El regalo rechazado

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Juanito entró en la casa corriendo.

"Mami," dijo, "¿Puedo ir a pasear con los muchachos?" Los muchachos eran jóvenes de quince años arriba y vivían juntos en el mismo barrio de Juanito. Juanito tenía solo once años y se extrañó su mamita que los más grandes quisieran llevarle.

"¿Adónde van a ir?" preguntó la mamá.

"No sé exactamente," confesó Juanito. "Solamente dijeron que iban al río a ver el caudal. ¿Puedo ir mamá?" Juanito miró a su mamá implorando. Y como para justificar su pedido, agregó: "Yo nunca salgo a pasear con nadie, ¿puedo ir?"

El argumento de Juanito no prosperó mucho con su mamá, pues en verdad salían a pasear al campo porque los abuelos vivían allí.

"Los muchachos no querrán llevar a un chico como tú," dijo la mamá.

"Pero, sí, mamá," continuó Juanito, ahora con su voz desesperada y su tono subiendo, "me invitaron."

Mamá siguió con su voz negativa, meneando la cabeza. "No mi hijito, no te doy permiso. Los jóvenes grandes caminan mas rápido que tú e irán más lejos de lo que te conviene ir. Tú sabes Juan que las corrientes en el río son peligrosas. Ya algunos han perdido la vida allá.

Juanito salió enojado. "Mi mamá siempre dice no, no, no," se decía.

A la hora del almuerzo Juanito no contestó la llamada para comer. A mediados de la tarde su mamá envió a otros niños en busca de él. Ya se figuraba a pesar de negarle el permiso, su hijo le había desobedecido.

Marcaba casi las cinco y media de la tarde cuando se oyó el ruido de los pies en el patio. "¿Quién es?" preguntó la señora. Nadie le contestó. Se asomó y allí estaba su Juanito. Sucio, cansado y en sus mejillas, huellas de lágrimas secas. Antes de que ella hablara, Juanito estiró su brazo, su mano empuñando un ramillete de flores silvestres. Juanito sonrió débilmente, diciendo: "Mamá, aquí te traje algunas flores. ¿Le gustan? Son para usted"

La mamá no las quiso recibir. No era porque ya habían perdido su frescura, sino porque ella quería mostrar su enojo con su hijo por haberle desobedecido.

"Ponlas en la basura," dijo, "Y dime, ¿dónde estabas?" Juanito supo bien que no valía la pena mentir. Ya sabía la mamá que se había ido con los muchachos. El niño agachó la cabeza. "Sí mamita, fui con los muchachos, y ... ." no terminó pues se mordía su labio. ¿Qué podía decir para justificar su desobediencia? Nada, por supuesto.

Juanito pensó que por llevar un regalo a la mamá podría así congraciarse con ella. "Juanito," dijo después, "prefiero mil veces tu obediencia ante cualquier regalo. Las flores no sirven para apagar mi enojo contigo y te voy a castigar. Acuéstate."

Juanito trató de evitar el castigo por su desobediencia, al igual que un rey llamado Saúl, quien muchos años atrás, en los tiempos del profeta Samuel, no hizo caso al mandamiento de Dios. En vez de matar a todos los amalecitas, tomó vivo a Agag el rey en vez de destruir todos los animales, trajo lo mejor de las ovejas, del ganado, etc. El profeta Samuel tuvo que decirle: "Más le agrada al Señor que le obedezca, y que no se le ofrezcan sacrificios y holocaustos; vale más obedecerlo y prestarle atención que ofrecerle sacrificios y grasa de carneros," 1 Samuel 15:22.

Hoy día el evangelio manda, "Arrepiéntate y cree en Cristo Jesús para ser salvo." Pero en vez de obedecer muchos niños y jóvenes no hacen caso y tratan de apaciguar el enojo de Dios con un "regalo" de buen comportamiento, o rezos, o practicar el bautizo. Algunos traen a Dios las "flores" de buenas obras, cuando El exige fe en la obra realizada por Cristo en la cruz. "Sin fe es imposible agradar a Dios," así que, no se equivoque; no ofrezca a Dios las cosas suyas, sino acepte a Cristo como Salvador pues de otro modo juzgará en llama de fuego a los que "no obedecen el evangelio de nuestro Señor Jesucristo," 2 Tesalonicenses 1:8.


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Creado el 24/08/02

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