Perdonad, y seréis perdonados | Desacuerdos entre creyentes | Cuando nos acusan falsamente (#855)

Perdonad, y seréis perdonados

Desacuerdos entre creyentes

Cuando nos acusan falsamente

Perdonad, y seréis perdonados

 

Peter Cousins,  Inglaterra;
The Harvester, julio 1970

 

Hemos debido aprender del Calvario por lo menos ocho lecciones acerca del perdón, pero a veces las olvidamos.

 

  1. El hecho de perdonar no quiere decir
    que la ofensa era poca cosa

Nos disculpamos por la falta que hemos cometido — y no siempre es fácil hacerlo — y la otra persona dice: “Ah, no era nada”. Esto no es el asunto, y quizás no sea un honesto espíritu de perdón.

El perdón legítimo reconoce todo el peso y dolor del agravio cometido, y a plena conciencia exime al culpable de su culpa. Dar a entender que no hubo daño, cuando sí lo hubo, da pie a la sospecha de que tampoco hay perdón, y falsea la relación futura entre las partes. Dios no nos perdonó porque nuestro pecado era poca cosa; nos perdonó por la inmensidad de su amor.

 

  1. El perdón no quiere decir
    que el culpable no sufrirá pérdida

Por supuesto, el que perdona no exige recompensa ni venganza. Perdonar y a la vez demandar, no es perdonar. Cuando uno perdona de veras, quita toda barrera entre el culpable y su víctima. Allí termina todo.

Pero una falta trae consigo el remordimiento. Ningún perdón de parte del ofendido puede deshacer lo que sucedió. Esto no tiene que ver con el que perdona; es asunto personal del ofensor. Todos nosotros tenemos que vivir con nuestro pasado, y ninguno puede escapar el conocimiento del efecto sobre otros del pecado que ha cometido.

 

  1. El arrepentimiento no es
    simplemente el remordimiento

El arrepentimiento obliga a uno a hacer todo lo posible para deshacer el daño causado.

Pero, por mucho que quisiéramos, no podemos remediar todo. Perdonado o no por su prójimo, el creyente sabrá que lo que el hombre sembrare, esto también segará. El perdón que emana del Calvario transforma la pena en una ayuda hacia la madurez espiritual. Esta es una manera como Dios disciplina a sus hijos.

Hay otro tipo de castigo que el perdón no anula. Un hombre en autoridad puede perdonar una ofensa cometida contra él, pero sin estar en condiciones de impedir que proceda el castigo correspondiente. Un maestro de escuela, por ejemplo, tiene una relación doble con sus alumnos. El puede perdonar a uno que le haya faltado el respeto, pero a la vez verse obligado a tomar las medidas que sus superiores hayan establecido para el caso.

A diferencia de un maestro de escuela, Dios no está sujeto a ninguna ley, pero actúa con arreglo a la ley de su propio amor santo. Esto es porque el Nuevo Testamento parece contradecirse al hablar de Dios y el pecado. A veces habla de Él como quien perdona gratuitamente, y otras veces habla de que Jesús sufrió la ira de Dios contra el pecado, nos compró con su sangre, etc. Es que, como hemos venido comentando, el perdón no necesariamente anula la pena. Dios perdona, pero a expensas de haber castigado a su Hijo en lugar nuestro.

 

  1. El perdón no impone condiciones

Un buen símbolo del espíritu perdonador sería la mano extendida hacia el ofensor. Lo único que hace falta para sellar este perdón es que el ofensor tome la mano del otro. Pero no siempre estamos dispuestos a extender la mano de esta manera, sino que hacemos un gesto que parece ser el perdonar pero en realidad dista mucho de serlo. Sacamos la mano pero, figurativamente hablando, está cerrada. No un puño cerrado, pero una mente cerrada porque guarda una lista de condiciones que el ofensor debe cumplir para que la amistad sea restaurada.

“Por supuesto que yo estoy dispuesto a perdonar, pero él debe …” Al hablar así, dejamos entrever que no tenemos un espíritu perdonador.

Los enemigos de Jesús pensaban que Dios era así. Ellos hubieran estado conformes con que el Señor dijera a los pecadores que deben arrepentirse de sus pecados, recitar oraciones, ofrecer los sacrificios de rigor y después buscar el perdón de Dios. Cumplidas estas condiciones, darían la bienvenida a cualquier publicano o mujer de mala vida.

