El toro vencido (#9652)

9652
El toro vencido

Un triunfo de la astucia

J.E. Fairfield

Había pasado el día repartiendo folletos evangélicos de casa en casa —en honor a la verdad, de choza en choza— entre las poblaciones de Tinaquillo y Tinaco aquí en Venezuela. Ahora me encontraba al lado de un puentecito, esperando el autobús, y me divertí observando cómo levantaban polvo dos hombres que se acercaban a caballo.

Entendí que algo urgente les traía, y así resultó ser. Llevaban entre sí un toro para el matadero y el animal no era para menos. Resolví apartarme a un lado para mayor seguridad y a la vez ver mejor el espectáculo.

Venían al trote, logrando su propósito, pero al llegar al puente empezaron sus dificultades. Aquel toro rehusaba tenazmente cruzar. Se había fijado en las aguas abajo y se atemorizó. Los vaqueros lucharon, dieron espuela a sus animales, tiraron de sus sogas e intentaron toda suerte de maniobra. Pero nada.

Ni cortos ni perezosos, dieron la vuelta y desaparecieron, llevando al toro consigo sin dificultad alguna. No demoraron en volver, y a buena carrera. Llegaron al puente y pasaron tranquilos con su toro.

La explicación fue obvia. Uno de los hombres se había quitado la camisa y con ella había envuelto los cachos y tapado los ojos del animal. ¡El toro se había cambiado en animal dócil y tonto!

El río era el mismo y el puente el mismo, pero la percepción del toro había sufrido. El tapaojos hizo que no viera lo que antes le asustaba. Fue vencido por la astucia.

Forzosamente, mis pensamientos se centraron en otro que es hábil en tapar los ojos. “El dios de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos, para que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo”, 2 Corintios 4.4. Y seguramente no tengo que explicar que “el dios de este siglo” es Satanás, el príncipe de las tinieblas.

Dios quiere que todos los hombres sean salvos, 1 Timoteo 2.4, pero el Diablo hace de las suyas para que no vean el peligro de pasar de esta vida a la eternidad sin Jesucristo como su único, suficiente y personal Salvador.

Para que el hombre no muera así perdido, Dios ha hecho una obra a su favor. Ha dado a su Hijo amado, Jesucristo, quien en el Calvario probó la muerte por todos los hombres, pagando así el precio de nuestro rescate.

En el evangelio que Dios ha mandado a predicar en todo el mundo, se avisa al hombre que hay para él salvación eterna. Uno de los medios que Satanás emplea para que no crea ese mensaje es cegar el entendimiento. Él susurra que la cosa no es para tanto, que hay tiempo, que el evangelio es para niños, para ancianos, para los muy malos, para los muy buenos; que es fábula, que es una religión extranjera, que uno no puede ser feliz si confía en Jesús por su salvación; y así sucesivamente.

El tapaojos no quitó el peligro que el animal había percibido, y mucho menos lo salvó del destino que aquellos señores tenían para él. Esa camisa sobre sus ojos simplemente lo engañó, dando un sentido de seguridad que era irreal.

Y en el caso suyo, lector, ¿ha mirado por fe al Calvario, confiando en Aquel que murió y vive para salvar gratuitamente, confesándole como Salvador de su alma y Señor de su vida? “No envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él. El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios”, Juan 3.17,18.

 

 

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