Gedeón (#419)

 

Gedeón

 

J. B. Watson

I                  El llamado de Dios                              Jueces 6.1 al 24

II                 La preparación del hombre               Jueces 6.25 al 40

III                El método de Dios                               Jueces 7

IV                De sabio hasta tropezado                 Jueces 8

 

 

 

I – El llamado de Dios,
Jueces 6.1 al 24

 

El libro de Jueces describe una espiral descendiente de alejamiento espiritual. En los tiempos del comienzo del libro Israel se encuentra en la elevación hasta la cual Josué llevó la nación en el noble ministerio de su vida. Cuando el libro termina la condición es una de absoluta anarquía; “Cada uno hacía lo que bien le parecía”, 21.25.

Siete vueltas en la espiral hacia abajo son señaladas por la cláusula “los hijos de Israel hicieron lo malo ante los ojos de Jehová”. Vea la expresión en 2.11, 3.7,12, 4.1, 6.1, 10.6, 13.1.

 

  1. El mal

Ahora, en la cláusula citada, lo malo es el mal. Su pecado fue el pecado de los pecados: el de dejar a Dios e ir en pos de los ídolos. La idolatría es la suprema necedad de los incrédulos, Romanos 1.22,23, y la impiedad más desafiante de los creyentes. El último llamado de Dios a Israel antes de la caída de la nación se encuentra en Jeremías 44.4; siglos después de Gedeón, diría: “No hagáis esta cosa abominable que yo aborrezco”.

La idolatría había sido la mayor degeneración de ese pueblo desde los tiempos de Moisés. El becerro de oro fue su episodio más vergonzoso en el desierto. Baal y Astarot eran sus seductores en la época de los jueces. En el período de los reyes el pueblo de Israel volvió a sus dioses una y otra vez, hasta que salió de Dios el mensaje que “no hubo ya remedio”, 2 Crónicas 36.16.

Dios no tolerará la idolatría en su pueblo. Esta provoca su santa ira, y Él castiga para sanar. “¿Provocaremos a celos al Señor? ¿Somos más fuertes que él?” Así preguntó el apóstol a unos creyentes que jugaban con esta misma cosa; 1 Corintios 10.22. Si el lector busca los párrafos en Jueces 2.11 al 19, verá un resumen de este mal. Veamos las frases que describen la decadencia progresiva:

 

  • Dejaron a Jehová y adoraron a Baal y a Astarot, 2.13
  • Se encendió … el furor de Jehová, 2.14
  • Tuvieron gran aflicción, 2.15
  • Jehová levantó jueces que los librasen, 2.16
  • Al morir el juez, ellos volvían atrás, 2.19

A lo largo el juicio los recogió y los lanzó al exilio para aprender su amarga lección. “De sus caminos será hastiado el necio de corazón”, Proverbios 14.14.

Una sola generación bastó para conducir este pueblo a una idolatría avanzada, por cuanto este mal es veloz en su desarrollo; véanse Jueces 2.10,11. Ninguno puede contarse como inmune de la retrogresión espiritual con base en experiencias recientes de poder y bendición recibidos de Dios. Mientras más la subida, mayor la caída.

Además, es un peligro persistente esta confianza ilícita. Es un enemigo que vuelve al ataque sin pérdida de tiempo después de cada rechazo. “El que piensa estar firme, mire que no caiga”, 1 Corintios 10.12. “Mirad, hermanos, que no haya en ninguno de vosotros corazón malo de incredulidad para apartarse del Dios vivo”, Hebreos 3.12.

El camino de la restauración está señalado claramente en nuestro pasaje. La retribución instantánea de la idolatría es la pobreza espiritual, la cual desciende a las profundidades de la miseria y a su tiempo exprime del corazón el angustiado ruego por auxilio.

Dios manda al tal su Palabra para afligir y sanar, señalando la vía al arrepentimiento. Una vez escuchado su testimonio, procede en misericordia fuerte y sabia para rescatar al contrito. Vea el 6.8 al 10 en Jueces: “Os libré de mano de los egipcios, y de mano de todos los que os afligieron … pero no habéis obedecido mi voz”.

 

  1. El hombre

El ángel del Señor aparece bajo el árbol encina en Ofra. El Señor está siempre en busca de hombres idóneos para sus fines, en quienes puede efectuar sus propósitos en gracia. Dios escoge hombres de a uno. Para el inicio de obras nuevas de poder y gracia, Él busca a un hombre. Escogió a uno, Moisés, cuando era tiempo de librar a Israel de Egipto; otro, Josué, cuando iba a ubicar su pueblo en Canaan; ahora Gedeón cuando va a salvarles de Madián.

Nunca dice que Dios buscó a un comité cuando estaba por inaugurar una obra especial; siempre una persona. “Busqué entre ellos hombre que hiciese vallado y que se pusiese en la brecha”, Ezequiel 22.30; “Vio que no había hombre”, Isaías 59.16. Para conducir la rutina de las agencies espirituales ya establecidas —una tarea bienaventurada y necesaria— Él emplea grupos y afiliaciones, pero para poner en marcha una obra nueva de gracia y poder, su elección generalmente recae sobre un hombre.

Ha sido así en nuestros tiempos. Un William Booth para alcanzar a los marginados en pobreza; un Moody para despertar a los británicos dormidos; un Spurgeon para enriquecer la exposición del evangelio verdadero; un Hudson Taylor para abrir la China; un George Müller para mostrar el ejemplo de la fe.

“Los ojos de Jehová contemplan la tierra, para mostrar su poder a favor de los que tienen corazón perfecto para con él”, 2 Crónicas 16.9. Él elige el empleo de conductores humanos del poder divino, y la mayor honra a la cual uno puede aspirar es la de ser encontrado en condiciones de ser usado: “útil al Señor, y dispuesto para toda buena obra”.

 

El ojo comprensivo cae sobre Gedeón, un hombre de Manasés, quien está sacudiendo una triste cosecha de trigo. No lo hacía abiertamente en el granero, sino secretamente en el lagar excavado para el procesamiento de las uvas, resuelto a esconder el hecho de los madianitas.

Alimento para el pueblo de Dios es el propósito de su labor. Cuando hay frialdad y disensión entre el pueblo de Dios, lo más probable es que Él utilice al hombre que está ocupado personalmente con la Palabra. “Les sustentaría Dios con lo mejor del trigo …”, Salmo 81.16. El tal habrá visto la necesidad de alimento para su propia alma, y tendrá interés por hacerlo disponible a los hijos de Dios en su esfera de influencia, compartiendo así la bendición recibida.

Además, el corazón de Gedeón sentía la carga de la condición tan lamentable de la nación. Su reacción ante el ángel hace ver cuán agudamente sentía esto: “Si Jehová está con nosotros, ¿por qué nos ha sobrevenido todo esto? ¿Y dónde están todas sus maravillas, que nuestros padres nos han contado?” 6.13.

Esta es una característica que se percibe en los hombres que Dios va a usar. Ellos cargan con la condición del pueblo del Señor como un peso en su propia alma. Lloran por “la herida de la hija de mi pueblo”, Jeremías 8.21, y la ponen delante de Dios en fervorosa y sincera intercesión.

Vemos que Gedeón abriga pensamientos humildes acerca de sí mismo. Su tribu fue la menos numerosa en Israel, Números 1.35, y su familia la más pobre en la tribu, 6.15, y él se consideraba el miembro más insignificante de su familia. En su criterio era el hombre de menor rango en la nación. No nos sorprendamos, pues, que Jehová le haya mirado, 6.14, ya que ha prometido: “Miraré a aquel que es pobre y humilde de espíritu, y que tiembla a mi palabra”, Isaías 66.2.

