Lecciones para líderes: 2 Samuel (77 páginas) (#150)

2  Samuel
Lecciones para líderes

 

Albert McShane

La Sana Doctrina, 1992 hasta 1998
traducido por Andrew Turkington
y otros del libro Lessons for Leaders

 

CONTENIDO

 

Introducción

Desde la muerte de Saúl hasta el tiempo
cuando David reina sobre todo Israel                  capítulos     1 al 4

La prosperidad del reino; ejercicio por el arca                         5 al 10

La caída de David y sus consecuencias                                 11 al 14

La rebelión y muerte de Absalón                                              15 al 20

Un apéndice                                                                                  21 al 24

 

 

INTRODUCCIÓN

 

1 y 2  Samuel for­maban uno solo libros originalmente, de modo que el mismo tema corre por los dos. No obstante, hay esta singular dife­rencia. En el primer libro, el tema narra y demuestra las fallas del líder escogido por el pueblo, y muestra có­mo él trajo ruina al reino a causa de su rebelión, mientras que en el segundo se registran los éxitos, y aun las fallas, del rey divinamente escogido. A pesar de su formación y de haber sido ungido tres veces, el ‘hombre según el corazón de Dios’ tristemente cayó y trajo una cosecha de dolor sobre sí, su familia y la Nación.

Esto nos enseña que los mejores de los hombres son sólo hombres, y aunque las fallas aparezcan, esto no prueba que el instrumento en cuestión no haya sido puesto por Dios en la responsabilidad. Somos lentos para com­prender que a menudo los que están al frente de la responsabilidad son el blanco de Satanás, y están su­jetos a mayores tentaciones que sus compañeros en la fe, es decir, los de­más creyentes.

No se revela el nombre del escritor de este libro, pero bien pudo haber sido tanto Natán como Gad. Aun cuan­do el libro lleva el nombre de Samuel, él no podía ser el escritor, ya que murió antes que los sucesos registra­dos aquí ocurriesen. Lo más que po­demos decir para explicar la adheren­cia de su nombre a este libro es que este libro prueba que sus profecías sobre David fueron correctas.

A diferencia de 1 Samuel, donde figuran varios personajes, este libro enfoca a uno solo. La vida de David se traza¾

1.1 al 5.4         desde la muerte de Saúl hasta el tiempo cuando él reina sobre todo Israel

5.5 al 10.9      la historia de la época siguiente y la prosperidad de su reino
junto a sus ejercicios por el arca

11.1 al 20.26  la triste historia de su caída y sus consecuencias

21.1 al 24.25  un apéndice

El apéndice relata hambruna, el cántico y el oráculo de David, una lista de sus valientes, su censo, y cuando halló gracia ante Dios en el altar y en el sacrificio en la era de Arauna.

Hay detalles de este libro que el lector no debe dejar de notar. Uno es que, aunque es una historia de poderosas victorias, no obstante está oscurecida por terribles amargu­ras. Sea que pensemos en las muchas muertes trágicas, y a veces por trai­ción, que se registran aquí, empezando con la muerte de Saúl en el capítulo  1, o que veamos los setenta mil muertos por plaga en el capítulo 24, somos doblegados por el dolor al pensar en las tantas pérdidas de vida. Lo que añade más solemnidad a toda esta matanza es el hecho que la mayor parte de ella fue el resultado del mal gobierno, y aun­que David lloró sobre estas muertes, y mostró su tristeza cuando aprendió alguna lección de ellas, no obstante acechaba en su corazón el terrible pensamiento que la mayoría de ellas eran el resultado de sus pro­pios errores.

Uno sólo tiene que mirar a cualquier asamblea con largo tiempo de exis­tencia para notar que no pocas de sus pérdidas pueden hallar su origen en la debilidad en la esfera del gobierno. Con muchísima frecuencia, la lista de bajas es una fuerte acusación contra los que están en la responsabilidad. ¡Ay! muchos verdaderos hijos de Dios estarían hoy todavía en la comunión de la asamblea si hubiesen sido pas­toreados, en vez de maltratados, por los sobreveedores.

Otro aspecto de este libro es su demostración del hecho que Dios cumple su propósito a pesar de la falla humana. Muchos años habían pasado desde el tiempo de la unción de David por Samuel, pero al fin llegó al trono.

No fue una prueba pequeña para su paciencia y para su vigor el luchar en todos esos años con sus vicisitudes, pero el día sí llegó cuando la corona fue puesta sobre su cabeza. Además, somos sorprendidos que, aun después que el mismo David había caído, esto no le removió del trono, ni le impidió el planear y el proveer los materiales para el templo. El carro del propósito soberano de Dios avanza por su senda predeterminada, aun cuando los instrumentos que Dios hay escogido fallen en alcanzar el nivel que Él espera.

Por otro lado, ningún libro en nuestra Biblia hace más claro que Samuel que ‘los males que los hombres hacen existen aun después de ellos’. Mucho después que Saúl fue muerto, los daños que habla ocasionado tenían que ser rectificados. Fue la por­ción de David arreglarlos, y la Nación no pudo prosperar y disfrutar de las bendiciones de Dios hasta que esto fue hecho. Ni pudo David mismo, aun­que había sido escogido por Dios, es­capar de este solemne principio, por­que toda la parte central de 2 Samuel es un triste relato de las consecuencias de su propio pecado. Aun después de su muerte, Salomón tuvo que ejecutar juicios que su padre había sido incapaz de llevar a cabo.

A diferencia de 1 Samuel, el cual no tiene otro libro que cubra en su narra­tiva el mismo período, la historia de 2 Samuel es repetida, en una gran ex­tensión, en 1 Crónicas, aunque hay esta diferencia vital entre los dos escritos. El primero, 2 Samuel, está es­crito como una historia de sucesos e incluye las fallas de David así como sus victorias. En cambio, el último, 1 Crónicas, aunque cuenta la historia de David, guarda silencio en relación a sus caí­das; de modo que es en este aspecto algo similar a Hebreos 11. El cronista, escribiendo para el beneficio del rema­nente que regresó de la cautividad, se extiende más sobre el interés del rey en el arca y en la casa que debía edificarse para ella.

El Libro de Salmos es otro escrito ligado estrechamente con 2 Samuel. Muchos de los títulos de esta colección nos regresan a los eventos narrados por el historiador; y otros salmos, que no tienen tales títulos, pueden fácilmente ser entendidos co­mo escritos durante los tiempos de David que se tratan en este libro. En estos salmos podemos percibir los ejercicios espirituales de su corazón durante esos tiempos. David procuró aprender las lecciones que sus experiencias tenían que enseñar, y escribió estos sal­mos para que otros también se beneficiaran de ellos, aun cuando al hacerlo tuvo que reconocer sus propios defectos.

Sería tanto serio como triste si dejamos de obtener el beneficio de la historia de un hombre como este, especialmente en la esfera del gobier­no en la asamblea. Ningún verdadero sobreveedor es un rey, ni quiere enseñorearse de la grey, pero ninguno más de él está en el deber de gobernar y guiar para el bien de ellos y para la gloria de Dios. Mientras más conozca de la voluntad de Dios para él en el desempeño de su responsabilidad, más sentirá su necesidad de ayuda divina para cumplir tal responsabilidad. Así, una mirada cuidadosa a esta historia del ‘ungido de Jehová’ debería producir lecciones fructíferas que han de ser beneficiosas para él en su labor ardua.

 

DESDE  LA  MUERTE  DE  SAÚL
HASTA  EL  TIEMPO  CUANDO
DAVID  REINA  SOBRE  TODO  ISRAEL
Capítulos 1 al 4

 

1.1 al 16        David oye de la muerte de Saúl

Aun un corredor veloz habría necesitado a lo menos tres días para cubrir los kilómetros  entre el monte de Gilboa y Siclag. Aunque la ubicación exacta del último lugar no se ha establecido, es evidente que esta­ba en el sur de la tierra, posiblemente en el territorio de Simeón, mientras que el primer lugar mencionado esta­ba a unos 144 kilómetros hacia el norte, en la tierra de Isacar.

Las noticias de la muerte de Saúl deben haber llegado a David tan pron­to él había regresado a su casa, luego de destruir a los amalecitas y traer consigo su botín. Se había vengado de la captura de las mujeres de Siclag, junto a sus dos esposas, y había cambiado el día más triste de su vida a uno de gloria y gozo. Tal tipo de victoria no había sido experimentada por Saúl, porque los filisteos habían prevalecido en fuerzas sobre él y so­bre su ejército, y habían dejado al tro­no de Israel privado tanto de su rey como del presuntivo príncipe herede­ro. El sol estaba saliendo sobre David, pero se había puesto sobre su rival. La muerte de Saúl llevó a su fin unos cuarenta años de desgobierno y rompió en pe­dazos todas sus esperanzas de liber­tar a la Nación de sus enemigos.

Siempre será muy difícil decidir cuál de las dos narraciones de la muerte del rey sea la correcta. Algunos han tratado, pero con muy poco éxito, de armonizarlas. Sin embargo, la mayoría piensa que el amalecita habló con cierta medida de veracidad, pero adornó su historia lo mejor que pudo a fin de obtener la más grande recompensa de David. Debemos recordar que los registros dados en 1 Samuel 31 y el que da el cronista en 1 Crónicas 10 son sustancialmente lo mismo, de modo que a éstos vamos para la na­rrativa acertada del suceso.

El amalecita debe haber estado cerca de la escena de la muerte de Saúl para poder tomar la corona de su cabeza y la argolla de su brazo; de otra manera, los filisteos hubiesen informado que tenían tales tesoros. Bien pudo haber estado observando a los muertos en busca de algún despojo que quedara, y cuando halló al rey y tomó su corona asumirla que había obtenido el más grande de todos los despojos, algo que haría de él uno de los hombres más honorables de Da­vid. Era por demás absurdo que Saúl pidiese a un amalecita, en vez de a un filisteo, que le matase, porque el uno era tan aborrecido como el otro para él. Ni él era tan torpe para pensar que al echarse sobre su espada fallaría en quitarse su propia vida. Sin duda, su escudero llegó a estar convencido que la acción había sido fatal, para luego él mismo quitarse la vida de la misma manera.

No sabemos cómo el amalecita sabía que David era el que iba a ser rey, pero a pesar del asalto reciente sobre su pueblo y a la continua ani­madversión entre ellos e Israel, en alguna forma él reconocía al hombre que era digno de llevar la corona. Lo que no sabia era cómo iba a reaccionar David ante la noticia de la muerte de Saúl. Juzgó según la manera de los hombres, y supuso que las noticias de la muerte de un rival traerían gozo y deleite a su corazón.

Por su propia confesión, él había matado al ungido de Jehová, y por tanto había hecho lo que David misma no habría hecho, estando en las mis­mas circunstancias, porque dijo, “¿Quién extenderá su mano contra el ungido de Jehová, y será inocente?” Como Doeg, quien mató a los sacer­dotes (1 Samuel 22), su confesión demostra­ba que el amalecita no tenía ningún respeto por el aceite de la unción. Su acción le costó la vida, ya que en vez de ser recompensado por su misión y por los tesoros que trajo consigo, fue muerto por órdenes de quien esperaba ser honrado.

Hay lecciones por aprender de esta historia. Una de las más obvias es que nuestra reacción a las noticias manifiesta la verdadera condición de nuestros corazones. Se hubiese rego­cijado David en este momento, se hu­biese manifestado como uno en nada mejor que un filisteo; y, si nos regocijamos ante la remoción de uno que nos hacía oposición, nos revelamos a nosotros mismos como peores que los mundanos.

Por otra parte, podría imaginarse que, con la remoción de Saúl, todas las tribulaciones de David terminaban; pe­ro él era demasiado sabio como para pensar esto, y el tiempo demostró que fue necesario más que la muerte del rey para rectificar las equivocaciones de cuarenta años. El desvío se mani­fiesta frecuentemente en forma gra­dual; así también es la restauración. Es un gran error pensar que la partida para estar con Cristo de un hermano influyente traería el fin de aquellas co­sas contrarias a la Palabra de Dios que él había introducido en la asamblea.

Otra lección obvia que debernos aprender de esta historia es que la persecución que Saúl tuvo contra Da­vid lo que hizo fue privarle de la ayuda del hombre que Saúl más necesitaba. Si Israel y su rey hubiesen hecho lo que era correcto, David hubiese sido el capitán del ejército, y los filisteos, como los amalecitas, hubiesen sido derrotados. Pero, pobre Saúl no co­nocía su necesidad del hombre que estaba desechando. Es una de las formas de Dios obrar para enseñar a su pueblo, y a veces a sus siervos, que aquellos a quienes ellos despre­cian son exactamente los que pueden estar necesitando más.

1.17 al 27     El lamento de David; la endecha

Los últimos versículos de este capítulo nos presentan la primera de las varias endechas compuestas por David. Vemos expresados en ella, no sólo su genio poético sino también sus sentimientos en relación con Saúl y Jonatán. Es una canción inspirada naturalmente, en la cual no se hace ninguna referencia a Dios o a senti­miento religioso, siendo meramente una composición que ve a los que han muerto, desde el punto de vista huma­no.

A lo largo de sus estrofas, la men­te se ocupa con el pasado y el presen­te, pero nunca se considera el futuro del rey y de su hijo. Asimismo, no contiene referencia a las persecuciones que sufrió David a manos de Saúl, ni a las faltas y disparates del rey que David conocía. Él no está escribiendo historia, sino una elogia a ser cantada en Israel a fin de recordarles permanentemente a su primer rey y al hijo de éste.

Era de tanta importancia que fue escrita en el Libro de Jaser, con el titulo de ‘La Endecha’, facilitando así el ser hallada por cualquiera que la bus­case en ese archivo, un tomo que se menciona solamente aquí y en Josué 10:13. El nombre ‘Jaser’ ¾que significa ‘justo, recto’¾ se habría dado a ese archivo porque los asuntos que esta­ban contenidos allí eran importantes y nobles.

La oda tiene dos secciones prin­cipales: la primera habla de Saúl y Jonatán; la segunda, de Jonatán sola­mente. El tres veces mencionado es­tribillo, ‘¡Cómo han caído los valien­tes!’ (vv 19,25,27) aparece al comienzo y al final de la endecha, y en entre las dos secciones en la que se divide.

Las palabras iniciales describen a los caídos como la gloria o belleza de Israel, porque en la caída de Saúl y de su hijo, no sólo había sido quitada la corona de la cabeza del rey, sino de la Nación a quien él representaba. Los hombres en quienes el pueblo se glo­riaba eran ahora como flores cortadas, su hermosura acabada para siempre. David comprendió muy bien el regocijo que habría en las ciudades de los filis­teos cuando sus habitantes oyesen de la muerte de Saúl y Jonatán. No es de maravillarse que hubiera querido guardar en secreto la tragedia. Ningu­no en Israel debía llevarles las noti­cias, ni adelantar el día de sus celebra­ciones de triunfo.

Su mente se torna a la escena de la batalla en el v. 21: los montes de Gilboa, sobre los cuales pronuncia una maldición. La tierra que bebió la sangre de los héroes no debía recibir ni rocío ni lluvia, ni debía proveer nin­gún material para las ofrendas a Dios, porque había sido contaminada al caer sobre ella los escudos de los dos hom­bres caídos. En vez de ser ungido con aceite y brillar en gloria, el escudo de Saúl fue tirado como inútil, como algo no necesitado más. Sus días de escudo y lanza habían terminado. Este desechar de los instrumentos de guerra estaba en marcado contraste al uso anterior del arco y de la espada, los cuales habían sido usados para realizar grandes victorias en los cam­pos de batalla del enemigo.

David recuerda la dulce relación que existía entre Saúl y su hijo, que continuó hasta la hora de su muerte. A pesar de las demostraciones desagra­dables de crueldad que se registran de Saúl, y de su vil temperamento, tan manifiestamente irracional en sus tra­tos a David y otros, había aspectos admirables en él y momentos cuando él y su hijo estuvieron felizmente juntos.

Ninguno de ellos eran mediocres ejemplares de la raza humana, porque ambos eran ágiles y estaban llenos de vigor natural. Las mujeres de Israel habían participado en el despojos que el rey había obtenido de sus ene­migos, por lo que ellas son llamadas a llorar por él. Una vez habían can­tado sus glorias junto a las de su siervo David, pero ahora ya era aquel un día pasado. La nación se hallaba sumida en lamento, y estas hijas eran los me­jores instrumentos para expresar su dolor.

Luego del estribillo, “¡Cómo han caído los valientes!”, David se dirige directamente a Jonatán. Recuerda no sólo su triste muerte sobre los cerros, sino las fragantes memorias de su tra­to gentil para con él y especialmente su profundo amor para él, el cual so­brepasaba aun al más grande afecto humano. Poco nos asombra que él diga, “Angustia tengo por ti, hermano mío Jonatán”. La oda termina con la repetición por tercera vez del estribillo.

Esta ‘lamentación’ contiene lec­ciones que somos lentos en aprender. Por ella vemos el carácter de Dios re­flejado en David, porque su tristeza por la caída de uno que comenzó en forma tan prometedora, nuestra que David sentía lo mismo que Dios. ¿Quién no se agrada en la muerte del malo? Pero, en toda situación debe­mos compartir los pensamientos de Dios, tanto como nos sea posible.

Ningún hombre común pudo, o podría, componer esta elogia, sino so­lamente uno qué haya aprendido en la escuela de Dios. Los hombres espiri­tuales causan asombro al mundo y, no pueden ser comprendidos por éste.

Además, podemos ver cuánto de bueno se puede decir de un hombre como Saúl sin caer en falsedades. El hombre natural recordaría todas las cosas malas que supiese del muerto, pero aquí podemos aprender que, si llegamos a decir algo del que ha parti­do, debe ser lo mejor posible.

Esta apretada oda sería leída años después que fue escrita, pero a lo largo de sus palabras nadie podría encontrar ningún vestigio de malicia o de amargura de espíritu. Podríamos pensar que fue un error de Jonatán no abandonar a su padre y seguir a Da­vid, pero se habla en forma aprobato­ria de su fidelidad a su padre y de su inquebrantada relación. Podemos dejar a los mundanos la mala obra de recordar las fallas de los santos o de los meros profesan­tes, pero nos toca a nosotros hablar de cualesquiera virtu­des les hallan caracterizado. Algunos de nosotros conocemos fallas de sobresalientes hom­bres de Dios quienes ya han partido para el cielo, pero no debemos mencionarlas a la generación que no supo nada de ellas.

Finalmente, vemos en esta composición la importancia de cualidades espirituales, no porque sean mencio­nadas, sino porque están ausentes. Es una lástima cuando sólo se pueden recordar virtudes naturales, y no espi­rituales, de los que han muerto.

2.1 al 7          David busca la dirección divina

La muerte de Saúl fue más que una tragedia personal, ya que dejó a la Nación sin rey y sin un aparente sucesor. Si Jonatán se hubiese salva­do, les hubiese parecido el más indi­cado para ocupar el trono, debido a su popularidad entre el pueblo y a su comprobada habilidad militar. Sin em­bargo, el doble desastre del padre y del hijo siendo muertos en una sola batalla, y esto tan inesperadamente, significó para Israel no sólo el estar pasmado, sino perplejo y confundido.

Nosotros, que sabemos ahora la historia completa, podríamos pensar natural­mente que no debió existir nin­gún problema, ya que Dios tenía listo a su hombre para tomar las riendas del gobierno. Pero, aunque eso era verdad, la mayoría de la Nación no estaba convencida que David debía ser rey, aun cuando admiraban sus logros.

Era tentador para él adelantarse y asumir las responsabilidades del tro­no, especialmente cuando el aceite de la unción había sido derramado sobre su cabeza por nada menos que un personaje como el profeta Samuel. Pero, él era lo suficientemente sabio y experimentado como para intentar tal cosa, ya que comprendió su necesidad de la guía divina en esta otra coyuntura cri­tica en su vida.

Los días pasados le habían en­señado el valor de la voluntad de Dios, de modo que preguntó al Señor sobre sus movimientos y Dios, en gracia, le concedió la luz que buscaba. No se nos dice cómo le comunicó el Señor su mente, pero lo más probable fue que lo hizo a través del efod y del sacerdo­te, como en ocasiones anteriores. El pobre Saúl también había buscado esta guía, pero a causa de su desobe­diencia, se le había negado (1 Samuel 28:6).

Aparentemente una sola tribu tenía confianza en David en este mo­mento, y él fue guiado a una de sus ciudades, Hebrón. Tener una morada fija, tener la posibilidad de vivir con sus esposas e hijos, estar rodeado de hombres fieles, y saber que no iba a ser más perseguido para muerte por Saúl, todo esto debió ser un consuelo nada pequeño para su mente y alma.

Es muy probable que en este momento él no pensara que iban a pasar siete años antes que reinase sobre todo Israel, pero debemos recordar que tanto el pueblo como el rey tenían que ser enseñados en el propósito de Dios en el asunto. Quizás nunca en­tendieron que su apuro por ungirle fue prolongar su propia pena y confusión. No era su prerrogativa procurar agarrar la corona, ni él deseaba tomarla hasta que llegase el tiempo de Dios, y hasta que toda la Nación estuviese satisfe­cha de tenerle como su rey. Su pacien­cia fue dolorosamente probada duran­te este período, pero al final él fue liberado y bienvenido a la posición que Dios había predeterminado que ocupase. En Hebrón él tuvo las primicias y la seguridad de la cosecha por venir, porque el honor que le confirió la tribu real de Judá le sería concedido un día por toda la Nación.

Con mucha frecuencia, los que han sido llamados por el Señor a su servicio hallan difícil entender por qué otros, quienes deberían tener discer­nimiento, son tan lentos para recono­cer su aptitud. Pero, con frecuencia también hay este consuelo que algu­nos, como los hombres de Judá, son capaces de detectar la senda del Se­ñor y su mano en el asunto.

No fue fácil para aquellos, quie­nes por cuarenta años habían buscado liderazgo de la casa de Saúl, cam­biar hacia otro hombre cuya familia era prácticamente desconocida y quien pertenecía a otra tribu. El ser humano es lento para aprender sus errores, y aun más lento es para admi­tidos una vez que los ha conocido.

Muchos hombres jóvenes que prometían mucho a los ojos de algunos de los santos fueron desprecia­dos por otros. Sin embargo, el tiempo demuestra, más allá de toda duda, cuál de las apreciaciones es correcta. Aquellos que han sido ordenados por Dios para guiar a su pueblo, deberían estar más preocupados por probar su aptitud para cumplirlo que para asumir sus responsabilidades an­tes de tiempo.

Así como el pueblo escogió a Saúl sólo porque él apelaba a sus ideales, así también los santos ponen en autoridad a los que consideran que con más probabilidad sostienen sus mismos principios. Pero cuando aquellos resultan un fracaso total, entonces no sólo el líder cae sino que los que lo apoyan caen tam­bién con él.

El historiador siempre tiene cui­dado de informamos de la vida domés­tica de David. Aquí aprendemos que cuando él se estableció en Hebrón, tenía dos esposas con él. Estas habían compartido su vida mientras huía de lugar en lugar, y debieron disfrutar el lujo de tener un hogar estable. La si­tuación que se presentaba era de especial interés para Abigail, siendo que su anterior marido era un descendiente de Caleb a quien, hemos de recordar, le fue dado Hebrón como su herencia. Nunca pode­mos sobreestimar la importancia de la vida hogareña de David, porque fue en este dominio donde él fue especial­mente débil.

A pesar de su nueva experiencia en Hebrón y todo lo que esto implicaba para él, David no era sordo a las noti­cias que se filtraban alrededor con re­lación a la muerte de Saúl. Cuando oyó del esfuerzo gallardo de los hom­bres de Jabas de Galaad en sepultar a su rey, inmediatamente les envió mensajeros con la bendición del Se­ñor. Su respeto por el ungido de Jeho­vá encontró un eco en su corazón, porque aquello estuvo en marcado contraste con la acción de los filisteos de decapitar y colgar el cadáver.

En su mensaje, en una manera tácita, les indicaba que, en vista de que su rey estaba muerto, y él había sido ungido por rey por la tribu de Judá, ellos podían transferir su lealtad al nuevo gobernante. Tales valientes serían una ventaja para cualquier rei­no. Ellos debieron haberse asombra­do cuando oyeron este mensaje pro­cedente de una fuente tan inesperada, porque sabían que Saúl había perseguido a David y había procurado su caída. Sí, y posiblemente le habían ayudado a perseguirlo.

El comienzo de la reconciliación con sus anti­guos enemigos aparece en todas las actuaciones de David en este tiempo. Había aprendido que no había razón para perpetuar la oposición si por cual­quier forma se podía obtener la paz. Quizás requiere de más sabiduría que la que la mayoría piensa, el saber có­mo tratar con los que anteriormente fueron nuestros perseguidores y antagonistas, porque con frecuencia se prueba que es más beneficioso para todos si el pasado puede olvidarse y los enemigos se hacen amigos.

2:8 al 11       Abner hace rey a Is-boset

Hay al menos dos razones por las que Abner no estuvo dispuesto a cederle a David el trono de Israel. Co­mo Comandante en Jefe del ejército de Saúl, él era altamente estimado por el pueblo. También, era primo hermano del rey muerto; y sin duda sintió que la línea real debía continuar en la casa de Ner. No sorprende, pues, que haya tomado a Is‑boset, uno de los hijos de Saúl, y le haya hecho rey sobre la casa de Israel.

Muy probablemente, a causa del temor a los filisteos, el nuevo rey fue constituido en Mahanaim, la cual esta­ba al oriente del Jordán. Pero, en vista de la creciente presión del enemigo, se comprometió con él toda la nación, exceptuando a la tribu de Judá.

Nadie intentará demostrar que él estaba capacitado para tan alta posi­ción; porque aun cuando reinó dos años, no obstante, durante ese tiem­po, sólo aparece como rey de nom­bre. Abner fue de hecho el gobernador, el hombre que tomó las decisiones y controló las operaciones.

Debió haber sido muy amargo para David el ver a la nación dividida en dos bandos, con dos hombres co­ronados como rey, y la nación misma confundida por no saber a ciencia cier­ta a cuál de los dos debía rendir su fidelidad.

El legado que Saúl dejó tras sí causó mucho dolor en Israel, y trajo como resultado que no pocos fuesen sepultados temprano en la vida. Era lo suficientemente triste ver a los filisteos destruir a la nación; pero, era más triste todavía ver las dos partes del reino devorándose la una a la otra. Si alguna vez el enemigo tenía razón pa­ra alegrarse, seguramente lo fue en este momento.

Bien haríamos en detenernos y considerar la lección que este inciden­te nos enseña. Pablo nos advierte adecuadamente cuando escribe, “pe­ro si os mordéis y os coméis unos a otros, mirad que también no os consu­máis unos a otros” (Gálatas 5:15). ¿Quién puede negar las solemnes y devasta­doras consecuencias que se acarrea una asamblea cuando una pelea intestina y división le caracterizan? Con frecuencia, los ataques de afuera lo que hacen es que los santos se acer­quen y se unan entre sí; pero, Satanás sabe que tendrá más éxito si puede poner a un líder contra otro, y dejar a las ovejas confun-didas en cuanto a quién sea su verdadero pastor.

2.12 al 17     El conflicto entre Is-boset y David

Los dos ejércitos, bajo sus res­pectivos comandantes, Abner y Joab, se enfrentaron el uno al otro en el collado de Gabaón, a unos ocho kiló­metros de Jerusalén. Más tarde, este lugar llegó a ser famoso por ser el sitio donde el tabernáculo fue puesto, lue­go de ser quitado de Silo. En esta ocasión, fue manchado con sangre, derramada por israelitas que mataron a israelitas.

A la sugerencia de Abner, un grupo de doce soldados por cada ban­do se enfrentaron en el valle para de­cidir la salida. Pero, ay, el resultado fue igual para cada parte porque todos los veinticuatro soldados murieron en el combate. Entonces, los ejércitos sé levantaron a atacarse mutuamente, y siguió una batalla dolorosa. Los hom­bres de David ganaron ese día y deja­ron al ejército de Abner esparcido en el más completo desorden.

2.18 al 23     La muerte de Asael

La victoria de los hijos de Judá fue ensombrecida por la pérdida de uno de sus más grandes y más prome­tedores soldados.

En el conflicto, la suerte de Asael fue la de hallar al comandante de las fuerzas enemigas, Abner, quien huía por su vida. Asael, pues, le siguió en furiosa persecución. Siendo corredor veloz, no tuvo dificultad en alcanzar al hombre mucho más viejo que él.

Abner, por cortesía, procuró con ahínco salvar la vida al joven hermano de Joab y le advirtió que no intentara acercarse más a él. No obstante, Asael, ansioso de ganar el premio y tener el honor de matar al hombre más grande en el campamento enemigo, no hizo caso de la advertencia y quedó ensartado en la lanza de Abner, para su propia destrucción. La vista de su cuerpo muerto en el camino hizo que todos los que le conocían se detuvie­ran y miraran con asombro que una vida tan prometedora tuviera un fin tan trágico. El regatón, o punta superior de la lanza que atravesó su cuerpo, no era la punta afilada usada normal­mente para matar, de modo que tuvo que haber venido muy velozmente pa­ra recibir tan mortal golpe.

Hay solemnes lecciones que aprender de la muerte de este joven soldado. Aun en los círculos mundanos, la muerte repentina de un joven que prometía mucho causa un profundo pesar; y, cuánto más pesar produce cuando ocurre en las filas del pueblo de Dios. Asael fue muerto por la lanza de un israelita y, básicamente, a causa de la división de la nación. Raramente existe división en una asamblea sin que alguno sufra una contingencia desagradable y, como en este caso, nin­gún monto de dolor puede recobrar la pérdida. El desastre espiritual de un joven hermano es tan serio como el caso que estamos considerando.

También podemos aprender de este triste incidente que Asael subes­timó el poder del enemigo y la ventaja de la experiencia. Abner pudo no ha­ber sido tan ligero de pie como antes, pero él no era un tonto, ni iba a permitir que un mozalbete lo matase. Con cuánta frecuencia la juventud permite que su celo aventaje a su sabiduría. Asael estaba tan absorto en matar a Abner y alcanzar el honor ligado a tal hazaña que falló en considerar el ries­go a que se exponía, y ni escuchó las claras advertencias hechas.

El coraje y el celo son preciosas cualidades en cualquier joven, pero todos hemos vivido lo suficiente para ver la importancia de tenerlas combi­nadas con el sano juicio. Algunos han supuesto que podían arreglar los erro­res de la asamblea de un solo porrazo; pero, ay, todo lo que lograron hacer fue o arruinarla o arruinarse a sí mismos.

2:24 al 32     El conflicto termina

La batalla continuó hasta la caída del sol, con el ejército de Abner juntado en pos de él y los hombres de Joab de frente a ellos en el collado de Anima.

Una vez más se establece un diálogo entre los dos comandantes. Abner cul­pa a Joab por el conflicto y le señala las consecuencias; pero Joab le reprende por ser el que comenzó la lucha por lo que había dicho en la mañana. Posible­mente este es el significado del v. 27, el cual es muy difícil de entender. Al­gunos han pensado que Joab le dice a Abner que si no hubiese hablado, la batalla hubiese continuado hasta la mañana. Cualquiera que sea la manera cómo veamos estas palabras, de todas maneras tuvieron como resultado que acordaran una tregua, y el conflicto llegó a su fin.

A Abner le tocó retirarse a su cuartel general en Mahanaim, poniendo así al Jordán de por medio entre los dos ejér­citos. Los hombres de David, estando en el terreno de la batalla, fueron capa­ces de contar las bajas. Habían perdido diecinueve hombres y Asael, pero el enemigo había perdido trescientos sesenta hombres, de modo que la desigualdad estaba en contra de Abner.

