Dos veces mío

1052.jpgJaime era un niño muy hábil y construyó un hermoso barquito de madera. Aprovechando de sus vacaciones junto al mar, lanzó su lindo juguete al agua para ver como navegaba. Pero vino una ola demasiado fuerte que lo arrebató de sus manos y lo llevó fuera de su alcance, y muy pronto llevado por el viento el barquito desapareció de la vista. El pobre Jaime regresó a su hogar, llorando por este percance. Pero un día un pescador atendiendo a sus redes divisó flotando sobre las aguas el barquito de Jaime, y lo recogió. Lleno de gozo el pescador exclamó: "ĦQué lindo! Es mío este barquito." Amiguitos, esta es una figura de nosotros. Somos arrebatados por las olas de tentación y por los vientos de pecado, y nos perdimos en el mar de la vida, de donde nos recoge Satanás, este tenaz pescador de corazones humanos. Y al apoderarse de cada uno de nosotros expresa satisfecho: "Mío es." Pero no nos deja descubrir que estamos en las manos de él.

Al siguiente año, Jaime regresó con su familia para pasar sus vacaciones en el mismo lugar anterior junto al mar. Y un día paseándose por las calles del pueblito, y mirando en las vitrinas de las tiendas descubrió su perdido barquito, ofreciéndose en venta por una suma de pesos no elevada. Jaime entró a la tienda para reclamar su barquito, pero el dueño no quiso entregárselo si no pagaba el precio ya indicado. Pero las pocas monedas que cargaba en su bolsillo no eran suficientes para comprarlo. Estando en la casa, Jaime refirió el hecho a su papá, quien le proporcionó el dinero suficiente, y con él salió corriendo hacia la tienda para comprar su precioso juguete. Con el barco en sus manos regresó feliz y contento a su hogar, agradeciendo a su papacito por su bondad.

En nuestro caso también sucede lo mismo. Así como fue necesario abonar al tendero el valor del barquito para poder rescatarlo de sus manos, de igual manera ha sido necesario que se pague un precio de rescate para sacar nuestra alma de las manos de Satanás. Para hacer esto fue necesario que el Señor Jesucristo muriera en la cruz, pagando así el precio de nuestra salvación. Pero para que este niño reciba esta salvación, es menester que se arrepienta de sus pecados y humildemente pida el perdón a Dios, aceptando al Señor Jesús como su propio Salvador. Así leemos en la Sagrada Biblia: "Dios encarece su amor para con nosotros, porque siendo aun pecadores, Cristo murió por nosotros." Y un niño puede decir: "Cristo murió por mí."

Cuando Jaime regresó a su casa cargando su barquito en sus brazos, le oyeron exclamar: "Querido barquito, eres mío; dos veces mío. mío porque te hice, y mío porque te he comprado." Ojalá que Dios pudiera decir lo mismo de ti, y de todo niño que lee este relato. Al niño que ama a nuestro Señor Jesús, y cree en él como su propio Salvador, Dios no sólo le perdona los pecados y limpia su corazón de toda maldad, sino que le hace su propio h'jito, y, sí, entonces Dios puede decir de ti mismo: "mío eres, mi h'jito, dos veces mío; mío porque te hice, y ahora mío porque te he comprado." Al niño que así cree en el Señor Jesús, Dios le libra de las manos de Satanás, y le da vida eterna para vivir junto a él en el cielo para siempre cuando salga de este mundo. Así es que el Señor Jesús dice: "De cierto os digo, el que cree en mí tiene vida eterna."


www.tesorodigital.com
Creado el 26/04/03

Volver al Indice