Lecciones para la escuela dominical (#509)

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Véase también:

Lecciones para escuela dominical

 

Guillermo y Doris McBride, Talca, Chile

Basadas parcialmente en material de Gospel Folio Press

Publicado por Palabras de Vida, San Felipe, Chile

Contenido

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Serie 1:             Génesis

Serie 2:             La vida de Jesús

Serie 3:             Moisés

Serie 4:             Parábolas

Serie 5:             Josué, Jueces y Rut

Serie 6:             Milagros

Serie 7:             Samuel y David

Serie 8:             La vida de Pedro

Serie 9:             Los reyes

Serie 10:           La vida de Pablo

Serie 11:           Los profetas

Serie 12:           El Evangelio de Juan

 


Serie 1: Génesis

1      La creación

2      La caída del hombre

3      Caín y Abel

4      El diluvio

5      La torre de Babel

6      Dios llama a Abram

7      La destrucción de Sodoma

8      Agar e Ismael

9      Abraham e Isaac

10      El siervo y Rebeca

11      Esaú y Jacob

12      Jacob se encuentra con Dios

13      José amado y aborrecido

14      José en la cárcel

15      José es ensalzado

16      José y sus hermanos

17      Jacob desciende a Egipto

18      La muerte de José

Serie 2: La vida de Jesús

19      La anunciación

20      El nacimiento de Jesús

21      Los magos

22      El niño Jesús

23      El precursor de Jesús

24      La tentación de nuestro Señor

25      Jesús elige a sus apóstoles

26      En el hogar de Betania

27      La entrada triunfal

28      Jesús instituye la cena

29      Judas traiciona a Jesús

30      Jesús ante Pilato

31      La crucifixión

32      La resurrección

33      La ascensión

Serie 3: Moisés,

34      Nacimiento de Moisés

35      La decisión de Moisés

36      La misión de Moisés

37      Las plagas sobre Egipto

38      La Pascua en Egipto

39      El paso del Mar Rojo

40      El maná

41      Agua de la peña

42      La batalla con Amalec

43      La ley

44      El becerro de oro

45      El siervo hebreo

46      El tabernáculo

47      El día de las expiaciones

48      El juicio sobre Nadab y Abiú

49      Las murmuraciones de los israelitas

50      Los espías

51      Los rebeldes

52      La serpiente de metal

53      Balaam

54      Dos entierros extraños

Serie 4: Parábolas

55      Los dos constructores

56      Los dos deudores

57      El sembrador

58      El trigo y la cizaña

59      El buen samaritano

60      El rico insensato

61      La higuera estéril

62      La gran cena

63      La oveja perdida

64      La moneda perdida

65      El hijo perdido

66      El rico y Lázaro

67      El fariseo y el publicano

68      Las diez vírgenes

69      Las diez minas

Serie 5: Josué, Jueces y Rut

70      El sucesor de Moisés

71      Rahab y los espías

72      El paso del Jordán

73      La destrucción de Jericó

74      El pecado de Acán

75      La astucia de los gabonitas

76      Un milagro en los cielos

77      Las ciudades de refugio

78      El último mensaje de Josué

79      Débora y Barac

80      Dios llama a Gedeón

81      La victoria de Gedeón

82      La vida de Sansón

83      La muerte de Sansón

84      La decisión de Rut

85      Rut es galardonada

Serie 6: Milagros

86      Las bodas de Caná de Galilea

87      El leproso es limpiado

88      El paralítico es sanado

89      El hombre de la mano seca

90      El siervo del centurión

91      La resurrección de un muerto

92      Jesús calma la tempestad

93      El endemoniado gadareno

94      La mujer enferma

95      Jesús alimenta a cinco mil

96      La hija de la mujer cananea

97      Jesús endereza a la mujer

98      Bartimeo el ciego

Serie 7: Samuel y David

99      Samuel es llamado

100      El arca es tomada y devuelta

101      Saúl, rey de Israel

102      Saúl es rechazado

103      David es ungido rey

104      David y Goliat

105      David y Jonatán

106      David es perseguido

107      David entre los filisteos

108      David es coronado

109      David y el arca

110      David y Mefi-boset

111      La muerte de Absalón

112      Los valientes de David

113      El salmo número 23

Serie 8: La vida de Pedro

114      La conversión de Simón Pedro

115      La consagración de Simón Pedro

116      Compañerismo con Cristo

117      Andando sobre las aguas

118      La confesión de Pedro

119      Pedro en el monte

120      Zarandeado como a trigo

121      Una nueva misión es encomendada a Pedro

122      Pentecostés: Pedro utiliza
sus llaves

123      Pedro y el cojo

124      Pedro en la casa de Cornelio

125      Pedro en la cárcel

Serie 9: Los reyes

126      El reino glorioso de Salomón

127      La visita de la reina de Sabá

128      El reino dividido

129      Elías en el tiempo de la grande hambre

130      Elías y los profetas de Baal

131      Elías sube al cielo

132      Eliseo y el hijo de la sunamita

133      Naamán, el leproso

134      La liberación de Samaria

135      Joás el joven rey

136      La rebelión del rey Uzías

137      Ezequías es sanado

Serie 10: La vida de Pablo

138      La conversión de Saulo de Tarso

139      Pablo y Bernabé en Chipre

140      Pablo es apedreado

141      Timoteo y Lidia

142      El carcelero de Filipos

143      Pablo en Tesalónica y Berea

144      Pablo predica en el Areópago

145      Crispo: conversiones en Corinto

146      Pablo en Éfeso

147      Pablo es prendido en Jerusalén

148      Pablo en Cesarea

149      Pablo ante Agripa

150      El naufragio

151      Pablo en Malta

152      Pablo en Roma

153      Los últimos días de Pablo

Serie 11: Los profetas

154      La visión de Isaías

155      Jonás y el gran pez

156      Jonás predica en Níneve

157      El rey que quemó la Palabra de Dios

158      Jerusalén es destruida

159      Daniel y sus compañeros

160      El sueño de Nabucodonosor

161      El horno de fuego

162      El banquete del rey Belsasar

163      Daniel en el foso de los leones

164      Ester es hecha reina

165      Amán y Mardoqueo

166      Ester intercede ante Asuero

167      Los cautivos vuelven a Judá

168      Nehemías edifica los muros

169      Josué ante el ángel de Jehová

170      La visión de los huesos

Serie 12: El Evangelio de Juan

171             Jesús y Juan el Bautista

172         Jesús y sus primeros discípulos

173             Jesús y Nicodemo

174             Jesús y la mujer samaritana

175         Jesús y el paralítico de Betesda

176             Jesús en una fiesta

177             Jesús y la pecadora

178             Jesús y el ciego de nacimiento

179             Jesús y las ovejas

180             Jesús resucita a Lázaro

181             Jesús y los suyos

182             Jesús y la casa de su Padre

 

Serie 1: Génesis

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1 La creación

Estudio de parte del maestro: Génesis 1.1 al 31, 2.1 al 7

Lectura con la clase: Génesis 1.26 al 31, 2.1 al 7

Texto para aprender de memoria— los menores: Génesis 1.1;

los mayores: Hebreos 11.3

Introducción

Hoy comenzaremos una serie de lecciones en el libro del Génesis el cual, conforme a su nombre, (Génesis quiere decir principios) relata el principio de muchas cosas: los cielos y la tierra, la vida de las plantas y los animales, la vida humana, el pecado, la muerte, el sacrifico etc., de modo que con mucha razón se ha llamado el semillero de la Biblia. Bajo la inspiración de Dios, Moisés escribió este libro quince siglos antes del nacimiento de Jesús, pero a pesar de su antigüedad, proporciona siempre enseñanzas nuevas.

El Creador

La palabra crear que aparece en el primer versículo tiene un significado mucho más profundo que la palabra hacer, como trataremos explicar con el siguiente ejemplo. Si un maestro dejara a un alumno en una pieza vacía hasta que éste creara un cajón, el niño podría estar a mucho rato sin poder cumplir con la orden de aquél. En cambio, si le entregara martillo, serrucho, clavos y madera, podría hacerlo fácilmente. Dios, el Creador, sacó de la nada a este universo tan maravilloso sólo por su Palabra; Hebreos 11.3.

El segundo versículo nos causa admiración porque no habla de hermosura, sino que revela una tierra desordenada y vacía. Se desprende que después de la creación primitiva, tuvo lugar alguna catástrofe, de modo que lo que se nos relata en los versículos 3 al 31 es la obra de la restauración. Aquí se delinean las actividades de seis días: los tres primeros que fueron dedicados a la obra de poner en orden lo que estaba desordenado, y los tres últimos a la obra de llenar lo que estaba vacío. Notemos el trabajo de cada día.

Los seis días

El primer día la voz de Dios se oye de modo que el desorden y las tinieblas se convierten en luz, siendo constituidos los períodos de día y noche. En seguida, separando las aguas de la tierra y las aguas de las nubes, es hecho ese inmenso espacio llamado los cielos. Por tercera vez se oye la voz del Creador y las aguas profundas de los mares que cubrían la faz de toda la tierra se juntan para dejar los continentes e islas a la vista. La tierra es cubierta con una alfombra preciosa de pasto y adornada de flores y árboles.

Entonces es instalado un maravilloso sistema de luz: el sol, la luna y las estrellas, los que, no como la luz eléctrica en nuestras casas, han sido infalibles a lo largo de los siglos. Ahora en el quinto día, el aire y las aguas, hasta ahora no habitadas, reciben sus moradores, pues toda clase de aves vuela por los cielos y el mar se llena de peces. El sexto día Dios hace los animales (¿cuántos saben nombrar?) y por fin forma al hombre del polvo de la tierra. Alienta en su nariz el soplo de vida y le coloca en el huerto del Edén. Este hombre, Adán, es hecho a la semejanza de su Creador a quien debe servir y representar en la tierra.

Aplicación

Todos debemos nuestra existencia a Dios quien es nuestro Creador. Cuando formó al primer hombre a su imagen, alentó en su nariz el soplo de vida, de modo que, si hemos recibido nuestra vida en forma a de Dios, nuestra existencia será eterna. Por lo tanto, lo que debe preocupar a cada uno es dónde pasará la eternidad ¿en el cielo o infierno?

En Génesis 1.2 se ve la condición de todo pecador, es desordenado y lleno de tinieblas, pero el mismo Espíritu de Dios quien operó en la obra de restauración es el que trae luz, calor y bendición.

Preguntas

1 ¿Qué diferencia hay entre hacer y crear?

2 Sin tener los materiales, ¿cómo creó Dios todas las cosas?

3 Cuente lo que Dios hizo en los seis días.

4 ¿En qué sentido fue diferente la creación de Adán

de la creación de los animales?

5 ¿Dónde puso Dios al primer hombre?

2 La caída del hombre

Estudio de parte del maestro: Génesis 2.8 al 25, 3.1 al 24.

Lectura con la clase: Génesis 3.1 al 19

Texto para aprender de memoria— los menores: Romanos 3.23;

los mayores: Romanos 5.12

Introducción

El domingo pasado vimos al hombre puesto en un huerto precioso que Dios mismo había plantado. No crecía ningún espino ni cardo en todo el huerto, y lo que es más importante es que allí no existía el pecado. Hoy veremos como todo esto fue cambiado y aprenderemos la causa del gran cambio.

El huerto del Edén

Pudo decirse de todo lo que Dios creó que era bueno. ¡Cuán precioso era el huerto del Edén donde había toda clase de árboles deliciosos a la vista y buenos para comer! De él corría un río cuyas aguas proveían la humedad necesaria para la vegetación, y dentro de sus recintos podía hallar habitación todo animal del campo y toda ave del aire. Seguramente ningún lugar más hermoso se encontraba sobre la faz de la tierra. También Dios dio a Adán una compañera idónea, porque dijo el Creador, “No es bueno que el hombre esté solo”. Allí en aquel paraíso moraban en inocencia.

Satanás entra en el huerto

No sabemos cuánto tiempo vivieron Adán y Eva en el huerto del Edén, regocijándose de todas las bendiciones de Dios, antes que su tranquilidad fuera arruinada por la entrada de Satanás. No debemos imaginar que la serpiente que él utilizó fuera como la serpiente asquerosa que hoy conocemos, ya que su actual condición es el resultado de la maldición de Dios (v. 14). Se describe como “más astuto que todos los animales del campo”.

La serpiente comienza por preguntar a la mujer acerca de lo que Dios ha dicho. Una vez captado el oído de ella, la serpiente trata de controlar el ojo. Leemos que cuando ella contempló el fruto, “era agradable a los ojos”. El último paso en la caída fue cuando Satanás pudo tomar posesión de la mano. A lo largo de los siglos, este ha sido el método que Satanás ha ocupado, pues introduce dudas acerca de Dios, hace parecer el pecado como cosa deseable, logrando de este modo hacer pecar al hombre.

Cuando Eva hubo participado del fruto prohibido, persuadió a Adán hacerlo. Dándose cuenta de inmediato de su desnudez y aprovechando las hojas de una higuera, se hicieron delantales a fin de vestirse. Asustados al sentir que Dios venía entrando en el huerto, huyeron a esconderse entre los árboles, pero Dios llamó, “¿Dónde estás tú?” El pobre hombre y su mujer salen de su refugio, confiesan su pecado, y después escuchar la sentencia de su Creador, son vestidos por Él y expulsados de su hogar.

Aplicación

Por un solo acto de desobediencia de parte del primer hombre, el pecado entró en el mundo y los resultados han sido muy graves. En este capítulo hemos leído de temor, dolores, maldición, etc. Así cómo fracasaron los esfuerzos de la primera pareja para vestirse, de la misma manera las obras del pecador no le hacen apto para la presencia de Dios, quien exige una franca confesión de pecado. Al igual Dios proveyó las túnicas de pieles (v. 21) para Adán y Eva, ha provisto salvación para el pecador por medio del sacrificio de su Hijo.

Preguntas

1 ¿Cuál fue la advertencia que Dios hizo a Adán en cuanto al árbol de la ciencia del bien y del mal?

2 ¿Qué dijo Satanás a la mujer?

3 ¿De qué manera trataron de encubrir su pecado Adán y Eva?

4 ¿Cómo les vistió Dios después de haber pronunciado su maldición por el pecado?

5 ¿Qué es lo que Dios ha provisto para el pecador?

3 Caín y Abel

Estudio de parte del maestro: Génesis 4.1 al 17,25,26.

Lectura con la clase: Génesis 4.1 al 17

Texto para aprender de memoria— los menores: Hebreos 11.4a;

los mayores: Hebreos 11.4

Introducción

Cuando Dios expulsó a Adán y Eva del huerto del Edén, lo hizo no por amarles menos que antes, sino porque, poseyendo ellos el conocimiento del bien y del mal, podían comer del árbol de la vida y vivir para siempre en sus pecados. Al apartarles de su presencia, podía proveerles la manera de acercarse a Él como veremos en la lección de hoy.

Los dos hijos

Ya hemos visto que el Génesis es un libro de principios. La historia de hoy nos presenta la primera familia. Ustedes podrán nombrar a los padres fácilmente, pues hasta aquí la población del mundo se componía de dos personas. Nace un hijo y lo llaman Caín, que quiere decir “Adquirido”, pensando tal vez que él era la simiente que heriría la cabeza de la serpiente (véase el 3.15). Nace el segundo hijo y le ponen el nombre de Abel, pero no se nos dice por qué motivo le pusieron un nombre con tales significados como vapor o vanidad.

