La división ilegítima entre creyentes (#847)

La división ilegitima entre creyentes y entre congregaciones

 

                                                Separación sí, división no
¡A dividir! El grito de los envanecidos
Protagonistas de un gran cisma

 

Separación sí, división no

 

T.D.W. Muir; Detroit; Estados Unidos;
Our Record, marzo 1919

 

La separación entre el pueblo de Dios y el mundo es un principio divino y un manda­miento de la Palabra de Dios. La división entre ese mismo pueblo de Dios, sea a nivel de personas o de asambleas, es de Satanás y está condenada en la misma Palabra. Esto decimos sin temor de contradicción bíblica, sabiendo que hay quienes dicen en su ignorancia que la separación y la división son una misma cosa.

En Génesis 1:4 leemos que “separó Dios la luz de las tinieblas”, y sólo una vez más en la Biblia (Éxodo 26.33) se emplea la misma palabra para separar. El lector observará que Dios no separó la luz de la luz, sino de las tinieblas. Él da en esto una ilustración de la separación del creyente y el inconverso, y es un concepto que encontraremos a lo largo de las Escrituras. El apóstol pregunta en 2 Corintios 6 qué comunión tiene la luz con las tinieblas, y bien sabemos que la respuesta es que no tiene ninguna. No puede haber esta comunidad de intereses entre el que es salvo y el que no lo es, como habrán aprendido muchos que son creyentes en verdad pero alguna vez se enredaron con quienes no lo eran.

Leemos en el capítulo 8 del Éxodo que Dios, cuando estaba por enviar una plaga de moscas, dio un mensaje a Faraón, diciendo: Yo pondré redención entre mi pueblo y el tuyo”.
En traducciones como la Versión Moderna (1893), la Popular, y Nacar-Colunga, entre otras, vemos que hay de nuevo la idea de una separación: “Yo pondré separación …”, o “Haré distinción entre mi pueblo y el tuyo”. Otra vez, Dios apartó a los que eran redimidos de los que no lo eran. La distinción existe todavía, y el deber es mostrarla en nuestra manera de vivir.

Dios nos ha llamado a la comunión con su Hijo, 1 Corintios 1.9. En otras palabras, nos ha asociado en un interés común con Él y los demás creyentes. El mundo —los que no son salvos— no puede tener parte en esa comunión; simplemente no encaja con el modo de ser de aquellos que no han nacido de nuevo.

Hay verdades fundamentales sobre las cuales no puede haber duda en un corazón leal. Debemos separarnos, sin tolerancia alguna, de cualquier cuestionamiento de la integridad, inspiración y autoridad de las Sagradas Escrituras; de cualquier falta de respeto hacia la santidad de la persona del Señor Jesucristo; de la negación de la Santa Trinidad; de la subestimación de la fealdad y las consecuencias del pecado en la raza humana; del valor de la obra expiatoria del Señor Jesucristo; de cualquier negación de las consecuencias eternas de rechazar al Salvador.

Digo, no podemos asociarnos con errores tan evidentes como estos. Que Dios nos ayude a contender ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos. Si alguno viene a nosotros, y no trae esta doctrina, no lo recibamos en casa. Ni en la asamblea tampoco; 2 Juan 10. Una congregación que tolera enseñanza errónea de esta índole debe entender que nuestra actitud hacia ella será la misma que hacia las personas que la propagan. En fin, la separación del pecado es un deber.

Pero la Palabra de Dios muestra, y nuestra experiencia confirma, que hay muchos puntos sobre los cuales hay honesta diferencia de criterio entre creyentes verdaderos y concienzudos. Nadie entre nosotros niega que lo deseable es que todos veamos estas cuestiones de procedimiento de una misma manera, pero la simple realidad es que a lo largo de los siglos no ha sido así. Paciencia queremos, y gracia pedimos, pero una uniformidad absoluta no la vamos a tener.

Todos tenemos que corregir por medio de la Palabra de Dios una y otra idea errada que alguien nos enseñó cuando éramos nuevos en la fe, o unos cuantos prejuicios propios a nuestra cultura o formación en el hogar. Usted y yo tenemos que enseñar la Palabra de Dios con paciencia, aceptando que algunos van a tildarnos de portadores de ideas raras, enseñanza diferente y falta de respeto por las tradiciones. Manifestemos la gracia del Señor, paciencia para con el que difiere con nosotros, y una constante referencia a “Escrito está”.

Si no tenemos en las Sagradas Escrituras una enseñanza clara y específica, mal podemos exigir que los demás interpretar la Palabra exactamente como uno la entiende. Por otro lado, si los principios y la interpretación de uno que enseña están respaldados por una vida de santidad y poder en ese creyente que exhorta, mal haríamos al no hacer caso de sus recomendaciones.

Entonces, vamos a practicar una sencilla, sincera separación del mundo y hacia el Señor, siete días de la semana y en todo departamento de nuestras vidas. Pero, por mucho que seamos librados de guardar la verdad con descuido, tengamos cuidado, acaso usemos la verdad de la doctrina como espada contra el pueblo del Señor. Hace medio siglo, estaba de moda entre cierto grupo de asambleas cortar la comunión entre la una y la otra. Cuidado, hermanos, que no caigamos en el mismo error y suframos las mismas consecuencias.

