Leyendo día a día en Colosenses (#738)

Leyendo  día  a  día  en  Colosenses

John Marchant
Day by day through the New Testament
Precious Seed Publications, Reino Unido

Introducción

El valor y la importancia de la carta a los Colosenses no se perciben por la extensión del escrito sino por la grandeza de las verdades que nos revela sobre la persona y obra de nuestro Señor Jesucristo. Explicadas a una asamblea joven del siglo 1, estas verdades siguen vigentes en toda época y a nosotros nos hacen tanta falta como a los creyentes de antaño, para contradecir las mentiras de Satanás y protegernos de sus dardos de fuego.

El río Lobo pasaba por Colosas, y los lobos rapaces, predichos por Pablo en Hechos 20.29, atacaban este rebaño pequeño. Toda herejía intenta degradar al Hijo de Dios y minimizar su obra vicaria de la cruz.

Con miras a la eliminación de estas enseñanzas insidiosas, el apóstol despliega su cuidado pastoral al escribir esta noble cristología, afirmando osadamente la entera deidad de Cristo y la amplia suficiencia del sacrificio del Calvario como satisfacción de las justas demandas de Dios y el medio de la reconciliación con Él. El peligro era tanto de doctrina como de práctica (Lo que uno cree incide en lo que hace) y más adelante se conocería como el gnosticismo.

Sus adeptos decían haber sido informados de secretos divinos y poseídos de “conocimientos” superiores. Abrazaban ideas filosóficas acerca de Cristo, consignándole una posición inferior en una fila interminable de mediadores angelicales entre Dios y el hombre. La consecuencia lógica de disminuir el prestigio del Señor era de confiar menos en lo que Él había hecho e introducir prácticas suplementarias tales como la circuncisión, la adoración de ángeles, las abstenciones y el sábado.

Estas mismas reglas están con nosotros hoy día en traje moderno. Pero la harina de Eliseo (una figura de Cristo) quitó el mal de la olla, 2 Reyes 4.38 al 41, y también la sal en vasija nueva sanó las aguas malas, 2.19 al 22. A su vez, la comprensión del valor y la obra de Cristo disipa los venenos doctrinales y la corrupción moral que ellas generan.

Se puede estudiar la Epístola de esta manera:

1.1 al 13           Salutación, gratitud, oración y             alabanza

1.14 al 22         Cristo: su valor y su obra

1.23 al 29         Pablo: su obra

2.1 al 23           Propósito, admonición, apropiación, aplicación

3.1 al 14           Resurrección, rechazamiento, renovación

3.15 al 4.18      Relaciones e informes

1.1 al 20
La preeminencia de Cristo

Epafras le llevó a Pablo noticias de la situación en Colosas, y Pablo responde con regocijo ante su conversión, orando que prosigan y que Cristo sea la respuesta a sus dificultades.

Se hace mención del Espíritu Santo sólo en el versículo 8, pero su actividad se ve en la fe inicial de los colosenses, su amor presente para el pueblo de Dios y su esperanza para el futuro, como encerrada en el evangelio de la gracia de Dios. Desde el día que oyeron y respondieron, fueron constituidos santos; con el Espíritu Santo morando adentro, podían ser guiados a toda verdad tocante a Cristo, Juan 16.13,14. Eran santos legítimos, iniciados a recibir pleno conocimiento de la voluntad divina con inteligencia espiritual, 1.9. “Hemos recibido … el Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha concedido”, 1 Corintios 2.9 al 12.

En contraste con el ascetismo severo de los herejes, el santo se caracteriza por estar contento, 1.11, y agradecido, 1.12. Seis veces en la carta se expresa agradecimiento, y los versículos 12 al 14 son la contraparte neotestamentaria al Salmo 103: “Bendice, alma mía, a Jehová, y bendiga todo mi ser su santo nombre”.

Nuestro agradecimiento debe surgir de una separación inteligente, y encontramos en 1.12 al 20 una revelación séptupla de la persona de Cristo, enlazada con una declaración séptupla de lo que ha realizado. Reflexione cuidadosamente sobre estos versículos. El que se humilló a ser el manso Jesús es el Hijo de Dios, 1,13; el Redentor, 1.14; el representante visible del Dios invisible; 1.15, Juan 14.9; el poderoso Creador de todas las cosas, 1.16; el Dios eterno (él es en este versículo corresponde al yo soy de Éxodo 3.14) y sustentador del universo, 1.17; y, de una manera muy íntima, es la cabeza de la Iglesia, 1.18.

