Leyendo día a día en las Epístolas de Juan | Introducción a las Epístolas de Juan | Carácter desvelado en 3 Juan (#811)

 

Leyendo  día  a  día  en  las  Epístolas  de  Juan

E. R. Shotter, Northampton, Inglaterra
Day by day through the New Testament
Precious Seed Publications

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Introducción

Cuando el Señor habló a Ananías acerca de Saulo de Tarso, dijo: «Instrumento escogido me es éste, para llevar mi nombre en presencia de … reyes». Pablo lo hizo, y publicó el evangelio de la salvación conforme a la revelación que recibió del cielo. Juan era de carácter diferente. Era compañero de los otros cuatro apóstoles más conocidos: Pedro, Jacobo, Andrés y Felipe. Nunca se exhibió como líder de ellos, pero con todo tuvo una influencia real sobre ellos.

Era de espíritu retraído y pensativo. Así como el apóstol a los gentiles, Juan fue escogido para llevar el nombre del Hijo de Dios ante sus concreyentes. Así como María que se sentó a los pies del Maestro y oyó sus palabras, Juan llegó a ser un asociado cercano del Señor al contemplar su Persona. A él le debemos mucho de lo que sabemos de nuestro Salvador, el Hijo de Dios.

El ministerio de Juan era tanto escrito como oral. En su ministerio escrito, Juan dejó en claro que no está escribiendo para reemplazar la palabra de verdad. Escribe a quienes conocían la verdad, 1 Juan 2.21. Él no emite ordenanzas para la iglesia, sino afirma: «no tenéis necesidad de que nadie os enseñe». Ya estaban instruidos.

Esto nos lleva a la importancia de prestar atención a la lectura de la Palabra de Dios y meditar sobre ella como nuestra alimentación diaria. «… ocúpate en la lectura, la exhortación y la enseñanza», exhorta Pablo a Timoteo. El don que Dios ha dado a su Iglesia en la forma de ministerio escrito nunca debe reemplazar ese ejercicio diario, como tampoco debe ser subestimado y rechazado. Su función debería ser más bien la de confirmar el ministerio del Espíritu Santo cuando dice: «Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad», 2 Timoteo 2.15.

¿Pero qué del ministerio oral de Juan? Dice en la segunda y la tercera Epístolas que no escribirá. Él procurará en lo posible estar cara a cara con su pueblo amado, bien sea en el hogar, como en el caso de la hermana elegida, para beneficio mutuo, o con Gayo en relación con dificultades en la asamblea. Se ven sabiduría y tacto en esto. Parece que reserva su pluma, tinta y papel para aquellos demasiado lejos para ser visitados.

capítulo 1
La comunión verdadera

En estos tiempos vivimos en un mundo de tanto apuro y preocupación que los hombres quieren buscar los lugares apartados de paz natural que pueden restaurar a uno aquel reposo mental que ha sido erosionado por el estrés y las cuitas del quehacer diario.

Juan le da al creyente una receta que es más que sublime, y con todo es esencial para su bienestar espiritual. Su lenguaje brilla por su sencillez: oímos, vimos, contemplamos y palpamos la Palabra de Vida. Declara Pablo: «La fe es por el oir, y el oir, por la palabra de Dios», Romanos 10.17. El salmista, por su parte, dice del varón bienaventurado que él medita en la ley de Jehová de día y de noche. Horacio Bonar escribió (y el señor Speare tradujo): «Aquí tu rostro puedo ver, Señor; a lo invisible alcanza aquí la fe».

Lo que Juan aprendió de la Palabra de Vida es para nosotros también. Por ella podemos oir al Espíritu Santo comunicándonos la Luz que Dios es en esencia. Por fe podemos ver «la gloria de Dios en la faz de Jesucristo», 2 Corintios 4.6. Podemos contemplarla hasta decir, con el salmista de nuevo: «Una cosa he demandado a Jehová, ésta buscaré; que esté yo en la casa de Jehová todos los días de mi vida, para contemplar la hermosura de Jehová, y para inquirir en su templo», 27.4. La oración nuestra es la más favorecida, porque solamente «el unigénito Hijo que está en el seno del Padre … lo ha dado a conocer», Juan 1.18.

Al declarar Juan lo que él mismo había experimentado, quiere que lo compartan todos los creyentes. «Nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo». ¡Es la comunión auténtica! ¿Pero cómo se obtiene? Pues, ¿acaso algunos de nosotros no cantamos: «En la luz de tu presencia quiere mi alma siempre estar»?

Son inseparables la luz y la verdad, así como van mano en mano el pecado y las tinieblas. Por esto se nos habla de la más absoluta santidad de Dios, lo conspicuo de una mancha de pecado y la necesidad de que sea limpiada, si es que aquella comunión va a ser resguardada. Vemos también la provisión para esa limpieza y la necesidad de confesar el pecado.

Finalmente, se destacan las condiciones que fomentan la comunión y las causas que hacen perderla. Que aprendamos disfrutarla de veras.

2.1 al 11
La luz y las tinieblas

Hay Uno sentado en la presencia de Dios en virtud de una obra consumada, quien satisface perfectamente al Padre y se ha responsabilizado por atender a todo lo concerniente a sus hijos. La pureza de la luz de la morada de Dios no permite pecado ninguno, pero la naturaleza del hombre es pecaminosa. Es cierto que nuestra comunión no permite que el pecado nos caracterice, pero habrá ocasiones cuando sí pecamos debido a nuestra naturaleza, y por esto precisamos de Aquel que está delante de Él continuamente para abogar nuestra causa.

Él es Jesucristo el Justo. No nos atrevemos a valernos de esta provisión que Dios ha hecho como una excusa para las fallas inevitables. Es una protección que apela ante la ira de Dios por todos nuestros pecados (y por los del mundo) a lo largo de todo este extenso día de la gracia. Jesucristo es entonces la propiciación (el lugar favorecido) por medio de quien podemos conocer a Dios.

¿Pero qué confianza podemos tener de que le conocemos? El cumplimiento con, o la vigilancia de, sus mandamientos, la protección de sus preceptos para que no se pierda ninguna de ellos ni se lesionen – éstas son evidencia de cuánto le conocemos, porque quien no le conoce tampoco estimará sus dichos. El amor de Dios se forma y se desarrolla en el creyente, y su deseo será andar como su Salvador anduvo, en comunión constante con el Padre. Si el hijo de Dios anda así en amor, se encontrará viviendo a la luz de la presencia divina, de manera que le será revelada la luz que está en Cristo y en el creyente. La Luz verdadera brilla siempre, y en la medida en que cada alma encuentra aquella Luz verdadera, las tinieblas desvanecerán para él o ella, ya que la luz y las tinieblas no pueden convivir.

¿Qué queremos decir por ‘las tinieblas’? No es que estamos en un lugar donde no hay luz y por esto vamos a tientas, ni es tan sólo que Dios es luz y no le comprendemos (aunque estas son verdades), sino es que las tinieblas (no alguna penumbra) es el dominio de Satanás. Él es la autoridad sobre las tinieblas.

Así que, afirma Juan, el que aborrece a su hermano es de aquel reino. Para Juan no hay mediatintas; es la luz o son las tinieblas. Que se nos encuentren amando a nuestros hermanos, y que no demos causa de tropiezo.

2.12 al 29
El Cristo y el Anticristo

En esta porción el apóstol habla de su ministerio escrito: escribo, he escrito y no he escrito. Estas afirmaciones muestran claramente el propósito de la carta: Juan quiere animar a los que conocen la verdad, y de esta manera confirmar la Palabra de Dios para ellos. No escribe para presentar novedades, sino para cementar lo que les había revelado – tanto jóvenes, los ya desarrollados y los maduros en la fe. El Padre les había revelado a Cristo y Juan no quería que fuesen desviados de Él por los que se oponían.

La Escritura denomina el mundo aquel esquema (inclusive lo que aceptamos como bueno, correcto y honorable) que está formulado de la voluntad del hombre sin Dios y energizado por Satanás. Demasiadas veces nuestros pensamientos lo perciben como lo que es malo en el hombre, y de esta manera nos pueden engañar. Se encuentra en Génesis 3, donde «veía la mujer que el árbol era bueno para comer» (los deseos de la carne), «y que era agradable a los ojos» (los deseos de los ojos) «y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría» (la vanidad de la vida).

