La salvación es de Jehová (#314)

La  salvación  es  de  Jehová

S. J. Saword;

El Mensajero Cristiano; escrito en 1927

 

Este pequeño libro —la profecía de Jonás— rebosa de ilustraciones y enseñanzas del Evangelio. En el primer capítulo hallamos tres clases distintas de pecadores, todos expuestos a la condenación, pero en cada caso se arrepintieron y alcanzaron la gracia salvadora de Dios.

 

El profeta Jonás

 

Él es un tipo del pecador desobediente.

Jonás tenía mucho conocimiento de las cosas de Dios pero su opinión propia no armonizaba con la voluntad divina. Él no quería poner por obra la Palabra del Señor. Con toda su religiosidad e iluminación, buscaba un camino propio. En Isaías 53.6 vemos que, como Jonás, cada cual nos hemos apartado por nuestro propio camino. Jonás se embarcó en una nave y por supuesto tuvo que pagar su pasaje. Entonces se levantó una tempestad terrible, pero a pesar de tan gran perturbación, el pasajero quedó completamente dormido.

¡Qué cuadro tan gráfico es éste! Es una ilustración de todos los que conocen algo de la Biblia y profesan ser religiosos, pero que no han obedecido al llamamiento del Evangelio; no han puesto por obra lo que han aprendido; no se han arrepentido y creído en el Señor Jesucristo. Más bien han seguido sus propias opiniones; están viajando en un barquito inseguro, y el pasaje les cuesta caro. En el romanismo los pasajeros tienen que pagar al principiar el viaje, pero, como en el caso de Jonás, su barco es incapaz de traerlos al puerto de seguridad. Es Cristo quien ha dicho: «Yo soy el camino … nadie viene al Padre sino por mí.»

Desgraciadamente esta clase de gentes están como Jonás también en el hecho que él se bajó a los lados del buque, 1.5, donde no podía ver nada. Él perdió su interés en el viaje; poco o nada le importaba ya el saber en qué rumbo iba; no miraba hacia los cielos para averiguar la posición del sol, la luna y las estrellas, si iban hacia adelante o hacia atrás.

Asimismo la gente que pertenece a esta clase se han bajado a la obscuridad y no se interesan más en cuanto a la dirección en que van. Ellos ignoran que en la Santa Biblia Dios nos ha dado una guía infalible y más segura que los luminares celestiales. Les sobrecoge el sueño fatal del alma y no quieren despertar, no obstante las circunstancias tan espantosas y el peligro inminente a que están expuestos.

Por fin vemos a Jonás echado en el mar. Su pecado le hubiera llevado a la muerte y destrucción, a no haber sido por la intervención de la Providencia divina. La historia tiene dos partes: el pecado de Jonás, y la provisión de Jehová. «Cuando el pecado creció, sobrepujó la gracia,» Romanos 5.20.

En este punto crítico, Dios se manifestó en amor para con el profeta desobediente. Un gran pez llegó al mismo instante y se lo tragó. En los tres días siguientes el pobre Jonás pasó por una crisis de sacudimiento tan violento que se le desvanecieron todas sus ideas erróneas, su egoísmo y desobediencia. En lugar de pensar en huir, con mucha angustia y anhelo él acudió en espíritu a la presencia de Dios.

Entró hasta el santo templo de Dios la oración que él dirigió desde el vientre del gran pez, 2.28. Él fue vomitado en tierra, y con esta base firme para sus pies, elevó su corazón a Dios en alabanzas por su grande misericordia, y con sus labios confesaba que «la salvación es de Jehová.»

En la presente época de la gracia el Espíritu Santo está obrando en los corazones de los pecadores, sacudiéndolos para la convicción de pecado y produciendo una sincera confesión de su estado mísero y su necesidad urgente de la salvación del alma que sólo viene de Dios. En la obra redentora de la cruz hay un fundamento firme; Cristo, el único Salvador, es el que trae una paz perfecta a las almas angustiadas.

Al creer de todo corazón en el Señor Jesucristo, se experimenta un gozo y satisfacción que luego producen alabanzas a Dios, y nos hacen confesar al mundo con Jonás que «la salvación pertenece a Jehová, el Señor Todopoderoso.» No es el resultado de nuestros esfuerzos propios, porque nos encontramos tan imposibilitados como el profeta en el vientre del pez. Tampoco puede nuestro dinero conseguir la salvación, porque en tal caso los ricos entrarían en el cielo, mas Cristo dijo: «Más fácil trabajo es pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios.»

Humanamente es imposible, pero «con Dios todas las cosas son posibles.» En la larga lista de los salvos por Jesús encontramos los nombres de algunos ricos, quienes fueron salvos por haber acudido al Salvador en toda su pobreza espiritual. No fué por rango social o dinero, sino por los méritos de la sangre preciosa de Aquel. «Habéis sido rescatados … no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo,» 1 Pedro 1.18.

