Joab (#418)

Joab

D. S. Parrack

 

Joab era capaz y malintencionado.

 

De todos los hombres de valor que rodearan a David, tanto en su exilio como en su reinado, ninguno alcanzó tanta fama y posición como Joab. Su carrera fue accidentada, a veces haciendo pensar que había alcanzado alturas de comprensión comparables solamente con su habilidad de guerrero, y a veces dejando ver las profundidades de pecado a las cuales la naturaleza humana puede caer fácil y pre-cipitadamente.

Con David

Nada se dice de su niñez y crianza, pero sabemos que era sobrino de David, hijo de su hermana Sarvia, 1 Crónicas 2.15,16, y por esto suponemos que era ávido participante en la causa de su tío desde una temprana edad. Los hombres que se juntaron con David al principio no eran conocidos por mucha cultura ni por falta de motivos ocultos. Leemos en 1 Samuel 22.2 que “se juntaron con él todos los afligidos, y todo el que estaba endeudado, y todos los que se hallaban en amargura de espíritu”. Es muy probable que el lugar más seguro para Joab y su familia fuera precisamente el desierto donde David prevalecía, lo más lejos posible de Saúl y sus seguidores.

Así que encontramos al joven Joab viviendo como fugitivo en compañía de rebeldes mer-cenarios, en parte por lealtad a la familia y en parte por su seguridad propia. No tenemos evidencia de que haya tenido convicción de lo justo de la causa por la cual luchó tenazmente, y ésta es probablemente la razón principal de sus fracasos en la madurez. Casi nació en el estilo de vida que llevaba y no tenía mucho que escoger.

Una situación como ésta no es cosa rara en las asambleas del pueblo de Dios en estos tiempos. El ser criado en un hogar cristiano trae muchas ventajas, pero con ellas la posibilidad de dejarse llevar por las costumbres o aun aceptarlas como inevitables. El resultado es que muchas congregaciones cuentan con miembros que han renacido de verdad pero carecen de convicción de que su permanencia allí reviste algún verdadero valor espiritual. Tal vez esta falta no sea evidente a primera vista, pero en momento de prueba se manifiesta en seguida.

Contra Abner

Joab y sus dos hermanos Asael y Abisai pronto figuraron entre los líderes de la creciente tropa de David. Si bien no le fue conferido un título hasta un tiempo después, no hay duda de que se le percibía como el primero entre los capitanes. Su reputación era tal que en la primera batalla donde sabemos que él participó, Abner, general de las fuerzas opuestas, estaba muy consciente del peligro que acarreó para sí el matar a Asael. Preguntó: “¿Cómo levantaría yo entonces mi rostro delante de Joab tu hermano?” 2 Samuel 2.22. Bien ha podido querer evitar hacer a semejante hombre un enemigo suyo.

No fue mucho después que Joab, en una de las ocasiones en que se hundió en vileza, se vengó ampliamente. La situación en Israel en ese momento era muy inestable. Saúl estaba muerto y sólo la fuerza de carácter de Abner mantenía viva una oposición significativa a David, y ésta en la persona de Is-boset. Sin embargo, habiendo sido insultado por este títere de rey, Abner fue personalmente a David con la oferta de emplear su mucha influencia propia para poner a todo Israel detrás de David; 2 Samuel 3.12. La oferta fue recibida con gusto y el nuevo aliado se marchó en paz y amistad.

Sin embargo, al regresar Joab de una de sus muchas expediciones, la situación cambió radicalmente. Él ya había alcanzado una posición que creía que le permitía contradecir a David amar-gamente por haber dejado que su enemigo escapara. Con el pretexto de velar por los intereses del rey, buscó y traicionó a Abner, matándole a puñaladas. Tal vez lo más sórdido de esta actuación fue la manera en que fingió lealtad y devoción a David como motivo de lo que era en realidad un arreglo de cuentas personales a sangre fría; 3.27.