¿Quién anhela ser un instrumento para bien en la mano de Dios en el día malo? Que la tal persona tome note de la designación de Gedeón, y que observe que Dios tomó al hombre diligente, interesado espiritualmente por el bienestar de los hijos de Dios, y humilde. De las filas de éstos proceden los vasos escogidos según la voluntad divina.

 

  1. El llamado

El llamado de Dios fue comunicado a Gedeón en tres afirmaciones del Ángel de Jehová.

La primera de éstas fue una garantía de la presencia del Señor: “Jehová está contigo, varón esforzado y valiente”, 6.12. Ninguno ha estado más sorprendido ante semejante descripción, pensamos, que Gedeón. Él era un hombre sencillo del campo sin grandes hazañas en su historia, trabajando humildemente en la tierra en días de estrechez, pero ésa es la designación que el ángel le da. No es su propia fuerza que le hace un hombre esforzado y valiente, sino la presencia del Señor: “el Ángel de Jehová está contigo”.

El hombre que cuenta con la presencia de Dios es de una vez una oposición formidable para los enemigos del Señor. Aquí está el secreto del coraje y del poder en el conflicto.

Lo vemos en José, quien, por contar con la presencia de Dios, prosperó en todo cuanto hacía. Bien decía Moisés que “si tu presencia no ha de ir conmigo, no nos saques de aquí”, Éxodo 33.15. Elías lo probó cuando se enfrentó solo a Ahab, a Jezabel y a todos los profetas de Baal.

 

 

Fue con la plena confianza que Dios estaba con él que Martín Lutero escribió:

Aun si están demonios mil pronto a devorarnos,
No temeremos, porque Dios sabrá aún prosperarnos.

El segundo mensaje es una comisión obligatoria: “Vé con esta tu fuerza, y salvarás a Israel”, 6.14. Aquí queda declarado el propósito de Dios de librar a su pueblo de sus opresores. “Vé” es la orden. La comisión que arde en el pecho es la razón fundamental porque él está donde está, y porque hace lo que hace. No es la necesidad apremiante de la humanidad, ni la capacidad de uno para suplirla, ni el beneplácito de sus compañeros, ni el éxito que haya alcanzado, sino que Dios le haya llamado. Este es el secreto de la persistencia en tiempos de bonanza y de adversidad.

No hay nada que estabiliza el corazón en la hora de conflicto, y lo controla en tiempo de prosperidad, como esta confianza ya asentada que uno está haciendo la obra que Dios ha ordenado para Él. Es por la carencia de esta convicción que vemos tanto correr de una actividad a otra, de esta esfera a aquella, hasta que la ausencia de fruto está a la vista de todos.

La tercera palabra fue una de mucho estimulo: “Ciertamente yo estaré contigo, y derrotarás a los madianitas como a un solo hombre”, 6.16. Dios presenta a su siervo una rica promesa de ayuda eficaz, con la presencia divina que garantiza el triunfo. ¿Quién va a la guerra a su propia expensa? ¿Cómo predicarán sin ser enviados? ¡Cuán ineficaz es el esfuerzo de la naturaleza humana en el mejor caso, salvo que reciba ayuda de lo alto! Pero con la presencia y el poder de Dios como acompañante, ningún servicio puede carecer de provecho. Si Dios está con nosotros, ¿quién puede estar en contra?

Esta promesa fue dada para ser aceptada por fe. Si la confianza de Gedeón hubiera sido suficientemente sencilla como para aceptarla, no hubiera hecho falta la señal que buscó. Pero, como todos nosotros, encontró difícil descansar sobre la sola promesa, y anhelaba alguna evidencia externa de que todo lo que había oído tenía sustancia y no era simplemente una cuestión de su imaginación. Como Pedro parado en la calle frente a la cárcel de Herodes, Hechos 12.11, él encontró dificultad en relacionar su experiencia con la realidad.

 

  1. La confirmación

Las palabras de Gedeón al ángel deben ser consideradas cuidadosamente: “Yo te ruego que si he hallado gracia delante de ti, me des señal de que tú has hablado conmigo”, 6.17. A primera vista parece que está insistiendo sobre lo obvio, pero en realidad sus palabras expresan el temor profundo de Gedeón de que se hubiese engañado a sí mismo.

Él quiere alcanzar la absoluta certeza de que sea Dios quien ha hablado, y que sea sólo él mismo a quien el mensaje va dirigido. Si el lector enfatiza los dos pronombres, esto le quedará claro: “… que has hablado conmigo”. O sea, “no deje que yo me convenza a mí mismo de un llamado divino si en realidad esta experiencia no debe tener ese significado para mí”.

¡Cuán importante es estar seguro de que una palabra sea de Dios, y que esté dirigida directamente a mí! La convicción de que él ha sido llamado es la fuerza del verdadero siervo. Pero, puede ser, lamentablemente, la fuerza motriz del fanático destructor, si es que su idea de un llamado es producto de la imaginación.

El llamado de Hudson Taylor [el fundador de la gran China Inland Misión] tuvo ese sello auténtico de la certeza que trae paz. Está escrito de él: “Su oración fue contestada antes de lo que él esperaba, por cuanto ese mismo día el Señor a quien buscaba vino repentinamente a su templo, y un pacto fue sellado entre Hudson Taylor y su Dios. Él oró que Dios le dejara experimentar una comunión plena, y prometió, dijo él mismo, «Que si Dios me salvara enteramente, entonces yo haría cualquier cosa que su causa dirigiera.» Y Dios aceptó su palabra”.

“Nunca me olvidaré lo que vino sobre mí. Sentí que estaba en la presencia de Dios, entrando en un acuerdo con el Todopoderoso. Me sentí impulsado a retirar mi promesa, pero no pude. Algo dijo: «Tu oración está contestada, tus condiciones aceptadas.» Desde ese momento, nunca me dejó la convicción de que yo estaba llamado a China”.

La señal solicitada es la de un sacrificio ofrecido y aceptado. Gedeón ofrecería y Dios aceptaría. La idea del sacrificio es una figura del sacrificio de Cristo; por él la voluntad de Dios será honrada y cumplida a la postre. En presentar el sacrificio Gedeón se identifica con la ley de la consagración a la voluntad y el servicio de Dios.

La consecuencia es que el temor se va, y entra en el alma un profundo sentido que Dios le ha aceptado; Gedeón está en paz. El que es llamado a la guerra en el nombre de Dios tiene que experimentar primeramente dentro de sí la gran calma otorgada por el propio Príncipe de Paz, el Jehova-salom.

Gedeón erigió allí mismo un altar en esa ocasión, pero no parece haber tenido el propósito primordial de la realización de sacrificios futuros, sino un monumento a esa crisis en su historia espiritual. Aquí huyó la duda y vino la paz de la certeza; éste fue el lugar de la dedicación propia y de la sentida aceptación de parte de Dios.

Ninguno salvo Dios y Gedeón participó en la entrevista. El llamamiento al servicio es siempre una transacción privada para uno cuyo secreto más adentro ningún tercero puede compartir.

 

II – La preparación del hombre,
Jueces 6.25 al 40

 

El llamamiento ya establecido, no tardó la orden a comenzar su labor: “aconteció la misma noche”, 6.25.

Hay asuntos que no requieren una espera; mejor, que no la permiten. Así, viene a Gedeón la instrucción: “Derriba el altar de Baal que tu padre tiene, y corta también la imagen de Asera que está junto a él”. Esta exigencia está acompañada de otro requisito, el cual es un complemento natural al primero: “Edifica una altar a Jehová tu Dios … y sacrifica … un holocausto”.

