Jacob (#414)

Jacob

John Watt, etc.

 

 

Dos varones se destacan en el Antiguo Testamento como objetos especiales de la disciplina de Dios. Son Job y Jacob. Al final de sus respectivas carreras ellos terminaron mejor que otros, y dignos de elogio. Cambiando de figura, diremos que recibieron las lluvias tardías que maduran la cosecha para la gloria de Dios.

La disciplina es un curso de instrucción baja la mano divina con el fin de quebrantar nuestra voluntad para que aceptemos la voluntad de Dios. “Ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados”, Hebreos 12.11.

Antes de la caída no había necesidad de tal cosa, pero con la entrada del pecado la voluntad del hombre se puso en contra de la de  Dios, y por tanto la necesidad de disciplinar al hombre y así quebrar su voluntad. Dios quiere sacarnos de nuestros propósitos propios y conducirnos por los suyos. Jehová dijo a Israel que ellos precisaban del desierto “para probarte, para saber lo que había en tu corazón”, Deuteronomio 8.2, y ese pueblo aprendió que la carne anhelaría a Egipto y negaría proseguir hasta Canaán.

Podemos aceptar la disciplina en una de dos maneras. Podemos reconocer que ha sido impuesta por Dios para nuestra corrección, o verla meramente como la suerte de todo hombre.

Un incidente en la vida de David sirve de ilustración. Leemos en 2 Samuel 16 cómo Dios le permitió a Absalón quitarle el trono, y que, cuando el rey huía, Simei arrojaba piedras contra él y le maldecía. Abisai protestaba, “¿Por qué maldice este perro muerto a mi señor el rey? Te ruego que me dejes pasar, y le quitaré la cabeza”. Pero David respondió, “Si él así maldice, es porque Jehová le ha dicho que maldiga a David”. Para Abisai, Simei no era más que un perro muerto; para David, era mensajero de Dios, y por esto David aceptó la conducta de Simei como ordenada por Dios.

Veamos ahora tres períodos en la vida de Jacob:

  • en casa, y qué sucedió allí
  • en tierra de Labán, y qué aprendió allí
  • el fin del hombre que fue disciplinado por Dios

1.   En casa

Desde el comienzo Jacob valoraba lo que era de Dios, a saber, la primogenitura y la bendición. No era como el profano Esaú, quien despreciaba el derecho de la primogenitura. Ahora, era la mente de Dios que Jacob poseyera ese derecho (“… el mayor servirá al menor”, Génesis 25.23), y Él lo hubiera hecho realidad a su tiempo y a su manera, pero Jacob no podía esperar pacientemente el cumplimiento del propósito divino, y se valió de medios humanos para forzar las cosas antes de tiempo. “Vino tu hermano”, le dijo Isaac a Esaú, “y tomó tu bendición”, 27.35.

Muchos años antes, Abraham cayó en ese modo de proceder. Dios le había prometido un hijo, pero los años pasaron sin que naciera un heredero, y Abraham resolvió hacer la obra de Dios por su propia cuenta. Tomó a Agar, una esclava que había traído de Egipto ¾¡acaso ella podría llevar la simiente prometida!¾ e Ismael nació según la carne, pero Abraham aprendió al pesar suyo que hubiera sido mucho mejor esperar la oportunidad que Dios había establecido. Abraham y Sarai, sin duda, tenían un buen propósito, pero prosiguieron indebidamente.

Y así fue con Jacob. Él tuvo que aprender por amarga experiencia el error de hacer las cosas a lo suyo, y que Dios realizará sus propósitos a su tiempo.

Todas hemos trillado esa senda, intentando emplear medios humanos para lograr fines divinos, pero los procedimientos y la fuerza del hombre no pueden llevar a cabo los planes de Dios, ni podemos contar con su apoyo cuando hacemos esos intentos. Jacob quería, y aun abusó a su propio hermano para lograr lo que quería, así como nosotros hemos hecho a veces. “¿Por qué desprecias a tu hermano? Porque todos compareceremos ante el tribunal de Cristo”, Romanos 14.10.

Esaú dijo ácida y acertadamente, “Bien llamaron su nombre Jacob [“quien defrauda, o hace equivocarse”], Génesis 37.26, y Dios tendría que quitar este reproche antes que Jacob tuviera derecho de ser llamado Israel al final de su carrera. Dios le disciplina para que Jacob sea quitado e Israel se quede, de manera que podría decir al final de la senda, “Juntaos y oíd hijos de Jacob, y escuchad a vuestro padre Israel”, Génesis 49.2. Es Jacob que muere, pero Israel que es embalsamado, de suerte que el nuevo hombre es a quien llevan a su tierra, 50.2 et seq.

Jacob no se comportó bien en casa de su padre; Génesis capítulo 27 cuenta que actuó con falsedad. Así, en el capítulo siguiente Dios le deja ver la Casa suya, y a Jacob le parecía un lugar “terrible”, 28.17. Le hacía falta un curso de instrucción bajo la mano de Dios para aprender cómo debería conducirse en la Casa de Dios. En ella no podía actuar con engaño ni forzar la barrera, ya que en la Casa de Dios prevalece la voluntad de Dios y no de hombre. Para nosotros, “es la iglesia del Dios viviente, columna y baluarte de la verdad”,
1 Timoteo 3.15.