‘¿Consumirá la espada perpetua­mente?’ son palabras bien dignas de ponerlas en el corazón, porque inde­pendiente de quien gane, las pérdidas nunca pueden ser restituidas. Satanás trata siempre de levantar contiendas en las asambleas de los santos, y donde él tenga éxito, siempre habrá resultados muy amargos.

Así como en este caso, una parte culpa a la otra de haber originado la pelea, y ninguna admite que su causa es injusta David no tuvo parte activa en esta contienda, y lo más probable era porque no quería llegar a ser rey a expensa de un baño de sangre. Hay momentos cuando debemos actuar con mansedumbre y dejar que el Se­ñor vindique su propia cansa, para no ser los medios de Innecesaria des­trucción.

3:1 al 5          La prosperidad de David

El historiador se vuelve una vez más a la vida doméstica de David y nos da los nombres de sus hijos que le nacie­ron en Hebrón. Se tomaba como un indicio del favor divino el ser bendecido con mu­chos hijos, y como una evidencia de poder en potencia. La casa de Saúl estaba casi borrada del mapa, pero la casa de David estaba creciendo rápida­mente.

Aun cuando no debemos juzgar a David según las normas del Nuevo Testamento, no obstante, podemos ver que su más grande debilidad se mani­festó en la esfera familiar. Los reyes de su tiempo desplegaban su grandeza por medio del número de esposas que po­dían mantener. Pero, en vez de copiar las prácticas de los paganos, él debió mantenerse apegado al modelo de las Escrituras. Aunque Dios toleraba la poligamia en los días de David, sin embargo las consecuencias hacían claro que elle traía consigo una cosecha de dolor.

Algunos de los hijos nombrados aquí nunca se mencionan otra vez, y aquellos que sí aparecen mencionados más luego en el libro no trajeron gozo a su padre, y fueron una deshonra para él. La madre de Absalón, siendo una hija de Talmai, era una pagana, y nunca debió haber sido tomada por David como mujer. En este yugo desigual, quizás él tenía la idea de lograr amistad con el rey de Gesur. Si fue así, pagó un precio muy alto por su plan.

Bien podemos entender por qué el apóstol incluye el asunto tan impor­tante de la vida familiar en la lista de los requisitos para los ancianos de la asamblea. Un estudio de los libros históricos del Antiguo Testamento de­muestra la influencia que las parejas pueden tener sobre los que están en posiciones de responsabilidad dentro del pueblo de Dios. Si David hubiese tenido el mismo ejercicio por la guía de Dios para casarse como lo tuvo para buscar dónde vivir, la historia podría haber nido muy diferente. Quizás, siguiendo en importancia a la conver­sión de una persona, está la elección de una pareja.

3.6 al 11        La ruptura entre Abner e Is-boset

Mientras que Abner e Is‑boset per­maneciesen como amigos íntimos ha­bía poca esperanza de que la guerra civil terminase. Es asombroso cuán sencilla y repentinamente esta unión, aparentemente indisoluble, se acabó.

Habían llegado a Is‑boset noticias que Abner había tenido relación con una concubina de Saúl, y se aventuró a reprimirlo por entrometerse en los asuntos reales. Era ley en aquellos días que el harén del rey destronado llegara a ser la propiedad de su sucesor, de modo que al hacer esto Abner había actuado como si fuese el nuevo rey. Otro ejem­plo de esto se ve en la petición de Adonías de tener a Abisag por mujer, porque esto lo entendió Salomón como equivalente a pedir el trono.

Debemos notar que Abner no negó la acusación, sino que se encolerizó y trató de justificar su conducta haciendo gala de su fidelidad a la casa de Saúl. De allí en adelante, afirmó que usaría su influencia para establecer a David como rey.

Lo que nos asombra es la profunda percepción que tenía del propósito de Dios en relación con David. Confesó que conocía la mente de Dios sobre quién debía ser el rey; sin embargo, por años había estado luchando y sacrifi­cando las vidas de sus compatriotas israelitas para contrarrestar este propó­sito.

Era muy poco lo que Is‑boset podía hacer en las circunstancias, porque no tenía ni el poder ni la habilidad para resistir a Abner, así que no hizo ningún intento de ejecutarlo como un traidor confeso.

En tanto que ciertos líderes en una asamblea permanezcan aliados, y sos­tengan lo que ellos saben que es un rumbo equivocado, es frecuente que haya muy poca esperanza de verles cambiar para bien. No obstante, con frecuencia Dios también permite que suceda algo inesperado que corte su amiguismo y ponga, al mismo tiempo, fin a su poder e influencia.

Así como esta riña sacó a la luz el orgullo de Abner, asimismo frecuente­mente el verdadero carácter de los hombres se llega a manifestar cuando ellos riñen entre sí. No es fácil creer que los hombres peleen por una causa que sepan que es contraria a la mente de Dios; pero, ¡ay! Abner no es el único que ha confesado con franqueza que, aunque oponiéndose por años a sus hermanos, él sabía durante todo ese tiempo que estaba equivocado.

3:12 al 21     El pacto entre Abner y David

El anhelo del corazón de David era que Israel fuese unido en un reino, de modo que los mensajeros que Abner comisionó para procurar entablar un pacto con él fueron más que bienve­nidos. Bien sabía David que si el capi­tán de los ejércitos de la Nación estaba dispuesto a hacerse amigo de él, en­tonces la guerra habría terminado y toda oposición se desmoronaría.

Habían pasado años desde que Saúl había rechazado dar Mical a Da­vid, aun cuando éste había pagado el precio demandado. Pero, la pena de este revés todavía permanecía en el corazón de David; así que la única condición impuesta para encontrarse con Abner fue que trajese con él a Mical. Esto no era fácil, porque ella había sido dada a Paltiel, quien la amaba mucho y lloró amargamente al tener que separarse de ella. Errores pasados pueden acarrear experien­cias dolorosas aun mucho después de ser cometidos. Saúl dejó una herencia de problemas detrás de él, los cuales tuvieron tristes consecuencias.

Al fin, el encuentro entre Abner y sus hombres con David, se llevó a cabo. Este no era un suceso cualquie­ra, porque resultó ser un momento cru­cial en la vida de David y, por tanto, de la misma Nación. Se desplegó una fiesta para los visitantes, y Abner hizo la promesa vital que empezaría a congregar a todo el pueblo para hacer a David su rey. Partió luego con la bendición de su anfitrión, quien debía estar muy contento con el acuerdo. Lo más seguro era que David nada sabía de la discusión con Is‑boset, ni sospechó que fue el orgu­llo herido —y no su convicción que Da­vid fuese el rey verdadero— lo que había hecho al capitán cambiar de bando.

Hay lecciones en esto para los res­ponsables en las asambleas. Cambios repentinos en aquellos que se oponen a la verdad, no siempre son tan verda­deros como aparentan superficialmen­te. A veces nuestro anhelo por paz en la congregación nos hace muy ansiosos de aprovechar cualquier oportunidad que se presente para con­seguirla; pero, esto nos puede ence­guecer a la realidad de la situación.

Algunas veces, aun aquellos que nunca han estado en la comunión de la asamblea parecen que han apren­dido la verdad de la noche a la maña­na, y proclaman que ahora, al fin, han hallado el verdadero centro de reu­nión. Pero, cuando se conocen todos los hechos y detalles, se descubre que tuvieron querellas con su propia denominación, y la están dejando porque no están más contentos en ella.

Siempre estamos muy agradecidos a Dios por los santos honestos que han sido guiados por el Señor a su asamblea, y siempre estamos dis­puestos a ayudar a los tales en sus caminos. Empero, debemos estar alertas con aquellos que buscan la comunión sólo porque han sido reprendidos por algún mal en sus vidas en el sitio de donde han venido. No todos los que dejan las denominaciones han visto el error del denominacio­nalismo.

En la demanda de David que Abner trajese con él a Mical, la hija de Saúl, hay también lecciones solemnes para nuestras almas. Que Saúl hizo mal en darla a otro, nadie lo discute. Pero, separarla de su marido, legalmente unido a ella y quien aparentemente le amaba, era igualmente malo. David demandó y obtuvo sus derechos; pero, después, en nada estuvo mejor por su adquisición. Ella no fue un consuelo para él, por lo que todo lo que logró en esto fue acabar con la felicidad humana de dos almas que fueron llevadas, como resultado de su acción, a vivir sus vidas en sole­dad y miseria.

Somos lentos en permitir que nues­tros derechos nos sean quitados, pero puede ser sabio ceder esos derechos legales y estar con­tentos en olvidar los daños que nos han hecho. Si José hubiese demanda­do que la falsa acusación hecha contra él fuese aclarada primero, antes de interpretarlos sueños de Faraón, hu­biese obtenido sus derechos, pero al lograrlos podría haber malogrado el programa de Dios para él.

3.22 al 39     El asesinato de Abner y el lamento de David

Una característica de estos capítu­los es la muerte trágica de figuras im­portantes en Israel. Hemos visto la de Saúl; luego la de Asael; y, ahora, se nos presenta la de Abner, por traición.

Obviamente, Joab no estaba en Hebrón cuando Abner hizo su pacto con David. No sabemos si Abner supo, o no, de su ausencia, pero lo que sí sabemos es que ningún pacto hubiese sido posible si David hubiese traído a su general a la mesa de conferencia. Ardiendo en el corazón de Joab y de su hermano estaba el deseo de vengar la sangre de su joven hermano.

Tan pronto supieron de la visi­ta de Abner, ellos planearon su muerte. Bien sabían que no podían seguirle como soldados en batalla, de modo que ma­quinaron apuñalearle en una manera astuta. Le llamaron para que regresa­ra, y Joab le saludó como amigo y le llamó aparte como si fuese a decirle algún secreto; le agarró por la barba y le apuñaló por el estómago. Hubiese sido lo suficientemente malo denigrar de él ante David, pero matarlo en esta forma tan inicua fue el colmo de cruel­dad. Pudo haber otro motivo para este asesinato, porque la historia posterior muestra que Joab no podía tolerar nin­gún rival; así que también pudo ser que él temiese que este gran líder podía desplazarlo y llegar a ser el co­mandante de los ejércitos unidos de Israel.

La primera reacción de David a las malas noticias fue la de hacer claro ante todos que era inocente del cri­men. En el lenguaje más fuerte posi­ble, pronuncia una maldición sobre Joab y su casa. La lista de males pronosticados era temida por todo is­raelita. Aquellos con flujo eran excluidos del santuario; el leproso era ex­cluido de la sociedad; los que andaban con báculo eran inútiles para la guerra; aquellos que morían a espada eran cortados por una muerte prematura; y, los que tenían falta de pan estaban privados del sustento de la vida. Estos males no sólo caerían sobre Joab, sino también serían un legado para sus descendientes.

El funeral de Abner fue uno de esos sucesos tristes que caracterizaron es­ta página de la historia. Con los vesti­dos rasgados, ojos llorosos, y ceñidos de cilicio, los que lamentaban audible­mente, guiados por David, siguieron los restos del una vez famoso capitán hasta donde fueron enterrados en He­brón, posiblemente en el mismo lu­gar donde reposaban los huesos de los patriarcas.

El canto fúnebre, que brotó con el más profundo sentimiento, comienza con una pregunta: “¿Había de morir Abner como muere un villano?” Esta es respondida, primero, por mostrar negativamente que él no estaba atado de manos y pies, en la forma como un villano es detenido; y, segundo, por decir que su muerte fue el resultado de actos traicioneros de hombres malos.

Aun cuando Abner no podía ser considerado como un rey, no obstante David le honra con el título de ‘prínci­pe’, y le señala como uno de los hom­bres grandes en Israel.

Al agrupar algunas de las lecciones de este párrafo, somos confrontados con una seria debilidad en el gobierno. Si David hubiese hecho lo que sabía que debía hacer, habría ejecutado a Joab por homicidio. Los ver­daderos responsables de gobierno son muy probados en el terreno de la parcialidad. La acción de Joab y de su hermano no era sólo un crimen que merecía muerte, sino también un cri­men contra el reino que David anhela­ba establecer. Él supo a cabalidad que tal acción maliciosa posteriormente produciría la cuña que separase las dos partes del reino.

Nunca debería remitirse la culpa y la gravedad del trato cruel dado a al­gunos hermanos por los que tienen la autoridad; pero, ay, con frecuencia, la parcialidad para los grandes hace que escapen de lo que justamente mere­cen.

Por otro lado, David nos muestra que, aunque no tenía poder para tratar con Joab, no obstante el Señor no fallaría en tratar con aquel. ¿No hay momentos en la vida de la asamblea cuando el espiritual sabe que no se ha hecho justicia? No permitamos estar muy desanimados por esta falla, por­que el Señor todavía anda en medio de su pueblo, y tratará con aquello en lo cual los hermanos responsables han fallado. El apóstol Pablo aclara a los corintios que, si ellos ignoran el mal que estaba en su medio, entonces el juicio del Señor se ejecutaría. Joab escapó esta vez; pero más tarde, aun el aferrarse a los cuernos del altar no le salvaría de la espada de justicia.

Otra vez aprendemos que David siempre habla respetuosamente de los que han muerto. No se mencionan las fallas pasadas de Abner, sino que se emplean términos del más alto ho­nor. Por tanto, enseñándonos cómo hablar de aquellos que han sido toma­dos de entre nosotros. Aquellos que se la pasan enumerando las fallas pasa­das de hermanos ya en el cielo, manifiestan la condición de sus propias al­mas. Frecuentemente, al hacerlo así, tratan de excusar sus propias fallas y hacer que parezcan pequeñas en comparación con las de otros.

4.1 al 12        El asesinato de Is-boset

Cuando una nación no tiene un go­bierno estable, como estaba Israel en este tiempo, está expuesta a que ocu­rran atrocidades aun en las formas más imprevistas. Las páginas de 2 Sa-muel están teñidas por los registros del derramamiento de sangre inocente. Ahora tenemos otro ejemplo en el ca­so de Is‑boset, matado en su cama al mediodía, de manos de dos de sus capitanes de confianza.

La muerte de Abner echó por tierra toda esperanza de la casa de Saúl de retener el trono. Aquellos que apoya­ban a Is‑boset sabían muy bien que él era incapaz de gobernar al pueblo sin el poder de su principal comandante, y sabían también que era sólo cuestión de tiempo para que David fuese su rey.

Dos hombres ¾Baana y Recab¾ ­pensaron que ganarían el favor de Da­vid al eliminar su rival, y le trajeron la prueba de su muerte a Hebrón. Posi­blemente desconocían el odio del rey a la traición, especialmente cuando fuese perpetrada contra un ungido. Además, es probable que supieran que Joab no había sufrido daño alguno después de matar a Abner. Por lo tanto presumieron que sería ven­tajoso, tanto para ellos como para la Nación, si quitaban al heredero que quedaba de la casa de Saúl, aun por medios viles.

Su mala acción les costó sus vidas, porque tan pronto como habían presentado la cabeza de Is‑boset a David, David dio órdenes a sus servidores de ejecutarlos. Sus manos y pies les fueron quitados, porque las primeras ha­bían sido usadas para hacer el asesi­nato y los últimos habían corrido a derramar sangre inocente. En el sitio más público de Hebrón, el estanque, fueron colgados sus cuerpos, como una severa advertencia a todos los que frecuentaban la ciudad que el homicidio no iba a ser tolerado por el rey.

Entremezclado con esta triste histo­ria hay un registro de cómo Mefi‑bo­set, el hijo de Jonatán, llegó a ser cojo en ambos pies. Cuando las noticias de la muerte de su padre y de su abuelo en el monte Giiboa llegaron a la casa, la nodriza de Mefi‑boset, al tratar de huir, lo dejó caer. Sin duda, esta información se da para mostrar que ningún otro descendiente de Saúl era capaz de tomar el trono, de modo que la muerte de Is‑boset fue el fin de todas las esperanzas en aquella familia.

Esta porción contiene lecciones importantes para todos los llamados a asumir respon-sabilidad en la asamblea. Aquellos que están luchan­do contra lo que ellos mismos saben es la voluntad de Dios, no son dignos de la confianza de sus compañeros. Aun cuando Is‑boset era un débil go­bernante y dependía de Abner para sostenerle, habríamos esperado que sus capitanes se mostrasen leales hasta el fin, y compartiesen con él su humillación. Pero, los hombres falsos no tienen principios.

Sin que David planease una batalla, o moviese un dedo, sus oponentes fueron quitados por manos de otros. Los hombres de Dios nunca de­ben rebajarse para usar los planes de los malos a fin de alcanzar las posicio­nes a las que han sido destinados. Su parte es observar humildemente lo que provenga no de sus acciones.

Por otro lado, deben ser siempre probos en el trato del mal, aun cuando lo malo parezca ser lo que les traiga ventaja y provecho. Nada es más dañino para un líder que tener su juicio manchado por la parcialidad.

El breve recuento de Mefi‑boset aquí nos recuerda del hecho que la mala crianza puede tener consecuen­cias permanentes. Hay los que nunca serán capaces para el liderazgo por­que fueron inutilizados en sus prime­ros días de la vida cristiana y los daños recibidos entonces se siguen manifestando en su andar durante to­da sus vidas. Se necesita mucho cui­dado al criar a aquellos que son jóve­nes en Cristo, porque en tiempos de pánico y conflicto hay el peligro que ellos sean dejados caer por aquellos en quienes ellos confían

 

.LA  PROSPERIDAD  DEL  REINO;
EJERCICIO  POR  EL  ARCA
Capítulos 5 al 10

5.1 al 5          David es ungido rey sobre todo Israel

Al fin llegó el día tan largamente anhelado en la historia de la Nación, cuando David fue ungido y reconocido como rey de Israel. No puede citarse otro momento más importante que és­te en su historia nacional.

Muchos años habían pasado desde que David había sido ungido primera­mente por Samuel, y aun siete más habían corrido desde su unción por la tribu de Judá. Pero, el propósito de Dios para él era que reemplazara a Saúl y gobernara a todo el pueblo, como al fin lo hizo.

Hubo momentos cuando ni David ni sus seguidores podían imaginar que él reinaría y tendría el respaldo de aquellos que una vez le habían recha­zado. En forma unida, los ancianos se reunieron y derramaron el aceite sobre él. Esta fue su tercera unción, y fue acompañada de una solemne alianza o pacto que, con toda probabilidad, contenía las condiciones de su gobier­no en relación tanto con él como con sus súbditos.

A pesar de los años de espera, era bastante joven cuando la pesada carga fue puesta sobre sus hombros. Como el Señor mismo, quien inició su ministerio público cuando era como de treinta años, David también tenía trein­ta años cuando asumió la responsabi­lidad de gobernar. Podríamos compararlo con José también quien a la misma edad fue presentado ante Faraón, y también con los levitas que a los treinta años de edad entraban en su servicio.

La acción de establecer a David como rey vino de las tribus que habían estado siguiendo a la casa de Saúl. Ellas dieron tres razones del hecho que estuviesen preparadas para te­nerle a él como su gobernante. (1) Él era uno de ellos, y no un extranjero; (2) había probado sus habilidades aun en los días de Saúl; y (3) había sido divinamente señalado para esta posición, porque de él Dios había dicho: “Tú apacentarás a mi pueblo Israel”.

Nos vemos tentados a preguntar: ‘Si ellos sabían todo esto, ¿por qué pelearon contra él y procuraron impe­dir el propósito divino?’ Como en el caso de Abner, todos los que vinieron ahora a David estaban claros, mucho antes que vinieran, que él era el ver­dadero rey. Otra vez podríamos pre­guntar: ‘¿Tenían que morir todos los potenciales candidatos de la casa de Saúl, para que ellos aceptasen que Dios había acabado toda esperanza con aquella casa en relación al lideraz­go nacional?’

Las congregaciones del pueblo del Señor debieran siempre estar agradecidas que Dios continuamente está preparando hombres y en­trenándoles para llevar la carga del liderazgo espiritual. Algunos de ellos pueda que aparenten ser lentos para ocupar su lugar señalado, pero en el tiempo de Dios ellos serán puestos allí, habiendo recibido la debida preparación.

Frecuentemente descubriremos que aquellos que se oponen a estos instrumentos del designio de Dios no son tan torpes como parecieran a veces. Ni debemos sorprendernos de su tardanza en reconocer sus equivocaciones, porque es una característica de la naturaleza humana el no confesar los errores hasta que todas las vías de escape se han cerrado.

Dos lecciones adicionales pueden aprenderse de esta parte de la historia.

(1) La necesidad de los líderes de mantenerse en contacto cercano con aquellos a quienes liderizan. Con demasiada frecuencia los sobreveedores de una asamblea mantienen a los santos sin saber qué están haciendo. Es un buen principio decir a los miembros, tanto como sea posible, de lo que esté aconteciendo, porque ellos se sienten apesadumbrados cuando oyen de una fuente inesperada lo que debieron saber por medio de los ancianos.

(2) La importancia de mantenerse en moderación cuando los hombres se cambian de enemigos a amigos. En esta narrativa del día más importante en la vida de David, no leemos de festividades, ni de exclamaciones altisonantes, ni siquiera de alguna reprimenda para los ancianos de Israel. Todo fue aceptado como si nada inesperado hubiese sucedido.

En el registro de las Crónicas se nos da el número de los que vinieron a él de cada tribu, y se registra también tres días de fiesta, pero esto pudo haber sido después de la visita de los ancianos y no se menciona aquí. Quizás el peso de la responsabilidad previno al rey de sentirse exaltado por el honor que se le confería.

Es así en el tiempo presente, porque si hombres van a pastorear a los santos y se va a disfrutar de la bendición de Dios en la asamblea, sólo ellos saben muy bien que su tarea es una muy grave. La comprensión de su responsabilidad les guarda de sentirse importantes u orgullosos.

Es bueno notar que esta es la primera vez en la Escritura que se dice que un rey pastorea, o apacienta, a sus súbditos. Es una idea desarrollada ampliamente por los profetas, especial-mente cuando hablan de Cristo, el verdadero Rey‑Pastor, y adoptada en los Evangelios y en las Epístolas.

Aquellos que gobiernan deben tener un corazón de pastor, de otra manera se convierten en dictadores. Importa muy poco qué otras cualidades tenga un hombre; si en el tal no hay un genuino cuidado por los santos, nunca llegará a ser un verdadero obispo.

5:6 al 16       David se muda a Jerusalén

Ahora que todas las tribus de Israel estaban sujetas a David, era conveniente para él dejar a Hebrón y mudarse a un lugar más céntrico. No se nos dice cómo fue dirigido a Jerusalén, pero la elección de esta ciudad fue ideal porque estaba en medio de la tierra, en el territorio de la tribu de Benjamín (cuyo favor David apreciaría especialmente), y a la vez en el borde del territorio de Judá, de modo que ninguna ofensa se daba a esta tribu fiel.

Era también una fortaleza natural, lo que permitía que fuese fácilmente defendida, y tenía fuentes suficientes de aguas a pesar de estar tan elevada.

Sin embargo, había un serio obs­táculo que debía superarse si él iba a morar allí. Era la presencia y el poder de los jebuseos, quienes la habían retenido aun cuando el resto de la tierra había sido conquistado por Jo­sué y otros. Hubo un momento cuando la ciudad fue quemada y aparentemente vencida, pero los jebuseos la recobraron, y estaban firmemente establecidos cuando David procuró ha­cerla su cuartel general.

Sus desafiadores habitantes se sentían tan seguros y se gloriaban que aun los ciegos y los cojos eran capa­ces de defenderla. Tal pretensión de un pueblo que debió haber sido destruido cientos de años antes enervó el espíritu de David. Él detestaba tal jac­tancia aun desde que la había oído de los labios del gigante Goliat. Por tanto, ofreció al que conquistase la ciudad el singular puesto de comandante de su ejército.

Joab, quien siempre tenía la ambi­ción de ocupar el puesto más alto, se aventuró a escalar la roca escarpada por la vía del canal de agua y tomó la fortaleza que había sido considerada inexpugnable. Ganó el premio y llegó a ser el capitán. Esta singular hazaña del rey y de su ejército esparció olas de sacudimiento en todos los enemi­gos de Israel, quienes nada habían temido durante el reinado de Saúl.

Hasta este momento, las naciones de alrededor habían dado poca aten­ción a Jerusalén, pero una vez que David la capturó y la hizo la Ciudad de David, entonces su fama empezó a esparcirse y a extenderse hasta que, con el tiempo, llegó a ser la más gran­de ciudad de la tierra. Ningún otro punto encierra tantos recuerdos, ni ninguna otra ciudad ha sido tema de la profecía co­mo ésta. En relación con ella mucho se ha cumplido, inclusive la muerte del Señor fuera de sus muros, pero toda­vía falta mucho por cumplirse, porque está destinada a ser el centro del gran drama a desarrollarse en relación al reino futuro.

En esta victoria sobre los jebuseos podemos aprender que el verdadero líder no sólo vence obstáculos él mis­mo sino que puede inspirar coraje en otros. Aun hasta este día hay alturas en el terreno espiritual que no son alcanzables fácilmente por los santos. Todos pueden reconocer lo difícil de escalarlas y la mayoría se contenta con dejarlas al enemigo. Sin duda, miles de israelitas habían visto el canal de agua, pero nunca pensaron que era un punto débil en las defensas de la ciudad.

Es el deber de los que gobiernan a los santos encaminarles hacia el dis­frute de su herencia en Cristo. En el río de aguas vivas de la Palabra de Dios hallarán escalones que se pueden usar para guiar a aquellos que les siguen a alturas mayores, considera­das en algún otro momento inalcanzable.

Si aplicamos la captura de Jerusa­lén en otro plano, podemos ver en ello un cuadro de los triunfos del evange­lio. En todo el mundo hay lugares que una vez fueron fortalezas de las fuer­zas satánicas pero que ahora, por el coraje de ciertos líderes, han llegado a ser centros de testimonio para Dios.

No todas las naciones alrededor eran opuestas a David, porque el rey de Tiro, quien conocía el valor de las buenas relaciones entre vecinos, mos­tró su amistad para con David al proveerle una casa de cedro. Pueda que su generosidad estuvo mezclada con intereses propios, porque sabía que las rutas comerciales hacia sus puer­tos pasaban a través de las comarcas de Canaán.

No obstante, su cuidado y favor no deben ser menospreciados. Fue un cambio bienvenido para David el po­der estarse ahora en una morada per­manente, después de haber sido perseguido como una perdiz. Años después, el mismo Hiram proveyó materiales y obreros para la construcción del templo. De modo que este regalo para David no fue un mero ges­to pasajero de buena voluntad, porque el mismo espíritu de liberalidad se ma­nifestó en él en los días de Salomón.

Esta consideración mostrada por Hiram aseguró a David que en verdad estaba establecido como rey de Israel, ya que su fama ya traspasaba los lími­tes de Israel. Empero, aun no se vana­gloriaba de sus logros, porque sinceramente confesó que todo lo que había recibido de la mano del Señor le fue dado por causa del pueblo de Israel. El amor de Dios por la nación elegida continuaba a pesar de sus fallas, y se evidenciaba al Dios levantar a uno que la gobernara de acuerdo a su volun­tad.

Toda asamblea debería tener un go­bierno establecido, compuesto por aquellos que han sido preparados por Dios para llevar la responsabilidad. En ninguna manera deben éstos sentirse importantes, o pretender el crédito por lo que hayan logrado o puedan todavía hacer, sino más bien entender que no son más que instrumentos que tienen cuidado de aquellos que son los objetos de la divina elección. Donde falta el gobierno piadoso, los santos sufren y la influencia del testimonio disminu­ye.

Una vez más se nos dan los nom­bres de los hijos de David, pero en esta ocasión sólo los de aquellos que na­cieron en Jerusalén. De ellos, excepto Salomón, no sabemos nada, pero nos son presentados aquí para mostrar la riqueza y prosperidad de su reino. Los orientales medían la importancia de un monarca por el número de esposas y el aumento de su prole. Salomón, siendo el más famoso de los reyes de Israel, tuvo mil mujeres, pero a dife­rencia de su padre, tuvo sólo un hijo varón, Roboam.

5.17 al 25     Los filisteos son subyugados

Mientras que Israel estuvo dividido con reyes rivales peleando el uno con­tra el otro, los filisteos parecen haber­se replegado y observaban con satis­facción la destrucción de sus enemigos. Pero ahora que la nación está unida y David se ha establecido en la fortaleza de Jerusalén, sienten que deben enfrentar el reto a su poderío. Así que se juntan en un gran ejército para capturar y matar al nuevo rey.

Plenamente conciente del poder de estos guerreros, David muy sabiamente busca una vez más la guía del Señor. El resultado fue, como podría­mos esperar, que el enemigo fue derrotado.

En su pánico al huir, los filisteos dejaron tras sí sus ídolos. Pero estos fueron quemados por David, porque si no fueron capaces de hacer nada por aquellos que los habían fabricado, menos que menos podían ser útiles a los israelitas.

No era normal para los filisteos aceptar la derrota, así que vinieron una segunda vez y atacaron de nuevo. David de nuevo inquirió delante del Señor, pero esta vez fue guiado a actuar en una forma totalmente diferente. En vez de una batalla frontal, fue dirigido a rodearlos y a atacarlos por la retaguardia.

El Señor no sólo le dijo cómo en­frentarlos, sino que le dio la señal del ruido por las copas de las balsameras para indicarle cuándo debía avanzar. El resultado de este segundo encuen­tro fue igual que el primero:  una com­pleta victoria sobre el enemigo.

La mayoría está de acuerdo en que los filisteos representan al mundo de la falsa profesión religiosa. Las asam­bleas de Dios siempre han de enfren­tar oposición de esta fuente, porque ellas son un testimonio en contra de este mundo profesante. Esta oposi­ción, sin embargo, puede permanecer latente por un tiempo, si el estado de división de los santos les deja desvali­dos y sin mucha influencia.

Pero cuando llega el día en que ellos están unidos y debidamente guiados por ancianos espirituales, en­tonces se atiza la ira del enemigo y se tiene que enfrentar la oposición. En tales circunstancias es vital tener la guía y la ayuda del Señor.

Nunca debemos subestimar la in­fluencia y el poder de este enemigo, ni debemos imaginarnos que podemos derrotarlo por nuestras propias sabi­duría y fuerza. Es de temer que algu­nas de las asambleas de Dios han sido invadidas por falsos profesantes, quie­nes no sólo se han introducido en ellas, sino que han tomado el control y han llevado a los santos a esclavitud.

Verdaderamente bienaventurada es la asamblea que tiene líderes temerosos de Dios, quienes en comunión con Él pueden protegerla de toda forma de imitación. En estos enfrentamientos con los filisteos se nos enseña que los cami­nos del Señor para darnos la victoria no son estereotipados, sino que pue­den variar según los requerimientos del caso.

6.1 al 11        El traslado del arca de Quiriat-jearim

Ahora que David se establece en su reino, con sus enemigos subyugados y su familia colocada en la casa nueva de cedro, era un tiempo oportuno para que dirigiera sus pensamientos a las cosas espirituales. Debido al conflicto interno de la nación, el sonido de la guerra con la casa de Saúl y luego el ataque de los filisteos, había tenido poca oportunidad para concentrar su men­te en el establecimiento de la adora­ción divina en la tierra.

El paso de la tormenta le da la opor­tunidad de cumplir el deseo de su co­razón, el cual había sido tan inten­so como para robarle su sueño (Salmo 132:4). Aprendemos por este salmo que él había escuchado del arca cuan­do era un muchacho en Belén. Y, aho­ra que es rey, entendió que era su deber hacerla trasladar de la oscuri­dad donde se hallaba y traerla a su propia ciudad.