 

  1. El mal en casa

Él no pudo servir en público antes de enfrentar el mal en su casa y acabar con aquello. Él tuvo que vencer esta desobediencia con verdadera obediencia y fiel servicio a Dios. Mal podría Gedeón pensar en echar a Madián de Israel hasta que Baal fuese echado de su propia vida. La vil idolatría relacionada con esa imagen y ese altar entre los arbustos tenía que ser atendida sin misericordia, y su rechazamiento absoluto de la idolatría tenía que quedar manifiesto. Hecho esto, pero no antes, habría la posibilidad de echar fuera a los enemigos públicos del pueblo de Dios.

Es así siempre. Hasta que yo haya arreglado lo que reconozco por malo en mi propia vida —hasta que yo me aparte de toda complicidad conocida y reconocida con vínculos, hábitos y prácticas malsanas — habrá una barrera que excluirá para todos fines prácticos toda utilidad pública y robará de todo poder espiritual el así llamado servicio cristiano.

Gedeón no había creído en Baal, y despreciaba la idolatría, según desprendemos de todo lo que hemos leído de él hasta ahora. Pero no había tenido coraje para testificar contra el mal cuando lo vio atrincherado en la casa de su propio padre. Ahora le tocaba oponerse a eso abiertamente, asumiendo en público su rol de siervo de Jehová. Fue una prueba, una prueba severa.

Gedeón tenía miedo. Declararse así representaba un gran riesgo. ¿Cómo reaccionaría su padre? ¿Qué diría la gente de la comarca? ¿Quién es el hombre de mayor valor: el que no conoce el miedo, o el que sí lo tiene pero hace lo que teme? Cuando Dios se dirige a su conciencia, mandándole a hacer una cosa —algo correcto pero difícil— entonces, hágalo. Temor, miedo y todo; ¡hágalo!

“Mas temiendo hacerlo de día … lo hizo de noche”. No fue la conducta firme y celosa que uno hubiera esperado de un gran hombre de valor, pero con todo se logró el fin acertado y se dio inicio a la crisis.

¿Es difícil interpretar todo esto? Claro que no. Cuántos cristianos ineficaces hay, sus labios sellados, su testimonio negativo en el taller, la oficina o la casa. ¿Por qué? Porque queda en su vida personal alguna práctica que deshonra a Dios; algo que han debido juzgar pero lo han dejado. Es algo que el mundo discierne y que, mientras exista, impide el poder espiritual y el testimonio efectivo.

Una de las personas más infelices y más inútiles es el verdadero creyente que vive al nivel del inconverso. Su conversión le ha hecho imposible que esté del todo contento en las costumbres mundanas, y a la vez sus costumbres mundanas hacen imposible que sea de utilidad al Señor. No sirve para el mundo, pero tampoco está sirviendo a Dios.

A la tal persona hace falta enfrentarse con el mandamiento de Colosenses 3: Despojarse del viejo hombre con sus hechos, y revestirse del nuevo. Este es el procedimiento en el Nuevo Testamento al cual corresponde la iniciativa de Gedeón en derrumbar el altar de los Baal y construir un altar al Señor. Cuando uno hace esto, puede comenzar a valer por algo en la lucha por la verdad y la santidad.

 

  1. El nombre nuevo

Gedeón se había definido. Ahora todos le conocían como enemigo de Baal y defensor de la honra de Dios. ¿Cuáles serían sus reacciones? Algunos mostraron hostilidad y amenazaron, como esperaba. De su padre él recibió un apoyo inesperado pero agradecido; el golpe audaz del hijo dio coraje al mayor para renunciar a Baal y ridiculizar la idolatría que por largo tiempo había sancionado.

El que se pronuncia abiertamente por Dios, aun con temor y temblor, tendrá esta misma experiencia para sí. Su posición provocará a unos a la ira, y dará valor a otros para identificarse con él. Y si estos últimos sean sus seres queridos, qué galardón le será.

“Que Baal, si es un dios, contienda por sí misino”, fue la actitud de Joás, secretamente orgulloso porque su hijo poseía más valor que él mismo. Y así dieron a Gedeón el nombre de Jerobaal; fue señalado como el opositor declarado del mismo ídolo cuya adoración había traído toda la miseria que Israel estaba sufriendo.

 

  1. El poder del Espíritu

Fíjese ahora en una consecuencia inmediata. Apenas corrigió Gedeón la situación en cuanto a Baal y su árbol sagrado, y apenas había construido un altar para Dios y ofrecido el sacrificio correspondiente, que él fue investido espiritualmente para realizar la tarea que Dios le había llamado a hacer. “El Espíritu de Jehová vino sobre Gedeón, y … éste tocó el cuerno …” La obediencia habilita a uno.

El poder de Dios busca un intermedio humano para la bendición de la humanidad. En Gedeón, limpiado ya de la contaminación de la idolatría, Dios encuentra un canal, un instrumento útil, un vaso limpio, un hombre preparado. Por lo tanto, Él se apropia de la personalidad de Gedeón y la emplea para el fin que tenía por delante. Dice nuestra traducción que el Espíritu vino sobre él, pero algunas otras dicen que le revistió, o “el Espíritu se vistió de Gedeón”.

Son tres las veces que encontramos esta expresión tan llamativa en el Antiguo Testamento. Aquí es empleada con referencia a Gedeón. En 1 Crónicas 12.18 es en cuanto a Amasai y su fidelidad a David en un tiempo cuando las lealtades estaban cambiándose. El Espíritu vino sobre él cuando declaró: “por ti, oh David, y contigo, oh hijo de Isaí”. Y en 2 Crónicas 24 leemos de Zacarías el sacerdote, quien profetizó contra la desobediencia a los mandamientos de Dios en los días de Joás; dice el versículo 20 que “el Espíritu de Dios vino sobre Zacarías”. Mateo 23.35 nos cuenta cómo pagó por esto con su vida. Repito: en cada caso el lenguaje es que el Espíritu Santo se vistió de la persona. [Nota: Reina-Valera de 1909: “… se envistió en Gedeón” La Versión Moderna de 1893 da en todos tres casos: “el Espíritu revistió a”].

Entonces, la plenitud del Espíritu puede significar la victoria sobre los enemigos del pueblo de Dios; puede fortalecer a uno para una lealtad declarada a Cristo en un día cuando semejante fidelidad puede costar cara; o, puede, como en el tercer caso, dar fuerza para aguantar padecimiento y pérdida. O sea: para la vida de triunfo (Gedeón), de testimonio (Amasai), o de padecimiento (Zacarías), hace falta el mismo poder, el poder del Espíritu Santo, y sólo ese poder basta.

Gedeón tocó el cuerno y “los abierzeritas se reunieron con él”. Eran la gente de su propio distrito, y fueron los primeros en seguirle. Fue ese testimonio en casa que trajo este gran resultado. Pero el alcance del llamado se extendió; el sonido del cuerno alcanzó tribu tras tribu, hasta que el ejército de Gedeón se hizo gran hueste. ¡Qué cuadro es éste de la influencia creciente que puede tener la vida de un siervo de Dios que esté lleno del poder del Espíritu! Silenciosa, persuasiva, expansiva, efectiva: ¿quién no anhela una vida de poder espiritual?

 

  1. El vellón y el rocío

Esta es la segunda señal solicitada por Gedeón. Fue, en este caso, una evidencia de una fe imperfecta. Él tenía ya la promesa que Dios le habló: “Ciertamente yo estaré contigo, y derrotarás a los madianitas como a un solo hombre”, 6.16. Para la fe sencilla esto había sido suficiente, pero, ¡pobre de nosotros! somos criaturas tan débiles que pedimos que la sola Palabra de Dios sea reforzada y ratificada por medio de una señal.

