla de libaciones de sangre de parte de Israel en su idolatría, Salmo 16.4. Tal vez la referencia sea realmente a sangre, ya que algunos ofrecieron sacrificios humanos a Moloc y Quemis. Alternativamente, se ha podido hablar en figura del vino, que es la sangre de la uva, Deuteronomio 32.14. O, la libación de sangre puede ser una manera metafórica de expresar que el oferente tenía las manos manchadas de sangre.

Dios ordenó que la libación para Él fuera de vino, Éxodo 29.40, llamado “vino superior” en Números 28.7 por ser el mejor que el israelita poseía. El vino alegra el corazón del hombre, Salmo 104.15, pero embriaga a quien lo tome en exceso, Proverbios 23.29,30.

El vino, evidencia de la bendición de Dios, Génesis 27.28, se emplea en las Escrituras como emblema del gozo, ya que alegra a Dios y al hombre, Jueces 9.13. Así, la libación le complacía a Dios; le era de olor grato, Números 15.7. En Oseas 9.4 el profeta dijo que Israel dejaría de presentar sus libaciones de vino y por esto no agradaría a Dios.

La libación expresaba también el placer del oferente en ofrecer su sacrificio. Con todo, no podemos pasar por alto que los efectos adversos de tomar un exceso de vino lo señalan como símbolo de la ira, Apocalipsis 14.10. Esto lo experimentaba el animal mientras el fuego lo consumía.

El rito

No había un procedimiento extenso para la libación. Ella consistía en derramar diversas cantidades de vino según fuera el sacrificio, Números 15.5,7,10. Con un cordero se ofrecía la cuarta parte de un hin (aproximadamente 1,5 litros); con un carnero, la tercera parte de un hin; con un novillo, medio hin. Los diferentes valores ofrecidos eran indicio de diferentes apreciaciones de parte del oferente. Mientras mayor la ofrenda, mayor la complacencia de Dios en el sacrificio.

Se medía la cantidad en el lugar santo, y Números 28.7 explica que se lo hacía ante Jehová. Con este fin se guardaban vasos de oro sobre la mesa de los panes, Éxodo 37.16, Números 4.7, “los tazones para libar”. Algunos expositores opinan que se vaciaba el vino sobre el altar de cobre, basándose en Éxodo 30.9: “tampoco derramaréis sobre él [el altar de incienso] libación”. Urías, al levantar un altar falso para Acaz, derramó su ofrenda sobre el altar; 2 Reyes 16.13.

Sin embargo, entendemos de Levítico 23.18 que se vaciaba la libación más bien sobre la porción del animal que se quemaba; era parte de la ofrenda encendida y a menudo se conceptúa como parte del sacrificio; Números 15.5,11,12. El sacerdote nunca consumía la libación; todo era para Dios. El derramamiento significaba la devoción del oferente a Jehová.

La enseñanza expuesta

La libación, al igual que las demás ofrendas levíticas, nos enseña lecciones sobre la obra del Señor en el Calvario. Simboliza el gozo que el Padre recibió de la muerte de su Hijo.

Cristo era siempre el placer del Padre, sea en la creación, Génesis 1.31; en la encarnación, Hebreos 10.6 al 9; en los años de su humanidad en privado, Lucas 2.52, 3.22; en su servicio, Mateo 12.18. Pero fue de su muerte que el Padre recibió mayor honra. Le plugo que Uno tan capaz fuese dispuesto a llevar el juicio de la criatura. Con gozo el Padre le levantó de entre los muertos, le exaltó a la diestra de la Majestad en los cielos y le puso como expiación por los pecados. ¡Qué delicia le era el Señor Jesucristo a Dios!

La ofrenda de la libación también dio expresión a la complacencia del oferente. Así, a Cristo le agradó ofrecerse por los pecados nuestros. “El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado”, Salmo 40.8. Vemos en el vino en este sacrificio un símbolo de la ira que Jesús padeció en el Calvario, cuando Dios vació sobre Él la ira que nos correspondía a nosotros.

Pero el Nuevo Testamento enseña otra lección de la libación. Escribe Pablo en Filipenses 2.17: “… aunque sea derramado en libación sobre el sacrificio y servicio de vuestra fe, me gozo y regocijo con todos vosotros”. Él concebía como un holocausto lo que los creyentes en Filipos hacían, y su propia actividad como la libación vaciada sobre aquel sacrificio y servicio. Esto le contentaba al apóstol.