Todo lo que Dios es, reside permanentemente en Cristo. El propósito de Dios es que Cristo en su exaltada humanidad sea preeminente en toda esfera, y no menos en el corazón del creyente. Al apreciar algo del Cristo incomparable, estamos en el disfrute de la paz que ha hecho por la sangre de su cruz, 1.20, la cual nos permite la reconciliación con Dios (Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, 2 Corintios 5.19) y le permite a Dios perdonarnos, 1.14.

Esa misma sangre preciosa consigue nuestra redención, trasladándonos de la servidumbre de Satanás al reino de Cristo, 1.13. Hoy por hoy —pensamiento glorioso— estamos habilitados para el cielo, 1.12. ¿Acaso Él no sea el Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno y Príncipe de paz?

1.21 al 29
Cristo en usted

El efecto de la obra de Cristo en la cruz es tanto poderoso como permanente. Se extiende mucho más allá de la humanidad, alcanzando las cosas celestiales, 1.20. (Hebreos 9.23 “las cosas celestiales fuesen purificadas … con mejores sacrificios”). Es sin límite el alcance de la autoridad de Cristo. En el nombre de Jesús se doblará toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra, Filipenses 2.10.

La reconciliación abarca las cosas en la tierra como las que están en los cielos, Colosenses 1.20, mientras que la evangelización se restringe a toda la creación que está debajo del cielo, 1.23. Aun cuando nosotros los creyentes no representamos los únicos objetos de la obra expiatoria de Cristo, ciertamente estamos incluidos en ella. Esa frase hermosa en el 1.21, “Y a vosotros también”, nos asegura un puesto en su esquema para llevarnos a una posición de santidad y amor.

El tema de 1.20 al 29 es “la presentación”. Por virtud de nuestra reconciliación somos presentados a Dios santos y sin mancha. Pablo define su llamamiento especial como el de evangelista, escritor y maestro para presentar la verdad a los hombres con el fin de que ellos a su vez sean presentados a Cristo como espiritualmente maduros.

Él ilustra en el 1.24 lo que había exhortado en el 1.11, “paciencia y longanimidad”. La comunión de los padecimientos de Cristo le ha llevado al estrecho confín de una cárcel romana. “He perdido todo … a fin de conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte”, Filipenses 3.10.

No obstante, lejos de dar rienda suelta a la compasión por sí mismo, el apóstol se entrega a un ministerio escrito, inspirado por el Espíritu de Dios. De las experiencias más lúgubres brillan las verdades más sublimes del Nuevo Testamento en cuanto a Cristo y la Iglesia que es su cuerpo.

Este aspecto específico de la verdad se encomendó a Pablo como parte de su aporte a la Palabra de Dios en conjunto. De esto escribe en Efesios 3.1 al 9. Hoy día contamos con el canon entero de las Escrituras, el cual incluye la revelación de los misterios escondidos desde los siglos en Dios. Los misterios han llegado a ser secretos abiertos a los santos, aquéllos realmente iniciados, porque los santos cuentan con la facultad espiritual para apreciarlos. (“Vosotros tenéis la unción del Santo, y conocéis todas las cosas”, 1 Juan 2.20). Son la herencia de los santos, a quienes desea Dios hacer saber sus propósitos.

El 1.27 enseña la verdad emocionante de que el majestuoso Cristo mora por su Espíritu en toda su plenitud en el creyente más humilde, y con esto garantiza su destino eterno. Pablo intenta emplear esta revelación gloriosa como el medio para llevar “todo hombre” a la madurez espiritual.

2.1 al 11
Completo en él

El mayor gozo de los apóstoles era oir que sus hijos andaban en la verdad. Para ellos esto era la confianza de salud y desarrollo espiritual. De una manera similar, se nos exhorta andar en Él, 2.6, un término que indica que todas nuestras actividades de las cuales tenemos conocimiento, estén dentro de la esfera de la voluntad y aprobación de Jesús.