Es una fe coja la que pide señal cuando la promesa ha sido dada. Con todo, nuestro Dios tierno y misericordioso nos permite a veces estas muletas para la fe débil. Así fue en este caso. Por cierto, concedió aun la señal doble que Gedeón pedía: primeramente que sólo el vellón fuese llenado de rocío, y luego que sólo el vellón quedase seco. Cuán tierno es Dios en su trato con la le fe tenue; nos conviene alabarle por su ternura y paciencia con nosotros en nuestras fallas.

¿Qué es la lección de la señal doble? Se han ofrecido muchas explicaciones maravillosas, pero la mayoría han sido demasiado imaginarias como para convencer. La lección sencilla y obvia es, aseguradamente, que Dios es soberano en el otorgamiento y la negación de la bendición espiritual. Conforme a su voluntad, la lana se encuentra mojada; igualmente, a su mandato la lana se encuentra seca pero todo lo demás está mojado. Él manda la bendición, y permite que la fe le mueva a Él.

¿Cómo podemos saber que Él llenará nuestro vellón con rocío; a saber, que llenará nuestro servicio con la unción del Espíritu Santo? Él ha revelado que manda la bendición cuando prevalecen ciertas condiciones en las personas que le buscan.

 

Así, establece en Isaías 66 que mira a aquel que es pobre y humilde de espíritu, y que tiembla a su palabra. Él dispone que la bendición sea derramada sobre el alma obediente y sumisa. Y, hay la norma del Salmo 133: Cuán bueno y cuán delicioso es habitar los hermanos juntos en armonía, porque allí envía Jehová bendición. El dispone que su bendición caiga sobre los grupos de santos cuyos corazones estén tejidos en la unidad santa.

“Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho”, Juan 15.7. El dispone que haya bendición para quien obedezca. ¿Quién, entonces, anhela un vellón saturado, una vida llena de poder?

 

III – El método de Dios,
Jueces 7

 

  1. La eliminación de los incapaces

A lo largo del valle de Jezreel se extendía el campamento del enemigo, “como langostas en multitud”. En comparación, los seguidores de Gedeón, no probados aún, eran apenas una fuerza reducida. Con todo, 32.000 es un buen número y, hablando humanamente, éste fue el detalle más animador de la situación.

Pero fue precisamente aquí donde Dios dirigió su crítica: “El pueblo que está contigo es mucho”. Es una crítica que uno nunca oye en estos tiempos de los millones militantes. “Fuerza humana” es la clave por todos lados; en la guerra terrenal más es mejor; más hombres, más armamentos, es el clamor. Pero en la lucha por Dios lo esencial es la capacitación espiritual.

Dios aplica a esta hueste de voluntarios una prueba reveladora: el miedo. Es la de Deuteronomio 20.8: “¿Quién es hombre medroso y pusilánime? Vaya, y vuélvase a su casa”. Es un hecho curioso que todo movimiento espiritual atrae una gran multitud de personas que realmente no tienen una afinidad espiritual con él, sino que son simples allegados sin corazón ni capacidad para la tarea por delante.

Bajo esta prueba del miedo, casi el setenta por ciento de los seguidores de Gedeón se manifestaron ser meros adscritos nominales. Su presencia no constituía fuerza sino debilidad; la causa de Gedeón sería atendida mejor por su ausencia que por su presencia. Un solo vistazo a la fuerza numérica del enemigo bastó para hacer desaparecer el entusiasmo momentáneo que ellos habían sentido. Dada la oportunidad, ellos se largaron y dejaron los riesgos atrás. Tenían tanto temor que no les daba temor confesarse asustados.

El número de nombres en la nómina de una iglesia nunca es evidencia fidedigna de la eficacia espiritual de la misma. En toda congregación la mayoría, como estos 22.000 de Gedeón, carecen de celo en la guerra de Dios, ni tienen la capacidad de participar en ella. ¿De qué clase somos? Preguntémonos: ¿Temerosos y medrosos, o dispuestos y valientes?

Le fe de Gedeón fue puesta a dura prueba mientras veía a estos millares de pusilánimes alejándose para volver a su casa propia. Le quedaron ahora sólo diez mil hombres, pero por lo menos eran hombres de valor. Podría ser que aun con éstos se lograría una victoria, no obstante el número tan inferior a la hueste del enemigo.

Pero Dios protesta de nuevo. “Aún es mucho pueblo; llévalos a las aguas, y allí te los probaré”. Dios sigue cerniendo. No todo aquel que está dispuesto ha sido “preparado a toda buena obra”. El efectúa su voluntad a través de unos pocos que están a su disposición; Él gana sus victorias por medio de aquellos cuyo estado espiritual corresponde a lo que Él propone hacer.

Su prueba de los diez mil fue secreta, sencilla y segura.

(a) Una prueba secreta: Ninguno sabía que estaba siendo probado para su capacidad a participar en la lucha. Las revelaciones más significantes de nuestra condición espiritual se efectúan a veces en ocasiones y de maneras que pueden escapar nuestra propia atención. Cuando no estamos conscientes del ojo del examinador, nuestra conducta es un indicio más fiel de cómo somos que cuando sabemos que estamos “pesados en la balanza”.

(b) Una prueba sencilla: El asunto no consistió en cómo ellos realizaron alguna asignación difícil y pocas veces requerida, sino sencillamente la manera en que bebieron un poco de agua. Esto fue lo que determinó su capacidad para el servicio de Dios; tan sólo cómo atendieron a una rutina de la vida diaria. El comportamiento y la actitud de un hombre en los pequeños deberes y el quehacer común revelan su condición espiritual aun más acertadamente que cómo él se desenvuelve en una ocasión pública.

(c) Una prueba segura: El arroyo a sus pies fue aquella “fuente de abajo”, 1.15, de bendiciones terrenales y temporales a la cual todos bebemos a diario: las bendiciones de salud, posición, sostén, amistades y lo demás, las cuales son las buenas dádivas de Dios. La manera en que ellos participaron de las aguas probó si eran útiles para Dios en su causa contra el enemigo de su pueblo.

Dada la orden a beber, noventa y siete entre cada cien se doblaron sobre las rodillas y manos al lado del arroyo, y lamieron con gusto, labios a su superficie sin estar conscientes de la presencia del enemigo. El otro tres por ciento apenas se agacharon para recoger un poco de agua en la mano doblada, lamiéndola por necesidad física pero sin divertir su atención del adversario.

“Con estos trescientos hombres que lamieron el agua os salvaré”. Aquí estaban aquellos que no sólo estaban dispuestos y eran valientes, sino que se caracterizaron por disciplina propia; ellos no usaron los dones de Dios para la gratificación propia sino para capacitarse en su obra. “Esto digo, hermanos: que el tiempo es corto; resta, pues, que … los que disfrutan de este mundo [sean] como si no lo disfrutasen; porque la apariencia de este mundo se pasa”, 1 Corintios 7.29.

¿Estamos tan entregados al negocio supremo de la vida que usamos la bondad y abundancia de Dios en las cosas terrenales sólo con su gloria en mente, y no para la comodidad propia? De entre 32.000 hombres, sólo trescientos se calificaron bajo la prueba doble. ¿Es ésta la proporción todavía? ¿Estoy yo entre los noventa y nueve por ciento o tengo un lugar entre la noble minoría?

 

  1. La tercera señal

Dos veces ya Gedeón había buscado una señal: una para confirmar en él la conciencia de su llamamiento divino, y una para asegurarle que contaba con el poder de Dios en el proyecto asignado. Ahora Dios le da una señal sin que la haya solicitado. Esta vez es para darle comprensión del método divino, y así conducirle a la armonía con ese método en su lucha por logros espirituales.

