La torre y la guerra en Lucas 14 (#807)

La  torre  y  la  guerra  en Lucas 14

Harold St.John, 1876-1967
Believer’s Magazine, febrero 1936

 

Propongo tomar un par de parábolas – las del constructor imprudente y el guerrero prudente – y ver en ellas dos lecciones, una de advertencia y otra de estímulo.

Lucas capítulo 14 abre con nuestro Señor como huésped en la casa de un fariseo destacado. Al entrar Él ve a un hombre (no uno de los invitados, v. 4) que padece de hidropesía y por cuanto es día sábado le invita a compartir el reposo de Dios da. Le sana y le manda a seguir en su camino.

Espera que el hombre saliera, para no herir su sensibilidad, y entonces nuestro Señor, cuyos milagros siempre eran parábolas, emplea su sufrimiento físico como un cuadro de su estado espiritual. Debemos llevar en mente que la hidropesía no es una enfermedad sino un síntoma. Las cavidades del cuerpo o la malla de los tejidos se llenan de agua estancada y esto se manifiesta en miembros hinchados, difíciles de manipular. En pocas palabras, el enfermo ocupa el doble del espacio que debe.

El Señor está observando a los demás visitantes, quienes, tan pronto que oyen el llamado a comer, se apresuran desordenadamente a ocupar el triclinio (un sofá hecho para acomodar a tres personas) y así colocarse en el puesto de honor. Dicho sucintamente, su ambición se hace evidente y se diagnóstica en cada caso como “una hidropesía del alma”.

Con esto Cristo se dirige al anfitrión y le advierte con una ironía delicada que corre el riesgo de recibir invitaciones recíprocas de sus amigos acaudalados. Para evitar esa catástrofe él haría bien en invitar a los pobres, mancos, cojos y ciegos, porque ellos no podrán recom-pensar su bondad. El hombre, viéndose a sí mismo en la gloria reflejada de sus huéspedes cómodos, padecía obviamente de la misma enfermedad; todos por igual estaban inflados e hinchados de hidropesía moral.

En marcado contraste con todo esto, el Señor revela la gloria de la fiesta divina; sus invitados son siempre y solamente aquellos que han sido aporreados y golpeados en la batalla de la vida; todos los tales son bienvenidos y para encontrarlos el siervo debe barrer las calles y las veredas de la ciudad y buscar en los caminos y las sendas del campo. El banquete de gracia debe ser disfrutado al máximo.

Con esto, nuestro Señor sale de la casa y encuentra a una muchedumbre deseosa de seguirle. Se dirige al gentío con palabras calculadas a disminuir sus filas. Dice: “Doy la bienvenida a mi fiesta evangélica, pero puedo reclutar como siervos a solamente los trabajadores y soldados que cumplen con los requerimientos severos de mi reino”.

Son tres –

  • Debe haber un severo rechazo séptuplo de todo nexo familiar, inclusive
    de la vida de uno mismo, vv 21, 26
  • Debe llevar a cuestas la marca de reproche, símbolo de deshonra, v. 27
  • Debe renunciar firmemente todo lo que tenemos, tanto en el centro
    como en la periferia, v. 33

La explicación de estas demandas elevadas está presentada entre la segunda y la tercera, y es la iniciativa doble de Cristo de construir y guerrear por intermedio de hombres probados y de confianza. Solamente estos pueden manejar la paleta y la espada. “Si ellos me fallan, mi torre se quedará inconclusa y mi línea de batalla rota; yo seré objeto de burla en el universo entero”.

Aquí tocamos el meollo del asunto; no somos nosotros que tenemos que contar el costo, sino Él. Él está construyendo una torre y las torres son para ganar renombre para quienes las erigen, y para permitir que los atalayas vigilen el vasto campo y provean refugio para la grey en tiempos de peligro.

El en capítulo anterior Cristo ha hablado de una torre que cayó y aplastó a dieciocho hombres, 13.4. En el amanecer de la historia humana una gente comenzó a edificar una torre pero usaron ladrillos en vez de piedra y lodo en vez de mezcla. Está allí inconclusa, un monumento a la necedad y rebelión humana, aun cuando todavía los hombres están esforzándose frenéticamente en proseguir con el proyecto. Véanse Génesis 11 y Apocalipsis 17 y 18.

