El esclavo que oraba

1005.jpg"Déjemelo a mí. Con mi látigo yo se la quitaré pronto."

"Me temo que no," contestó el otro, "y le aconsejo que no trate de hacerlo, porque él preferiría morir antes de dejar de orar."

Con su nuevo amo Cuff fue tan fiel como antes, pero luego se supo que él seguía orando. Su amo le mandó buscar, y le dijo: "Cuff, tú no puedes orar más; te lo prohibo. No permito orar a nadie aquí."

A lo que Cuff contestó: "Oh, mi amo, tengo que orar a Jesús, y cuando oro, les amo aun más a ustedes y puedo trabajar mejor para servirles."

No obstante, su amo le amenazó que si seguía orando, le flagelaría. Esa misma tarde, terminando su trabajo, Cuff, cual Daniel de antaño, oró a su Dios.

Temprano en la mañana, el esclavo fue llamado a presentarse ante su amo, quien, sumamente enojado, le preguntó por qué le había desobedecido.

"No puedo dejar de orar," le suplicó, "no puedo vivir sin hablar con mi Salvador."

Al escuchar estas palabras, el joven se enfureció y ordenó amarrar a Cuff al poste de flagelación, y que le sacaran la camisa. Luego procedió a azotarle sin misericordia con un rebenque. Aun cuando su esposa se acercó para rogarle con lágrimas que dejara de pegar al pobre negro, él se enojó con ella y ofreció pegarle en seguida si no se alejaba. Por fin se cansó, ordenó lavar con sal las espaldas sangrientas de Cuff, y le mandó a trabajar.

Todo el día mientras trabajaba, la sangre corría lentamente por sus espaldas donde el látigo había dejado profundos surcos. Pero Dios obraba ya en el corazón de aquel amo. No se le borraba el recuerdo de su crueldad, y le sobrevino un remordimiento insoportable. Por primera vez se reconoció por hombre malo y pecador. Se acostó, pero no pudo dormir, y por fin a la media noche despertó a su esposa, diciéndole que creía que iba a morir.

"¿Qué hago?" exclamó ella. "¿Llamo al médico?"

"No, no quiero ningún médico. ¿Habrá alguien que ore por mí? Soy pecador, me he burlado de Dios, y ahora temo que vaya al infierno."

"No conozco a nadie," contestó ella, "sino solamente al esclavo a quien tú castigaste esta mañana."

"¿Crees que él oraría por mí?" preguntó ansiosamente.

"Sí, creo que sí," afirmó ella.

Fueron rápidamente a llamar a Cuff, y lo encontraron arrodillado al lado de su cama orando. Al ser llevado donde su amo, creía que iba a ser azotado nuevamente, pero para asombro suyo, encontró a éste angustiado.

"Cuff," le rogó, "¿puedes orar por mí?"

"Sí, ¡bendito sea el Señor! mi amito, toda esta noche he estado orando por usted." Se arrodilló al lado de la cama, y emocionado elevó fervientes súplicas a su Dios.

Antes del amanecer, Cuff tuvo el gozo de explicar a sus amos del amor de Dios, y cómo por la muerte de Jesús, ellos podrían ser salvos. Los dos, marido y esposa, contritos y arrepentidos, acudieron al Salvador. Amo y esclavo se abrazaron derramando lágrimas.

Inmediatamente después, Cuff fue puesto en libertad y no trabajó más en la hacienda. Junto con su amo, viajó por todo el sur del país testificando del poder de Cristo para salvar eternamente a los que confían en él.


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