Tanto como sabemos, el tabernáculo estaba en Gabaón por ese tiempo pero, por alguna razón no revelada, David nunca intentó traer el arca a su antiguo lugar de reposo, Silo. Quizá el Señor controló su mente en el asunto, porque en ningún momento él es con­denado por traerla a Sion.

El énfasis del Salmo 78 es que Dios había rechazado a Efraín y había es­cogido a Judá, el Monte de Sion, al cual amó. El día cuando los dos hijos de Elí saca­ron el arca del tabernáculo, nadie se habrá imaginado que nunca iba a volver allí. Ni nadie pensó, cuan­do la pusieron en casa Abinadad, que pasarían setenta a ochenta años antes que fuese removida de su morada irregular.

Tanto el historiador en 2 Samuel como el cronista en 1 Crónicas se apartan un poco del tema para enfatizar que el Señor mo­ra entre los querubines. El hecho de que el arca estaba almacenada en una casa del bosque, de un sencillo israe­lita, en ninguna manera rebajaba su carácter sagrado, como mostrará lo que sigue.

No sólo era una ocasión gloriosa, sino también solemne, cuando el rey y miles de sus hombres valientes inten­taron trasladar el arca. Hubo oca­siones cuando David actuó solo, como la vez cuando mató al gigante Goliat. Pero el traslado del arca procuraba unir a la nación en un solo hombre, por lo que permitió a todo el pueblo com­partir el gozo y la gloria de este gran suceso. Si la totalidad del pueblo no estaba presente, al menos estaba representada por sus líderes. ‘No se ha hecho esto en algún rincón’ son pala­bras que podrían usarse en relación con esto.

Aparentemente la casa donde es­taba guardada el arca estaba situada en el lado de una cuesta, a varios kilómetros de Jerusalén, y el camino por donde tenía que pasar no era muy llano. Así que no nos sorprende que David haya pensado que era más práctico usar una forma más conve­niente de transportarla que en los hombros de cuatro hombres. Además, tenía un ejemplo de tal eficiencia en los filisteos, quienes habían ideado el uso de un carro tirado por ganado como el medio más adecuado para su traslado.

Ninguno podría dudar que dos bue­nos bueyes tuvieran más fuerza que veinte hombres, y no tendrían mucho peso en halar un carrete con su carga. Era mucho más fácil para los hombres caminar detrás del arca al estar puesta en un carro que llevarla sobre sus hombros. El rey asignó a los dos hijos de Abinadad, Uza y Ahío, para encargarse del carro y de los bueyes. Ellos habían cuidado del arca mientras estuvo en su casa.

Distinto al día cuando fue puesta en su casa en Quiriat‑Jearim, un día triste en verdad, esta ocasión estaba señalada para ser uno de los más festivos en la historia de Israel. Se había citado a la más grande congre­gación de músicos posible y se propo­nía llenar el aire de dulces notas. El gozo del corazón del rey debía reflejar­se en una manera muy clara.

Todo sucedió como se había pla­neado hasta que los bueyes con su carga preciosa llegaron a la era de Nación. Quizás nunca sabremos lo que sucedió exactamente, sea que los bueyes tropezaron en el camino roco­so, o que voltearon bruscamente para comer algunos granos sueltos por allí. Sea lo que fuere que haya pasado, el arca estaba en peligro de caer del carro, y a fin de evitar tal calamidad, Uza extendió su mano para sostener­la.

¡Ay! su acción desagradó al Señor, quien le hirió y allí él murió. Este solem­ne suceso cambió el día festivo en uno de dolor y pena.

Nos es difícil comprender por qué la familia que había guardado el arca por tanto tiempo tenía que sufrir tan triste aflicción a su traslado. Se nos recuer­da de los hijos de Aarón, quienes también fueron muertos por el Señor el mismo día cuando el tabernáculo fue lleno con la gloria de Dios por primera vez. Es una responsabilidad muy gra­ve, así como un gran privilegio, estar cerca del Señor, porque Él es “formi­dable sobre todos cuantos están alrededor de él” (Salmo 89:7).

Todas las ansiadas esperanzas de tener el arca reposando en Jerusalén fueron arrojadas al suelo, y la pregunta esencial en la mente de David era ‘¿Cómo ha de venir a mí el arca de Jehová?’ Después de todos sus pla­nes y esfuerzos un desastre había ocurrido. Sus propósitos se habían frustrados, y ahora ¿qué hacer?

Mientras tanto, el arca fue llevada a la casa cercana de Obed‑edom y per­maneció allí tres meses. Era maravillo­so que la casa de un levita estuviese tan cerca, y que el hombre que aceptó recibir el arca era uno de los coatitas, quienes eran los originalmente seña­lados para cargar el arca. Para cual­quier otro, recibirla hubiese sido lo más peligroso, porque lo que se vio en Uza fácilmente podría sucederle al tal.

 

Las lecciones de esta historia son tan evidentes que apenas necesita­mos presentarías. Grande en verdad es el momento cuando los responsa­bles de los santos se ejercitan por dar al Señor su verdadero lugar. La res­tauración del testimonio al Señor, co­mo la restauración del arca, debería ser una causa de regocijo. No todos se preocupan por la importancia de la presencia del Señor en medio de su pueblo, porque hay aquellos que son espiritualmente insensibles para per­catarse de su ausencia. Para los tales, todo lo que en verdad les interesa es tener un gran estímulo, éxito y condi­ciones agradables.

Sin embargo, si se va a disfrutar de la presencia del Señor es esencial que se hagan las cosas como Él las ha ordenado. Él tenía lecciones que en­señar a los suyos al ordenar que el arca debiera llevarse sobre los hom­bros. Aquellos que la llevasen senti­rían su peso, algo que nunca hubiese conocido si Él hubiese ordenado que se llevase en un carro. Debemos re­cordar que había partes del tabernáculo que se cargaban en carros, pero no así el arca.

Pensando en el ‘carro nuevo’, debe­mos decir que todo lo favorecía, por­que nadie podía negar su eficacia, ni se podía cuestionar que había sido exitoso previamente. Casi todas las innovaciones introducidas en las asambleas se excusan en dos moti­vos: (1) son más eficientes y evitarán más trabajo que las que se practicaron en los tiempos del Nuevo Testamento (2) otras agru­paciones religiosas las usan y les traen mucho éxito.

No todas las desviaciones del orden divino son juzgadas por Dios inmedia­tamente, como lo fue Uza. Pero, pode­mos estar seguros que se ha de pagar un alto precio por ellas, aunque no se manifieste en el tiempo.

6.12 al 23     El traslado del arca de la casa de Obed‑edom

Es de notar que la narrativa de este traslado del arca a Jerusalén ocu­pa treinta y dos versículos en 1 Crónicas, pero en 2 Samuel se condensa en sólo ocho. La razón de esto es que 1 Crónicas fue escrito por el remanente que regresó del Cautiverio, y todo lo que fuese de naturaleza religiosa en la historia de Israel era resaltado ante ellos tanto como fuese posible. Nece­sitaban aprender la lección de esta historia de una manera especial.

Cualesquiera que hayan sido los sueños que podría haber tenido David en relación con este traslado del arca o de estar asociado con esto, fueron atizados por las nuevas que la casa de Obed‑edom había sido bendecida por la presencia del arca. Su ejercicio de traerla a él hasta Jerusalén se desper­tó, pero en esta vez trataría de asegu­rarse que nadie que la moviese fuese dañado. Obviamente había aprendido de su error y, a diferencia de algunos que ocupan altos cargos, él estaba dispuesto a remediarlo.

En su confesión (1 Crónicas 15:2) es claro que había aprendido que hom­bres, no bestias, debían cargarla en sus hombros. En realidad, exactamen­te para esto es que le habían hecho varas al arca (Éxodo 25:13‑15; 1 Crónicas 15:15), las cuales no sirvieron para nada cuando el arca fue transportada en el carro. En esta ocasión, pues, él se asegura que se siguiese el orden divino, y el arca fue llevada por los sacerdotes a la tienda que se había preparada para ella.

Su traslado fue acompañado de sacrificios, regocijo y danzas de parte del rey. Es posible que en ningún otro momento de su vida él haya usado modales sacerdotales co­mo en esta ocasión. Se quitó sus ves­tiduras reales y se vistió del lino fino sacerdotal, y aun usó un efod de lino; todavía más, llegó hasta bendecir al pue­blo. En toda esto es una sombra del Rey- Sacerdote quien se sentará en el trono de David.

Parece que no había pensa­mientos en su corazón ni ninguna otra cosa que pudiese apagar su delicia en este día memorable. Pero, todo su en­tusiasmo expresado en sus saltos y danzas fue desagradable para su es­posa al observar por la ventana. Ella, como su padre, no tenía ningún interés en el arca. Ciertamente, si su marido hubiese estado regresando de alguna victoria militar blandiendo su espada, ella hubiese compartido su placer. Pero para ella, su conducta pa­reció más de una gente loca, y muy por debajo de la digna de un monarca.

Como podríamos esperar, en el gozo de su corazón él ofreció al Señor holocaustos y ofrendas de paz; dándo­le así su porción primero que todo. También se aseguró luego que el pueblo que él bendijo tuviera su porción. Les dio, pues, pan, carne y vino. Muchos de ellos tenían poca comprensión de la importancia de todo lo sucedido, pero podían avalorar los presentes recibidos y regresar a sus casas con alegría.

Lo que había sido de tanto gozo para David y para el pueblo fue ensombrecido por la recepción que recibió cuando regresó para bendecir su casa. Su esposa, Mical, le regañó por su conducta delante del arca. Su denigración le costó cara a ella, porque a causa de eso perdió toda esperanza de ser la madre del heredero del trono. Como ya hemos señalado, ella no fue de ningún gozo para él y debió haber sido dejada con su marido quien le amaba (3:15‑17).

Las lecciones de este pasaje ya han sido mencionadas en buena parte, pero aquí tenemos el gran resultado de la forma correcta de trasladar el arca. En cambio, en la historia anterior tuvimos el desastre por usar la forma equivocada de trasladar­la.

Cuando se le dio al arca su pro­pio lugar, entonces el Señor y su pueblo recibieron su porción. Pueda que algunos vean un regreso al orden bíblico en la asamblea como asunto muy pequeño, pero los verda­deros líderes no pueden descansar hasta que al Señor le esté dando su propio lugar entre los suyos.

Es triste cuando un líder regresa a su casa para hallar que su ejercicio no es ni de valor ni es aprobado por su esposa. Procurar agradar a Dios cuan­do su más cercana compañera no tiene los mismos intereses, de ninguna for­ma es fácil, pero el problema puede ser atribuido a un error anterior.

Por otro lado, debe recordarse que, con mucha frecuencia, en nuestros días más bendecidos siempre le si­guen experiencias humillantes, como el traslado del apóstol Pablo hasta el tercer cielo fue seguido por el aguijón en su carne (2 Corintios 12:7). Dios es sufi­cientemente sabio como para no dejarnos siem­pre sobre la cresta de la ola.

7.1 al 7          El propósito de David de construir el templo

Lo más probable es que el historia­dor no sigue el orden cronológico de los sucesos en este pasaje, pero el asunto que presenta está tan relacio­nado con lo anteriormente expuesto que es lo más adecuado para ponerse aquí.

El primer ejercicio de David, y el más impor­tante, fue traer el arca a su hogar en Jerusalén. Por razones no reveladas, no hizo ningún intento de traer el tabernáculo a la ciudad y colo­car el arca en su morada normal, sino que levantó una tienda para ella. Natu­ralmente, entendió que este tipo de refugio se adaptaba más a su anterior morada.

Habiendo tenido descanso de sus enemigos y más tiempo para reflexio­nar, se da cuenta cuán inadecuado era para él vivir en un palacio de cedro mientras el arca, con toda su gloria, reposaba en una tienda. Muy profundo en su corazón sintió que debía cons­truirse una casa para el arca que estu­viese en proporción con la majestad del Señor a quien el arca representaba.

Sin ninguna presentación formal, Natán el profeta se menciona aquí por primera vez, aunque parece que ya era muy conocido por David. Algunas de las instrucciones de parte del Señor de las cuales leemos pudieron haber venido por medio de este profe­ta. Desde los días de Samuel no hay referencias a profetas jugando un rol importante en el reino, pero de ahora en adelante se les ven constantemente dirigiendo y, a veces reprendiendo, diversos reyes.

En esta ocasión David abre su ma­no de confianza lo que estaba ejerci­tando su corazón. Y, sin buscar ningu­na luz de Dios en el asunto, Natán aprueba gozosamente el plan y le de­sea la bendición del Señor.

Sin embargo, durante la noche el Señor aparece en visión al profeta y le informa que el proyecto de construir esta casa no continuaría. Las razones para detener el plan de David se dan de forma extensa. Aquí las exponemos brevemente:

El Señor nunca había tenido una casa para morar,
sino que lo había hecho en tienda y entre corti­nas;

Él no había pedido, en ningún momento, a alguno construirle casa;

Él había hecho maravillas en la vida de David al levantarle de un redil
de ovejas al trono de la nación;

La casa de David sería establecida para siem­pre;

Se le permitiría a su hijo cons­truir la casa después de su muerte.

Debió llevarle un tiempo a David dirigir este mensaje del Señor. Aunque por un lado era frustrante al impedirle hacer lo que estaba en su corazón, no obstante, era de lo más animador saber que sería victorioso sobre sus enemigos, que su casa reinaría para siempre, y que el templo sería construido por su hijo. El Señor valoró su preocupación por el arca y le retri­buyó ampliamente por lo que había hecho en pensamiento, aunque no por su mano.

Hay importantes lecciones en este pasaje para todos los que tienen inte­rés en las cosas divinas, especialmen­te si son, como David, líderes entre el pueblo de Dios. Nos enseña en forma sumamente clara la diferencia entre un ejercicio y la guía de Dios.

Existen hermanos que creen que cualquier cosa que anime sus mentes en forma especial es lo que tienen que hacer, descuidando la guía divina. En una reunión dan a conocer su propio ejercicio, sin tomar en cuenta si tal idea guarda o no relación con lo que precede. Pareciera que no notaran que otros también tienen sus pensamientos en línea con la mente del Señor. Es bueno ver que David se sometió al consejo del profe­ta, aunque era contrario a sus expec­tativas. Todavía se da la guía divina entre los santos, pero no todos están preparados para someterse a ella.

La segunda lección es que algo puede parecer correcto en sí, pero el tiempo de Dios para hacerlo puede no haber madurado. Recordemos cuán cuidadoso fue el mismo Señor en esto; siempre hablaba de su “hora”. Si po­demos decirlo de esta manera, el reloj de David estaba adelantado. Nunca debemos ir detrás del tiempo de Dios, ni tratar de correr delante de él. Aun en una reunión, algo que pudiese estar impresionando nuestras mentes podría estar fuera de lugar al comienzo, pero luego el camino se abre y encaja perfectamente.

La tercera lección es que al querer ha­cer una cosa, no es garantía que el motivo para hacerla sea puro y honre a Dios. Dios debe dar la guía.

Una cuarta e importante lección es que quienes tienen interés por la casa de Dios puedan confiar que Él edificará la propia casa de ellos. Aun cuando el celo sobrepase a la prudencia, el Se­ñor honrará aquellos que tienen su lugar de morada en sus corazones.

Una lección final se nos presenta en la fidelidad de Natán. La visión noctur­na que recibió era todo lo contrario al propósito del rey y a la aprobación que él mismo había dado al plan; no obstante, él declaró la palabra del Señor sin reservas. Aquellos que ministran la palabra de Dios en las asambleas puedan que a veces tengan que hablar lo que es contrario a las mentes de los del presbiterio. Cuando tengan que hacer así, deben combinar fidelidad con hu­mildad de mente y, al mismo tiempo, no fallar en exponerlos incentivos para todos los que obedecen lo que el Se­ñor dice. Demasiadas veces el ministe­rio correctivo se da sin ninguna refe­rencia a las bendiciones que viene por obedecer.

7.18 al 29     Acción de gracias y oración de David

La respuesta de David al mensaje de Natán no reveló ningún vestigio de resentimiento o disgusto, sino profunda gratitud al Señor por todo lo que Él le había manifestado. De hecho, las promesas que le fueron dadas predo­minaban tanto en su pensamiento que no hizo ninguna referencia a la frustración de no ser permitido cons­truir la casa. La perpetuidad de su propia casa eclipsaba su propósito de construir la casa de Dios.

¿No nos causa asombro que Da­vid pudo entrar en la tienda y sentar­se en la presencia del arca, aquel mueble visto solamente por el sumo sacerdote una vez al año, y normal­mente rodeado de incógnita? Si cual­quier israelita, o aun un sacerdote, hubiera tenido la presunción de ha­cer esto cuando estaba en el taber­náculo, hubiera sido consumido. Sin embargo aquí está un hombre, ni si­quiera es un sacerdote, sentado y contemplando el arca sin estremecimiento ni terror. No podemos menos que recordar las palabras: “Aquel Verbo fue hecho carne, y habitó en­tre nosotros y vimos su gloria” (Juan 1:14). Hombres mortales pudieron no solamente contemplar a Cristo, sino palparle, aunque antes de su encar­nación los ángeles cubrían sus ros­tros en su presencia.

Anteriormente notamos que, al traer el arca, David casi se comportó como un sacerdote. Ahora le vemos disfrutando lo que era el derecho sin­gular del sumo sacerdote, el privile­gio de estar en la presencia del arca; y no sólo esto, sino de estar sentado delante de ella, algo que ningún su­mo sacerdote jamás tuvo permiso de hacer. No sabemos si cambió su pos­tura al comenzar a hablar con el Se­ñor, pero la posición normal para tal ejercicio no era sentada, sino de pie o arrodillada.

La oración se puede dividir en cinco partes¾

Lo maravilloso para David de que uno como él fuera tan honrado por el Señor.

La grandeza del Señor que podía hacerle tales promesas.

La grandeza del pueblo de Dios y las grandes cosas que había hecho por ellos.

Una peti­ción que la promesa hecha fuese cumplida.

Una oración para que el Señor bendijera su casa.

La oración se dirige al Señor Je­hová, y se ofrece con el conocimien­to pleno de que está hablando con el Dios de la Nación, el que guarda el Pacto. David reconoce que no sola­mente está en la presencia del arca sino en la presencia de Aquel a quien representa.

Como siempre sucede, los favo­res que le fueron concedidos le hicie­ron profundamente consciente de su propia indignidad, por lo cual ex­clama, “¿Quién soy yo?” Su asombro aumenta al mirar atrás a la insignifi­cancia original de su propia casa a su posición actual como rey y hacia adelante a los honores que le son prometidos en el futuro. Para él esto supera enormemente aun lo que po­dría hacer el hombre más grande. Busca en vano encontrar alguna cau­sa en sí mismo para todas estas ma­ravillas, pero atribuye todo a la soberanía de Dios; las razones se encuentran en el corazón de Dios, no en su propio corazón. Tal Ser excede infinitamente los dioses de las nacio­nes y nadie se le puede comparar.

Habiendo considerado la singula­ridad del Señor, la mente de David ahora se ocupa de la grandeza de su pueblo. Ellos, no menos que su rey, han experimentado la fuerza del po­der divino, tanto en su redención de Egipto como en su establecimiento en la tierra. Los dioses de Egipto y los dioses de los amoritas no se po­dían comparar con el Dios de Israel, porque no podían hacer nada para los que confiaban en ellos.

David está tan satisfecho con lo que le ha sido prometido en cuanto a su casa que no pide que sea cambia­do en nada; simplemente pide que todo sea cumplido. Es por causa de esta promesa que le ha sido revelada en cuanto a su casa que él ora en es­ta oportunidad. Termina su oración con una súplica fervorosa que su ca­sa sea bendecida por el Señor quien te había favorecido tanto a él.

Es una prueba no pequeña de nuestra espiritualidad aceptar el mensaje divino y sometemos a su voluntad cuando va en contra de nuestros propios planes. Aquí apren­demos que nuestro ejercicio, aunque Él lo aprecia, en ninguna manera le hace desviar de su propósito. Al des­baratar nuestros planes Él manifiesta su sabiduría, y comprueba que tiene algo mejor para nosotros de lo que esperábamos.

Cuando Pablo intentó ir a Asia, le fue prohibido, y cuando procuró ir a Bitinia, de nuevo fue impedido. En­tonces Dios le dirigió a Europa donde vio la mano del Señor en la constitución de asambleas en Macedonia y Aca­ya (Hechos 16:8,9). Lo que al principio parecía ser frustrante, después resul­tó ser una bendición, como a menudo se dice: “Nuestras frustra-ciones son las citas de Dios”. Muchas veces, co­mo en el caso de David, lo que Él nos otorga es mucho más de lo que esperábamos tener.

Solamente al comprender la gran­deza de Dios, y recordar su trato con nosotros en el pasado, podemos te­ner la seguridad que sus nuevas pro­mesas también se cumplirán. Al reconocer sus caminos con nosotros y con su pueblo, encontramos forta­leza para confiar que hará lo que a primera vista parece imposible. So­brepasaba el razonamiento humano cómo podía cumplirse esta promesa hecha a David, pero no a él le corres­pondía preguntar cómo. No nos toca a nosotros tampoco preguntar cómo se puede cumplir todo lo que Él nos ha prometido, sino más bien quedamos satisfechos que ha ha­blado y su Palabra no es en vano.

8.1 al 14        Los conflictos y las victorias de David

Casi no podría ser mayor el con­traste entre lo que hemos estado considerando y lo que tenemos aquí. En el capítulo 7 David estaba sentado delante del Señor, mientras que aquí está en el campo de batalla. Sin em­bargo, existe una relación estrecha entre los dos pasajes, porque era necesario conquistar sus enemigos los cuales impedían el cumplimiento de la promesa que le fue hecha de do­minio terrenal. No sólo esto, sino que la construcción del templo por su hi­jo requería una gran cantidad de ma­teriales preciosos, y esta riqueza, como el despojo de los egipcios, se obtuvo saqueando a las naciones cir­cunvecinas.

Estas campañas fueron en diferentes direcciones. La del versículo 1 fue con los filisteos al occidente, la del versículo 2 al oriente, la de los versículos 3 al 11 al norte, y la del versículo 13 al sur. No podemos dejar de notar la brevedad con que se relatan estos grandes conflictos. Aunque las bata­llas fueron sangrientas y trascenden­tes, todo lo que sabemos de ellas está contenida en estos pocos versí­culos. ¡Cuán diferente es esto del traslado del arca en el capítulo 7!

Su primer encuentro fue con sus adversarios antiguos, los filisteos. Del libro de Crónicas aprendemos que la ciudad tomada aquí fue Gat, que se consideraba como la ciudad madre y los pueblos alrededor como sus hijas. Siempre será difícil expli­car por qué David les trata tan severamente; él tenía conexiones familiares con moabitas a través de su bisabuela Rut, y envió sus padres a ellos para ser protegidos durante su rechazo. Puede ser que ocurrió alguna cosa muy seria de la cual no sabemos na­da, y por este motivo hizo morir a dos tercios de los prisioneros.

No se conoce la ubicación exacta de Soba (versículo 3) pero parece estar si­tuado al occidente del río Éufrates y al noreste de Damasco. Hadad‑ezer había perdido parte de su territorio y estaba intentando recuperarlo cuan­do David la atacó. Él estaba bien equipado para la guerra, pero ni sus carros, ni sus caballos podían re­sistir el poder del ejército de David. Como Josué había hecho antes, el rey desjarretó los caballos captura­dos, porque no habían de ser parte de su poderío militar. Las fuerzas combinadas de Hadad‑ezer y el ejér­cito de los sirios no pudieron con Da­vid y sufrieron grandes pérdidas de hasta veintidós mil hombres. Los escudos de oro usados por los siervos de Hadad‑ezer fueron traídos a Jerusa­lén, y sin duda fueron más altamente apreciados que los carros y los caba­llos, porque junto con la gran canti­dad de bronce que también se obtuvo en esta oportunidad podría ser parte del abastecimiento de me­tales preciosos necesarios para el templo.

Toi, quien había sufrido a la mano de Hadad‑ezer, estaba agradecido a David por destruir a su antiguo ene­migo y mostró su gratitud trayendo utensilios de plata, oro y bron­ce. David dedicó estos tesoros a Dios, así como los demás ganados de sus enemigos. Fue victorioso en cada encuentro con las naciones cir­cunvecinas, de manera que su nom­bre se hizo famoso, y seguramente que el corazón de los que oían de él se llenó de temor. Colocó guarnicio­nes en todos los centros de sus triun­fos, de manera que no sólo tomo posesión de ellos, sino que aseguró mantener el control de lo que había ganado.

Hay lecciones de peso que pode­mos aprender de estas hazañas de David, especialmente para aquellos que gobiernan entre los santos. Por supuesto que los enemigos que en­frentamos son espirituales, pero están representados por las naciones que confrontaron a David. Es el propósito divino que su pueblo triunfe sobre el poder de las tinieblas, pero al hacer­lo, debe recordar que las armas que emplean no son camales, ni debe utilizar aquello que el enemigo esti­ma y de que depende. Así como los caballos y carros no servían para Da­vid, de la misma manera no pode­mos poner nuestra confianza en los instrumentos del mundo, sean intelectuales, oratorias o musicales, sino, como David, confiar enteramente en el Señor.

Todo verdadero líder se fija bien en las áreas circunvecinas bus­cando materiales para edificar la asamblea. Los corazones del hombre son sometidos por el poder del evangelio y sus talentos llegan a ser útiles para la casa de Dios. En los días de Saúl Israel era pobre y las naciones alrededor era supremas, pero un cambio de gobierno elevó a la nación a una posición de honra y fama. De la misma manera en el día de hoy, cuando los santos han sido humillados por los enemigos alrede­dor, todo puede cambiar cuando los que están en control son varones de Dios.

 

 

8.15 al 18     Los oficiales de David

Habiendo descrito las proezas de David, el historiador nos da en una forma resu­mida detalles acerca de los ofi­ciales que él había colocado en sus diversas responsabilidades. En esto demuestra ser tan sabio como adminis­trador como lo era de soldado.

Su reinado benéfico se ejerció sobre toda la nación sin parcialidad, de manera que ninguna tribu podía tener envidia de otra, ni quejarse de ser tratada injusta­mente. Joab, aunque un sobrino de él, no fue general del ejército debido a esta rela­ción, sino porque fue el primero para en­trar en Sion y denotar a los jebuseos, como lo había prometido David.

No estamos plenamente seguros cuá­les eran los deberes del “cronista”, pero parece ser que guardaba un registro del número de soldados en el ejército, de los eventos en la nación y de las necesida­des del palacio. También podría haber dado consejo al rey sobre varios asuntos del estado.

Nos parecería extraño si hubiese dos sumos sacerdotes a la vez, pero aquí no se llaman sumos sacerdotes sino sola­mente “sacerdotes”. Sadoc era de la des­cendencia de Eleazar y se menciona de primero, mientras que Ahimelec hijo de Abiatar el sumo sacerdote, era de la des­cendencia de Eleazar y se menciona en segundo lugar. Era de la descendencia de Itamar. Puede ser que los dos oficiaban de la misma manera que Ofni y Finees (1 Samuel 1:3).

Él “escriba” que se menciona aquí muy posiblemente era el “secretario del estado” y su función sería diferente al del “cronista” mencionado arriba. En los días de Salomón había dos de estos escribas (1 Reyes 4:3).

Seguramente que los cereteos y peleteos eran los guardaespaldas de Da­vid y estaban en las manos capaces de aquel valeroso soldado Benaía.

Los hijos, que no se nombran aquí, se llaman príncipes, o ministros, aunque la palabra utilizada para su cargo generalmente se traduce como “sacerdote”. Esto parece dar a entender que, así como los sacer­dotes ministraban en la presencia del Se­ñor, estos hijos del rey ministraban en la presencia del rey. Naturalmente tenían li­bre acceso a su padre.

Se deduce obviamente de este pasa­je que David, aunque era un gobernante justo y sabio, no era en manera alguna in­dependiente de la ayuda de otros. Sabía cómo compartir la responsabilidad y discernir quiénes estaban capacita­dos para llevarla. Este es un factor indispensable para el bienestar de una asamblea. Demasiadas personas no so­lamente quieren gobernar, sino que tienden a ignorar a otros que también tienen cuidado de los santos.

Estos diversos oficiales en la corte de David no tenían ninguna intención de qui­tarle del trono o de usurpar su autoridad, sino que eran ayudantes leales en el rei­no. Todos los que tienen el bienestar de la asamblea en su corazón y que están buscando la gloria de Dios, deben ser animados a compartir la carga con los ancianos.

Posiblemente hemos llegado ahora al cenit del reinado de David y al tiempo cuando la Nación disfrutó de un gobierno justo, algo que no había conocido por siglos. El rey escogido por Dios estaba sobre el trono, junto con hombres fieles en sus cargos que ejecutaban la voluntad del rey, y trajo bienestar para todos. Lo lamen­table es que esta condición saludable no continuó.

9:1 al 13       David muestra bondad a Mefi‑boset

La razón por insertar aquí esta histo­ria acerca de Mefi‑boset seguramente fue porque se sabía muy bien que Jona­tán tuvo la esperanza de ser el segundo después de David al estar éste sobre el trono (1 Samuel 23:17). Lamentablemente esto no fue así, porque Jonatán tuvo una muerte prematura en el campo de bata­lla. Además, hubo el pacto entre ellos que se mostraría misericordia con su casa, no exterminándola como era la costumbre cuando un rey rival tomaba el reino.

Es evidente que este regreso de Mefi­-boset ocurrió mucho después de los pri­meros días del reinado de David, porque solamente tenía cinco años de edad cuan­do Saúl fue muerto, y ahora está casado y tiene un hijo. Muchas veces personas ha­cen solemnes promesas cuando están en tiempos de dificultad, pero al pasar la tempestad se olvidan convenientemente de ellas. No así con David, pues no obs­tante su pesada responsabilidad en el tro­no y las muchas cosas demandando su atención, él no se olvidó de las promesas que había hecho a Jonatán. Sin duda sin­tió el peso de la gran deuda que tenía pa­ra con aquel amado príncipe, y, aunque no pudo recompensarle directamente, po­día hacer misericordia con su descendencia.

Parecer ser que Mefi‑boset había en­contrado refugio en la misma región donde su tío Is‑boset había tenido su ca­pital, es decir, Mahanaim al otro lado del Jordán. Posiblemente se imaginaba que estando en un lugar tan remoto, se salva­ría de ser ejecutado debido a su relación con Saúl. La convocatoria de David para venir a la corte en Jerusalén sin duda le hizo temblar, porque seguramente pensa­ba que no era otra cosa que su sentencia a muerte. ¡Cuán poco conocía el corazón del rey! Las primeras palabras, “No ten­gas temor”, pusieron fin a su terror y le aseguraron que fueron pensamientos de amor que motivaron a David a buscarle.

Al tomar el lugar de “un perro muer­to”, adoptó la actitud correcta para obte­ner misericordia. Él no tenía nada para ofrecer al rey, por cuanto era pobre; no podía prometer ser una ayuda en el ejér­cito o en la corte, por cuanto era cojo; ni podía traer consigo a alguno para fortale­cer el reino, por cuanto era solitario. De manera que es notable que no fuera asigna­do a una posición de responsabilidad, si­no a ser simplemente un invitado a la mesa del rey. Grande como fue este favor, no era todo, porque David había pensado darle toda la hacienda de su abuelo Saúl, y hacer que Siba y sus quin­ce hijos cultivaran la tierra y le dieran las ganancias.

