Juan Marcos (#443)

Juan Marcos

Héctor Alves

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Salmo 37.37 manda a considera al íntegro, y mirar al justo; porque hay un final dichoso para el hombre de paz. Así Juan Marcos, no obstante su fallo al inicio de la carrera. Su final fue dichoso. Hacemos bien al considerarlo porque era lo que podríamos llamar un fracaso exitoso. Su vida, destacada en el libro de Hechos, puede ser dividida en tres períodos: su posibilidad, su problema y su provecho.

Su posibilidad

El sentido de Juan es don de Dios, y de Marcos resplandeciente. En Hechos 12.12 aprendemos algo de sus antecedentes y hogar. Tenía muchas ventajas cuando joven, porque la casa de su madre era uno de los lugares de reunión de la iglesia en Jerusalén. Esto le permitiría conocer a los apóstoles, y posiblemente llegó a confiar en Cristo bajo la influencia de Pedro, quien años más tarde se refirió a él como «Marcos mi hijo», 1 Pedro 5.13.

Encontramos a varios reunidos en la casa para orar. Qué privilegio ser criado en un entorno espiritual, y en esto hay un patrón para los padres en nuestros tiempos. Nada se dice del padre de Juan Marcos; posiblemente había fallecido. Sea como fuere, su madre figura como cabeza del hogar, y sin duda crió su hijo en la disciplina
y admonición del Señor, aun cuando fue Pedro que lo condujo a Cristo como Salvador.

Bernabé y Saulo llevaban a Marcos consigo en algunos viajes, 12.25. No sabemos quién tomó la iniciativa; posiblemente fue Bernabé, siendo tío del joven. Quizás Pablo vio que éste daba promesa, pero de lo que dice luego de Marcos sospechamos que era favorito de su tío ilustre. Es fácil comprender esto, pero queda la pregunta de si el nexo era más natural que espiritual.

Con todo, Juan Marcos tuvo la gran oportunidad de desarrollar su don. El que escribe se acuerda de cuando se asoció en una campaña pionera con un evangelista de varios años de experiencia y este le dijo: «Hace cierto tiempo ya que usted ganó la confianza de sus hermanos para ser renco-mendado a la obra del Señor, y ahora le toca mostrar que puede hacer la obra de evangelista». Así, nuestro pro-tagonista tomó su primer gran paso de fe para servir al Señor.

 

Su problema

Hechos 13.13 toca una nota triste: «Juan, apartándose de ellos, volvió a Jerusalén».
En el versículo 5 habíamos leído que le tenían por ministro, o auxiliar. Él había ofrecido ayudar a Bernabé y Saulo.

Creemos que es un ejemplo espiritual; un hermano joven debería comenzar su servicio con un siervo del Señor maduro en algo del papel de aprendiz. Marcos tuvo la oportunidad de estar con un hombre del tallo de Bernabé, «bueno y lleno del Espíritu Santo», y con aquel que iba a ser el apóstol a los gentiles.

No sabemos cuánto tiempo estaban juntos, pero Marcos descubrió que había más de lo que pensaba en desempeñar una obra pionera. Quizás en realidad nunca había contado el costo, como por ejemplo la soledad y las penalidades que antes desconocía. No todos pueden aguantar la mecha, y este hombre volvió a casa. La única luz directa que las Escrituras nos dan es la del 15.38: «se había apartado de ellos desde Panfilia, y no había ido con ellos a la obra». El finado Donald Ross lo explicaba de una manera peculiar a él: «Un día la mamá de Marcos estaba ocupada en planchar la ropa en la cocina y su hijo se presentó inesperada-mente. Le miró y dijo: ‘M’jito, placer verte’. ‘Sí, Mamá, y yo a ti, porque aquello no es juego de niños’».

Nunca sabremos los sentimientos de Juan Marcos, ni de su madre, en torno de esa defección; sin duda hubo pesar. Marcos había evitado la persecución feroz que los otros dos iban a recibir más adelante, pero su separación condujo a consecuencias dañinas en una ocasión posterior.

Después de años en la sombra, cuando posiblemente Marcos aprendió de su fracaso, su nombre aparece otra vez. Bernabé y Pablo van a viajar de nuevo, y da la impresión que Marcos ofreció acompañarles. Es evidencia de un espíritu loable que haya estado dispuesto hacerlo, y ahora con una mejor comprensión de lo que estaba involucrado.

Sin embargo, esto dio lugar a un incidente doloroso en las vidas de dos varones de Dios. Bernabé estaba resuelto llevar su sobrino con ellos pero Pablo no quiso debido a lo sucedido tiempo atrás. Las voluntades estaban enteramente cruzadas y los dos siervos se separaron. Bernabé llevó a Marcos consigo, porque posiblemente nunca había perdido confianza en él, o quizás sí pero la había recuperado. No es necesario que especulemos indebi-damente. Si Pablo era terco – y no lo creemos – más adelante iba a ser suficientemente magnánimo como para expresar afecto por Juan Marcos.