Lo que enfureció a los fariseos era que los hechos y palabras de Jesús hacían ver que Dios estaba tomando la iniciativa, ofreciendo la mano, dispuesto a buscar a los ofensores dondequiera que estuviesen, y aun ofreciendo perdonarlos. La parábola de la oveja perdida hubiera sido aceptable a los fariseos bajo el entendido de que la oveja era religiosa y se encontraba en dificultades, pero ellos consideraban blasfemia sugerir que Dios saldría en busca del pecador antes que éste se hubiera arrepentido.

Cuando decimos, “Yo le perdonaré si él …”, estamos diciendo que no queremos perdonar. Quizás nos engañamos a nosotros mismos, pero no así a nuestros semejantes. Y a Dios menos.

 

  1. El perdón no es unilateral

Este es el otro lado de lo que hemos venido diciendo. El perdón encierra la restauración de una relación rota, y ninguna relación puede existir sin dos personas como mínimo. El hombre que está convencido de que él de hecho tiene la razón, no es un hombre que puede experimentar el perdón. Para que goce del perdón, tiene que reconocer su falta y aceptar la oferta de un comienzo nuevo.

Esta verdad no anula lo dicho acerca de que el perdón debe ser incondicional. La obligación que tengo de reconocer mi falta no es una condición previa que me impone mi hermano ofendido. Al contrario, es un elemento esencial de la naturaleza del perdón. Cometida la falta y rota la comunión, no se puede remediar la situación honestamente sin reconocer que la reconciliación es producto del perdón, y no del mérito.

Este reconocimiento tiene que afectar las dos partes: tanto el esposo como la esposa, el padre como el hijo, uno mismo y su prójimo, o el hombre y su Dios.

 

  1. El perdón no es probatorio

El verdadero perdón no dice: “Te perdono, pero si cometes esta ofensa otra vez, te quito este perdón”. No; conforme el perdón no pone condiciones, tampoco está sujeto a incertidumbres en cuanto al futuro. Uno perdona o no perdona. Es ridícula la idea de un semi-perdón, porque carece de sentido y se basaría en lo peor de ambas partes.

Acordémonos de 2 Samuel 14, donde Joab procura el regreso de Absalón.
El relato termina con el hijo inclinando su rostro a tierra delante de David su padre, Joab observando, y el rey besando a Absalón. Pero había falsedad en Joab y Absalón, por lo menos, y el capítulo siguiente cuenta la triste historia de cómo Absalón se sublevó contra el rey David.

Cuando pretendemos perdonar a medias, estamos en contra-posición a Dios. El acepta y recibe sin reserva al hombre pecador, como el padre del hijo pródigo aguardaba el regreso de aquél e hizo ver que no había barrera alguna entre ellos dos.

 

  1. El perdonar no es simplemente olvidarse

Hemos reconocido ya que el olvidarse es más de lo que cualquier hombre puede decidir hacer. Ciertamente en Jeremías 31.34 Jehová dice que “perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más de su pecado”. ¿Qué podemos aprender acerca de la omnisciencia divina? ¿Debemos entender literalmente este versículo? Veamos tres versículos más:

>> Oh Señor … echaste tras tus espaldas todos mis pecados, Isaías 38.17

>> Yo, yo soy el que borro tus rebeliones por amor de mí mismo,           y no me acordaré de tus pecados, Isaías 43.25

>> El volverá a tener misericordia de nosotros; sepultará nuestras iniquidades,           y echará en lo profundo del mar todos nuestros pecados, Miqueas 7.19

La lección es que los pecados que han sido perdonados han dejado de surtir efecto sobre la relación que Dios tiene con el pecador.

Una razón porque es tan difícil perdonar es que uno tiene que deshacerse de un arma que quiere usar en contra de la persona que le ha perjudicado. Es enterrar el hacha una vez por todas. El perdonar es comenzar una relación que no será influenciada por aquello que sucedió. Por supuesto, somos humanos y no podemos estar seguros de que nos olvidaremos para siempre. Pero aun las personas con buena memoria pueden perdonar si resuelven hacerlo, porque el perdón es renunciar una posición; es desprenderse de un pensamiento.

 

  1. El perdonar no depende de nuestras emociones

Los niños pueden protestar que “no tienen ganas” de perdonar, pero nosotros los adultos debemos saber mejor. Muchas veces perdonamos a uno para quien sentimos simpatía, lástima o cariño, pero no debemos limitarnos a éstos. El creyente no perdona simplemente porque se siente bien o cree que las circunstancias le son favorables.