Nada se relata tocante a la niñez de los hijos en este primer hogar, pero podemos imaginar muchas cosas. Seguramente los padres les contarían la historia del huerto del Edén, y tal vez verían las túnicas de pieles, los querubines y la espada encendida. Luego se pasa la niñez; ahora los niños están grandes y deben trabajar, de modo que Caín, que se interesa por la agricultura, se convierte en labrador de la tierra, y Abel, que quiere más a los animales, en pastor.

Las dos ofrendas

Ahora nos toca contemplar a los dos jóvenes en el día que comparecen ante Dios. Es el día más importante para un ser humano, puesto que cada uno tiene que dar cuenta a Dios, cosa que los padres no pueden hacer por sus hijos. Caín y Abel reconocen al Dios verdadero, y ambos sienten el deseo de adorarle. Fácil será para quienes han visto los lindos y variados colores de la fruta en el mercado, imaginar cuán hermoso se vería el altar de Caín, quien para su ofrenda ha recogido de los mejores frutos de su chacra. En cambio, Abel trae un cordero, lo degüella, y coloca la víctima sangrante en las piedras que le sirven de altar.

En el acto de matar esta víctima, Abel ha confesado que merece morir por sus pecados, pero ha puesto ante Dios un substituto inocente. Cae el fuego de Dios que consume el animalito, dando a entender que Él está satisfecho. Pero, la ofrenda de Caín está igual como antes, muy linda, pero no aceptada de parte de Dios. Él ha tratado de acercarse al Dios verdadero, pero de una manera que no sirve, y es rechazado. ¡Cuán tristes son las consecuencias! Caín se enoja sobremanera y mata a su hermano.

Aplicación

En el mundo hay únicamente dos religiones. En Caín vemos un ejemplo de la religión humana, que confía en obras, y resulta en la perdición, mientras que en Abel tenemos un cuadro de la religión divina; es por sangre y salva al pecador con una salvación eterna. ¿A cuál los dos hombres estamos imitando? Véanse Mateo 23.35 (“Abel el justo”) Hebreos 11.4, 1 Juan 3.12, Judas 11.

Preguntas

1 ¿Cuál era la ocupación de Caín?

2 ¿Qué cosa trajo él para ofrecer a Dios?

3 ¿Qué cosa ofreció Abel en su altar?

4 ¿Por qué aceptó Dios la ofrenda de Abel y no la de Caín?

5 ¿Cuál es el único sacrificio que puede salvar al pecador?

4 El diluvio

Estudio de parte del maestro: Génesis 6.1 al 22, 7.1 al 24, 8.1 al 14.

Lectura con la clase: Génesis 6.13 al 22

Texto para aprender de memoria— los menores: Génesis 6.5;

los mayores: Hebreos 11.7

Introducción

Cuando Dios acabó de crear los cielos, la tierra y todas las cosas que en ellos hay, dijo que todo era bueno. Ya hemos visto que por su desobediencia Adán y Eva introdujeron el pecado en el mundo. Este siguió desarrollándose hasta que Dios dijo que “Todo designio de los pensamientos del corazón de los hombres era de continuo solamente el mal”. ¡Qué contraste es esto con la condición primitiva de la primera pareja!

La destrucción es anunciada

Cuando Dios decidió traer un diluvio de aguas sobre la tierra a fin de castigar a los seres humanos por su maldad, Él se acordó de un hombre que andaba en obediencia. A éste, Noé, Dios dijo, “Hazte un arca de madera de Gofer … y he aquí que yo traigo un diluvio de aguas sobre la tierra para destruir toda carne en que haya espíritu de vida … y todo lo que hay en la tierra morirá”.

El plan de salvación

¿Qué cosa será esta arca de madera de gofer? Es un lugar de refugio, divinamente ideado, para Noé, su familia y animales de todas clases. Dios indica las dimensiones y los materiales que han de emplearse, pero ¿acaso Noé llevará a efecto todo esto? Se necesitará mucha fe para principiar este trabajo, pues el barco será grande. Habla con su mujer, le cuenta del juicio venidero y de la salvación que ellos pueden conseguir.

Estando ambos determinados a obedecer a Dios, Noé sale al bosque con su hacha, y el estruendo del primer árbol que cae es como una voz que anuncia el juicio. “¿Qué está haciendo, Noé?” pregunta un vecino. “Voy a preparar un refugio en vista del diluvio que ha de venir”, contesta Noé. Los vecinos empiezan a burlarse, y aun de lejos vendrán muchos a ver el arca que este loco (según ellos) está construyendo.

El diluvio

En su larga paciencia, Dios ha esperado mucho, pero estando por fin el arca ya lista, entra Noé con su familia, seguidos por los animales y las aves, y Dios cierra la puerta. Pasa un día sin que acontezca cosa alguna, y la gente congregada afuera se entretiene gritando sus burlas a los de adentro. Continúan así hasta el séptimo día cuando de repente se oscurecen los cielos con espesas nubes y cae la lluvia torrencialmente.

Crecen los ríos y lagos, pero aún no cesan las lluvias sino que continúan día tras día hasta que todos los cerros y las montañas están tapados por las aguas. En la oscuridad y tempestad muere todo ser fuera del arca pero los de adentro están sanos y salvos, pues ni una gota de agua ha entrado en el arca. Después de cuarenta días, las lluvias cesan pero un año entero antes que la tierra esté seca, purificada del pecado y la inmundicia. ¡Cuán contentos están Noé y los suyos cuando al ver el arco iris pueden salir y andar nuevamente en la tierra, y aun más contentos al ver el arco iris que era la promesa de que Dios jamás volvería a castigar hombre con un diluvio!

 

Aplicación

Dios nunca permite que su juicio caiga sobre un pecador sin primero dar un medio de salvación. Todos los días Noé advertía a los hombres del juicio inminente, pero ellos siguieron en su indiferencia. Tal vez los alumnos también hayan oído muchas advertencias acerca de la muerte y el día del juicio. Aprovechen ahora la misericordia de Dios, en el arca que es Jesús, y serán salvos, protegidos del juicio por venir.

Preguntas

1 ¿Por qué vino el diluvio sobre la tierra?

2 ¿Qué plan de salvación ideó Dios?

3 Describa lo que pasó siete días antes que empezara a llover.

4 Cuente lo que sucedió a la gente fuera del arca.

5 ¿De qué manera podemos nosotros estar dentro del arca hoy?

5 La torre de Babel

Estudio de parte del maestro: Génesis 8.15 al 22, 9.1 al 19, 11.1 al 9.

Lectura con la clase: Génesis 11.1 al 9

Texto para aprender de memoria— los menores: 2 Crónicas 25.8;

los mayores: 2 Pedro 3.13

Introducción

Ya hemos visto cómo Noé y su familia, después de haber pasado más de un año en el arca, salieron a disfrutar de las bendiciones de Dios. Agradecido, Noé edifica un altar en el cual ofrece sacrificios a Jehová quien, recibiéndolos con agrado, promete no destruir más toda carne con un diluvio.

La responsabilidad del hombre

Al bendecir a Noé, Dios le dice, “Fructificad, y multiplicaos y llenad la tierra”, de modo que el deber del hombre era de poblar la tierra y vivir para la gloria de su Hacedor quien le había mostrado tanta bondad. Además le dice el Señor, “Ciertamente demandaré la sangre de vuestras vidas, porque el que derramare sangre de hombre, por el hombre su sangre será derramada; porque a imagen de Dios es hecho el hombre”. En esta forma Dios haría ver al hombre su dignidad y superioridad sobre los animales, advirtiendo que se vengaría de todo aquel que matara a su prójimo.

La ambición del hombre

Durante los primeros trescientos años después del diluvio, los seres humanos se multiplicaron en gran manera, de modo que en el capítulo 10 se halla una larga lista de nombres que nos enseña acerca de los descendientes de los tres hijos de Noé. Estos, en vez de separarse a fin de poblar y sojuzgar la tierra, se juntaron en el valle del Río Éufrates donde desearon establecer un centro permanente. Noé, al salir del arca, había edificado un altar para agradecer a Dios su cuidado, pero éstos ni mencionan el nombre de Dios, mucho menos pensaban adorarle ni pedir su dirección en lo que deseaban hacer.

En su rebeldía, se oponen a la voluntad del Señor de manera que lo que dicen es como sigue: “Edifiquémonos una ciudad y una torre, cuya cúspide llegue al cielo; y hagámonos un nombre, por si fuéremos esparcidos sobre la faz de toda la tierra”. Es fácil imaginar lo que sucedió. Aprovechando la tierra arcillosa que abundaba en aquellas regiones, cortaron ladrillos, los cocieron en hornos, y ocupando el betún que tenían a mano, comenzaron la construcción.

Los arqueólogos que han hecho grandes excavaciones en aquellas tierras nos cuentan de una torre cuya base ocupa una manzana entera y tiene una altura de aproximadamente cincuenta metros. Esta fue construida en la misma forma que la torre de nuestro capítulo, es decir, de ladrillos cocidos. Partiendo desde la base, hay siete pisos de distintos colores corres-pondientes a los diferentes planetas a que estaban dedicados, terminando en una alta torre.

La confusión de los hombres

Un día los edificadores están en lo mejor de su trabajo cuando Dios desciende a ver la ciudad y torre. Nadie se da cuenta de que Él les está mirando, sino que algunos cantando y tal vez otros blasfemando, se esfuerzan por subir los ladrillos y el betún. ¡Cuán orgullosos se sienten! Muchas casas se han levantado, la ciudad es grande y el trabajo de la torre avanza de día en día. Nadie piensa en Dios, ni menos en apartarse de la tierra de Sinar, pero de repente sucede algo tan extraño que deja a todos confusos y alarmados. Tal vez el arquitecto esté hablando con el constructor a fin de explicarle algún detalle cuando éste le mira con expresión extraña. Es que no entiende lo que aquél acaba de decirle.

Comienza a preguntar al arquitecto, pero ahora éste tampoco comprende las palabras que se le dirigen. ¿Qué es lo que ha pasado? Es que Dios ha confundido las lenguas. En la torre está sucediendo lo mismo, pues un obrero pide ladrillos y le pasan betún; otro pide betún y le dan ladrillos. Unos con otros se enojan, pero nada sacan con eso, pues nadie entiende a su compañero. Perplejos, bajan de los andamios a fin de hablar con el patrón, pero al dirigirse a éste, se dan cuenta que él tampoco les entiende ni ellos le entienden a él.

Chasqueados, abandonan la torre, y no sólo la torre, sino que hallan imposible vivir juntos en la misma ciudad. Congregándose en pequeños grupitos que aún se entienden, se separan, pues ya se hallan obligados a someterse a la voluntad de Dios.

Aplicación

El corazón de los seres humanos es siempre malo y perverso, pues aunque los hombres todavía se acordaban del castigo que Dios envió en los días de Noé, se atrevieron a desobedecerle. Es por este motivo que Jesús dice, “Lo que es nacido de la carne, carne es … os es necesario nacer de nuevo”. En esta lección hemos visto una vez más que Dios no puede pasar por alto el pecado, y aun cuando no nos demos cuenta, Él nos mire y oye.

Por otra parte tenemos mucho motivo para dar gracias a Dios, pues a pesar de los muchos idiomas que se hablan en este mundo pecador, Él ha enviado hasta nosotros el evangelio en nuestra propia lengua. Creyendo, podemos ser salvos de la ira que vendrá. (Véase Apocalipsis 5.9)

Preguntas

1 Después del diluvio, ¿qué quiso Dios que los hombres hicieran?

2 ¿En qué forma se mostraron rebeldes los seres humanos?

3 Describa el castigo de Dios sobre los edificadores.

4 ¿Cuál fue el resultado de la confusión de las lenguas?

5 ¿Qué es lo que Dios ha hecho para alcanzar a todas las naciones con la salvación?

6 Dios llama a Abram

Estudio de parte del maestro: Génesis 11.27 al 32, 12.1 al 9.

Lectura con la clase: Génesis 12.1 al 9

Texto para aprender de memoria— los menores: Hebreos 11.10;

los mayores: Hebreos 11.8

Introducción

Se cree que Ur de los Caldeos era una ciudad de mucha prosperidad situada en el valle del Río Éufrates, cerca del Golfo de Persia. Si es cierto esto, entonces la ciudad estaba ubicada no muy distante del sitio de la torre de Babel. Los arqueólogos que han hecho exploraciones extensivas en las ruinas, han descubierto evidencias de una civilización avanzada en los días de Abram, de lo que se deduce que sus moradores gozaban de mayores comodidades y ventajas que las gentes de otras partes.

El llamado de Dios

En aquella ciudad próspera, vivía un varón llamado Abram a quien Dios se le apareció un día diciéndole, “Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré”. Cabe preguntarse cuál sería su primer pensamiento al oir las palabras de Dios, ya que era una gran decisión la que él debería hacer. Posiblemente se preguntaría, “¿Puedo yo confiar en Dios? ¿Me cuidará en el largo viaje, y estando lejos de mis familiares? ¿Cómo me tratará la gente de aquella tierra a donde Dios quiere llevarme?” Pero todas estas dudas fueron acalladas, pues confió en que Dios le bendeciría; y como la Biblia nos dice: “y se fue Abram …”

Abram sale de Ur

Muchos años han transcurrido desde el diluvio, de modo que casi todos se han olvidado de aquel castigo y, entregados a la idolatría, han dejado de creer en el Dios verdadero. Bajo estas circunstancias, piensan que Abram es muy extraño al decidir emprender este viaje a Canaán, y le aconsejan no cometer lo que les parece una locura muy grande. “Nuestra ciudad es muy moderna”, le dicen, “y Canaán es tan atrasado, y además tú no has conocido a este Dios”. Pero ningún argumento puede detenerle, pues, hechos los preparativos, se despide y con su mujer, su padre y unos parientes, emprende el viaje.

Abram el peregrino

La ruta va hacia el norte por el valle del Éufrates. Después de caminar unos 1000 kilómetros, el pequeño grupo llegó a Harán, donde se detuvieron bastante tiempo, debido probablemente a la edad y debilidad de Taré, el padre de Abram, pues murió allí. En seguida Abram dejó la tierra de Mesopotamia; cruzó el Éufrates y caminó hacia el sur, pasando por sendas peñascosas a la tierra prometida por Dios. Tal vez la gente de aquella tierra pensaría, ¿Quiénes serán éstos?, ya que el líder parecía ser alguien importante aun cuando no tenía una gran caravana. Les llama más la atención el hecho de que al llegar, lo primero que hace es edificar un altar al Señor, dando testimonio ante ellos, que son paganos, de su fe en el Dios del cielo.

Aplicación

No siguiendo el mal ejemplo de los edificadores de la torre de Babel, Abram más bien “esperaba la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios”, Hebreos 11.10. A los que le seguían, Jesús dijo, “En la casa de mi Padre muchas moradas hay. Voy pues, a preparar lugar para vosotros”, Juan 14.2. ¿Han confiado ustedes en Jesús y así emprendido el viaje hacia la gloria?

Preguntas

1 ¿Dónde vivía Abram antes que Dios le llamara?

2 ¿Por qué salió de su pueblo?

3 Al llegar a Canaán, ¿qué cosa edificó Abram?

4 Según el texto que hemos aprendido, ¿qué es lo que Abram esperaba encontrar?

5 ¿Quién ha preparado una ciudad para los que confían en él?

7 La destrucción de Sodoma

Estudio de parte del maestro: Génesis 18.1 al 33, 19.1 al 29.

Lectura con la clase: Génesis 19.1, 12 al 17

Texto para aprender de memoria— los menores: Hebreos 9.27, Está establecido para los hombres que mueran una sola vez.

los mayores: Job 36.18

Introducción

Hoy vamos a estudiar algo de la historia de Lot, el sobrino de Abram, quien partió de Ur junto con él. Por varios años los dos vivieron en Canaán, pero por fin hubo una separación, pues Lot veía en la distancia la llanura del río Jordán. Despidiéndose de su tío, fue con su gente y ganado hacia aquel valle.