La hora de la prueba crucial estaba por llegar; la disminución en sus seguidores, sólo un puñado ahora, había sometido su fe a una gran prueba. ¡Cuán fiel es nuestro Dios, y cuán oportuno su apoyo! Él no dejará que seamos probados más allá de lo que podemos llevar, sino da ánimo en el momento preciso.

Vea, pues, a Gedeón con su fiel Fura en el medio del campamento de los madianitas en la oscura noche, espiando las preparaciones del enemigo. Proceden cautelosamente entre los pertrechos del enemigo, y oyen voces ajenas. Escuchan. Un madianita está contando a su compañero un sueño del cual acaba de despertarse.

Fue la historia sorprendente de un pan de cebada. En el sueño este pan pequeño, débil e insignificante, rodaba hasta el campamento, de roca en roca, de peñasco en riachuelo, cuesta abajo por la montaña de Gilboa, hasta chocar contra la gran tienda de los paganos. En vez de partirse el pan en mil pedazos al chocar, sucedió algo comple-tamente inesperado y sorprendente: ¡la gran tienda se cayó y quedó derribada en tierra!

Se oye otra voz, y es la del compañero del soñador, quien interpreta el sueño con toda confianza. La tienda es la gran hueste de los madianitas; el pan de cebada es Gedeón y su pequeño grupo. La victoria es segura. El mismo enemigo lo afirma.

Allí bajo las estrellas, agachado silenciosamente en el mismo campamento del enemigo, Gedeón levanta su alma a Dios en adoración pura. Toda duda disipada, la más completa confianza llena su mente hasta lo más adentro. Gedeón regresa a sus tropas con el mensaje de confianza. Ahora no hay ningún “si” en su boca, como había cuando solicitó las señales anteriores.

Animado, confiado, él proclama: “Levantaos, porque Jehová ha entregado el campa-mento de Madián en vuestras manos”. Esta fue la mejor hora en la historia de Gedeón, y en fe él salió a la lucha. ¡Feliz el guerrero que cuenta con la plena confianza en Dios!

 

  1. Los verdaderos armamentos

Trescientos hombres, cada uno dotado de tres armas extrañas y débiles: una trompeta, una tea y un cántaro. ¿Cuándo se suministraron semejantes pertrechos a un ejército? Medidas en función de los valores militares y estadísticas comunes, estas armas eran ridículas, tanto en cantidad como en fuerza. El enemigo contaba con 135.000 hombres realmente armados.

Una trompeta a sonar; una tea a brillar; un cántaro a sacrificar. Así, los guerreros de Dios tienen todavía las armas para su conflicto:

  • un testimonio a ser oído
  • una luz a ser vista
  • un cuerpo a ser sacrificado.

Una palabra dicha, una luz silenciosa, un vaso consagrado. Estas son las armas “poderosas de Dios”. Lector, ¿usted, en su experiencia propia, conoce algo de su enorme efectividad?

¿Cómo fueron utilizados? En seguir obedientemente a su líder. “Miradme a mí, y haced como hago yo”, dijo Gedeón. Los trescientos no fueron dejados a su propia iniciativa, sino actuaron bajo las órdenes claras de uno que también había sido provisto de un patrón de actividad. Así es con el creyente en su lucha. Él debe guardar el Ejemplo divino en vista siempre y actuar en concierto con Él.

“Se estuvieron firmes cada uno en su puesto”. Como había solamente trescientos de ellos para rodear un campamento tan grande, uno sólo puede pensar que cada soldado estaba solo, ubicado a buena distancia del próximo. El hombre espiritual tiene esto también; él depende tanto de la presencia de Cristo que puede conducirse a solas al serle requerido.

 

  1. La estrategia de Dios

La fe de Gedeón no eliminó la obligación de hacer un gran esfuerzo; todo lo que le era requerido fue usar la cabeza. Leemos en 8.15 al 23 de cómo dispuso su tropa con singular habilidad, preparó sus planes con el mayor cuidado, y dio sus órdenes de una manera firme.

Cristiano, emplee todos los poderes que Dios le ha dado. Úselos a su mayor ventaja. Aproveche todo cuanto tenga con que servir. Trabaje tan arduamente como si todo dependiera de usted, pero siempre confiando en Dios como si todo dependiera de Él (como es el caso). La plenitud del Espíritu no desplaza la preparación cuidadosa, sino la acompaña y la enriquece. Pero aun cuando usted haya hecho todo cuanto pueda, la parte vital corresponde a Dios. Fue El quien perturbó a Madián. La espada fue de Gedeón, ¡pero antes y más de todo fue la espada de Jehová!

El resto del capítulo relata la historia de la derrota total de Madián y el triunfo de Gedeón. Es de veras un gran capítulo, y uno que repite y enfatiza una lección que aprendemos con dificultad.

El Libro de Jueces es como un gran salón en un museo, con una serie de objetos exhibidos. Cada reliquia está puesta para impartir valiosos comentarios al visitante. Aquí hay un puñal viejo, y la tarjeta explica: “Con esta arma un zurdo liberó a Israel de la opresión de Moab. 3.15”. Y por aquí encontramos una aguijada de bueyes, con su explicación: “Con esto Samgar el Juez mató a seiscientos hombres y liberó a Israel de los filisteos. Referencia 3.31”. Otra vitrina contiene un mazo y una estaca, y la explicación dada por el letrero es: “Con éstos Jael, esposa de Heber caneo, mató a Sísara el cananeo, enemigo del pueblo de Dios”.

Continuando, nos llama la atención un surtido de trompetas antiguas, teas y vasos de barro. La inscripción en letras negras explica: “La espada de Jehová y de Gedeón”. Próxima a la puerta de salida uno ve un hueso curioso, y resulta que es una quijada de asno. La tarjeta lleva una leyenda: “Con esta arma Sansón, hijo de Manoa, dio la muerte a mil filisteos y liberó a Israel del yugo. 15:15”.

Pero antes de salir a la calle, vemos un gran letrero sobre la puerta de este museo, y nos encontramos estudiándolo para estar seguros de qué nos están explicando. El título dice: 1 Corintios 1.27 al 29, y el texto:

Lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios;
lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte;
y lo vil del mundo y lo despreciado escogió Dios,
y lo que no es, para deshacer lo que es,
a fin de que nadie se jacte en su presencia.

 

Sin embargo, ¿realmente hemos aprendido esta verdad? ¿La hemos tomado a pecho de tal manera que ella gobierne de un todo nuestro comportamiento en la lucha? “Maldito el hombre que confía en el hombre, y pone carne por su brazo, y su corazón se aparta de Jehová”, Jeremías 17.5.

 

IV – De sabio hasta tropezado,
Jueces 8

 

Efraín era la más poderosa de las dos tribus que compartieron la herencia de José. Gedeón (de la otra tribu, la de Manasés) no pidió la participación de Efraín cuando sonó su trompeta para la guerra contra Madián, y tal vez la razón fue que no estaba seguro de qué respuesta recibiría. Los celos y desconfianza rara vez encuentran más expresión, y consecuencias más trágicas, que cuando separan a hermanos que deben estar parados hombro a hombro para resistir a un enemigo común.

Cuando por fin se invocó la ayuda de la tribu de Efraín para interceptar a los madianitas en su huida desbandada, estos hombres se dieron cuenta de que la victoria ya había sido ganada. Los hombres de Efraín se sentían defraudados por no haber tenido la oportu-nidad de participar en la lucha.

No hay nada más garantizado a causar ofensa que la sospecha que se ha hecho caso omiso de uno mismo. El no ser tomado en cuenta hiere al orgullo propio. Los hermanos de la otra tribu se quejaron amargamente de esta omisión de parte de Gedeón, y parecía que se estaba tomando cuerpo una situación conflictiva.