Torre fuerte es el nombre de Jehová; a él correrá el justo, y será levantado, Proverbios 18.10. Él está edificando si Iglesia sobre la Roca, y el Hijo de Dios sale a la guerra. ¿Puede estar seguro de que sus diez mil pueden vencer a los veinte mil del enemigo? ¿Estamos seguros de que cada uno de nosotros vale por dos de los del diablo?

 

La lección que está en la superficie de este par de parábolas del Señor es que nuestro servicio cristiano requiere previsión y planificación cuidadosa. El Señor es un arquitecto preciso y un general de amplia visión.

¿Estamos satisfechos que nuestras legiones extranjeras y nuestra base doméstica están funcionando en armonía tanto como Él desearía? Sin duda una consideración de esta pregunta dejará en claro que muchos de nuestros métodos son casuales, desorganizados, asunto de “ensayo y error”.

Nuestros padres se gloriaban en solitarios heraldos de la Cruz que bregaban en alguna vasta ciudad china a centenares de kilómetros del colega más cercano. Hoy en día oímos de misioneros jóvenes, llenos de fervor, en marcha forzada a tribus paganas; devotos, sí, pero como Napoleón lo expresó: C’est magnifique, mais ce n’est pas de guerre. (“Hermoso, pero no territorio para una guerra”). Los hombres del primer siglo no salían a la obra así.

Cuando el historiador Gibbon ofreció cinco razones por el éxito del cristianismo al principio, citó los rasgos siguientes de la obra, diciendo que los discípulos primitivos se distinguían por—

  • La sencillez y certeza de su fe en Dios y en milagros
  • La austeridad y pureza de su moralidad
  • Su unidad y afecto mutuo
  • El fuego de su celo por Dios y el prójimo
  • La sabiduría a estilo de estadistas manifestada en planificar una obra nueva

Veamos los registros más antiguos a nuestra disposición –

(a)  Cristo amó al mundo y escuchó el gemido de sus millones, pero limitó su servicio a una pequeñísima provincia romana, ganando a los sumo unos quinientos adeptos.

(b)  Los doce apóstoles comenzaron a partir de un centro y ampliaron su esfera poco a poco a medida que las asambleas crecieron en número y peso.

(c)  El pionero Pablo lanzó sus líneas tan cuidadosamente planeadas a lo largo de los principales caminos romanos, plantando iglesias al viajar por ellos y constantemente proyectando visitas a aquellas donde había trabajado previamente.

(d)  El Señor, en un ministerio glorificado, envió cartas a siete asambleas en Asia Menor, y notamos que las ciudades nombradas eran puestos clave en una circunvalación imperial.

Sin duda podemos aprender mucho de estos hechos, y en el poco futuro que nos queda por delante queremos contar con visión para planear sabia y acertadamente.

Y, enfocándonos ahora en los que cuidan los amarres en este país de origen, hacemos bien al retarnos a nosotros mismos, a ver si estamos cumpliendo de veras –

(1)  ¿Nuestra práctica de dar de nuestras entradas es suficientemente regulada y abnegada como para que todos los obreros dispongan de una abundancia? En los días de Moisés se promulgó el decreto: “Ningún hombre ni mujer haga más para la ofrenda del santuario”.

(2)  ¿Nuestro estudio es tan sistemático como para darnos una comprensión inteligente de la condición moral y material de aquellos entre quienes laboran nuestros delegados, y nos mantenemos al tanto del progreso de la obra?

(3)  ¿Nuestra vida de oración privada está ordenada de tal manera que abarque varios campos, y en realidad nuestras oraciones están reforzando el poder y la gracia?

Finalmente, una palabra de estímulo: Puede que los hombres se burlen de los edificadores de torres terrestres, y que los ejércitos de las naciones sean quitados del terreno, pero ningún hombre jamás va a decir de Él que comenzó a edificar y no pudo realizar el proyecto. El Hijo de Dios sale a la guerra, y pondrá la Piedra Angular de su torre en medio de aclamaciones: “¡Gracias, gracias a Él!”

En este auditorio hoy están representadas centenares de iglesias novotestamentarias cuyos miembros han entregado sus vidas al Señor Jesús y en cuyas asambleas hay acumulada una suficiencia de poder y material espiritual que, si estuviera liberada, llevaría la causa de Cristo a una conclusión veloz y triunfante. Desde luego, el opositor es celoso e inescrupuloso, pero el fin es seguro. Nuestro Príncipe cabalgará a la cabeza de sus huestes triunfantes, los hombres que han bebido el valor de sus ojos.

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