En aquella visión Jacob vio al cielo y la tierra unidos, 28.12, y que él mismo era objeto de atención en el cielo. Carne y sangre no le revelaron esto, sino Dios, y Jacob no lo olvidó por el resto de su vida.

Habiendo tratado Dios con él, Jacob es útil ahora, cosa que no había sido hasta este punto. Al conocer a Raquel, puede remover la gran piedra de sobre la boca del pozo y abrevar el rebaño, 29.10.

El lector habrá conocido a algún hermano en la fe quien, como Jacob, estaba valiéndose de medios naturales e intentando despojar a su hermano mayor, pero Dios trató con él. Ese creyente llegó a ver cómo ha debido comportarse en la Casa de Dios; se juzgó a sí mismo y a sus tácticas, y llegó a ser útil entre el pueblo del Señor. Se ha removido la piedra que estaba a la boca del pozo, y ahora hay agua para la grey. El ministerio del hermano es diferente; en vez de ser repro-chante, ofensivo, es positivo, provechoso.

2.   En tierra de Labán

Dios le permite a Jacob ir a la tierra de Labán, donde aprendería cosas que no había aprendido en casa ni en su propia tierra, 28.10,13. Dios se valió de Labán para tratar con Jacob, y lo que hizo aquel hombre fue para instruir al menor.

Primera fase¾

  1. La primera gran lección que aprendió fue una en la cual había fracasado en su propio hogar: aprendió a esperar. Quería tener a Raquel, pero no podía tenerla cuando quería; tendría que esperar siete años, 29.27. Dios no siempre nos da sus bendiciones cuando las queremos, sino cuando estamos en condiciones de tenerlas.
  2. Labán le enseñó también a respetar los derechos del mayor. En este aprendizaje Jacob se acordaría de cómo había puesto guantes sobre sus manos y dicho a su padre que él era Esaú. No había reconocido que Esaú nació antes de él. Ahora al cabo de una espera de siete años Labán la da por esposa a Lea en vez de Raquel, 29.22,23. El hombre protesta, pero Labán responde, “No se hace así en nuestro hogar que se dé la menor antes de la mayor”.
  3. Jacob aprendió que “lo que el hombre sembrare, eso también segará”, Gálatas 6.7. Cuando los ojos de Isaac eran débiles, Jacob se aprovechó de la oscuridad para engañarle, pero ahora Labán le engaña a Jacob en la oscuridad, ya que fue tan sólo al amanecer que se dio cuenta que Labán le había dada a Lea y no a Raquel, 29.25.

Otra evidencia en la vida de Jacob de esa ley infalible del gobierno divino fue la ocasión cuando sus propios hijos le engañaron. Jacob había puesto pieles de cabritos sobre sus manos y su cuello, y se había presentado ante su padre con la mentira que era vestimenta de Esaú, 27.15 al 19. Pero en el capítulo 37 son sus hijos que le engañan con teñir una túnica e instarle a reconocer quién sería. Maliciosamente preguntaron si sería la de su hijo José.

  1. Él aprendió también por la inseguridad de sus ingresos. “Has cambiado mi salario diez veces”, protestó Jacob, 31.7,41. ¿Podemos nosotros recibir una lección como ésta como parte de nuestra instrucción de parte de Dios? Podemos aceptar un aumento en los ingresos y dar gracias por él, ¿pero somos capaces de darle las gracias por una disminución? “Sé vivir humildemente, y sé tener abundancia”, afirmo el apóstol, Filipenses 4.12. Nuestro Padre permite estas cosas para nuestro bien, para que confiemos más en él.
  2. Aprendió al cuidar el rebaño. Jacob era buen pastor, tanto en el calor del día y como en el frío de noche; 30.29, 31.30. José, Moisés y David eran varones enseñados de Dios antes de guiar a su pueblo, y el mejor hombre hoy día para conducir a los santos es aquel que ha sido enseñado de Dios y ha aprendido lecciones en la escuela divina. Día y noche velará por las almas.
  3. Jacob aprendió que lo que es objetivo se torna subjetivamente. Dicho de otra manera, lo que es relativo al objeto en sí llega a afectar nuestro modo de percibirlo o sentirlo. Él puso varas delante del ganado, 30.37,38, y las ovejas parieron según el color que habían visto. Lo que estaba delante de ellos objetivamente se manifestó subjetivamente. ¿Hemos aprendido esta lección? “Vuelvo a sufrir dolores de parto”, escribió Pablo a los gálatas, “hasta que Cristo sea formado en vosotros”. Si guardamos la Casa de Dios delante de nosotros objetivamente, por nuestra presencia y participación entre el pueblo del Señor, nuestra conducta será moldeada subjetivamente de conformidad con lo que Él ha establecido para su Casa.

Segunda fase¾

“Se levantó Jacob … para volverse a Isaac su padre en la tierra de Canaán”, 31.17,18. Había alcanzado el límite de sus deseos; tenía ganado, bienes e hijos, y en esta etapa de su vida no ambicionaba más. Pero, no podía deshacerse de su mentor tan fácilmente como pensaba, como se cuenta en los versículos que siguen. “Locamente has hecho”, le dijo el mayor, 31.28.

