Saúl (#480)

 

Saúl

 

  1. R. Thomson

 


El deseo vanaglorioso del pueblo

 

No era la voluntad de Dios que Israel tuviera rey. Dios sabía que el rey llegaría a ser dictador, introduciendo imposiciones humanas. Dios quería reinar como Cabeza, para que el pueblo obedeciera sus mandamientos y leyes. El escogió profetas y sacerdotes para guiar al pueblo como pastores (como Moisés y Aarón, Hechos 7: 37, Salmo 19: 6). Uno se destacaba en la nación como jefe y juez, pero Dios quería que él fuera ejemplo a su pueblo para guiarle como pastor  (Números 27:17, Salmo 77:20).

En la iglesia Cristo es cabeza debemos someternos a sus mandamientos. Cristo nunca estableció un solo hombre como jefe en las iglesias locales. Siempre leemos de varios en cada asamblea (llamados ancianos, obispos o pastores) que deben ser ejemplo a la grey sin tener señorío (1 Pedro 5:1‑3).

Pero el pueblo no estaba conforme con el orden divino. Las naciones alrededor tenían rey por cabeza. Israel deseaba ser como las naciones, y pidió rey. Anhelaba la popularidad y beneplácito del mundo, conformándose a él. Evitaba el reproche divino que viene en separación del mundo. Samuel sintió que el pueblo rechazaba su propio buen ejemplo, pero Dios dijo: “No te han rechazado a ti, sino a mí me han desechado para que reine sobre ellos”
(1 Samuel 8:6,7,19,20)

Cuando una iglesia quiere establecer un solo hombre como su jefe, pastor o ministro, ella rechaza la autoridad de Cristo quien estableció una multiplicidad de ancianos para guiar cada iglesia local. En 1 Samuel 8, él profetiza que su rey llegaría a someter al pueblo en servidumbre (v. 11‑14), y a exigir el diezmo para sus propias necesidades (v. 15-17). Asimismo hacen muchos “jefes” de iglesias de hoy que se han apartado del orden divino.

Total que Dios cedió a la petición del pueblo, dándole rey. No era su voluntad, pero él sabía que el pueblo sólo aprendería por la amarga experiencia. Como en el caso de proveerles carne en el desierto, les dio lo que pidieron, más envió mortandad sobre ellos (Salmo 106:15).

 

La elección humana

 

Dios mandó a Samuel a ungir a Saúl como rey (1 Samuel 9: 16, 10:1). Dios primeramente les dio el hombre carnal para enseñarles su falta. En contraste, después Dios escogió a David, hombre espiritual “según el corazón de Dios”.

En 1 Samuel 9: 20 leemos: “¿Para quién es todo lo que hay codiciable en Israel, sino para ti?” Es evidente que todo Israel codiciaba al rey cuyas cualidades apelaban la carne y a la vanagloria. Era “joven y hermoso. Entre los hijos de Israel no había otro más hermoso que él; de hombros arriba sobrepujaba a cualquiera del pueblo”. Son cualidades físicas y terrenales no son espirituales. Por cuanto Samuel le dijo a Saúl en 9:19: “Te descubriré todo lo que está en ti corazón”, es claro que Saúl buscaba en su corazón la gloria del puesto más alto en la nación. Su humildad de 10:21-22 era fingida o efímera (15:17).

¿A quiénes estimamos como pastores entre las iglesias? Dios dijo a Samuel en relación a la elección de David: “No mires a su parecer, ni a lo grande de su estatura, … Jehová mira al corazón”. La buena presentación del hermano no basta para llenar los requisitos para llevar responsabilidad como anciano en la asamblea. La educación, y el éxito en su oficio o profesión son cualidades terrenales y no espirituales. Por supuesto, la ignorancia y un largo tiempo convertido tampoco son cualidades espirituales; hay viejos que nunca han crecido en el Señor. Los apóstoles que eran sin letras se aplicaron a estudiar a los pies de Cristo para ser maestros y escritores competentes, manifestando cualidades espirituales. También Pablo, quien se destacó en las cosas de este mundo, desarrolló su vida nueva en Cristo.

No seamos tontos, carnales y miopes en estimar como pastores los que no cumplen los requisitos de la Biblia.

 

El fracaso de la carnalidad

 

Saúl fue levantado para salvar a Israel de mano de los filisteos, pero fracasó (1 Samuel 9: 16). A pesar de los esfuerzos de Saúl, los filisteos, que eran de la costa sur-occidental, mantenían guarniciones en toda la serranía central de Israel (1 Samuel 13:19-23, 14:52). Por fin ellos vencieron a Saúl. Alcanzaron su mayor triunfo conquistando toda la tierra de Israel hasta Galilea en el norte, cuando colgaron los cuerpos de Saúl y de sus hijos en los muros de Betsán.

¿Por qué aconteció esta tragedia? Fue a causa de la desobediencia.

Primero, Saúl hizo mal en actuar como sacerdote, no siendo levita (1 Samuel 13: 9). Dios tenía el derecho de ordenar su propia casa y el servicio santo era para los varones levitas. En la iglesia, el servicio de responsabilidad pública es para creyentes varones. La adoración es obra de sacerdotes. Por lo tanto todo hermano (que no tenga falta) puede participar en orar, alabar y adorar. Pero la predicación es para aquellos que manifiestan don de evangelistas y la enseñanza es obra de los que desarrollan el don de pastor y maestro. Todo hermano no tiene derecho de ocupar la plataforma. Toda hermana debe guardar su puesto sin tomar parte pública en las iglesias. El error de Saúl nos enseña la necesidad de guardar el orden divino. “Locamen­te has hecho”, fue la admonición de Samuel.

Segundo, Saúl hizo peor en desobedecer al mandamiento de Dios. Dios le dijo que destruyera por completo a Amalec (1 Samuel 15:3). Saúl no lo hizo. Sin embargo él insistió que había cumplido en v. 20, echando la culpa a otros en v. 21. Él se excusó diciendo que tenía motivo bueno de ofrecer lo mejor al Señor, v. 15; o sea, él se apoyó en pensar que hacía todo para la gloria de Dios. Pero Samuel le dijo que Dios no busca nuestro servicio hecho según nuestro parecer, sino la obediencia. El desobedecer es rebelión a la palabra de Dios, y es tan malo como la brujería. La obstinación es la porfía en no humillarnos para admitir la desobediencia y es igual a la idolatría (versos 22,23).

Saúl fue desechado; su fracaso debe hacernos más obedientes a la palabra de Dios.

 

La desaprobación de Dios

 

Dios declaró que desechó a Saúl, pero él porfió en mantener su puesto sin ceder a David. Por más de diez largos años, él siguió como usurpador. La carnalidad le condujo a matar a los sacerdotes de Dios, a perseguir a los fieles y por fin a meterse en la brujería. La desobediencia siempre conduce a mayor dureza de corazón, a una conciencia cauterizada, y a la venganza. Si hemos faltado, debemos humillarnos y admitir el defecto. ¡Cuán triste cuando el que peca no admite su falta, sino que se justifica a si mismo y aun persigue a los fieles que procuran cumplir la palabra de Dios! También es triste cuando el hermano carnal no quiere ceder al hermano espiritual y cuando el viejo ignorante no quiere dar lugar al más joven que es humilde y de mayor don y capacidad. ¡Ojalá que la historia de Saúl no se repita entre nosotros!

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