Aquí se ven la voluntad del hombre y los principios del sistema del mundo. Juan dice que son tan opuestos el amor del mundo y el amor del Padre que un hombre no puede tener ambos. Aceptar el uno es negar el otro. El ritmo de esta negación parece acelerarse con el correr del tiempo y hay muchos anticristos – no el Inicuo – opuestos a la doctrina de Cristo en su pureza. Ellos se separan del conjunto de creyentes para que se sepa de dónde son.

El creyente tiene la unción del Santo; el Espíritu de verdad mora en él y por ende está dotado de conocimiento de qué es la verdad y qué es la doctrina de este sistema del mundo. Él está consiente de Aquel que es santo, y también de aquellos que practican la justicia deben ser de Él. Debido a esto se exhorta al creyente a permanecer en el Espíritu quien le ha enseñado que al hacerlo puede tener confianza, y no vergüenza, en el día de la venida del Señor.

Al aceptar al Hijo, el creyente acepta también al Padre y de esta manera es puesto en una esfera nueva. Que nosotros, entonces, apreciemos más efectivamente lo que esta nueva relación involucra.

3.1 al 10
Hijos de Dios e hijos del diablo

En la entrega anterior llegamos al punto donde aquellos que practican la justicia son nacidos de Dios, y ahora veremos algunas características de la familia suya, y también características de la familia del diablo.

El pensamiento que motiva toda la familia de Dios es el tipo de amor que nos abraza. ¿Puede haber alguna brecha mayor que aquella que separaba al hombre, con sus concupiscencias materiales, y el amor generado de Dios «derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo»? ¡Qué de amor! Pero no es todo; Juan prosigue: «Ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es», v. 2. Es decir, seremos justos, puros en todo aspecto y conformados a la imagen del Hijo.

Hermanos míos, ¿pueden concebir qué quiere decir esto? Pero Juan abunda: «Todo aquel que tiene esta esperanza (fijada en Cristo) en él se purifica a sí mismo, así como Él es puro». Y esto debe ser la ambición de todo hijo de Dios. Puede ser que peque, pero no será su continuado estilo de vida, porque acude a Aquel en quien no hay pecado, para que sus pecados sean quitados. Queremos hacerlo con toda prontitud.

La naturaleza del diablo desde el principio es el de un homicida que no ha permanecido en la verdad, Juan 8.44. Sus hijos reciben esa naturaleza así como los hijos de Dios reciben el amor suyo. El homicidio emana del odio, el orgullo, los celos y toda obra mala. Pero es de esperar que el mundo nos aborrezca, porque no le conoció a Él, el Dios en quien mora la verdad y el amor que trae la paz.

Ahora el apóstol abunda sobre nuestro conocimiento del 2.29: «todo el que hace justicia es nacido de él». Aquellos que practican la justicia son justos, así como Él los es. La diferencia es pronunciada: «toda injusticia es pecado», 5.17, y «el que practica el pecado es del diablo», además de que «el que no ama a su hermano, no es de Dios». Cristo fue manifestado para destruir las obras del diablo, haciendo posible que los creyentes practiquen la justicia y amen a sus hermanos.

Sigamos a Aquel que dijo: «Me es necesario hacer las obras del que me envió, entre tanto que el día dura», Juan 9.4. Al hacerlas, quedará muy evidente de cuál familia somos.

3.11 al 24
El amor y el odio

En el sistema del mundo dominado por la voluntad del hombre irregenerado, son evidentes las emociones que resultan. El orgullo puede ser perturbado por las acciones de otro, y podemos rumiar sobre lo injusto de esto y engendrar envidia, enojo, mal genio y odio. En algunos casos son fatales las acciones, o las palabras, que estas emociones disparan.

El que no ama al hermano «permanece en muerte», lo cual necesariamente tiene que significar que está apartado de Dios. El odio al hermano equivale el homicidio por cuanto el pensamiento es padre del hecho, y se ve que la vida eterna no permanece en esa persona.

Caín intentó tomar una iniciativa correcta por un método incorrecto (el de su propia voluntad), no obstante lo que sus padres indudablemente le habían enseñado sobre cómo acercarse a Dios. Su orgullo fue herido al ver que la ofrenda de su hermano fue aceptada; él guardó resentimiento y lo mató. Este principio impera en el mundo, y por esto puede evidenciarse el aborrecimiento hacia aquellos que no lo practican.

Otro principio, opuesto al odio, domina a los que son nacidos de Dios y se demuestra por el amor (pero no hace gala de sí mismo). Se expresa en el cuidado de aquellos que están en circunstancias adversas, no en una mera caridad fría, sino en hechos de valor o aun en dar la vida misma. Podemos sentir que daríamos nuestras vidas por Él, pero titubear ante la posibilidad de darla por cualquiera de nuestros hermanos. ¡Pero Él puso la vida por los que no le habían hecho nada! El amor que Dios demanda es a la vez activo y verídico. No tiene motivos ulteriores, sino es diáfano en su pureza.

Nuestros corazones, o conciencias, responden a nuestra conciencia de identidad propia, y como aquellos de Romanos 2, nos acusan o nos excusan. El corazón, así como nuestra naturaleza, está manchado de pecado; Dios la usa a veces para impulsarnos o refrenarnos, pero no es infalible. Dios sí lo es; Él lo sabe todo. ¡Qué consuelo! Pero debemos recordar que su juicio justo de nuestros motivos puede convalidar solamente nuestras acciones que sean justas.

Al ser así, tenemos confianza ante Dios cuando nuestros corazones no nos apuntan con dedo acusador y estamos guardando sus mandamientos y amando a nuestros hermanos en la práctica. En estas condiciones, y solamente en ellas, podemos recibir lo que le pedimos a Él. Quiere decir que Él disfrutará de nuestra obediencia, y nosotros de su presencia. Es un don del Espíritu que mora adentro.

4.1 al 6
Verdad y error

De una manera tierna pero a la vez muy positiva, Juan, el apóstol del amor, deletrea la verdad de dos esferas en las cuales es posible vivir. Él progresa en su Epístola, pero de tal forma que deja espacio para repetir una declaración y así enfatizar su importancia.

Desde un ángulo u otro Juan muestra claramente que las dos esferas abiertas al hombre son enteramente opuestas entre sí. No se adhieren si uno intenta mezclarlas. También deja en claro que el hombre tiene una responsabilidad ante ellas y debe elegir; la una será para su bien eterno y la otra para su pesar sin fin.

Se ha dicho que el Padre dispone, el Hijo obra y el Espíritu testifica. Esta Epístola lo corrobora, como se ve en los versículos que tenemos por delante. Si hay una cosa por encima de otra a la cual el Espíritu testifica, es a la Persona y la Deidad del Señor Jesucristo. Podemos suscribir al hecho que Jesucristo es divino, que es Dios, y con todo no reconocer su encarnación. Sostener este criterio milita enteramente contra el propósito divino detrás de su encarnación, y por lo tanto es «anticristo». Negar su encarnación es negar su deidad y preexistencia, porque sin éstas aquélla sería imposible.

Entonces si falsos profetas han salido por el mundo, 2.19, 2 Juan 7, puede ser solamente que, motivados por el espíritu de error, ellos persiguen falsificar la doctrina del Cristo. Cuán necesario es tener una buena comprensión de la Palabra de Dios y conocer la presencia del Espíritu en uno mismo para estar en condiciones de discernir entre el Espíritu de verdad y el espíritu de error – no en la cabeza, sino en el corazón; no teóricamente, sino prácticamente.

El testimonio de cada cual es claro. El uno es del mundo y el otro de Dios. Por cuanto Dios ha dado su Espíritu a morar en nosotros, 3.24, no podemos sino vencer, porque su Espíritu (el Espíritu de verdad) es mayor que el espíritu en el mundo (el espíritu de error). Por esto, mientras le escuchamos y permitimos que su testimonio a Cristo fluya de nosotros por vida y palabra, seremos más que vencedores por medio de Aquel que nos amó.

En este capítulo y en el último, se nos aseguran de su morada y su testimonio. Queremos absorber estas enseñanzas juaninas para que fruto abunde para la gloria de Dios.