Podríamos preguntar por qué quería David tener a Mefi‑boset siempre a su mesa, pero éste sitio de honor era el más cercano a aquel que su padre había deseado y no pudo disfrutar. En cada comida podrían verse el uno al otro y re­cordar el pasado, mientras se regocijaban juntos. Habían pasado muchos años des­de que el asiento de David quedó vacío a la mesa de Saúl (1 Samuel 20:18) por tener que esconderse en el campo. La fidelidad de Jonatán en aquella ocasión, y también después, fue la causa de esta bondad ma­nifestada para con su hijo.

No se puede leer esta historia sin ver en ella verdades preciosas del evangelio, de manera que muchas veces se ha utili­zado para ilustrar la bondad de Dios para con pecadores inútiles. Tal vez tiene vínculos en una manera especial con al­gunas porciones en Efesios.

Mefi‑boset, aunque lejos, fue traído cerca; así noso­tros hemos sido hechos cercanos
por la sangre de Cristo (2:13).

Él fue bendecido por causa de Jonatán; así nosotros, por causa de Cristo,
hemos sido perdonados (4:32).

Él confesó ser “un perro muerto”; así nosotros estábamos muertos
en nues­tros delitos y pecados (2:1).

Él fue senta­do a la mesa del rey; así a nosotros “nos hizo sentar
en los lugares celestiales con Cristo Jesús” (2:6).

Él obtuvo una heren­cia; así nosotros tenemos “las arras de nuestra herencia” (1:14).

Él estaba a la mesa como uno de los hijos del rey; así nosotros somos
“adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo” (1:5).

Él tenía siervos que le traían los frutos de la he­rencia; así nosotros tenemos
los dones del Cristo ascendido que nos traen sus inescrutables riquezas (4:11).

Es casi innecesario señalar a sobreveedores las lecciones que se pueden aprender de este capítulo. Aquí se nos da un visión de lo que había en el corazón de David, y aprendemos que es solamen­te un reflejo del corazón de Dios, porque no solamente muestra misericordia, sino “misericordia de Dios”. Si David no hu­biera conocido a Dios, no hubiera actua­do como lo hizo. Es esencial que cada líder beba profundamente de la fuente de amor en el corazón de Dios. En todo tra­to con los santos es indispensable la jus­ticia, pero debe ser acompañada de amor; de otra manera llega a ser fría y áspera.

Debe haber lugar a la mesa del Señor para los débiles y desvalidos así como para los fuertes y robustos. Algunos her­manos no tienen tiempo para aquellos que no van a ser útiles y activos, pero aquí David nos muestra como alegrar a uno que no puede hacer más nada que sentarse y comer. David miraba a Mefi-­boset como uno que tenía relación con Jonatán, así tenemos que aprender a esti­mar a los santos porque pertenecen a Cristo.

10.1 al 11     La guerra de David con Amón y Siria

Nos sorprende que se vuelva a hablar de los conflictos nacionales en este punto de la historia, especialmente después del relato de las victorias de David y el des­canso aparente de los enemigos en el capi­tulo 8. Pero hay razones para ello. En primer lugar, el maltrato de sus embajadores de gracia presenta un fuerte con­traste con la historia anterior de Mefi‑boset, y, en segundo lugar, la guerra descrita aquí continúa en el próximo capitulo, formando el trasfondo del triste desastre de la caída de David.

Así como David no pudo olvidar nun­ca la bondad de Jonatán, también tomó en cuenta la bondad de Nahas que había disfrutado cuando estaba siendo cazado por Saúl. Al oir de la muerte de su ami­go, quiso enviar mensajeros para mostrar su simpatía por la familia enlutada. El joven rey, aconsejado por sus príncipes, entendió mal la situación y trató los em­bajadores como espías. No se podría con­ferir un insulto más grande a hombres hebreos que desfigurar sus barbas. Para ellos la barba era emblema de masculini­dad desarrollada, y era un insulto dema­siado grande raparles la mitad de la barba. Igualmente los vestidos largos que utilizaban eran señales de su dignidad y posición, de manera que al cortar éstas por la mitad fue una vergüenza adicio­nal, ya que este tratamiento se reservaba para los prisioneros. Noticias de este tra­to ignominioso llegaron a David, y él hi­zo arreglos para que ellos permaneciesen lejos del lugar donde vivían hasta que sus barbas habían crecido, para evitar que sus conocidos vieran su vergüenza.

Hanún sabía muy bien la reacción de David a lo que había hecho, de manera que no esperó que David se moviera, si­no que él mismo tomó la iniciativa, y al­quiló el ejército sirio para que, unido a su propio ejército, podría hacer guerra contra él. David envió a Joab y sus valientes para enfrentar estas fuerzas for­midables. En el curso de la batalla, Joab se halló confrontado desde dos direcciones, porque la estrategia del enemigo era atacar por delante y por de­trás, estrechando a los hombres de Joab para impedir su escape. Detectando que los sitios eran el ejército más fuerte, él los enfrentó con sus valientes, y mandó a Abisai pelear contra los amonitas. No obstante la situación critica en que se en­contraban, en esta ocasión, como en ocasiones anteriores, el Señor libró a Israel y el enemigo fue derrotado.

Había una característica del ejército sirio que dio a Joab la ventaja. Era un ejército mercenario, y general­mente los que pelean por un sueldo tie­nen el cuidado de salvar su propio pellejo cuando la guerra se les vuelve en contra.

A veces los hombres no saben cuándo han sido derrotados, porque, a pesar de su retiro y pérdidas, los sirios hicieron un segundo ataque al reinado de David. Para asegurarse la victoria, reunieron to­das sus fuerzas, aun los que estaban al otro lado del Éufrates, y ordenaron bata­lla en Helam. David reunió a todo Israel para encontrarles, porque reconoció que eran inmensas las fuerzas en su contra. Los sirios huyeron de nuevo, pero no sin fuertes pérdidas de hombres y carros. Al fin Hadad-ezer, habiendo aprendido su lección, sabiamente hizo paz con Israel, cuando vio que su relación con Amón era para su desventaja.

Aunque los sirios fueron derrotados, los amonitas aún retuvieron sus ciudades fortificadas. La razón por la cual Joab no intentó capturarlas parece ser por causa de la época del año. En el 11:1 apren­demos que la guerra se reanudó en una época más oportuna y que Joab sitió a Rabá.

Hay algunas lecciones en este capítu­lo que tal vez somos tardos para apren­der. La más obvia, por supuesto, es que el hombre natural no aprecia la gracia; él mismo no conoce nada de ella y piensa que otros tampoco la tienen. En los prín­cipes de Amón se reflejan los corazones de los hombres hasta el día de hoy, por­que cuando les llega el mensaje del evan­gelio de la paz, sospechan que será para su ruina. No solamente rechazan el men­saje, sino que avergüenzan y abusan a los mensajeros. Pablo, el gran embajador a los gentiles, conocía lo que era ser tratado con ignominia. Aun en su primer via­je misionero, él fue cazado de ciudad en ciudad. Como estos hombres de David, él estaba dispuesto a sufrir vergüenza por amor a su Amo. Cualquier gobernante se queda aturdido cuando su bondad se en­tiende mal y se le atribuye algún motivo ulterior por mostrarla.

Otra lección clara es que aquellos que hacen mal generalmente son los prime­ros para atacar. No nos hubiera sorpren­dido si David hubiera actuado primero en estas circunstancias, porque fueron sus representantes que sufrieron la vergüenza. Pero no; fueron los malhechores que comenzaron la ofensiva. Muchos líderes se encuentran en conflicto con aquellos a quienes han mostrado solamente su bondad, y no pueden entender la razón por ser atacados.

Luchar en dos direcciones simultáneamente es una situación muy peligrosa, pero el capítulo muestra que el poder del Señor es mayor que el de los enemigos. Generalmente los que están en la retaguardia están presentes para apoyar a los que están al frente, pero hay ocasiones cuando los líderes del pueblo de Dios son atacados desde toda dirección. Todos sabemos en verdad que la oposición puede surgir de donde menos se espera. Sin embargo, no hay razón por llenarse de pánico, porque si en el conflicto por la verdad los enemigos prevalecen, el ejército invisible de Dios puede más que los que atacan.

Frecuentemente los que atacan son obligados a la inutilidad de sus conflictos, y como los seguidores de Hadad-ezer, aprenden que la paz es el mejor camino.

 

 

LA  CAÍDA  DE  DAVID
Y  SUS  CONSECUENCIAS
Capítulos 11 al 20

11.2 al 5        La caída de David con Betsabé

Llegamos ahora al punto decisivo en este libro. De aquí en adelante estaremos leyendo una historia muy diferente de la que ya hemos terminado. Ha sido con­movedor seguir el ascenso y fama de Da­vid, y contemplar sus triunfos sobre todo enemigo. Hemos visto con admiración su sabiduría y gracia en tratar con aquellos que anteriormente se le oponían. ¡Ay!, el sol que ha subido a su altura meridional ha comenzado a ponerse, y esto en un cielo nublado. La caída de David fue la siembra de semillas que produjeron una siega de tristeza y dolor que tenía que ser cosechada hasta el fin de su vida. Pala­bras no pueden describir adecuadamente las consecuencias tan tristes en su hogar y su familia.

Sin duda Dios, por medio del pecado de David, nos ha enseñado lecciones de vital importancia, porque en los Salmos aprendemos las verdades espirituales que le fueron enseñadas durante su humillación. En círculos mundanos se cubren los pecados de hombres famosos, pero Dios en su Palabra nos da la pura verdad sobre los hechos históricos, y nos cuenta las fallas de sus siervos así como sus virtudes.

Como se señaló en la introducción este libro, la gran diferencia entre 1 y 2 Samuel es que en uno tene­mos las fallas de gobernantes establecidos por el hombre, mientras que en el otro vemos las fallas aun de los que fueron divinamente establecidos.

Hay una conexión íntima entre la caída de David y la de Adán. Ambos eran reyes por decreto divino: uno reinaba sobre el universo, el otro sobre todo Israel. Ambos cayeron por medio de una mujer: uno por obedecer a la voz de su esposa, el otro por tomar la esposa de otro hombre. Ambos fueron atraídos por la concupiscencia de los ojos: uno vio que el fruto era bueno para comer, el otro vio a una mujer hermosa. Uno desobede­ció las palabras claras de Dios, el otro el claro mandamiento, “No adulterarás”. Ambos intentaron esconder su pecado: uno haciendo túnicas y escondiéndose entre los árboles del huerto, el otro por persuadir a Urías a descender a su casa a su esposa. Ambos recibieron la sentencia de muerte, pero ambos fueron perdona­dos. Ambos trajeron una cosecha de do­lor y tristeza a sus propias vidas y a las de su posteridad.

Justo al mismo tiempo que Joab y el ejército Israelita estaban sitiando a Rabá, David estaba relajándose en su palacio en Jerusalén, y aquí se ve tomando su siesta del mediodía, una práctica común en países calurosos. Al levantarse se pa­seó sobre el techo de su palacio y desde este punto estratégico podía mirar a las casas alrededor y observar lo que sucedía en los patios. Fue así que vio a Betsabé bañándose y la codició de tal manera que demandó que ella viniera a él para satis­facer su deseo inmoderado. No debemos atribuirle culpa a ella, porque fue traída al rey por sus siervos, y no tenía ningún poder para resistir sus demandas. Aun cuando él sabía que ella era la espo­sa de otro hombre, esto no le detuvo de tomarla para sí. Aunque otros reyes alrededor de él habían hecho lo que les pla­cía y actuado en contra de las leyes divinas, eso no quería decir que David, quien debía su corona al Señor, podía quebrantar sus mandamientos a su capri­cho. Él gratificó su propia concupiscen­cia, pero al hacerlo pecó gravemente y se puso bajo la sentencia de muerte.

11.6 al 27     Los esfuerzos de David para es­conder su pecado

La próxima parte de la historia mues­tra hasta dónde puede llegar el hombre en su esfuerzo para esconder su maldad. Cuando David supo que la esposa de Urías había concebido, se empeñó en que su legítimo esposo durmiera con ella, pa­ra que el niño que naciera fuera conside­rado como engendrado por él. Es difícil creer que David usaría palabras tan li­sonjeras y mostrara tanta bondad para Urías, sabiendo perfectamente que era puro engaño.

Sin embargo, para la gran desilusión del rey, el hombre que él trató de per­suadir a ir a su casa y dormir con su es­posa permaneció con los siervos del rey. Su fidelidad al trono, a la Nación y a la guerra en progreso se expresa en sus nobles palabras, y deben haber sido una repren­sión dura para David. Las condiciones eran demasiado serias para entregarse a lujos. Sintió que su deber era en el frente de batalla, no en la cama. De hecho, si el rey hubiera tenido la misma forma de pensar, nunca hubiera acontecido el tris­te desastre.

La cadena de maldad sigue alargán­dose, de manera que al fallar un plan, se hizo otro peor. Urías debe ser quitado, no sólo de su esposa, sino de la tierra misma. Es difícil concebir cómo David escribió las palabras de su carta a Joab, porque si alguna vez se ha escrito una nota con sangre, fue ésta. En resu­men, Urías llevó su propia sentencia de muerte al capitán.

Es extraño que Joab, que en otras ocasiones se atrevió a oponerse a las ins­trucciones de David, no tuviera escrúpulos para cumplir esta orden, y llevó a cabo hasta la letra el malvado plan. Bien pudiera ser que había sido informado del es­cándalo ocurrido en el palacio, y si es así, estaba colaborando para esconderlo. Para nuestra sorpresa, todo el plan se lle­vó a cabo con éxito total. Urías, junto con algunos otros, fue muerto por los de­fensores de la ciudad.

Evidentemente Joab estaba temiendo la ira del rey al oir de la derrota y pérdi­da de vida, pero en su informe de lo que había sucedido él se aseguró que fuese mencionado prontamente la muerte de Urías, porque bien sabia que esto cu­briría cualquier aparente fracaso suyo en la hazaña. Aunque todo sucedió de acuerdo a lo planificado, con el asesinato de Urías y su pobre viuda llorando su muerte, otro ojo estaba con­templando todo, porque el capítulo termina con estas solemnes palabras: “Mas esto que David había hecho, fue desagra­dable ante los ojos de Jehová”.

Encontramos lecciones de gran im­portancia en este capítulo solemne. Ade­más de las que señalaremos, tenemos varios salmos en que el mismo David es­cribe acerca de lo que aprendió de su caí­da. Para comenzar, la caída de un hombre tan devoto y temeroso de Dios nos exhorta a tener cuidado, no sea que pensemos que nuestro desarrollo espiritual en el pasado nos inmuniza contra una falla en el presente. Todavía necesi­tamos la advertencia,: “El que piensa es­tar firme, mire que no caiga”. Cualquier testimonio arruinado es sumamente tris­te, pero cuando la desgracia acontece a un líder entonces es peor todavía, porque en vez de ser él un ejemplo para seguir, llega a ser un ejemplo para evitar.

Nadie puede negar que en el caso de David el relajamiento y la pereza jugaran una parte importante en su caída. Si hubiera estado en la batalla en vez de la cama, la tentación no se hubiera suscitado. El descuido del deber abre la puerta a muchos males. Generalmente los que están ocupados en las cosas de Dios no tienen tiempo para pecar, pero los que están descuidados e indolentes no tienen poder para resistir el pecado. El llevar responsabilidad puede ser muy oneroso, y naturalmente sería deseable tener una vacación lejos de la tensión y el afán, pero es precisamente cuando ba­jamos la guardia que podemos ser trope­zados. Si David hubiera estado tan preocupado por la guerra como debiera, o como lo estaba su siervo Urías, nunca se hubiera acostado para descansar en ese día crítico. Los que gobiernan las asambleas deben recordar que el enemi­go no toma vacaciones, de manera que deben estar vigilantes hasta donde su fuerza les permite. Si nuestros primeros padres hubieran estado ocupados labran­do y guardando el huerto, no hubieran tenido tiempo para conversar con Satanás.

Es difícil exagerar la influencia del ojo en nuestras vidas. Lo que vemos nos afecta para bien o para mal. En el mundo se reconoce que la televisión es la manera más efectiva de alcanzar la mente de las personas. Si algo nos enseña esta triste historia, es esto: ¡Cuidado con lo que contemplamos! Todavía está vigente la promesa que “el que cierra sus ojos para no ver cosa mala, este habitará en las alturas” (Isaías 33:15,16). Si David hubiera seguido su propia enseñanza, “En la integridad de mi corazón andaré en medio de mi ca­sa. No pondré delante de mis ojos cosa injusta” (Salmo 101:2,3), nunca se hubiera escrito este capítulo. Frecuentemente los que gobiernan entre los santos fracasan en las mismas cosas contra las cuales han ministrado anteriormente, y hacen lo que habían afirmado que nunca harían.

Otra lección igualmente importante que podemos aprender es que por el he­cho de ser rey, (y, en los días de David, esto significaba ser un déspota), esto no le daba permiso alguno para hacer el mal. Él podía mandar a sus siervos a traerle a Betsabé, y ni ellos ni ella podían resistir sus demandas, sin embargo había Uno ¾el Señor¾ que estaba mirando, y Él era el supremo gobernante. Cualquier autoridad que tengan los sobreveedores en una asamblea, esto no les da licencia alguna para hacer lo incorrecto. Ellos es­tán bajo la autoridad del Señor en la mis­ma medida que el santo más débil en la congregación.

Tal vez la cosa más notable de esta historia es que todas las maldades plani­ficadas fueron realizadas a la perfección. Somos lentos para aprender que el éxito de un asunto no asegura que sea correcto. La prosperidad de los malos y de sus em­presas ha sido un misterio para los fieles en todas las edades. Tal vez esperaría­mos que Dios hubiera intervenido para impedir que se hiciera tal maldad, pero dio rienda suelta a David y le permitió cumplir su deseo. Hombres piadosos en ciertas ocasiones han contado con una intervención divina para detener los desvaríos de sus líderes, pero han sido des­ilusionados. A menudo Dios permite que el hombre haga lo que quiera, pero esto no le trae ningún provecho, porque tiene que cosechar lo que ha sembrado.

Es raro que el pecado termine sin que se cometan otros pecados en un intento para esconder lo que ha sucedido. Aun la bondad puede ser hipócrita. Líderes pue­den adormecer sus seguidores prodigán­doles dones para que ellos ayuden a esconder sus fracasos. Sin duda David era bondadoso, pero el motivo tras su bondad para con Urías estaba lejos de ser puro. Nunca debemos hacer favores por motivos egoístas o para obtener la ayuda de otros para esconder nuestro pecado.

Tal vez la lección más solemne de es­te triste episodio es que uno de los hom­bres más fieles y valientes de David fue sacrificado para un propósito tan malva­do. ¿No es verdad que, estando en una situación donde sus fracasos están en peligro de ser descubiertos, algunos ancianos de asambleas han sido culpables de humillar a los más fieles en la congregación?

Una lección más podemos sacar de este desastre, y es que las peores malda­des del hombre pueden ser usadas por Dios para cumplir sus propósitos. ¿Quién hubiera pensado que la mujer que se ob­tuvo de esta manera tal vil sería la madre del sucesor de David; y aun más, estaría en la línea directa de ascendencia de Cristo? La soberanía divina puede so­breponerse al fracaso humano sin dar explicación alguna por hacerlo.

12.1 al 14     La visita de Natán a David

Parece ser que al menos diez meses pasaron antes de que David estuviera ver­daderamente convicto de su horrible pe­cado. El haber obtenido a Betsabé, a quien admiraba, y el nacimiento de un hijo por medio de ella, fueron como un estupefaciente para tranquilizar su mente y quitar cualquier inquietud causada por sus malvadas obras. Sin embargo, su paz fue de corta duración, porque la visita de Natán, quien fue dirigido por Dios para despertar su conciencia, pronto le hundió en profunda angustia.

No podemos sino admirar la manera discreta en que se le acercó el profeta, porque la parábola relatada se ajustaba al caso en cada detalle, y condujo a David a dictar sentencia sobre sí mismo sin darse cuenta de lo que estaba haciendo. La mo­raleja que se enfatiza en el relato es el egoísmo cruel del hombre rico, retratado como sin tener excusa o necesidad de quitar la corderita única y tan apreciada del hombre pobre, a la cual él había alimenta­do con tanta ternura aun con su propio bocado. El viajero que vino a visitar al ri­co ilustra nada menos que la concupis­cencia inflamada, que, como un visitante, tenía que ser agasajado, y por el cual se sacrificó la corderita del pobre.

Natán conocía a David como uno que estaría enfurecido que una injusticia tal como ésta ocurriera en su reinado. Sin vacilación pasó la sentencia sobre el hombre rico. Fue una sentencia severa, mucho más de lo que exigía la ley, por­que incluía la pena de muerte además de una restitución cuadruplicada.

Como un rayo en tiempo sereno, el profeta hirió a David con su propia sen­tencia, exclamando: “Tú eres aquel hom­bre”. Acusar a un rey en ellos días demandaba gran coraje, pero Natán no iba a ser acobardado al llevar a cabo su misión. Hizo llegar su mensaje al blanco, relatando las muchas misericordias que Dios había derramado sobre el rey, y la abundante provisión de esposas que le fue otorgada, de manera que no tenía excusa para codiciar la de otro hombre, y de asesinar a su marido para obtenerla.

No había ninguna provisión en la ley para que el adúltero ni para el homicida escapara de la pena de muerte. Ni ofrenda por el pecado ni ofrenda por la culpa po­dían proveer propiciación para tales crímenes. David fue perdonado y se le permitió vivir el resto de sus días, sin embargo, él pago la pena en su des­cendencia, porque cuatro de sus hijos fueron muertos trágicamente, si bien sólo tres murieron durante la vida de él. Su excesiva concupiscencia fue castigada al ser sus esposas abusadas vergonzosa­mente por su propio hijo, y su homicidio fue castigado por los homicidios en su propio círculo familiar. Será nuestro tris­te deber considerar estos sucesos al se­guir estudiando el resto del libro.

En una declaración muy concisa, te­nemos el relato del historiador acerca del arrepentimiento de David: “Pequé contra Jehová”. Tenemos que dirigirnos a los salmos para entender cuán real y profun­da fue su contrición, especialmente Salmos 32 y 51, donde vemos cuán ple­namente convicto quedó, y cuán franca y honesta fue su confesión. Su experiencia fue tan terrible que hubiera defraudado las generaciones venideras si no les hu­biera permitido el beneficio de conocerla. La mayoría de los hombres, especialmente los que actúan en público, harían el mayor esfuerzo para esconder sus maldades pasadas, pero él ha escrito con su propia mano la historia de sus sentimientos y de la gracia per­donadora que Dios le otorgó en este tiempo de terrible crisis. En el perdón de sus pecados aprendemos acerca de la gracia de Dios; en el castigo de sus pecados aprendemos acerca del gobierno de Dios.

Tal vez lo que más nos sorprende en este deplorable episodio en la vida de David es el hecho de que siguió senta­do sobre el trono de Israel. Había dado ocasión de blasfemar a los enemigos del Señor, había destruido el hogar de un fiel siervo, y habla revelado a su capitán principal, el cual ejecutó su cruel desig­nio, las profundidades de maldad que ha­bita en su propio corazón. Sin embargo su reinado continuó por un tiempo, aparentemente sin acontecer ningún des­astre a él o a su reinado. Dios no se apre­sura para castigar el pecado, pero a su propio tiempo levanta la vara y castiga.

No se puede exagerar lo terrible que es un fracaso serio en el testimonio, pero cuando es el caso de uno en las primeras filas, es aun más serio. El hacer entender la realidad y lo horrible que es el pecado a cualquiera que ha caído no es fácil en ninguna manera, porque los que cometen pecado generalmente lo consideran algo liviano. Solamente una palabra del Señor puede producir convicción.

Requiere coraje ser fiel aun a los que están en una posición de responsabili­dad. Los que llevan a cabo este deber de­ben tener cuidado que no estén procurando exaltarse a sí mismos, aprovechándose de la caída de otro. “Voso­tros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándo­te a ti mismo, no sea que tú también seas tentado” (Gálatas 6:1) son palabras apropia­das para tener en cuenta al intentar este ministerio.

La presentación de un caso hipotético y el permitir que el ofensor pase senten­cia sobre el mismo, es una manera muy efectiva para hacer ver la seriedad del crimen, porque el ser humano está más dispuesto a juzgar los crímenes de otros que pasar sentencia sobre sí mismo. Sin duda fue la gracia de Dios que enterneció el corazón de David, porque fue Dios quien le dio el espíritu de arrepentimien­to. Aprendemos de Pablo que Dios con­cede el arrepentimiento para conocer la verdad (2 Timoteo 2:25), y sin su ayuda son vanos todos los esfuerzos para restaurar a los caídos. Debemos recordar que Saúl utilizó las mismas palabras que David: “Yo he pecado contra el Señor”, pero nunca se arrepintió de sus maldades, si­no que continuó en su camino.

Sería peligroso enseñar de este pasaje que un sobreveedor puede tener un fracaso serio en su testimonio y seguir guiando a los santos, porque es casi imposible para un hombre gobernar a aquellos a quienes ha deshonrado. Por el otro lado tenemos que reconocer que en el Nuevo Testamento tenemos claramente fijado el nivel requerido para llegar a ser un anciano, pero no se menciona cómo tratar con aquellos que han fallado estan­do ya en la responsabilidad Muchos dirán que los tales nunca fueron aptos y no eran verdaderos líderes, pero esto contra­dice la enseñanza de la Escritura. Pedro podía caer, y cayó, pero no se puede cul­par al Señor por designarle como após­tol. Es cierto que los santos de esta época, que tienen al Espíritu de Dios morando en ellos, no tienen ninguna ex­cusa por caer en el pecado, pero, aunque es muy humillante, todavía tenemos que creer en la depravación humana y adver­tir a los santos que no se ha cometido ja­más un pecado en el cual ellos no podrían caer si se alejan del Sector.

Todos concuerdan que no había hom­bre en Israel que podía castigar a David por sus crímenes, pero este fue un caso donde el Señor podía actuar, y lo hizo. Puede haber ocasiones en una asamblea cuando los santos no pueden juzgar un mal, pero en tales casos se debe dejar el asunto con el Señor, y Él no fallará en su juicio.

12.15 al 26   La muerte del niño y el nacimiento de Salomón

En cumplimiento de la profecía de Natán, el niño que nació a Betsabé se enfermó y murió. La semana de su enfermedad la pasó David en profun­da contrición e intercesión delante del Señor. Algunos dirán: ¿Por qué oró si se le había dicho que el niño moriría? Pero David tenía un conocimiento más claro de Dios que aquellos que preguntan de esa manera, y creía en su corazón que en algunas ocasiones las amenazas de Dios habían sido revocadas. Se acostó toda la noche en tierra y rehusó ser consolado o comer pan. ¡Qué contraste tan marcado con el capítulo 11, donde estaba acostado en su cama durante el día! Dios permitió que sufriera las mismas penalidades que soportó Urías, cuando se acostó a la puerta de la casa del rey y rehusó aceptar las comodidades que se le ofrecieron.

Para el asombro de sus siervos, la no­ticia de la muerte del niño obró un gran cambio en el rey. Ya sabía que sus ora­ciones no podían lograr nada y que debía aceptar la situación tal como era. De ma­nera que se lavó, cambió sus ropas, entró a la casa del Señor y adoró, y entonces comenzó a comer.

Como sucede tantas veces, el niño inocente llegó a ser la primera victima que tuvo que sufrir por causa de las maldades de sus padres. Algunos han visto en esto un cuadro de Cristo, el Principal Hijo de David, quien siendo sin pecado, fue hecho pecado por los culpables. Las palabras: “Yo voy a él, más él no volverá a mí”, han sido usadas mu­chas veces para consolar a padres que han perdido sus niños.

El doble luto de Betsabé, primera­mente por su esposo y ahora por su pe­queño hijo, debía haberla dejado desconsolada. Sin embargo, el Señor tuvo compasión de ella, y le concedió un segundo hijo, y más aun, éste fue el esco­gido entre todos los hijos de David para sentarse sobre el trono. El razonamiento humano nunca podría explicar por qué la esposa obtenida de una manera tan vil sería la madre del más sabio de los hom­bres. David mismo fue escogido de una familia grande, y fue el menor de la casa de su padre. ¿No dijo Pablo: “Lo débil del mundo escogió Dios, y lo que no es, pera deshacer lo que es” (1 Corintios 1:29,28)? Él todavía puede encon­trar lirios entre los espinos, así que no debemos tropezar ante sus acciones, sino postrarnos en gratitud y confesar que fui­mos escogidos no por algo bueno en no­sotros, sino por su gracia

Se le dieron dos nombres a éste hijo más reciente de David: Salomón y Jedi­días; el primero significa “apacible” y el segundo “amado de Jehová”. Aunque el segundo le fue dado por el Señor, él fue co­nocido más comúnmente por el primero. Si la muerte de su primer hijo echó a tierra las esperanzas de David, estas fue­ron renovadas con el nacimiento del se­gundo. Aunque  lo desconocía, era cierto que este segundo hijo sería un hombre de paz, que no solamente edificaría el reino, sino también la casa de Dios, y ser así un tipo del glorioso reina­do de Cristo.

Estos dos hijos de David tienen un mensaje para líderes en las asambleas de Dios. El que murió les enseña que mu­chas veces los jóvenes en las asambleas sufren por los errores de los ancianos. Es raro que suceda algún desastre sin que haya víctimas, y víctimas inocentes. Igualmente tenemos que reconocer que, de algo que parece irremediable, pueden levantarse aquellos que sean una bendi­ción y animación para todos. Algunos de los dones más escogidos de Dios para su iglesia han sido levantados en asambleas muy pobres, y aun el Señor mismo fue criado en una de las ciudades más po­bres, de manera tal que se podía pregun­tar: ¿De Nazaret puede salir algo de bueno?

12.26 al 31  La captura de Rabá

Es muy probable que esta ciudad fuera tomada antes del nacimiento de Salo­món, pero el relato se reservó hasta ter­minar de contar la historia de David y Betsabé. Parece que Joab tuvo más éxito en este ataque que en el anterior cuan perdió varios hombres, incluyendo a Urías. Se le pide a David que retina un ejército y se asegura el honor de tornar la ciudad. Aparentemente la hubiera podido tornar sin la ayuda del rey, puro prefirió que el honor recayera sobre el que correspondía. El peso excesivo de la corona tomada del rey amonita era tal que no se podía usar, sino solamente ser colocada por otros sobre la cabeza de Da­vid por un breve tiempo.

Algunas traducciones confiables dan la idea de que David sometió los prisio­neros a un tratamiento sumamente cruel, aserrándolos, pasándolos por trillos y ha­chas de hierro y metiéndolos en hornos de ladrillo. Tal tratamiento, aunque tan repugnante para nosotros, no era desco­nocido en el mundo antiguo. No nos hu­biera sorprendido si Joab hubiera sido el responsable de tal barbarismo, pero es David que en estos versículos desciende a profundidades inesperadas, mientras que Joab asciende a alturas sorprendentes. Si esta guerra se realizó cuando Da­vid aún no se había arrepentido, como seguramente fue el caso, esto explica en cierta medida su crueldad, pues aquellos que están lejos del Señor no saben nada de ternura.

Una lección que se puede sacar de es­ta porción es que, si hemos sido derrota­dos una vez, esto no implica que no debamos intentar de nuevo. Si Joab no se hubiera enfrentado con el enemigo amo­nita en una segunda ocasión, no se hu­biera disfrutado esta victoria. Aun en la obra del evangelio, no debemos concluir que no hay esperanza para un lugar por haber probado una vez sin éxito aparen­te. Pecadores que han rehusado el men­saje en una ocasión, a veces pueden cambiar y aceptarlo más luego.