 

  1. Una blanda respuesta

“El hermano ofendido es más tenaz que una ciudad fuerte, y las contiendas de los hermanos son como cerrojos de alcazar”, Proverbios 18.19.

En este momento fue más importante para Gedeón pacificar a sus hermanos ofendidos de Efraín que completar la derrota de los madianitas. Gedeón se comportó sabiamente. La verdadera humildad se expresa a veces en la más amplia diplomacia. No hay mejor ilustración de la blanda respuesta que quita la ira — al decir de Proverbios 15.1— que la respuesta de nuestro protagonista a los ofendidos de Efraín.

“¿Qué he hecho yo ahora comparado con vosotros? ¿No es el rebusco de Efraín mejor que la vendimia de Abiezer?” [O sea: Es mayor cosa la cosecha de uvas en el territorio de ustedes que el mosto ya hecho en la comarca mía]. “Dios ha entregado en vuestras manos … los príncipes de Madián; ¿y qué he podido yo hacer comparado con vosotros?”

En realidad la parte para ellos era la de cosechar; el verdadero rebusco de la victoria había sido otorgado a Gedeón y sus trescientos. No obstante, él minimiza la parte suya y les da a aquéllos el crédito por la parte mayor. La sola humildad puede suministrar el poder de la respuesta blanda que quita la ira. Ella guarda el secreto que vence la provocación.

Compara con esto la burla ofensiva de Nabal, años más tarde, en 1 Samuel 25.10: “¿Quién es David, y quién es el hijo de Isaí? Muchos siervos hay hoy que huyen de sus señores”. Aun la esposa de Nabal, buscando una excusa para él, fue obligada a reconocer que su marido era insensato. Nuestro Gedeón, en cambio, habló palabras de sabiduría y gracia.

Aprenda la lección de la lengua controlada. La gracia de la respuesta mansa puede ganar el hermano ofendido. La lengua frenada, enseña Santiago, evidencia un dominio que revela una verdadera madurez espiritual. “Mejor es el que tarda en airarse que el fuerte; y el que se enseñorea de su espíritu, que el que tome una ciudad”, Proverbios 16.32.

 

  1. Cansado, mas persiguiendo

La sección central del capítulo (8.4 al 28) registra algunos incidentes ásperos en la recta final del triunfo. Hay una gloria peculiar en la finalización de una tarea asignada, y uno de los méritos sobresalientes de Gedeón está en el hecho que realizó la derrota de los madianitas de una manera tan completa que jamás se levantaron para molestar a Israel.

El Espíritu de Dios confirma esto siglos después, mostrando que fue una profecía de la conquista de parte de aquel cuyo nombre es Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz. Y, dice el profeta: “Se alegrarán delante de ti como se alegran en la siega … porque tú quebraste su pesado yugo, y la vara de su hombro, y el cetro del opresor, como en el día de Madián”, Isaías 9.

La calidad de la victoria está comentada en el versículo 28 de nuestro capítulo, donde leemos: “Así fue subyugado Madián delante de los hijos de Israel, y nunca más volvió a levantar cabeza”.

El guerrero cristiano también puede conocer la victoria comprensiva sobre sus adversarios espirituales. Es posible por la diligencia de la fe y la obediencia ganar la lucha contra todo hábito, tendencia o debilidad, llegando a donde necesitará sólo una vigilancia santa contra las tácticas de guerrilla que estos enemigos emplean. “El pecado no se enseñoreará de vosotros”, Romanos 6.14, y la afirmación puede ser aceptada bien sea como mandamiento o como promesa. A nosotros también corresponde resistir “hasta la sangre” las asechanzas del pecado, persiguiendo sin reconocer la fatiga como nuestro peor adversario hasta que él sea vencido para no levantarse más del polvo.

El rey Joás fue reprendido severamente por Eliseo en 2 Reyes 13. El profeta le mandó a golpear la tierra con “la saeta de salvación de Jehová”. Lo hizo, pero sólo tres veces, “y se detuvo”. Eliseo pronunció estas palabras: “Al dar cinco o seis golpes, hubieras derrotado a Siria hasta no quedar ninguno; pero ahora sólo tres veces derrotarás a Siria”.

La medida de nuestra salvación práctica es la de nuestra persistencia y diligencia en el seguimiento del adversario ya vencido. Él no admite derrota fácilmente, sino que cuenta con enorme potencial para la recuperación, de manera que tenemos que azotarle una y otra vez.

Me gusta la oración de Francis Drake cuando entró en Cádiz en 1587 en la guerra contra los españoles: “Oh Señor Dios, cuando concedes a tus siervos intentar alguna gran empresa, concédenos también comprender que no es el comienzo sino la continuación, hasta que la empresa sea realizada del todo, que otorga la gloria verdadera. Sea así por aquel que consumó enteramente la obra tuya al poner su vida, a saber, nuestro Redentor, el Señor Jesucristo”.

 

  1. La retribución

Peniel y Sucot eran ciudades de Gad, situadas al lado del Jordán que era desierto. Su política era una del interés propio, que expresaron sus ancianos al negar alimentos a la tropa de Gedeón que perseguía al enemigo. Este mismo espíritu había motivado a sus padres a reclamar su herencia al este del Jordán; se trata de una falta de interés, arraigada y resuelta, a participar en la lucha al lado de sus hermanos.

Su actitud fue precisamente la de pequeñas naciones de Europa en el presente conflicto; a saber, preservar la neutralidad hasta tener la certeza en cuanto a quiénes van a ganar. [El señor Watson escribió esta obra en los más oscuros días de la segunda guerra mundial]. Es una política comprensible desde el punto de vista de la mera prudencia en cuestiones mundanas, pero es fatal en la guerra espiritual del alma.

A toda costa debemos identificarnos abiertamente con la causa de Dios y el pueblo de Dios en su buena contienda por la fe. Una neutralidad o una negativa a llevar nuestra parte de la carga, motivada en el interés propio, puede protegernos de inconvenientes y sufrimientos ahora, pero aseguradamente nos originará gran pérdida y vergüenza más adelante. He aquí Peniel y Sucot.

Una generación anterior había escuchado la pesada sentencia de Jueces 5.23: “Maldecid a Meroz …”  (Es la única mención de Meroz en las Escrituras). “Maldecid severamente a sus moradores, porque no vinieron al socorro Jehová contra los fuertes”.

Qué de pérdida habrá en aquel Día a causa de haber dejado de hacer lo que hemos sabido era bueno, sólo para proteger nuestra propia comodidad y evitar problemas. Los hombres de Peniel y Sucot hicieron caso omiso de un llamado claro a contribuir a la guerra que Dios había ordenado.

La historia desagradable de la ejecución de Zeba y Zalmuna, príncipes de los madia-nitas, es uno de aquellos relatos de sangre que se encuentran en los libros históricos de la Biblia. Es ilustrativo del principio gubernamental de la retribución temporal.

El Antiguo Testamento es nuestro texto escolar en el gobierno divino de las comu-nidades y las naciones. La ley de hierro de sembrar y cosechar se encuentra operativa en estas historias. Las naciones constituyen un orden orientado a este mundo presente, y la retribución gubernamental les es administrada con entera imparcialidad en el transcurso de su historia desenvolvente.

Estos dos líderes de entre los madianitas habían puesto a muerte sin misericordia a algunos hermanos de Gedeón en una ocasión al comienzo del conflicto. Ahora la mano de Dios les alcanza en la persona de uno a quien Él había concedido su espada. Vivimos en una época cuando los juicios de Dios están en evidencia sobre este globo; miremos asombrados mientras tome sus pasos majestuosos y solemnes en vindicación de su gobierno mundial.