Ciertamente, nos es fácil persuadirnos a nosotros mismos que seguimos una determinada línea de conducta y tomamos una cierta iniciativa con la mejor intención. Pero al examinarnos más de cerca, debemos confesar que nuestra propia voluntad, nuestro propio interés, es lo que nos está impulsando, y que en el fondo lo que perseguimos es ventaja para nosotros mismos.

Pablo sabía que era así con los creyentes en Galacia. “Ni aun los mismos que se circuncidan guardan la ley; pero quieren que vosotros os circuncidéis, para gloriarse en vuestra carne”, Gálatas 6.13. Sus intentos de inducir a los cristianos a cumplir con las tradiciones y ceremonias del judaísmo no se debían a otra cosa que el deseo de atraer a muchos a sí mismos. Si bien puede ser posible engañar a nuestros hermanos, y aun a nosotros mismos, nos incumbe acordarnos de Aquel que escudriña la mente y el corazón y da a cada uno según sus obras; Apocalipsis 2.13.

Contra los jebuseos

A Joab se le asignó formalmente el mando de las fuerzas de David en reconocimiento de la proeza que manifestó al subyugar a los jebuseos. Esa gente había continuado en la tierra, viviendo entre los israelitas desde que Josué había conducido al pueblo de Dios a Canaán siglos antes. Ahora estaban haciendo ver de nuevo la verdad de las palabras pronunciadas por el ángel de Jehová en Boquim: “Serán azotes para vuestros costados, y sus dioses os serán tropezadero”, Jueces 2.1 al 5.

Fue justamente en la ocasión que David había sido aceptado por fin por los ancianos de todo Israel y ungido rey en Hebrón, que estos jebuseos mostraron su desprecio y desobediencia. Al verle presentarse como cabeza de una nación reunida, le desafiaron: “Tú no entrarás acá”, 2 Samuel 5.6. Enojado ante semejante actitud, David ofrece el más alto título militar al primer oficial que encabece un ataque exitoso.

Pero Joab no se conformó con aplastar al enemigo. Leemos que, ocupado David en fortificar el cuartel Milo: “Joab reparó el resto de la ciudad”,1 Crónicas 11.7. (La llamaron la Ciudad de David, a saber, Jerusalén). Para Joab no bastaba una ruina despoblada; él consideraba que despojarla de los incircuncisos era sólo el primer paso, y el complemento de su victoria debería ser la restauración del territorio conquistado.

Los hijos de Israel se habían conformado con la presencia de los jebuseos en su territorio; habían estado allí tanto tiempo que no parecía algo anormal. Esta conformidad con los jebuseos espirituales entre nosotros es fatal. Tantas veces dejamos de protestar una doctrina sospechosa o una tradición de hombres, no queriendo correr el riesgo de agitar la superficie de las aguas. Pero Juan es firme en su mandamiento: “Si alguno viene a vosotros, y no trae esta doctrina, no lo recibáis en casa, ni le digáis: ¡Bienvenido!” 2 Juan 10.

Hay muchos de los tales en nuestros tiempos y generalmente un verdadero creyente los puede identificar. ¿Pero qué de las herejías que se han hecho casi una moda en algunas partes? ¿Las toleramos porque algunos hermanos las abrazan? Lejos esté de cualquier hermano con un sincero interés en el bienestar del pueblo de Dios, sentarse tranquilamente a un lado y dejar a otros, por bien intencionados que sean, pervertir la plenitud del evangelio de la gracia. Que estas enseñanzas, y estos maestros, sean tratados con franqueza y con base en las Escrituras.

En esto Joab puede ser ejemplo. Él venció al enemigo y luego compuso el desorden que encontró. Esta capacidad es exigida al que aspira hacer la obra de anciano, llevando en mente la exhortación que Pablo da en Tito 1.9: “Es necesario que el obispo sea … retenedor de la palabra fiel tal como ha sido enseñada, para que también pueda exhortar con sana enseñanza y convencer a los que contradicen”.