En fin, Marcos había sufrido un revés pero le fue dada otra oportunidad. Nos llama la atención que el Espíritu haya puesto una cortina sobre las labores de Bernabé
y Marcos pero ha relatado en cierto detalle las de Pablo y su nuevo compañero, Silas.

Transcurren unos años antes de que sepamos más de Marcos, pero lo que se revela es animador. En Colosenses 4.10 leemos de la pluma de Pablo: «Marcos el sobrino de Bernabé, acerca del cual habéis recibido mandamientos; si fuere a vosotros, recibidle». Ahora Juan Marcos era más maduro y más prudente.

Notemos bien cómo Pablo se identifica con estos dos, haciendo entrever que no guardaba rencor. Sí es cierto que el menor de ellos había perdido la confianza del apóstol en un período de su vida, pero nos agrada ver la que recuperó. Quizás la lección principal a ser aprendido de la vida suya es que un revés como este no señala el fin de un servicio y testimonio eficaz para Dios.

 

Su provecho

La culminación de la vida de este hombre, en lo que nos relata el registro inspirado, se encuentra en las palabras de Pablo en 2 Timoteo 4.11: «Toma a Marcos y tráele contigo, porque me es útil para el ministerio». Ministerio aquí expresa la idea de lo que leemos en Hechos 13.5: «tenían a Juan de ayudante». Es decir, Marcos podría servir a Pablo en la cárcel. El que falló ante el apóstol cuando joven cuenta con su recomendación años más tarde, entre las últimas palabras que Pablo escribió.

Adicionalmente, Juan Marcos fue el primero en recibir de Dios el encargo de escribir un relato de la vida de nuestro Señor sobre la tierra, y es en el Evangelio según Marcos que encontramos al Señor presentado como el Siervo fiel.

John Ritchie

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Aunque estamos acostumbrados a hablar del “Evangelio según Marcos”, es bueno recordar que el escritor de aquel Evangelio tenía dos nombres. En Hechos 12.12 es “Juan que tenía por sobrenombre Marcos”, Juan siendo su nombre judío y Marcos, o Marcus, su nombre romano y de uso corriente. Ya hemos señalado que escribió con lectores romanos en mente, y de toda probabilidad desde la ciudad imperial. De que tenía a gentiles por delante es evidente por ciertos detalles secundarios.

Por ejemplo, en el 2.18 él explica que los discípulos de Juan y los de los fariseos ayunaban, cosa que los judíos sabrían bien pero no así los gentiles. En el 11.13 dice que no era tiempo de los higos, un comentario innecesario para los moradores de Palestina. Y, uno observa la peculiaridad de Marcos de omitir casi de un todo citas del Antiguo Testamento pero de interpretar términos hebreos que serían extraños para lectores gentiles. Hay ejemplos en 5.41 y 7.11,34, donde traduce “Talita cumi”,  “Corban” y “Efata”.  El 11.17 habla de la casa de oración para todas las naciones, pero Mateo y Lucas no incluyen esa descripción.

 

El Evangelio de Marcos es el más reducido de los cuatro. Es un registro de hechos y no de palabras; los discursos encontrados en Mateo se omiten o se condensan. El Bendito Señor pasa ante nosotros como el incansable Siervo de Jehová y casi no podemos dejar de recordar las palabras proféticas de Isaías 42.1: “He aquí mi siervo, yo le sostendré; mi escogido, en quien mi alma tiene contentamiento; he puesto sobre él mi Espíritu; él traerá justicia a las naciones”.

Se nota que el Evangelio no comienza con una tabla de genealogía. La tal cosa puede ser necesaria para probar la realiza de Cristo en Mateo y su parentesco en Lucas, pero a uno no le interesa la genealogía de un siervo; lo importante es su capacidad para el trabajo.

Marcos comienza con una referencia pasajera al bautismo del Señor en el Jordán, ya que fue el punto de partida de su ministerio público: “… el tiempo que el Señor Jesús entraba y salía entre nosotros comenzando desde el bautismo de Juan”, Hechos 1.21,22. Luego se ocupa de una vez con las actividades del Siervo. Hay un sentido de urgencia en su narración. De las ochenta veces en el Nuevo Testamento que se emplea términos como “luego”, “en seguida”, e “inmediatamente”, la mitad están en este Evangelio. [Nota del traductor: En la Reina-Valera, como en el inglés que el autor usó, a veces se suprime el “luego”. Por ejemplo, el 1.21: “inmediatamente / luego entrando en la sinagoga …”.]