Han transcurrido unos veinte años desde la separación de las dos familias; Lot tiene hijos crecidos y vive con ellos en la misma ciudad de Sodoma. Abraham vive en Canaán todavía, apartado de las gentes malas, contento con su carpa de peregrino y su altar donde sirve al Dios verdadero.

Lot y los ángeles

Al mediodía, tres mensajeros celestiales llegaron a la carpa de Abraham, donde reposaron y comieron el buen almuerzo que les prepararon éste y su mujer. Uno de ellos es el mismo Señor, quien advierte a Abraham que el pecado de Sodoma ha aumentado de tal manera que Él tendrá que destruir la ciudad con todos sus moradores. Inmediatamente Abraham se acuerda de Lot e implora la misericordia de Dios a su favor.

Es la tardecita ya cuando dos ángeles llegan a las puertas de Sodoma. Al verles, Lot se levanta a fin de invitarles a su casa. Se nota que no tienen deseos de aceptar la hospitalidad de éste, pues no debe haber estado viviendo en una ciudad tan malvada, pero acceden a su petición y entran la casa a comer y descansar.

 

Los ciudadanos y los yernos

Rápidamente se esparcen las noticias de la llegada de estas visitas extrañas, y un gentío bullicioso se junta frente a la casa. Gritan palabras feas, exigiendo a Lot que haga salir a los varones, enojándose sobremanera cuando no cumple con su demanda. Los ángeles alargan la mano, meten a Lot en la casa, hiriendo a los malvados con ceguera de tal manera que no pueden hallar la puerta. “¿Tienes aquí alguno más?” preguntan los varones a Lot. “Saca todo lo que tienes, porque vamos a destruir este lugar”. Apresuradamente Lot va donde sus yernos con el fin de darles esta noticia, pero éstos se ríen de él y tiene que volver solo a su casa.

La mujer de Lot

Temprano, antes que salga el sol, los ángeles despiertan a Lot, su mujer y sus dos hijas. Puesto que ellos no se apuran, los varones les toman de la mano y a viva fuerza les sacan de la casa. Pasan por las calles desiertas hasta la puerta grande en el muro donde se detienen un momento para decir, “Escapa por tu vida; no mires tras ti, ni paras en da esta llanura”. Emprenden el viaje, pero de repente sucede una cosa espantosa; la mujer de Lot mira atrás desobedeciendo el mandato del Señor, y es convertida en estatua (o monumento) de sal. Muchos de los habitantes de Sodoma posiblemente dormían cuando repentinamente cayó fuego y azufre del cielo y así perecieron los malvados.

Aplicación

A los inconversos Dios advierte: “Por lo cual teme, no sea que en su ira te quite con golpe, el cual no puedas apartar de ti con gran rescate”. ¡Gracias a Dios! nadie tiene que perecer porque el Señor Jesucristo soportó la ira en la cruz, y todo lo que acudiere a Él será salvo. “Acordaos de la mujer de Lot”, dice Jesús, pues fue casi salvada y sin embargo pereció.

Preguntas

1 ¿Cómo se llamaba el sobrino de Abraham?

2 ¿Dónde estaba Abraham cuando le llegaron las visitas celestiales?

3 ¿Cuál fue el mensaje que los dos ángeles dieron a Lot?

4 Describa la manera en que los dos ángeles sacaron a Lot y la familia de él.

5 Para escapar del juicio de Dios, ¿qué tiene que hacer uno?

8 Agar e Ismael

Estudio de parte del maestro: Génesis 16.1 al 16, 21.1 al 21.

Lectura con la clase: Génesis 21.9 al 21

Texto para aprender de memoria— los menores: Apocalipsis 22.17, El que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente.

los mayores: Isaías 55.1

Introducción

Cuando Abraham salió de Ur de los Caldeos, creía que Dios le daría hijos, de manera que sus descendientes llegarían a ser una nación grande. Sin embargo, transcurrieron muchos años sin que la promesa del Señor se cumpliese, por lo cual Abraham se quejaba ante Él, manifestando que al morir tendría que dejar sus bienes a su mayordomo. “No te heredará éste”, contesta el Señor. Sacándole fuera al patriarca a fin de que ver los incontables millares de estrellas, le dice, “Así será tu descendencia”.

Discordia en el hogar

En el tiempo que Dios había dicho, nació el hijo, al cual Abraham puso el nombre de Isaac, que quiere decir risa. ¡Cuán felices tienen que haberse sentido los padres al ver el cumplimiento de la promesa divina! Cuando Isaac nació, vivía en el mismo hogar Agar, la sierva de Sara. Su hijo, Ismael, tenía catorce años. Unos tres años más tarde Abraham hizo una gran fiesta para su hijo Isaac, a la cual invitó a todos los familiares.

Seguramente estaban muy contentos tanto los convidados como los padres, con excepción de Ismael quien de mal humor se divertía burlándose de Isaac. Sara se fija en la mala conducta del hijo de la sierva, y llamando a su marido, exige que eche fuera de la casa a Agar e Ismael. Abraham se siente triste, pues quiere mucho a Ismael, pero Dios, quien siempre está cerca de sus hijos para guiarles, le aconseja que los despida.

Agar e Ismael en el desierto

Si bien es cierto que Abraham tiene que despachar a la sierva y su hijo, no menos cierto es que lo hace con cariño, pues levantándose temprano por la mañana, les entrega comida y agua para el viaje que deben emprender. No hay caminos, sino que tendrán que andar a pie por los áridos desiertos. ¡Pobre mujer y pobre hijo! Los dos sufren las consecuencias de sus pecados, pues al igual que Ismael se burló de Isaac, tiempo atrás Agar se había portado mal con su señora, Sara.

Es cuadro conmovedor contemplarlos; parecen tan pequeños e indefensos mientras vagan errantes, sin casa, y sin quien los cuide. No encuentran oasis, se les termina el agua que llevaban en un odre, de modo que la madre, desesperada, deja al niño debajo de un árbol. Dice dentro de sí, “No veré cuando el muchacho muera”, y sentándose a corta distancia, se pone a llorar.

Dios demuestra su bondad

Si Dios dijo a Abraham que despidiera a Agar, no fue porque quisiera que ella muriera, pues Él desea que todos los seres humanos sean salvos. Aun cuando Agar está inconsciente de su presencia y cuidado, su oído está atento a la voz del niño. Cuán grata la sorpresa de Agar al sentir la voz del ángel de Dios, quien le dice, “¿Qué tienes, Agar? No temas; porque Dios ha oído la voz del muchacho en donde está. Levántate, alza al muchacho, y sosténlo con tu mano, porque yo haré de él una gran nación”. Entonces Dios le abre los ojos, de modo que ella ve una fuente de agua, y levantándose, va, llena el odre y da de beber a su hijo. Bajo a bendición del Señor, Ismael crece y llega a ser el padre de las naciones árabes.

Aplicación

La condición de Agar e Ismael ilustra la del pecador, pues éste por su pecado está privado de la gloria de Dios; Romanos 3.23. Al igual que los personajes de la historia vagaban por el desierto, los niños no salvados se han descarriado como ovejas, apartándose cada cual por su camino. Sin salvación, perecerán en sus pecados, pero el Salvador, con oído atento, escucha acaso alguien implore su perdón y misericordia. Se deleita en abrir los ojos a los ciegos, haciendo comprender al pecador que hay abundancia de agua viva. A ustedes Jesús dice, “Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás”.

Preguntas

1 ¿Qué nombre puso Abraham a su hijo?

2 En la fiesta que Abraham hizo para su hijo, ¿quién se burló de éste?

3 ¿Cuál fue el resultado de la mala conducta de Ismael?

4 ¿En qué sentido es parecida la condición de Agar e Ismael?

5 ¿Qué dice Jesús acerca del agua viva?

 

9 Abraham e Isaac

Estudio de parte del maestro: Génesis 22.1 al 19.

Lectura con la clase: Génesis 22.1 al 13.

Texto para aprender de memoria— los menores: Romanos 8.32, A su propio Hijo, lo entregó por todos nosotros.

los mayores: Romanos 8.32

Introducción

Una de las promesas más preciosas que Dios hizo a Abraham fue que tendría un hijo cuyos descendientes serían muy numerosos y muy bendecidos. Dios cumplió esta promesa cuando Abraham era hombre viejo, y fue grande el regocijo de los padres cuando el niño creció y más aun mientras contemplaban su desarrollo. Han transcurrido muchos años, e Isaac, ya crecido, es el heredero de todos los bienes de su padre. Todas las esperanzas de Abraham están puestas en este joven quien ha de ser el padre de un gran pueblo.

El mandamiento de Dios

Aunque Abraham no lo sabe, Dios está por probar su fe. Le llama diciendo, “Abraham, tome ahora tu hijo, tu único, Isaac, a quien amas, y vete a tierra de Moriah, y ofrécelo allí en holocausto sobre uno de los montes que yo te diré”. Hacía muchos años Abraham había oído la voz de Dios, y para seguirle había dejado su tierra. Desde ese primer llamado, Abraham ha seguido en los caminos de Jehová, pero jamás recibió un mandamiento tan difícil de comprender u obedecer. Él se pregunta dentro de sí: “¿Cómo voy a matar a Isaac quien es el hijo de la promesa? ¿Cómo explicaré esto a Sara? ¿Acaso Isaac no es perfecto delante de Dios?”, pero por fin obedece al Señor y deja con él los resultados.

El viaje

Temprano, antes que la oscuridad de la noche se haya disipado, Abraham está en pie. El aire helado penetra su ropa mientras hace los preparativos. Llama a dos jóvenes, siervos suyos quienes le ayudan a partir leña y enalbardar el asno. Juntando unos brasas a fin de proveer fuego para el viaje, los cuatro hombres y el asno parten de la tienda.

Al tercer día, la pequeña compañía se separa, los dos jóvenes quedando con el asno, mientras la carga del animal se divide entre el padre y el hijo. Isaac, llevando la leña, camina al lado de Abraham quien lleva el fuego y el cuchillo, Juntos empiezan a ascender la ladera del monte, e Isaac, contemplando el rostro solemnísimo de su padre, pregunta, “He aquí el fuego y la leña; mas ¿dónde está el cordero para holocausto?” La fe de Abraham parece muy grande, pues responde, “Dios se proveerá de cordero para el holocausto, hijo mío”, y los dos siguen.

El sacrificio

Por fin llegan a la cumbre del monte donde juntan piedras para hacer el altar. Componen la leña, Abraham ata a su hijo colocándole sobre ella, y levanta su mano con el cuchillo a fin de sacrificarlo. Pero en este instante se oye una voz del cielo. “Abraham, Abraham”, llama, “no extiendas tu mano sobre el muchacho … ya conozco que temes a Dios, por cuanto no me rehusaste tu hijo, tu único”.

La mano de Abraham cae, y su corazón rebosando de gratitud, se apresura a soltar a Isaac, pues a sus espaldas Abraham halla un carnero; ¡es el substituto que debe morir en lugar de su hijo! Luego este animal está atado en el altar donde es consumido por el fuego mientras Isaac lo contempla diciendo, “Él está en mi lugar; mi vida ha sido comprada por la suya”.

Aplicación

A causa del pecado, los niños y niñas, como también los hombres y mujeres, están en el mismo caso de Isaac, atados en el altar, bajo sentencia de muerte. Dios dice en Juan 3.18, “El que no cree ya ha sido condenado”. El Señor Jesús vino al mundo a fin de ser el Cordero de Dios, y así fue que murió en la cruz por nuestros pecados. El carnero fue colocado en el lugar que le correspondía a Isaac. ¿No creerás que de la misma manera Jesús se puso en el lugar que a ti te correspondía? “Porque de tal manera amó Dios al mundo …”

Preguntas

1 ¿Cuál fue la promesa de Dios que se cumplió cuando Abraham era ya viejo?

2 Describa los preparativos que Abraham hizo para el viaje y el holocausto.

3 ¿Cuál fue la pregunta que Isaac hizo a su padre y la respuesta?

4 Cuente lo que aconteció en el Monte de Moriah.

5 ¿En qué sentido tipifica Isaac al pecador y el carnero al Salvador?

 

10 El siervo y Rebeca

Estudio de parte del maestro: Génesis 24.1 al 67.

Lectura con la clase: Génesis 24.50 al 67

Texto para aprender de memoria— los menores: Génesis 24.58, ¿Irás tú con este varón?

los mayores: 1 Pedro 1.8.

Introducción

En nuestra última lección vimos como Abraham colocó a Isaac en el altar, pero antes de ser degollado, un substituto fue puesto en su lugar y murió por él. En figura, Abraham recibió a su hijo de la misma muerte. Ahora, en su vejez, desea que su hijo se case antes que él muera.

La misión del siervo

Estando muy deseoso que Isaac tenga una mujer idónea, Abraham encomienda a su siervo Eliezer la importante misión de ir a su pueblo en Mesopotamia para elegir de entre sus parientes a la que sería novia de su hijo. Por la urgencia de la ocasión, Abraham exige juramento de parte de Eliezer quien de esta manera solemne se compromete a cumplir con las órdenes de su señor. Traen los camellos, los cargan, y estando todo listo, Eliécer y algunos siervos de la casa emprenden el largo viaje.

Con cuánto interés Isaac mira hacia la pequeña caravana que va en busca de su novia, pero ésta luego desaparece de su vista, y él tendrá que esperar largo tiempo hasta el grato día de su llegada. Le dejaremos para acompañar a Eliezer quien demora mucho en atravesar el vasto desierto, pero por fin divisa la ciudad a donde va, y al llegar al muro, pide a Dios su dirección.

El encuentro con Rebeca

Mientras Eliezer ore, Rebeca, una sobrina de Abraham por Nacao, sale de la ciudad a sacar agua. El siervo le contempla, y cuando sube del pozo con su cántaro de agua, corre hacia ella y pide que le dé de beber. Rebeca, quien tiene muy buena voluntad, saca también agua para los diez camellos sedientos, lo que deja maravillado al siervo, pues todo esto es precisamente la señal que él pidió al Señor. No cabe duda de que ésta tiene que ser la mujer para Isaac. Sin demora, le presenta los regalos preciosos que ha traído de la casa de Abraham.

La decisión de Rebeca

Nos trasladaremos a la casa de Rebeca donde Eliezer y sus consiervos están sentados a la mesa. Deseando explicar su misión antes de comer, les cuenta de las bendiciones gozadas por Abraham en Canaán. Cuenta de su propia oración, y de la manera maravillosa en que Dios le ha guiado hasta la casa de ellos. Labán y Betuel dicen: “De Jehová ha salir o esto; no podemos hablarte malo ni bueno. He ahí Rebeca delante de ti; tómala y vete … como lo ha dicho Jehová”. Con corazón gozoso Eliezer saca los regalos de oro y plata y vestidos para Rebeca, como también cosas preciosas para su madre y Labán.

El regreso a Canaán

Labán y Betuel han dado permiso para que Rebeca acompañara al siervo de Abraham, pero no desean que se vaya inmediatamente. Viendo esto, Eliezer dice, “Despachadme para que me vaya a mi señor”. Llaman a Rebeca y le preguntan, “¿Irás tú con este varón?” y ella responde, “Sí, iré”. Se despide de sus seres queridos y en compañía de Eliezer y los siervos, emprende el viaje. Miremos un momento a Isaac quien en la tarde ha salido al campo a orar, y alzando sus ojos divisa a la distancia un grupo que viene acercándose. Es el siervo fiel con Rebeca. ¡Cuán grato es el encuentro, y cuán feliz sería Abraham!