Contra los amonitas

El hecho de que David ya era rey absoluto sobre Israel de ninguna manera quería decir que habían terminado las hazañas de sus hombres. La nación estaba acosada por enemigos que por mucho tiempo se habían acostumbrado a saquear con impunidad. Ahora que había paz internamente Joab fue comisionado a atender a estos pueblos vecinos.

La primera batalla de importancia fue contra las fuerzas de Amón, fortalecidas ellas por treinta mil mercenarios contratados en Siria. La narración en 2 Samuel 10 y 1 Crónicas 19 da a entender que Joab tuvo la desventaja de tener que dividir sus tropas en dos. Su hermano Abisai estaba a la cabeza de un grupo y Joab mismo del otro. Sería uno de sus mejores momentos; la clave de su éxito está en su discurso a Abisai antes del encuentro: “Si los sirios pudieren más que yo, tú me ayudarás; y si los hijos de Amón pudieren más que tú, yo te daré ayuda. Esfuérzate, y esforcémonos por nuestro pueblo, y por las ciudades de nuestro Dios; y haga Jehová lo que bien le pareciere”.

Aun siendo capitán del ejército, reconoció que su hermano y él se necesitaban mutuamente y estaba dispuesto a recibir y dar ayuda. Esta es una verdad clave en la esfera de la asamblea y una que nos cuesta aprender. Pablo exhorta a los creyentes: “Los que somos fuertes debemos soportar las flaquezas de los débiles, y no agradarnos a nosotros mismos”, Romanos 15.1. Está en contraste directo con nuestro instinto natural y viene a la mente una expresión que se oye en el mundo: “El más débil a la pared”. Escribiendo a otros, el mismo apóstol exhorta: “Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo”, Gálatas 6.2. Y, si vamos a una carta a los corintios, encontramos que él demuestra ampliamente nuestra dependencia el uno del otro como miembros del cuerpo de Cristo y anhela que “los miembros todos se preocupen los unos por los otros”, 1 Corintios 12.25.

Otra cosa en la mente de Joab fue la necesidad de dar un buen ejemplo. Su pueblo esperaba de su líder una orientación y estímulo. Que un soldado raso mostrara timidez sería una falta, pero en Joab sería un desastre. La posición que ostentaba era un privilegio que conllevaba una responsabilidad.

A Timoteo se le recuerda de esto mismo: “Sé ejemplo de los creyentes en palabra, conducta, amor espíritu, fe y pureza”, 1 Timoteo 4.12. Pedro, dirigiéndose específicamente a los ancianos, habla de ser ejemplos de la grey, 1 Pedro 5.3. Y Santiago, consciente del perjuicio que puede resultar de los fracasos de uno que ha asumido liderazgo entre el pueblo de Dios, dice en el 3.1: “No os hagáis maestros muchos de vosotros, sabiendo que recibiremos mayor condenación”. Un liderazgo proactivo y ejemplar es esencial en cualquier asamblea para que su testimonio sea eficaz; los hermanos que no lo pueden dar, deben ceder a los que sí pueden.

Joab tenía una meta positiva en esta batalla, como había tenido también en su ataque contra los jebuseos. Peleaba contra los sirios pero a la vez “por las ciudades de nuestro Dios”. Él sabía que Israel nunca estaría a salvo mientras los enemigos ocupaban la heredad del pueblo de Dios. Nos trae a la mente los ataques que Pablo lanzaba contra aquellos que describía como enemigos de la cruz de Cristo, Filipenses 3.18, aun cuando su ministerio era positivo y no negativo. “Escribo estando ausente, para no usar de severidad cuando esté presente, conforme a la autoridad que el Señor me ha dado para edificación, y no para destrucción”, 2 Corintios 13.10. La manera más segura de combatir el error es enseñar la verdad con un enfoque positivo y luego ponerla por obra.