Aquel que hemos recibido es Cristo Jesús el Señor. Es el Hijo de Dios quien llegó a ser Hijo del Hombre, pero a su vez el bienaventurado y solo Soberano, Rey de Reyes, y Señor de Señores, 1 Timoteo 6.15. Es el Alto y Sublime, el que habita la eternidad, y cuyo nombre es el Santo. Dice que habita en la altura y la santidad, y con el quebrantado y humilde de espíritu, Isaías 57.15.

El misterio doble de “vosotros en mí, y yo en vosotros”, Juan 14.20, es el secreto del gozo del santo, su fuerza, su esperanza de gloria, 1.27, y de su plenitud, 2.10.

La lucha de Pablo —literalmente, su agonía— en el 2.1 es que los santos entrasen en el provecho de esta confianza, disfrutando del pleno conocimiento del misterio de Dios el Padre, aun de Cristo, en quien se depositan los tesoros de la sabiduría y del conocimiento. En Él descubrimos cosas que “carne y sangre” no pueden revelar, Mateo 16.17. Recibimos comprensión espiritual no por la especulación humana sino por revelación celestial, Efesios 1.17 al 23. La lectura de la Palabra, “arraigados y sobreedificados en él”, nos establece en la fe, así como hemos sido enseñados, 2.7.

“En Cristo” es el tema de esta sección, donde hay unas siete expresiones que incluyen palabras como en él, en quien, etc. Dos de éstas constituyen afirmaciones claras y fuertes en cuanto a la deidad de Cristo, excluyendo cualquier interpretación errónea de las herejías antiguas y los cultos modernos:

  • 2.3 en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento
  • 2.10             él, que es la cabeza de todo principado y potestad.

Cristo es el Dios verdadero y como tal puede decir, “creed también en mí”, Juan 14.1.

Por lo tanto nuestra fe se dirige a él y reposa en él, 2.5. Es quien nos dirige y, por la unión estrecha que existe, nos desarrolla, 2.6. La verdad céntrica se encuentra en el 2.10; estamos completos en Él, como el cuerpo encuentra su máxima expresión en la cabeza, sin que haga falta otra cosa u otra persona.

2.12 al 23
Con Cristo

La unión real que el creyente goza con su Cabeza es tal que se considera como habiendo experimentado lo que Cristo experimentó como sustituto suyo. Así, el tema cambia de en él a con él, y en 2.12 al 3.4 contamos con una descripción séptupla de la asociación del santo con Cristo, comenzando con la muerte y culminando en la gloria (sepultados, resucitados, vivos, asidos, creciendo, escondidos, manifiestos).

En otra parte Pablo escribió que si uno murió por todos, luego todos murieron, 2 Corintios 5.14. Y, aquí en el 2.11 señala que la circuncisión corporal nada vale, pero, por la muerte de Cristo, hemos experimentado una circuncisión espiritual que consiste en echar de nosotros el cuerpo carnal, descrito más adelante como “el viejo hombre con sus hechos”, 3.9.

Nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con Cristo, Romanos 6.6. Por el bautismo hacemos saber que participamos en la sepultura de Cristo para que podamos participar también en su resurrección. Se nos dio vida juntamente con Él, Colosenses 2.13, habiendo revestido el hombre nuevo para andar en vida nueva, Romanos 6.4. Antes de renacer estábamos muertos; ahora, “aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que … a él le veremos tal como es”, 1 Juan 3.2.

La referencia a la circuncisión en el 2.11 indica una influencia judaizante como la que los apóstoles habían tratado en Hechos capítulo 15. Pedro la llamó un yugo sobre la cerviz que ni los padres habían podido llevar, afirmando que no era necesaria para la salvación.

Nosotros en el 2.4, en comparación con os en el 2.13, se debe a una condición particular de los judíos, quienes estaban bajo contrato de guardar la ley pero eran incapaces de hacerlo. Tanto para el judío como para el gentil, “el fin de la ley es Cristo, para justicia a todo aquel que cree”, Romanos 10.4. La ley era apenas una sombra de bienes venideros pero el objeto que echa esa sombra es “el cuerpo”, la realidad sólida y continua que es Cristo. El creyente no está sujeto a las ascéticas ordenanzas religiosas que hacen alarde de la carne pero nada logran. Estas tan sólo le desviarían de su propósito firme de sujetarse a la Cabeza, robándole de lo que 2 Juan 8 llama su galardón completo.