Otra lección es que aquellos que com­baten al enemigo deben asegurarse, co­mo Joab, de tener sus gobernantes con ellos en sus campañas. Se han suscitado muchos problemas por causa de algunos que han emprendido un esfuerzo por su propia cuenta y se deleitan en poder de­cir: “Hicimos todo esto sin la ayuda de los ancianos”.

Finalmente, notamos que todo el bo­tín fue traído a Jerusalén, la ciudad don­de el Señor había puesto su nombre. Cualquiera que sea la guerra que tene­mos que enfrentar, y cualquiera que sea el botín que se obtiene, nuestra meta siempre debe ser el enriquecimiento del testimonio.

Capítulos 13 al 20           Comentario

Como ya hemos mencionado, la his­toria del reinado de David relatada en 2 Samuel se ocupará ahora, y hasta casi el final del libro, de las tristes conse­cuencias de la caída de David, mostrando que el juicio pronunciado sobre él fue ejecutado, trayendo el dolor a su vida. Esta parte considerable de su vida es omitida por el Cronista, así como tam­bién su pecado con Betsabé. Es una lec­tura penosa y desearíamos que esta historia nunca tuviera que ser escrita, pero sus advertencias constituyen una edu­cación para nuestras almas y no deben ser desatendidas livianamente.

Aquí se enseñan dos principios de gran importancia: Primero, Dios permite que el hombre coseche lo que ha sembra­do; y segundo, el fracaso humano no trastorna los propósitos de Dios. David pagó caro por su pecado, pero no obstan­te retuvo el trono y terminó su vida en honra. Casi todos los tristes sucesos na­rrados tienen que ver con su gran fami­lia, así como Natán le dijo: “No se apartará jamás de tu casa la espada”, y “Yo haré levantar el mal sobre ti de tu misma casa” (12:10,11). Aunque to­da la nación fue afectada, su maldad fue en primer lugar una desgracia familiar, de manera que fue en esa esfera donde cayeron los golpes más fuertes.

13.1 al 22     El incesto de Amnón con Tamar

Una de las esposas de David fue Maaca, una hija de Taimal, rey de Gesur, con quien se casó antes de residir en Je­rusalén. Seguramente ella era uno de los habitantes de la tierra y no pertenecía a Israel. Sus dos hijos fueron Absalón y Tamar, ambos destacados por su buen parecer.

Bien pudiera ser que fue la belleza de su madre, junto con su posición social como princesa, lo que atrajo a David y le hizo entrar en ese yugo desigual. No tuvo mu­cho gozo en ninguno de estos dos hijos.

Su hijo primogénito, Amnón, se in­teresó en su media hermana, Tamar, por­que era hermosa, y comenzó a anhelarla. Bien sabía él que sus afectos se dirigían en una dirección ilícita, pero, como todos los que son llevados por sus pasiones, si­guió deseándola vivamente, hasta que su apariencia física manifestaba que estaba angustiado por algo. Su primo Jonadab pronto ideó un plan que pondría fin a su miseria, y rápidamente lo llevó a cabo.

La desdichada Tamar, en simpatía con su medio hermano, obedeció todo lo que se le dijo, y cayo inconscientemente en la trampa. Ni su negación a hacer lo malo, ni sus ruegos a Anmón para que no actuara neciamente, pudieron contra­rrestar su pasión, así que la forzó, y lue­go la despachó como una desechada. Lo que al principio se consideraba como amor resultó ser una vil concupiscencia

En muchos aspectos él repitió la his­toria de su padre con Betsabé. Ambos ac­tuaron ilícitamente, ambos actuaron hipócritamente, ambos fueron atraídos por la belleza, y ambos satisficieron la concupiscencia de la carne. Así como el pecado de David destruyó la vida fami­liar de Urías, el pecado de Amnón puso fin a las esperanzas de Tamar de te­ner un compañero. Sus fuertes lamentos y sus vestidos rasgados dieron clara evi­dencia que una calamidad le había acaecido.

Pronto la triste noticia llegó a oídos de David y se enojó mucho; sin embargo, como la maldad fue en gran manera una repetición de la suya, era impotente para castigarla Absalón. Con malicia en su corazón, esperó su oportunidad para to­mar venganza y para devolver el daño hecho a su única hermana.

Se manifiestan algunos principios en esta triste porción que merecen nuestra atención. Dios nunca culpa a David por su poligamia, pero los problemas que causó cuentan su propia historia y de­muestran las desastrosas consecuencias que arrastró tras sí. La norma de un hombre / una esposa que se estableció en el principio no se puede mejorar, y toda desviación de esto nunca resulta para bien. La lección espiritual de amar una sola esposa claramente es que nuestros afectos deben estar fijados sobre el único verdadero propósito en la vida, que es la voluntad de Dios. Aquellos que abrazan varios principios y metas en sus corazo­nes pronto se encuentran envueltos en problemas de los cuales no se pueden librar.

Otra lección solemne es que nuestros hijos son más propensos a imitar nues­tros vicios que nuestras virtudes. Ningu­no de los hijos mayores de David imitó su fe y confianza en Dios. No es menos cierto en la vida de la asamblea, porque los creyentes jóvenes se aprove­chan rápidamente de los fracasos de los ancianos, y las utilizan como excusa para hacer lo mismo.

La clara distinción entre el amor y la concupiscencia egoísta demostrada en es­te pasaje debe comprenderse claramente. Hay aquellos que parecen a primera vista tener una profunda devoción por la asamblea, pero más tarde manifiestan que todo su sacrificio e interés había sido con el fin de obtener una posición para sí mismos.

13.23 al 29   La muerte de Amnón

En este relato del asesinato de Am­nón entramos en una sección extensa de este libro, que trata de los hechos de Ab­salón y sus consecuencias. Se extiende hasta el fin del capítulo 20, y relata algunas de las experiencias más dolorosas en la vida de David. Durante este período las nubes eran negras y casi no cruzó un rayo de luz por el sendero del rey. Como ya hemos recalcado, él es­taba segando la cosecha de sus propios pecados, porque, si bien habían sido perdonados, los resultados se extendieron a por muchos años.

Pasaron dos años antes de surgir un momento oportuno para Absalón ejecutar la venganza que ardía latente en su cora­zón hacia Amnón por causa del mal he­cho a Tamar. Escogió un tiempo de festividad relacionado con la esquila de ovejas, y arregló un banquete real al cual invitó el rey y toda su familia. Sin embargo, David cortésmente re­husó, pero permitió que fueran sus hijos. Tal vez pensaba que sería bueno que fue­ra la familia para disfrutar juntos, aun­que sólo por un día. Pareció sorprenderle que Amnón fue invitado de manera especial, porque tenía que haber entendido que, desde la humillación de Tamar, la relación entre los dos herma­nos era, por decir lo menos, tirante. Pue­de ser que aun se imaginaba que el pasar del tiempo había curado las heridas, y que ahora había señales de días mejores por delante. Detrás de todo este plan es­taba el complot de asesinar a Amnón jus­tamente cuando toda la familia estaba en un estado de borrachera. Todo sucedió como fue planificado, porque los siervos de Absalón siguieron sus instrucciones y mataron a Amnón.

Malas noticias corren veloz­mente, y David oyó de la matanza, pero en forma exagerada, pues se le dijo que Absalón había matado a todos sus hijos. Con esta noticia David se echó en tierra, sus vestidos rasgados, y sin duda su cora­zón también. Un período de llanto por parte de siervos y amo fue lo más apro­piado en esas circunstancias. Sin embar­go, su sobrino, que estaba al tanto del complot, le aseguró que solamente Am­nón había sido asesinado. Aunque no era tan terrible como se temía al principio, fue un golpe muy fuerte pa­ra David oir de la pérdida de su hijo primogénito que se tenía como el heredero del trono. Ya había perdido un niño pe­queño, pero esto fue una tragedia más grande, la cual le recordó de nuevo de las palabras de Natán: “No se apartará jamás de tu casa la espada”, y también del cas­tigo cuádruple que debía pagar por el asesinato de Urías.

Absalón, para escapar el castigo por su crimen, huyó al hogar de su abuelo y permaneció allá por tres años. El último versículo del capítulo, que nos relata la actitud de David hacia Absalón, presen­ta muchas dificultades, porque da la idea que David tenía un profundo deseo de ver a Absalón. Sin embargo, parece ser que la idea más correcta en el original es solamente que había cesado el enojo de David y su propósito de castigar a Absa­lón, porque estaba consolado acerca de Amnón. Esto parece ser más razonable, porque si David anhelaba el regreso de Absalón, podría haber enviado a buscar­le. Además, si anhelaba verle, ¿por qué tuvo Joab que utilizar la mujer sabia de Tecoa para persuadirle que permitiera su regreso? ¿Y por qué después de esto no vio su rostro por dos años, y cuando por fin lo vio fue con renuencia? El peso de la evidencia parece favorecer los que piensan que David estaba tan ofendido por el asesinato de su primogénito que no estaba muy dispuesto a recibir el cul­pable en su casa.

El homicidio, especialmente el fratri­cidio realizado en una manera astuta como en el caso de Amnón, nos hace ver la maldad del corazón del hom­bre. Todos sabemos que los santos no se matan literalmente, pero tememos que a veces la conducta entre ellos se tiene que considerar como homicidio en un sentido espiritual. Algunos creyentes han sido asesinados por el abuso de sus hermanos, de manera tal que nunca se levantarán otra vez. Tal conducta solamente puede existir cuando aquellos que gobiernan son, como David, débiles por causa de fracasos en sus propias vidas.

La tolerancia de maldad en los fami­liares de los ancianos es otra lección que enseña este pasaje. Cuando dos hombres asesinaron astutamente al hijo de Saúl, David exigió que pagaran con sus vidas, pero no trató de esta manera a su propio hijo, Absalón. Nada puede ser más dañi­no en una asamblea que tener un patrón para extraños y otro diferente para familiares.

Estos versículos nos recuerdan de nuevo de las palabras: “Todo lo que el hombre sembrare, eso también segará”. Sin duda quebrantó el corazón de David ver sus propias maldades reproducidas en su descendencia. De la misma manera debe causar mucho pesar a los ancianos cuando ven sus propios fracasos apare­ciendo de nuevo en las vidas de aquellos a quienes están guiando.

14.1 al 33     El artificio de Joab para hacer volver a Absalón

El primer versículo de este capítulo presenta la misma dificultad del versículo 13:39. La preposición que aquí se traduce como “por” también puede significar “contra”, y tiene este significado en la ma­yoría de los casos. El único otro lugar donde ocurre una frase idéntica a esta es Daniel 11:28, donde se traduce “contra”. De manera que el versículo podría tradu­cirse así: “Conociendo Joab hijo de Sarvia que el corazón del rey se inclinaba en con­tra de Absalón”.

Si este es el significado del pasaje, en­tonces se puede comprender bien la estratagema de Joab para hacer volver a Absalón. Su propósito era tocar los tier­nos sentimientos del corazón del rey, y así obtener de David un decreto real que de­rrocaba las demandas de la ley. Habiendo logrado esto, el próximo paso era aplicar el mismo principio al caso de Absalón pa­ra obtener así su perdón. El plan fue exi­toso solamente en parte, porque, si bien la petición de Joab fue concedida, permane­ció el abismo entre el rey y su hijo.

Para aplacar a David, Joab escogió una mujer conocida por su sabiduría, pues el éxito de su misión dependía de la mane­ra en que ella manipulara el asunto. En un capítulo anterior, Natán había relatado una parábola a David y luego había actua­do en base a la reacción de David a la pa­rábola. Aquí, de nuevo, un suplicante le relata una historia y logra convencerle de su veracidad. Su vestido, su postración y su voz lamentosa combinaban para darle una apariencia de realidad.

Su argumento es un poco complicado, pero parece enfatizar que hay ocasiones cuando el vengar la sangre traería más su­frimiento a los que quedan, ya que resultaría en borrar el nombre de la fami­lia, lo cual se consideraba una terrible tra­gedia en aquellos días. Su hijo vivo era el único tizón encendido que mantendría ar­diendo el fuego de su posteridad. Si pierde la vida, perece con él cualquier esperanza de que haya herederos en la familia. David le asegura que todo estará bien con su hijo, de manera que ella ha ganado la primera parte de su petición. Inmediatamente ella dirige al rey la acusa­ción de que él no es consecuente en su juicio. ¿No tiene él un hijo que está deste­rrado porque teme ser muerto por haber matado a su hermano, y no se le ha dado ninguna seguridad de protección?

Su segundo argumento parece ser que todos tienen que morir, de manera que Amnón hubiera muerto tarde o temprano aun si no hubiera sido asesinado por Ab­salón. Ahora que está muerto, el agua ha sido derramada y no puede volver a reco­gerse, es decir, aun si alguien fuera ejecu­tado por haberle asesinado, eso no le devolvería a la vida.

Su tercer argumento señala que Dios, que es lento para quitar la vida, se deleita más bien en mostrar misericordia, como David mismo había comprobado. Por últi­mo, ella persuadió al rey que, al actuar como Dios y según su propio carácter co­mo “un ángel de Dios”, tendría consuelo en su propia alma y la presencia del Señor estaría con él.

Por fin le amaneció a David que una mano oculta estaba involucrada en este asunto, siendo la mujer solamente un títe­re en la mano astuta de Joab. Sin embar­go, en respuesta a su petición se aprobó el plan de Joab, y se le permitió hacer volver a Absalón, pero no al palacio del rey, porque David no le permitiría en esta oportu­nidad ver su rostro. Pasaron dos años más antes que los dos se encontraran, y esto solamente después que Joab había implorado de nuevo con el rey.

Absalón atraía poderosamente al pue­blo, porque fue dotado de una hermosura excepcional, especialmente su voluminoso cabello. Si su corazón hubiera sido tan perfecto como su aspecto físico y su vida tan buena como su apariencia, su historia hubiera sido muy diferente. La atracción natural puede ser engañosa, sin embargo la mayoría se dejan llevar por ella. Ni una sola persona en Israel se ima­ginaba que alguna maldad podría surgir en la mente de Absalón, porque desplega­ba todas las cualidades de un caballero. La perversidad demostrada al matar a su hermano mayor fue olvidada muy pronto por sus admiradores; tampoco sospecha­ban que más tarde él intentaría matar tam­bién a su padre.

Aparentemente Joab pensó que había hecho bien en hacer volver a Absalón, y se conformó con dejar el asunto así. Ab­salón le pidió dos veces que le visitara, pero Joab no le dio respuesta. No fue has­ta que los siervos de Absalón habían prendido fuego al campo de cebada de Joab, que sucedió la visita. La manera cortante y desafiante que habló Absalón cuando se encontraron nos muestra algo de su ca­rácter, y manifiesta especialmente que no había ningún arrepentimiento en su cora­zón. Él culpó a Joab de no terminar su ta­rea, dejándole afuera, de manera que le hubiera sido mejor quedarse en Gesur. Otro intento y más ruegos de parte de Joab lograron el encuentro deseado, en el cual David besó a su hijo en señal de per­dón. Tal vez pensó que sus problemas familiares por fin se habían terminado, pero lamentablemente, sin saberlo, sólo estaba preparando el terreno para algo peor.

La reconciliación de Absalón a su pa­dre es una de las ilustraciones más claras en el Antiguo Testamento de la restaura­ción de una persona a la asamblea sin el arrepentimiento. Habían pasado cinco años desde que había asesinado a Am­nón, y durante este periodo de tiempo había sentido una medida de aislamiento, sin embargo no existe, ni en sus palabras ni en sus hechos, ni siquiera un rastro de re­mordimiento por lo que había hecho.

Al restaurar a aquellos que han sido disciplinados es de vital importancia ver evidencias de un verdadero arrepenti­miento. Muchos sienten que es penoso guardar fuera de comunión a aquellos que han estado apartados por cierto tiempo, pero no es el lapso de tiempo que impor­ta, sino el estado espiritual del restaurado. Las manipulaciones de hombres como Joab pueden jugar con los sentimientos de los ancianos, presentando una petición tal que ellos se derriten bajo la presión y ce­den a lo que ellos saben que no está con­forme a las Escrituras. Lamentablemente vendrá el día cuando entenderán su error y pagarán caro, como sucedió con David.

De nuevo no podemos sino notar el éxito de este plan. A lo largo de este libro todas las maldades que se intentaron ha­cer fueron realizadas con éxito. Si pensa­mos en David y Betsabé, en el complot para asesinar a Urías, en la vileza hecha a Tamar, en el complot para asesinar a Am­nón y en el plan que se describe aquí para hacer volver a Absalón, todo se hizo tal como había sido planificado. Si el éxito de un asunto comprueba que es correcto, entonces todos estos sucesos fueron correc­tos, pero sabemos que fueron crímenes viles en los ojos del Señor. El logro de maldades planificadas presenta un inmen­so problema en la mente de los simples.

El uso de la astucia o sutileza humana está íntimamente ligado a todos estos he­chos. David estaba utilizando su viveza natural durante su caída; el consejo sabio de Jonadab, que era un hombre astuto, di­rigió a Amnón; el complot de Absalón pa­ra asesinar a Anmón se tramó después de pensarlo mucho, y aquí, la mujer sabia de Tecoa, dirigida por el astuto hombre Joab, juega su parte en la restauración de Absalón. Desde la caída en el Edén hasta el día de hoy, los hacedores de maldad se han valido de la astucia.

Nadie puede dudar que la hermosura natural de Absalón atrajera la gente hacia él y fue la razón principal de su popularidad. Podríamos culpar a la nación por ser desviada por el encanto personal de un jo­ven príncipe, pero es asombroso cuán po­cos, aun en nuestros días, pueden ver más allá de los que es meramente exterior y natural. Juzgan el libro por la tapa, y no por su contenido. Sabemos que “engaño­sa es la gracia, y vana la hermosura” (Proverbios 31:30), sin embargo todavía tratamos de imaginar que detrás de una buena perso­nalidad, solamente puede existir lo bueno. Llevó tiempo para manifestarse el verda­dero carácter de Absalón, y muchas veces un poco de tiempo es suficiente para revelar la verdadera persona detrás de la ca­ra bonita.

 

 

LA  REBELIÓN  Y  MUERTE  DE  ABSALÓN
Capítulos 15 al 20

15.1 al 12     La rebelión de Absalón

Parece que Absalón estaba restringido en sus movimientos hasta no ser reconci­liado con David, y estaba casi como un prisionero en su propia casa. Ahora que ha sido besado por el rey, de nuevo tiene libertad para moverse como un príncipe real. Al asesinar a Amnón había logrado más que vengar a su hermana. ¿No había quitado el heredero al trono y ahora él mismo es el sucesor más probable, siendo el mayor de los hijos que aún viven? (Tenía un hermano mayor llamado Qui­leab, pero él no se menciona después del 3:3.)

Su ambición suprema era ganar el co­razón del pueblo y alienarlo de su padre. Sabiendo que a la gente le gusta pompa y exhibición, andaba en su carro con un sé­quito de sirvientes corriendo delante. Creía en el toque personal, porque cada mañana llegaba a la puerta del palacio para encontrar y saludar a los que estaban buscando ayuda del rey. En vez de tener que pararse a una distancia y clamar por la ayuda de David, Absalón se acerca­ba a ellos y aun les besaba. El recibir tales favores de un noble príncipe, sin duda de­jaba encantados y emocionados a los que estaban en problemas. Fíjense cómo les aseguraba que su causa era justa y que deberían tener la aprobación del rey. Pero al hablar de esta manera, él añadía lo que, en efecto, socavaba la autoridad de su padre en el reino: “No tienes quien te oiga de parte del rey”, y “¡Quién me pusiera por juez en la tierra … que yo les haría justi­cia!” De esta manera lograba que el pue­blo estuviera descontento con el gobierno de la nación, y despertaba en sus corazo­nes esperanzas de mejores condiciones, si solamente pudieran hacerle rey.

Si algún propósito iba a tener éxito en Israel, tendría que estar conectado a algún show de religión, de manera que Absalón profesó tener un voto que cumplir en He­brón. Decía haber prometido al Señor que le serviría si Él le permitiera regresar a Jerusalén. Nada hubiera agradado más a David que saber del ejercicio de su hijo en las cosas espirituales, así que otorgó libre­mente el permiso de ir a Hebrón. Hay dos razones por qué escogió a Hebrón y no a Jerusalén. Fue el lugar de su nacimiento, y también fue el lugar donde David fue hecho rey al principio.

Él suponía, y no sin razón, que si su padre había comenzado su reinado en esta ciudad, él tendría una buena esperanza de hacer lo mismo. Su plan fue tener unos cuantos espías dispersos en el país, quienes, al oir el sonido de la trompeta, le proclamarían rey. Un grupo de doscientos hombres le acompañó, actuando como guardaespaldas, pero ellos ignoraban el complot que estaban apoyando.

Absalón sabía que ningún proyecto grande tendría éxito a menos que hubiera alguno con más sabiduría de lo normal para dirigirlo, de manera que escogió a Ahitofel, un amigo destacado y consejero de David, para llenar esta posición. Nos asombra que uno que parecía tan confia­ble se tornaría traidor para su señor, y nos deja perplejos que lo hace en el mismo ac­to de ofrecer sacrificios. En su caso encontramos de nuevo una mezcla de región y corrupción. De nuevo, como he­mos tenido que mencionar tantas veces en este libro, la maldad planificada tuvo éxito, y multitudes se conglomeraron para marchar bajo la bandera del usurpador.

No es cualquier hombre que puede or­ganizar una rebelión y hacerlo con esperanza de tener éxito. Existen ciertas cualidades que el pueblo demanda ver an­tes de responder al llamado de un líder. Absalón tenía todas estas cualidades y las usó para ventaja suya. Su apariencia personal, su dulce personalidad, su gran des­pliegue de pompa, y la organización detallada de su plan, hacían ver que él te­nía prácticamente todo lo que el hombre podría admirar en un candidato a gobernar. No es maravilla que las multitu­des le seguían y que su ambición casi se cumplió.

Son numerosas las lecciones para las asambleas en esta triste historia, y no se deben pasar por alto. Se demuestra vívi­damente cómo algunos malhechores pueden ganar popularidad dentro de la asamblea. La combinación por un lado de pompa y por el otro de falsa humildad puede arrastrar las mentes del pueblo, es­pecialmente de los simples. Así como el despliegue externo del carro llevó al pue­blo a postrarse delante del príncipe quien les besaba, frecuentemente los que to­man un lugar prominente, y a la misma vez aparentan ser humildes, pueden ga­narse el apoyo de los santos.

Otra característica de tales hombres es que constantemente critican el trabajo de los ancianos, y como Absalón, crean des­contentamiento en los corazones de los santos, engendrando de esta manera en ellos el deseo de un cambio de gobierno.

También se caracterizan por decir apoyar lo correcto. Co­mo Absalón, profesan estar del lado de la justicia, porque saben que este principio atrae fuertemente a los fieles. Ningún hombre podría esperar ganar poder en una asamblea si no profesa estar del lado de la verdad.

El encontrar apoyo de parte de aque­llos que tienen una reputación de sabiduría es otra marca de estos hombres, especial­mente si pueden ganarse algunos que es­taban en una relación favorable con los ancianos.

Por último, el éxito del usurpador siempre vendrá como resultado de una buena organización. Absalón no dejó nada al azar, todo se hizo conforme a un plan. Cada espía tenía que hacer su parte, y ha­cerlo en el momento preciso. Solamente los que pueden organizar sus seguidores podrán derrocar a los que están en responsabilidad.

15:13 al 37   David huye de Jerusalén

Otra vez las malas noticias corren rápidamente, y un mensajero llega a Da­vid con las nuevas de la rebelión y el apo­yo que Absalón está recibiendo. Este mensaje alarmó al rey e hizo que huyera de la ciudad. Tal vez nunca pensó que lle­garía el día cuando él, su casa y sus hombres tendrían que abandonar su propia ciudad amada, su palacio y su trono, y con tan poco aviso previo. Debe haber sido muy doloroso, y a la vez muy sorprendente, verle dejar la residencia real con cabeza cubierta, pies descalzos y lá­grimas en sus ojos. Bien podríamos preguntar dónde está su antiguo coraje, y cuáles eran las razones de esta huida apresurada. Las fuerzas de Absalón aún no estaban atacando la ciudad; Joab y su ejército no le habían desertado; el arca, símbolo de la presencia del Señor, todavía es­taba con él; y sin embargo se esconde como una tímida mujer, y esto aun antes de que se usara espada o arco en su contra.

Varias razones muy bien podrían ha­ber influenciado su mente en esta ocasión:

puede ser que estaba seguro que la amenaza que le dio Natán estaba por cumplirse;

podría haber juzgado que, si doscientos hombres de la ciudad habían seguido
a Absalón, otros podrían tener el mismo pensamiento;

podría haber con­siderado que, aun si la ciudad fuera de­fendida,
se perderían muchas vidas;

temía en gran manera que alguna calami­dad le aconteciera a su querido hijo Absa­lón;

podría haber juzgado que sus mejores esperanzas estaban en huir, debido a que toda su experiencia militar era en el campo abierto y que nunca había defendido ciudades,
sino que siempre las había atacado.

Cualquiera que sea la causa de su acción, de esto podemos es­tar seguro, que le condujo a sufrimientos y angustias no experimentadas antes, por­que eran peores que sus pruebas causadas por las manos de Saúl.

Tenemos que volver a los Salmos pa­ra conocer sus sentimientos internos y su ejercicio durante estos días. Como quiera que parezcan ser estos días al leer la his­toria, no cabe duda que fueron días de desarrollo para su alma y completaron en gran medida su educación espiritual.

Frecuentemente se ha notado el para­lelo entre su salida de Jerusalén y la salida del Señor de la misma ciudad. Ambos eran reyes rechazados, ambos cruzaron el Cedrón, ambos lloraron —Cristo en el huerto y David en el camino— ambos fue­ron al monte de los Olivos, y ambos fueron seguidos por hombres con corazones muy tristes. La defección de Ahitofel nos recuerda de la traición de Judas. David nunca fue tan parecido a su Señor como en esta ocasión. Sin embargo, hubo esta gran diferencia; David estaba sufriendo por sus pecados anteriores, pero el Señor fue rechazado a pesar de su inocencia.

Esta rebelión no solamente fue un tiempo muy difícil para David, sino tam­bién un tiempo de prueba para todo Is­rael, especialmente aquellos que estaban relacionados con su persona o su ejército. Sus hombres, en vez de cuestionar su sa­biduría al huir, o procurar retenerle en la ciudad, aceptaron humildemente sus ór­denes y compartieron su dolorosa porción sin hacer preguntas. En tiempos de paz y prosperidad muchos aparentan ser ami­gos, quienes, al venir la prueba, demues­tran ser falsos. Aun los hombres de la propia tribu de David se pusieron del lado de Absalón, y como ya se mencionó, su consejero en quien confiaba se le volvió traidor. En contraste a todo esto está la historia refrescante de Itai, quien, siendo un extranjero y desterrado de su patria, no podía ser desanimado de seguir al rey. Su confesión de fidelidad nos recuerda de las palabras de Rut a Noemí. Su devoción al rey, aun hasta la muerte, debe haber si­do tan refrescante como agua fría al alma sedienta, y haber traído tanta alegría co­mo una lámpara en un túnel oscuro.

Los sacerdotes trajeron consigo el arca porque sabían que David la apreciaba, y sintieron que le daría la seguridad de la presencia del Señor. Sin embargo, él la hizo devolver a la ciudad con la esperanza de que se comprobaría que el Señor se deleitaba en él al regresa para verla y el sitio de su morada. Los sacer­dotes y sus hijos podrían ser de más ayu­da para él en Jerusalén que en el desierto, ya que podían transmitirle las últimas no­ticias y darle aviso de los movimientos de Absalón. Tal vez no podemos respaldar las tácticas usadas en esta porción, pero sí se deja ver que David no era el único que tenía hombres infieles en su campamento.

 

La noticia alarmante que Ahitofel se había unido a la conspiración debe haber sido un golpe duro para David, porque conocía bien la astucia y la habilidad de este hombre. Podríamos pre­guntarnos por qué éste, el más confiable consejero en el reino, se volvió en contra del rey y apoyó tan decididamente a Ab­salón. La respuesta a este supuesto pro­blema seguramente está en el hecho de que Betsabé, a quien David había deshon­rado, era su nieta, y el padre de ella era uno de los grandes en el ejército de Da­vid. Bien pudiera ser que él nunca era el mismo con David después de los terribles acontecimientos en el palacio en Jerusa­lén, porque estaba residiendo en su propia ciudad, Gilo, y no en la corte, cuando fue llamado a ayudar a Absalón.

Sin embargo, de nuevo hay algo para alegrar a David, porque justamente después de un tiempo de adoración, apareció Husai con sus vestidos rasgados. David entendió inmediatamente que aquí estaba la respuesta a su oración, ya que este que acababa de llegar posiblemente era el único hombre que podía entorpecer el consejo de Ahitofel. Le volvió a enviar a la ciudad, lo cual resultó en que Absalón tenía otro traidor en sus filas. Todos estos artificios de David no se podrían justificar en nuestros días, pero demuestran que en esas circunstancias los hombres malvados se confrontaban y fueron vencidos con sus propios métodos. Dios prendió a los sabios en su propia astucia, de manera que ahora en Jerusalén no solamente ha­bía un hombre para vencer a Ahitofel, si­no también jóvenes, hijos de los sacerdotes, quienes llevarían las noticias rápidamente a David de todos los planes alterados. El conocer los movimientos del enemigo significa haber ganado ya la mi­tad de la batalla, porque elimina el peligro de un ataque sorpresivo.

Tal vez no hay nada que causa tanto daño en una asamblea que una rebelión contra los que están en responsabilidad. Lamentablemente ha ocurrido, aun en lu­gares donde menos se esperaba. El deseo de gobernar está latente en el corazón del hombre, y a menudo la única forma de gratificar esa ambición es tumbar a aque­llos que ya están en la posición de liderazgo.

Solamente llegamos a saber el verda­dero estado de los creyentes a nuestro la­do cuando son probados. Antes de esto, David hubiera confiado todo lo que po­seía a Ahitofel, y por el otro lado, podría haber dudado de la fidelidad del extranje­ro Itaí. De la misma manera, con frecuencia contamos demasiado con algunos, y sospechamos a otros, quienes en el tiem­po de la prueba demuestran ser sorpren­dentemente fieles.

Muchas veces en las dificultades de la asamblea, las relaciones naturales juegan un papel importante al decidir a qué lado apoyar. Sabemos que nuestra unidad co­mo creyentes nos ha acercado mucho más los unos a los otros que los nexos familia­res, pero se tiene que confesar que, como en el caso de Absalón, a veces permitimos que lo natural tenga más importancia que lo espiritual.

Otro principio enseñado aquí es que debemos dejar que Dios defienda lo que es para su propia gloria. El someternos a lo que Él ha permitido, aun cuando no po­demos entender el por qué, significa que tenemos que esperar en Él y observar su sabiduría en resolver el problema. Mu­chas veces aquellos que toman el control no se dan cuenta que han sido ilusionados por su éxito aparente, y puede ser que no están tan seguros como se lo imaginan.

Tal vez no hay nada que causa tanta amargura como ver que asumen el control de una asamblea hombres que nunca trabajaron para estable­cerla ni para edificarla. Absalón nunca demostró su valor peleando con los enemigos de Israel, pero estaba dispuesto a pelear con su padre, un hombre de valor sin igual. De la misma manera es cierto que aquellos que están dispuestos a pelear con sus hermanos nunca han pelea­do con el enemigo, Satanás; ni han intentado rescatar almas de sus garras.

