Sesenta años de gratitud (#9922)

9922

Sesenta años de gratitud

 

James E. Saword
Toronto, noviembre 2003

 

Tuve el gran privilegio de nacer en un hogar cristiano donde Dios era honrado y su Palabra leída cada día y obedecida. Quizás debido a que desde mi infancia sufrí del paludismo, mis queridos padres con más afán oraban por mí y pedían al Señor que me librara de la muerte y que me salvara mi preciosa alma. Sus oraciones fueron contestadas como se verá a continuación.

No obstante mi situación tan privilegiada, desde niño sabía que esto no me podría salvar. Por el contrario me hacía más responsable delante de Dios. En una escuela evangélica diurna, y en otra dominical, aprendí versículos y capítulos enteros de la Biblia los cuales Dios usaría a su tiempo para traerme al arrepentimiento y fe en su amado Hijo.

Recuerdo muy bien en numerosas ocasiones cuando me acostaba pensando en la condición perdida en que me encontraba y si el Señor viniera; mis padres y hermanas irían el cielo, ¿y qué de mí? Esto fue lo que más me preocupaba y lo que Dios usó para despertarme la noche cuando fui salvo.

Dos evangelistas (Don Guillermo Williams y mi padre) estaban celebrando cultos en el local evangélico en Puerto Cabello, Venezuela. Habiendo oído con mucha solemnidad acerca de la venida del Señor, me sentí sumamente conmovido. En esta triste condición fui corriendo a mi casa (que quedaba a una cuadra) y empecé a derramar lágrimas de ansiedad y de angustia. Mi padre comenzó a leer versículos de la Palabra de Dios en mis oídos pero estos no me trajeron la paz que yo tanto anhelaba.

Me dirigió a Juan 3:16: «De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree, no se pierda mas tenga vida eterna». Con mucha paciencia me pidió que repitiera al versículo después de él y en vez de recitarlo como tantas veces lo solía hacer, pude en esta ocasión insertar mi nombre y en vez de «mundo» pronuncié Jimmy y también donde dice “todo aquel”, acepté que fue por Jimmy.

Él preguntó: «¿Crees lo que este versículo nos dice?» Convencido ya de mi condición delante de Dios y aceptando lo que Cristo había hecho por mí en la cruz del Calvario, contesté de todo corazón: «Si, yo creo», y enseguida me entregué al Señor Jesucristo y le acepté como mi Salvador personal. Con la sencillez y fe de un niño de apenas diez años pude confiar de lleno en lo que Dios dice en su Santa Palabra.

Esa noche inolvidable, el 18 de noviembre de 1943, pude cantar de todo corazón: «Yo sé que Jesús murió por mí, porque la Biblia dice así, por todo pecador. ¡Oh qué grande gozo, grande, grande gozo! ¡Oh qué grande gozo, Jesús murió en la cruz por mí!”

Querido lector, y apelo en especial a los hijos de padres cristianos, ¿qué de ti? Si el Señor viniera en este momento, ¿cómo te hallarás? ¿Salvado o perdido? No demores más en venir a Él y hallarás descanso para tu alma. Te dice: «Al que a mi viene, no le echo fuera». Juan 6:37

 

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