Aplicación

Dios ha enviado a sus siervos con el evangelio de Jesús para que los pecadores puedan saber de las bendiciones que son la porción de los que confían en Él. Al igual que Rebeca hizo aquella decisión memorable de ir a Isaac, así ustedes tienen que ir con fe a Jesús quien les llama diciendo, “Venid a mí todos …”, Mateo 11.28. Todos los que creen en Jesús se describe en el Apocalipsis 21 como la Esposa del Cordero.

Preguntas

1 Siendo Abraham ya viejo, ¿cuál fue su deseo en cuanto a Isaac?

2 Al llegar a la ciudad de Abraham en Mesopotamia, ¿qué hizo el siervo?

3 Describa el encuentro con Rebeca.

4 ¿Cuál fue la pregunta que hicieron a Rebeca, y cuál la respuesta de ella?

5 ¿Por quiénes será compuesta la esposa del Señor Jesús?

11 Esaú y Jacob

Estudio de parte del maestro: Génesis 25.20 al 34, 27.1 al 40.

Lectura con la clase: Génesis 27.1 al 23, 30 al 34.

Texto para aprender de memoria— los menores: Hebreos 12.16, Esaú por una sola comida vendió su primogenitura.

los mayores: Hebreos 12.17

Introducción

Habiendo estudiado sobre el casamiento de Isaac y Rebeca, ahora nos toca aprender algo de los dos hijos que les nacieron. Se llamaban Esaú y Jacob. A pesar de ser morochos, eran muy diferentes el uno del otro. A Esaú le agradaba andar por los campos y bosques donde se entretenía cazando animales, mientras que Jacob, siendo más quieto, prefería quedarse cerca de la tienda de sus padres.

Esaú menosprecia la primogenitura

Sucedió un día que Esaú, muy cansado, volvía del campo, y al hallar que Jacob estaba por servirse una comida de potaje, le rogó que le diera un poco. Este, viendo el cansancio y hambre de su hermano, calculó que era el momento indicado para quitarle un privilegio que por mucho tiempo le había envidiado. Era la primogenitura, es decir, el derecho que antiguamente correspondía al hijo mayor. Por la primogenitura él recibía una mayor parte de los bienes de su padre, a quien, después de muerto, venía a reemplazar como jefe de familia

En el caso de Esaú esta preferencia tenía mucha importancia, pues incluía el privilegio de ser uno de los antepasados del Mesías, en cuanto a la carne. Esaú no supo valorar tan dichoso privilegio. Eligiendo una comida que sólo duró por algunos momentos, menospreció la primogenitura, y siguió su camino de placer y pecado, lo que causó angustia a sus padres.

Isaac propone bendecir a Esaú

En la porción que nos corresponde ahora, Isaac es viejo, y dando cuenta que tal vez no viva por mucho tiempo, desea hacer algún arreglo para el repartimiento de sus bienes, especialmente en lo que tiene relación con la bendición patriar-cal. Generalmente ésta era dada al primogénito —el que nació primero— de manera que Esaú es el hijo indicado en este caso, y además él es el favorito de su padre.

Pero ya hemos visto cómo menosprecio derecho a tan importante bendición, vendiéndolo por un guisado de lentejas. No obstante este hecho, y el que Dios había declarado aun antes que nacieran los dos hijos y que “el mayor serviría al menor”, Isaac mando a Esaú a cazar, diciéndole que preparara su guisado predilecto, y que después de servirse, le bendecirá.

Rebeca frustra los planes de Isaac

Mientras Isaac hablaba con Esaú, Rebeca, ocultándose, aprovechó de acercarse a fin de saber lo que pasaba. Bajo ningún punto de vista desea que Esaú reciba la bendición de su padre, pues Jacob es el hijo favorito de ella. Sin tomar en cuenta el hecho de que Dios es competente para llevar a efecto sus propósitos, ella comienza a hacer sus propios planes. Aprovechando la ausencia de Esaú, Rebeca prepara un guisado, viste a Jacob con ropa de Esaú, y cubre las manos y la cerviz de él con las pieles de los cabritos a fin de hacerlas vellosas como las de su hermano.

Así disfrazado, Jacob entra a la presencia de su padre, quien se sorprende mucho al pensar que Esaú ha vuelto tan pronto. Además, la voz que él oye parece más bien ser la de Jacob. Extendiendo su mano, toca a su hijo, y se convence que es Esaú, de manera que le bendice. Así Jacob, engañando a su padre, consiguió la bendición, y no esperó la voluntad de Dios.

El remordimiento y enojo de Esaú

Apenas ha salido Jacob del dormitorio de su padre cuando Esaú entra con el guisado que ha preparado, y dice: “Levántese mi padre, y coma de la caza de su hijo, para que me bendiga”. Al darse cuenta de lo que ha acontecido, Isaac se estremece grandemente, y hace ver que ya bendijo a Jacob, de modo que Esaú ha perdido la bendición paternal. Es fácil imaginar el llanto de éste, como también su enojo para con su hermano al cual desea matar.

Aplicación

Esaú menospreció la primogenitura cuando la vendió por un plato de comida, pero poco pensó que por ese acto perdería la bendición, sino que demasiado tarde se dio cuenta de su locura. ¡Cuántos pecadores prefieren el pecado y en vez de arrepentirse y aceptar a Jesús, lo menosprecian! Los tales estarán perdidos para siempre en el infierno donde hay lloro y amarga lamentación.

Preguntas

1 En las familias de los hebreos, ¿qué era la primogenitura? ¿Quién la recibía?

2 ¿Cómo había perdido Esaú derecho a esa bendición’?

3 ¿Por qué fue tan fácil que Jacob engañara a su padre?

4 Describa lo que pasó cuando Esaú entró a la presencia de su padre.

5 ¿Cuál es la grande bendición que Dios tiene para el pecador,

y cómo puede éste perderla?

12 Jacob se encuentra con Dios

Estudio de parte del maestro: Génesis 28.1 al 22.

Lectura con la clase: Génesis 28.10 al 22

Texto para aprender de memoria— los menores: Tito 2.11;

los mayores: Génesis 28.15

Introducción

Antaño, antes que la Biblia fuese completada, Dios hablaba a los individuos por sueños o por visiones, como leemos en los casos de Faraón, Nabucodonosor, José, María, etc. En la lección de hoy, hemos leído de un sueño maravilloso por el cual Dios habló personalmente a Jacob.

La partida de Jacob

Como era de esperar, Esaú se enojó sobremanera con su hermano Jacob, a causa de su engaño en el asunto de la bendición paternal. Mientras más meditaba sobre lo que le había sucedido, tanto más se enojaba, hasta el extremo de tramar su muerte. Al enterarse de esto, Rebeca arregla con Isaac la forma de enviar a Jacob donde Labán, el hermano de ella. De manera que, despidiéndose de sus padres, Jacob parte de la casa, pero su viaje es muy diferente del que hiciera Eliezer pues, aun cuando es por las mismas sendas peligrosas, deberá hacerlo solo.

Mientras camina todo un día, en su rostro serio se reflejan los pensamientos que cruzan por su mente, y aun cuando él no lo sabe, Dios lo contempla con el objeto de bendecirlo.

El encuentro con Dios

Viendo que el sol ha de ponerse, Jacob, cansado y triste, toma una piedra que en seguida pone por cabecera, y tapándose con su ropa, se acuesta. Al quedarse dormido, comienza a soñar con una escalera que, apoyada en tierra, llega hasta el mismo cielo, por la cual suben y bajan muchos ángeles, mientras que Dios lo mira desde lo alto de ella. En este sueño Dios le habla, renovando las grandes promesas que anteriormente había hecho a Abraham e Isaac; Génesis 22.17, 26.24, 28.14. Además de esto, Dios asegura a Jacob que le acompañará a fin de protegerle en su viaje.

Jacob adora a Jehová

No obstante el hecho de que Jacob ha conseguido el perdón de su padre, él teme que a lo mejor Dios le ha abandonado; de modo que al despertarse y pensar en su sueño, se siente asustado, pues ha estado en la presencia del Santísimo. Se admira de la grandeza de las promesas de Dios, y siendo él tan indigno de ellas, dice dentro de sí, “¿Qué haré? pues no tengo ningún sacrificio para Jehová”.

Tomando entonces la piedra que le ha servido de cabecera, la levanta como monumento y derrama aceite encima de ella. Jacob, que no se olvidará de este lugar, lo llama Bet-el, que quiere decir, “la casa de Dios”. La palabra “si” en el versículo 20 puede traducirse “puesto que”, así lo que él dice es “puesto que Dios irá conmigo y me guardará. Jehová será mi Dios … y de todo lo que me dieres, el diezmo apartaré para ti”.

Aplicación

De las experiencias recibidas por Jacob, ¿acaso no se desprenden lecciones para nosotros?, pues mientras éste camina por el desierto nos al pecador que vaga en sus pecados, descontento y temeroso de morir. Después en la escalera aprendemos que hay un camino que conduce al cielo (Juan 14.6), y una escolta de ángeles que sirve a los santos (Hebreos 1.14). El pecador que se convence de su pecaminosidad confía en el Señor Jesús, llega a gozar de la compañía y protección Dios, convirtiéndose en su adorador, como sucedió en el caso de Job.

Preguntas

1 ¿Por qué abandonó Jacob el hogar de su padre?

2 Describa el lugar donde se acostó.

3 Cuente lo que él vio en el sueño.

4 ¿Qué promesas le hizo Dios, y cómo manifestó Jacob su gratitud?

5 ¿Qué es lo que aprendemos por esta historia?

13 José amado y aborrecido

Estudio de parte del maestro: Génesis 37.1 al 39.

Lectura con la clase: Génesis 37.1 al 5, 24 al 36

Texto para aprender de memoria— los menores: Romanos 14.12.

los mayores: Romanos 14.11

Introducción

Comenzando con la lección de hoy, vamos a estudiar la vida de José, una historia que ocupa la quinta parte del libro del Génesis. No hay otra historia en el Antiguo Testamento que se cuente en forma tan amplia, pero seguramente la razón de esto es que en José hallamos uno de los tipos más perfectos del Señor Jesús.

José es aborrecido de sus hermanos

José, siendo un hijo que le nació a Jacob en su vejez, era muy amado de su padre. Este hecho bastaba para despertar el enojo de sus hermanos en su contra, el cual se convirtió en odio cuando su padre le regaló una ropa de diversos colores, pues ésta daba a entender el amor paternal y el lugar de preeminencia que ocupaba José. Este odio llegó a arder mientras José contaba a sus hermanos de los sueños que había tenido, porque la interpretación lógica de éstos era que José llegaría a ser señor de ellos. Tal es el cuadro que vemos en la primera parte de nuestro capítulo, pero inconsciente del peligro que se avecinaba, José seguía haciendo sus quehaceres, y no vemos nada de orgullo ni malicia de su parte.

José es traicionado

Cierto día Jacob envió a José a Siquem en donde estaban los hermanos apacentando las ovejas, y puesto que su padre le enviaba, emprendió de buena voluntad el viaje. ¡Poco pensaba el joven que sus hermanos le tratarían con tanta crueldad! En verdad si Rubén no hubiera intervenido, le habrían muerto. Le quitaron su ropa de colores, echándolo en una cisterna vacía donde lo dejaron hasta que llegaron unos negociantes, madianitas, a quienes le vendieron por veinte piezas de plata.

El luto de Jacob

Deseosos de engañar a su padre con respecto a su crimen, los malvados hermanos degüellan un cabrito. Mojando la ropa de José en la sangre, van a la casa, donde Jacob cree que algún animal ha muerto a su hijo. El pobre padre, vencido por el dolor que le ha sobrevenido, rasga sus vestimentas, pone saco sobre su cuerpo y lamenta amargamente la tragedia.

Aplicación

Al igual que José, Jesús era el Hijo bien amado de su Padre quien le envió a la tierra a buscar a los pecadores. Todo lo que Jesús hacía era agradable a los ojos de Dios; sin embargo los hombres le aborrecieron, y vendido por treinta piezas de plata, fue llevado a la cruz donde vertió su sangre preciosa que limpia de todo pecado. Queridos alumnos, ¿cuál será su actitud hacia Jesús? ¿Acaso lo rechazarán como los malos hermanos de José hicieron con Él? El que no acepta a Jesús será condenado.

Preguntas

1 ¿Por qué le aborrecieron los hermanos de José?

2 Describa lo que aconteció cuando José llegó donde sus hermanos.

3 ¿Hacia dónde lo llevaron los madianitas?

4 ¿En qué sentido es José un tipo claro de Jesús?

5 Nuestra actitud hacia Jesús, ¿cómo afectará

la salvación o condenación de nuestras almas?

14 José en la cárcel

Estudio de parte del maestro: Génesis capítulos 39 y 40.

Lectura con la clase: Génesis 39.1 al 5, 20 al 23, 40.1 al 2, 8 al 19

Texto para aprender de memoria— los menores: Hebreos 2.9, Vemos a Jesús coronado de gloria y de honra, a causa del padecimiento de la muerte.

los mayores: Salmo 105.18,19

Introducción

Después de ser vendido por sus hermanos, José fue llevado por los madianitas hasta la tierra de Egipto. Allí lo vendieron a un capitán del ejército quien lo llevó para su casa a fin de que le sirviera. Luego el capitán vio que su nuevo esclavo era un joven honorable.

José en la casa de Potifar

En todas las pruebas que experimentó José, vemos que Dios le acompañaba, porque no sólo fue eximido de la labor ardua que era la porción común de los esclavos, sino que le vemos puesto en una posición de considerable importancia y responsabilidad en la casa de su amo. Aquí en esta tierra extraña, tan lejos de su padre y su hogar, José permanecía fiel a Dios, y el Señor le remuneraba por esta fidelidad. Leemos, “Jehová bendijo la casa del egipcio a causa de José”.

José en la cárcel

Leemos en 2 Timoteo 3.12 que “todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús, padecerán persecución”, una verdad que ilustra gráficamente el caso de José. Cuando se le presentó la tentación, él exclamó. “¿Cómo, pues, haría yo este grande mal, y pecar contra Dios?” (v. 9), de modo que su lealtad hacia Dios nunca menguó aun en la casa de un idólatra. Sus hermanos le habían aborrecido por su bondad y piedad, y ahora la mujer de Potifar, cuando ve que no puede tentarlo, trata de manchar su reputación. No obstante, Dios no le falta, y nuevamente José halla gracia en los ojos del administrador de la cárcel quien le da un puesto de importancia allí.

José intérprete de sueños

Entre los prisioneros encarcelados con José estaban el copero y el panadero del rey de Egipto. Sucedió una noche que ambos tuvieron sueños que se cumplieron tal como José los interpretara. Faraón reinstaló al copero en su puesto, pero el panadero fue muerto. Cuando el copero volvió a su empleo, se olvidó de José, aunque éste le había pedido su ayuda a fin de que él también saliera de la prisión. Dos años más han de pasar antes de que esté libre, pero por el momento le dejaremos en la cárcel y procuraremos aprender algo provechoso para nuestros corazones.

 

Aplicación

Vemos en la vida de José que por difícil que sea la senda, o por grande que sea la prueba, hay uno que cuida y consuela a los suyos. Es el Señor Jesús, la única persona competente para salvar, cuidar y bendecir al pecador. Él cuidará de ti, te dará vida eterna, te ayudará en tus problemas y te acompañará hasta hacerte llegar sano y salvo al cielo. ¿Lo aceptarás hoy mismo?