Dios es un Dios de juicio; Él pesa las acciones, y no sólo las de los inconversos. El tribunal de Cristo está por delante, y usted y yo encontraremos allí lo que hemos dicho y escrito aquí. Nuestro Señor tiene ojos como llama de fuego, y uno no quiere tener que alejarse de Él avergonzado en su venida.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

A dividir! El grito de los envanecidos

 

William Rodgers, Norte de Irlanda, 1879 – 1951
del libro Notas sobre 1a Corintios

 

El conocimiento envanece. El amor … no es envanecido. 1 Corintios 8.1, 13.4

En el capítulo 4 de la carta a los corintios encontramos que el escritor habla tres veces del envanecimiento —la soberbia— que había en ellos.

  • Os envanezcáis unos contra otros, 4.6
  • Algunos están envanecidos [contra Pablo], 4.18
  • … el poder de los que andan envanecidos, 4.19 [ En este caso, contra el reino de Dios]

Esta soberbia no sólo operaba en contra de otros, sino que pretendía proteger a los presumidos:

  • Vosotros estáis envanecidos, 5.2, ¿No debierais más bien haberos lamentado?

Esta condición de soberbia estaba detrás de todos los fracasos de la asamblea en Corinto, ya que se da por entendido que habrá dificultades de sobra cuando el pueblo de Dios se encuentra en este estado. Lamentablemente, no tenemos que ir atrás a aquellos tiempos para encontrar evidencia de esto. La vemos en derredor nuestro en las experiencias tristes de tantas congregaciones, y aun en nuestras propias experiencias.

Un hombre muy sabio dijo una vez: “Ciertamente la sabiduría concebirá contienda”, Proverbios 13.10. Así fue en Corinto, porque su contentamiento propio causó las contiendas del capítulo 1 (“hay entre vosotros divisiones”) y del capítulo 6 (“el hermano con el hermano pleitea en juicio, y esto ante los incrédulos”). Se ve esto claramente en el capítulo 4 también: “por cause de uno, os envanezcáis contra otros”. El resultado de esta presunción fue el peligro de dividir la asamblea en pequeñas sectas.

Todos estos pasajes tienen mucho para nuestra consideración hoy día. Es tan cierto ahora como en aquel entonces que los partidos, con las contiendas y divisiones que traen consigo, deshonran a Cristo, hacen daño al evangelio, impiden la asamblea, y echan a perder aquel culto cuando los santos se congregan para cumplir el mandato de “hacer esto en memoria de mí”.

No obstante todo esto y los estragos causados por las divisiones, de los cuales la Iglesia de Dios es testigo, hay todavía aquellos que tratan el asunto como cosa liviana. Parecen estar dispuestos a derrumbar una asamblea o abrir una brecha entre asambleas por poca razón aparte de un esfuerzo de salvaguardar su propia dignidad o importar su propia voluntad.

Por supuesto, en tales casos siempre oímos mucho de su afán de “defender la verdad” como excusa para todo. Bueno, es correcto defender la verdad, y hay ocasiones cuando resulta muy necesario hacerlo, aun si uno tiene que cortar los más queridos lazos de amistad y comunión. Pero en esto puede haber una trampa puesta por Satanás, quien a veces nos hace imaginar que estamos defendiendo la verdad y promoviendo la gloria de Dios, cuando en realidad estamos apenas pensando en nuestro propio bien.

En 1 Reyes 3 hay la historia de como Salomón tuvo que juzgar entre dos mujeres en cuanto a cuál de ellas era la verdadera madre de cierta criatura. Su orden sabia fue: “Partid en dos al niño vivo”. Al decir esto el rey estaba siguiendo el ejemplo de su padre, quien probó la fidelidad de Mefiboset con la misma idea; él había dicho: “Tú y Siba os dividáis la tierra”,
2 Samuel 19:29.

En aquella ocasión anterior la lealtad de Mefiboset quedó manifiesta mientras la de Siba no. El primero dijo: “Dejad que él las tome todas, pues mi señor el rey ha vuelto en paz”. Así el corazón de la verdadera madre quedó revelado cuando contestó a Salomón, “Dad a ésta el niño vivo, y no lo matéis”.

Es así aún ahora cuando se clama: “¡Dividamos!” Los fieles quedarán manifiestos por su actitud. Parece que éste es el sentido de lo que se nos presenta en 1 Corintios 11.19 donde dice que “es preciso que entre vosotros hayan disensiones, para que se hagan manifiestos entre vosotros los que son aprobados”.

No podemos dudar de que ninguno, si es que tiene en su corazón amor para con su bendito Señor, querrá hacer cualquier cosa que iría en contra del anhelo que expresó en aquella maravillosa oración de Juan 17. “Para que sean uno”.

 

 

Protagonistas de un gran cisma

 

William Rodgers

 

¿Qué tenemos nosotros con David? No tenemos heredad en el hijo de Isaí.
¡Provee ahora en tu casa, David! Entonces Israel se fue a sus tiendas.
Así ha dicho Jehová: «No peleéis contra vuestros hermanos, los hijos de Israel.
Volveos cada uno a su casa, porque esto lo he hecho yo».

La ruptura abierta que dio lugar al gran cisma en el pueblo de Israel se relata en 1 Reyes 12 y 2 Crónicas 10. Ocurrió durante el reinado de Roboam, nieto de David e hijo de Salomón, unos novecientos años antes de Cristo.

Roboam, hombre terco y cruel, se quedó con dos tribus, Judá y Benjamín, en el sur del país. Su reino sería conocido como Judá. Los descendientes de este pueblo fueron llevados cautivos a Babilonia unos trescientos años después de la división, y sólo unos pocos volvieron más tarde en los tiempos de Nehemías y Esdras. De este grupo procedieron los judíos del Nuevo Testamento y de los tiempos modernos.