Los marineros espantados

 

Ellos son un tipo del pecador que desconoce.

En los marineros del primer capítulo del libro de Jonás, con los cuales el profeta desobediente emprendió su viaje inolvidable, vemos una ilustración de la grande multitud que tiene los dioses suyos pero no conoce al único Dios vivo y verdadero. Ellos partieron en su nave del puerto de Joppe con la grata esperanza de llegar hasta Tarsis, pero llevaban a bordo una cosa que los hubiera hundido en un caos de zozobra peligrosa, y luego a la muerte. Jonás llevaba consigo un pecado contra el Dios santo, y por este pecado de un solo hombre, aquel barco, su tripulación y cargamento fueron expuestos al desastre.

¡Cuán parecida es esta historia a la de la raza humana! En Romanos 5.12 leemos: «Así como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, y la muerte así pasó a todos los hombres, pues que todos pecaron.» Por una sola desobediencia del primer hombre Adán, vino la condenación sobre todos. Con el pecado a bordo, nuestro barquito nunca podrá llegar al puerto celestial. Los burladores piensan que es una cosa insignificante, pero no es así; el pecado de la desobediencia que Jonás llevaba a bordo era cosa tan terrible que los amenazaba a todos con un fin calamitoso.

Vemos, pues, que un solo pecado es suficientemente grande para arrastrar a un alma al fondo del infierno. Aun los elementos levantaron su voz en señal de protesta contra el profeta rebelde. La tempestad rugía; el estampido del trueno y las ondas embravecidas se precipitaron contra la nave. En Salmo 107.23 al 30* tenemos una descripción gráfica de lo que debía haberles pasado a aquellos hombres.

* Los que descienden al mar en naves, y hacen negocio en las muchas aguas, ellos han visto las obras de Jehová, y sus maravillas en las profundidades. Porque habló, e hizo levantar un viento tempestuoso, que encrespa sus ondas. Suben a los cielos, descienden a los abismos; sus almas se derriten con el mal. Tiemblan y titubean como ebrios, y toda su ciencia es inútil. Entonces claman a Jehová en su angustia, y los libra de sus aflicciones. Cambia la tempestad en sosiego, y se apaciguan sus ondas. Luego se alegran, porque se apaciguaron; y así los guía al puerto que deseaban.

El miedo les impidió buscar el amparo de sus dioses; clamó cada uno a su diosito de madera o de yeso, que es obra de hombre. Pero tales dioses no tienen oídos para oír, y mucho menos tienen potestad para apaciguar el torbellino y el embravecido mar. Después de aprender cuán inútil era rogar a las cosas mudas y muertas, ellos procuraron salvar su buque descargándolo de los enseres.

Así como en el día de hoy, cuando hay miedo y turbación de alma, y los dioses pequeños no dan ningún consuelo, los idólatras angustiados resuelven descargar su «barquito» de todo aquello que les sea gravoso. Echan de sí los vicios; renuncian a los placeres del mundo; procuran dejar los pecados más reconocidos de su vida; pero todo esto es inútil. En el caso de los marineros, la causa verdadera o raíz de toda su aflicción quedó allí escondida dentro de la nave, en el lugar más oscuro de su buque. Asimismo con los hombres; la causa y raíz de toda la convicción de conciencia está escondida en las partes más recónditas y oscuras del corazón humano; es una naturaleza rebelde y desobediente a la voluntad divina.

Luego les fue revelado el porqué les había sobrevenido toda esta congoja, y también el remedio verdadero. Tenían que echar el profeta al mar. Sin embargo, les fue muy penoso hacer esto, y siguieron con todas su propias fuerzas el procurar tornar la nave a tierra, pero todo fue en vano. Como su último recurso, ellos tomaron a Jonás y lo arrojaron al mar. Inmediatamente el viento se calmó y el mar apaciguó su agitación y furia.

Aquí tenemos un tipo precioso de la salvación provista por Dios en Cristo. Él vio lo inútil de todas las invenciones y esfuerzos humanos para conseguir la paz del alma, porque la naturaleza pecaminosa del hombre no cambia de esta manera. El asunto del pecado en toda su potencia y enormidad tenía que ser juzgado, y sólo Cristo podía llevar a cabo esta grandiosa obra. Jonás mereció lo que aconteció, pero Jesucristo, el Justo, murió por nosotros, los injustos.

Él pasó bajo las ondas de la ira de Dios, y llevó consigo nuestros pecados. «Jehová cargó en él los pecados de todos nosotros.» El amante Salvador tenía que sufrir todas las consecuencias fatales de nuestros delitos, y Él mismo dijo que, «como estuvo Jonás en el vientre del pez tres días y tres noches, así estará el Hijo del Hombre en el corazón de la tierra tres días y tres noches,» Mateo 12.40.

