Los conejos asustados (#9629)

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Los conejos asustados

¿Tú has sido tan sabio como estos animalitos?

 

¿Has visitado el parque zoológico y visto los monos y los elefantes? Quizás has oído a los leones rugir después de haber cenado.

Un día cuando Eduardo fue al parque, él pudo observar unos animalitos en una jaula. Eran conejos de raza fina, con piel muy suave y ojos oscuros.

“Me gustaría tener unos de estos conejos en mi casa”, pensó Eduardo al mirarlos. Pero en ese momento oyó un gran rugido. ¡Era el rugido de un león! ¿Sería que todavía tenía hambre y quería comer más?

Pero, ¿qué pasó con los conejos? Antes de que el león rugiera una segunda vez, Eduardo descubrió que todos esos animalitos habían desaparecido. ¡Él no pudo encontrar ni uno solo!

“¿Adónde se habrán ido?” pensaba Eduardo, tratando de resolver este misterio. De pronto el león volvió a rugir, y parecía que la misma tierra temblaba esta vez.

“Ya sé”, pensó el muchacho, seguro de que el rugido del león había espantado a los conejitos.

Eduardo trataba de descubrir adónde se habían ido cuando se fijó que en la parte trasera de la jaula había unas grandes rocas. Mirando con más cuidado, vio que en las rocas había muchas cuevas pequeñas. ¡Seguro! Allí estaban los conejos, escondidos. En la boca de cada cuevita él pudo observar un par de ojos negros, ¡cada uno fijado en él!

Eduardo sonrió, pensando dentro de sí: “¡Que animalitos tan sabios son estos!” ¡Si ese león pudiera salir de su jaula, desgastaría sus garras tratando de entrar en una de estas casitas en la peña, pero jamás podría llegar hasta uno de esos conejos para comérselo!

Entonces Eduardo comenzó a pensar con más seriedad. Sí, había oído citar un versículo en la Biblia acerca de los conejos. Dice que son pueblo nada forzado —o sea, que son débiles— y ponen su casa en la piedra. Esa piedra es su refugio, dice en Proverbios 30.26.

Cuando él pensaba en estas cosas, le vino a la mente que el diablo es un león que ruge y anda en derredor buscando a quien devorar. El versículo es 1 Pedro 5.8.

“Y yo sé a quién está buscando”, pensó. Le gustaría muchísimo agarrarme a mí, pero yo tengo un lugar seguro, así como los conejos. El león no los podría tocar, aun estando en la jaula de ellos, y el diablo no puede tocarme a mí, porque el Señor Jesucristo es mi Roca”.

Aquella noche, al sentarse a comer, Eduardo tenía mucho que contar. “Sabes, Mamá, que hoy he aprendido algo muy interesante acerca de esos animalitos…”.

Espero que tú también, mi querido lector, puedas aprender algo acerca de esos conejos. El único lugar seguro para mí y para ti es el Señor Jesús. Él murió por tus pecados, fue sepultado y resucitó. Ahora está en el cielo para salvar y guardar a todos los que confían en Él.

En el Evangelio según Juan, versículo 6.37, Jesús nos dice: “Al que a mí viene, yo no le echo fuera”. Esto quiere decir que si venimos a Él en fe para recibirle como Salvador, Él no permitirá que Satanás nos alcance.

Si los conejos tienen un buen escondite, por cierto que si somos salvos, nuestra seguridad es mucho mayor, ¿verdad?

 

 

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