 

En el primer capítulo uno encuentra una serie de eventos en secuencia rápida: el bautismo del Señor, su tentación en el desierto, el encarcelamiento del Bautista, el llamado de Pedro y Andrés, el de Jacobo y Juan, la curación del inmundo, la sanidad de la suegra de Pedro, la escena contemplada en el himno, “De noche al descender el sol …”. la sanidad de un leproso, y finalmente “venían a él de todas partes”.

La misma nota de servicio compasivo e incansable está difundida a lo largo del registro de Marcos, y bien puede ser resumida en el tributo expresado por Pedro en Hechos 10.38: “Jesús de Nazaret … anduvo haciendo bienes y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él”. Está hermosamente acorde con el carácter de este Evangelio el hecho de que sus últimas palabras sean: “Ellos —los apóstoles— saliendo, predicaron en todas partes, ayudándoles el Señor y confirmando la palabra con las señales que la seguían”. El servicio activo continuaba.

¿No es llamativo que sea Juan Marcos, quien al comienzo era un siervo muy imperfecto —ya que les abandonó a Pablo y Bernabé en su primer viaje misionero— el escogido por el Espíritu de Dios para proporcionar el relato del Señor Jesús como el Siervo perfecto? Si Marcos hubiera estar vivo hoy, es de temer que sus hermanos no le darían una segunda oportunidad, pero la gracia de Dios perdona y restaura como muchos del pueblo del Señor no hacen, y el honor para esta tarea le fue concedido a este Juan Marcos.

 

Información acerca de la vida de este hombre no está a la superficie; tenemos que cavar para encontrarla, y aun deducir en algunas partes. Pero está allí, y digna de confianza.

Consideremos 14.51,52, donde se nos presenta “cierto joven” en un relato que tan sólo Marcos narra. Juan Marcos ha debido ser testigo de los acontecimientos acaecidos más temprano aquella tarde. Era el primer día de panes sin levadura, cuando la pascua debía ser realizada. Con gran deseo el Señor quería comer aquella pascua con sus discípulos antes de ir a la cruz. Dos de ellos (Lucas explica que eran Pedro y Juan) fueron instruidos a proceder a Jerusalén con cautela (ya que el Señor sabía que sus enemigos buscaban su vida) y preparar la fiesta. Parece evidente que el Señor ya había hecho preparativos provisionales para utilizar una casa en la periferia de la ciudad, adyacente al Monte de Olivos. Esto lo entendemos por el hecho que los discípulos serían dirigidos al sitio apropiado.

Un hombre llevando un cántaro de agua —una cosa poco común, tratándose de una labor para mujeres— fue la seña preestablecida. Es más, las palabras del 14.14 [como figuran, por ejemplo, en la Nueva Versión Internacional] “¿Dónde está mi aposento?” dan a saber que una cámara había sido puesto aparte para su uso. Era una pieza amplia en la segunda planta, y un sitio histórico, por cuanto fue no tan sólo la escena de la última pascua sino también a la postre del nacimiento de la Iglesia de Dios sobre la tierra.

Fue en esta misma cámara que los discípulos se reunieron al haber encontrado vacío el sepulcro, y parece haber sido su acostumbrado sitio de reunión. Fue aquí en la tarde del primer Día del Señor que el Señor resucitado se presentó súbitamente y les mostró sus manos y sus pies.

Fue a este “aposento alto” que volvieron los discípulos una vez ascendido el Señor, y por lo menos algunos de ellos moraban allí, Hechos 1.13. Parece que fue a este mismo lugar que acudió Pedro al haber sido librado milagrosamente de la cárcel, encontrando que una reunión de oración estaba en progreso. Es en relación con este evento que se nos cuenta que se trataba de la casa de “María la madre de … Marcos”. Nada se dice en Hechos 12 del padre de familia, pero Marcos 14 sí hace mención específica de “el señor de la casa”. Se puede conjeturar que se trata de un núcleo de seguidores secretos de Jesús y que uno de ellos murió en el intervalo. La señora era de la misma fe que su esposo y, difunto él, puso la casa a la orden de los discípulos.

 

Ahora, consideremos por un momento dónde Marcos entra en el relato. Ya hemos visto que era un joven cuando se celebró la pascua en casa de su padre, y es de pensar que se dio a escuchar la conversación. Lo que oyó habrá dejado una impresión indeleble en su mente. Fue casi a medianoche que se marchó el grupo, y este joven —estamos sugiriendo que fue Juan Marcos— fue tras ellos. Vestía solamente un sindon, o sea, interiores de lino que usaba la gente acomodada, 14.51. Tal vez salió aquella noche por curiosidad, pero más probable por cierta convicción, basada en lo que vio y oyó, que algo grave iba a suceder.