Resulta que todos los marineros y el maestre fueron convertidos de los ídolos a Dios, empezando a clamar a Jehová en lugar de los pequeños dioses. Ofrecieron sacrifico a Dios, no para conseguir la salvación de sus almas, sino en hacimiento de gracias por haberla conseguido. Dios no acepta nuestra ofrendas en pago de la salvación, ya que es gratuita. Él las recibe de las manos de los salvos, como expresión del agradecimiento por el beneficio disfrutado.

La historia empieza con el miedo que ocasiona la superstición de los marineros, cosa inseparable de la idolatría, y termina, 1.16, con su temor de Jehová, expresión esta que quiere decir la confianza reverencial, fruto de haber experimentado su gracia salvadora.

«Y prometieron votos.» En lugar de hacer promesas a los santos, los creyentes en Cristo han aprendido que al Señor Dios y a su Hijo Jesucristo nos corresponde dedicar todo lo que somos y tenemos, como nuestro culto racional por todo lo que Él ha hecho por nosotros.

 

La maldad de Nínive

 

Los moradores de la gran ciudad son un tipo del pecador mundano. Nínive llevaba el título orgulloso de «la señora del oriente» por su antigüedad, poder, riquezas y la protección que ostentaba.

Esta consistía en inmensos muros para hacerla humanamente inexpugnable. Y por supuesto se jactaba de su religión, adorando al «dios toro» que tenía cara de hombre y alas de ave. Estas excelencias ganaban fama para Nínive en este mundo, pero en los ojos de Dios no valían nada. No subían delante de él los perfumes y su mucho incienso, sino el hedor de sus males. El «dios toro» no protestaba contra la perversidad de aquella ciudad-estado en sus campañas sangrientas y prácticas avaras y crueles. Teniendo narices, no podía oler; sus sacerdotes tenían ojos pero la mucha plata se los cerraba para que no mirasen los pecados de sus clientes.

En la narración del trato divino con aquella gente vemos una triple manifestación del carácter del Dios vivo y verdadero.

  • Se revela como Dios de luz, descubriendo el pecado. Durante esta época presente, Él está redarguyendo a los hombres de sus pecados mediante su Espíritu Santo que está en el mundo.
  • Se revela como Dios de juicio. Él debe anunciar su condenación del pecado, y lo hizo por boca del profeta Jonás.
  • Pero, cual Dios de amor Él ofrece el perdón gratuito, sin negar el carácter justo de su trono, a todos los que se arrepientan.

Notemos que en el caso de Nínive no fueron los grandes y sabios que despertaron la compasión de Dios. Él vio a los pobres ignorantes, 4.11, y por piedad de ellos extendió su gracia a toda la ciudad.

Después de su experiencia maravillosa en el vientre del gran pez, la palabra de Dios vino por segunda vez a Jonás. «Levántate, y ve a Nínive, aquella gran ciudad, y publica en ella el pregón que yo te diré.»

Jonás se presentó a los ninivitas como una señal profética. Su entierro en el mar y resurrección posterior eran un milagro para convencer a aquellos incrédulos del poder majestuoso del Dios único y verdadero. Para Dios Jonás y lo que le pasó formaron una figura de la obra expiatoria de su amado Hijo cuando, muchos siglos después, Él descendería al sepulcro, estando por tres días y tres noches en el corazón de la tierra. Él vencería a la muerte para después ser resucitado y ensalzado a la diestra de Dios Padre.

Todo el orgullo e incredulidad de Nínive fueron heridos mortalmente delante del poderoso y solemne pregón de Jonás. El mensaje de que venía una destrucción terrible produjo un efecto espantoso en la población entera, desde el mayor de ellos hasta el menor. Creyeron a Dios por medio de la palabra que les fué enviada; manifestaron una humillación sencilla; y, llevaron los frutos genuinos del arrepentimiento.

Dice la Palabra que Dios vio que se convirtieron de su mal camino. Por esto no cayó la ira de Dios sobre ellos y la mano destructora no les tocó. Dios podía contemplar a Jonás como un tipo de Cristo, y con esta vista de la cruz del Calvario ante sus ojos, Él podía otorgarles el pleno perdón y librarlos de la condenación de la que se hicieron merecedores.

El mundo no ha mejorado desde los días de Nínive. Al contrario, su maldad está subiendo delante de Dios aun en mayor grado en la actualidad. Por las bocas de miles de sus fieles pregoneros, Dios está acusando a los hombres de su estado perdido y de la condenación eterna que les está alcanzando.

 

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