  1. En su huida, Jacob aprendió más de la pecaminosidad de la carne. Su tan querida Raquel engañó a su padre, si no a su esposo también. Ella no había perdido su gusto por la idolatría, y, como tantas veces es el caso, ese pecado (que seguramente Jacob conocía) se manifestó junto con otro: el fingimiento, 31.30,35. “De dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos … los hurtos … el engaño … Todas estas maldades de dentro salen, y contaminan al hombre”, Marcos 7.21 al 23.
  2. Él aprendió que sí debe ser sí. Labán conoció tanto la duplicidad que había en una época en su yerno (y, desde luego, se conoció a sí mismo) que vio necesario levantar un monumento para ratificar el acuerdo entre ellos, 31.52. Nuestro testimonio ante los demás debe ser tan diáfano como la regla que Santiago ratifica en 5.12: “Que vuestro sí sea sí, y vuestro no sea no, para que no caigáis en condenación”.

Tercera fase¾

Aun cuando había dejado atrás a Labán de un todo, 31.35. Jacob tenía que aprender más lecciones antes de llegar adonde Dios le quería llevar.

  1. Él aprendió por la conducta de su propia familia. Jacob vio reproducirse en sus hijos lo que nunca había juzgado en cuanto a sí mismo. “Respondieron los hijos de Jacob a Siquem con palabras engañosas …”, 34.13, y su vileza se cuenta en el versículo 25 que sigue. Cuántas veces nosotros hemos tenido que acudir a nuestro Padre acerca de lo que hemos visto manifestándose en nuestro propio círculo familiar.
  2. Él aprendió por la pérdida de seres queridos. Jacob fue probado severamente, y en aquellas tribulaciones Dios se hizo conocer en lo íntimo del patriarca. Seis veces experimentó pesar en la familia. Perdió a su madre, quien en ambición propia le había llevado más allá de la senda de fe. (Hasta donde sabemos, no la vio después de salir apresuradamente del hogar de sus padres; 49.31). Perdió a su padre, Isaac, 35.29; Raquel y Lea fueron quitadas por la muerte, 35.19, 49.31; y también falleció otro vínculo con la familia en la persona de Débora, 35.8. Él aprendió que vivía en un mundo de muerte, pero que Dios se quedaba y era su porción.

Cuarta fase¾

Luego Jehová el Señor se presenta delante de Jacob como el único objeto válido, el único que puede satisfacer su corazón. En todos sus años de servicio había sido yo en vez de Dios, pero ahora el Todopo-deroso le dice, “Vuélvete a la tierra de tus padres, a tu parentela, y yo estaré contigo … Yo soy el Dios de Bet-el, donde tú ungiste la piedra … Levántate …”, 31,3,13.

Tan pronto que se había dirigido rumbo a Bet-el, salieron a su encuentro ángeles de Dios, 32.1. Se encontraron con él la primera vez en Bet-el, y en el momento que se dispone a volver allí, salen a su encuentro otra vez. A lo largo de su carrera el Ángel de Jehová le había acompañado y vigilado, por cuanto Jacob era un heredero, y los ángeles son “enviados para servicio a favor de los que serán herederos de salvación”, Hebreos 1.1.4.

Pero en el camino debe encontrarse con su hermano Esaú, a quien había defraudado, 32.3. Aquel asunto con el hermano ofendido debe ser resuelto. Pero antes de encontrarse con Esaú, Dios se encuentra con él. Si va a Bet-el, tiene que ser como otro hombre. Tiene que ser con espíritu quebrantado y con otro nombre, porque sólo así puede servir a Dios. Jacob llega al Jordán y manda a todos a cruzar, pero Dios dispone que Jacob se quede solo, sin pasar el vado de Jaboc, 32.23.

Nuestro protagonista se des-prendería de todo, con tal que viva Jacob; él no quería perder al viejo Jacob. Pero ha llegado la noche cuando Dios va a tratar con él; los ángeles le habían atendido, pero ahora es Dios que sale a su encuentro y lucha con él, 32.24. ¿Y por qué tan prolongada la lucha? Porque Jacob no quería soltar al Jacob que había en él. Pero Dios quebranta su voluntad, y ahora encontramos a un cojo, un hombre vencido, uno con un aguijón en la carne, pero que será útil para Dios, 32.26 al 31.

En Salmo 51 David habla de sus huesos como partidos. Los huesos son lo único macizo en el hombre, y el hueso partido habla de la voluntad quebrantada. En el cordero de Éxodo 12 no se partió hueso, hablando de Cristo en quien no había voluntad propia que tenía que ser quebrada, ya que su delicia era siempre hacer la voluntad del Padre.

Jacob tiene que responder a una pregunta: “¿Cuál es tu nombre?” 32.27. Años antes, cuando se apropió de la bendición, su padre le hizo la misma pregunta, y él respondió, “Yo soy … Esaú”, 27.32. Pero se da cuenta de que no puede engañar a Dios, y ahora confiesa: “Jacob”. Todo lo negro de su pasado está encerrado en ese nombre, y ese nombre tiene que ser tachado. “No se dirá más tu nombre Jacob [suplantador], sino Israel [príncipe de Dios]”. El nombre Jacob pertenece a la noche, pero el nuevo nombre Israel es del día. Se despoja del viejo y se viste del nuevo, y el nombre nuevo está comenzando a hacerse ver.