4.7 al 21
Amor y temor

Este pasaje enfatiza por repetición. Mucho de lo que el apóstol dice aquí ya lo ha dicho en capítulos anteriores, pero él siente la necesidad de reafirmarlo, y lo hace de una manera progresiva. Escribe de la manifestación del amor de Dios, empleando varios en esto. Tres de ellos son:

Dios envió a su Hijo para hacer posible que seamos hijos, v. 9.

Nos ha dado de su Espíritu para que more en nosotros, v. 13.

Nos ha dado confianza porque nos ve cómo ve a su Hijo, v. 17.

Estas son tres de las verdades que Juan presenta con en esto, y veremos ahora algo de lo que dice.

Así como la naturaleza de Dios es luz, también es amor. Hemos visto que la luz es absoluta, y ahora vemos que el amor es absoluto. Dios es amor, y nada puede alterar o diluir esta realidad. El amor es completo en sí.

Se manifiesta en que Dios compró el obsequio de vida para nosotros por medio de su Hijo. La calidad y magnitud de aquel amor se ve en su don y el efecto que tiene, a saber un lugar favorecido para nosotros. Por esto debemos amar, no con un mero sentir natural para con el semejante, ni por sentimentalismo, sino como Dios mismo – ¡cuando éramos enemigos! Esto hace ver que tenemos vida, que somos nacidos de Dios. Una ausencia de este amor hace ver lo opuesto.

También leemos de la conservación de aquella vida. Moramos en Él, quien nos ha dado de su Espíritu para asegurarnos de que es así. Por la confesión del Señor como Salvador e Hijo de Dios nosotros moramos en aquel amor absoluto, y el amor mora en nosotros. Ciertamente esto nos permite amar a nuestros hermanos.

Es más: la calidad de nuestro amor está en función del trato de Dios para con nosotros. Su Hijo no es del mundo y lo relevante a esa esfera no puede aplicarse a Él. Él no está bajo el juicio del mundo, ¡y Dios nos ve a nosotros como le ve a Él! No le tememos porque el amor está perfeccionado en ambos, y esta confianza ante Él debe darnos más coraje ante nuestros prójimos.

Él es el amor; nosotros respondemos. Pero esto puede ser práctico y real sólo al amar a nuestros hermanos, y de otro modo no es más que una mentira afirmar que vivimos en Dios o lo amamos. Señor, enséñanos el sentido del amor, para que vivamos como viviste en el mundo.

5.1 al 15
Testimonio y confianza

Creer en este versículo de apertura debe infundir aliento en el creyente propenso a duda de que Dios le haya aceptado. ¿Él cree que Jesús es el Enviado de Dios? Si es que sí, es nacido de Dios y por esto debe ser aceptado como hijo suyo. Además, cada persona así nacida da evidencia de amar a todos los demás en la relación de «la sangre preciosa» con él en la familia de Dios. Posiblemente no suscribimos a todo lo que ellos creen, pero debemos tener cuidado a no despreciarles. «A unos que confiaban en sí mismos como justos, y menospreciaban a los otros, dijo también esta parábola: … cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido», Lucas 18.9 al 14.

En esta declaración, guardar los mandamientos de Dios hace saber nuestro amor por los hermanos, a diferencia del amor que ellos tienen por nosotros. Hemos visto ya lo que significa «el mundo», y quizás hemos pensado que no somos parte de él. ¡Haríamos mejor al profundizar más y encontrarnos allí! La fe que nos es dada debe ser vista primeramente como vencedor del mundo en nosotros antes de que puede triunfar sobre el mundo fuera de nosotros. ¿Quién es el vencedor? Es el que tiene a Cristo como el Hijo de Dios.

En los vv 6 al 8 encontramos una declaración difícil de entender, y una que se presta a divergencia de opinión: «Este es Jesucristo …» Veámosla en su contexto. Por lo menos cuatro veces en estos quince versículos se habla del Señor Jesucristo como el Hijo de Dios, y también se habla de Él como el Cristo. Al ser juntados, estos títulos nos muestran claramente su preexistencia y su encarnación; o sea, su humanidad. Al comienzo de su ministerio público uno le vio y dio testimonio, y de nuevo al final de este ministerio, Juan 1.34, 19.35; y, si incluimos el testimonio del centurión, Marcos 15.39, encontramos que estos testimonios afirman que Él es el Hijo de Dios. Así, prosigue el apóstol: «Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna, y para que creáis en el nombre del Hijo de Dios», v. 13, y esta atestación inspira fe en Él.

Hemos notado varias cosas que son sencillas en sí pero están diseñadas a hacernos conocer los hechos fundamentales de nuestra fe. El apóstol repite que está insistiendo en estas cosas para que sepamos la voluntad de Dios y pedir, no con «si es tu voluntad», sino conforme a esa voluntad. Si lo hacemos su oído va a estar siempre abierto para nosotros y, por estar en línea con lo que Él quiere, nuestras peticiones serán respondidas. Todo esto nos hace reconocer la necesidad de estudiar su Palabra para discernir la voluntad del Señor.

5.16 al 21
Discernimiento y devoción

Esta porción final de la Epístola nos presenta un efecto muy práctico de conocer la voluntad de Dios. Sabemos que Él no quiere la muerte del impío, Ezequiel 33.11, y en vista de estos debemos ejercer discernimiento muy cuidadosamente ante la oración de aquellos que dicen que «sabemos que tenemos las peticiones que le hayamos hecho». Sería un asunto tan serio pedir por uno que ha pecado un pecado a muerte como sería presumir aquel pecado en uno que no lo ha cometido. Hacer lo uno o lo otro sería contravenir la voluntad divina.

Tampoco podemos buscar una salida «fácil», porque debemos conocer esa voluntad, y en este caso el asunto no daría lugar a dificultades. Vienen a la mente Nadab y Abiú, Números 3.4; los diez espías, 14.11; Coré, Datán y Abiram, 16.27,32,33; Uzías, 2 Samuel 6.7; el varón de Judá, 1 Reyes 13; y Ananías y Safira, Hechos 5. Cada uno de estos murió de una manera anormal, consecuencia de su conducta ante el Señor, y en cada caso parece que ellos se caracterizaban por osadía. La advertencia de Números 15.30,31 es para quien «tuvo en poco la palabra de Jehová …», y en Mateo 12.31,32 el Señor advierte sobre blasfemia contra el Espíritu Santo. Si estos incidentes en las Escrituras son para nuestra instrucción, debemos tener el cuidado del salmista en su oración: «Preserva también a tu siervo de las soberbias; que no se enseñoreen de mí», 19.13.

Ahora Juan declara de nuevo, y claramente, dónde está cada cual. Está devoto al Padre y se guarda en esta condición para que el Inicuo no le eche mano, o está en el abrazo de éste, sin ayuda e inconsciente.

Al cerrar su Epístola Juan resume todo lo que ha venido advirtiendo, exhortando sencilla y tiernamente: «Hijitos, guardaos de los ídolos» (como una centinela). Se puede ver un ídolo; no se pueden ver con el ojo físico todas las cosas que él ha mencionado, pero están evidentes al discernimiento espiritual. El Dios verdadero es invisible y nunca será visto sino a través de Jesucristo, quien es a la vez aquella vida eterna de la cual Juan habla. Que entremos en la plenitud del ministerio de este apóstol.

2 Juan
El círculo que es el hogar

El Espíritu Santo nos ha dado esta Epístola para estos tiempos peligrosos para la santidad de nuestros hogares. Es una hermosa exposición sobre las palabras de Pablo en Tito 2.5: «cuidadosas (guardianes) de su casa».

Esta hermana tenía su casa abierta para otros y procuraba criar sus hijos en la senda de la verdad. Cuán importante es esto, especialmente al estar vinculado con el amor, como aquí. La verdad es básica, pura e inalterable, y se menciona en primer lugar. El amor es emocional; a menudo es innoble y vacilante, pero brilla al ser anclado en la verdad.

El testimonio de esta buena mujer está desplegado por esa obra de guardián en el hogar que condujo a algunos de sus hijos a andar en la verdad, y sin duda ella oraba por los otros, aun mientras se afligía por ellos. El anciano, con «todos los que han conocido la verdad», reconoció esto al disfrutar de la hospitalidad de ese hogar en su cuidado pastoral personal y por carta. Ahora quiere animar a la hermana que ande en el mandamiento del Señor que ande en el amor. Sin duda venía haciéndolo, pero él recalca que un hogar establecido en la verdad debe ser energizado por el amor.

