El juez y el cacique

1044.jpgHace muchos años en Norte América, un juez vivía cerca de un campamento de indios. Su hija que era viuda vivía con él, y el hijo de ella, nieto único del juez, era el regalón de ambos. El juez estaba muy deseoso de morar en paz con los indios, cuando provocados, les incendiaban las casas y asesinaban a muchos.

Algunas de las tribus estaban dispuestas a hacer las paces con el juez, pero había un cacique veterano de una tribu muy poderosa, a quien no podía conquistar por mucho que tratara de hacerlo. Por fin el juez le invitó a su casa, y el cacique respondió que iría al día siguiente en la mañana.

El juez le recibió muy cortésmente, e hizo todo lo posible por ganar su confianza. Le presentó a su hija y a su pequeño nieto. Después procuró convencerle que su mayor deseo era de vivir en paz y tener amistad con los indios.

Con aire grave y algo desconfiado, el cacique le escuchó y luego contestó: "Hermano, usted pide mucho y promete mucho, pero ¿que fianza me da para probar que usted cumplirá fielmente? La palabra del hombre blanco puede ser buena para el hombre blanco, mas para el indio es palabra hueca."

"Ahora," continuó, "si en verdad confía en el indio, el indio también confiará en usted y viviremos en paz. Aquí está este chico, su nieto. Déjeme llevarlo a mi campamento. Después de tres días lo devolveré junto con mi respuesta."

Fue como si una espada traspasara el corazón de la madre. ¡Dejar ir a su pequeño, su único hijo, con ese cacique tan temido! Abrazó al niño, y se levantó de la silla para salir de la pieza con él. El cacique, viendo esto, se puso en pie con una mirada de profundo disgusto.

"Espere," le detuvo el juez con calma, pese a que le temblaba el labio, y se dirigió a su hija, diciendo: "Yo amo tanto al niño como tú; por nada le pondría en peligro, pero ha de ir. Dios cuidará de él." En seguida dijo al cacique, "Sí, el niño le acompañará."

¿Quién puede describir la agonía de la madre al separarse de su hijito, entregándole al cacique? Este, silencioso, le tomó de la mano, y el niño, intrigado por el penacho de plumas y la elegante ropa del indio, partió confiadamente. Al desaparecer los dos, la madre entró en la casa sollozando amargamente.

Pasaron tres días y tres noches que parecían una eternidad. De noche no dormía, o si lograba quedarse dormida, era sólo para despertar sobresaltada, habiendo soñado con que su hijito le llamaba pidiendo auxilio.

Por fin amaneció el tercer día, y toda la mañana el juez y su hija miraban ansiosos hacia la selva. Llegó el mediodía ... pasó la tarde, y no hubo seña del cacique. El juez se paseaba de lado a lado con los nervios de punta y la pobre madre ya imaginaba muerto a su hijo.

El sol estaba por ponerse cuando aparecieron dos figuras saliendo del bosque. Eran el cacique y el niño, pero ¡qué transformación! El chico estaba vestido como de cacique con un penacho de plumas de águilas, una piel de castor sobre los hombros, y mocasines en los pies. Orgulloso y contentisímo, él marchaba a la par con el cacique.

"Ahora," dijo el cacique, dirigiéndose al juez, "podemos ser amigos. usted confió en el indio; el indio confía en usted"

Pensemos un momento en cuánto le costó al juez hacer las paces con el indio; pero no es de comparar con lo que Dios hizo a fin de hacer la paz para nosotros. El niño fue devuelto a su madre y a su abuelo, pero el Hijo de Dios fue rechazado, maltratado y muerto por el mundo. Aun así el amor de Dios no ha cambiado. Por la muerte de su Hijo amado, El ofrece perdón y paz a todo aquel que confía en él.

Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros, Romanos 5:8.


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Creado el 16/04/03

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