Jesús no mandó a Pedro ir a su hermano tantas veces que sentía un impulso de hacerlo; le mandó hacerlo setenta y siete veces, cualesquiera las circunstancias; Mateo 18.21. La base del perdón que Dios da no es su estado emocional sino su propósito divino y constante de amor. Él nos recibió porque era su eterno afán hacerlo.

                           

                                              ***

El mandamiento a perdonar es demasiado para nosotros, pero como cristianos sabemos que el perdón está en el corazón de la subsistencia humana. La relación del hombre con Dios es posible porque Él perdona. Por esto la gran importancia de que nos veamos siempre como pecadores absueltos, no por merecerlo sino por la gracia de Dios.

Habiendo sido perdonados, perdonamos. Cuando no lo hacemos, es porque tenemos una noción falsa de nuestro propio estado.

“Si algo he perdonado, por vosotros lo he hecho en presencia de Cristo, para que Satanás no gane ventaja alguna sobre nosotros; pues no ignoramos sus maquinaciones”, 2 Corintios 2.10, 11. “Sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo”, Efesios 4.32.

Desacuerdos entre creyentes

John Ritchie; Kilmarnock, Gran Bretaña, 18XX-1930
Reproducido en The Witness, diciembre 1953, enero 1954

 

Primera Parte:    Hechos 15.1 al 33

 

La primera parte de Gálatas capítulo 2 relata el caso de una conferencia en Jerusalén entre los creyentes del  siglo 1. No era como las reuniones que nosotros llamamos conferencias donde hay ministerio de la Palabra de parte de hermanos capacitados. Una conferencia es en su primer sentido una plática entre dos o más personas para tratar algún punto o negocio.

La conferencia en Jerusalén fue convocada en un esfuerzo por llegar a un juicio unánime sobre un problema nuevo y muy importante que se había presentado en la Iglesia que estaba creciendo rápidamente sobre la tierra. Al no haber sido manejado con prudencia, el asunto fácilmente hubiera dividido la Iglesia, como ha sucedido tantas veces en los postreros días.

Veremos cómo esto fue evitado, y quizás aprenderemos algunas lecciones que podrían ser de ayuda en nuestros propios tiempos.

 

El asunto tratado

Procuremos comprender la dificultad. A sorpresa de muchos, la fuerte corriente de la gracia de Dios había alcanzado no sólo a los judíos sino también a los pecadores no judíos —los gentiles— derrumbando lo que Efesios 2.14 llama la pared intermedia de separación entre las razas. Ambas fueron introducidas por igual en la comunión de la Iglesia de Dios. Se puede comprender fácilmente, sin embargo, cuán difícil sería para las dos razas, ahora una en Cristo, olvidarse por completo de sus antiguas diferencias de código y costumbre.

Para el creyente judío, el cristianismo fue el cumplimiento de la religión de sus padres. “La salvación es de los judíos”, Juan 4.20. El mismo Señor Jesús nació judío “según la carne”, y los apóstoles eran judíos. La Iglesia de Dios sobre la tierra tuvo su comienzo en Jerusalén. Aunque estaba suficientemente claro que la salvación era sólo por gracia, muchos de ellos todavía se asían de los ritos y ceremonias de la fe judía. Por ejemplo, en una ocasión posterior, los ancianos de una iglesia dijeron a Pablo, “Ya ves, hermano, cuántos millares de judíos hay que han creído, y todos son celosos por la ley”, Hechos 21.20.

Por el otro lado, los creyentes no judíos —los gentiles— comenzaron su vida cristiana sin tales impedimentos. La mayoría de ellos habían sido idólatras. Como en el caso de los tesalonicenses, se convirtieron “de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero”. La mayoría de ellos no sabía nada de, ni se interesaba por, la ley ceremonial. Por lo tanto, fue difícil para cada clase apreciar el punto de vista de la otra en ciertos asuntos.

Hasta donde sepamos, la iglesia que estaba en Antioquía, Hechos 13.1, fue la primera asamblea netamente gentil. Había comenzado como resultado de los esfuerzos de evangelistas visitantes y había crecido rápidamente con la ayuda de Bernabé y Pablo, y seguía fuerte y feliz. Al cabo de un tiempo ciertos hombres bajaron de Judea (cuya capital era Jerusalén) para “corregirles”. Sin la sanción de los apóstoles, estos hombres fueron al extremo de decir que sin circuncidara conforme al rito de Moisés, uno no podría ser salvo; 15.1.