Posiblemente se presten a confusión las palabras finales de Joab a su hermano: “Haga Jehová lo que bien le pareciere”. Esto no da a entender una actitud de fatalismo en cuanto al desenvolvimiento de la batalla por delante. Los hijos de Israel podían confiar en las promesas específicas que habían recibido de Dios. La tierra les había sido prometida a ellos como nación, y estaban asegurados de la ayuda divina contra sus enemigos con tal que le confiaran todo a Él. Por no contar con tantos hombres, y por estar mal posicionados, ellos dudaban de sí mismos y veían su dependencia de Dios. Un líder espiritual discernía qué haría Dios y por esto podía confiar que todo saldría bien.

En nuestra propia lucha espiritual nosotros también contamos con “preciosas y grandísimas promesas”, 2 Pedro 1.4. Pero parece que a menudo pensamos que los eventos están gobernados por una suerte ciega en vez de un Padre omnipotente y omnisciente. Por ejemplo, después de una reunión de predicación del evangelio, tal vez poco asistida o con ningún indicio de interés de parte de los inconversos que asistieron, algún hermano dirá en señal de derrota: “Mi palabra … no volverá a mí vacía”, Isaías 55.11, sin siquiera citar el resto del versículo: “Hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envié”. Esa semicita es un bálsamo para calmar nuestra conciencia cuando hay, o parece haber, una carencia de bendición, como si de alguna manera misteriosa los oyentes inexistentes van a recibir beneficio de un evangelio que no les fue predicado. Pero las Escrituras muestran en diversas partes que el Señor tiene un hondo deseo de bendecir, y raras veces abrazamos en plena certidumbre de fe las promesas que Él ha dado.

Una promesa no apropiada ni disfrutada como un hecho consumado es de poco valor a nuestros corazones. El deseo de Pablo es que comprobásemos cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta, Romanos 12.2. El cono-cimiento de la voluntad suya y la dependencia de las promesas suyas nos aseguran de nuestras acciones y da confianza de que serán bendecidas.

Contra Rabá

La campaña contra los amonitas muestra tal vez más claramente que otras cuán cambiante era Joab en su estado de ánimo y sus motivos. Fue hacia el final de esta operación militar que los ejércitos de Israel sitiaron la ciudad de Rabá, donde el enemigo montó su última defensa; 2 Samuel 11, 12 y 1 Crónicas 20.

Uno de los capitanes bajo Joab era Urías heteo, quien iba a figurar entre los treinta y siete valientes que tuvo David, 2 Samuel 23.39, 1 Crónicas 11.41. Joab le mandó a llevar a cabo órdenes que David había dado. El motivo del general era exponer al subalterno al peligro de muerte. El asunto era que el rey había adulterado con la esposa de este oficial. “Cuando Joab sitió la ciudad, puso a Urías en el lugar donde sabía que estaban los hombres más valientes … Y murió también Urías heteo”, 11.16,17.

La excusa era, por supuesto, que simplemente se llevaba a cabo las órdenes militares del rey. Pero en circunstancias como éstas debemos llevar en mente las palabras de Pedro cuando fue amenazado por el sumo sacerdote por no desistir de predicar en el nombre de Jesús: “Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres”, Hechos 5.29. Ninguno está investido de autoridad para estimular al pueblo de Dios a actuar en contradicción a las Sagradas Escrituras.

El otro lado del carácter de Joab se manifestó cuando casi se había subyugado la ciudad. La residencia real estaba en sus manos, como también el suministro de agua, de manera que era evidente que la resistencia no podría prolongarse por más de un par de días. Pero Joab no reservó para sí el golpe final, sino que invita a David a presenciarlo: “… no sea que tome yo la ciudad y sea llamada de mi nombre”, 12.28.

La conducta de David a lo largo de toda esta campaña había sido muy censurable. Fue “en el tiempo que salen los reyes a la guerra” que él paseaba sobre el terrado de su casa. Estaba en el lugar indebido en el momento indebido, y fácilmente cayó víctima de la tentación. No surtió efecto siquiera la reprimenda velada que le dio Urías, quien dormía a la puerta de la casa del rey en vez de en la suya propia y de esta manera manifestaba su adhesión a los que estaban en la línea de combate. Con todo, Joab no se aprovechó del ambiente para buscar gloria propia.