Para mayor meditación y fuerza, el anciano hace resaltar la verdad fundamental de Cristo, que es central al hogar cristiano. Abarca la deidad de Cristo, la unidad entre Padre e Hijo, la encarnación en armonía con la voluntad del Padre, su humanidad intachable que culminó en su muerte expiatoria, la resurrección y ascensión, su glorificación y su exaltado oficio de sacerdote. ¡Temas nobles para consideración en el hogar! Ellos protegen a sus miembros de los ataques que saben a anticristianismo y abundan allí afuera.

Rodeados de fuerzas de verdad, amor y enseñanzas acerca de Cristo, estamos habilitados para resistir a los mensajeros del mal que nos niegan estas doctrinas. No les damos siquiera entrada en el hogar. Cristo participó de sangre y carne para santificar a sus hijos, Hebreos 2.14, pero en contraste nosotros no participamos de sus obras malignas, sino nos mantenemos separados a Aquel que nos llamó de las tinieblas a la luz. ¡Qué Él llene nuestro hogar!

3 Juan
La esfera que es la iglesia local

La tercera Epístola complementa la segunda como dos páginas de un libro abierto, dando práctica después de precepto. El anciano continúa su obra pastoral al elogiar la vitalidad espiritual y el cuidado ante la debilidad física. En la segunda carta el mal estaba afuera y buscando admisión a través de aquellos que no traían la doctrina de Cristo, pero en ésta el mal está dentro de la asamblea y echando fuera a los que desearían obrar por el nombre de Cristo.

El elogio acordado a Gayo nos hace saber algo de la hospitalidad en el hogar y en la asamblea. Él no sólo había llevado a casa  a estos hermanos, y a extraños, y les había atendido, sino también había aportado a sus esfuerzos de una manera digna de Dios mismo. Es necesario proveer para el presente, pero sin olvidarse del futuro. Al circular entre las asambleas, aquellos que habían salido en entera dependencia del Señor hablaban de la bondad de Gayo, cosa que debe estimular en nosotros el deseo de imitarle.

El Creador ha dado a cada cual una personalidad propia y esta se expresa por ahora en un cuerpo que está manchado de pecado. Algunas personalidades son muy fuertes, como vemos en Diótrefes. Él desea el lugar de Cristo en la asamblea, el de la preeminencia. Esto entristecía al anciano. Quizás le vino a la mente de Juan el día cuando prohibió echar fuera demonios en el nombre del Señor y escuchó la reprimenda registrada en Lucas 9.50: «No se lo prohibáis; porque el que no es contra nosotros, por nosotros es». Eso hace ver la gravedad de impedir, por no recibir, a los que procuran sinceramente servir al mismo Señor.

Adicionalmente, Diótrefes negaba reconocer a Juan como un anciano y rehusaba recibirle – aun siendo un apóstol – como tampoco a aquellos que andaban con él en la verdad. En la asamblea él hablaba mal de ellos, y lo que es más, excomunicaba a los que hubieran recibido a esos hermanos.

¡Advertencia saludable a todos los líderes en las asambleas de Dios, y a cada creyente también! Queremos cultivar meditación en la doctrina de Cristo, con el fin de evitar los esfuerzos de la carne que obedecen a la mente de hombre, por muy buenos que parezcan esos esfuerzos.

El apóstol Pablo insta a los creyentes filipenses: «… no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros. Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús».

Señor, que la abnegada mente tuya sea formada en nosotros.

Introducción a las Epístolas de Juan

August Van Ryn

Ver

Los escritos de Juan

La característica sobresaliente del ministerio de Juan es que se ocupa de Dios mismo, con lo que es en sí. Él presenta la vida de Dios, la vida eterna que estaba siempre con el Padre. Su ministerio presenta en su Evangelio la manifestación de Dios en el Señor Jesucristo, el Hombre Cristo Jesús. En las Epístolas encontramos aquella vida eterna, en un tiempo vista tan sólo en él, como está comunicada a aquellos que creen en Jesús y se despliega en nosotros.

Las características distintivas del ministerio de Pedro, Pablo y Juan son armónicas y no deben ser vistas como opuestas entre sí. No hay por qué pensar que el de Pedro sea de menos calidad que el de los otros, y hay una tendencia entre el pueblo de Dios de dar una exagerada preferencia a las bendiciones cristianas que expone Pablo, a expensas de resaltar a Aquel que dispensa las bendiciones.

Juan se ocupa del corazón del Dador de las bendiciones. Somos propensos a enfocarnos sobre las bendiciones en vez de sobre Aquel, y por esto el ministerio de Juan cumple una función clave. ¿Qué serían las bendiciones sin Aquel que las da? El Dador es mayor de lo que da. El Padre que dio al Hijo, y el Hijo que se dio a sí mismo por nosotros, sobrepasan las bendiciones que nos han asegurado, y preciamos de un reconocimiento de este hecho para guardar nuestras almas de gloriarnos en nosotros mismos con base en lo que hemos recibido. Esta necesidad la suple Juan.

La enseñanza del Evangelio según Juan es que la vida esencial, inmutable y eterna se encuentra en el Hijo de Dios. En Él estaba la vida; Él es la luz, la verdad y la fuente de la vida para el ser humano. El hombre nunca la tenía. Cuando Dios lo hizo, fue hecho ser viviente por el aporte de una vida eterna de naturaleza espiritual pero no de un carácter divino, de manera que, siendo por hechura un alma viviente poseída de espíritu, el hombre estaba en la imagen y semejanza de Dios. La creación no le dio una vida eterna; esta se recibe tan sólo por fe en un Cristo crucificado.

A lo largo de los siglos, desde Edén en adelante, personas particulares le han recibido, sujetándose a él para ser objetos de una obra divina en el alma. Han nacido de Dios por fe, como afirma Juan 1.12,13. Pero hasta entrar Cristo en el mundo los tales no tenían el privilegio de asumir su lugar como hijos con el Padre. La postura de hijos de Dios es dada a conocer por el Hijo que el Padre envió, como en Juan 1.12.

¿Pero cómo podía Dios dar la vida eterna y una naturaleza divina a los pecadores? La respuesta está en la cruz. La base sobre la cual dio la vida divina al hombre es la muerte cruenta del Señor Jesús, Juan 3.14 al 16. Así, el propósito que tenía Juan  era: 1. mostrar quién es Jesús; 2. que aquellos que creen tengan la vida eterna por su nombre.

 

 

La primera epístola

 

Dios mora en luz inaccesible. Él siempre ha tenido el deseo de revelarse, pero no puede revelar la esencia de su deidad. Aquella gloria intrínseca que es suya sólo podemos contemplarla, como afirma el Señor en Juan 17.24; no podemos compartirla. ¿Qué es, entonces, que revela? Él despliega la naturaleza y el carácter moral y la felicidad que tiene y experimenta.

El creyente está introducido a esto y las epístolas de Juan lo tratan. No es una comunión de “ser”; nosotros no participamos en la Deidad, sino en la naturaleza moral y la vida de Dios. Para realizar esto, Dios tuvo que salir de la luz inaccesible en la cual mora y manifestarse para que el hombre vea la vida eterna y de esta manera aprenda cómo es. Aquella vida eterna no está manifestada en la creación, ni en la santidad y justicia de la ley divina, sino sólo en la vida y muerte de Cristo. Allí no más Dios está manifestado plenamente. Ni en la creación  ni en la ley, ni en los profetas tampoco, Él se hace conocer ampliamente. Uno solo podía decir: “lo que sabemos hablamos”, Juan 3.11, y así también Hebreos 1.1: “Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo”.

Dios sí habló en la creación, bajo la ley y por los profetas, pero en sí se quedó invisible. El hombre oía pero no veía. Pero en Cristo Dios está manifiesto. “Aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad”, Juan 1.14. ¿Quién puede entender la maravilla de este gran misterio de todo lo que está involucrado en la encarnación de Dios? Esta verdad – Dios manifestado en carne – es el tema del Evangelio según Juan.

Así como el Evangelio proyecta la vida eterna en Cristo, así las Epístolas de Juan versan sobre la vida eterna en nosotros que creemos en Jesús. En los primeros versículos de la primera epístola Juan nos recuerda que originalmente la vida eterna se encontraba solamente en Cristo y Él manifestó la vida suya en la tierra (y de esta manera los dos primeros versículos constituyen un resumen muy breve de todo el Evangelio según Juan) y luego el autor procede a mostrarnos que, por creer en Él, poseemos esa misma vida y naturaleza divina, ya que nuestra comunión es con el Padre y con su Hijo Jesucristo, 1.3. El resto de la Epístola se ocupa de mostrar cómo esa misma vida está en nosotros y también debe ser manifestada por nosotros.