“Los mandamientos y doctrinas de hombres”, 2.22, tienen una influencia terrible. Pablo enfatiza más bien los mandamientos del Señor y la doctrina de Dios nuestro Salvador. “Lo que os escribo son mandamientos del Señor”, 1 Corintios 14.37. “Mostrándose fieles en todo, para que en todo adornen la doctrina de Dios nuestro Salvador”, Tito 2.10.

3.1 al 11
Cristo en todo

Nos encontramos ahora en el corazón y centro de la Epístola. Pablo, el perito arquitecto,
1 Corintios 3.10, ha puesto su fundamento, el cual es Cristo Jesús. El edificio que se yergue ahora descansa firmemente en la doctrina de la deidad de Cristo nuestra Cabeza y en su unión indisoluble con la Iglesia que es su cuerpo.

Nuestra Cabeza está en los cielos, entronado con Dios, y nuestras almas deben buscar las cosas de arriba. Es natural que el mundo ponga la mirada en las cosas de la tierra, pero nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, el cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya, Filipenses 3.20,21.

En cuanto al pasado, Cristo es nuestra paz, Efesios 2.14; en el presente es nuestra vida, Colosenses 3.4; para el futuro, es nuestra esperanza, 1 Timoteo 1.1.

Habiendo participado con él en su muerte, sepultura y resurrección, participaremos también con Él en su gloria, triunfo y reino. En un tiempo estábamos alejados de Dios por el pecado. Éramos de “los hombres mundanos, cuya porción la tienen en esta vida”, Salmo 17.14. Ahora, reconciliados con Él, somos súbditos de un rey celestial en una tierra que no le reconoce, donde Él nos ha puesto como embajadores suyos, 2 Corintios 5.18 al 20. Hablar por Cristo refiere un estilo de vida acorde con nuestra profesión; lo que tiene que ver con “el viejo hombre” tiene que ser crucificado.

Prevalecen hoy día los vicios mencionados en el 3.5; se los aceptan en muchos casos como normas para la sociedad, y los medios de comunicación social los popularizan. Pero no tienen cabida en la vida del creyente, Romanos 6.1 al 23. Hace falta el dominio propio para dominar los pecados listados en 3.8,9. Son mayormente ofensas del miembro que está lleno de veneno mortal, la lengua, Santiago 3.8. Aun mintiendo “los unos a los otros”, pueda que uno también mienta al Espíritu Santo, Hechos 5.3.

El “viejo hombre” se relaciona con nuestra caída naturaleza adánica y todo lo que resulta de ella; el “hombre nuevo” es una nueva creación en Cristo según la imagen y semejanza de Dios. Como tal el hombre nuevo no puede ser restringido por distinciones étnicas, religiosas o sociales de origen terrenal. Hay un sentido en que Cristo divide, Lucas 12.51, pero hay otro en que unifica en un cuerpo de carácter celestial a todos aquéllos cuyos afectos se dirigen a las cosas de arriba. “Para vosotros, pues, los que creéis, él es precioso”, 1 Pedro 2.7.

3.12 al 4.1
El hombre nuevo

La nueva vida en Cristo no es un remiendo de la vestidura vieja, y el nuevo hombre del versículo 10 es de un carácter muy diferente al del viejo hombre en el versículo 9. El vino nuevo de la gratitud y el gozo caracteriza a este nuevo hombre, quien se regocija en saber que antes de la fundación del mundo fue escogido en Cristo, quien “nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él”, Efesios 1.4.

El cristiano es uno de los hijos de Dios, un participante de la naturaleza divina, 2 Pedro 1.4, por medio de quien el Espíritu Santo desea manifestar la gracia séptupla que está desplegada en los versículos 12 al 14, produciendo así una semejanza a Cristo (santos, amados, misericordiosos, benignos, humildes, mansos, pacientes). Tal como el amor encabeza la escalera del desarrollo espiritual en 2 Pedro 1.5 al 7 (fe, virtud, conocimiento, dominio propio, paciencia, piedad, afecto fraternal, amor), así también el amor es el “cubre todo” del nuevo hombre espiritual, 1.14.