Rayando el alba, entra en la luz con un nombre nuevo y un andar nuevo, cojeando pero confiando en Dios, 32.31. En lo que a lo físico se refiere, ha perdido, pero en verdad ha ganado porque ahora había luchado con Dios y con los hombres, y había vencido. Ahora está en condiciones de estar en la Casa de Dios, y esta vez va a entrar de manera espiritual. “Sois hijos de luz e hijos del día; no somos de la noche ni de las tinieblas”, 1 Tesalonicenses 5.5.

“Le salió el sol”. Su noche de lloro ha terminado; ha amanecido su mañana de gozo. “Jacob” significa a uno que obra desde atrás, pero este hombre ha visto a Dios cara a cara, y fue librada su alma. Ahora no va a tratar con otros desde atrás, sino “pasó delante de ellos”, 33.3.

Tiene que enfrentar a su hermano cara a cara, pero ha tenido un encuentro con Dios. Ya que Dios ha tratado con él, fácil será encontrarse ante su hermano y, más aun, bendecirle. Y así es en la experiencia nuestra; si hemos tenido trato con Dios en cuanto a un asunto, podemos atenderlo sin dificultad con nuestro hermano y aun ser un medio de bendición para él.

Un hiato negativo¾

Jacob prosigue, pero frena la marcha antes de llegar a Bet-el, la Casa de Dios. Él viaja hasta Sucot y construye una casa para sí, 33.17. Ocupa su atención su propia casa, y no la de Dios. En esta coyuntura se aparta de la senda de fe, ¿y es de sorprenderse que un desastre ocurra en la familia? Dina está des-honrada, Simeón y Leví se manifiestan ser instrumentos de crueldad, y el nombre de Jacob hiede en aquella tierra, 34.3,25,30. Los hijos de Jacob impusieron la circuncisión a los varones de Siquem, cosa que ellos no comprendían. El tercer día, Simeón y Leví les caen encima, y la agresividad de Jacob se hace ver en sus hijos. Y nosotros, ¿cuántas veces hemos impuesto a juro sobre el pueblo de Dios alguna verdad que no han comprendido, y les hemos reprochado porque no sabían practicarla?

Pero si Jacob piensa acomodarse en Siquem, Dios va a revolcar su nido para que salga de allí. Está expuesto a reproche público, hecho abominable a los moradores de aquella tierra, pero al juzgarse Jacob a sí mismo, la gente de las ciudades en derredor no persiguen a sus hijos.

De nuevo Dios le manda, “Levántate y sube a Bet-el”, 35.1. Se botan los dioses ajenos, 35.4, ya que no habrá cabida para ídolos en Bet-el. Toda inmundicia debe ser purgada, por cuanto la santidad conviene a la Casa de Dios.

Y con esto él y los suyos llegan a Bet-el, 35.6.

3.   «El fin del Señor”, Santiago 5.11

Veamos ahora los últimos días de Jacob ¾no, de Israel más bien¾ y las marcas de un hombre disciplinado. Al final de su jornada le encontramos sometido y sorprendentemente útil. Había cometido muchos errores a lo largo de los años, pero ahora no; él ha llegado a ver las cosas conforme Dios las ve.

  1. Es un hombre que puede hacer su propio sepulcro. “Sepultadme con mis padres en la cueva que está en el campo de Efrón”, 47.30, 49.29. (Parece que el único otro que dispuso el lugar de su sepultura fue el profeta de 1 Reyes 13.31). Jacob había alcanzado la capacidad de ponerse a sí mismo enteramente fuera de vista. El hijo de Dios debe estar cavando su propio sepulcro cada día, crucificando al hombre viejo, prosiguiendo la condición espiritual en la cual puede decir de veras: “Ya no vivo yo, mas vive Cristo vive en mí”, Gálatas 2.20.
  2. Él colocó las manos adrede, 48.14, al bendecir a dos nietos. Cuando era Jacob, no podía usar sus manos legítimamente al arrebatar a Esaú su bendición, 27.23. En aquella ocasión dijo que eran las de Esaú, y no las cruzó, 48.13,14. Pero como Israel puede cruzar las manos, no siguiendo ya el curso de la naturaleza ahora, ya que ha aprendido que toda bendición debe fluir por la cruz.

José pensaba que su padre se había confundido: “No así, padre mío, porque éste es el primogénito; pon tu mano derecha sobre su cabeza”. Pero el anciano respondió: “Lo sé, hijo mío, lo sé”. Él ha aprendido el proceder de Dios, y en este detalle se ha adelantado a José. Un hombre que ha estado en la escuela de Dios es uno que sabe. Dijo Juan al anciano en Apocalipsis 7.14: “Señor, tú lo sabes”.

