El desquite

1036.jpgCarlos Rivera llegó corriendo a la casa. Su mejilla ardía del golpe que había recibido. "Carlito," exclamó su mamá, "¿Qué te pasó? Ven, déjame lavar la herida." Mientras su mamá aplicaba un paño tibio, Carlos explicó: "Fue Diego otra vez mamá. Antes éramos muy amigos y ahora desde que acepté a Cristo como a mi Salvador, Diego me aborrece ... " y el joven hundió su dolorida cara en los brazos de su madre.

Tanto había sucedido en la vida del joven Carlos Rivera. Hacía un año que la tragedia mas grande ocurrió: la muerte de su papá. Desde entonces, su vida se había tornado en una lucha tenaz contra el hambre. Aunque los dos con su mamá labraban la tierra y criaban aves, la falta de lluvia y la carestía del alimento para las aves complicaban su apremiante situación económica.

"Carlos, trata de ser paciente," dijo mamá. "Todo saldrá bien si ponemos por obra la Palabra de Dios en estos casos. El Señor sabe todo y ama a Diego, a pesar de lo que te hace. Nosotros debemos amarle de igual manera. La Biblia dice: Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados. Y andad en amor,"(Efesios 5:1,2).

Al acostarse aquella noche, Carlos pensaba en su vida. Estaba confundido porque clamaba a Dios en oración y parecía que las cosas andaban peores. En eso, se acordó que como resultado de la muerte de papá, él y su madre habían acudido al local evangélico donde escucharon del amor de Dios en Cristo Jesús. Ambos le habían aceptado como su Salvador. Antes de quedar dormido, pensó otra vez en Diego y cuán difícil era amarle.

Temprano en la mañana, su mamita le despertó: "Ven Carlos, quiero que me lleves este canasto de huevos al mercado para venderlos." Mientras Carlos tomaba desayuno apresuradamente, su mamá le encargaba: "Ahora hijo, ten cuidado con estos huevos, pues sabes cuánto necesitamos el dinero." "Está bien, mamá, no se va a quebrar ninguno," prometió el niño y partió.

Carlos había caminado unos quince minutos cuando sintió un ruido en los arbustos que bordeaban el camino. Paró y en eso salió Diego con dos compañeros. "Ya pues Carlos, te hemos estado esperando. Vamos a sacar unas tablas de madera del sitio del viejo Rodríguez, y necesitamos cuatro para hacerlo. Tú vas a ser el cuarto."

Carlos estaba temblando. Los muchachos que estaban con Diego eran más grandes que él y acostumbrados a arreglar cualquier asunto a puño cerrado. Viendo Diego que Carlos no quería ir, le gritó: "Oye, desde que tú entraste en ese lugar donde se predica de Jesús, no quieres andar con nosotros. Pero ahora, tienes que jurar que no vas a ir más, sino venir con nosotros. Porque si no ... ." y Diego pasó su puño por la nariz de Carlos.

El joven mostraba su nerviosismo, y en su corazón elevó una oracioncita a Dios para poder contestar bien. Su voz salía entrecortada: "No Diego, no es que no quiero ir con ustedes, pero como cristiano no debo hacer las cosas que hacía antes. La Biblia dice: "El que hurtaba, no hurte más" y lo que ustedes pretenden hacer donde el señor Rodríguez es robar." Diego no quiso oír más. Dio una señal a sus compañeros quienes se lanzaron encima del indefenso muchacho. Le quitaron su canasto y le golpearon sin piedad. Carlos cayó aturdido al suelo y quedó semiconsciente por un rato. Recobrando la conciencia, pensó inmediatamente en los huevos, y vio que los niños los habían tirado por todas partes y no quedó ninguno entero.

Carlos estaba indignado. ¿Cómo podían tratarle así? Odio surgió en su corazón y empezó a idear maneras de sacar el desquite. "Bueno, " se dijo a sí mismo, "tengo que volver a casa, y, ¿qué dirá mamá de los huevos?" El Señor Jesús dijo: "Si el mundo os aborrece, sabed que a mí me ha aborrecido antes que a vosotros," Juan 15:18. El rechazo que sufren los cristianos viene a menudo porque obedecen a su Señor y Salvador. Pero la Biblia dice: " ... gozaos por cuanto sois participantes de los padecimientos de Cristo ... .y si alguno padece como cristiano, no se avergüence, sino glorifique a Dios por ello," 1 Pedro 4:13 al 16

Todo su cuerpo dolía, mientras Carlos caminaba hacía su casa. Ya no pensaba tanto en Diego y los muchachos malos, sino ahora se preguntaba: "¿Qué dirá mamá? Porque no tenemos dinero para comprar cosas."

