Dos mensajes

1050.jpg"Antonio, tu papá está listo para ir. Rápido, rápido, siempre dejas las cosas para el último momento." Fue mamá, apurando al chico de 9 años. "Ayer te dije que papi iba a visitar a la abuela y te quería llevar."

La abuela vivía en Valle de las Flores, al otro lado de la montaña. No habían pensado en visitarle tan luego, pues la semana anterior, toda la familia pasó un par de días con ella. Pero ayer, enterraron al tío Federico, y ahora precisaba un viaje para llevar las tristes noticias a la abuela.

Don Federico murió después de una riña con dos compañeros. Pasaron el día tomando, y una pequeña diferencia de opinión dio lugar a la pelea que dejó el triste saldo. Así es cuando los hombres pasan mucho tiempo bebiendo. La Biblia pregunta, "¿Para qué el dolor? ... ¿las rencillas? ... ¿las heridas de balde?" y luego contesta: "Son para los que se detienen mucho en el vino," Proverbios 23:29,30.

Debido al delicado estado de salud de la abuela, no le avisaron antes para que viniera a los funerales. El viaje por sobre la montaña duraba seis horas, andando a tranco rápido, y era imposible para la anciana señora. Ahora Antonio y su papá iban para entregar su mensaje de muerte.

"Debemos llegar arriba a la cumbre a las dos de la tarde," anunció don Ramiro, "ya para las cuatro de la tarde daremos una sorpresa a la abuela. Por cierto, no es el tipo de sorpresa que quiero darle."

Viajaban con su asno, tirando una pequeña carreta cargada. Valle de las Flores estaba lejos de los grandes centros de venta, y por eso, don Ramiro aprovechaba cualquier viaje par llevar cosas a su anciana madre.

El camino serpenteaba por la ladera de la montaña. Don Ramiro permitía que su hijo subiera encima de la carga, prefiriendo el andar a pie para no sobrecargar el animalito. Cada cierto tiempo paraban para descansar el asno. Ya divisaban la cumbre por delante cuando un fuerte crac anunció que la rueda se quebraba. Tres rayos cedieron al peso.

"¡Qué mala suerte!" dijo don Ramiro, y agregó varias otras cosas, maldiciendo a sus santos por el accidente. Don Ramiro trabajó largo tiempo. Después se enderezó y dijo: "Bueno hijo, no se puede hacer nada. Los rayos se cortaron al ras con la llanta. Vamos a sacar la rueda para llevarla al Valle, allí el mecánico Roberto me la puede arreglar." El niño miró a su padre y dijo "Pero papá, ya es tarde. El sol está por ponerse. usted sabe que es peligroso andar en el camino de noche."

"Tienes razón hijo," afirmó don Ramiro, "Seguramente alguien vive por acá y nos dará refugio."

No tuvieron que buscar mucho, pues a cien metros mas arriba encontraron una casita y a un hombre, quien, cuando supo de la desgracia, les recibió con la acostumbrada cordialidad de los moradores de aquella región. "Sólo tengo este colchón de paja, pero algo es mejor que nada, ¿no es cierto?" El hombre les dio de comer y después se retiraron a la pieza.

Don Ramiro estaba tan cansado que apenas se acomodó en la cama, ya estaba roncando. Por ser la primera vez que algo semejante tocara a Antonio, el niño ni pudo pestañear. Se apoyaba en el codo observando a su anfitrión, el señor Meza. La puerta de la pieza se había quedado medio abierta y Antonio le miraba mientras leía. Se fijó en cuan intensamente leía, meneando la cabeza de vez en cuando como quien asiente a una cosa. Antonio se interesó más cuando vio que el señor Meza bajó algo de una repisa. No puedo precisar qué era pues la luz arrojada por la vela era poca.

1051.jpg"¿Por qué estará llorando?" se preguntó Antonio. Su curiosidad le dominó de tal modo que se levantó silenciosamente y fue a atisbar por la puerta. El niño no se percató de un pisito en el suelo y le pegó con su pie. El ruido hizo que el caballero levantara la cabeza. Antonio no pudo esconderse a tiempo. "¿Se te ofrece algo?" preguntó el señor Meza. Antonio no supo contestar. "Ah, ah, ... ..no, es que ... .¿Por qué está llorando?" La pregunta salió sin que el niño la pensara de antemano.

"Ven," invitó el caballero y cariñosamente acercó al chico a su lado. Le mostró la foto de un joven. "Es mi hijo," explicó, "Se la sacó un fotógrafo en el pueblo pocos días antes de morir."