En todas las experiencias dolorosas, aun en tiempos de rebelión, hay anima­ción de parte del Señor. Así como vinie­ron amigos para ayudar a David, de la misma manera siempre habrá creyentes dispuestos a apoyar lo que es de Dios y pararse juntos con aquellos que están del lado de Él. Nuestra fe puede ser probada y nuestros corazones pueden llegar al punto de desmayar, pero la más pequeña apertura en las nubes nos confirma que el sol aun está brillando.

16.1 al 14     David se encuentra con Siba y Simei

Otro hombre de cierta importancia también recibió al rey rechazado, trayendo consigo provisiones muy necesitadas de pan, pasas, panes de higos secos y cueros de vino, junto con bestias para montar a los cansados. Nos sorprende su bondad, ya que él era de la casa de Saúl. Sin embar­go, al ser interrogado en cuanto a Mefi-boset, utiliza la bondad que ha mostrado para su propio beneficio, calumniando a su amo lisiado y obteniendo del rey toda la herencia que hasta ese momento había sido de su amo. Siba sabía bien la razón por qué Mefi‑boset estaba ausente, pues él mismo le había negado la bestia que Mefi‑boset le había solicitado para llevarle al rey, impidiéndole de esta manera que viajara.

En realidad, la profusa bondad de Siba era solamente un soborno para beneficiar­se a sí mismo. En su calumnia, no sola­mente dejó de explicar la razón de la ausencia de su amo, sino que también añadió la increíble idea de que fue motiva­do por la esperanza de recobrar la corona de su abuelo. Con un momento de refle­xión, David no hubiera sido engañado por ese manto de mentiras, porque no había posibilidad alguna de que un hombre lisia­do llegara a ser rey. Al despojar a su sier­vo fiel de su herencia por causa de esta calumnia, David actuó injustamente, de manera que la bondad ofrecida le causó más daño que las maldiciones que estaba por escuchar.

Otro hombre de la casa de Saúl, pero muy diferente a Siba, encontró a David. Era Simei, quien, sin estar en el ejército de Absalón, estaba igualmente en contra del rey rechazado. La vieja enemistad es­taba hirviendo en su corazón, y al apare­cer aquel quien había desplazado a su amo se estalló toda esa malicia. En vez de suplir provisiones para los fugitivos les tiró piedras, y en lugar de palabras de consuelo, les recibió con maldiciones. Su calumnia contenía una descripción com­pletamente equivocada del caso, porque daba a entender que todo el sufrimiento presen­te de David era la cosecha de lo que había sembrado en el reinado de Saúl.

Es difícil entender cómo David impi­dió a su sobrino quitar la cabeza de este hombre, pero de nuevo demuestra que no va a pelear sus propias batallas, sino recibir todo lo que le viniere como de la mano de Dios. Este espíritu de resigna­ción demuestra cuánto se había desarrollado su carácter espiritual, y que estaba siendo sostenido por el poder del Señor.

Podemos aprender de estos visitantes que llegaron a David, que frecuentemente en un tiempo de crisis en una asamblea existe el grave peligro de hacer juicios apresurados. El mantener la calma y pesar las acciones y palabras no es fácil cuando la tempestad está enfurecida. “El soborno ciega los ojos de los sabios” aun en cir­cunstancias normales, pero en condicio­nes difíciles, especialmente cuando suple una gran necesidad, es aun más engañoso. Muchos sobreveedores apercibidos no han de­tectado el motivo detrás de las bondades mostradas hacia ellos, y han animado a tomar posiciones de responsabilidad a al­gunos en virtud de lo que han recibido de ellos, sin estar estos hombres capacitados para ello.

Las consecuencias de la calumnia pue­den ser muy serias, especialmente de los labios de uno que nos ha colmado de fa­vores. A menudo nosotros, como David, tragamos todo lo que oímos sin cuestionarlo y sin buscar pruebas de vera­cidad. “Contra un anciano no admitas acusación sino con dos o tres testigos” es el encargo de Pablo a Timoteo. Cierta­mente, si lo que fue dicho de Mefi‑boset era verdad, él merecía todo lo que David le hizo, pero el hecho fue que eran mentiras, de manera que el juicio ejecutado fue injusto. De la misma manera, si los líderes en una asamblea juzgan a alguno en base a un cuento mentiroso, entonces también es injusto. De ahí la necesidad de tener cuidado al escuchar los casos.

La manera en que Simei trató a David también arroja lecciones de provecho pa­ra nosotros. Algunos como él han perma­necido por años en el trasfondo, pero repentinamente salen con audacia en un tiempo de crisis. Ninguno en Israel cono­cía los pensamientos que este hombre tenía del reinado de David. Así no siempre podemos estar conscientes de lo algunos piensan de los ancianos hasta que suceden ciertas cosas en la asamblea. Parece que aun en Corinto las disensiones tuvieron el resultado de poner de manifiesto a los que eran aprobados. (1 Co-rintios 11:19).

Fue difícil para David soportar las in­jurias de Simei, y no es fácil para aquellos que han disfrutado del respeto de los san­tos soportar con paciencia la maledicencia de aquellos que les acusan de maldades de los cuales son completamente inocen­tes. Tenemos que recordar que la manera en que tratamos a los que se nos oponen puede revelar más claramente nuestro conocimiento de Dios que nuestro trato a personas amigas.

David no tuvo que silenciar a Simei, porque Abisai lo hubiera hecho de buena gana si se le hubiera permitido. El detener a su siervo está en contraste con la mayo­ría de líderes que quizás a veces no se defiendan a sí mismos, pero estarían con­tentos que otros lo hicieran a su favor. Este patrón de longanimidad sólo se pue­de alcanzar por aquellos que pueden ver en su humillación la mano del Señor controlando todas las cosas, y que se someten hasta que Él tenga a bien librarles.

Aquí está un caso donde existía el poder, pero no se utilizó porque las condiciones eran anormales. Cuando los que gobiernan la asamblea han sido rechazados y ya no están en control, ellos no son responsables de ejecutar juicio, aun sabiendo que se debe hacerlo.

16.15 al 17.23             El consejo de Ahitofel derrotado por Husai

Como David había presumido, Absa­lón entró en Jerusalén y tomó el asiento del poder. Su principal consejero estaba con él, junto con toda la masa de partidarios de todo Israel. El plan había resul­tado maravillosamente bien; tal vez el mismo Absalón no esperaba que progre­sara con tanta rapidez. En ninguna opor­tunidad antes ni después se había tomado tan fácilmente la ciudad, pues no tuvo na­da que hacer sino entrar.

Al llegar fue encontrado por Husai quien le saludó como el rey. Absalón se asombró que un amigo tan íntimo de su padre le hubiera desertado para apoyar el nuevo gobernante; pero él ignoraba que la amistad original permanecía intacta.

Parece que era costumbre de aquellos tiempos que los que conquistaban reyes tomaran para sí sus mujeres y concubi­nas. En esta ocasión Absalón, siguiendo el consejo de Ahitofel, levantó una tienda y mostró a todos que había tomado las concubinas de su padre, y se acostó con ellas sobre el terrado de la casa que David les había encargado cuidar. Fue sobre este mismo terrado que David había paseado cuando concibió el peca­do por el cual ahora estaba recibiendo el castigo. Todo este despliegue era un cumpli­miento directo de las palabras de Natán, quien había dicho: “Tú lo hiciste en secre­to; mas yo haré esto delante de todo Is­rael” (12:12). David había tomado la esposa de otro hombre, y ahora su hijo ha tomado sus esposas. La semilla de su concupiscencia y crimen había producido el fruto que ahora debía ser cosechado.

La estimación tan alta que tanto Da­vid como Absalón tenían del consejo de Ahitofel indica cuán excepcional era la sagacidad de este hombre. Su consejo aquí se considera a la par del Urim y Tu­mim. Como Judas, del cual Ahitofel es una figura, nos quedamos atónitos cómo un hombre tan malvado podría estar tan dotado. Ciertamente ninguno de los dos era verdadero siervo de Dios, sin embar­go ambos tenían la reputación de ser tan versados como si lo fueran. Cuál era el origen de su talento no lo podemos saber, pero era tal que sus compañeros nunca sospecharon que eran impostores.

La segunda propuesta de Ahitofel fue de vital importancia para la ocasión. Su plan, al ser ejecutado, hubiera resultado en la muerte del rey sin la pér­dida de su ejército. De esta manera toda la nación estaría siguiendo entonces a Ab­salón. Este consejero astuto sabía muy bien que cada soldado muerto era uno menos para estar bajo el mando de su amo. Por lo tanto, no quería una gran ma­tanza, sino solamente la cabeza del rey.

Su estrategia era atacar a David cuan­do él y sus hombres estaban cansados, de manera que mientras más pronto se ejecu­taba su plan, eran mayores las esperanzas de que tuviera éxito. Sorprendentemente, Ahitofel se designó a sí mismo a la posi­ción de comandante de las fuerzas, como el que personalmente iba a dirigir el ata­que y verlo culminado. Hasta entonces no se sabe nada de su destreza militar, ni de haber tenido cualquier posición en las fi­las del ejército de David.

En esto se llamó a Husai para dar su opinión, que fue completamente diferen­te a la de Ahitofel. Él argumentaba que David no era tan necio como para dormir con su ejército, sino que estaría escondi­do en una cueva, de manera que, enfren­tarse con sus valientes en un intento de matarle sería vano y terminaría desastro­samente. Propuso un ataque mucho más ambicioso, en el cual todos los ejérci­tos de Israel serían desplegados bajo el mando del mismo Absalón.

Él pintó el cuadro del éxito tan exper­tamente que tanto Absalón como sus hombres aceptaron unánimemente su plan. Si lo hubieran analizado más cuida­dosamente, se hubieran dado cuenta que era una crasa exageración. Ningún hom­bre en su juicio cabal creería posible este plan, porque sobrepasa cualquier imagi­nación cómo podría un ejército, por más fuerte que fuese, arrastrar una ciudad con sogas. Ellos consintieron a este segundo plan porque, desconocido por ellos, Dios en su soberanía estaba controlando sus pensamientos en esta ocasión.

La noticia de lo que Absalón había de­cidido tenía que ser llevado a David, si el consejo de Husai iba a ser una ventaja pa­ra él. Los dos hijos de los sacerdotes que fueron asignados esta tarea tuvieron bas­tante dificultad en escapar sin ser detecta­dos, porque se estaba vigilando cuidadosamente la ciudad para que ninguno des­ertara a David. De hecho, casi fueron capturados, pero lograron escapar, escon­diéndose en un pozo cuya boca fue disfra­zada con grano trillado.

Al llegar al rey, le dieron las últimas noticias y le advirtieron que, si iban a es­capar, debían darse prisa a cruzar el Jor­dán. Esto lo hizo con toda rapidez, de manera que al amanecer no quedaba na­die en la ribera occidental del río.

Por adoptar el plan de Husai y recha­zar el que ofreció Ahitofel, Absalón ofen­dió su primer consejero e hirió su dignidad, de manera que éste se fue a su casa enfadado. Posiblemente percibió que lo que se estaba intentando no iba a tener éxito, y que él terminaría con el grupo derrotado. Enfrentado con una decepción y ofensa tan amarga, decidió arreglar sus asuntos y deliberadamente poner fin a su propia vida. En esto él fue un tipo de Ju­das, quien por una razón diferente, igualmente cometió suicidio. Unas pocas horas antes había maquinado matar a Da­vid, sin darse cuenta que su propio fin es­taba tan cerca. Había traicionado su amo anterior, y ahora él mismo es traicionado por su amo nuevo. Obviamente, él no so­lamente daba consejo, sino que, sabiendo que era un experto, no podía soportar el ser eclipsado por uno que juzgaba ser inferior a él.

Esta sección de la historia de Israel demuestra que en los altos puestos opera mucha intriga, y que aun el más sabio de los hombres puede ser superado por la as­tucia de otro. Es triste cuando en una asamblea, los que están en prominencia están procurando superar el uno al otro en astucia, tramando la destrucción de aquellos que el Espíritu Santo ha hecho sobreveedores. Artificios humanos y sabi­duría natural son de gran valor en el mun­do, pero no tienen lugar alguno en la casa de Dios. Lamentablemente muchas veces no discernimos lo que es la verdadera sa­biduría, y nos dejamos seducir por su invi­tación, la sabiduría del mundo.

Sin respaldar todo lo que aconteció en la corte en Jerusalén, podemos aprender que, cualesquiera que sean los planes de los hombres, Dios puede predominar sobre ellos para la liberación de sus verdaderos servidores, como lo hizo en este caso. Una mano invisible, no detectada ni por el consejero ni por los aconsejados, estaba en control de toda la operación. Tenemos que recordar esto en la crisis.

Esta historia también demuestra que hombres soberbios se ofenden fácilmente, y no pueden soportar el ser superados por la astucia de otro. Frecuentemente el sol del astuto se pone en un cielo nublado. Tanto Absalón como su consejero termi­naron sus vidas colgando por el cuello, y esto después de un breve periodo de su­puesta gloria. Podemos contrastar esto con la descripción de la senda del justo que es “como la luz de la aurora, que va en aumento hasta que el día es perfecto” (Proverbios 4:18).

Una rebelión puede traer mucho daño y dolor a una asamblea, pero no obstante el éxito inicial, la mano de Dios estará en contra de los que lo promueven, porque Pablo nos dice: “Si alguno destruyere el templo de Dios, Dios le destruirá a él” (1 Corintios 3:17).

Lo encontramos muy difícil de creer cómo uno tan cercano a David, como lo fue Altitofel, estaría sediento de su san­gre. “Mataré al rey sólo”, fueron sus pala­bras. A veces los que han sido los amigos más íntimos llegan a ser enemigos crue­les. No es que sospechamos la sinceridad de alguno, pero debemos estar conscien­tes que el tiempo prueba todas las cosas, de manera que debemos tener el cuidado de no suponer que toda amistad es genuina.

Existen aquellos que apoyarán a los ancianos porque reconocen la influencia que ellos tienen, pero si alguno se levanta que creen tener aun más influencia, entonces rápidamente cambian de bando. Siempre quieren gozar del favor del que ellos consideran que está en la cumbre. Los tales son gobernados por convenien­cia, no por convicción.

17.24 al 29  La bondad mostrada a David en Mahanaim

Atendiendo al consejo urgente que le fue dado por Abimaas y Jonatán, David apresuradamente hizo a todo su ejército cruzar el Jordán, y escogió a Mahanaim como el mejor centro de operaciones. Era la capital del reino de Is‑boset durante su corto reinado y posiblemente era fortifi­cada. Seguramente que transcurrió cierto tiempo antes de que Absalón pudo reunir sus tropas y cruzar el Jordán para hacer contacto con las fuerzas de David. Él ha­bía escogido a Amasa, el primo de Joab y sobrino de David, como su comandante. Una característica de este conflicto era que la mayoría de los que estaban involu­crados tenían nexos familiares. Si pensamos en los dos gobernantes, o sus dos comandantes, o aun la tribu de Judá a la cual pertenecían los militantes de am­bos lados, somos confrontados con esta situación extraña.

Tres hombres distinguidos de aquella área aprovecharon la oportunidad de mostrar su respeto y aprecio por de Da­vid. Sobi fue un hermano de Hanún que había insultado a los hombres de David en el capítulo 10, pero parece que apreciaba la bondad de David y quiso recompensar­la en esta oportunidad. Maquir había mostrado benignidad para con Mefi‑boset y sin duda estaba al tanto de los favores que el rey le había brindado, de manera que él también estaba muy dispuesto en esta hora de necesidad. En cuanto a Bar­zilai, él figura más tarde como uno de los que escoltaron a David al cruzar de nue­vo el Jordán cuando terminó la batalla.

Las provisiones que estos hombres traje­ron hacían mucha falta en esos momen­tos. Las camas para descansar, y tazas para lavar, junto con toda la variedad de alimentos, se combinan para mostrar cuán atenta era su hospitalidad. Ellos conside­raron cuidadosamente la condición del pueblo y suplieron las cosas necesarias según su capacidad. Posiblemente David mismo se acostó sobre una de estas ca­mas y durmió, como lo dice en el Salmo 3:5: “Yo me acosté y dormí, y desperté, porque Jehová me sustentaba”.

Nunca falta algo para animamos en los días más oscuros de nuestra vida. David encontró que personas des­conocidas prodigaban sus favores sobre él en la ocasión cuando su propio hijo estaba buscando su vida, y de la misma mane­ra aquellos que están sintiendo las tristezas del rechazo a menudo en­cuentran que el Señor toca corazones pa­ra mostrarles bondad que nunca esperaban recibir. Muy pocos líderes pue­den hacer lo que David pudo hacer, es decir, acostarse y dormir cuando la asam­blea está dividida, y cuando reina la confusión. Su sueño no fue la de negligencia, sino evidencia de su confianza en Dios. Había aprendido lo que nosotros también debemos aprender, que “la salvación es de Jehová”, y por tanto tenemos que de­jar el resultado final en sus manos. Es muy interesante observar la manera en que Dios alegra a los suyos en los días más oscuros. Aun a su Hijo le fue provis­ta una cena en Betania en la hora de su rechazo. Pablo en un día difícil fue consolado por la venida de Tito (2 Co-rintios 7.6), y todos los que han estado en an­gustia pueden dar testimonio del consuelo que les llegó de las fuentes más inespera­das.

18:1 al 18     La batalla en Efraín y la muerte de Absalón

Fue un día decisivo cuando se encon­traron los ejércitos de David y Absalón; un día inolvidable en Israel. Hombres que deberían haber estado peleando contra sus enemigos, los vemos trabados en combate unos con otros, israelita matan­do israelita. Si existían enemigos alrede­dor, debían haberse alegrado viendo al pueblo que había conquistado todos sus contornos, ahora tratando de destruirse a sí mismos. No menos de veinte mil de aque­llos que debían haber estado disfrutando la prosperidad del reino se encontraban muertos en el campo de batalla. La des­trucción propia causada por contiendas internas puede ser más devastadora que las embestidas de fuerzas externas. Si bien algunos caen delante del enemigo, él también pierde hombres, pero todos los que caen en una contienda interna son una pérdida para la nación, no importa a cual lado pertenecen.

Así como lo haría cualquier militar, David reunió su ejército, lo dispuso en filas ordenadas y lo dividió en tres par­tes bajo sus tres comandantes experi­mentados, Joab, Abisai e Itaí. Era su intención salir él mismo a la batalla y ejer­cer el mando supremo, pero el pueblo se interpuso. Tal vez sabían lo que Absalón había planificado, o por lo menos tenían suficiente discernimiento para saber que la muerte del rey era el objetivo supremo de Absalón, quien quisiera lograrlo con la menor pérdida de vida como fuese po­sible. Indistintamente del valor que le ha­bían dado en otras oportunidades, ahora sabían que era el hombre del momento, tanto para sus enemigos como para sus propios seguidores, de manera que le obligaron a quedarse en la ciudad.

Una carga especialmente grande pesa­ba sobre la mente de David al ver a sus ejércitos salir delante de él. Conocía bien el peligro que la batalla involucraba para su hijo. A pesar de su rebelión y de todas las maldades que sabía en cuanto a él, le amaba, y hubiera estado satisfecho de verle sometido si solamente su vida fuera salvada. Todos los comandantes fueron instruidos en cuanto a esto, de manera que ninguno podía alegar que ignoraba el deseo y la orden del rey. Aun al concluir la batalla, su sola preocupación era en cuanto a Absalón.

Los dos ejércitos se encontraron en el bosque llamado Efraín. No era en territo­rio de la tribu de Efraín que estaba del otro lado del Jordán, sino en una región conocida por el mismo nombre. Aunque los hombres de David eran los menos, eran más experimentados, y comprobaron su superioridad matando a multitudes de los hombres de Absalón. Muchos de es­tos, al ser derrotados aparentemente bus­caron refugio en el bosque, pero fueron alcanzados más fácilmente por causa de la densidad de los árboles.

Absalón mismo, para pérdida suya, tomó ese camino tratando de escapar de las fuerzas de Joab, y se enredó en una encina debajo del cual había pasado su mulo. La bestia siguió, dejándole suspen­dido por la cabeza y totalmente incapaci­tado para desenredarse. El soldado que le vio primero respetó el deseo de David y no le mató, pero fue reprendido por Joab por no haberlo hecho. Le fue dicho lo que había perdido en recompensa por rehusar matar el rebelde, pero no pudo ser sobornado a desobedecer al rey, ni quiso arriesgar su vida por ser desobe­diente. Sin embargo, lo que este hombre rehusó hacer, lo hizo Joab, metiendo tres dardos en el corazón de Absalón, y estos, junto con las heridas de los jóvenes escu­deros de Joab, aseguraron su muerte.

Ni su amistad anterior con Absalón, ni respeto por el deseo de David, impi­dieron la mano cruel de Joab. Aunque fue él que planificó su regreso del exilio y lo­gró su restauración con David, ahora le trata inhumanamente y sin misericordia. No tiene ninguna consideración por la vi­da del joven, ni por la tristeza que traerá a su padre. La muerte de Absalón trajo la guerra a su fin, de manera que Joab tocó la trompeta, su ejército detuvo la perse­cución y se dispersó, y cada hombre esta­ba libre para volver a su propia casa. El cuerpo del príncipe fue echado en un ho­yo sobre el cual se levantó un montón de piedras. Este monumento de su desastre contrastaba fuertemente con el que él ha­bía erigido para sí mismo. Aunque le habían nacido hijos, debían haber muerto siendo pequeños, porque este pilar era para mantener el recuerdo de su nombre después de su muerte. En su propio mo­numento vemos lo que él pensaba de sí mismo, y en el otro que al final sería su suerte.

Casi no hace falta señalar las lecciones enseñadas en esta triste porción, porque todos saben que la contienda interna y la división son más dañinas a una asamblea que los ataques del enemigo desde afuera. Lo primero separa los santos los unos de los otros, pero lo segundo generalmente los une más fuertemente.

A menudo la ejecución de juicio por parte de los ancianos de una asamblea cau­sa tristeza a sus corazones, y como David quisieran evitar, especialmente para los jóvenes, las conse-cuencias de su pecado.

Así como las bajas eran numerosas en esta batalla, los números comienzan a de­caer cuando los problemas baten contra una asamblea. Muchos han sido alejados y nunca participarán otra vez en la comu­nión de la asamblea, porque en su senci­llez apoyaron a aquellos que estaban aspirando una posición pero fracasaron en el intento.

David, así como todo su ejército, sa­bía que Absalón debía morir por su rebe­lión, pero otra vez permitió que el afecto natural influenciara su juicio. Bien po­dríamos preguntar si otro que no fuera su hijo hubiera dicho: “Tratad benignamente al joven”. Como hemos recalcado anteriormente, las rela­ciones naturales siempre presentan un problema entre los creyentes. Los líderes siempre corren el peligro de tratar suave­mente a sus propias familias y amigos.

Joab, al procurar el regreso de Absa­lón, no fue su verdadero amigo. Aunque su porción era difícil estando lejos de su hogar y su pueblo, hubiera sido mejor dejarle terminar sus días en paz que traerle a sufrir una muerte pre­matura. Muchos piensan que están mos­trando amistad a los caídos cuando logran su restauración a la asamblea sin que muestren un verdadero arrepentimiento, pero al fin se hace evidente que estaban haciendo mal en vez de bien.

En esta ocasión Joab es una ilustra­ción de los que son leales a los verdade­ros líderes en la asamblea pero los desobedecen y quedan impunes. El joven que rehusó matar a Absalón no solamente escuchó lo que el rey había dicho, sino que lo respetaba, mientras que su comandante también escuchó, pero ignoró el mandato e hizo conforme a su propia vo­luntad. No era según el carácter de Joab tratar benignamente a ninguno, y todavía existen algunos de sus descendientes, quienes aun cuando hacen lo correcto y justo, manifiestan un espíritu tan duro que entristecen los corazones de los más tiernos.

Otra lección importante que nos ense­ña esta porción es que ser atractivo por naturaleza puede criar la soberbia y a la postre conllevar al desastre. Absalón pudo robar los corazones del pueblo, pe­ro, ¡ay!, cuando los necesitaba más, ni uno sólo de los millares de Israel estaba a su lado. Aquellos que son ganados fácil­mente a menudo son los que desertan más rápidamente en el tiempo del peligro. Los hombres estaban dispuestos a arries­gar sus vidas por David, porque él había ganado sus corazones, pero el frívolo en­canto de Absalón se lo llevó el viento cuando su éxito desapareció. No pode­mos confiar en aquellos que se paran con nosotros solamente cuando todo anda bien, porque nos abandonarán tan pronto como ven el peligro.

Todos dejaremos algún monumento tras de nosotros. David dejó un reino que le acreditaba a pesar de sus fallas, porque lo dejó en una condición tal que su hijo pudo fácilmente continuar sin temor ni necesidad. A Absalón también se le re­cuerda, pero solamente por medio de aquellas frías piedras. Sin duda hablan, pero su mensaje es lúgubre, porque cuentan de la tragedia de un joven atracti­vo, quien por causa de la soberbia murió prematuramente. Cualquier anciano que deja atrás una obra de Dios y una asam­blea enriquecida y prosperada por medio de sus labores, puede morir felizmente. Por el otro lado, algunos hombres han pasado a la eternidad dejando atrás una asamblea casi destruida, que es un monu­mento a su mal gobierno.

18.19 al 23   David recibe la noticia de la muerte de Absalón

Pocos podrían medir el suspenso que llenaba la mente de David durante aquel día trascendental. Por una parte él temía que sus hombres fueran derrotados, pero por otra, que le sucediera algo fatal a Absalón. Observando con ansiedad, el atalaya en una posición elevada vio de lejos un hombre que venia corriendo, quien al acercarse fue identificado como Alúmaas, uno de los jóvenes que anterior­mente le había traído las noticias del campamento de Absalón. En ese momento quedaron aclaradas dos cosas: una, que venían noticias, y la otra, que si las noti­cias eran como el mensajero, eran buenas. Joab no había permitido a este mensajero dar las malas noticias a David, sino que había enviado un cusita para hacerlo. Oportunamente llegó el segundo hombre y en la manera acostumbrada le dijo que su hijo estaba muerto.

La tragedia que había temido tanto le había sobrevenido, y no podía esconder su profundo pesar. De todas las pérdidas familiares que había sufrido, este era el peor. Debía recibir cuatro tantos por su pecado, y ahora había perdido su tercer hijo ¾ otra brazada de su amarga cose­cha. Su corazón paterno había, por los momentos, eclipsado su dignidad real, como se demuestra incuestionablemente por las cinco veces que repite la palabra “hi­jo”. Hubiera dado su vida antes de sepa­rarse de uno tan querido. Posiblemente sentía que él mismo debía haber muerto, porque era el pecado suyo que había traí­do este desastre sobre su casa. Él debía haber muerto, pero son sus hijos los que mueren.

La manera en que aceptamos malas noticias a menudo indica cuál es nuestra condición interna. Pocos pueden soportar el desastre como Job, quien dijo: “Jehová dio, y Jehová quitó; sea el nombre de Je­hová bendito”. Es casi imposible elevarse por encima de los sentimientos naturales, pero así como el reino era más importante que el hijo del rey, la asamblea es más importante que el hijo de cualquiera de sus líderes. Nuestras tristezas personales pueden a veces nublar nuestras respon­sabilidades, pero debemos buscar la gra­cia para mantener todos los asuntos en su debida perspectiva, y no permitir que nuestros sentimientos controlen nuestras acciones.

Llevar noticias a un rey es un gran ho­nor, especialmente cuando le estamos contando lo que quiere oir. No es el mensajero que escoge el mensaje, sino el que lo envía. La porción nos enseña que debe haber una relación entre el mensaje y el mensajero. Se espera que hombres buenos traigan buenas noticias. Por su­puesto, el evangelio es la buena noticia que llevamos, y aunque está en un vaso de barro, debe ser un “buen” vaso. Evi­dentemente Joab pensó que un cosita se­ría más apropiada para la ocasión que el hijo de un sacerdote.

19.1 al 10     Joab reprende a David por su com­portamiento

El pesar abrumador del corazón de David le quitó cualquier pensamiento de regocijo por la victoria ganada por sus tropas valientes. La circunstancia era tan anormal que, en vez de volver el ejército con gritos de victoria y gozándose en sus logros, estaba entrando a la ciudad escondidamente casi tan abatido como si hubie­ra sido derrotado y estuviera avergonzado de su actuación. Comprendiendo la seriedad de la situación, Joab se atrevió a razonar con el rey, mostrándole por me­dio de argumentos lógicos cuán impropio parecía su comportamiento a sus seguido­res.

Le acusó de menospreciar el éxito de sus hombres y señaló que si no fuera
por los esfuerzos de ellos, ni él, ni ningu­no de sus seres queridos estarían vivos.

Le culpó de estimar más a su enemigo Absalón que aquellos que habían arriesga­do
sus vidas para defenderle.

Le juró que a menos que él cambiara rápidamen­te, todo el pueblo le desertaría,
y esto se­ría una calamidad peor que todo lo que ya había enfrentado.

Estos argumentos in­discutibles no eran falsas alarmas, porque ya muchos de sus hombres habían aban­donado la ciudad y vuelto a sus respecti­vos hogares. Mientras que la tristeza del rey por su pérdida personal eclipsaba sus responsabilidades, prácticamente no había rey en Israel, porque el usurpador estaba muerto, y el verdadero rey pero actuando como si también estuviera muerto.

Atendiendo a esta exhortación, David regresó a la puerta de la ciudad, y tomó su asiento como solían hacer los reyes en esos días. Esto dio al pueblo la oportuni­dad de encontrarse con él otra vez, y de expresarle su deseo de que volviera a Jerusalén. Estaban conscientes de sus vic­torias maravillosas en el pasado, cuando había derrotado todos los enemigos que ellos tenían, pero no podían entender por qué había permitido que su hijo le quitara del trono. Tampoco podían com­prender por qué, si ese peligro ya había pasado, él no se apresuraba a regresar a Jerusalén para ser restablecido en su posi­ción anterior. Aquellos que habían ungido a Absalón como su rey se habían disper­sado a sus diferentes ciudades, mientras que los hombres fieles de Judá todavía esta­ban con David pero, tal vez por causa de su reclusión debido a su tristeza, casi no sabían qué hacer o cómo efectuar su re­greso. En pocas palabras, les faltaba liderazgo y estaban confusos.

Cómo comportarse en tiempos de tris­teza personal es un problema no pequeño para líderes de asambleas. Ellos son hu­manos y posiblemente sienten sus pérdi­das aun más que otros. Es demasiado común que en tales ocasiones sean tenta­dos a relegar el bienestar de la asamblea a un lugar secundario. Como David en esta ocasión, buscan reclusión y quietud para que sus corazones heridos se puedan sanar. Los santos pueden comprender su tristeza y pueden soportarles un tiempo, pero si este luto se prolonga demasiado, y no hacen ningún intento de resumir sus responsabilidades, entonces surge la pre­gunta: “¿Qué va a suceder con el testimonio?” En el caso de ellos es un asunto muy serio el mantener en orden sus prioridades, porque una vez que se ha perdi­do la confianza de los santos, no se recobra fácilmente.