Pablo y Bernabé eran judíos, pero vieron de una vez el mal implícito en injertar cualquier rito judío en la enseñanza sencilla de la fe cristiana. La cuestión fue una que obviamente tenía consecuencias de mucho alcance, no sólo en Antioquía sino en toda iglesia de los gentiles. Así, ellos decidieron ir a Jerusalén para consultar el asunto con los apóstoles y ancianos allí.

 

Un principio básico

En esto encontramos el primer principio a notar en relación con asuntos en que los cristianos puedan estar en desacuerdo. Reúnanse. Nada se gana con mantenerse alejados. En el capítulo 2 de su carta a los gálatas, Pablo dice con respecto a esta crisis: “Subí otra vez a Jerusalén … pero subí según una revelación”.

Parece claro que Pablo y los que estaban con él en Antioquía sabían de una manera firme que su posición fue sana y bíblica. Si fuera su estilo han podido decir: “Dejemos solos a estos hermanos rígidos en Jerusalén. Vamos a limitarnos a defender la verdad aquí”.  Pero, de alguna manera indisputable el Señor hizo saber por revelación su voluntad de que Pablo, Bernabé, Tito y otros fuesen a Jerusalén.  No obstante sus convicciones fuertes, viajaron.

Este es un precedente a llevar en mente. Quedarse apartado de aquéllos con quienes estamos en desacuerdo, teniendo uno la razón o no, es claramente una actitud contraria a las Escrituras, salvo que la discrepancia involucre un error fundamental, o que se trate de un hermano quien persiste en rechazar toda admonición, Tito 3. 10.

El próximo punto a notar es que Pablo y sus compañeros viajaron con la confianza de la asamblea en Antioquía. Ellos fueron “encaminados por la iglesia”, 15.3, y pasando por Fenicia y Samaria, su explicación causó gran gozo a todos los gentiles. Así, el grupo fue fortalecido por la comunión y oración de creyentes espirituales, a quienes la paz entre el pueblo del Señor es siempre causa de gratitud.

 


Un paso sabio

Habiendo llegado a Jerusalén, fueron recibidos por toda la iglesia, como también por los apóstoles y los ancianos. Refirieron todas las cosas que Dios había hecho con ellos. Pero de una vez fueron retados por una fuerte oposición de parte de cierto sector en la asamblea, y pronto se percibía la existencia de los elementos para dar lugar a una disputa aguda y amarga.

¿Cuál sería el próximo paso?

El tema de discusión fue quitado de la jurisdicción de la asamblea en general y limitado a un círculo más reducido. Leemos en 15.6 que “se reunieron los apóstoles y los ancianos para conocer de este asunto”. Este fue un paso muy acertado. Por la misma naturaleza de las cosas, no es deseable que los temas de debate sean discutidos en reunión plena en la primera instancia. Las hermanas, los hermanos menores, y aun los hermanos mayores que son más vehementes que sabios, no constituyen un tribunal apropiado para la solución de cuestiones contenciosas.

Pablo afirma esto claramente en su carta a los gálatas: “Expuse en privado a los que tenían cierta reputación el evangelio que predico entre los gentiles”, 2.2. Sin duda habría discusión bastante franca —corno suele haber en tales ocasiones— pero se trataba de hermanos dispuestos a considerar los asuntos con mentes entrenadas por el Espíritu Santo.

El resultado feliz fue una unanimidad de criterio entre los hermanos mayores. Dice Pablo: “Jacobo, Cefas y Juan, que eran considerados como columnas, nos dieron a mí y a Bernabé la diestra en sería de compañerismo”. Aun a uno relativamente extraño al grupo, era evidente quiénes eran las “columnas” de la iglesia local. Ojalá que la autoridad en todas las asambleas del pueblo del Señor estuviera en manos tan capaces.

 

 El procedimiento

Antes de convocar una reunión de toda la asamblea, y exponer a los miembros en general la posición que ellos tenían todo derecho a conocer, se siguió una agenda que aparentemente fue determinada por los líderes.

