Josué (#416)

Josué

 

El documento 849 consiste en varios artículos sobre Josué, tanto la persona como el libro.

 

Héctor Alves

 

 

Dios entierra a sus obreros y prosigue con su obra. Las Escrituras narran varios casos de sucesión espiritual, como por ejemplo Génesis 25.11 donde «sucedió, después de muerto Abraham, que Dios bendijo a Isaac su hijo», y en 26.18, «volvió a abrir Isaac los pozos de agua que habían abierto en los días de Abraham su padre». Leemos que en otro tiempo Elías derramó agua en las manos de Eliseo,
2 Reyes 3.11, 16; al ser llevado al cielo su maestro, este último asumió su manto e hizo las mismas cosas que Elías había hecho. En el caso de Timoteo, Pablo escribió: «Lo que has oído de mí ante muchos testigos, esto encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros», 2 Timoteo
2.2,. 30

 

La responsabilidad de Josué fue la de asumir la carga que Moisés dejó; era grande la comisión suya, la de poseer la tierra. Moisés había muerto cuando aparentemente la nación más lo requería. Es claro que la gente aceptaba el liderazgo de Josué, y que él aceptaba la gran respon-sabilidad que le era impuesta. Por unos veinticinco años (según las fechas anotadas en nuestras biblias) Josué condujo el pueblo de Dios de triunfo en triunfo en la conquista de Canaán.

Su nombre era originalmente Oseas, Números 13.8, pero Moisés lo cambió a Ohoshua, y así llegó a ser Josué, que en el griego es Jesús y quiere decir «Jehová el Salvador». La cuestión de escoger es muy prominente en la vida de este hombre. Primeramente, Moisés lo escogió para encabezar la lucha contra Amalec, y luego él mismo escogió a hombres para ocuparse en esa pelea. Más adelante, Moisés escogió a Josué para acompañar a otros a la tierra de Canaán, y a su vez «escogió Josué treinta mil hombres fuertes», 8.3. Al cierre de su vida le escuchamos decir al pueblo de Dios que escojan, y les hace saber cuál fue su propia decisión.

Consideraremos brevemente el comienzo, la formación, el liderazgo y el fin de este hombre,

 

La primera mención de Josué se encuentra en Éxodo 17: «Dijo Moisés a Josué: Escógenos varones, y sal a pelear contra Amalec». No se nos explica por qué Moisés escogió a Josué a guerrear, aunque otra honra le fue conferida posteriormente. Tenía unos cuarenta y cinco años en esa ocasión y quizás Moisés había notado ciertas cualidades que lo capacitaban para encabezar la lucha. Fue la primera guerra de Israel en Canaán; el enemigo fue Amalec, un tipo de la carne. No se contemplaba rendirse ni arreglar el asunto a medias; no se haría la paz con ese enemigo, cualquiera el costo. «Y Josué deshizo a Amalec».

A menudo podemos aprender algo de la ley de la primera mención, y aquí vemos que debemos conquistar la carne para estar en condiciones de emprender más servicio. Sin duda la preparación de Josué comenzó antes de esta guerra. Josué era servidor de Moisés, Éxodo 24.13, Números 1.28, Josué 1.1, y habrá aprendido mucho al ver el com-portamiento del varón de Dios. Encontramos a los dos subiendo el monte juntos, y después, cuando Moisés volvía al campamento, «el joven Josué hijo de Nun, su servidor, nunca se apartaba de en medio del tabernáculo».

Números 27.18 al 23 relata el nombramiento a ser el líder de su pueblo: «Toma a Josué … varón en el cual hay espíritu [preferible aquí una E mayúscula], y pondrás tu mano sobre él … y pondrás de tu dignidad sobre él, para que toda la congregación de los hijos de Israel le obedezcan». Es evidente que su investidura fue de parte de Dios y no de Moisés. El liderazgo es de suma importancia, y es exitoso sólo si está aprobado de Dios.

Le quedaba a Josué más que aprender, aun nombrado a conducir al pueblo. Cuando estaba junto a Jericó, estudiando sus muros impenetrables y portones gigantescos, bien ha podido preguntarse cómo la ciudad podría ser conquistada. En esto, levantó la mirada y por revelación divina vio a un varón que portaba una espada desenvainada. En vez de ocuparse de Jericó él contempló al mensajero celestial y demandó saber su identidad, 5.13 al 15. El desconocido se declaró ser capitán del ejército de Jehová. Josué se sometió a sus órdenes y estaba dispuesto a enfrentar a Jericó, ya no por cuenta propia sino confiando en la fuerza y los recursos del Príncipe. El calzado quitado de sus pies, y sobre tierra santa, aprendió cómo proceder. Su preparación estaba completa.

«Los de Hai mataron de ellos a unos treinta y seis hombres, y los siguieron desde la puerta … Y Josué dijo: ¡Ah, Señor Jehová! ¿Por qué hiciste pasar a este pueblo el Jordán, para entregarnos en las manos de los amorreos?» 7.5,7.

Josué tenía sus defectos. Casi le echó la culpa a Dios por la derrota en Hai. Se enfocó en el efecto y no la causa de lo sucedido. Lo pesaba la derrota y no la razón. Luego vio la mano de Dios en aquel desastre y aprendió que se debió a la desobediencia. Sin demora, se levantó temprano el día siguiente para tratar con el pecado.

En la cuestión de los gabaonitas, Josué no estaba libre de culpa porque no buscó consejo a Dios, 9.14. Es cierto que no leemos de desaprobación de parte de Jehová, pero parece que fue un error tener trato con ese pueblo. Ellos fueron engañosos, y Josué y los ancianos se dejaron guiar por lo que vieron. Tengamos cuidado cuando el enemigo se presenta como ángel de luz. ¿Qué comunión tiene la luz con las tinieblas? Posiblemente Josué no vio el asunto como suficiente-mente importante para ameritar pedir la mente del Señor, pero en realidad él estaba desprevenido. La lección aquí es que no hay nada tan trivial como para no ser presentado ante Dios.

Josué terminó triunfantemente. El último capítulo del libro que lleva su nombre cuenta que reconoció: «Yo estoy para entrar hoy por el camino de toda la tierra,» 23.14. Él conocía los corazones del pueblo y por esto dejó en claro que no era poca cosa para ellos servir al Señor. Su reto lo encontramos en el capítulo 24, donde les recuerda qué había hecho Dios por ellos y prosigue: «Os di la tierra por la cual nada trabajasteis», y «… escogeos hoy a quién sirváis». Con esto agregó a título de estímulo: «Yo y mi casa serviremos a Jehová».

La vida piadosa y uniforme de este hombre arrojó una influencia beneficiosa sobre el pueblo de Dios. «Sirvió Israel todo el tiempo de Josué, y todo el tiempo de los ancianos que sobrevivieron a Josué». Así ha sido siempre; la influencia de un hombre o una mujer bueno se hace sentir mientras viva y en generaciones posteriores.

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