En el Antiguo Testamento la libación expone el placer del israelita en su deseo de ofrecerse, dando sus energías y fuerza en el servicio de Dios. No es tanto el asunto de derramar la vida hasta la muerte, sino de mirar por lo de los demás, como Pablo exhortó en Filipenses 2.4.

Así, en el 2.17 la libación da a entender algo al estilo de Romanos 12.1, o sea, un sacrificio vivo. Este derramamiento se ve desde otro ángulo en 2 Timoteo 4.6: “Yo ya estoy para ser sacrificado”. Aquí sí es cuestión del martirio por la causa de Cristo. El escritor describe la cercanía de su partida como habiendo sido él derramado ya. Vemos, entonces, que el apóstol veía tanto su vida activa como su muerte como una libación.

Todo esto lo encontramos en la vida y muerte de Cristo. En vida Él no vino a ser servido, sino para servir. Su gozo estaba en ver a los discípulos suyos unidos en amor, Juan 15.10 al 12, alumbrados espiritualmente, Lucas 10.21. En su muerte también el Señor Jesucristo tenía un gozo puesto por delante, y era el de llevar muchos hijos a la gloria. Le hizo sufrir la agonía del Calvario y menospreciar el oprobio, Hebreos 12.2; le hizo derramar su vida hasta la muerte, Isaías 53.12.

La experiencia del Señor Jesucristo, como está ilustrada en la libación, es un ejemplo para los creyentes hoy día. Que tengamos nosotros el gozo de derramar la energía de nuestras vidas en bien de los demás, ayudándoles de esta manera a servir y adorar a Dios. Que estemos nosotros dispuestos, como lo eran el Señor y Pablo, a derramar nuestras vidas aun hasta la muerte para la gloria de Dios, el que nos amó y planificó una salvación tan grande. Jamás podremos compensar semejante amor, pero nuestros corazones sí pueden responder en sinceridad:

¿Qué podré yo darte a ti a cambio de tan grande don?
Es todo pobre, todo ruin; toma, oh Señor, mi corazón.

 

Hemos terminado nuestro estudio de las ofrendas, encontrando en ellas a Cristo en sus diversos atributos. Hemos aprendido apreciar que su obra en el Calvario es por demás comprensiva y amplia en sus efectos. Vemos en ella la limpieza de la ofrenda para la expiación que nos prepara para la presencia de Dios. La cruz despliega la ofrenda para la restitución como cancelando el precio que nuestro pecado demandaba.

El Calvario nos habilita para adorar a Dios. Podemos presentar la obra de la cruz como holocausto suficiente, confiados de que Dios lo aceptará. Comprendemos la vida de Cristo al captar los detalles de la oblación. En comunión con Dios y el uno con el otro, participamos de Cristo como nuestra ofrenda de la paz, habiendo pasado Él por el fuego del Calvario por cuenta nuestra. Nos regocijamos en esta participación, y a Dios le llega olor grato de ella.

Así, pues, apreciemos más al Señor Jesucristo y su ofrenda en la cruz desde la perspectiva de las ofrendas, ya que ellas enseñan detalles que de otra manera podríamos pasar por alto. Viéndole a Él a través del Levítico, más nos daremos cuenta de lo que ha hecho a favor nuestro y de nuestros deberes y privilegios al andar con Él.

 

Rasgóse el velo, ya no más distancia mediará,

Al trono mismo de su Dios el alma llegará.

Rasgóse el velo. ¡Sombras, id! La luz  resplandeció.

La cara misma de su Dios Jesús ya reveló.

Rasgóse el velo, hecha está eterna redención;

El alma pura y limpia ya no teme perdición

 

Rasgóse el velo; Dios abrió los brazos de su amor.

Entrar podemos donde entró Jesús, el Salvador.

El Salvador sentado está en alta majestad;

Purgados los pecados ya según la santidad.

Entremos, pues. ¡Oh! adorad al Dios de amor y luz;

Las preces y las gracias dad en nombre de Jesús

 

James G. Deck; traducido por C.H. Bright

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