En esta sección el apóstol se dirige a los santos con respecto a su vida colectiva en la iglesia local, o sea, su actitud y conducta entre sí. Los versículos 12 al 15 se dirigen, por lo tanto, a todos. La humildad de mente es aquella rama fructífera que más se dobla.

Pablo desea ardientemente que los colosenses lleguen a conocer lo agradable de habitar los hermanos juntos en armonía, al decir de Salmo 133.1. Dios aborrece la discordia. “Abomina su alma … el que siembra discordia entre hermanos”, Proverbios 6.19. La paz de Dios a la cual ellos habían sido traídos gobernaría [actuaría como árbitro] en sus corazones, 3.15.

La palabra “cuerpo” figura nueve veces en esta carta. En el versículo 15 se refiere a la iglesia local. Considérese también Romanos 12.4 al 18.

Las Sagradas Escrituras son la Palabra de Dios concerniente a Cristo. Deben tener una parte grande en nuestra vida, tanto particular como congregacional, como enseña el versículo 16, ya que, morando en nosotros en medida abundante, ellas nos hacen fructíferos en servicio y nos proporcionan temas para alabanza y adoración.

Para la mayoría de los creyentes, la vida es una combinación de iglesia, hogar y empleo. Ninguna esfera se excluye del señorío de Cristo, y en la sección 3.18 al 4.1 todas las relaciones se consideran a la luz de nuestra responsabilidad a él. Se habla en buena parte de los siervos. En un sentido todo santo es un siervo con un Maestro celestial, y todo servicio debería ser prestado como para él.

4.2 al 18
Colaboradores

Siempre consciente del poder de la oración eficaz, y habiendo asegurado al pueblo de Dios de su “lucha” por ellos, 2.1, ahora Pablo pide que le incluyan a él en su intercesión. Su preocupación no es su propia excarcelación, sino que la verdad de Cristo sea proclamada más ampliamente, aun cuando esto podría resultar en que él continuara preso.

Él quería que los esfuerzos de los colosenses en la evangelización fuesen caracterizados por las cuatro cualidades evidentes en los hombres que llevaron su amigo paralítico a Jesús, Marcos 2.1 al 5. Estas cualidades son la sabiduría, el aprovechamiento de las oportunidades, la gracia y un estilo de conversación libre de vicio, 4.5,6. Son requisitos para quien aspira ganar almas.

De las cartas de Pablo dirigidas a una congregación, ésta es una de las últimas, y en su despedida él menciona a varias personas por nombre. Si incluimos a Timoteo, 1.1, se nombran doce individuos, algunos de los cuales habían participado desde los primeros tiempos en iniciativas arriesgadas del apóstol. Como grupo, estos colaboradores cumplían con la enseñanza del 3.11, siendo judíos y gentiles, libres y esclavos. Su nexo con Cristo sobrepasaba toda distinción y los unía en el servicio suyo. Es su lealtad y devoción que impresiona a Pablo, y, en un sentido, la lista puede ser vista como una primicia del tribunal de Cristo.

Tanto Tíquico como Onésimo figuran como fieles, versículos 7 y 9. Dios es fiel y podemos confiar en Él; somos fieles cuando Él puede confiar en el servicio que le prestamos, como Pablo: “Doy gracias al que me fortaleció, a Cristo Jesús nuestro Señor, porque me tuvo por fiel, poniéndome en el ministerio”, 1 Timoteo 1.12.

Se mencionan dos redactores del Nuevo Testamento, Marcos y Lucas, y es típico de la manera en que Lucas intenta pasar por inadvertido que Pablo tiene que decirnos de su preparación profesional.

Onésimo, Marcos y Demas ofrecen contrastes instructivos. En un tiempo Onésimo era inútil para su amo para ahora es provechoso para tanto Pablo como Filemón, versículo 9 y Filemón 11. Marcos había comenzado bien pero sufrió un revés lamentable, Hechos 12.25, 13.13. No obstante, había sido restaurado, versículo 10 y 2 Timoteo 4.11. Ciertamente esto es un estímulo para cualquiera que haya sufrido un traspié. Demas comenzó bien y aparentemente continúa bien. Pero va a terminar mal, dejando el apóstol en la hora de su necesidad,
2 Timoteo 4.10. Él es una advertencia solemne del peligro de la autocomplacencia.

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