Otra lección que tenemos aquí es que no importa cuán fieles sean los creyentes, ellos esperan el liderazgo de aquellos que son responsables de darlo. Si, debido a al­gún desastre, alguna asamblea queda sin líderes en el sentido de que no están aten­diendo a su bienestar, esto causa confu­sión y pudiera tener consecuencias devastadoras. Aun pudiera conducir a que tomen el control aquellos que no están capacitados para ello.

19.11 al 43  David cruza el Jordán y regresa a Jerusalén

No había nada más importante para David que tener la nación entera unida en alianza con él, porque sabía que la brecha que había surgido de la rebelión permane­cería, a menos que él recobrara el favor de los que por un tiempo fueran sus ene­migos. Con el fin de obtener esta alianza, mandó a buscar primeramente a los sacer­dotes, sabiendo que ellos tendrían una gran influencia con el pueblo, especial­mente los de la tribu de Judá. Se les pidió que hablaran a los ancianos de Judá y les expresaran su tristeza por causa de la in­diferencia de ellos en relación a su regre­so. Ninguno en Israel era tan cercano a él como ellos, porque eran su hueso y carne, de manera que al recibirle de nuevo, esta­ban recibiendo a uno que era parte de ellos mismos.

Sus palabras siguientes son más extra­ñas y difíciles de entender, porque él no sólo anuncia un cambio de general, sino que también, para sorpresa de todos, propone poner a Amasa en lugar de Joab. De ma­nera que el hombre que había servido co­mo comandante en jefe bajo el mando de Absalón, y debía haber sido muerto por su traición, es asignado el puesto que había tenido aquel que había librado al rey de la muerte.

Este trato injusto tuvo un efecto do­ble: primero, ganó el favor de las masas que habían seguido a Absalón, y segundo, originó una enemistad en el corazón de Joab hacia su rival. Lo que Joab había hecho a Absalón en desobediencia directa al mandato del rey había introducido una cuña entre ellos. Ambos generales eran sobrinos de David, así, aunque su preferencia era para con el menor de los dos, él estaba perpetuando su principio anti­guo de tener un familiar suyo a la cabeza de su ejército.

Al fin la procesión real partió para Je­rusalén y llegó a las orillas del Jordán, donde se encontró con los hombres de Judá reunidos al otro lado. En este punto, Simei, que anteriormente había maldecido a David, vino a encontrarse con él, solici­tando su perdón, el cual fue otorgado libremente. Abisai consideró que uno tan malvado debía ser muerto, pero de nuevo David actuó en contra de la justicia y per­donó al culpable.

Este benjamita debía haber sido un hombre de influencia, porque traía consi­go mil hombres, y también a Siba el guar­dián de Mefi‑boset, de manera que su ayuda en este momento era de más valor para David que su cabeza. Más tarde Sa­lomón tuvo la tarea de tratar con él, por­que, si bien David guardó la promesa que hizo tan ligeramente, en su lecho de muerte se acordó de su ataque infamatorio y dio instrucciones que sus canas debían descender con sangre al sepulcro.

Mefi‑boset, otro hombre de la casa de Saúl, también vino a encontrase con Da­vid, pero era de un calibre diferente. Aunque su amo le había calumniado de­lante del rey, él podía mostrar evidencia de su fidelidad y comprobar sin lugar a dudas que, aunque no estaba físicamente con David en el exilio, su corazón sí esta­ba con él. La barba no cortada y los ves­tidos no lavados le justificaron al sostener que había guardado luto durante toda la ausencia de su señor. Lo que normalmen­te sería indecoroso en la presencia del rey, fue en este caso altamente recomendable.

En verdad, la ausencia del rey fue pa­ra él un periodo doloroso. Sus pies lisia­dos, que normalmente debían ser curados, habían sido descuidados; su barba, que debía mantenerse recortada para estar a la casa del rey, también fue descuidada; y sus vestidos, que siempre estarían sin mancha, no se hablan lavado. Toda su apariencia debía haber sido un extraño espectáculo contemplado por el rey, pero era una voz más fuerte que sus palabras, y demostraba que él no tenía ningún des­eo de estar bien arreglado mientras que el rey era rechazado.

Aunque David no pudo dudar de su confesión, y fue convencido de su error al creer a Siba, él no revocó completamente su ligera decisión ante­rior, sino que hizo un compromiso, dando a cada uno la mitad de la herencia. La respuesta a este juicio de parte de Mefi-­boset fue extremadamente noble, ya que en vez de demandar lo que justamente le pertenecía, se sintió tan satisfecho con el regreso del rey en paz que estuvo dis­puesto a que Siba lo tomara todo.

Barzilai, un octogenario, es otro hom­bre que se menciona en forma especial en esta ocasión. Él había sostenido a David y a sus hombres mientras estaban en Maha­naim, y ahora viene a despedirse de él. Reconociendo su bondad y queriendo re­compensarle, David le invitó a dejar su propia tierra y llegar a ser uno que, como Mefi‑boset, comería a su mesa. Sin embargo, él no aceptó la oferta, temiendo que sería una carga para el rey, y dema­siado anciano para disfrutar las delicade­zas reales, pero propuso que su hijo tomara su lugar, y esta petición fue otor­gada libremente.

Así como la maldad de Simei fue re­cordada en el lecho de muerte de David, así también la bondad de este hombre, porque, como recompensa de su benevo­lencia, sus hijos comerían continuamente a la mesa de Salomón. Algunos han pen­sado por lo que dice en Jeremías 41:17 que a su hijo Quimam le fue otorgada una herencia en el patrimonio de Isaí en Belén.

El regreso del rey, aunque fue uno de los sucesos más alentadores en aquel tiempo, no transcurrió sin dificulta­des. Algunos de la tribu de Judá habían seguido a Absalón, pero su mayor apoyo había venido de las otras tribus. El pro­blema surgió por el celo de estas tribus, porque no habían sido imitadas a condu­cir al rey al otro lado del Jordán. Esta era una llaga antigua en la na­ción, porque en los días de Gedeón los de Efraín se quejaron que no habían sido invitados a pelear con los madianitas (Jueces 8:1). En su sabiduría, Gedeón pudo en aquella oportunidad apagar el enojo de ellos, adoptando un espíritu humilde.

Sin embargo, en esta ocasión los hom­bres de Judá se mostraron demasiado so­berbios para escuchar las quejas, especialmente cuando venían de aquellos que habían procurado, sin éxito, estable­cer a Absalón por rey. Aunque esta división fue de corta dura­ción, podemos detectar las semillas de la rotura permanente que ocurrió en los días de Roboam, cuando las diez tribus se re­belaron y establecieron su propio reino.

No podemos negar que, cuando golpea el desastre y como resultado la tris­teza llena el corazón, esto tiene un efecto debilitante sobre la mente tanto sobre como el cuerpo. Los juicios de David, sea en los casos de Simei, Amasa, o Mefi‑boset, de­jan mucho que desear. Son casi lo opues­to de lo que esperaríamos. Siempre existe el peligro que ancianos tomen decisiones equivocadas no solamente durante un so­levantamiento, pero aun después que ha pasado. Las decisiones que se hacen cuando las emociones están estorbadas raramente son correctas, de manera que se necesita gracia para que los espíritus de los líderes estén calmados, capacitándoles así para pesar sobriamente lo que están haciendo, y dar veredictos ciertos sobre los asuntos vitales que tienen que confrontar.

Una cosa era para David decidir cam­biar su comandante, pero otra era estable­cer un nuevo hombre en su lugar. Joab había estado demasiado tiempo en esa po­sición, y sin duda celoso para permitir que cualquier otro llenara su lugar. ¿No es esto una advertencia a sobreveedores quienes ya han colocado a alguien en una posición? Porque si cambian su parecer en cuanto a la persona, e intentan remo­verle, pueden encontrar mucha dificultad para hacerlo.

También tenemos que recordar que el hacer nombramientos con el fin de ganar de nuevo el favor de los que han sido ex­traviados, pero han aprendido su error, como hizo David en esta oportunidad, probablemente no resultará bien.

El perdón de Simei nos recuerda que, después que ha sido desbaratada una asamblea y luego estabilizada, fácilmente se puede fallar en llevar a cabo la discipli­na sobre los que han hecho el mal. Ofen­sas sumamente serias generalmente se consideran leves, porque el asumo princi­pal se ha arreglado. Los líderes están tan agradecidos que ha pasado la tempestad que cierran sus ojos a lo que sucedió du­rante la tempestad. Puede ser, y a menu­do es así, que más tarde descubren su error, pero ya no pueden hacer nada, por­que ha pasado el tiempo de tratar el asunto.

Es una destreza demasiado común en­tre ancianos encontrar una salida fácil de un juicio anterior equivocado. Así como David hizo un compromiso en relación a la herencia de Mefi‑boset, frecuentemente ellos también arreglan asuntos haciendo compromisos de mitad y mitad. General­mente su excusa por actuar de esta mane­ra es que hay faltas en ambos lados, y así sostienen que deben tomar un camino in­termedio. Si los líderes permiten que se mantenga, aun en parte, la calumnia con­tra algún inocente, esto es sumamente se­rio, y puede ser muy dañino a aquel que ha sido mal representado.

En el caso de este hombre, vemos la importancia de una evidencia circunstancial. A pesar de todo lo que Siba había dicho acerca de él, no se podía contradecir la evidencia de su inocencia. Los que han sido difamados no deben preocuparse in­debidamente, aun cuando no pueden hacer nada para defenderse de la calumnia en su contra. Su principal inquietud debe ser que estén en el lugar de responsabilidad los que deben estar (aun si ellos no los han tratado tan justamente como se espera).

No todo hombre anciano conoce sus limitaciones como Barzilai conocía la suyas. Fue invitado a llenar una posición que no estaba ca­pacitado para desempeñar, pero presentó a un hombre que sí podía llenar esa posi­ción y tenía la capacidad para hacerlo. Debe ser la meta de todo hermano ancia­no y útil producir hombres que pueden llenar el vacío dejados mando ellos par­ten. Fue un placer para el corazón de este anciano saber que su hijo Quirnam le representaría en la mesa del rey, y esto aun después que él había muerto.

Aun aquellos que han apoyado el mal esperan que se siga su consejo, especial­mente si son la mayoría. Los israelitas, aunque ya no estaban apoyando a Absa­lón, sintieron que, debido al poder numé­rico de las tribus que representaban, ellos debían haber sido invitados a conducir al rey por el Jordán. En esto aprendemos que los fieles pueden encontrar oposición de parte de aquellos quienes, aunque desleales en una ocasión, quieren tener un puesto de honor en la hora de recuperación.

Anteriormente aprendimos que sólo la mitad de Israel estaba del lado de David, pero aun estos eran más que los hombres de Judá. Escondida en la mente de mu­chos está la idea que la opinión de la ma­yoría es un factor decisivo en los asuntos de la asamblea. Es más, algunos quisieran escoger sus ancianos mediante un sistema de votación, en cuyo caso el menor en la congregación tiene la misma influencia que el más capacitado.

Las diez tribus no estaban apurados para hacer regresar a David del exilio, pe­ro cuando fue traído, querían com­partir el honor. Esta clase de acción se ha repetido en muchas ocasiones, y tenemos que enfrentar la realidad que muchos que quieren una parte de los honores en la ho­ra de restauración no estaban dispuesto a tomar ningún riesgo en el momento cuan­do más se necesitaban. Aquellos que su­frieron con David tenían el derecho de ser honrados en su regreso, y aquellos que son fieles a lo que es justo delante de Dios tienen todo derecho de disfrutar del honor cuando la justicia prevalece.

20:1 al 13     La rebelión de Seba

Justamente cuando David tenía eleva­das esperanzas en cuanto a su regreso a Je­rusalén y la posibilidad de recobrar su antigua gloria como rey sobre todo Israel, una nueva e inesperada rebelión desbarató esas esperanzas. Otro hombre, un benjamita, posiblemente de la casa de Saúl (era descendiente de la misma fami­lia), viendo a los israelitas regresar descon­tentos del Jordán, se apoderó de la oportunidad de establecerse como gober­nante sobre las diez tribus. La disputa en­tre los hombres de Judá y aquellos cuyo apoyo él buscaba le dio cierta expectativa de poder restablecer el reino en la tribu de Saúl. No tenía esperanza de ganar los cora­zones de los hombres de Judá, porque ellos permanecían fieles a David. Sin embargo, si el resto de Israel estuviera bajo su man­do, estaría en una posición nada insignificante.

Con el fin de reunir la gente alrededor de él, tocó una trompeta y gritó el antiguo clamor del desierto: “¡Cada uno a su tien­da, Israel!” Esto resultó en que todos los hombres de Israel abandonaron a David y siguieron a Seba. Así como la rebelión de Absalón, este nuevo intento comenzó con notable éxito, especialmente en cuanto al gran número de personas que respondieron a su llamado. No es sin razón que él se re­fiere al rey como el “hijo de Isaí”, porque su intención era hablar acerca de David en la forma más despreciativa posible. No hu­biera ayudado a su causa si hubiera recor­dado al pueblo que David era el “ungido de Jehová”. Cuando los hombres de Israel abandonaron a David y siguieron su nuevo líder, David se quedó una vez más con unos pocos seguidores fieles que pertene­cían a su propia tribu, y éstos viajaron con él desde el Jordán hasta Jerusalén.

Debe haber sido con una mezcla de emociones que David entró a la ciudad pa­ra habitar una vez más en su palacio, y es­pecialmente estar de nuevo cerca de la tienda donde estaba el arca. Por un lado, estaría agradecido por haber regresado sa­no y salvo; por otro, las cosas estaban muy lejos de lo que habían sido cuando huyó por causa de Absalón. Había dejado a sus concubinas para guardar el palacio, pero como hemos visto, estas mujeres fueron violadas por su hijo en una forma pública, de manera que no podían seguir siendo tra­tadas como suyas. No podían ser puestas en libertad, porque estaban en una relación con él, ni podía él volver a ellas porque habían sido contaminadas, por lo que las puso en reclusión. Esta irregulari­dad implicaba que eran como viudas cuyos maridos todavía vivían. La vida para estas pobres mujeres estaba llena de miseria. Ha­bían sido impedidas tener un esposo en for­ma normal, existieron para gratificar la concupiscencia de un rey déspota, y ahora esta relación también había terminado.

David, cumpliendo su promesa, nombró a Amasa como capitán de su ejército en el lugar de Joab. Le fue encomendada la tarea de juntar las tropas para sofocar la rebelión de Seba. Le fueron dados tres días para hacer esto, pero no lo logró, posible­mente porque los hombres de Judá no te­nían la misma confianza en él como habían tenido en Joab. En vista de la seriedad de la situación, y reconociendo que debían ac­tuar sin perder tiempo para que el enemigo no tuviera oportunidad de consolidar su posición, David llamó a Abisai y le encargó del ejército para perseguir a Seba. Al hacer esto, apareció Amasa y fue saludado por Joab. Pero era un pretexto de parte de Seba, porque así como había asesinado a Abner después de saludarle, hizo lo mismo con este nuevo rival. Los dos casos son ca­si idénticos. Los dos hombres que murie­ron eran antiguos enemigos de David, pero habían sido perdonados; ambos recibieron la posición de Joab y fueron envidiados por él; ambos murieron por puñaladas y David lamentó la muerte de ambos y los recordó en su lecho de muerte.

Para no impedir el avance del ejército, el cuerpo de Amasa fue cubierto de una vestidura, porque todos los que pasaban por allí se detenían para ver lo que había sucedido. Inmediatamente después de la muerte de Amasa, Joab volvió a hacerse cargo del ejército, y parece que su herma­no Abisai estaba dispuesto a darle las rien­das. Además, parece que los soldados nunca dudaron que su comandante era Joab, porque uno de ellos proclamó: “Cualquiera que ame a Joab y a David, va­ya en pos de Joab”. A pesar de todo lo que David había dicho, Joab aun era el jefe y capitán.

Frecuentemente en la experiencia de asambleas, cuando los que están en respon­sabilidad están satisfechos que ya terminó la angustia y los problemas, se encuentran confrontados con un nuevo estallido de re­belión. Cuando los líderes están debilita­dos, siempre habrá aquellos que intentarán usurpar el poder y tomar el con­trol, como lo hizo Seba en esta ocasión. En su ambición por el poder, ellos se aprove­chan de cualquier descontentamiento que detectan entre los santos, y la utilizan para atraer a sí las masas. Personas sencillas son fácilmente engañadas, especialmente si han sido inquietadas por alguna rebelión ya apagada.

En esta historia, cada uno decidió se­guir el líder relacionado con su propia tri­bu. De la misma manera, hasta el día de hoy, los santos tienden a ponerse del lado de sus familiares, estén ellos en lo correcto o no.

Con el fin de ganar seguidores, líderes falsos a menudo procuran separar los san­tos de sus verdaderos líderes por hablar desdeñadamente de éstos, señalando la in­significancia de sus progenitores.

Una cosa es para ancianos hacer nom­bramientos, como David hizo con Amasa, pero es otra cosa que los santos tengan confianza en el que ha sido nombrado. Aunque el gobierno democrático no se contempla en la asamblea, es imprudente para los ancianos ignorar las opiniones de los santos. Si estos conside­ran que se le ha dado una posición a algu­no porque el que la ocupó anteriormente causó alguna ofensa personal a los ancia­nos, entonces ellos manifestarán su resenti­miento por no ayudar al recién nombrado, debido a que no ven en él la capacidad para la obra que se le ha encomendado.

Siempre debemos temer aquel terrible monstruo que es la envidia cuando se manifies­ta entre los santos. A veces puede estar disfrazado de una aparente amistad, siendo en ese caso aun más peligroso. Muchos han tenido que soportar un tratamiento cruel simplemente porque los ancianos les han solicitado que se encarguen de ciertas responsabilidades. Tal vez Amasa no hubiera muerto si David no lo hubiera coloca­do en el lugar de Joab. De la misma manera, hay algunos siervos de Dios que nunca más levantarán sus cabezas por cau­sa del mal trato que han recibido, y no es­tarían en esa situación si los ancianos no los hubieran colocado en una posición don­de fueron envidiados.

Cuando nos saludamos los unos a los otros, debemos hacerlo sin hipocresía, y no como Joab y Judas quienes besaron enga­ñosamente, pues la Escritura dice que de­bemos hacerlo “con ósculo santo”.

 

20:14 al 22   El sitio de Abel

En una nueva oportunidad los hom­bres de Judá resultaron ser demasiado fuertes para el resto de la Nación. A pesar de los muchos defectos en la vida de Joab, no había ninguna duda de su capaci­dad para dirigir un ejército y ganar bata­llas. Seba, aun con su gran número de seguidores, no podía igualar las fuerzas de David, que no solamente le alcanza­ron, sino que derrotaron de tal manera su ejército que él fue obligado a buscar refu­gio en la ciudad fortificada de Abel. Cuando Joab rodeó la ciudad, comenzó inmediatamente a construir un baluarte con el fin de derribar el muro. Tan grande era su premura que aparentemente hizo esto sin dar a la ciudad la oportunidad acostumbrada para rendirse. Sin embargo, justamente cuando estaba progresando este operativo, apareció una mujer sabia y solicitó permiso para hablar con Joab. Ella habló como representante de la ciu­dad y expresó en palabras lo que sus habi­tantes querían decir a Joab. Claramente expresó el caso, el cual consistía en tres puntos principales:

Esta ciudad tenía la reputación de sabiduría, por lo tanto se debía escuchar su voz.

Siempre había sido un lugar pacífico que no se entregaba a la pelea.

Era una ciudad madre y par­te de la heredad de Jehová, de modo
que no se debía destruir a sus habitantes.

Joab aceptó perdonar la ciudad, si Seba fuera entregado.  Oportunamente la cabeza del rebelde fue arrojada por encima del muro, así que el objetivo del ataque se habla lo­grado y el operativo terminó.

Es interesante notar la parte que juga­ron diferentes mujeres buenas en los li­bros de Samuel. Ana oró y le fue dado un hijo que libertó a Israel; Abigail, aunque casada con un esposo malvado, dio buen consejo a David y le salvó de cometer un grave error, y aquí tenemos a otra mujer que salvó la ciudad por su sabiduría.

Algunas veces un problema que pare­ce ser de grandes proporciones en una asamblea, se puede resolver muy rápida­mente. Aun aquellos que trataron de lle­var tras sí a toda la asamblea, suponiendo que su causa tendría mucho éxito, descu­brieron que sus logros eran de corta duración. A menudo sus ayudantes, como los amigos de Seba, los abandonan a su suerte, y aun contribuyen a su derrota. Tam­bién debemos notar que la sabiduría de la ciudad fue expresada por una mujer, lo cual nos muestra de cuánta bendición puede ser una hermana, si ella es sabia. Aunque a la mujer no se le ha dado nin­gún lugar en el liderazgo de la asamblea, y no debe gobernarla, directamente ni in­directamente a través de sus esposos, sin embargo a veces puede dar consejo que posiblemente amerita ser considerado como del Señor.

20.23 al 26   Los oficiales de la corte de David

Ahora que las rebeliones tanto de Ab­salón como de Seba han sido aplastadas, y el reino restaurado a la normalidad, es propio que seamos dados un breve resu­men de los ministros de estado, como se hizo en el trozo  8:16‑18 cuando el reino de David fue establecido inicialmente. Las dos listas se parecen mucho, pero hay al­gunas diferencias.

¿No nos sorprende (o tal vez no) que Joab, a pesar de la ame­naza de David, todavía era el comandante del ejército? No obstante lo que había he­cho, su capacidad militar era tal que le hacía indispensable para el reino. La diferencia principal entre esta lista y la ante­rior es la creación de una nueva posición “sobre los tributos” y la designación de Adoram a este cargo. Él sirvió bajo tres reyes (1 Reyes 12:18), de manera que tenía que haber sido relativamente joven cuan­do fue asignado a este cargo. Su obliga­ción era reclutar trabajadores para las obras públicas. Posiblemente, al principio, solamente los que no eran israelitas tuvie­ron que servir de esta manera, pero al fi­nal del reinado de Salomón todos sin excepción estaban involucrados. De todas las imposiciones sobre el pueblo, era la más odiada, pero era esencial porque no existían impuestos, y por lo tanto no ha­bía dinero para pagar a los que construían los muchos edificios levantados en ese tiempo. Al comienzo del reinado de Ro­boam, Adoram fue apedreado porque el pueblo le consideraba como un tirano que no tenía derecho a vivir.

Otra diferencia en esta lista es la des­ignación de Ira como “sacerdote”, o con­sejero personal al rey. Los hijos de David, que anteriormente habían ocupado esta posición, no habían llenado las ex­pectativas, pues dos estaban muertos, y los que aún vivían no contaban para mu­cho, excepto Salomón, y él era demasiado joven en esta época para tal responsabili­dad.

Sin repetir lo que comentamos acerca del capítulo 8 sobre las lecciones que se pueden aprender de esta lista, podemos notar que se puede emprender algo que al princi­pio sea tolerable como esta “leva” puede llegar con el tiempo a ser una carga inso­portable. Los líderes en una asamblea de­ben preocuparse de que todo el trabajo que se hace en relación a la asamblea se haga de buena voluntad. En cualquiera esfera, el recluta no es tan bueno como el voluntario. Se debe evitar todo lo que huele a tiranía, y todo servicio debe reali­zarse en un espíritu alegre.

Aquellos que gozan de mayores privi­legios, como los hijos de David, pueden resultar decepcionantes y deben ser reem­plazados por otros, quienes, aunque me­nos favorecidos, son capaces de hacer lo que se les requiera. Hubiera sido el colmo de necedad para David recibir consejo de sus hijos, ya que ellos no podían mantener sus propias vidas en orden. De la misma manera sería insensatez para los líderes prestar atención a aquellos que son cono­cidos por su necedad.

 

UN  APÉNDICE
Capítulos 21 al 24

Introducción

Los cuatro últimos capítulos de 2 Sa­muel son como un apéndice que da un re­sumen del trato de Dios con la Nación durante el reinado de David. De­muestran que aun el fracaso humano pue­de ser canalizado por Dios para llevar a cabo sus propósitos. Contienen dos ejem­plos de castigo de pecado a nivel nacio­nal; uno es la venganza por el maltrato de los gabaonitas, y el otro es el censo del pueblo por parte de David. Entre estos dos ejemplos de juicio están dos cánticos; el primero alaba a Dios por la liberación del pasado, el segundo aprecia sus promesas para el futuro. Después del juicio de la casa de Saúl está el relato de la de­rrota de los gigantes por los valientes de David, y antes del juicio por el censo del pueblo se da otro relato acerca de sus va­lientes. Si miramos estos capítulos en el orden en que están escritos, tenemos:

la cancelación de una antigua cuenta con los gabaonitas;

la matanza de los gi­gantes quienes eran los principales ene­migos de la Nación;

el cántico de David cuando recuerda sus liberaciones;

su cántico acerca de la perpetui­dad de su reino;

el grupo especialmen­te selecto de sus valientes;

el pecado de censar al pueblo, y

la detención de la plaga por su ofrenda en la era de Arauna jebuseo.

Estos eventos y escritos no siguen cronológicamente el tema del capítulo 20, si­no que posiblemente tienen que ver con la ocasión cuando Natán informó a David que su posteridad retendría el reinado. El hambre provocada por el maltrato de los gabao­nitas debía haber sido en un tiempo cuan­do el reino estaba tranquilo, y el cántico del capítulo 22 tuvo que haber sido compues­to antes de su caída con Betsabé. El se­gundo cántico y el censo del pueblo obviamente nos llevan al final de su reina­do, y al tiempo cuando estaba para tras­pasar la corona a su hijo Salomón. Podríamos preguntar por qué el historia­dor no incluyó algunos de estos asuntos al trazar los eventos de la Nación, pero seguramente consideró que hubieran interrumpido su relato, desviándole de su objetivo principal.

Hay otro aspecto de estos capítulos que no debemos pasar por alto. Al arre­glar cuentas con los gabaonitas, David prácticamente eliminó la casa de Saúl, de manera tal que ya no era una amenaza pa­ra él ni sus hijos. En la matanza de los gi­gantes se eliminó la amenaza del enemigo externo. En el censo del pueblo aseguró el sitio para el templo (aunque esto no se declara en 2 Samuel). Así se juz­gó el fracaso humano, y a la misma vez se cumplieron los propósitos divinos.

21.1 al 11     La venganza de los gabaonitas

Es difícil definir exactamente el tiem­po cuando ocurrió el hambre mencionado aquí, porque con la frase: “en los días de David” no se puede precisar una fecha. Algunos creen que sucedió hacia el final de su reinado y poco antes del censo del pueblo (capítulo 24), pero otros lo colocan al principio de su reinado sobre todo Israel. El segundo punto de vista tiene más a su favor, porque los hijos de Saúl escogidos para morir aparentemente no eran casados, y puede ser que no eran más que muchachos. Además, es improbable que el hambre viniera muy retardada después de la muerte de Saúl, porque el pueblo entonces no se podría explicar por qué la maldad cometida por su rey se había pa­sado por alto por tanto tiempo. Si ocurrió al comienzo del reinado de David, como es más probable, entonces estos cuatro capítulos cubren la totalidad del período de su gobierno, porque el censo induda­blemente ocurrió al final.

Solamente fue cuando el hambre con­tinuó por el tercer año consecutivo que David se dio cuenta que pasaba algo se­rio, y que era un juicio sobre el pueblo por causa de sus pecados. Tal vez consi­deró los dos primeros años como una ca­sualidad, porque la tierra a menudo sufría por causa de la sequía. Debía haber sabido del libro de Deuteronomio que la llave de los cielos estaba en las manos de Dios, y que Él podía trancarlos si así lo quería. Sin embargo, finalmente él consul­tó al Señor en cuanto a la razón por esta terrible condición. La frase que se utiliza aquí significa literalmente “buscó el rostro del Señor”, y se encuentra solamente aquí en los libros de Samuel. La respuesta que recibió fue inequívoca, y claramente le se­ñaló que la causa del problema era la ma­tanza cruel de los gabaonitas por Saúl, el rey anterior.

Cuándo ocurrió esto tampo­co no podemos saber, porque no se regis­tra en 1 Samuel. Sin ningún respeto por el pacto que Josué había hecho con este pueblo, aun cuando lo obtuvieron astutamente, Saúl los había matado como hu­biera hecho con cualquiera de los otros habitantes de la tierra. Ellos no tenían nin­guna fuerza para resistir su embestida, pe­ro Dios se encargó de su causa, porque su Nombre estaba vinculado con el jura­mento pronunciado en el establecimiento del acuerdo. Conociendo ya quién era el pueblo ofendido, David les pidió que de­clarasen los términos de la retribución. Ellos estaban completamente resueltos que, como la maldad era el derramamien­to de sangre, esto solamente se podía ex­piar por el derramamiento de la sangre de aquel que les habla matado.

Sin embargo, como él ya estaba muerto, la pena debía pagarse por su descendencia. Para satisfacer sus demandas, se debían matar a siete hijos de Saúl, y David tuvo la desagradable tarea de escoger quiénes iban a ser las víctimas. Tomó los dos hijos de Riz­pa, una concubina de Saúl, y los cinco hi­jos de Merab, su hija, y entregó estos a los gabaonitas para hacer con ellos como quisieran. David perdonó a Mefi‑boset, porque, a diferencia de Saúl, él respetó el pacto que había hecho con Jonatán su pa­dre. La madre de estos cinco muchachos había sido prometida por Saúl a David, pero aquél quebrantó su promesa y la dio a otro hombre llamado Adriel.

Los gabao­nitas mataron a estos siete hijos de Saúl y luego colgaron sus cuerpos sobre árboles, rehusándoles así el honor de un sepelio, y haciéndoles un ejemplo público de casti­go. En su devoción a sus hijos, Rizpa re­husó dejar los cuerpos y guardó vigilia día y noche sobre ellos para que no fue­ran presa ni de aves ni de fieras. Posible­mente por casi seis meses ella permaneció a su lado prácticamente sin ninguna co­modidad sino una tela de cilicio. Una vez que cayó la lluvia, volvió a su casa, sabiendo que su expiación había sido aceptada por Dios, y que su pérdida no había sido en vano.

Esta extraña historia nos advierte del peligro del celo sin el temor y la dirección de Dios, porque si nos lleva a hacer lo malo, podríamos sembrar maldad que ten­drá que cosecharse, sea por nosotros o por los que nos siguen. Saúl pensó que estaba ayudando a la Nación por robar y matar a los gabaonitas, considerando que merecían la misma suerte que las otras naciones ya destruidas por mandato de Dios. Debemos tener cuidado al hacer promesas, porque todas ellas, especial­mente las que se hacen en su Nombre, se tienen que cumplir. No podemos negar que aun entre los santos el dejar de cum­plir una promesa no es considerado con la seriedad que merece. Aquellos que están en responsabilidad, en un sentido espe­cial, tienen que dar cuenta por el cumpli­miento de sus promesas, porque si dejan de hacerlo, no se podrá escapar de las serias consecuencias.

21.15 al 22   La conquista de los filisteos

Este pasaje no tiene conexión históri­ca con lo que precede, porque estas gue­rras con las fuerzas filisteas fueron peleadas mucho más temprano en el rei­nado de David. Sin embargo, es apropiado que, después de registrar la eliminación de sus enemigos internos, es decir los de la casa de Saúl, el escritor mencione la derrota de su enemigo exter­no e inveterado, los filisteos. Estos vivían en los linderos de la nación, y entre ellos había superhombres, quienes habían llenado de terror a Israel y otras naciones por casi un siglo. La narración de su de­rrota no solamente conecta bien con lo que precede, sino que forma una intro­ducción apropiada a su cántico de libera­ción que ocupa el capítulo siguiente.