Jeroboam, hijo de un siervo del ya difunto Rey Salomón, encabezó las diez tribus del norte del país. Él fue el líder visible de la rebelión. Estas tribus serían conocidas de allí en adelante en el Antiguo Testamento como Israel. Doscientos años más tarde, este pueblo fue llevado cautivo a Asiria, y muchos (no todos) de sus descendientes están mezclados entre las naciones hasta el tiempo presente.

“Israel” y “Judá” no serán reunidos hasta que Dios los traiga a su tierra de nuevo para gozar del reino milenario del Señor. Esta serie de artículos, escrita por un muy destacado estudiante de la Biblia, examina los antecedentes del caso y saca de las mismas lecciones para nosotros.                                D R A

 

 

Tres causas

Esta ruptura es un tema digno de estudio por las lecciones importantes que ofrece al pueblo de Dios en el día de hoy, pero el estudio de sus orígenes y consecuencias tiene que ser cuidadoso si uno no va a perder los detalles que echan luz sobre el desenvolvimiento de los sucesos. Algunos de los datos están registrados donde uno menos espera encontrarlos y otros están muy lejos de la narración principal del cisma.

Hubo tres causas por lo menos:

  1. A primera vista se trata de una simple rebelión de parte de diez tribus que no querían seguir bajo la casa de David. Leemos de rebeliones posteriores, las cuales serían menos exitosas: en el reinado de Joás, 2 Crónicas 22, y en el de Acaz, Isaías 7 y 8. Sin duda todas tres fueron instigadas por Satanás en la esperanza de destruir la línea por la cual vendría la Simiente, Cristo. “Juré a David mi siervo, diciendo … Para siempre confirmaré tu descendencia, y edificaré tu trono por todas las generaciones”, Salmo 89.3,4.
  2. Había apostasía contra Dios y su ley. Fue fácil para Jeroboam ganar al pueblo para que adorasen los becerros de oro, manifestando que sus corazones ya estaban lejos del Señor. Esto queda confirmado por el hecho de que nunca después hubo un abandono de esta forma de idolatría.
  3. La manera en que la mayoría de las tribus se alzaron enseguida, pero otras no fueron afectadas, da a pensar que ya había una división de mente entre ellas. La división sería definitiva en esta ocasión, pero había levantado su cabeza fea en ocasiones anteriores :

> ¿Por qué nos has dado por heredad una sola suerte, siendo nosotros
un pueblo tan grande … ? Josué 17.14

> ¿Qué es esto que has hecho con nosotros, no llamándonos … ? Jueces 8.l

> ¿Qué os parece mejor, que os gobiernen setenta hombres … o un solo hombre? 9.2

> ¿Por qué fuiste a hacer guerra … y no nos llamaste para que fuéramos contigo? 12.1

> Abner … tomó a Is-boset … y lo hizo rey. 2 Samuel 8.9

> Tocó la trompeta y dijo, No tenemos nosotros parte en David. 20.1

David como ejemplo

Al intentar descubrir las causas y consecuencias de este asunto triste, tenemos que llevar en mente que hemos emprendido una tarea nada fácil. De este pecado de la división — y quizás de todo otro pecado también — se puede decir que hay dos cosas difíciles de discernir: dónde comienza y dónde termina.

Cuando nosotros mismos hemos pecado, a lo mejor pensamos según nuestro estilo superficial y vamos atrás a cierto punto; decimos: “Ahí fue donde me tropecé y caí”.
Y quizás seguimos en nuestras reflexiones y decimos: “Ahí confesé, fui perdonado, y la cosa se acabó”. ¿Pero acaso el pecado comienza tan sólo cuando se manifiesta en una cierta acción que nuestra escasa comprensión sabe llamarla pecado? ¿Y está de veras vencido cuando lo reconocemos, sin traer estela?

Tome como ejemplo el caso del adulterio de David, que es tal vez la caída más sobresaliente que tenemos en las Escrituras. ¿Cuándo comenzó? ¿Fue cuando envió mensajeros y “tomó” a la mujer? 2 Samuel 11.4, o ¿fue “al caer la tarde”, cuando paseaba sobre el terrado de la casa real y la vio? Acordémonos que había prometido en el Salmo 101: “En la integridad de mi corazón andaré en medio de mi casa. No pondré delante de mis ojos cosa injusta”. ¿No será que su caída está implícita en la pereza indicada por el lenguaje anterior: que otros se fueron a la guerra, David se quedó, se levantó de su lecho y paseaba?

Siguiendo, ¿qué diremos en cuanto al fin del asunto? ¿Cuándo terminó? La pereza condujo al adulterio y éste al homicidio: no sólo de Urías sino probablemente a la matanza cruel de los amonitas, 12.31. Sin duda estos eventos tuvieron lugar mientras estaba alejado de Dios, aun cuando su historia personal es llevada más allá de éstos en los párrafos siguientes.

Llegó el momento cuando David, como consecuencia del mensaje de Natán, fue conducido a confesar su pecado, 12.13, y recibió la confianza de que fue cubierto, Salmos 32 y 51. ¿Fue éste el fin? No; perdonado, sí, pero le quedaba aún la cosecha amarga de lo que había sembrado. “Debe pagar la cordera con cuatro tantos”, 12.6, y así iba a ser.

