El tesoro escondido

1054.jpgAlfredo salió de su casa. No se dio cuenta que cuando apareció en la puerta, dos niños se escondieron para no ser vistos por él.

"Ahí va," dijo uno llamado Héctor. "No te dije que tiene un secreto allá abajo? Siempre se mete en esa plantación de nogales."

"A lo mejor está robando nueces," surgió su compañero, Carlos.

"No sé," dijo Héctor, "porque no lleva nada de allí."

"Sigámosle," urgió Carlos.

Alfredo ya caminaba hacia las afueras de su pueblo. Ocultándose tras árboles y postes, Héctor y Carlos vieron cuando Alfredo entró en la plantación y fue directamente a cierto árbol y se encaramó en él. No se percató de los dos que le observaban. "Siempre va al mismo árbol," informó Héctor, "sube hasta una rama y se queda un buen rato. Después baja y se va."

"¿Pero qué es lo que hace?" preguntó Carlos.

"Eso no sé yo," replicó Héctor, "nunca me he atrevido a ir tan cerca. Tengo miedo que me vea. ¿No ves que el ramaje es tan tupido que apenas se nota el color de su camisa?"

"Acerquémonos," dijo Carlos, el más aventurero.

"No, nos verá," advirtió Héctor. Pero Carlos le convenció y ellos se colocaron detrás de otro árbol, desde donde pudieron ver a Alfredo. En ese mismo instante él guardaba algo dentro de una bolsa gruesa, la cual amarraba a una rama, y bajó.

"Tiene que ser un tesoro," observó Héctor. "Esperemos," dijo Carlos, "y después subamos nosotros."

Los dos niños casi no pudieron reprimir el entusiasmo que les impulsaba a satisfacer su curiosidad. Los quince minutos les parecieron quince horas, y los pasaron cavilando qué podría ser el tesoro secreto de Alfredo.

"Subamos," dijeron, y treparon rápidamente por las ramas del viejo nogal. La bolsa estaba bien arriba. Empezaron a desatar el cordel. "Cuidado con no dejarlo caer," dijo Carlos, "se puede romper."

"¿Qué será?" "¡Un libro!" "¿Un libro?" Héctor y Carlos se miraron intrigados. "¿Por qué tanto cuidado para guardar un libro?" preguntó Héctor.

"Seguramente tiene un valor especial para él," explicó Carlos. Apenas terminó de decir esto cuando sorprendidos preguntaron: "¿Oíste? Oigo pasos."

"¿Qué hacemos?" Héctor estaba pálido.

"Vamos arrancando," dijo Carlos, y se apresuraron para abandonar el árbol.

En eso llegó Alfredo. Se sorprendió al ver que su escondite había sido invadido, y más aun por amigos de su pueblo.

"¿Qué hacían allá?" preguntó Alfredo.

Viendo que les había pillado in fraganti, tuvieron que confesar su curiosidad por saber qué tenía él allí y por eso habían venido a averiguar. Carlos y Héctor esperaban recibir una dura reprensión, pero Alfredo no se mostró molesto por lo ocurrido, sino dijo: "Si quieren ver lo que tengo, se lo muestro."

Bajando su tesoro, Alfredo les mostró una Biblia. "No puedo tenerla en casa," explicó, "porque me han prohibido leerla. La religión de mi mamá dice que uno no es capaz de entenderla solo. Pero yo conozco a personas que predican el evangelio acerca de Jesucristo y su amor por nosotros, de tal manera que murió en la cruz por nuestros pecados. Yo mismo he leído eso, y es tan fácil de entender."

Alfredo abrió su Biblia. "Léanlo ustedes, en voz alta."

Aunque miedoso, Carlos tomó la Biblia y leyó: "Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él. El que en él cree, no es condenado, pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios."

"¿No ven?" dijo Alfredo, "la Biblia es fácil de comprender. Esa parte donde leyeron está en el Evangelio según Juan, capítulo tres. Yo sé que Cristo me ha salvado, y también quiere salvarles a ustedes de la condenación eterna."

"Y si es tan buena la Biblia, ¿cómo la tiene aquí?" preguntó Carlos.

"Bueno, como les dije," contestó Alfredo, "mi mamá se enfurece cuando me ve con ella. Es por eso que la tengo aquí escondida y vengo a leerla en mis ratos libres. Espero que luego mi mamá también se convierta a Señor Jesús. Entonces ya no tendré que tener mi tesoro escondido en ese árbol."


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Creado el 01/05/03

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