La opresión filistea de Israel apareció en los días de los Jueces, cuando Sansón comenzó la tarea de derrotarlos, pero to­có a David eliminarlos y librar a la Nación de su opresión y poder. Algunas de las hazañas mencionadas aquí también se re­gistran en 1 Crónicas 20:4 al 8, pero se in­troducen aquí como ejemplos de las liberaciones que se celebran en el cántico que sigue.

Obviamente todos estos hombres po­derosos matados por David y sus hom­bres de guerra eran descendientes de una sola familia y por lo tanto eran parientes. De manera que las dos familias que aquí se ven en conflicto fueron la casa de Da­vid y la casa de Rafa. En la matanza de tales gigantes se aplastó el orgullo de los filisteos, porque su confianza y esperanza de victoria descansaba en ellos.

El primero en caer fue Isbi‑benob, pero no antes de intentar matar a David. Estaba bien equipado para esto con una pesada lanza y una espada nueva, pero in­tervino Abisai. Debido a esta amenaza de desastre, los hombres de David decidie­ron no permitirle salir más a la batalla, porque para ellos él era la luz de la Na­ción, y si ésta fuera extinguida, la tierra quedaría en tinieblas y desgracia. Los tres siguientes que fueron muertos también eran parientes del “gigante” y cada uno cayó por mano de un familiar de David. Aun cuando estos gigantes tenían una es­tatura anormal, y uno de ellos tenía un número anormal de dedos en las manos y los pies, ellos no podían competir con los hombres de David. En su destruc­ción David vio lo que debía ha­ber alegrado su corazón, porque la valentía desplegada por sus hombres era una réplica de la que él mismo había mos­trado cuando, como joven, salió y mató a Goliat.

La mayoría concuerdan en que los fi­listeos representan al mundo y su vana profesión de Cristo. Los gigantes nos re­cuerdan que las asambleas son confronta­das por hombres de gran estatura y fuerza, quienes quisieran destruir a todos los que tienen un cuidado por los santos. Muchos de ellos llevan títulos exaltados y hablan en forma despreciativa de los san­tos sencillos congregados en el Nombre del Señor. Subestimar su influencia y po­der no es sabio, pero, por el otro lado, ellos no son omnipotentes y pueden ser dominados por el poder de Dios. No es para las asambleas entremeterse con la profesión religiosa del mundo, sino sola­mente estar alerta, no sea que algunas de sus maneras altivas y arrogantes sean adoptadas por los santos.

Debemos notar que todos los cuatro gigantes eran de una misma familia. De esto aprendemos que aunque podemos distinguir entre diferentes males tales co­mo soberbia, egoísmo, envidia y mentira, si los examinamos de cerca descubrimos que todos proceden de la misma fuente, una naturaleza malvada que no admite cambio.

La única ambición de los gigantes era matar a David. De la misma manera, la meta del enemigo siempre es destruir a los líderes en la asamblea. Si ellos pueden ser vencidos, entonces el resto del grupo se llenará de temor y rápidamente serán sometidos. Aun cuando David, en el día más oscuro de la historia de Israel, había comprobado ser superior a Goliat, sin embargo, ahora más tarde él tiene que aprender que las victorias anteriores no eran garantía alguna del éxito en el pre­sente. Muchos hombres que se pararon firmes en sus primeros días, sucumbieron después ante los mismos enemigos que anteriormente habían derrotado.

Así como el rey de Israel era la luz de la Nación, los líderes son la luz de la asamblea, y si ellos son apagados, de se­guro vendrán las tinieblas y la lámpara del testimonio no seguirá alumbrando con brillantez.

Estas hazañas realizadas por los familiares de David comprueban que un hom­bre valiente puede producir otros semejantes a él. Verdaderos líderes en una asamblea tienen el poder de influen­ciar aquellos que los siguen, y tienen el gozo de ver a otros desplegar el mismo espíritu que infunde ánimo en ellos. Dios puede permitir que surja una crisis en el cual necesitarán la ayuda de aquellos que han producido, así como David requirió la ayuda de su sobrino.

Capítulo 22

Después del relato histórico de la de­rrota de los enemigos de David, tanto de dentro como de fuera de la Nación, es propio que él atribuya alabanza al Señor, quien le preservó en esta tarea peligrosa y le permitió terminarla. El cántico inserta­do aquí es casi idéntico al Salmo 18; tal vez se hicieron algunas pequeñas varia­ciones para adaptarlo al uso público por los coros del templo. Puede que parezca extraño que una pieza poética de esta extensión aparezca en un libro histórico, pero está acorde con el primer gran cántico en Éxodo 15 y los de Números 21, junto con las declaraciones poéticas de Balaam en capítulos 23 y 24. La historia registra los he­chos externos de un hombre, pero en este cántico aprendemos el secreto del cora­zón de David y su dependencia del Señor en todas sus variadas circun-stancias.

Una exposición detallada de este sal­mo está fuera del alcance de este libro, de manera que nos contentaremos con aprender lecciones que sean de ayuda a aquellos que llevan la carga de responsa­bilidad en las asambleas de Dios. En el caso de David, aquellos que le conocían observaban su vida y obra, pero no siem­pre sabían cómo su corazón y mente esta­ban ocupados en comunión con Dios. Igualmente, en una asamblea los santos pueden ver lo que hacen los ancianos, pe­ro detrás de estos hechos está la vida pri­vada de la cual surge la sabiduría y el discernimiento que les dirige en sus decisiones.

El cántico se puede dividir en dos par­tes, con un prólogo a la primera parte y un epílogo al final de la segunda parte. En los versículos 1 al 28 él celebra su liberación de la mano de Saúl, en 29 al 51 sus victo­rias sobre sus enemigos gentiles. Después de una breve introducción (v. 1), describe la grandeza de Dios quien le liberó de sus profundas angustias (vv 2 al 7). Ésta es seguido por una descripción pin­toresca de los caminos del Señor en tremendo poder y cómo él lo experimentó (vv 8 al 19). Luego muestra que su pie­dad personal fue recompensada por el Señor, y que solamente los que le temen pueden contar con su poder (vv 20 al 28). En vv 29 al 49 recuenta sus maravillosas victorias sobre sus enemigos gentiles y cómo el Señor le exaltó. El cántico termina con notas de agradeci­miento a Aquel que había hecho tanto por él (vv 50 al 51).

22.1     El título y la introducción

El cántico fue la expresión del aprecio de David por haber sido liberado de sus enemigos en general y de Saúl en parti­cular, de manera que es una respuesta apropiada a lo que hemos aprendido en el capítulo 21. Debe haber sido escrito durante el tiempo cuando el Señor le había dado descanso de sus enemigos (7:1), y con toda seguridad antes de su caída con Betsabé. Sin duda se introduce aquí como una conclusión apropiada a la historia que la precede, y especialmente para mostrar que todos sus grandes logros registrados fueron un resultado directo de la mano del Señor con él.

22.2 al 7  La grandeza del Señor

El salmo comienza con una descrip­ción del Señor, utilizando varias figuras seleccionadas para recalcar su fuerza y confiabilidad, de manera que podemos confiar plenamente en Él. Sea que pensemos en Él como ‘roca’, o ‘forta­leza`, o ‘escudo’, o ‘fuerte’, o ‘alto refugio’, se nos presenta ese lado de su carácter que es más apreciado por los que con­frontan enemigos. No es maravilla que David se refugió en Él, y pidió su ayuda cada vez que estaba en peligro. Bien po­día alabarle y disfrutar su fuerza salvadora.

Todos los que tienen un cuidado por la asamblea tienen que contender conti­nuamente con enemigos. Todavía es cier­to que “para los egipcios es abominación todo pastor de ovejas”, de manera que el mundo está en contra de ellos. Igualmen­te, “el lobo arrebata las ovejas y las dispersa”, de modo que Satanás está en contra de ellos, y tienen también una lu­cha con la carne adentro. Es verdad que todo creyente tiene estos enemigos, pero aquellos que van delante están más expuestos al ataque que los que están más protegidos.

Sería una necedad subestimar el poder de estos enemigos; sin embargo no hay necesidad de desesperarse, porque el Señor, quien es todopoderoso, está de nuestro lado. Posiblemente todo fracaso viene cuando nos imaginamos que podemos seguir en nuestra propia fuerza, y actuamos independiente mente de su ayuda. David enseñaría a todo líder a confiar en el Señor, y darle a Él la alabanza y la gloria cuando se experi­menta su liberación.

Después de describir el poder del Se­ñor, David procede a relatar los terribles apuros en los cuales comprobó su mano de liberación. Los compara con una tem­pestad en el mar con ondas e inundacio­nes, y a sí mismo como uno atrapado por la muerte con un terror de ser sumergido. En su angustia invoca al Señor, quien le responde desde su templo en el cielo.

22.8 al 20   La majestad y el poder del Libertador

En esta descripción de la majestad del Señor somos recordados de las escenas en la proclamación de la Ley, porque, si bien a David no le fueron dadas las manifestaciones aparentes en esa ocasión, él estaba consciente que Aquel que se reveló antiguamente en majestad y poder era su Libertador. La mayoría de las figuras se toman de una tempestad de trueno, y muestran el furor de la ira de Dios. La tierra tiembla como en un terre­moto, nubes negras y humo indican su ardiente desagrado, fuego y carbones encendidos demuestran su ira que consume, y su rapidez se asemeja a uno que cabal­ga sobre un querubín y las alas del viento. Luego sigue una referencia al trueno y el relámpago, que parecen poner al descubierto los cimientos mismos de la tierra y mostrar el fondo del mar. David es sacado de su angustia por este Ser poderoso así como uno es rescatado del peligro de ahogarse en las furiosas olas.

Al repasar las muchas ocasiones cuando había escapado de la mano de Saúl durante su rechazamiento, el cantor estaba convencido que ninguno sino el Todopoderoso podría haberle mantenido con vida. En estas experiencias cuando estuvo muy cerca de la muer­te él había aprendido las maravillas del Señor y lo que debía a Él. Aunque es muy improbable que los ancianos de una asamblea sean llamados a enfrentar los peligros físicos que enfrentó David, en sus propias experiencias ellos tienen vivos recuerdos de ocasiones cuando se han encontrado en apuros, de los cuales les libró el Señor que libró a David. Lo importante es que todas estas pruebas aumentan su conocimiento de Dios y su confianza en Él.

22.21 al 28   La fidelidad de David recompensada por Dios

Estos versículos podrían dar la impre­sión que David estaba atribuyéndose a sí la gloria de estas liberaciones, diciendo que le llegaron como recompensa por su pro­pia justicia, pero este no es el motivo que le impulsó escribir acerca de ellas. Más bien está mostrando que todas las acu­saciones que Saúl, Doeg y otros hicieron contra él no eran ciertas, porque si él hu­biera sido el malhechor que ellos aseguraban que era, el Señor no hubiera venido a ayudarle. Su devoción a Dios, su obe­diencia a sus mandamientos, sus manos limpias, y el haberse guardado de iniqui­dad significaban que era uno que podía experimentar la poderosa mano de Dios en liberación. Si hubiera sido soberbio e indócil no habría ninguna esperanza para él en Dios. Así como la resurrección de Cristo era la prueba de su justicia y de la complacencia del Padre en Él, así en la misma medida, la liberación de David fue evidencia del favor divino que descansaba sobre él.

Los que confían en Dios en tiempo de prueba deben buscar serle agradables en sus vidas y su andar. Es necesario que re­produzcan su carácter tanto como les sea posible. No es que una buena vida les da mérito delante de Dios, pero sencillamen­te porque Él siempre actúa según sus eternos principios. Hombres de oración, sean ancianos u otros creyentes, nunca deben olvidarse que Él ha dicho: “Al que ordenare su camino, le mostraré la salva­ción de Dios” (Salmo 50:23).

22.29 al 49   El dominio de David sobre sus enemigos

Hasta este punto del salmo, David ha celebrado la mano libertadora del Señor demostrada en salvarle de sus enemigos, pero en esta sección él recuerda sus triun­fos en el campo de batalla en sus enfren­tamientos con los enemigos externos. En la sección anterior, él estaba a la defensi­va, pero aquí está atacando. En sus campañas él no estaba tambaleando en la oscuridad, sino que con pie firme corría hacia sus enemigos y vencía todo obstá­culo para destruirles. Al hacer esto estaba consciente de la ayuda divina, porque el Señor le enseñó a combatir, le fortaleció en sus hazañas y le exaltó. Vio los montones de sus enemigos muertos y su inutilidad para liberarse como evidencia de que el Señor estaba de su lado, y que había condescendido a engrandecerle. Fue establecido su dominio sobre todas las naciones a su alrededor, de manera tal que aun los que permanecían en sus escondites se llenaron de temor y se some­tieron voluntariamente a su dominio.

Los enemigos que enfrenta­mos son huestes espirituales de maldad en las regiones celestes. No solamente deben ser vencidos cuando nos atacan, sino que también, como David, debemos atre­vernos a entrar en su dominio y atacarles con la ayuda del Señor. Aunque la armadura en Efesios 6 es defensiva, nuestra milicia puede a veces tomar la forma ofensiva al entrar en el reino donde domina Satanás y atacarle, como si fuera, en su propia fortaleza. Sin duda no igua­lamos las huestes que vienen en contra de nosotros, pero nuestra fuerza está en el Señor. Los líderes, especialmente, deben estar conscientes del poder a su disposi­ción y, a veces, abrirse camino y adelga­zar las filas del enemigo. Todos saben que en las reuniones de los santos a veces se siente una tremenda fuerza que nos impi­de disfrutar de nuestra porción en Cristo. Es en ocasiones como estas que uno con la ayuda del Espíritu puede penetrar el te­rritorio enemigo, como si fuera, y llevar los creyentes a la presencia del Señor.

22.50,51    Acción de gracias y alabanza final

El salmo termina con notas de alaban­za porque las liberaciones de Dios han si­do anunciadas aun más allá de los linderos de Israel. El reinado de David tu­vo su efecto en lugares muy distantes, de manera que muchos que antes eran idóla­tras cantarían las alabanzas del Señor. La misericordia que él experimentó será ex­tendida a su simiente, según la promesa que se le hizo en el capítulo 7. En estas pala­bras finales él contempla no sólo las con­secuencias de su reinado sobre los paganos, sino también la continuación de su reinado en las generaciones futuras, que, como sabemos, culmina en su Hijo, Jesucristo, Rey de Reyes.

23.1 al 7        Las últimas palabras de David

El gran cántico de acción de gracias del capitulo anterior fue escrito en el cenit del reinado de David, al recordar las mise­ricordias que había experimentado en el pasado. Ahora el historiador nos da un cántico que David compuso al final de su vida, en el cual, mirando al futuro, se regocija al saber que las promesas que Dios le hizo a él y a su descendencia se cumpli­rán. Aunque hubo un largo periodo de tiempo entre los dos cánticos, en este últi­mo él desarrolla las últimas palabras del primero: “Él … usa de misericordia para con su ungido, a David y a su descenden­cia para siempre” (22:51).

En estas “últimas palabras” él no sola­mente habla de sí mismo en una forma personal, sino que el Espíritu le guía para hablar de Cristo, el verdadero Gobernante, quien cumplirá todo lo que se exige de uno que gobierna sobre los hombres. En este cántico su don profético supera el ni­vel alcanzado en cualquier otro de sus es­critos. Podríamos preguntamos por qué esta obra maestra del dulce salmista no fue dado un lugar en el libro de cánticos de Israel. Algunos piensan que debido a su carácter personal y privado no era ade­cuado para la adoración pública, pero a lo largo de Salmos tenemos mucho ma­terial que también se refiere muy personal­mente a David.

El cántico se divide en cinco partes:

una descripción de sí mismo (v. 1)

la inspiración divina (v. 2,3)

las características del verdadero gober­nante
y las figuras utilizadas para re­presentarle (v. 3,4)

el pacto de Dios con la casa de David y el deleite de David en su casa (v. 5)

las características de los malvados y su fin (v. 6,7)

Al considerar el cántico como un todo, podemos ver que es un resumen en forma condensada de la revelación divina. Dios, a través de su Santo Espíritu, ha hablado por medio de hombres, y tiene dos mensa­jes principales para la humanidad: primero, la importancia de un gobierno justo, y se­gundo, el destino de los malvados. Al principio de la Biblia, Adán fue el gober­nante colocado sobre la tierra, y al final de la Biblia los malos son consignados al lago de fuego.

Muchos han visto en estas palabras de David una semejanza a los oráculos de Balaám en Números 24:15 al 17. Cada uno menciona su propio nombre y el de su pa­dre; cada uno llama su profecía un oráculo o dicho divino; cada uno habla de lo que el Señor ha hecho por él, levantándolo en al­to y abriendo sus ojos; cada uno sostiene que tiene palabras de parte de Dios; cada uno anticipa la venida de rey; y cada uno habla de la perdición de los impíos.

David comienza con una referencia a su humilde comienzo como el hijo de Isaí. No puede olvidar que salió de una familia pobre y fue criado en el pequeño pueblo de Belén. Cuán semejante a Cristo, quien nació de una familia humilde en el mismo lugar. Todavía puede recordar el día cuan­do Samuel derramó el aceite sobre su ca­beza, y, al hacerlo, le designó como el Ungido del Dios de Jacob. Este fue el ma­yor ascenso posible de su carrera terrenal y demostró que Aquel quien había bende­cido a Jacob a pesar de su indignidad le había honrado a él no obstante su insignifi­cancia.

No solamente recibió el trono sino también don espiritual, por medio de cual compuso cánticos que alegraron e instru­yeron a la Nación mucho después de su muerte. Su pluma fue de mayor importan­cia que su espada, porque llegó el día cuando cesaron sus guerras y su espada fue guardada, pero sus escritos perdurarán para siempre.

Él sostiene que este cántico ha sido inspirado, de manera que las palabras que pronunció y que ahora están escritas son las palabras de Dios. Así como los profe­tas que frecuentemente usaron la expre­sión, “así dijo Jehová”, él tuvo la seguridad de parte de Dios que lo que estaba diciendo no era de origen humano, ni fue la invención de su propia mente y co­razón. Al referirse a Dios como “la Roca”, da por entendido que lo que ahora declara permanecerá inmovible e incambiable, porque viene de Aquel que ha sido el apoyo de su pueblo. En esta ocasión él estaba plenamente consciente de estar ha­blando las palabras de Dios.

Su oráculo recalca dos cualidades esenciales para gobernantes: deben ser justos, y deben gobernar en el temor de Dios. La primera les mantiene en regla con sus súbditos y la segunda con su Amo. Como en todo este salmo, el ejemplo su­premo de un verdadero gobernante es Cristo, quien amó la justicia y cuyas ora­ciones fueron oídas a causa de su temor reverente. Solamente tenemos que mirar los fracasos de la mayoría de los reyes de Israel para ver que ellos descuidaron estos requerimientos, resultando en la ruina de la Nación y la destrucción de ellos mismos también.

Él utiliza dos figuras para ilustrar la bendición de un gobierno piadoso: una tomada de los cielos y la otra de los cam­pos. El sol cuando sale en la mañana disi­pa las tinieblas de la noche, así el verdadero gobernante alumbra las vidas de todos sus súbditos, trayéndoles tanto luz como vida. Si pensamos en Cristo y su ve­nida para reinar, la figura es una cuadro brillante del día cuando “Nacerá el Sol de justicia, y en sus alas traerá salvación” (Malaquías 4:2). Entonces se disipará la noche oscura de la Tribulación y se disfrutará la bendición del Señor en toda la tierra.

La segunda figura sugiere el refrigerio y avivamiento que viene como resultado del verdadero gobierno. Así como brota después de la lluvia la hier­ba que ha sido cortado o marchitado por el calor, una nación es restaurada bajo un go­bierno justo. Esto se manifestará cuando el Señor viene para establecer su reino y el remanente de Israel, que ha estado dormido en el polvo de la tierra, será desper­tado para brillar como el resplandor del firmamento (vea Daniel 12:2,3).

En la siguiente sección de este cántico, David está pensando en la ocasión cuando Natán le trajo la noticia que Dios había hecho pacto con él, perpetuando su reino a su descendencia, una promesa que se cumplió en Cristo. Esta promesa segura era todo lo que él podría desear y acabó para siempre con cualquier duda que pudo tener de que su nombre sería cortado. No podía quedar ninguna duda en su mente que el pacto que Dios hizo con él nunca seria quebrantado, más bien florecería has­ta su pleno cumplimiento.

Parte de la responsabilidad del gober­nante es tratar con sus enemigos, de ma­nera que el salmo termina con consejos en esta esfera difícil. Los que se rebelan con­tra el rey son “impíos”, o personas sin valor [“hijos de Belial” en algunas traducciones; véase 2 Corintios 6.15]. Tienen que mantenerse a raya, porque son feroces. Son como espinos agudos y crueles, para tratar con los cuales se necesitan instrumentos de asta larga. Muchos recuerdos dolorosos tenía David de la crueldad de aquellos a quienes él trató de subyugar. Había permitido que algunos estuvieran muy cerca de él y les había tratado con demasiada clemencia. Su destino es el fuego, que lo único que les puede subyugar y terminar con su hos­tilidad. La figura de espinos quemándose en el fuego ilustra el fin de los malos, y es muy usado tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento.

Es incalculable la riqueza de enseñanza en este cántico para los que gobiernan los santos. Para comenzar, ellos tienen que re­cordar continuamente que toda su autori­dad es delegada por el Espíritu, y no surge de su propia reputación o posición natural. Él es el que hace los sobreveedores, así que no existe motivo alguno en ellos mis­mos por gloriarse. Ellos no son déspotas sobre la herencia de Dios, sino sencilla­mente hombres a quienes se les ha confia­do el cuidado de la grey de Dios.

¿Qué puede ser más importante para ellos que actuar con justicia, sea en sus vi­das privadas, o en su trato con los santos? ¿Qué puede debilitar más el liderazgo que la acusación de ser deshonesto? Ninguna asamblea puede tolerar ni aceptar un trato injusto de los santos. De igual manera el temor de Dios debe siempre caracterizar aquellos que toman las riendas, porque los que temen a Dios no tienen por qué temer a ningún hombre. Fue el temor de Dios que preservó a José de tratar severamente a sus hermanos, y que también guardará a otros de actuar incorrectamente hacia los que están a su cuidado en la asamblea. Si Diótrefes hubiera temido a Dios, no hubiera expulsado a los fieles de la iglesia.

También aprendemos que una caracte­rística vital de los que gobiernan es el mi­nisterio espiritual. Ser “apto para enseñar” a los santos, y tener la capacidad para guiarles en alabanza y devoción son habe­res muy importantes para líderes. La de­fensa de lo correcto en la asamblea, y la preservación de conducta desordenada son importantes, pero si no son acompa­ñados por la espiritualidad, el control más estricto llega a ser legalista y formal. Aun creyentes muy sencillos pueden detectar la ausencia de poder espiritual y fervor de corazón. Ninguno de los que hablan en la asamblea sostiene que es inspirado en lo que dicen, pero en un sentido la palabra dada frecuentemente puede ser el mensaje del Señor. El verdadero anciano a menudo puede ser guiado por el Señor en su minis­terio de una manera tal que, sin saberlo él, su mensaje exactamente cuadra con la ne­cesidad de los que oyen. El Señor aún puede guiar en esta manera y suplir la ayu­da y la dirección esenciales para el bienes­tar de los santos.

Frecuentemente una asamblea puede sentirse triste y lúgubre, hasta que se le­vanta uno, como el sol del amanecer, y trae luz y calor al grupo. Bueno es para las asambleas cuando tienen hombres que pueden hacer esto. Así también hay oca­siones cuando todo parece esté­ril, y entonces uno puede, como una llovizna del cielo, traer frescura y brillan­tez a los santos.

No hay nada que fortalece las manos de un líder, especialmente en tiempo de prueba, como estar consciente que no está en responsabilidad por su propia elección, sino que es Dios que le ha coloca­do allí. Solamente los tales pueden contar con la ayuda de Dios para mantenerse. Pueden llegar tiempos cuando quisieran rendirse y dejar la carga a otro, pero Dios es el que le ha dado esa obra, y debe es­perar en la voluntad de Él.

Si no existieran hijos de Belial, todo sería mucho más fácil para sobreveedores, pero con todo el cuidado que se pudiera tener, algunos pueden introducirse en la asamblea que no son de ella. Cómo tratar con ellos no es fácil en ninguna manera. Es necesario mantenerlos a cierta distan­cia y manejarlos con sabiduría. Se podrían contar muchos casos tristes de asambleas que permitieron entrar entre ellos hom­bres falsos y luego se imaginaron que podrían reformarles, pero, trágicamente, el único resultado fue dolor y aflicción. Po­demos tratar a los santos con ternura, pe­ro los que están en las tinieblas del pecado necesitan algo más que un trato tierno. Solamente el Señor puede finalmente re­moverles.

23.8 al 39     Los valientes de David

Debemos hacer la observación que este pasaje no sigue cronológicamente la por­ción anterior, sino que se debe colocar, co­mo está en 1 Crónicas, alrededor del tiempo en que David capturó a Sion y fue establecido en su reino. Sin embargo, se in­troduce aquí a continuación de la declaración acerca del pacto perpetuo hecho con él en cuanto a que su posteridad se sentaría sobre el trono de Israel. Él no es lento para reconocer cuánto debe a aquellos que, arriesgando sus vidas, le ayudaron alcanzar el lugar de eminencia que ocupaba. Lejos sea de él reclamar para sí todos los hono­res, porque era un líder demasiado bueno como para no apreciar los logros de sus se­guidores. Todos estos guerreros no alcan­zaron las mismas alturas, pero cada uno hizo lo mejor que pudo, y su valor fue apreciado.

Aquí, como en la mayoría de las porcio­nes que ocurren en ambos libros ¾Samuel y Crónicas¾ existen diferencias, especialmen­te en la ortografía de los nombres. Es­te problema se debe a la semejanza de algunas de las letras del alfabeto hebreo, las cuales son difíciles de transcribir correctamente. Otra dificultad surge del he­cho que en 1 Crónicas 11 aparecen más nombres de los que se dan aquí, pero pue­de ser que la lista se revisaba periódica­mente y se insertaban nuevos nombres para sustituir los que se habían muerto. Si así fue, el número de “los treinta” permanecía constante aun cuando algunos nombres se borraban por causa de la muerte.

Uno solamente tiene que echar un vis­tazo al registro de estos héroes para con­vencerse que David inspiró en aquellos que estaban a su lado algo de su propio coraje y confianza en Dios. muchacho pastor que por sí solo se enfrentó con el gigante dejó un notable ejemplo que otros podían imitar. Todos saben que el temor es conta­gioso, y que cuando el líder se atemoriza, sus seguidores pierden ánimo y se desma­yan. Lo mismo sucede con el valor; aque­llos que lo observan tienen vergüenza de manifestar cobardía. Aun el ejército teme­roso que temblaba al ver al gigante fue animado para entrar en la batalla y despo­jar a los filisteos después que David lo ha­bía matado.

No está dentro del propósito de este escrito estudiar en detalle las vidas de estos valientes, pero notaremos algunos de sus características sobresalientes. Lo que des­tacó a los primeros tres fue lo que lograron solos. Fuese la matanza de los enemigos en grandes cantidades, o manejar la espada hasta que se quedó pegada a la mano, o defender un pequeño terreno con sus valio­sas cosechas, todo se hizo sin la ayuda de los soldados compañeros. A menudo la prueba suprema en la vida de cualquiera persona es poder pararse solo.

Antes de mencionar al segundo grupo de tres, se inserta la historia de los que ob­tuvieron el agua del pozo de Belén. Tres valientes (probablemente Abisai, Benaia y otro que no se nombra) se atrevieron a romper las filas de los filisteos con el fin de obtener una bebida refrescante para David, que había expresado tal deseo. El estar cer­ca de su pueblo natal renovó en su mente pensamientos acerca del pozo, del cual él y sus rebaños posiblemente habían bebido en tiempos atrás. Tal vez nunca había probado agua semejante durante los largos años que había estado ausente. Él no dio ninguna or­den a sus hombres para que realizaran tal hazaña, pero por devoción a él, y sin im­portarles sus propias vidas, se arriesgaron para obtener el precioso líquido. Al recibir­lo, el rey no lo quiso beber, sino que lo de­rramó delante del Señor como una oblación. Solamente Él era digno de recibir una porción tan costosa, porque en un sen­tido era tan sagrada como la sangre, ha­biéndose obtenido al riesgo de tres vidas.

En el segundo grupo se destacan los lo­gros de algunos hombres cuando todo es­taba en contra. Matar a trescientos, o matar a dos hombres feroces como leones, o matar a un león en medio de un foso cuando estaba más hambriento debido a la nieve, o con un palo arrebatar la lanza de la mano de un egipcio y matarle con ella, to­das estas hazañas eran prácticamente impo­sibles, pero fueron logradas por estos valientes. Sin embargo, no obstante sus proezas, no alcanzaron el nivel de los pri­meros tres.

Los treinta valientes sencillamente se nombran, sin entrar en detalles específicos de los hechos heroicos realizados por ellos. Pero podemos estar seguros que se distin­guieron de alguna forma, de otra manera no hubieran sido puestos en esta lista de honor. Frecuentemente se ha señalado que el nombre de Joab se omite y se han dado varias sugerencias del porqué. Una razón podría ser que, siendo el Comandante, es­taba por encima de todos los demás, de modo que no se menciona su nombre. Otra es que su espíritu duro era tan contrario a la mente de David que su nombre se omite a propósito. La mención de Urías al final de la lista también es significativa, porque muestra que David, al planificar la muerte de este hombre, no solamente estaba perdiendo un soldado de su ejército, sino uno que era un distinguido héroe.

Otro asunto que debemos observar es que ninguno de los guerreros alistados aquí jamás soñó con quitar a David del trono. Más bien le mostraron su devoción y no estimaron preciosa su vida para sí mismos. Absalón, que nunca peleó contra los ene­migos de Israel, ni jamás ganó una batalla, sí se atrevió, a reclamar la corona para su propia cabeza indigna.

No hay ninguna cosa que manifiesta más la debilidad de los sobreveedores que la idea que todo lo que se ha logrado en la asamblea fue hecho por ellos. El verdadero líder estima la ayuda de los que le rodean, y trata de guiarles para lograr lo que él ha logrado por la gracia de Dios. David nunca hubiera llevado la corona si le hubieran de­jado solo, de manera que reconoce plenamente cuánto debe a sus seguidores. Es engañoso y deshonesto atribuirse la gloria por lo que otros han hecho.

Timoteo nunca podía llegar a ser Pablo, pero fue instruido de tal modo por el após­tol que se desarrollaron en su carácter los rasgos de su maestro. El poder del ejemplo no se puede exagerar, porque todos son, en cierta medida, una reproducción de sus líderes. Cuando un líder se queja del bajo nivel de la asamblea, bien puede hacerse la pregunta: “¿Qué es lo que falta en mi vida y ministerio que ha producido vidas tan deficientes?”

Podemos volver a mencionar que la de­bida alabanza por lo que se ha logrado ani­ma a los santos. ¿No es cierto que muchos líderes son prestos para señalar las fallas del rebaño, pero rara vez expresan su agra­do por los sacrificios y devoción de los santos? Posiblemente en sus corazones está el temor que si aprueban el nivel alcanza­do, esto conducirá a un relajamiento y a una vida más descuidada, pero podemos estar seguros que los valientes de David no se inflaron por tener sus nombres en la lista de honor. Puede ocurrir que un diácono puede ministrar la Palabra aun más efecti­vamente que cualquiera de los ancianos. En tales casos ellos pueden dar gracias a Dios y expresar al diácono su aprecio por el ministerio dado.

 

 

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