Si él estaba deseoso de ver el prestigio caer sobre uno que se estaba comportando mal, cuánto más debemos desear nosotros que el Señor Jesucristo tenga la preeminencia en nuestros corazones. Queremos reconocer y manifestar siempre que Él solo es digno de recibir la alabanza y gloria, aun en aquello que le place realizar por medio de su pueblo. A diferencia de David, no está alejado de la batalla, sino del todo al tanto de lo que los suyos están haciendo y padeciendo. El capitán de nuestra salvación fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado, Hebreos 4.15, y puede dar gracia para el oportuno socorro.

Contra Absalón

Habiendo unido las tribus de Israel y aplastado los enemigos en derredor, David bien ha podido esperar un período de tranquilidad y reposo en la tierra. Sin embargo, sin que él lo supiera, otro enemigo estaba tramando su caída y deportación. Cuánto sabía o sospechaba Joab de los propósitos de Absalón, no se nos ha dicho. Ciertamente sus intrigas para que el joven fuese aceptado en Jerusalén parecen haber sido más para el bien de David que para el de su hijo; 2 Samuel 14.

Difícilmente ha podido prever los acontecimientos trágicos que resultarían de sus planes tan cuestionables. Tal vez si hubiera reflexionado más podría haberse evitado la tragedia que sucedió. Pero una vez revelados los propósitos del príncipe lisonjero, se hizo evidente la lealtad de Joab al rey. Habiendo vivido en un tiempo como fugitivo, estaba dispuesto a hacerlo de nuevo si fuese necesario. Así, se encontró entre la infeliz compañía que abandonó precipitadamente a Jerusalén, 15.14, 18.2.

Si tardó en percibir el peligro al principio, no así una vez que la rebelión estaba a la vista. Tal fue su enojo vehemente que hizo caso omiso de la orden específica del rey, matando al inmóvil Absalón en el árbol. 18.5,
12 al 14.

Los cristianos en Corinto eran algo parecidos a Joab en sus actitudes extremistas. Estaban dispuestos a tolerar el pecado en su congregación porque, debido a su propia carnalidad, era más fácil hacer caso omiso que mostrar carácter ante el problema. Pero una vez que Pablo les había escrito, su celo y energía en castigar al ofensor no conocía límite, tan es así que el apóstol tuvo que escribir de nuevo y sugerir que convenía recibir al hermano a la comunión de nuevo, por cuanto él estaba sinceramente arrepentido; 1 Corintios 5, 2 Corintios 7.

Reconocemos que hicieron bien en prestar atención a la primera carta, pero hubiéramos deseado que la segunda no fuese necesaria. Ellos han debido saber actuar, reconociendo la restauración, sin otra exhortación. Muchas de las dificultades que enfrentamos en la iglesia local son de nuestra propia hechura. No es que pequemos deliberadamente, ni que toleremos pecado descaradamente como en Corinto, sino que fallamos en la oración y reflexión con base en principios bíblicos. Y esto suele ser no una cuestión de solamente uno o dos varones, sino de la asamblea entera. Su ejercicio ayudaría a no tomar una iniciativa malsana o emplear métodos que no convienen.

Tristemente, “los hijos de este siglo” todavía son más sagaces en el trato de sus semejantes que los hijos de luz, Lucas 16.8. Una de las necesidades evidentes entre el pueblo de Dios en estos tiempos es el del discernimiento espiritual, o sea, la capacidad de prever y orientar a la asamblea. Las reuniones especiales, realizadas en series esporádicas, no bastan; hay que fortalecer los creyentes con una línea de enseñanza y conducta aplicada uniformemente.

Con Adonías

Es penoso leer del fin de la vida de Joab, tomando en cuenta lo mucho que ese hombre había hecho por su rey y su pueblo. La falsedad de Absalón no le había atrapado, pero llegó el momento, David viejo y cerca de la muerte, que otro príncipe joven ambicionaba el trono,
1 Reyes 1.5.