 

  1. El tropiezo

Ahora, el enemigo del todo derrotado, los hombres de Israel reconocen la grandeza de su líder; ellos desean identificarse como súbditos suyos y ofrecerle el trono. A la vez, se pone de manifiesto que Gedeón carecía de ambición personal. Responde hermosamente: “No seré señor sobre vosotros, ni mi hijo os señoreará; Jehová señoreará sobre vosotros”.

Este fue uno de los mejores momentos. Él no sólo rechaza para sí sino por cuenta de su prole también. El hombre no quería nombre sobre la tierra; reconoce la teocracia como el gobierno ideal para el pueblo de Dios.

Feliz el siervo de Jehová que puede sostener una copa llena sin que le tiemble la mano, haciendo caso omiso de las tentaciones de un premio ahora, ofrecido por hombres, y esperar el avalúo y la recompensa del Juez justo que dará en aquel día. El tiempo para reinar no ha llegado aún, y nos incumbe reconocerlo.

Nunca había manifestado Gedeón un carácter más noble que cuando rehusó en lenguaje tan claro el honor más alto que sus paisanos le podían ofrecer. La grandeza espiritual de un hombre se puede tasar por su disposición a sacrificarse a sí mismo; un alma estrecha y mezquina se revela por su disposición a buscar ventaja y el reconocimiento humano. “No será así entre vosotros”, dijo nuestro bendito Señor a sus discípulos cuando ellos estaban manifestando un espíritu ambicioso.

Pero, Gedeón tropezó, apenas habiendo ganado esta destacada victoria sobre sí mismo. Él no estaba dispuesto a desatender de un todo este gesto generoso de agradecimiento de parte de sus compatriotas, ni parecer tosco en sus ojos por rechazar de plano cualquier reconocimiento suyo de los servicios que había prestado. El cedería en algo, mostrándose apacible. Cediendo uno que otro centímetro, pensaba, se podría mantener la confianza.

Así, Gedeón propone la alternativa de que le diesen las joyas quitadas de los madianitas como botín. Éstas él aceptaría, no para ganancia propia sino como memorial de la gran liberación.

De esta manera aconteció que el efod en Ofra, elaborado de los presentes dados en respuesta a esta proposición, llegó a ser un instrumento en manos del diablo. Honra a Dios no fue, sino el medio que atendió al viejo anhelo por la idolatría que yacía en lo profundo del corazón de la nación. ¡El pueblo fue conducido atrás a precisamente el mismo mal del cual Gedeón había sido levantado para liberarles!

Macizo y claro es el lenguaje del historiador al registrar las consecuencias funestas de la presencia de ese hermoso uniforme: “Todo Israel se prostituyó tras de ese efod; y fue tropezadero a Gedeón y a su casa”.

El camino resbaladizo de una pequeña concesión, un poco de innovación, un consentimiento cortés, un poco de maquinación “bien intencionada” —esto fue lo que abrió la puerta a un alud de idolatría. Su peligro no fue percibido a tiempo ni sus consecuencias previstas. Sin darse cuenta de qué hacía, Gedeón volvió a edificar lo que había destruido y así se hizo transgresor. Véase este lenguaje en Gálatas 2.18.

Que nuestros ojos de adentro sean debidamente ungidos con aquel colirio que Él vende sin precio sólo a los de corazón sincero; Apocalipsis 3.18, Colosenses 3.22. Sólo así podremos distinguir la tendencia latente en nuestros propios corazones a introducir cosas bien intencionadas pero desautorizadas que pueden convertirse en el medio por el cual nosotros mismos y otros seamos alejados de la fidelidad al Señor.

¡Cuán trágico es deshacer la obra de una vida cuando ella está llegando a su punto culminante! Gedeón lo hizo, y por una sola acción de descuido. Que el pensamiento nos haga buscar el escondite de David: “En cuanto a las obras humanas, por la palabra de tus labios yo me he guardado de las sendas de los violentos”, Salmo 17.4.

 

 

 

 

 

 

 

 

Héctor Alves

 

 

El sentido del nombre Gedeón es uno que tumba, y esto es lo que Gedeón llegó a ser bajo la mamo de Dios. Veamos brevemente algunos de sus características.

El primer punto de interés es su oscuridad. Dios levantó a trece hombres para liberar a Israel en los días de los Jueces, pero ni uno era de la aristocracia. Este hombre dijo: «Mi familia es pobre en Manasés, y yo el menor en la casa de mi padre», Jueces 6.15. El mensajero angelical de parte de Dios lo encontró sacudiendo trigo en un lagar para que los madianitas no le quitaran lo poco que había segado. Por poco los madianitas y los amalecitas habían despojado a la tierra, llevando los ani-males y las cosechas.

El ángel encontró a Gedeón en Ofra, que quiere decir polvo o polvoriento. Gedeón comprendía plenamente el reproche que estaba sobre el pueblo de Dios y lo encontramos en el lugar

del polvo. Allí el ángel le saludó con las palabras: «Jehová está contigo, varón esforzado y valiente». Al ojo humano él hubiera parecido todo lo contrario, pero 1 Samuel 16.7 nos asegura que «Jehová no mira a lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón».

 

Su humildad es otra característica notable. Está registrado que Jehová le dijo: «Vé con esta tu fuerza, y salvarás a Israel de la mano de los madianitas». Y respondió Gedeón: «Ah, Señor mío, ¿con qué salvaré yo a Israel? He aquí que mi familia es pobre”. Pero el visitante celestial no estaba inte-resado en esta debilidad confesa, sino en que el hombre se dio a sacudir a mano un poco de trigo en medio de aquella pobreza. Dios vio en esta ocupación escondida las cualidades escondidas que Él iba a emplear. Y así ha sido siempre; «El levanta del polvo al pobre … para hacerle sentarse con príncipes y heredar un sitio de honor», 1 Samuel 2.8.

Gedeón recibió su comisión: «Vé …» y «¿No te envío yo?» Era solamente humano, un hombre sujeto a las mismas pasiones que nosotros, de manera que quería una señal que Dios lo había llamado de veras. Además, sería necesaria más preparación antes de emprender la gran obra que Dios tenía por delante para él. Gedeón no se dejó convencer fácilmente, y pidió las señales que quería y que confirmaron su fe.

No obstante los reparos que él percibía, puso su confianza en la confirmación que Dios le dio. En todo esto hay lecciones importantes para nosotros. A menudo Dios llama a su servicio a aquellos que son casi desconocidos. Muchas veces ellos confiesan indignidad e incapacidad propia, y requieren no poca ratificación de su llamamiento. Necesariamente habrá penalidades y pruebas para prepararlos adecua-damente para la obra por delante. Dios no pone como maestros a aquellos que han sido instruidos nada más que en el saber humano, sino de hombres y mujeres que en el pasado fueron llamados a abrir surcos nuevos para el evangelio y conocer los contratiempos que esto con-lleva. La experiencia no tiene sustituto. Gedeón, hemos visto, se ocupaba en preparar alimento para sí y estaba ejercitado acerca de lo que veía en derredor.

 

Era hombre obediente. El servicio auténtico para Dios comenzará siempre con destronar a todo ídolo en el corazón de uno, y en el caso de Gedeón el valor tenía que ser puesto por obra en casa. Pablo, en su discurso de despedida de los ancianos efesios, les exhortó: «Mirad a vosotros mismos». Esto vino antes de mencionar su responsabilidad a la grey. El padre de Gedeón había levantado un altar a Baal, y debía ser quitado. Así Gedeón, «el que tumba», fue de noche e hizo como el Señor mandó. «He aquí que el altar de Baal estaba derribado, y cortada la imagen … que estaba junto a él». ¡El hombre estaba a la par de su nombre!

