Un corazón herido

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Ser egoísta y desconsiderado es fácil. Mostrar bondad y consideración es más difícil. El problema está en nuestro corazón, hecho malo por el pecado. Dios no quiere que sigamos así, sino quiere salvarnos de una vida egoísta por la conversión a Él y la fe en el Señor Jesucristo.

La Biblia dice que "... cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor para con los hombres, nos salvó, ... para que los que creen en Dios procuren ocuparse en buenas obras. Estas cosas son buenas y útiles a los hombres." Tito 3:4,5,8.

Una vez, una señorita trató mal a su hermanito. Después, escribió una "confesión," pensando que ayudaría a ustedes a no cometer la misma falta, sino salvados por la gracia de Dios, mostrar bondad y amor para con los demás, igual que Dios ha mostrado para con nosotros.

"Hermana, ¿por qué no me ayudas un poquito?" me pidió mi hermano menor.

"No ves que estoy leyendo," le dije, molesta.

"Pero se trata de afirmar este palito. Nada más."

"¡No, ahora no puedo! Quiero terminar esta historia," y lo dije tan enfáticamente que mi hermano no insistió más. Se fue de mi lado para buscar otra ayuda.

Mi único hermano tenía diez años de edad. Había visitado a un amigo donde vio un molino de viento, y cuando llegó a casa, se puso a fabricar uno. Ahora, necesitaba armarlo, pero al no prestarle ayuda, había herido su corazón tierno.

Cuando se fue mi hermano, mi libro ya no me interesaba. Mi conciencia me redargüía, pues no fue una falta de bondad intencional, sino descuido de los intereses de mi hermano. Yo le quería mucho y generalmente era buena con él. No sé qué me pasó esta vez.

Dentro de una media hora, vino corriendo, diciendo, "María, ven, oye, ven. Lo tengo montado. Mira." Pensé, "voy a ser buena con él," y fui a ver su molinito instalado encima del garage. No era muy grande, pero lo felicité por su trabajo y parecía que todo rencor que pudiera tener por mi actitud, se había desvanecido. Yo resolví ser bondadosa con él de allí en adelante.

Un día la sombra de una gran tragedia vino a ponerse sobre nuestro hogar. Aquella risa juvenil, aquel gozo ruidoso de niño fueron acallados, y el chiquillo regalón que siempre andaba despreocupado tuvo que guardar cama. Sus mejillas rojizas y sus ojos brillantes acusaban la presencia de una fiebre feroz.

Una tarde mi hermanito escuchó el ruido producido por su molino de viento. "Shhh," dijo, "oigo mi molino que está girando." "¿Te molesta, Francisco?" le pregunté, "porque podemos bajarlo."

"Oh no," respondió con decisión, "me hace pensar que estoy jugando afuera y me siento mejor." Pensó por un momento, y agregó, "¿No te acuerdas, Maruja, cuando yo quería que me ayudaras con él? Pero estabas leyendo y no pudiste. No importa, mi mamá me ayudó."

Las palabras inocentes de mi hermano penetraban en mi corazón como si fueran un cuchillo. Yo besé su frente. En el acto, me sentí tan arrepentida por no haber atendido su pedido; y por haber sido tan desatenta.

Las horas transcurrieron y la esperanza de una mejoría desapareció. La enfermedad le consumía. Siguió así hasta una mañana cuando los alegres ojos fueron cerrados por la mano de la muerte.

Francisco duerme ahora en el sepulcro, y nuestro hogar parece estar desolado sin él. ¿Y el molino? Sigue girando al soplo del viento.

Cada vez que veo los brazos girando, me acuerdo de nuestro pequeño Francisco, y también mis palabras descuidadas y mi actitud desinteresada. No puedo deshacer mi acción ni retirar mis palabras. Pero he escrito esta confesión para que otros sean advertidos y no tengan la tristeza que es mía por haber reaccionado tan precipitadamente.


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Creado el 08/02/03

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