Juan procede a exponer que la vida eterna no es tan sólo un artículo de nuestra fe, sino una realidad presente. Por ser una realidad, debe manifestarse en nosotros así como se hizo en Cristo (conforme expone el Evangelio de Juan). En relación con este pensamiento de la manifestación práctica de la vida eterna en el creyente, Juan nos informa que en su Epístola él trata cuatro propósitos principales al menos.

  1. Que el creyente disfruta de la comunión con el Padre y con el Hijo. 1.3
  2. Que se cumpla el gozo que corresponde al creyente (o el de Juan). 1.4
  3. Que el creyente no peque. 2.1
  4. Que sepamos que tenemos y confiemos en la posesión presente de la vida eterna. 5.13.

Este último pasaje hace ver que el propósito de la enseñanza de esta Epístola es dar confianza al creyente. Todo está escrito para que sepamos. Obsérvese cuántas veces se hace mención de saber:

Sabemos que le conocemos, si guardamos sus mandamientos, capítulos 2 y 3

Sabemos que estamos en él, 2.5

Los padres le han conocido a Aquel que es desde el principio, 2.13

Los hijos han conocido al Padre, 2.13

Sabemos que es “el último tiempo”, 2.18

Sabemos todas las cosas por tener la unción del Santo, 2.20

Conocemos la verdad, 2.21

Sabemos que todo aquel que hace justicia es nacido de Dios, 2.29

Sabemos que seremos como Él es, 3.2

Sabemos que Él fue manifestado para quitar nuestros pecados, 3.5

Sabemos que hemos pasado de muerte a vida, porque amamos al pueblo de Dios, 3.14

Sabemos que estamos en la verdad, 3.19

Sabemos que Él mora en nosotros por el Espíritu que nos ha dado, 3.24.

Debemos conocer al Espíritu de Dios por la confesión de que Jesucristo ha venido corporalmente, 4.2

Conocemos el espíritu de verdad y el espíritu de error, 4.6

Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios, 4.7

Sabemos que moramos en él y Él en nosotros, porque nos ha dado de su Espíritu, 4.13.

Hemos conocido y creído el amor que Dios tiene para con nosotros, 4.16

Sabemos que amamos a los hermanos cuando amamos a Dios, 5.2

Juan escribió para que sepamos que poseemos la vida eterna, 5.13

Si sabemos que Él nos oye, sabemos que tenemos las peticiones que hayamos formulado, 5.15

Sabemos que no peca todo aquel que es nacido de Dios, 5.18

Sabemos que somos de Dios, y el mundo entero está bajo el maligno, 5.19

Sabemos que el Hijo de Dios ha venido, 5.20

Sabemos que Él nos ha dado entendimiento de lo verdadero, 5.20

Juan hace este aporte al canon de las Sagradas Escrituras unos treinta a treinta y cinco años después de haber escrito Pedro y Pablo sus libros inspirados en el Nuevo Testamento. Esos hombres habían fallecido unos treinta años antes, y ahora por fin Juan escribe cuando había conocido y probado a Cristo a lo largo de sesenta años. La apostasía era endémica, porque Juan protesta que ya había muchos anticristos cuando redactó su Evangelio y sus Epístolas.

¿Qué era el remedio? Volver a principio, a Cristo. Aproximadamente cincuenta veces en estas epístolas Juan alude al pasado, empleando diez veces la palabra “principio”, nueve de ellas referidas a la vida y muerte de Cristo. Juan fue de los primeros en conocerle y es el último que escribe. Parece que ese apóstol que tenía un conocimiento tan íntimo del Señor está empeñado en salvaguardar su gloria y el valor infinito de la Persona de nuestro bendito Señor, oponiéndose a cualquier temible desviación de la verdad divina.

Juan habla de la última hora, una expresión más fuerte que la de los últimos días. Sólo Cristo puede adecuarse a las circunstancias. Juan enfatiza la gloria personal y moral de su Señor, bajo la dirección y la inspiración del Espíritu, porque esto tan sólo puede ganar al pecador y estabilizar al santo.

 

 

La segunda epístola

 

Aparentemente la segunda epístola es un apéndice de la primera. No presenta alguna verdad adicional a lo que está en la primera, sino hace hincapié en un tema en particular, cual es el peligro de que una doctrina anticristiana gane aceptación entre le pueblo del Señor.

La segunda y la tercera epístolas enfatizan de nuevo el carácter doble de Dios que se ha expuesto en la primera. A saber, Él es luz y es amor. La naturaleza divina se manifiesta en santidad y amor y por lo tanto la verdad, que es la base de toda la justicia divina, se enfatiza en el contexto del amor. Bien ha dicho otro que la inseparabilidad de estas dos cualidades básicas ha estado antes de nosotros vez tras vez en la primera epístola y en la segunda se insiste en la verdad. Se nos hace ver que el amor debe ser en verdad y no excede los límites que la verdad impone. En la tercera, en cambio, encontramos que el amor tiene un lugar prominente y la verdad debe ser manifestada en amor.

Una característica propia de la segunda epístola es que se dirige a una mujer, y es el único caso en la Biblia. Aparte de la enseñanza espiritual de esta carta, es digno de atención observar cuán cuidadosa y delicadamente el apóstol se dirige a la recipiente. No hay una familiaridad inapropiada, y él no emplea términos de afecto como hace al dirigirse al pueblo de Dios en conjunto. Los creyentes en general son “amados”, pero no así al escribir a una hermana cristiana. En la tercera carta Gayo es “amado”, pero no así la mujer en la segunda. Nos conviene rehusar toda apariencia de mal.

Tal vez una de las razones por haber escrito esta epístola a una hermana en Cristo es la de enfatizar la importancia de su mensaje; escribiendo a un particular, se habla de este asunto de rechazar a un anticristo y engañador como una responsabilidad personal. Ahora, en las Escrituras una mujer tiene menos responsabilidad en tales asuntos que tiene un varón; por esto, al dirigirse a una hermana en Cristo, el Espíritu de Dios por medio de Juan está diciendo que este asunto de la doctrina falsa es de tal importancia que aun aquellos con menor responsabilidad deben tomarlo muy en serio.

Por naturaleza una mujer aborrece ser maleducada, más así que el varón, y parecería falta de cortesía saludar o recibir en casa a un cristiano profesante cuando llega a la puerta. Pero se manda a esta mujer cristiana a hacer precisamente esto. De esta manera se expone la necesidad de rehusar la falsa enseñanza, y tal proceder debe regir. El amor debe ser la fuerza gobernante en la vida cristiana, pero debe ser un amor acorde con la verdad divina. No es amor auténtico tolerar el mal que rebaja la persona de nuestro bendito Señor.

El Apóstol abunda en los primeros versículos sobre el tema de la verdad. Él ama a la dama en verdad, como también lo hacen todos aquellos que han conocido la verdad. Es la verdad, la verdad de Dios, que les une y ata en un vínculo fuerte. La verdad mora en cada creyente y estará allí por toda la eternidad, versículo 2. No obstante toda la sutileza e intriga de Satanás, la verdad triunfará a la postre. Como dice Pablo en 2 Corintios 13.8, “Nada podemos contra la verdad, sino por la verdad.” Lo justo se impondrá al final, como aun ahora da al corazón la salvación, la paz y el gozo.

Versículo 3. Sí, la gracia, misericordia y paz son la porción del creyente, fluyendo del seno de Dios a través de Cristo sobre la base de la verdad y el amor. Jesús es llamado aquí el Hijo del Padre, vinculando claramente la Segunda Epístola con la Primera. En el capítulo 2 de la Primera aprendimos que negar al Hijo del Padre caracteriza al Anticristo. De manera aquí se le da el título de Cristo en vista de la oposición que destruiría y negaría aquella verdad.