> El niñito de Betsabé murió.

> Amnón, culpable de pecado grave parecido al de su padre David, fue puesto
a la muerte por orden de Absalón su hermano, como Urías había sido
por orden de David.

> Absalón se levantó luego en rebelión contra David su padre, y cumplió la horrenda profecía de 12.11,12. Llegó a su fin debajo de las ramas de una encina cuando Joab, su amigo de antaño, clavó tres dardos en su corazón.

> El “cuarto tanto” fue cuando Adonías, otro hijo rebelde, encontró la muerte
a manos de Salomón, 1 Reyes 2.

¿Pero quién se atreve a decir que el pecado ya había cobrado su precio completo? Natán había advertido en 2 Samuel 12.14: “Con este asunto hiciste blasfemar a los enemigos de Jehová”. ¿Y esto no se ha cumplido y se cumple hasta el día de hoy?

Estemos conscientes, pues, de que nuestra empresa será difícil, pero vamos a intentar a descubrir las raíces del mal de la gran división narrada en 1 Reyes 12, y algunas de las consecuencias que tuvo para la posteridad.

El pecado de Jeroboam

¿Echaremos la culpa sobre Jeroboam, quien jugó el papel clave en la ruptura en sí? Aseguradamente no podemos exonerarle.

Vayamos atrás al capítulo 11, cuando le fue encomendado “todo el cargo de la casa de José”. Él había comprado una capa nueva para esa ocasión, 11.29, y el profeta Ahías pudo saludarle como a uno que tenía en su alma el deseo de ser rey sobre Israel. “Yo, pues, te tomaré a ti, y tú reinarás en todas las cosas que deseare tu alma, y serás rey sobre Israel”, 11.37.

Parece que Jeroboam ya se había hecho acreedor del anuncio del profeta que Jehová le daría las diez tribus, pero esto de ninguna manera autorizó su rebelión ni el pecado de desviar el corazón del pueblo a los becerros de oro.

Cuando se vio obligado a huir de la ira de Salomón, fue a Egipto, 11.40, un país que siempre había sido el centro de ese culto. Cuando veía que hacía falta una religión nueva para impedir que el pueblo adorase en Jerusalén — y así ser atraído de nuevo a Roboam — la forma de su invención fue determinada sin duda por lo que vio en Egipto.

Él era suficientemente sagaz, sin embargo, como para reconocer que algunos súbditos podrían estar predispuestos a ceñirse a lo que guardaba alguna relación con sus costumbres antiguas y sus progenitores. Por lo tanto, Jeroboam ubicó un becerro en Bet-el, un sitio asociado con los piadosos recuerdos del ascendiente Jacob; el patriarca lo había dado este nombre de nada menos que “casa de Dios”, Génesis 28.17 al 19. El otro becerro lo colocó en Dan, donde ya se había hecho popular otra religión “modernista”, la imagen de talla que Micaía había hecho, Jueces 18.29 al 31.

Con el mismo propósito de complacer a todos, Jeroboam confeccionó la proclama de
1 Reyes l2.28: “Bastante habéis subido a Jerusalén; he aquí tus dioses, oh Israel, los cuales te hicieron subir de la tierra de Egipto”. Una cláusula dio a entender que buscaba el bienestar del pueblo al ayudarles a no hacer el viaje hasta la capital. La otra cláusula está tomada de las palabras pronunciadas cuando el primer sumo sacerdote, Aarón, había erigido un becerro de oro siglos antes: “Israel, estos son tus dioses …”, Éxodo 32.8.

Este hombre no pudo hablar, como Moisés, “Este es lo que Jehová ha mandado”, Levítico 9.6, etc. Pero, cuidado; podía referirse por lo menos a “la autoridad de los padres”, a Aarón y aun a Jacob. En nuestro tiempo, muchos hacen lo mismo cuando quieren justificar algún sistema religioso de invención humana.

En cuanto al pretexto de tener el bienestar del pueblo por motivo, fue simplemente más de lo que había venido profesando como justificación por su rebelión. En presencia de Roboam él había declarado: “Disminuye tú algo de la dura servidumbre … y te serviremos”, 12.3,4. Al escucharle en aquella ocasión, uno hubiera pensado que estaba lleno de celo para corregir los abusos. La realidad era que se trataba de una mampara que le permitía realizar su afán por exaltarse a sí mismo.

Su estela

¿No hemos visto algo parecido a esto entre congregaciones del pueblo del Señor en los postreros días? ¿No ha habido motivos ulteriores, como el deseo de ganar la preeminencia, entre algunos que han profesado querer corregir alguna deficiencia, o defender la verdad, o promover la causa de determinado sector en la asamblea?

Lo hemos visto también en otros círculos religiosos. Lo que en un tiempo se reconocía como indudablemente incorrecto, se ha vuelto correcto en los ojos de una mayoría porque la conveniencia política lo exige. Es la historia de las diez tribus de nuevo.

Si uno ha leído los dos libros de Reyes con un cuidado mínimo, le habrá llamado la atención la afirmación que los reyes de las diez tribus — el reino del norte — “anduvieron en el camino de Jeroboam”. Unas veinte veces se lee de “Jeroboam, el que hizo pecar a Israel”.

Esta última expresión tiene que ver principalmente con la adoración de los becerros de oro, como se ve al leer, por ejemplo, 2 Reyes 10.29, 17.21 y 23.15. Esta repetición tan evidente muestra cuán repugnante en los ojos de Dios fue esta religión nueva. ¿No es a la vez otra ilustración de lo dicho ya acerca de las consecuencias tan prolongadas de un solo pecado?