Preguntas

1 ¿Cómo manifestó Dios que Él estaba con José en la casa de Potifar?

2 ¿De qué manera vemos la fidelidad de José hacia Dios?

3 Después del encarcelamiento de José,

¿cómo sabemos que Dios siguió honrando a su siervo?

4 ¿Qué servicio de valor prestó José a unos compañeros en la cárcel?

5 El mismo Dios de José, ¿acaso cuidará de ustedes si confían en Él?

15 José es ensalzado

Estudio de parte del maestro: Génesis 41

Lectura con la clase: Génesis 41.14 al 36, 42, 43, 49

Texto para aprender de memoria— los menores: Hechos 5.31a, A éste, Dios ha exaltado por Príncipe y Salvador.

los mayores: Hechos 5.31

Introducción

En la última lección encontramos a José en la cárcel donde sufría injustamente por causa de la falsa acusación de la mujer de Potifar. Sin embargo, Dios le bendecía y José hallaba gracia ante el carcelero. También el copero vio que José era un amigo fiel quien pudo hacerle entender el significado de su sueño.

Los sueños de Faraón

En la primera parte de la lección, Faraón ha soñado y en sus sueños ha visto cosas extrañas. Siete vacas gordas subieron del río a comer el pasto en los prados, y en seguida siete vacas feas y flacas que devoraron a las primeras. El segundo sueño fue similar al primero; únicamente con la diferencia que el rey vio siete espigas llenas y hermosas que luego fueron devoradas por siete espigas menudas y abatidas. Como es natural, Faraón está muy preocupado ya que los magos y sabios de Egipto no le ofrecen ninguna interpretación, y desea saber el significado de los sueños. En esto, el copero, quien se ha olvidado de José por dos años, se acerca y le cuenta lo que le pasó en la cárcel.

José confiesa su fe

De inmediato el rey envía a unos mensajeros a José en la prisión, quien se apresura a cambiar su ropa para presentarse ante aquél, y es conmovedor ver a este joven esclavo hebreo ante el trono de Faraón. Le dice: “Yo he tenido un sueño …” (v. 15) José responde: “No está en mí; Dios será el que dé respuesta propicia a Faraón”, manifestando de este modo, ante el rey pagano, su fe en Dios.

La interpretación

El monarca cuenta los dos sueños a José quien, instruido de Dios, le da la interpretación. Con palabras sencillas y convincentes, él pinta dos cuadros para Faraón; uno de siete años de abundantes cosechas, el otro de una tierra hambrienta en la cual la abundancia anterior será olvidada. José ha hablado con tanta claridad y seriedad que Faraón se convence.

El ensalzamiento de José

El rey y sus consejeros han puesto suma atención en las palabras del esclavo hebreo; ahora hablan entre sí y están de acuerdo en que sólo él está capacitado para guiar al país en los preparativos que deben hacerse en vista de la grande hambre futura. Faraón quita el anillo de su mano, lo pone en la mano de José a quien visten de ropa preciosa de lino finísimo, y le coloca un collar de oro en el cuello. José ha dejado de ser esclavo y ya es reconocido como segundo al rey en todo el país de Egipto.

Aplicación

De los muchos puntos de comparación entre José y el Señor Jesús, sólo veremos algunos. Al igual que José, quien después de haber sufrido en la cárcel, llegó a ser señor de toda la tierra de Egipto ante quien todos doblaban la rodilla, está escrito de Jesús que, “se despojó a sí mismo … haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz … por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre; para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla”.

Los años de grandes cosechas hablan del tiempo presente cuando Jesús se ofrece cual pan de vida para que ustedes no perezcan en sus pecados, pero luego vendrán los años de la grande hambre que representan el juicio de Dios cuando no habrá salvación.

Preguntas

1 Cuente los dos sueños de Faraón.

2 ¿Quién se acordó de José?

3 ¿Cuál fue la interpretación que José dio a Faraón?

4 Describa los honores con que Faraón colmó a José.

5 ¿Qué advertencias hay para nosotros en los sueños de Faraón?

16 José y sus hermanos

Estudio de parte del maestro: Génesis capítulos 42, 43, 44, 45.1 al 3.

Lectura con la clase: Génesis 42.8 al 21, 45.1 al 3

Texto para aprender de memoria— los menores: 1 Juan 4.9, Dios envió a su Hijo primogénito al mundo.

los mayores: 1 Juan 4.9

Introducción

Hemos seguido a José desde la casa de su padre a la esclavitud, la cárcel y por fin al lugar de poder junto al rey de Egipto. En el relato de hoy, presenciaremos su encuentro con sus hermanos, quienes años antes le habían vendido a los madianitas. José pone a prueba a estos hombres malos a fin de que confiesen su maldad antes que él se revele a ellos.

La gran hambre en Canaán

Mientras José se preocupa de juntar las abundantes cosechas de los siete años buenos, sus hermanos se gozan de la plenitud de alimentos en Canaán, sin saber que gran hambre se avecina. Rápidamente vuela el tiempo y la escasez se hace sentir, de modo que los hermanos, desanimados, andan por los sembrados, pues el trigo no madura, y únicamente algunos árboles con raíces profundas tienen un poco de fruto. Las bodegas están vacías, causando mucha preocupación tanto a ellos como a su padre.

Han sabido que en Egipto hay trigo, pero aun cuando su padre insiste en que vayan a comprarlo allá, sienten pocos deseos de hacer el viaje, tal vez porque aquel lugar les recuerda su maldad para con José. Por fin no les queda otro recurso ya que los alimentos se están acabando. Emprenden el viaje y luego llegan a las pampas de Egipto, y en seguida a las inmensas bodegas del país.

Los hermanos confiesan su culpa

José, siendo el encargado de la distribución del trigo, ve a los diez viajeros que se acercan. Demoran en presentarse, pero por fin se juntan con las multitudes que han venido a comprar, y por medio de un intérprete, los hijos de Jacob piden trigo. José, su hermano “egipcio”, les reconoce y demanda evidencia de su identidad, la cual procuran establecer contando de su hogar en Canaán, de los miembros de su familia y de los dos hermanos que no se encuentran con ellos.

Al mencionar a un hermano que se ha quedado en casa como también a “otro que no parece” (42.13), José se interesa, pensando que esta será la oportunidad para probarlos. Les acusa de ser espías. Encarcelándolos por tres días, José decide que nueve de ellos volverán a Canaán con alimentos para la familia, mas Simeón quedará en la prisión. En el idioma hebraico, expresan lo que sienten todos ellos: “Verdaderamente hemos pecado …” (42.21)

Los hermanos regresan a Canaán

Terminada la entrevista con José, los nueve hijos de Jacob emprenden el viaje de regreso. Al detenerse en un mesón (una posada) donde han de pasar la noche, uno de ellos abre su saco de trigo a fin de dar de comer a su asno, y al hacerlo, encuentra su dinero en la boca del saco. Pálido, avisa a sus hermanos quienes se espantan y dicen: “¿Qué es esto que nos ha hecho Dios?” Al llegar a casa, aumenta mucho más su temor, pues cada uno encuentra en su saco el atado de su dinero , compartiendo también este temor el padre a quien ya han narrado las extrañas experiencias que tuvieron en Egipto. “Me habéis privado de mis hijos”, dice Jacob, “José no parece, ni Simeón tampoco, y ahora me decís que para otro viaje tenéis que llevar a Benjamín. Contra mí son todas estas cosas”.

José se revela a sus hermanos

Se agrava el hambre en la tierra, de manera que nuevamente escasean los alimentos en la casa de Jacob; así que por fin éste se ve obligado a enviar a sus hijos en busca de provisiones. Los nueve hermanos mayores emprenden el viaje hacia Egipto acompañados esta vez por Benjamín, a fin de comprobar lo que contaron a José en la primera visita. Mientras caminan, meditan en el dinero que les fue devuelto en sus sacos después de la primera compra. Pero, se animan a volver a Egipto, pues llevan regalos para el administrador, bálsamo, miel, aromas y mirra, nueces y almendras. Al llegar, la bondad y hospitalidad de José disipan un poco su ansiedad.

Sin embargo, después de hacer las compras y partir para Canaán, se encuentran en una situación angustiosa, pues José manda a su mayordomo tras ellos para acusar a Benjamín de haberle robado una copa de plata. Ante José piden misericordia para el joven, y le hablan desesperadamente de la angustia que sentirá el viejo padre si Benjamín no llega con ellos. Judá, el mismo hermano que había tramado la venta de José, ofrece quedarse en lugar de Benjamín si éste puede salir libre. José no resiste más, sino que llorando delante de ellos, declara, “Yo soy José”.

Aplicación

Los años de hambre sirvieron para producir arrepentimiento en los corazones de los hermanos de José. Una vez que habían confesado su maldad, él se reveló a ellos. Así sucede con el pecador: tiene que reconocerse por malo, confesar ante Dios su pecaminosidad, y así contrito y arrepentido, halla la salvación en Jesús.

Preguntas

1 Al dirigir sus pasos hacia Egipto, ¿en qué hecho pensarían los hermanos de José?

2 ¿Por qué no conocieron a José cuando le vieron?

3 ¿Qué pecado confesaron entre sí?

4 Describa lo que pasó cuando el mayordomo encontró la copa de José en el saco de Benjamín.

5 ¿Qué es lo que el pecador tiene que hacer antes que Jesús le salve?

17 Jacob desciende a Egipto

Estudio de parte del maestro: Génesis 45.1 al 28, 46.1 al 6, 29 al 34.

Lectura con la clase: Génesis 45.9 al 11, 24 al 28, 46.29, 30

Texto para aprender de memoria— los menores: Génesis 45.9, Dios me ha puesto por señor; ven a mí, no te detengas.

los mayores: 2 Corintios 1.10

Introducción

José ya se dio a conocer a sus hermanos, diciéndoles. “Yo soy José; ¿vive aún mi padre?” Turbados, no pueden responderle palabra, de manera que José les dice, “Acercaos ahora a mí”, agregando a continuación, “Yo soy José vuestro hermano, el que vendisteis para Egipto. Ahora, pues, no os entristezcáis, ni os pese de haberme vendido acá; porque para preservación de vida me envió Dios delante de vosotros … para daros vida por medio de gran liberación”. Con lágrimas de alegría, José besa y abraza primero a Benjamín, y después a todos sus hermanos.

La invitación

Al preguntar por su padre, José demostró su preocupación por este, y ahora manda a sus hermanos que le vayan a buscar a fin de que venga sin demora a vivir con él en Egipto. En esto, Faraón, quien acaba de saber de la llegada de los hermanos, manda decir a José que, valiéndose de los carros suyos, los envíe para que Jacob con toda su gente vengan a habitar en Egipto donde promete darles de lo mejor de la tierra.

El regreso a Canaán

Al partir para Canaán, son más los animales de la caravana, los cuales junto con los bueyes que tiran los carros, levantan enormes nubes de polvo mientras pasan por los campos secos. Por fin Jacob oye las gratas noticias que sus hijos vienen de camino, y pronto deben llegar. Los niños se alegran, pensando en la llegada de sus padres, quienes sin duda traerán cosas para ellos, y tendrán mucho que relatarles de la lejana tierra donde han andado. Sin embargo, los hermanos de José no están del todo contentos, pues piensan que no será muy fácil contar a su padre lo acaecido; tarde o temprano, él sabrá del pecado que cometieron contra José.

Llegan a la carpa de Jacob donde, cumpliendo con las órdenes de su hermano, dicen, “José vive aún; y él es señor en toda la tierra de Egipto”. El patriarca apenas puede creer tan buenas nuevas, pero al ver los carros que José envió para llevarlo, exclama, “Basta; José mi hijo vive todavía; iré, y le veré antes que yo muera”.

El viaje de Jacob a Egipto

Todos se ponen a trabajar, pues hay que desarmar las carpas en que viven y juntar el ganado y otras posesiones de importancia. En cambio, dejan las demás cosas en conformidad a las palabras de Faraón que mandó decir: “No os preocupéis por vuestros enseres, porque la riqueza de la tierra de Egipto será vuestra”. Los niños están encantados con los cuentos de las maravillas que luego contemplarán, y hablan mucho del encuentro con su tío José, el gobernador de la tierra. En el corazón de Jacob queda una sola duda; ¿acaso él debe abandonar la tierra que le fue prometida? Así que, ofreciendo sacrificios en Beerseba, consulta a Dios al respecto. Allí Dios le habla diciendo, “Jacob … no temas de descender a Egipto … Yo descenderé contigo … y yo también te haré volver”.

Jacob llega a Egipto

Tras largo viaje, Jacob llega a Egipto donde es recibido por su hijo amado, y ambos se emocionan mucho al verse. En seguida José hace saber a Faraón de la llegada de su padre y hermanos. Son llamados a presentarse ante el monarca quien les habla cariñosamente, y les concede habitar en la tierra de Gosén donde José les colma de demostraciones de afecto.

Aplicación

Sin duda, uno de los momentos de mayor felicidad para Jacob fue cuando supo que José estaba vivo y le había mandado a buscar. Del mismo modo, el pecador puede llegar a gozar de la salvación, comprendiendo que el mismo Jesús que murió por él ahora vive y en el evangelio lo busca, diciendo, “Ven a mí, no te detengas”. Jesús ha enviado a su Espíritu y su Palabra para conducir a Él tanto a los niños como a los grandes, pues desea recoger a todos en la casa de su Padre celestial. ¡Cuán grande gozo será el de los salvados cuando vean a su Salvador cara a cara! Jamás sentirán la ira de Dios, pero en cambio, los rebeldes e indiferentes serán lanzados fuera de toda dicha a los tormentos eternos.

Preguntas

1 Al darse a conocer a sus hermanos, ¿por quién pregunta José?

2 ¿En qué forma ayudó Faraón para el viaje de Jacob?

3 ¿Qué promesa hizo Jehová a Jacob para que éste

se animara a proseguir su viaje?

4 ¿Qué privilegio concedió Faraón a los hermanos de José?

5 Citen un texto en que el Señor invite al pecador a venir a Él.

18 La muerte de José

Estudio de parte del maestro: Génesis 49.33, 50.1 al 26.

Lectura con la clase: Génesis 50.15 al 26

Texto para aprender de memoria— los menores: Romanos 5.9 Por él seremos salvos de la ira.

los mayores: Romanos 5.9

Introducción

Después de su llegada a Egipto, Jacob vivió diecisiete años, pero por fin, dándose cuenta que su muerte está cercana, llama a sus doce hijos, les bendice conforme a la voluntad de Dios, y da órdenes acerca de su entierro. Al morir, su cuerpo es embalsamado por los médicos de Egipto, y después de muchos días de luto, José con sus hermanos, acompañados de personajes importantes del gobierno egipcio, llevan a Jacob a Canaán donde lo entierran al lado de los restos de su esposa.

El temor de los hermanos

Mientras su padre vivía, los hermanos de José no sintieron miedo pero al morir aquél, pero ahora temen de que su hermano pueda cambiar de parecer y vengarse de ellos. El recuerdo de su maldad les persigue como espectro, de modo que envían a decir a José: “Tu padre mandó antes de su muerte, diciendo, «Así diréis a José: Te ruego que perdone ahora la maldad de tus hermanos y su pecado, porque mal te trataron.» Por tanto, ahora te rogamos que perdones la maldad de los siervos del Dios de tu padre”.