Los versículos 4 al 6 son un recuento de pensamientos parecidos que se encuentran en la epístola anterior. Es una gran cosa cuando el pueblo de Dios anda de conformidad con la mente revelada de Dios, y en amor el uno para con el otro. Aquí de nuevo la verdad precede al amor en los versículos 4 y 5. El amor, aparte de una conformidad con la Palabra de Dios, sería espurio, falso y dañino. Un creyente debería andar siempre a la luz de la Palabra de Dios y en el poder del amor cristiano. Esto se nos enseña desde el principio, como el versículo 6 afirma, y nunca puede haber algo más allá de esto. Cualquier cosa que intente reemplazarlo no sería verdadera.

Con todo, Satanás se ocupa constantemente en intentos a presentar algo nuevo a la Iglesia profesante. Han salido por el mundo muchos engañadores, versículo 7, que no confiesan que Jesucristo ha venido en carne. Los tales intentan contra el fundamento mismo de la fe cristiana. Todas las falsas enseñanzas apóstatas quieren minar la base de nuestra fe, negando la deidad de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.

Nunca lo han hecho más que en el día en que vivimos. Teorías sin fin, falsos cultos sin número, han surgido en el último medio siglo, más o menos, todos diferentes y en muchos casos contradictorios entre sí, pero todos de acuerdo en negar el valor de la Persona y la obra expiatoria de Cristo. No hace falta nombrar alguno de ellos; la mayoría de nosotros hemos oído de uno y otro. Muchas veces su enseñanza es tan sutil que en el versículo 8 el Espíritu de Dios advierte al cristiano a estar vigilante.

“Mirad por vosotros mismos, para que no perdáis el fruto de vuestro trabajo, sino que recibáis galardón completo”. No hay en esto la idea de que el creyente se pierda, sino que pierda su galardón. Un creyente atrapado por falsa doctrina cesará de vivir para el Señor como hacía antes, y por lo tanto perderá el “Bien hecho” del Señor.

El mismo hecho de que se advierta de esta posibilidad, muestra el carácter insidioso de mucha de la enseñanza anticristiana de nuestros tiempos. Dado que el amor divino naturalmente hace que los cristianos sean deseosos de pensar lo mejor de sus semejantes, y les da el deseo de dar la bienvenida a todos los que aparentemente aman al Señor Jesús, ellos por esto están en mayor peligro de ser aprovechados por personas mal intencionadas. Los creyentes son ingenuos y francos, y por esto a menudo son propensos a ser engañados. No conocen las profundidades de Satanás, por decirlo así. Por esto es esencial que conozcan y capten la verdad de Dios, y veremos en un momento que esto se demuestra en el versículo 10.

Versículo 9. “Cualquiera que se extravié ¾o sobrepase¾ y no persevera en la doctrina, no tiene a Dios.” [que pasa adelante, Versión Moderna; que se propasa, Nueva Versión Internacional; que se adelanta, Biblia Textual] El falso maestro siempre afirma tener algo “nuevo”; algo que va más allá de lo que la Biblia enseña. Es una de las marcas de un apóstata. En Hebreos, donde el cristiano es propenso a volver a la ley, el Apóstol exhorta a proseguir hacia Cristo, a progresar a la perfección. Aquí, donde el falso maestro quiere pasar más allá de Cristo, se exhorta al creyente a revertir al principio.

No hay nada más allá de aquello que está revelado en la preciosa Palabra de Dios, y es de Satanás todo lo que no cuadra con su enseñanza. Por esto el creyente precisa de solamente un buen conocimiento de las Sagradas Escrituras para protegerse de toda doctrina errónea. No es necesario que sepa todo acerca de las teorías falsas de su época, y por cierto en muchos casos sería muy imprudente intentar saber. Casi todas las conocidas enseñanzas perversas, como la Ciencia Cristiana, la teosofía, la de los Testigos de Jehová y el mormonismo, alegan tener pensamientos novedosos que a nosotros, pobrecitos que somos, nos hacen falta. Los tales se desvían de, o sobrepasan, la verdad de la Palabra de Dios, como afirma el versículo 9, pero nosotros podemos ceñirnos a ella.

Versículo 10. Por esto no se exhorta al creyente a estar en alerta para absorber lo falso, sino a prestar oído a lo verdadero. Si llega cualquiera sin traer la doctrina legítima ¾la doctrina de Cristo como Dios manifestado en carne¾ entonces uno no debe recibirle en casa, y ni siquiera saludarle. Satanás es muy sagaz. Al presentarse con sus mentiras, no lo hace abiertamente. Es más sutil que toda bestia del campo, y sabe endulzar la más amarga de sus falsedades. A menudo hay debajo de la chapa más atractiva la blasfemia más peligrosa.

No es lo que dice el predicador, sino lo que no dice, que se exige al cristiano notar. Si uno deja afuera la verdad tocante a Cristo como el Hijo de Dios que vino de la gloria para morir por nuestros pecados, y que está sentado cual Hombre a la diestra de Dios, entonces aquél es de Satanás, comoquiera que diga ¾o deje de decir¾ en cuanto a lo demás. Es la ausencia de la doctrina verdadera que señala la enseñanza diabólica. Poco a poco, con las dulces sofisterías que proclaman los emisarios del diablo, aquellos portadores del mal intercalan esta y la otra falsedad hasta que el alma quede atrapada, casi sin darse cuenta de lo sucedido.

Para el pueblo de Dios la senda es clara, pero requiere coraje y fidelidad. Si alguno que llega no trae la verdad, no le reciba en casa ni le dé una bienvenida. Un creyente no puede ser simplemente neutral; tiene que ser positivo en su rechazo de todo lo que deshonra la Persona de su Señor. No es aquí un asunto de que la asamblea rehúse la enseñanza falsa, sino de que cada creyente reconozca su propia responsabilidad de ser fiel a Cristo. No pocas veces, cuando alguien ha sido negado la comunión con los santos debido a los criterios erróneos que profesa, otros individuos han recibido a aquella persona en sus hogares y de esta manera han socavado la obra de la asamblea. No se debe tolerar por un momento algo que sea despectivo a la persona de Cristo. Se ha dicho que un cristiano debe tolerar cualquiera cosa que le sea contraria a él, y no debe tolerar cualquier cosa que le sea contraria a Cristo.

Puede haber algo significativo en el hecho de que el versículo 11 mencione sólo el saludo al profesante falso, mientras que el 10 hable de eso y también de recibirle en casa. Posiblemente un cristiano podría recibir a uno que es infiel a Cristo, pero sin saber o darse cuenta del caso. Luego, habiendo oído, y aceptando que había sido engañado al hospedar a un apóstata, le despacharía sin desearle buen viaje. De esta manera él no sería participante de su mal proceder al haberle recibido en la casa, ya que lo hizo sin saber, pero sí sería culpable de ser copartícipe en el caso de desearle el favor de Dios al marcharse.

Esto me parece más factible al considerar que estos versículos exponen que no es la presencia de la enseñanza falsa, sino la ausencia de la verdadera, que es la distintiva de la apostasía. Fácil sería para muchos cristianos ser engañados, dado que el diablo es muy hábil. Pero al descubrir que la enseñanza es falsa, y todavía dar la bienvenida a quien la propaga, haría del hijo de Dios tan culpable como el engañador, y de hecho partícipe de sus obras.

Versículo 12. Este versículo enfatiza la importancia de la advertencia dada en los versículos 8 al 11. Juan no escribe otra cosa adicional a esta dama, esperando verla en breve y conversar con ella. Pero lo que había tratado no podía esperar una visita en persona. Esto nos hace ver la importancia del asunto, tanto para aquella mujer de aquel entonces como para nosotros hoy en día. Él habrá hablado con ella personalmente sobre el tema, pero de esta manera no más nosotros no tendríamos su mensaje en forma impresa,

La misma verdad había sido presentada en la Primera Epístola, pero figura aquí de nuevo. Debemos estar agradecidos a nuestro Dios por esto, porque en los días nuestros abundan los anticristos. Bienaventurados somos al asirnos a Él, y como Juan descansar sobre el regazo suyo, muy conscientes del honor y la gloria que le corresponden a Aquel que conocemos y adoramos como el Cristo, el Hijo del Dios viviente.

Tanto los creyentes en conjunto (como en la Primera Epístola), como cada santo en  particular (hermanas y hermanos, como en la Segunda Epístola) deben estar de alerta para que nada se interponga entre ellos y su santo Señor. Se nos ha dejado aquí para hacer conocer las glorias de Él.