La mamá de Carlos, en el jardín, sintió sus pasos y viendo la condición en que venía su hijo, corrió para conducirle a la casa donde lavó sus muchas contusiones.

Carlos esperaba una retada, pero ella, sin decir nada hincó la rodilla y oró por Diego. Carlos se sintió avergonzado, pues, él había pensado en tomar venganza por el maltrato que había sufrido. Cuando su mamá dejó de orar, el niño contó toda la historia. "No te preocupes," consoló mamá, "El Señor suplirá todas nuestras necesidades. Confiemos en él y verás el resultado." Mirando a su único niño con una sonrisa, le aconsejó: "No vamos a tratar de vengarnos, sino dejar todo con el Señor."

En la tarde, Carlos se sentía mejor y fue a trabajar en el jardín. Ocupado en eso, sintió una llamada débil. Parecía que alguien llamaba. Agudizó el oído. Ahí estaba otra vez y venía de más arriba en el sendero que pasaba por entre los árboles detrás del sitio. ¿Quién será? Otra vez la oyó. Carlos corrió hacia el sonido y pasando un recodo en el sendero, vio tendido en el suelo a Diego. Su pierna estaba torcida y gemía de dolor. Cuando Diego vio a Carlos, levantó las manos para defenderse. Pensó que seguramente Carlos ahora sacaría el desquite por el ataque de la mañana. En verdad, Carlos vacilaba pensando en las diferentes venganzas que había inventado. Aquí estaba la oportunidad, pero no, reaccionó como cristiano, acordándose del pasaje bíblico que decía: " ... también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas; ... quien cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente," 2 Pedro 2:21,23.

En vez de hablar ásperamente, Carlos preguntó con suavidad, "¿Qué te pasó? ¿Te quebraste la pierna?" Este trato sorprendió a Diego y no supo contestar. Solo maneaba la cabeza y gemía.

1037.jpgCarlos sacó su camisa, la enrolló y la puso por almohada debajo de la cabeza de Diego. "Esto te hará mas cómodo. Espérate y voy a buscar auxilio." Carlos trajo a su madre y entre los dos le llevaron a la casa de ellos donde le recostaron en la cama de Carlos. Diego se emocionó frente a tal trato y dijo: "Carlos, no entiendo por qué me has tratado así. No me lo explico. Tiene que ser tu fe en Jesucristo o el amor de Dios que te hace tratarme con ese cariño. A mí, me gustaría tener lo que posees. ¿Sabes? Adentro soy malo, muy malo. Y en mi vida he hecho muchas maldades. ¿Piensas tú que Jesús perdonaría mis pecados? ¿Acaso El me ayudaría a vivir diferente, por ejemplo, como tú vives ahora?" "Claro que sí, Diego," contestó el joven jubiloso, "Jesús dijo, ... al que a mí viene, no le echo fuera. Así que, si tú crees en él, te salvará. Mira, mientras yo voy a buscar a tu papá, mi mamá te explicará todo."

La señora no perdió tiempo en explicar el camino de salvación a Diego. " ... Y así Diego, todas nuestras maldades son pecados y necesitan ser borrados si queremos tener comunión con Dios y mostrar su amor a otros. Jesucristo vertió su sangre en la cruz para limpiarnos de todo pecado. El murió por ti; fue juzgado por tus pecados, y si tú le aceptas por fe, recibirás el perdón de todos tus pecados en el mismo instante."

El niño quedó pensando, y luego dijo con decisión: "Bueno, ¡voy a aceptarle ahora mismo!"

Cuando Carlos volvió, Diego le contó inmediatamente que se había salvado creyendo en Cristo. Su papá, quien había venido con Carlos escuchaba con interés, sin entender el significado de la conversación. "Y sabes," agregó Diego, "Cuando esté mejor, voy a venir a ayudarte en el jardín."

Carlos solo se rió. No le importaba la ayuda. Le bastaba que por obedecer a su Señor, él había ganado a su amigo y juntos seguirían en el camino de justicia.


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Creado el 06/04/03

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