José consuela a sus hermanos

Estas palabras hacen llorar a José, quien ve que sus hermanos aún no han comprendido su amor para con ellos. Él no siente ningún rencor, pues muchos años atrás les perdonó y ahora sufre al darse cuenta de que sus hermanos aún sienten desconfianza para con él. Estos vienen, y postrándose a sus pies, le dicen, “Henos aquí por siervos tuyos”, a lo que contesta. “No temáis; ¿acaso estoy yo en lugar de Dios?”

A continuación, hablándoles con mucho cariño, les recuerda que Dios aprovechó la maldad de ellos, tornándola en bien no solamente para ellos, sino para los millares de Egipto y otros países vecinos. José promete seguirles cuidando como también a sus hijos, de manera que, con sus corazones consolados y agradecidos, se van a sus casas.

La confianza de José

Podemos imaginar la felicidad de José cuando nacen los primeros nietos, pues siendo hombre tan afectuoso, se gozaría grandemente con estos pequeños. Además, la porción de hoy nos relata que “los hijos de Maquir, hijo de Manasés”, es decir, sus bisnietos, “fueron criados sobre las rodillas de José”. Por fin, un día manda llamar a sus hermanos a quienes dice que pronto tiene que morir. Dice que no desea ser sepultado en Egipto, pues cree firmemente en las promesas del Señor quien muchos años atrás predijo la larga estadía de los israelitas en Egipto, garantizando también sacarles de allí a fin de que, convertidos en una nación grande, pudiesen habitar su propia tierra. En vista de aquel éxodo que tendrá que realizarse, José conjura a sus hermanos que guarden sus huesos y se los lleven con ellos. (Véanse Hebreos 11.22 y Josué 24.32)

Aplicación

Este capítulo nos proporciona por lo menos tres lecciones que en forma breve podemos considerar.

Primero, miremos las solemnes palabras del último versículo, que rezan como sigue: “Murió José a la edad de ciento diez años; y lo embalsamaron, y fue puesto en un ataúd en Egipto”. De esta manera termina el libro que al comienzo nos presentaba la vida en toda su hermosura, recordándonos que “la paga del pecado es muerte”, y tanto el creyente como el inconverso muere. Que cada uno se pregunte: Cuando me toque morir, ¿cuál será mi destino?

En segundo lugar, hemos visto la desconfianza de los hermanos, la cual fue disipada por las palabras y lágrimas de José. Ningún alumno debe dudar del amor de Jesús, puesto que Él murió por nosotros y con el evangelio invita a todos diciendo: “Al que a mi viene, no le echo fuera”.

Finalmente, durante la estadía de los israelitas en Egipto y los cuarenta años en el desierto, los huesos de José sirvieron para recordarles la promesa de su Dios. Del mismo modo, en la actualidad los creyentes celebran la cena del Señor, participando del pan y la copa, recordándoles que Jesús pronto vendrá a trasladarles al cielo.

Preguntas

1 ¿Dónde enterraron a Jacob?

2 Después de la muerte de su padre, ¿qué temieron sus hijos?

3 ¿De qué manera consoló José a sus hermanos?

4 ¿Cómo manifestó José su fe en la promesa de Dios?

5 ¿Qué es lo que recuerda la cena a los creyentes hoy?

 

Serie 2: La vida de Jesús

Ver

19 La anunciación

Estudio de parte del maestro: Lucas 1.1 al 56.

Lectura con la clase: Lucas 1.26 al 33, 46 al 55

Texto para aprender de memoria— los menores: Lucas 1.47.

los mayores: Lucas 1.46,47

Introducción

La lección de hoy nos presenta a la virgen María en la entrevista que sostuvo con el ángel Gabriel, quien le explicó del advenimiento del Salvador al mundo. Nos acordaremos de la promesa que Dios hizo en el huerto del Edén, diciendo a la serpiente antigua: “Pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar”. El Señor renovó esta promesa más de tres mil años después al decir por boca del profeta Isaías: “He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel”. Esto estaba por cumplirse conforme está escrito en Gálatas 4.4, “Cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer, y nacido bajo la ley”.

La sorpresa de María

Durante aproximadamente cuatrocientos años Dios no había hablado al pueblo israelita ni por profetas ni por medio de mensajeros angelicales, así que tiene que haber sido muy grande la sorpresa de la virgen de Galilea al encontrarse cara a cara con el ángel Gabriel. Hacía unos seis meses el mismo ángel se había presentado en el templo al sacerdote Zacarías, a fin de anunciar el nacimiento de Juan el Bautista, quien había de ser el precursor del Mesías. María nada sabía de aquella visita, de manera que se turbó al oir la salutación de Gabriel. En breves pero sublimes palabras éste le hace comprender que ella es la mujer elegida por Dios para ser la madre de Jesús, quien reinará en Israel para siempre.

La fe de María

“¿Cómo será esto?” pregunta María. Al igual que los demás israelitas, ella no ha comprendido que el Mesías ha de ser el mismo Hijo de Dios, Hacedor de todas las cosas, quien por obra del Espíritu Santo iba a humanarse. ¡Cuántos pensamientos no cruzarían por su mente en aquellos instantes! ¿Cómo explicaré esto a José, mi novio? ¿Qué pensarán mis padres, mis parientes y vecinos? Yo soy muy humilde, vivo en un pueblo despreciado, y no tengo comodidades ni recursos como para atender al que es Hijo de Dios y Rey de Israel.

Sin embargo, al escuchar la explicación del ángel, (v. 35) quien termina su mensaje diciendo que no nada hay imposible para Dios, ella demuestra su fe con las siguientes palabras: “He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra”.

El cántico de María

Hechos los preparativos para el viaje, María va a la casa de Elizabet quien se alegra grandemente con su visita. Estando en aquel hogar con el sacerdote Zacarías y su mujer, prorrumpen del corazón de María las preciosas palabras del cántico que hemos leído en esta ocasión.

Los muchos textos del Antiguo Testamento que cita la virgen nos llaman la atención, pues ponen en claro que era conocedora de la Palabra de Dios, no como muchas personas que hoy profesan honrarla y no obstante ignoran en absoluto las verdades bíblicas. Alabando al Señor por el fiel cumplimiento de sus promesas, María dice: ‘‘Engrandece mi alma al Señor; y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador. Porque ha mirado la bajeza de su sierva”.

Aplicación

Al igual que Dios envió al ángel Gabriel a María con un mensaje acerca de Jesús, hoy envía a sus siervos a predicar el evangelio a los pecadores. Así como Jesús vino a humanarse en las entrañas de la virgen, del mismo modo desea entrar en los corazones de ustedes, para salvarles del pecado y de la condenación. ¿Habrá uno acá que lo acepte como a su propio Salvador, para luego decir: “Engrandece mi alma al Señor; y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador?”

Preguntas

1 En el Antiguo Testamento, ¿qué decía Dios tocante al Salvador venidero?

2 ¿Quién se le apareció a María en Nazaret?

3 ¿Qué fue lo que Gabriel contó a la virgen?

4 ¿En qué forma manifestó María su fe en Dios, y su conocimiento de la Biblia?

5 Cite un texto que demuestre la necesidad de aceptar a Jesús como a su Salvador personal.

 

20 El nacimiento de Jesús

Estudio de parte del maestro: Lucas 1.47, Juan 1.12, 1 Juan 5.12. También Lucas 2.1 al 20.

Lectura con la clase: Lucas 2.1 al 20

Texto para aprender de memoria— los menores: Lucas 2.11 Os ha nacido hoy un Salvador, Cristo el Señor.

los mayores: Lucas 2.11

Introducción

En aquellos días, cuando nació Jesús, los judíos no eran libres sino estaban bajo la autoridad de los romanos. El Emperador César quiso saber cuántos súbditos había en su imperio y por lo tanto mandó un edicto que todos fuesen empadronados. Aunque el impuesto no fuese cobrado hasta varios años después, como indica el versículo 2, no obstante cada judío tuvo que ir a la ciudad de sus padres para inscribirse. Así Dios utilizó el decreto del César para cumplir la profecía del Antiguo Testamento que decía que Jesús nacería en Belén.

La llegada a Belén

Si hubiéramos estado fuera del pueblo de Belén, en el camino que viene del norte, habríamos visto a muchos viajeros, todos apurándose para llegar antes de la noche. Entre la muchedumbre, encontramos a José y María, bien cansados después de un viaje de unos 130 kilómetros. Parece que vienen llegando entre los últimos, y el pequeño pueblo ya está lleno de gente de afuera. Van al mesón y piden alojamiento, pero allí no hay lugar. Tampoco encuentran dónde alojar en otra parte. Es invierno, las noches son muy heladas, y José está ansioso de hallar refugio. Por fin se cobijan en un pesebre, y allí nace Jesús.

Los pastores

Mientras esto acontece en Belén, los demás habitantes están durmiendo, sin darse cuenta de que el Salvador del mundo ha nacido en su medio. En cambio, fuera del pueblo vemos a unos pastores que pasan la noche vigilando su rebaño. Algunos tienen sueño y se acuestan cerca del fuego para calentarse, mientras otros cuidan del rebaño por temor a los lobos. Todo está muy tranquilo hasta que una luz del cielo les envuelve y se les aparece un ángel. En sus vidas jamás han visto seres angelicales, de modo que el temor se apodera de ellos, pero éste es disipado cuando el ángel se dirige a ellos diciendo, “No temáis … (versículos 10, 11,12)”.

Todo el cielo se alegra por su mensaje, y no puede contener su gozo, de manera que de repente viene a unirse con él un coro celestial que se pone a alabar a Dios, diciendo, “Gloria a Dios en las alturas … (versículo 14)”. Todos se desaparecen y otra vez la noche queda en quietud, pero los pastores han visto algo inolvidable que verdaderamente es de Dios.

La visita de los pastores

Pasados los primeros momentos de asombro, dice un pastor a su compañero, “¿Oíste lo que dijo el ángel?” Él otro contesta. “El ángel dijo que ya ha nacido el Mesías en Belén. Pasemos a ver esto que el Señor nos ha manifestado”. Se van apresuradamente y luego encuentran a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Entonces habiendo visto que en realidad el Salvador ha nacido, parten del pesebre gozosos, glorificando a Dios, y anunciando a todos lo que les ha sucedido.

Aplicación

El ángel anunció el nacimiento de un Salvador, pero los judíos esperaban que viniese un gran libertador para librarles del imperio romano. Se fijaban más en las comodidades temporales que en sus necesidades espirituales, y por lo tanto, desde cuando Jesús nació, le rechazaron. Las palabras en el versículo 7 “no había lugar” están llenas de significado, porque el mismo Salvador dijo más tarde, “Las zorras tienen guaridas y las aves del cielo nidos; mas el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar su cabeza”. (Mateo 8.20)

Preguntas

1 ¿Por qué estaban José y María en Belén cuando Jesús nació?

2 ¿Dónde nació Jesús? ¿por qué nació en lugar tan humilde?

3 ¿A quiénes anunció el ángel las buenas nuevas?

4 ¿Qué hicieron los pastores?

5 ¿De qué manera podemos dar lugar hoy a Jesús?

21 Los magos

Estudio de parte del maestro: Mateo 2.1 al 23.

Lectura con la clase: Mateo 2.1 al 18

Texto para aprender de memoria— los menores: Mateo 1.21, Jesús salvará a su pueblo de sus pecados.

los mayores: Mateo 1.21

Introducción

El primer versículo de Mateo 2 no significa que los magos llegasen inmediata-mente después del nacimiento de Jesús, sino que se debe entender de la siguiente manera, “y Jesús habiendo nacido … unos magos vinieron”, etc. Es muy posible que hubiesen pasado muchos meses antes de la llegada de estos orientales. No sabemos cuántos eran.

Si queremos saber de los primeros días de nuestro Señor, tenemos que leer no en Mateo, sino en Lucas: “Iban sus padres todos los años a Jerusalén en la fiesta de la pascua”, Lucas 2.41. Así que puede haber sido en una visita más tarde cuando llegaron los magos; puesto que Belén queda tan cerca de Jerusalén, es lógico suponer que María y José alojarían allí mientras celebraban la fiesta en Jerusalén.

La llegada de los magos a Jerusalén

Algún tiempo después del nacimiento de Jesús, se ven entrando por una puerta a la ciudad de Jerusalén, unos viajeros en camellos. Por sus rostros se conoce que son del oriente, y por su ropa que son ricos, pero esto no extraña a nadie, puesto que entre Palestina y el Oriente hay mucho comercio, y muchos viajeros pasan por las puertas de Jerusalén. Lo que sorprende a todos es la pregunta de estos orientales, “¿Dónde está el Rey de los judíos, que ha nacido?”

Los judíos están bajo el dominio de los romanos, y el que reina en Jerusalén es un usurpador llamado Herodes quien no tiene ningún derecho al trono. Tan pronto como oye de la pregunta de los magos, Herodes piensa en el Mesías esperado por las gentes, y se turba. Llama a los doctores de la ley religiosa para averiguar dónde debía nacer el Cristo, y éstos le contestan que, según las profecías, en Belén de Judea. Entendido esto, Herodes llama secretamente a los magos, y después de preguntarles con diligencia sobre la aparición de la estrella, les manda que vayan a Belén, añadiendo que vuelvan a avisarle a fin de que él también vaya y adore al niño.

La llegada a Belén

Ahora los magos tienen no solamente la señal de la estrella, sino también la palabra de Dios para guiarles al lugar donde había de nacer el Cristo. Una vez fuera de la ciudad, se les aparece de nuevo la estrella, la misma que habían visto en el Oriente. Con corazones gozosos, la siguen hasta llegar a la casa en que se encuentra el niño Jesús. Entran y se postran, no delante de María, sino delante de Jesús. Abren sus tesoros, y le ofrecen oro, incienso y mirra. En esto vemos la mano de Dios proveyendo por las necesidades de sus hijos, pues José y María eran pobres. Como luego tuvieron que huir a Egipto, estos dones llegaron en un momento muy oportuno.

La ira de Rey Herodes

Se puede contar cómo los magos fueron advertidos por Dios que no volviesen a Herodes, y de la huida de José con Jesús y María a Egipto. Entonces se enfureció Herodes y el versículo 16 cuenta cómo mandó a matar a todos los niños de dos años abajo en Belén y en todos sus términos.

Aplicación

Así como Dios despertó el interés de los magos de una manera muy extraordinaria, por la aparición de la estrella, del mismo modo hoy se vale de muchos medios para hablarnos. Sin embargo, igual como sucedió con ellos, Él siempre guía por su Palabra. Fue muy natural que los magos, pensando en el rey de los judíos, le buscasen en el centro religioso, Jerusalén, que era la capital.

No obstante, les fue necesario dar espaldas a aquel lugar tan lleno de religión y sacrificios, porque Dios no se manifestó por la estrella otra vez hasta cuando salieron de allí. Con su fe basada sencillamente en su palabra, iban hacia Belén. Además, nos enseña que el pecador una vez que encuentra y acepta a Jesús, puede adorarle y ofrecerle sus dones.

Preguntas

1 Quiénes llegaron un día a Jerusalén preguntando, “¿Dónde está el rey de los judíos, que ha nacido?”

2 ¿Qué contestación recibieron los magos a su pregunta? ¿cómo se sabía dónde nacería Jesús?

3 ¿Qué instrucciones les dio el rey Herodes?

4 ¿Qué aprendemos nosotros de la manera en que los magos adoraron a Jesús? (y no a María, Mateo 4.10, la última parte).

5 ¿A dónde huyó José con Jesús y María? ¿qué les pasó a los demás niños de Belén?

22 El niño Jesús

Estudio de parte del maestro: Lucas 2. 21 al 52.