Versículo 13. No tenemos cómo saber quién era la mujer elegida de quien Juan habla. Posiblemente era una hermana bien conocida tanto al escritor como al lector de esta Epístola. Posiblemente era la esposa de Juan ¾si es que tenía una, cosa que yo no sé. Poco importa; Dios sabe cómo se llamaba. Se trata de un toque personal en esta Epístola, y eso tiene su valor porque enfatiza cómo cada creyente debe tener un interés personal en el mensaje vital de esta breve carta.

 

La tercera epístola

 

Si la segunda epístola es peculiar por ser dirigida a una hermana, la tercera lo es por ser la tercera. Las cartas de Juan son las últimas palabras de Dios a su pueblo, y da la impresión que Él no puede dejar de hablar con ellos. Sabiendo lo que les espera a los creyentes, él se queda, como si fuera, para exhortar, advertir y animar sus hijos de la primera epístola. Agrega una posdata y ahora otra posdata. Hay algo cariñoso en esto, y nos consuela. El amor se ocupa de aquellos que son su objeto; cuán supremo lo es en este sentido.

En la segunda carta figura una mujer y en la tercera quien la recibe es un varón. En la segunda hay una exhortación a rechazar lo falso y en la tercera, a recibir la verdad. A veces el pueblo del Señor se olvida de que la tercera sigue a la segunda; son excesivamente celosos para rechazar a todos aquellos que no se ajustan a su medida, pero son descuidados para recibir a todo el amado pueblo de Dios que tiene el derecho a la hospitalidad y comunión cristiana. Este es el tema de la tercera epístola.

Se apremia el ejercicio del amor en esta carta, así como en la segunda se apremia el ejercicio de la verdad. Con todo, se nota que en los primeros versículos se elogia el andar de Gayo. El apóstol no tiene mayor gozo que el de saber que los suyos anden en la verdad. Una vez más se hace ver que la verdad es la base del ejercicio del amor cristiano.

Carácter  desvelado  en  3  Juan

Robert McPike, Annbank, Gran Bretaña

Believer’s Magazine, 1947 – 48

Ver

La verdad manifestada

Una de las características más importantes de esta pequeña epístola es la manera en que analiza el carácter de cada uno de cuatro individuos. Los retratos divinos son nítidos, sin lugar para la jactancia propia. Donde el mal existe, está reseñado; donde se manifiesta la verdad, también está reconocida y valorada.

Esta epístola no ofrece declaraciones de doctrina, sino enfatiza “la verdad”. Nos presenta personas típicas de las que se pueden encontrar en cualquier iglesia novotestamentaria. Estas congregaciones que se ciñen al Nuevo Testamento no sólo guardan la verdad conforme a los principios expuestos en él, sino también tienen que tomar en consideración las personas que las componen. Habiendo recibido la verdad en el corazón, cada miembro tiene el privilegio y la responsabilidad de expresarla en su modo de vivir.

Esta epístola es un reflejo de cómo la verdad operaba en las vidas de ciertos hombres. Hay siempre el peligro de “perder” a un hermano por la dureza de espíritu que se manifiesta a menudo entre el pueblo del Señor. Él señala en Mateo 18.15 cómo “ganar” a un creyente. (“Ve y repréndele estando tú y él solos; si te oyere, has ganado a tu hermano”). Es un llamado distintivo que la gracia fluya al débil y el tímido, y que se ejerza sabiduría en tratar con el arrogante y el engreído, quienes se gloríen en la apariencia. Está escrito: “El hermano ofendido es más tenaz que una ciudad fuerte, y las contiendas de los hermanos son como cerrojos de alcázar”, Proverbios 18.19.

La comunión es una de las cosas más preciosas en la vida de un creyente aquí en la tierra; es algo público e involucra la confianza el uno en el otro, además de la lealtad a Cristo. Pablo nos recuerda en 1 Corintios 18.17 que, siendo muchos, somos un pan y un cuerpo. Esto quiere decir que debemos ser de un mismo parecer al rehusar toda forma de mal. Somos una sociedad santa, y la coherencia requiere lealtad a los principios que gobiernan nuestras relaciones interpersonales.

Las personas que Juan menciona en su epístola quedan descubiertas en su carácter y conducta ante “la verdad”. 2 Juan revela el engaño de los maestros apóstatas y define nuestra actitud hacia ellos. “Si alguno viene a vosotros, y no trae esta doctrina, no lo recibáis en casa”.
3 Juan, en cambio, manda a mostrar hospitalidad gustosamente a todos aquellos que propagan la verdad.

Esta carta menciona “la verdad” seis veces. Si no estamos sujetos a ella y al amor como nuestro motivo gobernante, habrá confusión y toda obra mala. 3 Juan hace ver que las Epístolas no son solamente académicas y teóricas, sino muy relevantes a cómo vive el pueblo de Dios. Veamos cómo esta carta, 3 Juan, desvela al carácter.

Juan el Amado

(a)   La primera característica que se presenta está en el umbral de la epístola. Es la humildad de Juan. No se identifica como un apóstol, sino asume el papel de un anciano en edad, un presbítero. Ha podido valerse de su autoridad apostólica (“Os escribo estando ausente, para no usar de severidad cuando esté presente, conforme a la autoridad que el Señor me ha dado”,
2 Corintios 13.10) pero más bien expresa su cuidado y afecto por Gayo.

La verdad  fue el factor que motivaba esta estima de Juan para Gayo. “Gayo, el amado, a quien amo en la verdad”. El apóstol estaba practicando lo que enseñó en su propio ministerio: “Amados, si Dios nos ha amado así, debemos también nosotros amarnos unos a otros”, 1.Juan 4.11. No hay aquí nada de la arrogancia que caracteriza a algunos eclesiásticos de nuestros tiempos. Este hombre revela su propio corazón al descargar su preocupación por la asamblea.

(b)   Observamos también su entrega a la oración. El v. 2 reza en la Versión Moderna, por ejemplo: “Yo ruego a Dios que en todos respectos prosperes …” La evidencia verdadera del amor es el interés en su objeto, y Juan manifiesta esto en su ejercicio para orar. Gayo estaba en su lista porque estaba sobre su corazón.

Parece que este amigo era enfermizo, o al menos estaba enfermo, y Juan ora por la salud de su cuerpo, así como ya tenía la salud del alma. Juan no dudaba en este sentido. A menudo nosotros tenemos ejercicio por el bienestar espiritual de otros, pero el apóstol no tenía esta preocupación en cuanto a Gayo. ¿Tenemos nosotros, de una manera parecida, un ejercicio acerca del bienestar corporal de nuestros hermanos y hermanas cuya salud les está fallando? ¿Tenemos un corazón de pastor que les presenta ante el trono de la gracia?

(c)    Juan tenía una evaluación sincera de los esfuerzos de otros. Es una de las marcas de un hombre espiritual. Este hermano estaba libre de los celos y la envidia que vemos en derredor; no siendo egoísta, había aprendido a no ocuparse de los suyo propio, sino en lo de otros. “Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo”, Filipenses 2.3.

Él podía estimar a otro que andaba en la verdad, y le traía gozo al alma. “Me regocijé sobre-manera, cuando vinieron los hermanos y dieron testimonio de … cómo caminas en la verdad”. ¿Cómo reaccionamos nosotros ante aquellos que están progresando en las cosas espirituales? Los pensamientos que abrigamos acerca de nuestros hermanos son una prueba infalible de cómo está nuestra comunión con Dios. Juan se movía en una esfera donde el amor gobierna tierna pero soberanamente.

(d)    Juan evidencia su discreción. Se cuida de lo que escribe a su hermano amado. Ya había escrito a la congregación, pero Diótrefes había destruido la correspondencia. Tal vez para salvaguardar a los gentiles de un ataque malicioso de este usurpador, Juan le asegura a Gayo que hablará con él, que tendrán dulce comunión, y que, al llegar a la ciudad, tratará con aquel acerca de su conducta desordenada.

Hay mucha sabiduría en esto. Juan no quería que una carta suya provoque una iniciativa de parte de Gayo, sino asumió la responsabilidad de enfrentar el problema sin perturbar a otros.

Gayo el hospitalario

Hay cinco referencias en el Nuevo Testamento a una persona de este nombre. Posiblemente el Gayo de nuestra epístola sea aquel de Romanos 16.23, un hombre acomodado e influyente en la asamblea.