Es probable que Joab haya percibido que Adonías era el pretendiente más indicado ante el deterioro del poder e influencia del anciano. No le importaba que Dios le había prometido el trono a Salomón, 1.13. El corazón que en otro tiempo se había sometido a su señor estaba encaminado ahora al ensalzamiento propio. Su móvil era asegurarse una posición de preeminencia en la nueva monarquía.

Las Escrituras abundan en advertencias en cuanto a los escollos en la tercera edad. Vemos caer varones, en casi la cúspide de su potencial para bien, que en otra fase de su vida actuaban claramente en el poder de Dios. “El justo Lot”, 2 Pedro 2.7, fue salvado de juicio en Sodoma y se entregó a la lascivia, producto de la borrachera, y con esto trajo grandes secuelas. Salomón escogió sus pasos sabiamente al comienzo de su reinado, pero luego se ocupó de un sinfín de esposas paganas que estaban entregadas a la adoración de ídolos. Ezequías dependía enteramente de Dios en la juventud, pero llegó a jactarse de riquezas y recibió un mensaje que pronto las perdería todas como botín en manos de huéspedes codiciosos.

No es de dudar que la inclusión de relatos como éstos en las Sagradas Escrituras debe impresionarnos de la necedad de confiar en nuestra propia fuerza y habilidad. “El que piensa estar firme, mire que no caiga”, es la advertencia apostólica, 1 Corintios 10.12. No es que debemos volvernos introspectivos y fatalistas, ya que Judas 24 nos asegura que nuestro Señor es poderoso para guardarnos sin caída y presentarnos sin mancha delante de su gloria con gran alegría.

Esta es la voluntad de Dios para todo su pueblo; si estamos dispuestos a depender de un todo de Él, dándole al Señor Jesús su debido y preeminente lugar en nuestras vidas, la veremos cumplida gloriosamente, no sólo en la presentación futura sino también en un andar realmente cristiano día a día.

“Joab se había adherido a Adonías, si bien no se había adherido a Absalón. Y huyó Joab al tabernáculo de Jehová, y se asió de los cuernos del altar … Entonces envió Salomón a Benía hijo de Joida, diciendo, Vé, y arremete contra él … y lo mató; y fue sepultado en su casa en el desierto”, 1 Reyes 2.28 al 34.

Contra Hadad

Un detalle que anima en este relato triste del fin de Joab es que su testimonio todavía tenía peso después de su ocaso y muerte. Lejos en Egipto vivía un hombre llamado Hadad, 11.14 al 25. Era sólo un niño cuando Joab hizo desastres en Edom en seis meses de guerra a muerte. Junto con un puño más de refugiados, este muchacho encontró asilo en Egipto. Cayó en gracia con el monarca, se casó con una cuñada de éste y crió su hijo en el palacio real.

No obstante, su corazón estaba siempre en su terruño. No fue hasta saber de la muerte de David y de “Joab general del ejército” que se atrevió a volver. Él respetaba la proeza de estos dos y sabía que, siendo enemigo acérrimo de Israel, no podía esperar misericordia a manos de ellos. Tan pronto que su influencia había desaparecido, él hizo preparativos para terminar su exilio, ya que no temía al régimen nuevo.

Por lo menos en este aspecto de la vida de Joab encontramos un ejemplo digno de imitar. Es el de ser fuerte en el Señor como para frustrar los designios de aquellos que causarían estorbo en la asamblea. Es cuestión de ser hábil en usar la espada del Espíritu para convencer a los que se oponen y auspician doctrina venenosa. Lo podemos hacer sólo en la medida en que se ve a Cristo en nosotros. El pueblo de Dios precisa de un liderazgo dinámico y acertado, animándoles a disfrutar de la plenitud de la vida espiritual que tienen. Si muchas iniciativas en la vida de Joab sirven de advertencia de lo que no debemos ser y hacer, veamos que por lo menos, como en el caso suyo, lo que somos y hacemos ahora tenga una influencia una vez que nos hayamos ausentado.