  1. Él adora. “Por la fe Jacob, al morir, bendijo a cada uno de los hijos de Israel, y adoró apoyado sobre el extremo de su bordón”, Hebreos 11.21. Es una lástima que un hombre tan activo a lo largo de tantos años haya adorado (según lo que está registrado) sólo en su postrimería. Pero tiene el honor de figurar en el panteón que es Hebreos 11, y el Espíritu destaca dos cualidades acerca de este anciano: (i) pensaba en otros, y no en sí; y (ii) adoró. Éste no es aquel Jacob del yo que mencionamos al referirnos a una etapa anterior en su vida. Adoró muriendo; que lo haríamos nosotros en el vigor de la vida.
  2. Pudo encoger sus pies en la cama, 49.33. O sea, tenía dominio sobre sus pies. Nos acordamos de cómo este hombre había caminado en sendas del error; sus pies, por decirlo así, lo controlaron para mal en la manera cómo dejó la casa paterna, en la manera en que dejó la casa de Labán y en su desvío para residenciarse en Sucot. Pero ahora no anda en su propia voluntad, sino en la senda de fe. “Os ruego”, escribe Pablo, “que andéis como es digno de la vocación con que fuisteis llamados”, Efesios 4.1.
  3. Él se interesó por el bien de su familia y de su prójimo. Génesis 48 cuenta cómo bendijo a dos nietos y Génesis 49 cuenta cómo bendijo a doce hijos, guiado por el Espíritu a hablar con gran percepción acerca del carácter de cada uno. Le costó caro a Jacob no haberse interesado más por sus hijos en la tierra de Labán cuando estaba empeñado en acumular bienes materiales; muchos desde aquel entonces se han dado cuenta de haber desperdiciado preciosas oportu-nidades y responsabilidades en la crianza de sus hijos, y luego han visto a su pesar que cuando ya son maduros, uno no puede suplir lo que faltaba en su formación. Le habrá dolido a Jacob/Israel decir lo que dijo acerca de los hijos de Lea, pero con gran satisfacción pudo reconocer la calidad de los hijos de Rebeca, por ejemplo.

Pero el 47.10 apunta que “Jacob bendijo a Faraón”. El monarca pagano quería que este padre de José morara en “lo mejor de la tierra”, 47.6, pero este no habló de la grandeza de Egipto, sino sus pensamientos estaban en Canaán, la tierra que Dios había escogido y adonde su prole iría en tiempo oportuno. Fue cumplido con Faraón, pero reconocía que era peregrino en la tierra que éste puso a su disposición. No todos nosotros hemos escuchado a Pedro dirigirse a “extranjeros y peregrinos” que deben abstenerse de “los deseos carnales que batallan contra el alma”, 1 Pedro 2.11.

  1. Era hombre satisfecho y agradecido. Al oir de José y su gloria, dijo: “Basta … le veré”, 45.28. Después, para morir ya, dijo: “El Dios Omnipotente me apareció en Luz [refiriéndose a aquella noche en Bet-el] en tierra de Canaán, y me bendijo”, 48.3. No eran simplemente recuerdos y sentimientos de un viejo; era reconocimiento grato del trato que Dios había tenido con él. ¿Estamos satisfechos con Cristo? ¿Nos damos cuenta de cómo el Padre nos ha guiado, corregido y bendecido? En cuanto a nuestro divino José, ¿nuestro sentir es, la peregrinación atrás, “le veré”? Que así sea.

 

 

 

 

Héctor Alves

 

 

La vida de Jacob, que ocupa un lugar prominente en el libro de Génesis, ofrece una excelente evaluación del carácter humano y de la gracia divina. La carrera de Jacob tuvo más altibajos que la de cualquier otro patriarca. Un biógrafo podría titular su obra acerca de este hombre ‘El Suplantador’ y otro ‘Un Príncipe con Dios’. El sentido de Jacob es ‘el que toma por el calcañar’, o que suplanta, pero su nombre nuevo, Israel, significa ‘será un príncipe ante Dios’.

Esaú y Jacob, hijos de Isaac y Rebeca, eran morochos, pero desde la cuna tan diferentes como pueden ser dos hermanos, en apariencia, carácter y objetivos. Esaú era el favorito de su padre y Jacob el consentido de su madre. Esta parcialidad causó problemas en la familia, y así ha sido siempre cuando existe en los padres. Jacob valoraba lo que Esaú despreciaba: la primoge-nitura.

 

Jacob en el hogar

Toda su vida se caracterizaba por un deseo verdadero de contar con la bendición de Dios, un objetivo sano cuando uno lo persigue de una manera correcta. La vida familiar de este hombre era insatisfactoria y él tenía parte de la culpa. La primogenitura le pertenecía a Esaú por ser el hermano mayor, pero Jacob la quería. Vio la oportunidad que buscaba, y Esaú, quien daba poca importancia a la primogenitura, vendió su derecho por un plato de guisados, Génesis 25.34. Por culpa de Isaac y Rebeca, Jacob aprendió en casa cosas que no ha debido conocer, y no nos sorprende que no se haya comportado bien en ese hogar.

Sin duda Isaac sabía de ese episodio triste cuando Esaú le vendió sus derechos a Jacob, de manera que procedió por su propia cuenta. Un padre no debe mostrar favoritismo a uno de sus hijos, ni debe uno de los padres actuar al espaldas del otro al planificar por los hijos. Isaac hizo mal en su maquinación y Rebeca hizo mal al idear un complot para que Jacob recibiera la bendición. Adicionalmente, Jacob hizo mal en hacerse parte del esquema de su madre.

El Señor le dijo a Rebeca que el mayor debía servir al menor, 25.23, así que ella ha debido dejar todo en la mano de Dios. Isaac tampoco tenía por qué apurarse; él pensaba que estaba por morir pero en realidad vivió unos cuantos años más. Los padres en estos tiempos deben aprender la lección que todo esto enseña: cuidado qué oyen y ven nuestros hijos en el hogar. El ejemplo parental aporta mucho a la formación del hijo; queremos ser buen ejemplo de honestidad y rectitud ante los que nos siguen.

