Un peligro ignorado

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Donde yo nací en la planicie del Canadá, hay un río importante llamado el Rojo. Sus aguas turbias siempre nos llamaban la atención a los niños, y en el verano nadábamos en ellos.

En el invierno el río se congelaba de tal manera que la gente podía caminar sobre el hielo, cruzando de un lado a otro. En las partes donde la orilla era más pendiente, se construían resbalones para los toboganes. Y luego en la primavera, en la época de los deshielos, íbamos a mirar como se derretía el hielo. Era impresionante la manera en que los grandes témpanos de hielo eran arrastrados por la corriente hacia la desembocadura.

Fue un día de primavera cuando un amigo y yo fuimos al río para ver los témpanos. Todavía los grandes pedazos de hielo no se habían desprendido de la orilla. Solamente en medio del río fluía el agua, llevando los enormes bloques de hielo.

Estábamos sentados allí, alrededor de las cuatro de la tarde, conversando. Sentimos un ruido raro. ¿Qué será? Seguramente fue el hielo desprendiéndose de los numeroso arbustos en la orilla, decidimos. Seguimos conversando y de vez en cuando oíamos este ruido raro como cuando un bebé chupa ruidosamente su mamadera. Siempre lo atribuíamos al hielo en los arbustos.

Nos quedamos allí un buen rato, impresionados por los témpanos de hielo.

Todos eran planos; algunos eran chicos, otros más grandes, pero todos eran llevados por la fuerza de la corriente. Una vez en plena corriente de ese ancho y poderoso río, no había nada que pudiera detener la marcha del hielo.

Se oscurecía y decidimos marcharnos a casa. Fue en este momento que nos dimos cuenta de lo que producía el ruido raro. ¡Estábamos sentados en un témpano de hielo que paulatinamente se deslizaba hacia la corriente del río! Un poco más tiempo allí y nos habríamos visto en grandes apuros.

Actuamos rápidamente. La orilla estaba a unos cuatro metros de nosotros. Saltamos, pero nos hundimos en el barro pegajoso del lecho del río. Ese barro alcanzaba las rodillas. ¡Cuánto nos costó llegar hasta la orilla, y qué alivio cuando pisamos tierra firme!

La experiencia de aquel día me sirvió para muchos años y ahora lo cuento porque veo a niños y jóvenes que se sienten a la orilla de los placeres de este mundo, sin darse cuenta de que éstos los pueden llevar hasta la corriente de pecado que fluye con gran ímpetu. Una vez que se hallan arrastrados por el pecado, cuán difícil es escaparse ilesos.

La Biblia dice claramente: "Es necesario que con más diligencia atendamos alas cosas que hemos oído, no sea que nos deslicemos. Porque si la palabra dicha por medio de los ángeles fue firme, y toda transgresión y desobediencia recibió justa retribución, ¿cómo escaparemos nosotros, si descuidamos una salvación tan grande?" Hebreos 2.1 al 3.

Algunos están en un gran peligro sin saberlo, igual que nosotros que oíamos los ruidos extraños, ruidos de advertencia, pero no nos percatamos del peligro. ¿Y qué si nos hubiéramos quedado? Da escalofríos pensar en tan trágico fin.

Pero a veces me pongo a pensar en la juventud que hoy día escucha el evangelio semana tras semana y en vez de levantarse para acudir a Cristo Jesús y aceptarle como Salvador, permanecen entretenidos en la orilla del río de pecado. No se les ocurre que podrían ser arrastrados por la misma cosa ha captado su atención. El sonido de advertencia se oye en el evangelio pero hay hombres, mujeres, jóvenes y niños que no hacen caso. Permanecen allí, sin darse cuenta que imperceptiblemente la corriente del mundo les está llevando, y si no se escapan a tiempo, será imposible librarse de la muerte después.

¿Cómo escaparás tú si descuidas una salvación tan grande?


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Creado el 08/02/03

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