Roboam, un hijo necio

Jeroboam, como hemos visto, llevaba mucha culpa por los estragos hechos entre el pueblo de Dios en la época que estamos estudiando, y en particular por la apostasía de las tribus del norte. Pero no estaba solo en su culpabilidad. En la misma superficie de la narración es evidente que Roboam contribuyó mucho a lo sucedido, ya que era arrogante, infantil y presto al enojo.

El libro de Proverbios fue escrito mayormente por Salomón, padre de Roboam. Al leer en el libro más de veinte exhortaciones eminentemente prácticas que están dirigidas a un “hijo mío”, es correcto que las tomemos como dirigidas por Dios a nosotros sus hijos. Pero no debemos perder de vista lo que Salomón indudablemente tenía en mente al escribirlas, a saber, el efecto que estas exhortaciones han debido tener sobre su propio hijo, Roboam.

Este enfoque se justifica por las expresiones usadas en el cuarto capítulo de los Proverbios, donde el escritor aclara que está simplemente pasando a su hijo lo que su propio padre David le había enseñado. “Oíd, hijos, las enseñanzas de un padre … porque yo también fui hijo de mi padre … y él me enseñaba …” Es interesante observar la primera lección en este sentido: “Adquiere sabiduría, adquiere inteligencia”, 4.5. Esta sugiere que cuando Salomón, al comienzo de su propio reinado, respondió a la oferta de Jehová en 2 Crónicas 1.7 a darle lo que quisiera, estaba siguiendo el consejo que su padre le había dado, ya que Salomón pidió precisamente la sabiduría. De la misma manera se puede entender la otra gran exhortación en el mismo capítulo: “Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón”, 4.23. Quizás Salomón está transmitiendo aquí el consejo recibido de David en 1 Crónicas 28.9: “Tú, Salomón, hijo mío, reconoce al Dios de tu padre, y sírvele con corazón perfecto …”

Entonces, ¿habrá en el libro de Proverbios algunas exhortaciones que, al haber sido puestas por obra, hubieran preservado a Roboam de la necedad que le caracterizó en esta ocasión? Un dicho que viene a la mente, aplicable no sólo a él sino a todos los que de alguna manera tenían que ver con la triste cuestión, es aquella de Proverbios 17.14: “El que comienza la discordia es como quien suelta las aguas; deja, pues, la contienda, antes que se enrede”. Lo apropiado de esta exhortación se hizo dolorosamente patente cuando un pequeño chorrito de palabras, dichas por un lado u otro, se convirtió en una inundación que arrastró todo delante de sí. Y lo mismo ha sucedido muchas, muchas veces desde aquel entonces.

Pero en lo que se refiere a Roboam, vienen más al caso las palabras del 15.l: “La blanda respuesta quita la ira, mas la palabra áspera hace subir el furor”. Por cierto, parece que los ancianos basaron su consejo a Roboam en este versículo cuando al principio él preguntó cómo debería responder a la demanda del pueblo. Le dijeron, según 1 Reyes 12.7, que si les respondiera buenas palabras, el pueblo le serviría para siempre.

El buen consejo, tanto de su padre como de los ancianos consultados, fue perdido en este rey joven y testarudo. Cuando llegó el tiempo señalado, “respondió al pueblo duramente”, 12.13, y sus palabras ásperas provocaron ira en la gente. De inmediato se oyó el clamor que había sonado en los días de su abuelo también: “¿Qué parte tenemos nosotros con David? No tenemos heredad en el hijo de Isaí. ¡Israel a sus tiendas!” 12.16 y 2 Samuel 20.1. Un discurso necio le costó a Roboam la mayor parte de su reino.

Proverbios 15.1 está en nuestras Biblias todavía, y una respuesta blanda quita la ira aun en nuestros tiempos. Lo citamos, y algunos tienen el versículo como texto en la pared. Pero cuando se nos presenta la oportunidad de ponerlo a prueba, ¡cuán pocas veces aprovechamos la ocasión! Nuestra reacción se basa más en la irritación a causa de lo que otro nos ha hecho, y no en Proverbios 15.1. Rápidamente se desarrolla una competencia a ver cuáles serán las más violentas: las palabras de los hombres de Israel, o las de los hombres de Judá. Véase
2 Samuel 19.43 para entender a qué nos referimos.

La parte de Salomón

Hay otro aspecto al asunto, y tenemos que considerarlo porque es importante si vamos a ver dónde estaba la culpa. El capítulo anterior, 1 Reyes 11, pone de manifiesto que Salomón mismo fue la causa principal del problema. Es más; ya le había sido anunciado que esto vendría como parte del juicio de Dios por su pecado. “Romperé de ti el reino, y lo entregaré a tu siervo …”, 11.11 al 13.

No es sólo esto, sino que fue una consecuencia natural de ese pecado suyo, una cosecha de lo que había sembrado. El amor que Salomón tuvo para mujeres extrañas había conducido a la construcción de grandes templos donde ellas adorarían sus ídolos. Esto a su vez le motivó a poner grandes cargas sobre su pueblo, inclusive la recluta para trabajo obligatorio, cosa que había evitado por lo general en los primeros años de su reinado.