Si Rebeca hubiera dejado todo en la mano de Dios, Jacob hubiera recibido la bendición de la primogenitura y ella hubiera tenido a su hijo predilecto consigo en casa por años. Pero en vez de verlo madurar espiritualmente, ella tuvo que desprenderse de él, y hasta donde sabemos no le vio más.

Tenemos que aprender que no podemos forzar la mano de Dios por medios naturales y esquemas astutos, sin que esa mano nos caiga en disciplina. La objeción de Jacob a colaborar con su madre fue muy débil. Se comportó miserablemente al engañar a su padre, diciendo una mentira tras otra. Encontramos que no fue hasta reconciliarse con Esaú, muchos años más tarde, que él entró en el pleno disfrute de lo que había comprado. Eso fue cuando se refirió a su hermano mayor como «mi señor» y a sí mismo como «tu siervo», 32.4.

Podemos notar un punto positivo antes de dejar esta fase de la biografía: «Jacob había obedecido a su padre y su madre, y se había ido a Padan-aram», 28.7.

 

 

 

Jacob en Luz

Jacob se marchó de casa y pasó la primera noche en Luz, posiblemente la primera vez que estaba fuera de Beerseba. Era un lugar desolado, solitario y rocoso. Sin duda en su caminata a Padan-aram, con solo un bastón de compañero, él habrá repasado su pasado y contemplado su futuro. Solo, cansado, en un ambiente extraño con una piedra por almohada, él soñó y vio una escalera que estaba apoyada en tierra y tocaba el cielo.

¡Qué visión para un hombre deprimido! Le quedaba mucho que aprender de los tres he aquí en esta visión: he aquí una escalera, he aquí ángeles y he aquí Jehová. Se despertó el feliz soñador y dijo: «Ciertamente Jehová está en este lugar». Él descubrió que Dios le había seguido en su despedida de la familia y del lugar de adoración de su padre.

Este es el primer trato de Jacob directamente con Dios, y sin duda la historia de su conversión. El lugar y su experiencia allí fueron de tal significado para él que hizo tres cosas: levantó una columna para señalarlo, lo dio un nombre nuevo – Betel, casa de Dios – e hizo voto. El fugitivo descubrió que estaba en la casa de Dios y que Dios estaba allí.

Hasta este punto Jacob pensaba en sí, pero en Bet-el pensaba en Dios y encontró el lugar espantoso. Como otro que vivió muchos años más tarde, podía decir: «Me acordaba de Dios, y me conmovía», y esta ha sido la experiencia de un número innumerable de personas a lo largo de las edades.

La historia de Jacob en Luz ofrece mucha reflexión provechosa, pero aquí nos conformaremos con observar que vemos la maravillosa gracia de Dios hacia este trasgresor. La escalera habla de Cristo, la vía al cielo. Llegó justamente adonde estaba él y alcanzó a Dios mismo. Merece notar el cambio de nombre; Luz significa «uno que divide», pero Bet-el significa «casa de Dios». Jacob hizo voto y Dios hizo una promesa incondicional: «La tierra en que estás acostado te la daré a ti y a tu descendencia …» Pero Jacob quiso negociar: «Si fuere Dios conmigo, y me guardare … Jehová será mi Dios». En vez de confiar en lo que Dios había dicho, él fijó condiciones, y a veces nosotros actuamos de manera parecida.

 

Jacob en Padan-aram

Los primeros versículos del capítulo siguiente hacen ver el resultado de todo esto: «Siguió luego Jacob su camino», 29.1. Thomas Newberry traduce: «Jacob levantó los pies y llegó a la que experimentó al abandonar su hogar, él se ha encontrado con Dios y es tierra del pueblo del oriente». Vencida la pesadez un hombre nuevo; ha visto la vía de tierra a cielo y cuenta con  de Dios con él. Cierto comentarista escribió: «Su corazón levantó sus pies a  la promesa de la presencia».

El sentido de Padan-aram es «la llanura de Aram». En el Antiguo Testamento la llanura era lugar del alejamiento de Dios: «la llanura de la tierra de Sinar», «Lot vio la llanura del Jordán», etc. Aram quiere decir «magnífico», y sin duda era un lugar agradable a los ojos, pero también abundaba la vanidad de la vida.

En nuestros días lo que corresponde a levantar un altar en aquellos tiempos es entrar en relaciones sacerdotales con Dios en el hogar. Jacob no hizo nada de eso en Padan-aram, y lo mismo da hoy en día con muchos, debido a las amistades malsanas que guardan. Labán tenía ídolos en su casa y Raquel los hurtó, haciendo entrever cuán poca influencia espiritual Jacob tenía en esa familia. En aquellos tiempos le correspondía a la cabeza del hogar funcionar como sacerdote en el mismo. Leemos de Job, por ejemplo, que se levantaba de mañana y ofrecía holocaustos conforme al número de sus hijos, acaso pecare alguno.

¿Será que Jacob estaba tan ocupado con el ganado que dejó de criar a sus hijos en la disciplina y admonición del Señor? ¿Se interesaba tanto por enriquecerse que no le quedaba tiempo para atender al bienestar espiritual de su familia? Los hijos ya estaban de una edad cuando su carácter estaba en formación, y veremos más adelante el resultado de esta falta de un altar en Padan-aram.