 

 

 

 

 

 

 

Héctor Alves

 

 

El nombre de Joab figura ciento treinta y nueve veces en el Antiguo Testamento, cien de ellas en 2 Samuel. Posiblemente ningún otro estaba asociado tan de cerca con David, mientras era rey de Israel, que Joab hijo de Sarvia, hermana de David. Joab era uno de los soldados más hábiles de los tiempos del Antiguo Testamento, y a la vez uno de los hombres más inescrupulosos en Israel, dispuesto a caer abajo a cualquier cosa, inclusive el asesinato, para lograr sus propios fines. Era leal a David cuando le convenía a sí mismo.

En las vidas de hombres como este hay generalmente alguna característica positiva, algo que alumbra el cuadro oscuro, pero en la vida de Joab buscamos en vano para una cosa que sea honorable. La excepción sería la ocasión cuando David censó a Israel y Joab preguntó: «¿Por qué se complace en esto mi señor el rey?» Acontecimientos posteriores dieron a ver que Joab fue el más prudente de los dos.

No leemos de Joab en los días cuando David estaba rechazado y necesitaba apoyo moral. Más adelante, su nombre está omitido de las listas de los hombres valientes. A veces el silencio de las Escrituras habla en voz tan alta como la de sus palabras escritas. Joab desconocía una comunión con David en sus sufrimientos; no lo atraía la cueva de Adulam.

«David había dicho: El que primero derrote a los jebuseos será cabeza y jefe. Entonces Joab hijo de Sarvia subió primero, y fue hecho jefe», 1 Crónicas 11.6. Esto fue precisamente lo que Joab quería: ser cabeza y jefe. El premio era tentador. David ya era rey sobre Israel,
y ser capitán del ejército le apelaba a Joab. Sin duda era un gran soldado y poseía muchas dotes de líder. Aunque parecía que había ganado su rango de una manera honorable, ¿actuó por lealtad a David o para provecho propio? Ganó toda batalla donde participó,
y para asegurar su posición mató a todo enemigo y amigo a quien se oponía. Es evidente que Joab no tolerable un rival.

Primero Abner. «Vino, pues, Abner a David en Hebrón, y con él veinte hombres; y David hizo banquete a Abner y a los que con él habían venido … Y cuando Abner volvió a Hebrón, Joab lo llevó aparte para hablar con él en secreto; y allí, en venganza de la muerte de Asael su hermano, le hirió por la quinta costilla, y murió», 2 Samuel 3.20,27.

Vemos cuán celoso era Joab. Toleraba a otros hombres solamente mientras asumían un lugar inferior al suyo. Abner también era un gran soldado, pero cuando Joab vio que, con o sin razón, le estaba superando, tomó la determinación de aniquilarlo. Fue fácil encontrar excusa; podía matarlo para vengarse de la muerte de su hermano Asael. Parece haber sido un manto para encubrir su motivo verdadero, ya que al haber vivido Abner él ha podido llegar a ser capitán.

Este acto de cobardía no le permitió a David tener buen concepto de Joab. Fue un golpe duro para el rey, posiblemente el más severo hasta ese momento, y sería superado sólo por otro asesinato de parte de Joab, esta vez de Absalón, hijo de David.

«Escribió David a Joab una carta, la cual envió por mano de Urías … diciendo: Poned a Urías al frente, en lo más recio de la batalla, y retiraros de él, para que sea herido y muera», 2 Samuel 11.14,15. Cuando Joab mató a Abner, unos trece años antes de esto, David protestó: «Yo soy débil hoy … los hijos de Sarvia son muy duros para mí». Estas palabras describen el concepto que David tenía de Joab, pero ahora el rey quiere que haga algo muy similar; había encontrado el instrumento indicado para lo que tenía en mente. Este hombre estaba dispuesto a hacer cualquier cosa con tal que se mantuviera en las buenas con el rey; su conciencia no presentaba problema, porque quería guardar su posición a todo costo.