Antonio no sabía que el señor Meza era creyente en el Señor Jesús. Como cristiano, tenía el amor de Dios en su corazón y deseaba conversar con el niño. Contándole de tal amor y la obra de Cristo en la cruz. El mismo amor está en el corazón del maestro o la maestra en la escuela dominical. Por eso desean enseñarles domingo tras domingo el camino de la salvación, pues es la única manera de ser salvo y tener el perdón de pecados. "¿Está muerto?" preguntó Antonio, espantado.

"Sí, falleció en un accidente. Tenía 16 años de edad no más. Hoy es el segundo año de su partida. Pero estoy contento, pues sé que está en el cielo."

"¿El cielo?" repitió Antonio. "¿Se puede saber que uno va al cielo cuando muera?"

"Claro que sí," dijo el señor Meza con una sonrisa. "¿Nunca te lo han dicho?"

Antonio meneó la cabeza en forma negativa. Pensaba en su tío Federico. ¿Estará en el cielo? Pero, ¿Cómo puede ser? Fue un hombre que vivía borracho y nunca habló de tal lugar. A lo mejor, nadie jamás se lo mencionó, como no lo habían mencionado a Antonio.

El hombre observaba al niño, muy ensimismado. "¿En qué estás pensando?" "Que me gustaría saber algo del cielo, señor," replicó el niño.

"Bueno, el cielo está más allá de las estrellas. Allí mora Dios, nuestro Creador. El desea tenernos consigo mismo en el cielo. Pero resulta que hay un problema bien grave que estorba nuestra entrada allá. Ese problema tiene el nombre de pecado. Por ejemplo, pensamos que somos mejores que los demás y nos ponemos orgullosos. Eso es pecado. Cuando nos pillan en una cosa prohibida, echamos una mentira para salir del paso. También es pecar. Aun decir palabras feas o desobedecer a los padres, también es pecar contra la ley divina. ¿Me entiendes?"

Antonio dijo que sí, entendía todo. Recordaba las veces cuando había cometido los mismos pecados que el señor Meza describía, y dijo "Entonces, yo no tengo chance de ir al cielo, porque he hecho muchas maldades." Antonio se puso triste.

"Ah, no, mi hijo," dijo el caballero con ternura, "Dios mismo se encargó de abrir el camino al cielo. Envió a su Hijo del cielo a esta tierra. Nació en una aldea lejos de acá. Le llamaron Jesús y su nombre significa, Jehová Salvador, pues vino a salvar a la gente de sus pecados. Después de vivir una vida perfecta, los hombres le tomaron y le pusieron en una cruz. Pero allí se ofreció a Dios como nuestro Sustituto y sufrió el castigo por nuestros pecados. Murió en la cruz por mí y por ti. El castigo que debía caer sobre nosotros, lo recibió Jesús. Ya que volvió a vivir después de tres días, ahora está vivo en el cielo y es poderoso para perdonar nuestros pecados y darnos vida eterna. Ha ido al cielo para preparar un lugar para nosotros que creemos en él."

"¿Puedo yo creer también?" preguntó Antonio ansiosamente. "Yo sé que soy pecador y no merezco estar en el cielo. Pero si Jesús murió por mí, entonces quiero aceptarle como mi Salvador."

"Bueno, la Biblia aquí dice: El que cree en el Hijo tiene vida eterna," y el hombre le mostró a Antonio el Evangelio según San Juan, capítulo 3, verso 36. También decía, "Pero el que desobedece al Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios esta sobre él."

"Entonces, yo tengo vida eterna," dijo Antonio ya entusiasmado, "porque creí ahora recién."

A la mañana siguiente, don Ramiro escuchó con la ceja fruncida todo lo que su hijo le contó de su experiencia la noche anterior. El señor Meza le dejó explicar el asunto tal como lo había entendido. "Ahora estoy salvado, Papá, y tengo esta esperanza de ir al cielo un día." Se notó que don Ramiro no entendía pero, sí, vio una alegría nueva en su hijo.

Los dos partieron para Valle de las Flores. Dejando la rueda con don Roberto, el mecánico, fueron los dos, padre e hijo adonde la abuela. Don Ramiro contó los detalles de la riña donde Federico murió. Naturalmente, la abuela empezó a llorar. Antonio quería decir algo, y acercándose a su querida abuelita, dijo. "Abuela, papito le ha dado un mensaje de muerte, ¿quiere que le dé un mensaje de vida?"

"Sí, mi lindo," replicó la abuela.

"Bueno, Dios quiere tenernos consigo mismo en el cielo y envió a su Hijo Jesús, quien murió en la cruz por salvarnos. Quiere darnos vida eterna, y ... .."

Antonio siguió contando su experiencia de la noche anterior.


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Creado el 26/04/03

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