Esto queda claro por lo dicho en 1 Reyes 9.20 al 22, donde leemos que en esa época él exigía servicio de los pueblos extranjeros que se quedaban en la tierra, pero no de los hijos de Israel. Había más de 150.000 de estos extranjeros, según constan 2 Crónicas 2.17,18 y
1 Reyes 5.15. El servicio a tiempo convencional que sería deber de algunos israelitas, mencionado en 1 Reyes 5.13, fue sin duda para controlar las labores de estos extranjeros. Esto se desprende de 1 Reyes 9.22.

En esa misma época “Judá e Israel eran muchos … comiendo, bebiendo y alegrándose”, 4.20, de manera que para ese entonces no tenían la queja del capítulo 12 acerca del yugo pesado. Por el otro lado, es difícil pensar que aquel reclamo no haya tenido alguna base real.

Parece, entonces, que aquellos que al principio ocuparon puestos oficiales de rango, mientras Salomón estaba en una buena condición de alma y se ocupaba en la construcción de la casa de Dios, se encontraron más adelante bajo una carga pesada. Esto fue cuando las esposas del rey habían desviado su corazón y él estaba construyendo templos idólatras para ellas. Su caso es ejemplo de una verdad casi universal: un creyente fuera de comunión con Dios pierde también su comunión con el pueblo de Dios, y llega a preocuparse poco por el bien de ese pueblo.

Ahora, en el capítulo 14 se descubre un detalle interesante acerca de esta etapa en la vida de Salomón, y uno lo comprende mejor si va a Crónicas también. Roboam tenía 41 años cuando ascendió al trono después de la muerte de su padre. Salomón había reinado por cuarenta años. Vemos, pues, que Salomón se casó con la madre de Roboam — “Naama, amonita” — antes de ser rey, o sea, mientras David vivía. 1 Reyes 11.42, 14.21, 2 Crónicas 9.30, 12.13.

Tomando esto en cuenta, comprendemos mejor la preocupación de David acerca de la condición espiritual de su hijo. Le había advertido, por ejemplo, en 1 Crónicas 28.9: “Tú, Salomón, hijo mío, reconoce al Dios de tu padre, y sírvele con corazón perfecto y con ánimo voluntario; porque Jehová escudriña los corazones de todos, y entiende todo intento de los pensamientos …” David oró por Salomón en 29.l9: “Asimismo da a mi hijo Salomón corazón perfecto …” Él ya había visto evidencia de la debilidad del joven por cuanto la esposa amonita estaba a la vista.

En los primeros años de su reinado este Salomón tenía las manos llenas de servicio para Dios, e indudablemente fue esto lo que frenó por un tiempo un mayor desarrollo de su debilidad. Pero una vez construido el templo y realizadas ciertas obras, disponía de tiempo para ocuparse ilícitamente. 1 Reyes 11 nos indica qué hizo. Los temores de su padre resultaron ser bien fundados: “cuando Salomón era ya viejo, sus mujeres inclinaron su corazón tras dioses ajenos, y su corazón no era perfecto con Jehová su Dios”, 11.4.

¡Qué tragedia que Salomón no haya tomado para sí el buen consejo que iba a dar en Proverbios 4.20! Un mensaje que transmitió fue: “Hijo mío, está atento a mis palabras; inclina tu oído a mis razones”, y en 4.23, “Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él emana la vida”.

Con estos antecedentes en nuestra mente, volvemos a 1 Reyes 12.4 y observamos que Roboam no intentó refutar la acusación acerca del yugo que su padre había impuesto sobre el pueblo. En 12.14 agrega a la queja del pueblo, afirmando que su padre les había castigado con azotes. Más adelante, en 12.18, no envía como portavoz al pueblo alguna persona que pudo haber sido aceptable a los rebeldes, sino a Adoram, “que estaba sobre los tributos”. Nada nos sorprende que “le apedreó todo Israel, y murió”.

Hombres de convicción

No todos los israelitas del reino del norte — las diez tribus — estaban dispuestos a abrazar la religión nueva. El artificio de este hombre Jeroboam, astuto que era, le costó los mejores de sus súbditos. Él imitó a Aarón con sus becerros de oro, pero los levitas en las ciudades siguieron el buen ejemplo de los levitas de aquella misma época anterior.

Cuando Aarón hizo el becerro de oro de Sinaí, “se puso Moisés a la puerta del campamento, y dijo: ¿Quién está por Jehová? Júntense conmigo. Y se juntaron con él todos los hijos de Leví”, Éxodo 32.26. Ahora, siglos después, cuando se presenta la división en la nación, “los levitas dejaban sus ejidos y sus posesiones, y venían a Judá y a Jerusalén; pues Jeroboam y sus hijos los excluyeron del ministerio de Jehová”, 2 Crónicas 11.

Estos hombres estaban dispuestos a sufrir pérdida a causa de sus convicciones. No sólo esto, sino que “tras ellos anduvieron también de todas las tribus de Israel los que habían puesto su corazón en buscar a Jehová … para ofrecer sacrificios a Jehová el Dios de sus padres”, 11.16. Bien se puede añadir en el versículo 17 que fortalecieron el reino de Judá.

Los hombres que mantienen principios firmes, y son fieles a lo que el Señor les ha encomendado, son una torre fuerte dondequiera que se encuentren.

Un mensajero a Jeroboam

Un episodio interesante en la historia de Jeroboam se narra en 1 Reyes 13, donde el protagonista no es el rey sino un mensajero que Dios envió a reprenderle. No exageramos al decir que su diligencia representó la última oportunidad que el rebelde tuvo para arrepentirse.