 

Jacob en Jaboc

Después de estar él unos veinte años en Padan-aram, Dios le dijo: «Vuélvate a la tierra de tus padres y a tu parentela, y yo estaré contigo», 31.3. Oportu-namente emprendió la marcha, saliendo furtivamente de noche. Era un Jacob diferente de aquel que había llegado a Padan-aram. Estaba vació en ese entonces, pero se va lleno; ahora es «dos campamentos». Cuenta con dos esposas, once hijos varones y una hija, y manadas que hacen entrever su pros-peridad.

Él oye decir que Esaú vendrá a su encuentro con cuatrocientos hombres, y eso le infunde miedo. Encomienda todo en la mano de Dios en una de las mejores oraciones del Antiguo Testa-mento. Le recuerda a Dios su promesa incondicional a Abraham e Isaac, confiesa su propia indignidad y hace una petición. Luego echa a perderlo todo. Habiéndose encomendado a Dios, revierte su postura y vuelve a sus intrigas.

Pero Dios se encarga de la situación. Antes de encontrarse Jacob con Esaú, Dios se encuentra con Jacob. La energía de la carne no bastaría. Jacob es fuerte en sus marchas, pero le hace falta un toque de parte de Dios. «Así se quedó Jacob solo; y luchó con él un varón hasta que se rayaba el alba», 32.4.

Jacob no está luchando con el varón, sino Dios con Jacob. Pero el peregrino no suelta al varón hasta recibir una bendición y un nombre nuevo. Ahora es Israel, que quiere decir «el que lucha con Dios», y también «un príncipe con Dios». Él recibe la confianza que tendría poder con Dios y prevalecería contra hombres. Llamó a ese lugar Peniel, a saber, «el rostro de Dios».

El luchador divino tocó el encaje de su muslo, y se contrajo el muslo de Jacob en esa contienda. Y ahora la pregunta: «¿Cuál es su nombre?» Los problemas de Jacob comenzaron cuando quiso engañar a su padre con decir que su nombre era Esaú. Él nunca había confesaba esa mentira, ni ante Dios ni ante su hermano, y ahora con un toque en el muslo Dios le obliga a decir la verdad. «Mi nombre es Jacob». ¡Una confesión de veras! Ahora será bendecido.

 

Jacob con Esaú

Los hermanos se encuentran y Jacob descubre que sus temores no tenían base. Dios había ablandado el corazón de Esaú hacia su hermano, y ahora este había desistido de sus malas intenciones. Esaú corrió, le abrazó, se echó sobre su cuello y le besó. Y lloraron.

Ambas habían prosperado económicamente desde su separación. Jacob atribuía esta bendición a la gracia de Dios, hablando de «los niños que Dios ha dado a su siervo». La actitud de cada cual es una de satisfacción y contentamiento en cuanto a cosas terrenales. Esaú no quería aceptar el obsequio de su hermano pero Jacob insistió. Quizás podemos entender que Esaú haya dicho, «Suficiente tengo yo, hermano mío, sea para ti lo que es tuyo», pero nos sorprende oír a Jacob responder, «Dios me ha hecho merced», 33.11.

Esta actitud es muy diferente a la que mostraba en Padan-aram cuando estaba deseoso de escapar con todo cuanto podía. Quizás el carácter «Israel» se estaba manifestando ahora, aunque no lo haría siempre de aquí en adelante. «Contento con lo que tenéis ahora», Hebreos 13.5, es señal de una buena condición de alma. Y también: «Gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento», 1 Timoteo 6.6. La fuerza de «suficiente tengo» y «Dios me ha hecho merced» es que Esaú tiene mucho pero Jacob tiene todo. Hoy día no son muchos los que están contentos con lo que tienen, sino prevalece el sentir de las cuatro hijas de Proverbios 30.15 que nunca dicen: «Basta».

 

Jacob en Siquem

La próxima fase en esta historia no nos aporta energía espiritual. Un príncipe con Dios no ha debido encontrase en Siquem.

«Jacob fue a Sucot, y edificó allí casa para sí, e hizo cabañas para su ganado», 33.17. El propósito de Dios era que fuera directamente a Bet-el, pero Jacob no quería. En vez de dirigirse a la tierra de sus padres, construyó casa a medio camino. Fue indicio de que quería quedarse por largo. Aparentemente se había olvidado de su voto en Luz, o el buen pasto de Sucot estaba detrás de esta decisión. Acampó delante de la ciudad de Siquem, e iba a pagar caro por hacerlo. Jacob estaba actuando contrario a la mente de Dios, y desde ese entonces muchos entre el pueblo del Señor han hecho lo mismo.

Su tienda estaba demasiado cerca de la ciudad. Erigió un altar y lo llamó El-Elohe-Israel, «Dios, el Dios de Israel». Fue el primero de los altares suyos, pero construido donde no ha debido estar y con un nombre que no correspondía. Jacob asoció su propio nombre con un altar para Dios. Más adelante levantaría otro, llamado apropiadamente «la casa de Dios».

Y sigue ahora la triste historia del capítulo 34. Al acomodarse en Siquem, parece que Jacob estaba pensando más en el bienestar de su ganado que en el de la familia. Es decir, una vez más asigna más importancia al aprovechamiento económico que a las conside-raciones espirituales. Nosotros los padres no debemos estar indiferentes a cómo es el vecindario y cómo es la sociedad que están impactando sobre nuestros hijos.