Pedro fue puesto como el primer orador. Su discurso fue como el hombre mismo: terminante, audaz y directo. Él comenzó con un repaso de lo que sus oyentes ya conocían: Que Dios le había escogido a él para abrir la puerta de la fe a los gentiles; su visita al centurión romano; la conversión de Cornelio; su recepción del Espíritu Santo;  su bautismo en agua como confesión pública de su fe en Cristo.

Este bautismo había causado sorpresa entre los creyentes judíos, Hechos 10.4, por cuanto fue evidente que Dios no había hecho aceptación de personas; a saber, entre judíos y gentiles bajo las condiciones del evan-gelio. Este fue el punto que Pedro subrayó. “Ahora, pues, ¿por qué tentáis a Dios?” 15.10. ¿Por qué rehusar a seguir el ejemplo divino, decía, aun cuando parece quitar barreras que habíamos reconocido por mucho tiempo?

Pablo y Bernabé siguieron. Ninguno de los dos intentó presentar argumento, sino simplemente relatar “cuán grandes señales y maravillas había hecho Dios por medio de ellos entre los gentiles”. Parece que su recuento fue convincente.

Jacobo, o Santiago, fue el último. Era el líder en la iglesia en Jerusalén, hermano camal del Señor y autor de la epístola que lleva su nombre. Le conocían como “Jacobo el justo”. Sus convicciones eran fuertemente pro-judías, pero tenía una mente equilibrada, cosa tan imprescindible entre los que conducen al pueblo del Señor. Así, sus palabras llevaron enorme peso.

 

La decisión

Su resumen fue: “Yo juzgo que no se inquiete a los gentiles que se convierten a Dios”, 15.19. Estos señores no iban a molestar a sus hermanos gentiles con las costumbres y ritos que ellos, los judíos, observaban. Simplemente, les exhortarían a abstenerse de ciertas costumbres que ellos, los gentiles, habían practicado, ya que tales costumbres no eran convenientes para creyentes.

La petición de Santiago prosperó. Los apóstoles, los ancianos y los hermanos, como dice 15.23, acordaron enviar un mensaje de saludo a sus hermanos gentiles en Antioquía y otras partes. Fue un mensaje ejemplar en su estilo y redacción, un modelo de diplomacia cristiana. Concluye con unas palabras llamativas: “Ha parecido bien al Espíritu Santo, y a nosotros, no imponeros ninguna carga más que estas cosas necesarias”, 15.28.

Resulta que era el Espíritu Santo quien realmente había presidido la reunión. La iglesia había reconocido su presencia y autoridad determinante. Fue por esto que se logró la unanimidad de criterio, y se vencieron prejuicios amargos, todo en un ambiente pacífico.

No es que la asamblea en Jerusalén haya enviado solamente saludos por carta, sino que enviaron “carteros” también. Sabiamente, escogieron dos de entre su propio grupo para acompañar a Pablo y Bernabé. Así, había dos de cada lado. Bajo este arreglo, los creyentes no judíos podían oir y leer todo lo que había sucedido en la conferencia de paz. Basándose en el ministerio de estos cuatro hermanos, los de Antioquía podían juzgar por sí mismos cuán apropiadamente se había manejado el asunto.

 

Segunda parte:     Hechos 15.35 al 41

 

El arreglo de los pasajes no es una simple coincidencia. El Espíritu Santo instruyó a Lucas, el historiador inspirado, en la presentación de lo que estamos considerando. En la primera parte del capítulo coloca el relato de la feliz terminación de la diferencia entre los creyentes judíos y los creyentes gentiles, pero casi enseguida narra otra que sin ser tan grave no se arregló tan felizmente.

Se trata de una disputa que no tenía por qué presentarse, y menos entre dos probados pioneros como Pablo y Bernabé.  Ningún asunto doctrinario estaba involucrado. Era simple-mente una diferencia de opinión personal, la cual se pudiera haber conciliado fácilmente al haberla tratado bien.

 

La historia

Los dos hermanos tuvieron una estadía larga en Antioquía, trabajando juntos y “enseñando la palabra del Señor y anunciando el evangelio con otros muchos”. Su objetivo era el de consolidar la iglesia nueva. Terminándose la estadía, Pablo propone a Bernabé: “Volvamos a visitar a los hermanos en todas las ciudades en que hemos anunciado la palabra del Señor, para ver cómo están”, 15.36.

