Pero, hombre, ¡hay salida! (#9935)

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Pero, hombre, ¡hay salida!

 

Mi hastío comenzó en la guerra civil en España.  Cierta tarde varios pilotos de Stukas destruyeron la primera aldea que encontraron, sólo para demostrar sus nuevas habilidades de bombardeo en picada.  Mi corazón se llenó de odio al ver tanta crueldad ante la mirada tolerante de las naciones.  No sabía a quién odiar ni en qué confiar.

Creía firmemente que el hombre debe amarrarse los pantalones, forjar su propia salvación y desarrollar un mundo ideal mediante protestas y leyes sociales.  Me fascinaba la lucha de clases, hasta que me di cuenta de que sólo intentaba barrer la jaula.

Cada alma viviente tiene incrustada una mecha que arde al compás del tiempo.  En algunos, arde lenta y quietamente; en otros con rapidez y chispeando.  Cada nacimiento marca el comienzo de una cuenta regresiva que llegará a su punto cero.

Pero la gran mayoría se acuesta tranquilamente de noche, bostezando en la presencia de Dios.  Media vuelta y nos quedamos dormidos mientras la mecha se consume, si bien uno se pregunta dentro de sí:

Si dormido me llega la muerte,

¿Cuál será de mi alma la suerte?

La vida, dije, es una jaula.  La puerta está cerrada y el candado puesto.  Afuera nos espera el féretro.  ¿Qué importa el candado cuando vemos la mecha y sabemos que tarde o temprano explotará la bomba?  Llega la hora y uno va de jaula rota a cajón lleno.

Nacemos, existimos y morimos.  Vamos en fila de indio, unos con una actitud X y otros con un parecer J.  Unos con esa religión, otros con aquella, y algunos jactanciosos por no profesar ninguna.  Por mi parte, exploré los senderos de muchos ismos en busca de la libertad.  Comencé con el socialismo, pasé al comunismo y llegué al ateísmo.  Más maduro, di media vuelta y me metí al romanismo.  Son obsesionantes al principio pero se vuelven tétricos.  Dan muchas vueltas dentro de la jaula, pero de ella no salen.

¿No has visto alguna vez una nube gris y sombría que de pronto adquiere los refulgentes colores del sol?  Esto me sucedió a mí.  Desilusionado después de años de infructuosos golpes contra las rejas, me di cuenta de que durante todo ese tiempo la jaula tenía otra puerta.  No era ningún ismo sino una persona.  A Él he seguido por años ya —porque dejé de ser joven; soy hombre mayor, y uno que ha probado a su Amigo y humildemente puede decir que le conoce— y te digo que Él sí libera.  Satisface.  Y me conducirá más allá del cajón a un hogar eterno con Él.

Claro, me refiero a Jesucristo.  El es Dios manifestado en carne, el solo mediador entre Dios y los hombres.  Es la puerta.  Es la verdad y la vida.  El no cobra, sino da.  Primero, el Padre dio al Hijo a ser el Salvador del mundo.  Este se dio a sí mismo en el Calvario, y ahora da la vida eterna a quien le acepte, recibiéndole por sencilla fe como Salvador de su alma y Señor de su vida.

«¡Señores!  ¿qué debo hacer para ser salvo?» fue la pregunta que lanzó el desesperado carcelero de Filipos, en Grecia, ante aquellos dos evangélicos.  La respuesta que recibió de Silas y el apóstol Pablo bastó para que fuera libertado de la cárcel de su propio pecado y condenación, y cambiado por el resto de su vida y por la eternidad.  Y basta aún para ti: «Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo».

Creo y vivo lo que Jesús afirmó: «Si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres».  En cuanto a ti, es algo que tendrás que resolver a solas en la presencia de Dios.  Hay esta otra puerta, pero sólo tú puedes decidir si vas a golpear las rejas o te valdrás de Él.

«Yo, si fuere levantado de la tierra» —como fue, en cruenta cruz— «a todos atraeré a mí mismo», anunció el Cristo.  Feliz el ser que le responde ahora para recibir la salvación en vez de esperar para comparecer ante el gran Juez.

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