Pronto Dina, hija de Jacob, decidió «ver a las hijas del país». Fue consecuencia de estar viviendo cerca de la ciudad. ¿Por qué lo permitieron los padres de la señorita? ¿Y sin ninguna advertencia? Las consecuencias fueron desastrosas; la historia tradicional se repitió. El joven Siquem se enamoró de la muchacha, Dina perdió su virginidad, Simeón y Leví se prestaron a ser instrumentos de crueldad y el nombre de Jacob olió mal olor en la tierra. Cierto, el pecado de Siquem fue vengado, pero por un crimen mayor que el pecado que él había cometido. Dios revolvió el nido de Jacob.

Cualquiera que haya sido su plan, se hizo obvio que él no podía continuar en el territorio. Por lo tanto, el capítulo 35 comienza con Dios diciéndole: «Sube a Bet-el, y quédate allí; y haz allí un altar al Dios que te apareció cuando huías». Fue una reprimenda y a la vez una orden. Si hubiera ido directamente a Bet-el, como ha debido, su familia hubiera sido guardada de tentación en Siquem y él de la vergüenza que manchó su testimonio.

Su altar en Siquem parece haber sido poco más que una forma exterior de adoración. Es más: hay por qué pensar que él sabía de los dioses extraños en su hogar. Está claro que Jacob era descuidado en el gobierno de su familia.

 

Jacob en Beerseba

La supuesta muerte de su hijo predilecto fue un golpe severo para Jacob; las noticias traídas por los otros hijos hicieron saber la profundidad de su amor para José. Vamos a pasar por encima de los años de silencio en la vida de este hombre y llegar de una vez al día que recibió las buenas nuevas de Egipto y exclamó: «José mi hijo vive; iré, y le veré antes que yo muera», 45.28.

Esta sola cosa ocupaba su mente: «le veré». Parece que su juventud fue renovada ante esa expectativa. Notamos el afecto encerrado en las palabras «mi hijo». Sin embargo, Dios tenía en mente para Jacob algo más que simplemente ver a su hijo.

El primer versículo del próximo capítulo cuenta que «Israel» procedió a Beerseba y ofreció sacrificios al Dios de su padre. Posiblemente allí dio gracias a Dios por la grata noticia que le había llegado. Abraham había plantado un árbol en este lugar e invocó allí el nombre de Jehová Dios eterno, 21.33. Isaac levantó un altar en Beerseba y él también invocó el nombre de Jehová, 26.25, 26. Ahora Jacob hace lo mismo y recibe renovada con-fianza acerca de ir a Egipto que le fue prometida cuando iba rumbo a Padan-aram.

«Israel» viajó, pero la palabra de lo alto fue: «Jacob, Jacob, no temas … yo descenderé contigo». Y fue con los suyos a Egipto.

 

Jacob en Egipto

Ahora nuestro protagonista tiene 130 años. Había vivido 77 en la casa de su padre, 20 en Padan-aram, 33 en Canaán de nuevo, y va a estar en Egipto por 17, para un total de 147 años.

José le presentó a su padre a Faraón, un príncipe con Dios llega a conocer a un príncipe de Egipto. De una vez Faraón le pregunta su edad, 47.8, y recibe la respuesta: «Los días de los años de mi peregrinación son ciento treinta años; pocos y malos han sido los días de los años de mi vida, y no han llegado a los días de los años de la vida de mis padres en los días de su peregrinación».

El patriarca reconoció que su vida no había sido todo lo que ha podido ser. No hay en su respuesta una insinuación de falta de gratitud a Dios, sino que los fracasos estaban echando una sombra sobre su vejez. Los recuerdos le impulsaron a decir: «pocos y malos». Una vida larga era una de las bendiciones que Dios otorgaba a sus hijos terrenales.

José había vivido 17 años en casa de su padre, y ahora el padre va a vivir 17 con el hijo. Tenemos aquí un ejemplo del cuidado de los padres ancianos de parte de los hijos, cosa que no siempre se observa ahora. Es un hermoso atardecer a la larga vida de Jacob; sus canas no descendieron al sepulcro con dolor, como él temía en el 42.38.

Las postreras palabras a sus hijos no fueron todas de bendición. La visión del futuro y lo invisible se aclara cuando uno está hacercán-dose al final de la peregrinación. Este hombre estaba persuadido que iba a morir en Egipto, y su postrimería fue pacífica. Hizo arreglos para su funeral, instruyendo a sus hijos a sepultar sus restos en Macpela.

Una sana iniciativa en este sentido, hasta un punto prudencial, evita incertidumbre y problemas innecesarios para los dolientes. Jacob no vio el cumplimiento de todo lo que Dios había prometido, pero actuó por fe al bendecir algunos de sus nietos, apoyándose sobre el extremo de su bordón, Hebreos 11.21.

***

Hemos seguido a Jacob desde la casa de su padre en Luz a Padan-aram, Jaboc, Siquem, Canaán, Beerseba y hasta Egipto. Hemos sabido que su carrera fue una de reveses, confianza en la carne, restauración y paz al final. Hemos conocido a Jacob como un suplantador y como Israel con poder con Dios y los hombres. Le hemos visto en la escuela de Dios, y nos ha llamado la atención su disposición a ceder, su obediencia y sus triunfos.

Leemos que Dios le dijo: «No se dirá más tu nombre Jacob, sino Israel», 32.28, pero con todo encontramos la frase «el Dios de Jacob» más frecuentemente que «el Dios de Israel».

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