No hay evidencia de objeción alguna de parte de Bernabé. Sin embargo, cuando quería llevar con ellos a su sobrino, Juan Marcos, en este segundo viaje misionero, Pablo discrepó fuertemente ya que en el primer viaje Marcos se había apartado del grupo, “y no había ido con ellos a la obra”, 15.38.

La contención entre los dos llegó a ser tan pronunciada que fue, como la palabra original indica, un paroxismo. Esto lo define el diccionario como “la exaltación extrema de los afectos y pasiones”. Aunque parezca increíble, el incidente condujo a una separación entre estos dos amigos íntimos, quienes juntos habían expuesto su vida muchas veces por el nombre del Señor Jesucristo, 15.26. Hasta donde sepamos, ni Pablo ni Bernabé fueron tan necios como para intentar a reunir seguidores parcializados en derredor suyo, y así ensanchar el problema, sino que cada cual se marchó por su propio rumbo.

 

La razón

El Espíritu Santo no hace comentario sobre quién tenía o no la razón en este caso tan lamentable. Se limita a decir que Pablo, con Silas, fue “encomendado por los hermanos a la gracia del Señor”. Por tanto, debemos tener cuidado al evaluar los hechos en lo que fue sin duda una manera incorrecta de tratar una diferencia entre dos líderes de la Iglesia.

Sin embargo, hay ciertos datos que conviene llevar en mente. Bernabé era tío de Juan Marcos y es casi seguro que había conocido de cerca su hogar en Jerusalén; es muy probable que él, Bernabé, estaba mejor informado que Pablo acerca de la condición espiritual de Juan Marcos. Salvo que yo esté equivocado, habría muchas conversaciones entre el tío y el hombre menor. Este Marcos, al cabo de unos años, habría visto su error cometido en aquel primer viaje, cuando los contratiempos resultaron ser más de lo que él podía sobrellevar.

Parece claro que Marcos se había ofrecido a acompañar a Pablo y Bernabé en otro viaje, ya que de otra manera este último no habría querido proponer su nombre. Si mi supuesto es correcto se ve que el hombre menor estaba consciente por su primera experiencia de qué debería esperar al hacer un segundo intento. Siendo así, él manifestó un espíritu valiente y un propósito firme de conquistar el terreno perdido. Cuán dichoso es saber que Dios en su misericordia puede anular los errores de su pueblo para la realización de sus propios fines.

 

Resultados positivos

Primero, se realizaron dos grandes expediciones evangelísticas en vez de una sola.  Bernabé y Juan Marcos fueron a Chipre mientras que Pablo y Silas fueron guiados más allá de su objetivo original para llevar el evangelio a Europa, con consecuencias de gran alcance.

Segundo, parece que Pablo se apartó momentáneamente de su tema, años después, para recordar su vieja intimidad con Bernabé y expresar su estima por él.  Nada se dice de que hayan vuelto a trabajar juntos, pero Pablo se expresa claramente en 1 Corintios 9.6 al preguntar: “¿Sólo yo y Bernabé tenemos derecho a no trabajar?”  Esto da a entender que el asunto había sido arreglado entre los dos.

Tercero, con el correr del tiempo, Pablo tuvo razones para cambiar su opinión acerca de Juan Marcos. En una época él tenía tan poca confianza en Marcos que aparentemente la asamblea en Colosas fue aconsejada a mantener alejado a éste. Pero ahora Pablo da instrucciones en el sentido contrario, diciendo: “Si fuere a vosotros, recibida”, Colosenses 4.10. Más tarde, Pablo precisa que Marcos es uno de sus “colaboradores”, Filemón 24. Esto es un cambio radical a lo relatado en Hechos 15. Poco antes de ser conducido a su muerte, el gran apóstol solicita con cierta urgencia a Timoteo: “Toma a Marcos y tráele contigo, porque me es útil para el ministerio”, 1 Timoteo 4.11.

Cuarto, pero no de menor importancia, cuando el Espíritu Santo escogió el instrumento para escribir la historia del Señor Jesucristo en su carácter del Siervo perfecto, fue Marcos el seleccionado. El segundo de los cuatro evangelios es claro y conciso en su presentación de Uno que nunca abandonó la obra y cuyo servicio público no conoció una falta de constancia.

 

La lección

Si alguna diferencia o discrepancia surge inesperadamente entre el pueblo del Señor, o entre grupos de creyentes, y ella amenaza una comunión que ha existido por años, debemos evitar actuaciones precipitadas. Reflexionemos sobre la manera correcta y la manera incorrecta de conducirnos en situaciones como las que están ilustradas en Hechos 15.