Se destaca por tres características al menos:

(a)   Andaba en la verdad. Los hermanos que visitaron a Juan trajeron un buen informe: su verdad. Es el secreto del cristianismo genuino; había, al decir de David, “la verdad en lo íntimo”. Estaba viviendo en el disfrute del poder de la Palabra de Dios, no sólo como un depósito que debería guardar, sino una vida a vivir.

Sí, él guardaba la verdad, pero la verdad se posesionaba de él. Sus lomos estaban ceñidos con la verdad, Efesios 6.14. El poder de la Palabra dirigía su proceder, y había aprendido 1 Pedro 1.22: “Habiendo purificado vuestras almas por la obediencia a la verdad, mediante el Espíritu, para el amor fraternal no fingido, amaos unos a otros entrañablemente, de corazón puro”.

(b)    Esta condición de alma encontró expresión tangible en su hospitalidad. De la abundancia real de la cual el Señor le había hecho mayordomo, o administrador, él obraba fielmente todo cuanto hacía para con los hermanos, v. 5. Varios siervos de Dios habían salido a la obra, renunciando a todo por el nombre del Señor y el evangelio, “sin aceptar nada de los gentiles” (los inconversos). Humanamente, estaban a la merced de la liberalidad y hospitalidad del pueblo del Señor en las ciudades y aldeas adonde llegaban. Creo que varias veces Gayo fue el anfitrión de Pablo, aquella gran luz de la Iglesia, pero de todos modos no descuidaba a los luminares del mundo que eran de menor categoría. Gayo les ayudaba de una manera acorde con su comunión con Dios.

Era una hospitalidad digna de su servicio a Dios (o, “de un modo digno de Dios”), v. 6, y por ende era un cooperador de la verdad, v. 8. Otro apóstol nos exhorta: “Hospedaos los unos a los otros sin murmuraciones”, 1 Pedro 4.9. Es el sello característico de la comunión genuina:

 

 

  • … si ha practicado la hospitalidad; si ha lavado los pies de los santos;
    si ha socorrido a los afligidos, 1 Timoteo 5.10.
  • No os olvidéis de la hospitalidad, porque por ella algunos, sin saberlo,
    hospedaron ángeles, Hebreos 13.2.
  • …. compartiendo para las necesidades de los santos;
    practicando la hospitalidad, Romanos 12.13.
  • Es necesario que el obispo sea … hospedador, Tito 1.8.

(c)   Su amor era práctico. Estos hermanos, los desconocidos a quienes mostraba hospitalidad, dieron fe de su amor en presencia de la asamblea, v. 6. Él no se limitaba a simples expresiones de apoyo, y menos al halago, sino ponía su amor a funcionar. Había tomado a pecho la exhortación de 1 Juan 3.17,18: “El que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él? Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad”.

Si hay un amor genuino para el pueblo de Dios, se probará en hechos dignos de la naturaleza del amor, y de Dios quien es amor. Gayo era un exponente práctico de principios cristianos, porque era amante de la verdad. ¡Que el Señor multiplique a hombres de su calidad en la Iglesia hoy, hombres dispuestos a gastar y ser gastados por él!

Demterio el servicial

No tenemos base para decir que este Demetrio era el platero de Hechos 19.24, quien se perturbó sobremanera cuando Pablo llegó a Éfeso con el evangelio. Si acaso lo es, ¡sólo podemos decir que la gracia de Dios obró un gran cambio en su corazón rebelde!

“Demetrio tiene a su favor el testimonio de todos, y de la verdad misma”, v. 12 en la Versión Moderna. Es más: Juan tenía el mismo concepto de él, de manera que había un cordón de tres dobleces que no se rompe pronto. El apóstol Pedro habla de “mantener buena vuestra manera de vivir entre los gentiles”, y una de las capacidades que Pablo pone para los ancianos es que tengan “buen testimonio de los de afuera”. Y, este mismo dijo de su propia experiencia: “Vosotros sois testigos, y Dios también, de cuán santa, justa e irreprensiblemente nos comportamos con vosotros los creyentes”, 1 Tesalonicenses 2.10. Esto es un punto muy favorable, por no decir indispensable, en la evangelización; una manifestación de la realidad de la verdad atrae a otros al Señor.

Nuestro bendito Señor mismo fue encontrado “en gracia para con Dios y los hombres”, Lucas 2.52. Demetrio era un hombre de valor excepcional, evaluado por la gente del mundo como uno que no causaba ofensa al judío, al gentil ni a la iglesia de Dios, en la terminología de
1 Corintios 10.32.

En 2 Corintios 4.2 Pablo dice que él mismo estaba manifestando “la verdad recomendándonos a toda conciencia humana delante de Dios”. Demetrio también era un hombre que cumplía con confirmar el testimonio a la verdad en sus pensamientos, contactos sociales y devociones privadas. Esto es algo de anhelar y algo que se evidenciará en nuestra actuación en la asamblea. Por regla general evaluamos la vida de uno después que se haya ido de esta vida; es poco común reconocer públicamente la fidelidad y carácter justo de una persona que vive y es de nuestra propia generación. No así en este caso; nadie menos que Juan el Apóstol reconocía la calidad de Demetrio. Uno cuya conducta refleja así la verdad está de hecho dando expresión a Aquel que es “la verdad”, Juan 14.6

Diótrefes el autócrata

Colocado entre el bondadoso Gayo y el fiel Demetrio, encontramos a uno que era la negación de estas mismas cualidades. Era el diente defectuoso en la cremallera de la unidad congregacional, la mosca en el perfume del testimonio de la iglesia, el zorro que echaba a perder las viñas de las uvas de la comunión entre el pueblo del Señor. Aquí está un hombre carnal que perturba la unidad de los santos e impide el testimonio espiritual. Es bueno que Dios haya permitido a uno solo en aquella congregación, ¡y que en vez de tres espirituales hubiera tres malos!

Su nombre quiere decir “nutrido de Jove”, con el sentido secundario de “revolución”, y esto nos da cierto concepto del origen del despotismo avasallador de este señor. Se caracterizaba por su voluntad propia, malicia y conducta de tirano en el manejo de los asuntos de la asamblea.

(a)   Amaba la preeminencia. “… le gusta tener el primer lugar”. En realidad, Colosenses 1.18 acota que Cristo “es la cabeza del cuerpo que es la iglesia … para que en todo tenga la nencia”. Diótrefes, en efecto, querría quitarle al Señor el lugar que le corresponde.

Este hombre sufría la tragedia de un amor mal enfocado. En otros es el dinero, el elogio, el mundo, etc., pero en éste era un afán por la supremacía. El amor por la gloria humana dominaba su vida y le impulsaba a ser un tirano entre el pueblo de Dios. ¡Qué daño puede resultar de tener señorío sobre los que están a su cuidado, como lo expresa 1 Pedro 5.3! Demetrio imitaba lo bueno, Diótrofes lo malo. Gayo estaba orientado a la hospitalidad, Diótrofes se oponía a ella.

Aquí, en los días de Juan el apóstol, se estaban manifestando las semillas de la clerecía, y la historia de la cristiandad hace ver cómo crecieron. Pero, este mismo espíritu no está ausente aun de las asambleas del pueblo de Dios en nuestro tiempo.

(b)    Despreciaba la autoridad apostólica. Pablo afirmaba tener autoridad y poder por ser un apóstol: “la autoridad que el Señor me ha dado para edificación, y no para destrucción”,
2 Corintios 13.10. Los apóstoles poseían lo que ninguno tiene hoy en día, pero el egocéntrico anhela la preeminencia. El anciano apóstol estaba dispuesto a enfrentar el despotismo de Diótrofes, conociendo las palabras malignas que este había usado contra aquel que se había recostado en el regazo del Señor.

Es evidente que Juan había escrito a esta asamblea, pero que su carta fue destruida antes de llegar a sus destinatarios. Este hombre había usurpado la voluntad de la iglesia. El tierno apóstol había encomendado hermanos al cuidado de aquella congregación, pero Diótrofes no estaba dispuesto a recibirles, y aun expulsaba a aquellos que hubieran mostrado hospitalidad. Llegó al extremo de difundir chismes maliciosos y difamar a los creyentes.

Todo esto nos estimula a clamar: “Salva, oh Jehová, porque se acabaron los piadosos”, Salmo 12.1.

 

 

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