“Con todo esto, no se apartó Jeroboam de su mal camino, sino que volvió a hacer sacerdotes … de entre el pueblo”, 13.33. Estas palabras dejan ver que había la posibilidad de cambiar su proceder pero no la aprovechó. Cuando llegamos a 14.7 al 11, y leemos de la terrible maldición que Ahías y su familia pronunciaron contra Jeroboam, reconocemos que ya no le quedaba remedio.

Volviendo a la historia del mensajero en el capítulo 12, observamos que los eventos narrados allí están muy ligados a los que van a seguir al comienzo del capítulo 13, de tal manera que parece que sucedieron en la ocasión de inaugurar el nuevo centro de adoración en Bet-el. El lenguaje del 12.30 es un poco extraño; leemos que Jeroboam puso un becerro en Bet-el “porque el pueblo iba a adorar delante de uno hasta Dan”.

Aparentemente el santuario en Dan estaba en uso antes de que el de Bet-el fuese completado. A lo mejor esto se debe a que Dan contaba ya con un falso culto religioso, con sacerdocio y todo, desde los tiempos del levita Jonatán, nieto de Moisés, de quien leemos en Jueces 18.30. Esto explicaría también el comentario del 12.32 que Jeroboam ordenó ubicar en Bet-el sacerdotes para los lugares altos que había fabricado.

Dan contaba ya con sus sacerdotes, descendientes del complaciente Jonatán, así que fue sólo Bet-el que requería un contingente nuevo.

Llevando todo esto en mente, estaremos en mejores condiciones de entender por qué esta fiesta en el octavo mes recibe más prominencia que las demás novedades de Jeroboam, y por qué el rey mismo está visto como asumiendo funciones sacerdotales; 12.32, 13.1,4.

Toda la escena es un intento por imitar la dedicación del templo de Salomón. Esa ocasión solemne tuvo lugar antes de y durante la fiesta de tabernáculos en el mes séptimo, aun cuando la construcción en sí había terminado en el mes octavo del año anterior; véanse 6.38 y 8.2,65,66.

Lo de Jeroboam había sido una imitación pobre en el mejor de los casos, pero todo se desbarató cuando el altar se partió y el brazo del rey se paralizó; vea la historia del mensaje del varón de Dios. La pompa de Jeroboam se quedó en el suelo. Seguramente algunas personas presentes habrán recordado una escena muy diferente cuando, al final de la oración dedicatoria de Salomón, “descendió fuego de los cielos, y consumió el holocausto y las víctimas, y la gloria de Jehová llenó la casa”, 2 Crónicas 7. 1.

Una influencia mala

Llegamos ahora a la segunda mitad de la historia del varón de Dios que figura sin nombre en 1 Reyes 13. Nos encontramos obligados a sentir lástima por él. Este hombre había realizado fielmente la misión que le fue encomendada y resistido firmemente la supuesta amistad de Jeroboam, como también su ira.

Ahora, de regreso a Judá, cansado después de todo lo sucedido, le encuentra un viejo profeta y le tienta con una invitación a tomar el refrigerio que tanta falta le hacía. No nos sorprende que se haya dejado creer que este “hermano” mayor, 13.30, tenía de veras un mensaje de Dios para él. La tal cosa estaba en contradicción de las instrucciones que había recibido personalmente al comenzar su misión, pero se puede ver que la presión era mucha.

Desde luego, hizo mal. Dios quiere que andemos en la luz que nos ha dado a cada uno particularmente, y no según la luz que otros profesan tener, aun cuando ellos sean mayores en edad. Hay quienes condenan a este hombre de Judá por no haberlo hecho, pero a sorpresa nuestra ellos condenan también al apóstol Pablo por haberlo hecho cuando siguió en su viaje a Jerusalén, Hechos 20.22, 21.11 al 14, en vez de ceder ante las persuasiones de varios profetas, etc. que querían desviarle de su propósito.

En cuanto al viejo profeta, más de un motivo ha podido dar lugar a su conducta tan traicionera. Sin duda tenía celos para con el hombre que Dios había traído desde Judá, usándole a ese varón en vez del viejo profeta. A lo mejor tenía curiosidad también por conocer a ese mensajero así usado. Es posible que haya abrigado un deseo malsano de anular el efecto del mensaje de uno que percibía como competencia, y quería hacerle abandonar la posición que había asumido.

Sea como fuere, fue mal hecho de parte de ese viejo profeta que hubiese permitido a su familia asistir a la ceremonia en Bet-el, 13.11, aunque él personalmente no quiso o no pudo asistir. Esto eliminó toda posibilidad de cualquier testimonio suyo contra el mal realizado allí. Además, se estableció un precedente que han seguido muchos “viejos profetas” desde su tiempo hasta ahora; a saber, el de criar una familia bajo el miserable esquema de permitir que los hijos asistan a lugares donde los padres no van, bien sea por conveniencia o por vergüenza.

Ahora, en cuanto al varón de Dios procedente de Judá, es digno de mención el hecho de que haya sido honrado después de muerto, no obstante su fracaso. Siglos después, cuando su profecía veía su cumplimiento en la persona de Josías, existía todavía un monumento en memoria de él. Lea 2 Reyes 23.17,18.