Esto perturbaba al pueblo; aparentemente había algo en Gedeón que les hizo sospechosos. Consultaron entre sí y sentenciaron a Gedeón a morir. Pero Dios estaba con su servidor. Su padre, Joás, aparentemente reconoció su pecado e idolatría, y de una vez defendió a su hijo de una manera prudente. «¿Contenderás vosotros por Baal? Si es un dios, contienda por sí mismo con el que derribó su altar». El sentido de Joás es «el Señor ayuda». Esta iniciativa pública de Gedeón lo puso ante la mirada del pueblo.

 

La fe era otra de sus cualidades sobresalientes. Pronto estaba ante una crisis: «Los madianitas, los amalecitas y los hijos del oriente estaban tendidos en el valle como langostas». El audaz hombre de valor se acordó de las palabras del Señor: «Ciertamente yo estaré contigo, y derrotarás a los madianitas como a un solo hombre». Como resultado de esto, Gedeón tocó una trompeta y pronto contaba con un ejército de 32 000 hombres. Pidió más consejo a Dios. Obsérvese que tres veces emplea la palabra si en Jueces 6: «si Jehová está con nosotros», v. 13; «si he hallado gracia delante de ti», v. 17; «si has salvar a Israel por mi mano», v. 36.

Sigue el conocido relato del vellón. Por fin Gedeón estaba dispuesto a salir contra la hueste de madianitas, pero primero tenía que aprender otra lección. Dijo Dios: «El pueblo que está contigo es mucho para que yo entregue a los madianitas en su mano, no sea que se alabe Israel contra mí, diciendo: Mi mano me ha salvado». Entonces el ejército quedó disminuido: 22 mil que eran temerosos volvieron a casa, quedando sólo 10 000. Es humillante reconocer que las dos terceras partes de aquellos que se ofrecieron para la guerra volvieron atrás cuando puestos a prueba. Y así fue en los días del Señor: «Desde entonces muchos de sus discípulos volvieron atrás, y ya no andaban con él», Juan 6.66. Esto sucedió cuando Él echó un poco de sal en su ministerio, y frecuentemente es el caso en nuestros días; el precio es más de lo que algunos están dispuestos a pagar.

Si Gedeón hubiera contado con 32 mil para la pelea, posiblemente Dios hubiera sido robado de su gloria. Dios le dijo al principio: «Vé en esta tu fuerza», y él contaría con el apoyo de Dios y no del hombre. Y ahora otro mensaje: «Aún es mucho el pueblo; llévalos al agua, y allí los probaré». Se doblaron sobre sus rodillas 9 700 de ellos, poniendo la mano a la boca para beber agua. 300, en cambio, se quedaron parados y lamieron llevando el agua con la mano a su boca. La lección es esta: 9 700 estaban pensando en función de beber agua pero solamente 300 querían estar listos siempre para actuar por Dios. Gedeón estaba bajo severa prueba, su ejército reducido a solamente 300. No pidió otra señal, pero Dios le animó de una manera muy singular.

La batalla decisiva estaba por librarse, y Dios le dijo en la noche: «Levántate, y desciende al campamento; porque yo lo he entregado en tus manos». Dios usó el sueño de un soldado madianita para mostrar cómo la victoria sería realizada, y Gedeón escuchaba cuando éste relataba su sueño a un compañero. «Veía un pan de cebada que rodaba hasta el campamento de Madián, y llegó a la tienda, y la golpeó de tal manera que cayó, y la trastornó de arriba abajo, y la tienda cayó». El compañero respondió: «Esto no es otra cosa sino la espada de Gedeón … Dios ha entregado en sus manos a los madianitas con todo el campamento». Gedeón ha debido estar conmovido al oir la mención de su nombre y el de su padre.

De esta manera extraña Dios lo dio ánimo a su siervo. El pan de cebada era el alimento de los pobres. El mensajero celestial le había dicho a Gedeón que iba a salvar a Israel de la mano de los madianitas, y este hombre había protestado que era demasiado pobre. Dios oyó y ahora le muestra que está por usar la pobreza y la debilidad, en vez de un gran ejército, para derrotar al enemigo. «No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos». Él era suficientemente humilde como para ser ese pan de cebada, y fue fortalecido por el hecho de que lo representaba como siendo usado de Dios para conquistar la hueste de Madián.

Con este aliento Gedeón se dispuso a entrar en la batalla. Esa misma noche él comenzó, sin más demoras. Dividió su pequeña tropa en tres compañías de cien hombres cada una. Cada uno estaba armado de la misma manera: en una mano un cántaro de barro que tenía una tea por dentro, y en la otra mano una trompeta. No portaban ni espada ni lanza, sino esas armas tan extrañas con que enfrentar un ejército tan numeroso como langostas. Los trescientos rodearon al campamento, dejando abierta una brecha por donde el enemigo podría volver por la misma vía en que llegó. Repentinamente, los madianitas dormidos fueron despertados por la descarga de trescientas trompetas y por el brillo de trescientas lámparas.

¡Pandemonio! Los madianitas no podían distinguir entre los suyos y los israelitas, y se auto destruyeron «en todo el campamento». Un detalle que debemos notar es que cada uno de los hombres de Gedeón se quedó firme en su lugar. Hubo confusión entre los madianitas, pero no así en los tres escuadrones.

 

El apóstol emplea este incidente en 2 Corintios 4. Les dice a los santos que «Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo». Y prosigue: «Tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros». La luz brilla a través del cántaro. A veces el vaso es costoso y tenemos que romper lo que más apreciábamos para dejar brillar nuestra luz.

Aun cuando Dios le dio la victoria a Gedeón, nuestro esbozo de su vida tiene que terminar con una mención de su defección. «Gedeón hizo … un efod, el cual hizo guardar en su ciudad [Ofra]; y todo Israel se prostituyó tras de ese efod en aquel lugar; y fue tropezadero a Gedeón y a su casa».

Hay mucha diferencia de criterio sobre por qué él hizo esto. El efod de oro era un componente de la vestidura del sumo sacerdote. Lo cierto es que Gedeón no tenía ninguna palabra de Dios para justificar hacer uno. Desde luego, tenía ya su altar, y Dios le había instruido ofrecer un sacrificio sobre él, pero esto no justificaba hacer un efod. No pensamos que este hombre valeroso tenía la intención de apartar al pueblo de Dios, pero lo hizo. Sus hermanos deseaban hacerle rey, pero él sabía mejor y negó la propuesta. «Jehová señoreará sobre vosotros», replicó. Él rechazó aquella oferta, pero aceptó sus aportes de zarcillos, y con estos hizo el efod.

No se nos dice qué era su objetivo, pero está dicho claramente que descarrió al pueblo de Dios. Gedeón, como muchos otros, se alejó en su madurez. Algunos que han corrido bien la carrera cristiana llegan a intro-ducir innovaciones en su servicio por el Señor. Prácticas que superficial-mente han parecido acertadas se vuelven pasaderas de alejamiento de la senda recta de la Palabra. Gedeón había derrumbado un altar y cortado un bosquecillo idolátrico, pero ahora, posiblemente sin querer, él vuelve a construir lo que había eliminado. Es un fin triste para un hombre bueno, y desde entonces muchos han comenzado bien, continuado bien, pero no terminado bien.

«Murió Gedeón hijo de Joás en buena vejez … pero aconteció que cuando murió Gedeón, los hijos de Israel volvieron a prostituirse tras los baales». ¿Fue en parte el resultado del cambio de proceder de Gedeón? Ha podido ser.

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