Se prohibe entrar

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Hacía algunos días que Martita había amanecido enferma. Su fiebre seguía alta, su cabeza y garganta le dolían continuamente, y por fin su mamá decidió llevarla al hospital.

"Tiene que dejarla aquí, señora," le dijo el médico. "Es difteria, pero no se aflija, luego le tendremos mejor."

Martita fue llevada a una sala compuesta de varias piezas chicas, y una cariñosa y competente enfermera empezó a atenderla. De la cama ella podía mirar hasta el pasillo y entretenerse viendo pasar a las enfermeras con sus jeringas, a los doctores con sus guardapolvos blancos, y a veces a algún enfermo en camilla.

Pronto llegó el día domingo cuando las visitas tenían permiso para entrar, y viendo a algunos pasar por la puerta, Martita esperaba ansiosamente la llegada de su mamá.

De repente la figura amada de su mamita apareció en la puerta, y con una sonrisa alegre ésta empezó a entrar para abrazar a su hijita tan querida, cuando una enfermera con mascarilla se adelantó para impedirla.

"No, señora, usted no puede entrar. Esta sala es de aislamiento," le explicó. "Pero, señorita, esa es mi niñita, y yo no tengo miedo de la enfermedad. Por favor, déjeme pasar un momento no más," le imploró la mamá. "No, señora, hasta aquí no más. ¿No ha leído el aviso?"

Al lado de la puerta estaba un letrero que decía: "Se Prohibe Entrar. Enfermedades Contagiosas."

"Mamá, mamá," gritó Martita, viendo que su mamá no se acercaba, y ella empezó a llorar. Extendió los brazos implorándole que se acercara. La pobre señora con lágrimas en sus ojos, que luego corrieron por sus mejillas, se quedó en la puerta sin poder pasar más adelante y apretar a su hija en sus brazos de amor.

Lo que impedía a la niña ir hacia su madre era algo que se llama enfermedad contagiosa. ¿Saben ustedes, niños, que cada uno, aun los más pequeños, tienen una enfermedad que se le impide acercarse a Dios? Esta enfermedad se llama el pecado; es tan terrible que puede aun producir la muerte y separar al pecador de la presencia de Dios para siempre. La madre de Martita le amaba mucho pero tuvo que marcharse ese día y esperar hasta que los remedios hubieran hecho su efecto en su hijita y ella estuviese mejor.

¡Qué feliz el día cuando la mamá pudo volver, y encontrando a su hija completamente sana, abrazarla, besarla, vestirla y salir del hospital con ella! Dios también tiene un remedio que puede mejorar de la enfermedad del pecado, y ese remedio es su propio Hijo, el Señor Jesús. El murió en la cruz por nosotros, y si ustedes le aceptan como su Salvador, Dios les sanará de toda la enfermedad de sus pecados. El dice: "La sangre de Jesucristo, su Hijo, nos limpia de todo pecado," 1 Juan 1.7.


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Creado el 07/08/02

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