Ejemplos buenos

Hemos comentado que nunca se solucionará la división que ocurrió al comienzo del reinado de Roboam. Hubo, sin embargo, dos ocasiones cuando miembros de las diez tribus del norte vinieron a Jerusalén y Judá, además de aquellos que lo hicieron al comienzo del problema y están mencionados en 2 Crónicas 11.13 al 17. Las causas que motivaron a un grupo y a otro a regresar fueron diferentes en algunos detalles, y ameritan nuestra atención.

En el caso de los levitas y sus acompañantes, a quienes nos referimos ya, el impulso procedió de su propio ejercicio de corazón. Fue suficiente para que dejaran sus casas y bienes, sin duda con pérdida.

El próximo caso se registra en 2 Crónicas 15.9, y tuvo lugar en el reinado de Asa. Ese rey “reunió a todo Judá y Benjamín, y con ellos los forasteros de Efraín, de Manasés y de Simeón; porque muchos de Israel se habían pasado a él, viendo que Jehová Dios estaba con él”. Estos, pues, fueron atraídos por la condición próspera de Judá y su rey, ya que en el sur Asa y los suyos habían buscado al Señor y estaban gozando de sus bendiciones.

La tercera ocasión fue en la época de Exequias. “Algunos hombres de Aser, de Manasés y de Zabulón se humillaron, y vinieron a Jerusalén”, 2 Crónicas 30.11. Esta humillación fue producto de cartas redactadas sabiamente, las cuales Exequias les había enviado.

Él instó a sus hermanos separados no sólo a regresar a Judá sino al Señor y a su santuario. Su restauración fue facilitada por la condición miserable en que se encontraban las diez tribus, ya que parece que este regreso tuvo lugar apenas uno o dos años antes de que los asirios llevaran los israelitas del norte al cautiverio.

Dos intentos malsanos

En los movimientos ya vistos había buenos motivos, buenos métodos, y algunos resultados positivos. En contraste, hubo dos intentos de unir el pueblo de Dios que Él no bendijo ni tampoco ha podido sancionar.

El primero fue cuando Roboam, inmediatamente después de realizada la división, reunió de la casa de Judá y de Benjamín a 180.000 hombres escogidos de guerra para pelear contra Israel y hacer volver el reino, 2 Crónicas 11.1. Un mensaje fue enviado de Dios por medio de Semaías el profeta para impedirle en su propósito.

El otro fue cuando Josafat, rey de Judá, negoció el matrimonio de su hijo Joram con Atalía, hija de Acab, rey de las diez tribus. Las hostilidades entre norte y sur habían durado en los reinados de Roboam, 1 Reyes 14.30, Abiam, 15.7, y parte del tiempo de este Josafat,
2 Crónicas 17.1. No obstante, éste entró en amistad con el opositor, claramente con la idea de que la pareja joven reinaría a la postre sobre ambos pueblos como una nación reunida.

No vamos a extender este escrito para hablar de cuán equivocado estaba; bastará con decir que el Señor condenó esta iniciativa resueltamente, como vemos en el mensaje de 2 Crónicas 19.2.

Ahora, la historia de estos movimientos nos ofrece lecciones valiosas para el tiempo presente. Reunir al pueblo de Dios es un propósito loable y bíblico, pero hay maneras incorrectas como también maneras correctas de hacerlo. Pelear con los que discrepan con nuestros criterios, como quería Roboam, no es la manera acertada. Pero tampoco es aceptable el método de Josafat, 2 Crónicas 18.1, o sea, “contraer parentesco” con los que andan en desobediencia a la verdad expuesta claramente en la Palabra de Dios. Saldrá bien cara una alianza basada en lo que contradice la verdad que profesamos haber aprendido de las Escrituras, y así fue con Josafat y sus descendientes.

Con todo, hermanos, si deseamos andar en conformidad con las Escrituras, y si están evidentes la bendición de Dios en nuestras asambleas y fruto en nuestro servicio para Él, es de esperar que sean atraídos a nosotros aquellos que también están ejercitados acerca del camino de la verdad. Consideren el caso de Apolos en Hechos capítulo 18; él había sido instruido en el camino del Señor pero a la vez otros pudieron exponerle más exactamente el camino, y “los hermanos le animaron”.

Pueda que haya fracaso y decadencia, de manera que no prevalece ese estado tan feliz y tenemos que lamentar que “los tiempos pasados fueron mejores que estos”, Eclesiastés 7.10. Pero si buscamos a nuestro Dios en humildad de corazón, como hizo Ezequías, es de esperar que tengamos una influencia positiva sobre los demás, como fue el caso con ese hombre. Si hacemos caso omiso de la verdad que una vez llevábamos en alto, nuestra influencia menguará.

El Salmo 133 viene a la mente en relación con esto, con sus dos hermosas ilustraciones de cuán buena y cuán hermosa es la unidad entre el pueblo de Dios.

Por supuesto, el salmista tenía en mente la unidad en Israel. Por lo tanto, es muy llamativo que no visualizó esta unidad manifestándose de ninguna manera sino a través del centro que Dios había escogido; a saber, el Sion donde moraba su nombre. Fue allí, según consta el salmo anterior, que ese escritor había sido usado para hallar un lugar para Jehová, morada para el Fuerte de Jacob.

Cuán plenamente Ezequías compartía este criterio, se ve en 2 Crónicas 32.12 donde Senaquerib el asirio tuvo la osadía de acusarle de “la falta” de haber quitado los lugares de adoración pagana para que el pueblo de Dios quemara incienso delante del solo altar que Dios había sancionado.

Que haya entre nosotros los Ezequías, aun después de los Roboam y Jeroboam.

 

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