Veamos otro episodio. «Conociendo Joab hijo de Sarvia que el corazón del rey se inclinaba por Absalón», 14.1, él ideó una intriga. De una vez tomó medidas para promover una reconciliación, sabiendo que esto agradaría al rey y a la vez favorecería a Absalón. En su papel de pacificador hizo caso omiso de las demandas de la justicia. La ley demandaba que Absalón fuese castigado por su transgresión, pero a Joab no le importaba. Desprovisto de escrúpulos, hizo lo que parecía recto en sus propios ojos.

Absalón robaba el corazón de los de Israel. Joab se quedó con David, aunque la conjura cobraba fuerza y aumentaba el pueblo que seguía a Absalón, 15.12. Conociendo el carácter de Joab, hemos podido esperar que apoyara a Absalón. No fue por amor a David ni por ser leal a él que estaba dispuesto a compartir este rechazo. Joab era sagaz y experi-mentado en la guerra. Sabía que David contaba con hombres fuertes y podía ganar la pelea. Este hombre no era seguidor de David, sino ambicioso para su propio bien.

Joab fue tajante con el hombre que no quería dar el golpe de gracia a Absalón cuando moribundo: «No malgastaré mi tiempo contigo», 18.14. Tomó tres dardos y los clavó en el corazón del hijo de David, quien estaba aún vivo en medio de una encina. Mientras más seguimos esta historia, más negra la encontramos. En este caso Joab tenía más celo que sabiduría. Es difícil entender por qué mato a Absalón con sus propias manos, sabiendo que esto no le agradaría al rey. David más bien les había exigido a Joab, Abisai e Itai tratar benignamente al joven, y leemos que todo el pueblo oyó cuando dio esta orden a todos los capitanes. Un día Joab estaba intentando reconciliar a padre e hijo, y el día siguiente estaba matando al menor.

Ahora le toca a Amasa. Joab le pregunta: «¿Te va bien, hermano mío?» y le tomó de la barba para besarlo. «Pero Amasa no se cuidó de la daga que estaba en la mano de Joab; y este le hirió con ella en la quinta costilla … y cayó muerto», 20.9,10. Amasa era estorbo para Joab, razón suficiente para eliminarlo. «La envidia es carcoma de los huesos. ¿Quién podrá sostenerse delante de la envidia?» Proverbios 14.30, 27.4.

Finalmente, el rey dijo: «Haz como él [Joab] ha dicho; mátale y entiérrale, y quita de mí … la sangre que Joab ha derramado injustamente», 1 Reyes 2.31. Lo que el hombre sembrare, esto también segará. Los pecados de Joab le habían descubierto, y su final fue acorde con su vida. Hemos seguido su curso y visto cómo lograba sus triunfos, aunque ni una vez lo elogió David. Las palabras del rey que ya hemos citado revelan su evaluación de Joab.

Estas cosas de la antigüedad fueron escritas para nuestra enseñanza. El tenor de la vida de Joab es una advertencia. Mucho éxito en el servicio no necesariamente quiere decir que uno sea de carácter espiritual o de motivos puros. Lo cierto es que no debemos juzgar los motivos; es prerrogativa de Dios. Damos gracias por aquellos que Él emplea en su servicio, y nos alegramos ante la salvación de almas. Estimamos a aquellos que son usados en la obra del Señor, cuando sus aspiraciones se fundamentan en la gloria de Dios.

David no rechazaba el botín que Joab traía de sus hazañas, pero nunca leemos que aprobó lo que había hecho. El nombre de Joab brilla por su ausencia en las dos listas de los valientes que tuvo David y de las referencias a nobles en Hebreos 11. Joab logró su posición por habilidad propia y la preservaba por política sin principios. Al final, su suerte fue miserable, muy diferente a la del varón de Salmo 37.37: «Considera al íntegro, y mira al justo; porque hay un final dichoso para el hombre de paz».

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