 

Cuando  nos  acusan  falsamente

adaptado

 

Hay pocas situaciones en la vida que prueban la paciencia de un cristiano concienzudo como la de ser descrito engañosamente. Es más fácil soportar la oposición del mundo que ser mal entendido por aquellos a quienes amamos y deseamos servir. Pero ha sido la experiencia de muchos creyentes. Su servicio ha sido interpretado erróneamente, y han sido acusados de motivos viles cuando en realidad han servido al Maestro de corazón puro. Muchos líderes entre el pueblo de Dios han procurado sinceramente el bien de ese pueblo pero  presentados como buscando lo contrario.

Así fue con David cuando descendió al valle de Ela. La historia está en 1 Sa-muel 17. Hablamos mucho de cómo mató a Goliat, pero quizás no prestamos la debida atención a cómo sus hermanos le trataron a él. Fue allí en obediencia a las instrucciones de su padre y como portador de su mensaje. Al llegar al valle, encontró las tropas de Israel en desorden y amenazadas por los filisteos. Su corazón se conmovió en celo por la honra de Dios. David comenzó a hacer preguntas muy apropiadas y a llamar las cosas por su nombre en presencia de sus hermanos.

Las palabras acertadas molestaron a su hermano mayor, Eliab. Pareciera que éste no sentía ningún cariño por David desde ese día cuando Dios había puesto los mayores a un lado y escogido al joven para ser ungido en presencia de los demás. La envidia latente en el pecho de Eliab se exteriorizó cuando David defendió la honra de Dios en Ela. El menor preguntó quién quitaría el oprobio de Israel. Refiriéndose a Goliat, añadió: «¿Quién es este filisteo incircunciso, para que provoque a los escuadrones del Dios viviente?» 17.26.

Oyendo Eliab cuando su hermano menor conversaba con otros, se encendió su ira contra David. Exclamó: «¿Para qué has descendido acá? ¿Y a quién has dejado aquellas pocas ovejas en el desierto? Yo conozco tu soberbia y la malicia de tu corazón, que para ver la batalla has venido,» 17.28.

Pero la soberbia estaba en Eliab y no en David. El mayor interpretó mal la misión del menor, y le acusó falsamente. David había venido del desierto, donde en otras ocasiones, a solas con Dios, había matado al león y al oso. Parece que sus hermanos ni sabían de esto. Si la soberbia y malicia hubiesen estado de parte de David, su muerte en las garras de esas fieras hubiera sido proclamada por Eliab desde Dan hasta Beer-seba. Es evidente que el mayor de la familia hubiera aprovechado cualquier oportunidad para minimizar el servicio de su hermano.

Por lo regular, un juicio severo de esta índole es una señal de la condición del alma del que lo hace. Es un síntoma de la presencia en uno mismo de lo que decimos ser la falta del otro.

Observemos cómo David reaccionó ante esta tergiversación, respondiendo: «¿Qué he hecho yo ahora? ¿No es esto mero hablar?» Y apartándose de él hacia otros … 17.28, 29.

Esta es la mejor manera de conducirse cuando desfigurado por un hermano, especialmente cuando creemos que la raíz del asunto es envidia o celos. No es fácil quedarse callado. Hay la tentación de tomar represalias, o por lo menos vindicarnos e insistir en nuestra inocencia. Pero la manera del Señor es de guardar silencio y sufrir el agravio, como nos enseña 1 Pedro 2.19 al 23: «Esto merece aprobación, si alguno a causa de la conciencia delante de Dios, sufre molestias padeciendo injustamente». Cristo «cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente».

El Señor ha permitido el asunto. Él tiene algún propósito acertado detrás de la infamia. Tarde o temprano hará justicia; Tiene su tiempo y su manera.

Una y otra vez ésta ha sido la experiencia de aquellos que, afligidos por las heridas hechas por una lengua que ha debido saber mejor, se han entregado a la oración y espera paciente. Cuando un verdadero hijo de Dios cae víctima de otro, siendo interpretado falsamente, puede estar seguro de que su causa está en las manos de Dios. «La venganza es mía; yo pagaré,» dice el Señor. «Allá en la gloria, delante del gran trono, Jesús, mi abogado, intercede por mí.   Mi causa en sus manos siempre prevalece; también abogado será El para ti».

 

 

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