Lectura con la clase: Lucas 2.21 al 30, 41 al 52

Texto para aprender de memoria— los menores: Lucas 2.40, El niño crecía y se fortalecía, y se llenaba de sabiduría.

los mayores: Lucas 2.40

Introducción

Ocho días después del nacimiento del niño, José y María le ponen el nombre Jesús, como el ángel les instruyó antes que naciera. Por el mismo nombre, (Jesús significa, Jehová el Salvador) se entiende la obra para la cual ha nacido, porque vino a ser el Salvador.

Como un mes más tarde, vemos a María y José salir del pueblo de Belén llevando al niño hacia Jerusalén. Pues, aunque nació fuera de aquel centro religioso, para cumplir con la ley fue necesario que su madre lo llevara al templo donde oficiaban los sacerdotes de Jehová. Es un viaje de ocho kilómetros solamente. Llegan a las puertas de Jerusalén, y entrando, siguen por las calles hasta llegar al magnífico templo. Según la ley del Antiguo Testamento, María debe ofrecer un sacrificio, y es por esto que la vemos con dos aves, las cuales ella entrega al sacerdote. Esta es la ofrenda de los pobres. (Véase Levítico 12.6 al 8)

Simeón

En Jerusalén moraba un hombre justo y piadoso llamado Simeón, quien conocía las promesas tocantes al Salvador que habría de venir, y diariamente esperaba que apareciese. El mismo día que Jesús fue llevado por sus padres al templo, Dios se dirigió a este hombre allí, y grande fue su gozo al encontrar al niño Jesús y reconocerle como al verdadero Salvador. Tomándole en sus brazos, da gracias a Dios al decir que en la persona de Jesús ha visto la misma salvación. En seguida Simeón bendice a José y a María. Las palabras dirigidas a ella profetizan la muerte de Jesús (v. 35), palabras que se cumplieron años más tarde mientras María presenciaba los sufrimientos de Jesús en la cruz.

Ana

Mientras Simeón bendice a José y a María, aparece una señora viuda, de edad muy avanzada, quien, dándose cuenta de que está en la presencia del divino Salvador, también alaba a Dios. Desde este momento, Ana se ocupa de hablar acerca de Jesús a los que esperaban la venida del Salvador. Siendo una señora de mucha edad que siempre se encontraba en el templo, conocía bien a los judíos fieles, de modo que seguramente por ella muchos oirían de Jesús.

Jesús a los doce años

Después de esta visita al templo, José y María vuelven con Jesús a su ciudad de Nazaret. La próxima vez que nuestro capítulo nos presenta a Jesús, Él ya tiene doce años y ha acompañado a sus padres a Jerusalén en el viaje que suelen hacer anualmente. El maestro puede contar cómo María y José partieron de Jerusalén después de la fiesta sin saber que Jesús había quedado atrás; cómo le buscaron entre sus amigos y parientes que viajaban en el mismo grupo, y cuando no le encontraron, regresaron a Jerusalén donde por fin lo hallaron en el templo. La respuesta de Jesús a la pregunta de su madre es significativa. Aun a la edad de doce años, Él sentía que estaba en el mundo para hacer la voluntad de su Padre, es a saber, Dios.

Aplicación

Los puntos de mayor importancia son: 1. Jesús mismo es la salvación. La acción de Simeón tipifica la aceptación de Jesús por un pecador. (Versículos 28 y 30, 1 Juan 5.12) 2. En seguida, Ana, reconociendo en Jesús al Salvador, empieza a hablar de Él a sus conocidos (v. 38). El deseo de Dios es que todo pecador salvado por Jesús testifique a los demás. 3. Finalmente, las primeras palabras de Jesús que encontramos en las Escrituras son estas, (v. 49): “En los negocios de mi Padre me es necesario estar”, y entre sus últimas, “Consumado es”. El negocio o la obra que vino a hacer, la consumó en la cruz.

Preguntas

1 ¿Qué significa el nombre Jesús?

2 ¿Cómo se llamaba el anciano que entró en el templo?

¿qué hizo él con Jesús?

3 ¿Quién entró en el templo mientras Simeón hablaba con María y José?

4 ¿Qué edad tenía Jesús cuando sus padres le perdieron? ¿dónde le hallaron?

5 ¿Cómo contestó Jesús a su madre? ¿cuál era el negocio de su Padre?

 

23 El precursor de Jesús

Estudio de parte del maestro: Lucas 1.5 al 25, 57 al 80, Lucas 3.1 al 23, Mateo 14.3 al 12.

Lectura con la clase: Lucas 3.2 al 4, 15 al 23, Mateo 14.3 al 12

Texto para aprender de memoria— los menores: Juan 1.23, Yo soy la voz de uno que clama en el desierto.

los mayores: Juan 1.23

Introducción

La última lección hablaba de Jesús cuando tenía la edad de doce años y de cómo vivía con sus padres en Nazaret, todavía desconocido por la mayoría de los judíos. Sabemos que José era carpintero (Mateo 13.55), y parece que Jesús le ayudaba (Marcos 6.3). Ahora, este domingo leeremos de Juan el Bautista a quien Dios envió a los judíos para avisarles que pronto aparecería su Mesías, el Cristo.

El padre de Juan era sacerdote, y un día mientras ministraba en el templo, Dios envió a un ángel quien le anunció que le nacería un hijo a quien él debería poner el nombre de Juan. Zacarías y su esposa, Elisabet, al saber que el Señor les había contestado su oración, se gozaban muchísimo, pues no tenían ningún hijo. Juan nació como seis meses antes que Jesús naciera, y vivió en los desiertos hasta el día cuando Dios le envió a su nación a anunciar la pronta venida de Jesús.

La misión de Juan

Si hubiéramos estado a villas del río Jordán en aquellos días, habríamos visto a un hombre extraño. Vestido de pelos de camello y una faja de cuero, predicaba a las multitudes que le rodeaban, diciendo: “Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado”. Luego termina su mensaje, y muchos de sus oyentes allegándose a él descienden al agua para ser bautizados. Mientras esto acontece, se ve a un hombre que se acerca a Juan, pidiendo que le bautice también.

Juan le contempla con atención, pues no es como los demás, no es pecador como aquellos que él acaba de bautizar, pues en su rostro resplandece la santidad. Juan le dice “Yo necesito ser bautizado por ti ¿y tú vienes a mí?” “Deja ahora”, responde Jesús, porque es Él, y Juan le bautiza. Orando, Jesús sube del agua, y de repente se abre el cielo y desciende el Espíritu Santo sobre Él en forma corporal, como paloma. Las gentes se asustan al sentir una voz del cielo que dice, “Tú eres mi Hijo amado, en ti tengo complacencia”. Parece que este acto fuera la culminación de la misión de Juan.

La muerte de Juan

Otro Herodes reina ahora; el que mató a los niños ya ha muerto, pero este nuevo rey también es hombre malvado. En cierta ocasión Juan le reprendió por sus maldades, y por lo tanto Herodes le echó en la cárcel. Enfurecido, quiso matarle, pero temía al pueblo. Por fin llega el cumpleaños del rey, el cual se celebra con una gran fiesta, en la que la hija de Herodías, la cuñada de Herodes, danza delante de los convidados. Herodes, encantado, promete con juramento darle todo lo que pida.

Desde hace mucho tiempo antes la madre le esta niña ha deseado vengarse de Juan quien reprochó su vida pecaminosa. Ahora dice dentro de sí, “He aquí mi oportunidad”, e instruye a la hija a pedir la cabeza de Juan. La joven va al rey con esta extraña petición, y él, obligado por su juramento, cumple con la cruel demanda.

Aplicación

Este profeta sufrió una muerte violenta; no obstante, sabemos que su galardón será grande en el cielo. Jesús dijo de él: “No se ha levantado entre los que nacen de mujeres otro mayor que Juan el Bautista”. Además en el cuarto Evangelio leemos que es el amigo de Jesús. Nació expresamente para ser útil a Dios. De la misma manera, Dios quiere que todo joven sea salvo y útil para Él, a fin de que esté con él en gozo eterno.

Preguntas

1 ¿Quién predijo el nacimiento de Juan a su padre?

2 ¿Cuáles eran las buenas nuevas que Juan anunciaba a los judíos?

3 ¿Qué sucedió cuando Juan bautizó a Jesús?

4 ¿Qué dijo Dios desde el cielo cuando Jesús se bautizó?

5 ¿Cómo murió Juan?

24 La tentación de nuestro Señor

Estudio de parte del maestro: Lucas 4.1 al 13.

Lectura con la clase: Lucas 4.1 al 13

Texto para aprender de memoria— los menores: Hebreos 4.12, La palabra de Dios es más cortante que una espada de dos filos.

los mayores: Hebreos 4.12

Introducción

El domingo pasado vimos cómo Juan bautizó a Jesús en el río Jordán. En aquella ocasión Jesús no hizo ningún milagro, ni tampoco llamó a discípulos para que le siguieran, sino que desapareció tan repentinamente como había aparecido. Aunque Dios avisó públicamente desde los cielos que Jesús era su Hijo, parece que las gentes no comprendieron que era el Salvador mismo a quien tenían en su medio.

La lección de hoy nos muestra a Jesús en el desierto entre las fieras, donde pasa cuarenta días y cuarenta noches sin comer. Durante este tiempo Él es tentado por Satanás quien hasta este momento ha podido vencer a todos los demás seres humanos. Aunque Jesús es Dios, a la vez es hombre. Satanás, sabiendo esto, llega por fin con tres tentaciones a ver si puede hacerle cometer algún pecado.

La primera tentación

De la misma manera que Satanás entró en el huerto del Edén a tentar a nuestros primeros padres, ahora se ha acercado a tentar a Jesús. El Señor tiene hambre, y el adversario, insinuando que tal vez Él no sea el Hijo de Dios, le dice que convierta una piedra en pan. Para Jesús, esto habría sido muy fácil. Pero, sabiendo que el diablo trata de ponerle una trampa, rechaza la tentación de manifestar su deidad por un milagro.

La segunda tentación

Esta tentación demuestra la potestad de Satanás. Mostrando a Jesús todos los reinos del mundo, dice que son de Él, y los ofrece todos al Señor a cambio de que le adore. Jesús no niega la afirmación de que todo sea de Satanás, pues por tres veces en el Evangelio según Juan le llama el príncipe de este mundo, y las Escrituras enseñan que toda persona que no ha aceptado a Jesús está expuesta al dominio de aquel príncipe.

Jesús vino a quitar a Satanás este poder, lo que por su muerte y resurrección ha hecho, de manera que ahora quiere y puede librar a todo pecador que confía en Él, mientras que los que lo rechazan sufrirán en el mismo infierno con el diablo. Otra vez Jesús ve la astucia de Satanás, y terminantemente rehúsa su oferta, diciendo: “Al Señor tu Dios adorarás, y a él solo servirás”.

La tercera tentación

Satanás se ve derrotado, pero en un último y desesperado esfuerzo lleva a Jesús a Jerusalén donde le coloca sobre el pináculo del templo. Es fantástica la tentación que le propone ahora, pues dice a Jesús que se eche de allí abajo, a fin de que los ángeles vengan a protegerle en su milagroso descenso. ¡Qué entrada tan dramática habría sido aquella si el Hijo de Dios hubiese llegado a la capital de su pueblo acompañado de sus ángeles! No obstante, esto no es la voluntad de su Padre, y como aprendimos en otra lección anterior, Él ha venido para hacer esa voluntad. Nuevamente, advierte la mano de Satanás, y rechaza la tentación. “Cuando el diablo hubo acabado toda tentación, se apartó de él, y Jesús volvió a Galilea”.

Aplicación

Es notorio cómo Jesús responde a todo ataque de Satanás única y exclusivamente con la Palabra de Dios, y con el pasaje más apropiado de ella. La Biblia, llamada la espada del Espíritu, es la única arma que vence al diablo, y vemos en esta lección cómo él huye de ella. He aquí la importancia de llenar nuestras mentes y corazones de este precioso don.

Preguntas

1 ¿A dónde fue Jesús después que se bautizó? ¿quién le atacó allí?

2 ¿Cuál fue la primera tentación?

3 ¿Cuál es la tentación que demuestra el gran poder del diablo?

4 ¿De dónde quiso Satanás que Jesús se echase abajo?

5 Aunque era el Hijo de Dios, ¿con qué arma derrotó a Satanás?

25 Jesús elige a sus apóstoles

Estudio de parte del maestro: Mateo 10.1 al 42.

Lectura con la clase: Mateo 10.1 al 15

Texto para aprender de memoria— los menores: Marcos 3.14, Estableció a doce para que estuviesen con él.

los mayores: Marcos 3.14

Introducción

Después de vencer a Satanás en el desierto, Jesús se dirigió a Capernaum, ciudad lacustre, a fin de llevar el evangelio a las gentes que vivían en aquellas regiones. Andando junto a la mar de Galilea, vio a dos hermanos, Pedro y Andrés, quienes eran pescadores. Les dijo: “Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres”. Ya conocían Jesús por las predicaciones de Juan el Bautista, así que dejaron las redes y le siguieron. Del mismo modo, el Señor llamó a Jacobo y Juan, también pescadores, y más tarde a Mateo, quien de buena voluntad abandonó su puesto de recaudador de impuestos a fin de acompañarle y servirle. Varios hombres más fueron añadidos a aquel grupo de discípulos, de los cuales Jesús debía elegir a doce para que fuesen sus apóstoles.

La necesidad de obreros

Los capítulos 5, 6 y 7 de este Evangelio relatan el sermón de la montaña, y los capítulos 8 y 9 narran varios milagros que Jesús hizo. A pesar de las bendiciones que a manos llenas derramaba, Él veía que hacían falta colaboradores. Viendo que las gente estaban esparcidas como ovejas que no tenían pastor, Jesús exhortó a sus discípulos para que rogasen a Dios que enviara obreros a su mies, mientras Él mismo, según nos informa Lucas, pasó la noche orando.

Jesús elige a los apóstoles

Llamando a sí a los que Él quiso, Jesús apartó a doce a fin de que, yendo por la tierra de Israel, hicieran ver al pueblo que el Mesías estaba presente en su medio. Además de los cinco discípulos cuyos nombres ya hemos mencionado, figuran Felipe y Bartolomé, Tomás, otro Jacobo, Lebeo, Simón y Judas Iscariote. De éstos, seguramente nos acordamos más de Tomás, quien dudó de la resurrección del Señor, y de Judas quien fue el traidor.

Salen los apóstoles

De dos en dos se separan estos nuevos obreros, y yendo por las ciudades y aldeas, anuncian la llegada de Jesús, diciendo, “Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado”. Podemos imaginar la sorpresa de las gentes, pues los enfermos son sanados, los leprosos limpiados, y aun los demonios son lanzados en el nombre del Señor. Los apóstoles no visitan Samaria, ni van a los gentiles, sino que cumpliendo con las órdenes de su Señor, van únicamente a “las ovejas perdidas” de la casa de Israel.

Muchos rumores circulan por la tierra, pues algunos opinan que el famoso profeta Elías está nuevamente entre ellos. Otros dicen que Juan el Bautista debe haber resucitado, y esta suposición, llegando a oídos de Herodes, le causa gran preocupación, de modo que dice, “A Juan yo le hice decapitar; ¿quién, pues, es éste, de quien oigo tales cosas?”

Aplicación

Lo primero que nos llama la atención en esta lección es el inmenso amor de Jesús para con las gentes, pues viendo que estaban esparcidas como ovejas sin pastor, Él, después de orar, les envió a sus siervos con el evangelio. Al igual que aquellas gentes, nosotros también nos hemos apartado de Dios, pero nuevamente Jesús, amándonos y habiendo muerto por nuestros pecados, ha hecho llegar hasta nosotros a sus siervos.