Aparentemente continuó hasta el Getsemaní; vio los discípulos dormidos; vio que el Señor se retiró parte; escuchó el “gran clamor y lágrimas” de “Padre, aparta de mí esta copa; mas no lo que yo quiero, sino lo que tú”. Luego entró la banda de malvados; sucedió el forcejeo en la oscuridad, cuando Pedro sacó su espada; y, la huida ignominiosa de los discípulos. De alguna manera el joven se encontró envuelto en el encuentro. Los soldados intentaron apresarle, pero él huyó, dejando su sindón como “rehén”, y llegó asustado a la casa paterna. ¿Podemos negar que la noche de la traición haya significado una profunda crisis espiritual en la vida de Marcos?

Cuando Pedro, posterior a su negación, fue restaurado al Señor y al liderazgo entre los discípulos, parece que haber tenido la casa de la madre de Juan Marcos como el hogar suyo, y parece que fue el medio para llevar a éste al Señor, por cuanto habla en 1 Pedro 5.13 de “Marcos mi hijo”. Con el tiempo floreció una amistad estrecha entre el mayor y el menor, y la mayoría de los estudiosos de la Biblia creen que fue de Pedro que Marcos recibió mucha de la información que está entretejida en su Evangelio. Es evidente que se trata de eventos conocidos a un testigo ocular —lo cual Marcos no era— y el lector cuidadoso notará un toque petrino en el escrito de Marcos.

 

Él fue destinado a servir con dos otros hombres destacados: Bernabé y Pablo. Ellos habían ido a Jerusalén para entregar el donativo de la asamblea en Antioquía —un gesto loable de parte de una joven iglesia de gentiles hacia creyentes judíos en un momento de angustia— y, como Bernabé era tío de Juan Marcos (algunos comentaristas dicen que era primo hermano), ¿qué sería más probable que visitasen en casa de la madre de Marcos en su viaje?

 

Posteriormente, estos dos empren-dieron su primer gran viaje misionero, y sin duda fue en respuesta a su propia solicitud insistente que Marcos fue permitido acompañarles como asistente. El mismo ardor que años antes le condujo a salir de casa a medianoche para seguir hasta el Getesemaní, ahora le impulsó a ofrecerse como colaborador de estos dos veteranos en su viaje arriesgado que a la postre les llevó a través de las temidas montañas de Taurus donde abundaban bandoleros y otros peligros.

Juan Marcos no había contado el costo como ha debido hacer, y por esto se echó para atrás, para regresar a la casa materna, tan pronto que llegaron a la costa de Panfilia. Aquel comienzo insatisfactorio bien ha podido eliminar cualquier posibilidad de ser de utilidad en el futuro, pero parece que fue más bien el comienzo de mejores tiempos. Qué examen propio de su corazón él habrá tenido al reflexionar sobre su cobardía, no podemos saber, pero nosotros que hemos fracasado de una manera parecida deberíamos com-prender.

Lo que sabemos es que cuando Pablo y Bernabé contemplaban la posibilidad de otro viaje, Juan Marcos quiso ser incluido de nuevo. Si bien es cierto que esto dio lugar a un serio desacuerdo entre los dos consiervos, Juan Marcos no era culpable; al contrario, manifestó una buena actitud al ofrecerse para lo que el viaje podría involucrar. Bernabé, el hijo de consolación según Hechos 4.36, era el más tierno de los dos. Cuando Pablo no quería la compañía de Marcos, Bernabé le tomó, y la tradición afirma que el menor estaba presente cuando el mayor murió como mártir.

Hay cierto indicio que Pablo se apresuró en su juicio y llegó a reconocerlo. Lo cierto es que tuvo la gracia de escribir, años más tarde, “… Marcos, el sobrino de Bernabé, acerca del habéis recibido mandamientos, si fuere a vosotros, recibidle”, Colosenses 4.10.

En su última carta desde la cárcel romana, escrita a Timoteo poco antes de morir, Pablo piensa de nuevo en Marcos. “Toma a Marcos y tráele conmigo, porque me es útil para el ministerio”, 2 Timoteo 4.11. Algunos que afirman que un hueso puede llegar a ser más fuerte que era antes de haber sufrido una fractura. Sea como fuere, este hombre llegó a ser una ayuda idónea precisamente en el ministerio en el cual una vez había fracasado, y yergue para nosotros como gran estímulo a proseguir aun si una vez nos hayamos extraviado del camino.

Al leer el segundo Evangelio, reflexionemos sobre el trasfondo y experiencias de su escritor. El presenta al Siervo de quien se profetizó en Isaías 42.4: “No se cansará ni desmayará”.

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