La primera misión que el Señor encomendó a sus apóstoles fue solamente para alcanzar a los israelitas (el pueblo judío), a quienes debían convencer por milagros que Él era su Mesías. En cambio, después de resucitado, ordenó que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones. En ambas ocasiones, Jesús hizo ver la responsabilidad que recaía sobre los oyentes. (Véanse Mateo 10.14,15; Marcos 16.15,16).

Preguntas

1 Nombren cuatro pescadores que llegaron a ser hechos apóstoles de Jesús.

2 ¿Cómo veía el Señor a las gentes?

3 En su primera misión, ¿dónde no debían ir los apóstoles?

4 ¿Qué milagros hicieron aquellos obreros?

5 Cuenten lo que Jesús decía referente a los incrédulos en Israel. ¿Cuál será la suerte del incrédulo hoy?

26 En el hogar de Betania

Estudio de parte del maestro: Mateo 26.ó al 13, Marcos 14.1 al 9, Juan 12.1 al 11.

Lectura con la clase: Juan 12.1 al 11

Texto para aprender de memoria— los menores: Juan 12.7, Para el día de mi sepultura ha guardado esto.    los mayores: Marcos 14.9

Introducción

Con esta lección, comenzaremos un estudio de la última semana que Jesús pasó en la tierra antes de entregar su vida en la cruz. Habiendo andado en dirección hacia Jerusalén, el Señor y sus discípulos llegan la aldea de Betania seis días antes de la pascua. Jerusalén, que queda solamente a unos cuatro kilómetros, está lleno de visitas que han llegado desde pueblos distantes a fin de celebrar aquella fiesta. Todos conversan del profeta de Nazaret, como le llaman, preguntándose: “¿Acaso vendrá a la fiesta? ¿efectuará algún milagro? ¿será él el verdadero Mesías?”

 

La gratitud de Simón

Muchas veces Jesús ha hallado refrigerio entre sus amados amigos de Betania, y esta vez encontrará nuevamente una recepción cariñosa, pues un hombre llamado Simón hace preparar una cena en su casa. Es de notar que este Simón es llamado “el leproso”, lo que significará que había sufrido de la lepra, y seguramente Jesús le dio la sanidad. Tan grande es el amor y gratitud de Simón que no hace caso a los fariseos quienes ya han dado mandamiento que si alguno sabe dónde se encuentra Jesús, lo manifieste, para que le prendan.

La devoción de María

Se acordarán de Lázaro, quien cuatro días después de muerto fue resucitado por Jesús. Él se encuentra en la casa de Simón, y ¡cuán contento se ve sentado a la mesa cerca de su amado Salvador! Su hermana, Marta, también está presente, pero no toma asiento, pues su mayor placer es en servir al Hijo de Dios. Ha trabajado mucho en la cocina, y ahora se preocupa de atender con cariño al Huésped quien ha manifestado tanto amor para con ella y sus hermanos. Ahora miraremos por un momento a María quien, trayendo un vaso de perfume de mucho precio, se acerca a Jesús, quiebra el vaso, y derrama el contenido sobre su cabeza. Luego unge también sus pies, de manera que la casa se llena de la fragancia del perfume.

La indignación de Judas

Judas Iscariote, el tesorero y traidor, ya ha comenzado a calcular el valor del perfume, e indignado, exclama, ‘‘¿Por qué no fue este perfume vendido por trescientos denarios, y dado a los pobres?” En aquel tiempo, un obrero ganaba un denario diario (Mateo 20.2), de modo que el obsequio de María representaba una suma considerable de dinero, es decir, el salario anual de un obrero. Sin embargo, la indignación de Judas era fingida, pues nada le importaba las necesidades de los pobres. Siendo ladrón, sólo deseaba enriquecerse a expenses de otros.

Aprecio y aprobación

“Déjala”, dice Jesús, “para el día de mi sepultura ha guardado esto. Porque a los pobres siempre los tendréis con vosotros, mas a mí no siempre me tendréis”. Según Judas, quien no ama a Jesús, ni ve ningún atractivo en Él, María acaba de malgastar mucho dinero. Para ella Jesús es su todo, y en vez de llegar tarde para ungir el cuerpo del Señor, como sucedió en el caso de otras mujeres (Marcos 16.1 al 4), lo hizo con anticipación. El aprecio de Jesús se deja ver en las siguientes palabras de aprobación: “De cierto os digo que dondequiera que se predique este evangelio, en todo el mundo, también se contará lo que ésta ha hecho, para memoria de ella”.

Aplicación

Mientras los fariseos y escribas trataban de prender a Jesús a fin de matarlo, Simón, Lázaro, Marta y María le mostraron su amor y gratitud. Hoy el mundo se divide de la misma manera, pues algunos aman a Jesús y otros le aborrecen. Existiendo solamente estas dos clases de personas, es conveniente que cada cual se pregunte, ¿a qué grupo pertenezco? ¿soy siervo del Señor o siervo del pecado?

Además, la lección de hoy demuestra que no basta tener compañerismo con el pueblo de Dios, porque Judas lo tuvo, y sin embargo, murió en sus pecados y descendió al infierno. Lo necesario es que uno llegue a recibir vida de parte del Señor como sucedió en el caso de Lázaro. Una vez salvado, uno lo manifiesta a sus semejantes sirviendo y honrando al Señor al igual que Marta y María.

Preguntas

1 ¿Por qué hizo Simón una cena para Jesús?

2 ¿Quiénes estuvieron presentes en la cena?

3 ¿Qué fue lo que hizo María?

4 ¿Quién criticó a María? ¿Cuál era el verdadero interés de Judas?

5 Citen las palabras que Jesús habló tocante al acto de María.

27 La entrada triunfal

Estudio de parte del maestro: Lucas 19.28 al 44.

Lectura con la clase: Lucas 19.28 al 44

Texto para aprender de memoria— los menores: Lucas 19.41

los mayores: Lucas 19.42

Introducción

Jesús había llegado a Betania seis días antes de la pascua, es decir el sábado. (O posiblemente el viernes en la noche, porque según los judíos, el día terminaba para comenzar el siguiente al ponerse el sol). El sábado en la noche Simón hizo la cena donde María ungió al Señor y al día siguiente, domingo por la mañana, Jesús reanudó su viaje Jerusalén.

La entrada del rey predicha

Aproximadamente quinientos años antes del nacimiento de Jesús, Zacarías había profetizado de cómo sería su entrada en Jerusalén, diciendo, “Alégrate mucho, hija de Sion; da voces de júbilo, hija de Jerusalén. He aquí tu rey vendrá a ti, justo y salvador, humilde, y cabalgando sobre un asno, sobre un pollino hijo de asna”.

Ya ha llegado el momento cuando esta profecía debe cumplirse, así que Jesús envía a dos de sus discípulos a la aldea que queda cerca, diciéndoles que al llegar hallarán un pollino atado, en el que ningún hombre se ha sentado jamás. Deberán traerlo, y en caso que los dueños se opongan, sólo tienen que decirles que Jesús lo necesita. Obedientes, los discípulos parten, y al llegar al recodo del camino, hallan el animal atado fuera de una puerta. Desatado, lo llevan donde el Señor.

La gente aclama al Rey

Echando sus vestidos sobre el pollino, los discípulos hacen subir a Jesús, y emprenden el viaje a la capital. Como ya hemos visto, Jerusalén y las aldeas cercanas están repletas de visitas que han venido fin de celebrar la fiesta de la pascua. Puesto que todos están pensando en la posible llegada de Jesús, no es de extrañarse que en poco tiempo muchos saben que Él viene acercándose, y gozosos, se juntan a la compañía de los discípulos. Aun cuando no se dan cuenta de que están cumpliendo la profecía de Zacarías, algunos comienzan a echar sus mantos en el camino, mientras que otros, cortando ramas de los árboles, las tienden ante el Señor.

De repente prorrumpen alabanzas de los corazones de los presentes, pues tanto los que andan delante como los que siguen detrás exclaman: “¡Bendito el rey que viene en el nombre del Señor; paz en el cielo, y gloria en las alturas! ¡Bendito el reino de nuestro padre David que viene!” Parece que los israelitas van a recibir a su rey, y que pronto se realizará la coronación.

Los fariseos rechazan al Rey

No obstante la alegría y las aclamaciones de las multitudes, se oyen murmuraciones de parte de algunos. Estos son los fariseos, los líderes del pueblo quienes son los enemigos implacables del Señor. Ahora, enojados, dicen: “Maestro, reprende a tus discípulos”. Jesús sabe que estas murmuraciones son el anticipo de los gritos, “Crucifícale, crucifícale”, que dentro de una semana han de oírse, pero se limita a contestar: “Os digo que si éstos callaran, las piedras clamarían”.

 

El Rey llora

Al llegar cerca de la ciudad, Jesús se detiene a mirarla, llenándose de lágrimas sus ojos. En su mente ya está viendo su rechazamiento y crucifixión, y las funestas consecuencias para el pueblo judío que será destruido y esparcido por el mundo dentro de pocos años (en 70 dC). Es la última oportunidad para que Jerusalén se convierta al Salvador, y no sabe aprovecharla, de modo que Jesús, llorando, exclama: “¡Oh, si también tú conocieses, a lo menos en este tu día, lo que es para tu paz! Mas ahora está encubierto de tus ojos …”

Aplicación

De labios la gente aclamó a Jesús como al rey, pero dentro de pocos días le coronarán de espinas, y en vez de un trono, le dieron una cruz. Hoy sucede lo mismo, pues muchos hablan de “nuestro Señor Jesucristo” cuando en sus corazones existe solamente el pecado y la desobediencia.

Además hemos visto que los judíos no supieron aprovechar la oportunidad de recibir a Jesús sino que la dejaron pasar. Al igual que ellos, muchos niños de la escuela dominical piensan convertirse cuando sean grandes, manifestando con esto que no creen a Dios aun cuando Él les advierte diciendo, “He aquí ahora el tiempo aceptable; he aquí ahora el día de salvación”. La suerte de cada cual se determine por su actitud hacia Jesús. (Juan 1.11,12; 3.36)

Preguntas

1 ¿Qué fue lo que Zacarías predijo de la entrada del Mesías a Jerusalén?

2 ¿Dónde hallaron el pollino los discípulos?

3 Describan lo que sucedió mientras Jesús iba hacia Jerusalén.

4 ¿Quiénes criticaron a los discípulos? ¿qué contestó Jesús a aquellos?

5 ¿Por qué lloró Jesús sobre Jerusalén? ¿qué advertencia hay en aquello para ustedes?

28 Jesús instituye la cena

Estudio de parte del maestro: Mateo 26.14 al 30.

Lectura con la clase: Mateo 26.14 al 30

Texto para aprender de memoria— los menores: Lucas 22.19, Esto es mi cuerpo que vosotros es dado.    los mayores: Lucas 22.19

Introducción

Acordémonos de la historia de la pascua que celebraron los israelitas en Egipto. A fin de salvar la vida a los primogénitos, mataron el cordero, y habiendo manchado los postes y el dintel de la puerta con la sangre, entraron en sus casas para comer la carne asado al fuego. Durante 1500 años aquella fiesta sirvió para recordar al pueblo judío de su liberación de la esclavitud en Egipto.

El aposento para Jesús

Pocos días después de entrar en Jerusalén ante las aclamaciones de la gente, Jesús dice a Pedro y a Juan que vayan delante a fin de hacer los preparativos para la pascua. Al preguntar éstos, “¿Dónde quiere que la preparamos?” el Señor les explica que al entrar en la ciudad se encontrará un hombre que lleva un cántaro de agua, a quien deben seguir hasta la casa donde entre.

Este era el trabajo acostumbrado de la mujer, como sabemos por los ejemplos de Rebeca, la samaritana, etc., de modo que al ver a un hombre que llevara un cántaro de agua, llamaría grandemente la atención de Pedro y Juan. Tal vez se asombrarán los dos apóstoles al pensar que su Maestro puede hablar así de lo que sucederá, pero confían en su palabra, pues en muchas ocasiones han comprobado que es el Hijo de Dios quien sabe aun lo que la gente piensa en sus corazones.

Todo sucede precisamente como Jesús les dijo, de manera que al llegar a la casa a donde son guiados por el hombre, hablan con el dueño de casa, diciendo, “El Maestro te dice, ¿Dónde está el aposento donde he de comer la pascua con mis discípulos?” Este les conduce luego a un gran aposento que está preparado para recibir las visitas. Pedro y Juan, juntando las cosas necesarias, dejan todo listo y van en busca del Señor.

La ultima pascua

Al momento propicio, llega el Salvador. Tomando asiento a la mesa, junto con sus doce discípulos, les dice: “¡Cuánto he deseado comer con vosotros esta pascua antes que padezca!” Aún no comprenden ellos que su Maestro, siendo el Cordero de Dios, tendrá que ofrecerse en la cruz al día siguiente, y por lo tanto, tampoco entienden el profundo significado que esta fiesta tiene para Él.

Mientras comen, Jesús habla palabras que dejan extrañados a todos, pues dice, “De cierto os digo, que uno de vosotros me va a entregar”. “¿Soy yo, Señor?” pregunta uno tras otro, a lo que responde: “El que mete la mano conmigo en el plato, ése me va a entregar”. Mojando el pan en el caldo de hierbas que está en la mesa, Jesús lo entrega a Judas Iscariote, quien pronto se levanta y sale del aposento.

La cena del Señor

Los discípulos jamás estuvieron en una pascua como la que están celebrando, y se sienten algo confundidos, sobre todo por las extrañas palabras que Jesús les ha hablado y la repentina salida de Judas, de quien nadie sospecha que será el traidor. Aumentará su sorpresa ahora, pues Jesús, tomando pan de la mesa, da gracias a Dios por él. Partiéndolo, lo entrega a ellos, diciendo: “Tomad, comed; esto es mi cuerpo, que por vosotros es dado; haced esto en memoria de mí”.

Luego, tomando la copa que contiene vino, también da gracias a Dios, y se la da con la siguiente explicación: “Bebed de ella todos; porque esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados”. Es que la pascua no necesitará celebrarse más, puesto que al morir Jesús, el símbolo dará lugar a la realidad; pero en cambio, la cena del Señor será la nueva fiesta en la que los cristianos harán memoria de la muerte de Jesús hasta que Él venga otra vez.

Aplicación

Ya hemos visto que los israelitas fueron librados de la esclavitud egipcia sólo después de refugiarse bajo la sangre del cordero. Del mismo modo también puede ser salvado hoy el pecador; no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación.

En la cena del Señor el pan nos recuerda aquel cuerpo sacrosanto que fue herido por nuestras rebeliones, y la copa, la sangre preciosa que limpia de todo pecado. La pascua recordaba la liberación de Egipto y a la vez anunciaba la venida del Cordero de Dios; de la misma manera, la cena recuerda la muerte de Jesús pero se dejará de celebrarse cuando los creyentes, estando en la misma presencia de su Salvador, no tendrán ninguna necesidad de símbolos.

Preguntas

1 ¿Cuál era el significado de la pascua?

2 Al enviar a Pedro y a Juan a preparar la pascua,
¿qué señal les dio el Señor?

3 ¿Quién salió del aposento antes que Jesús instituyera la cena?

4 ¿Cuál es el significado del pan partido? ¿y de la copa?

5 ¿Cuáles son los dos acontecimientos que anuncia la cena del Señor?

 

29 Judas traiciona a Jesús

Estudio de parte del maestro: Mateo 26.30 al 56, Marcos 14.32 al 50, Lucas 22.1 al 6, 39, Juan 13.2, 21 al 30, 18.1 al 12.

Lectura con la clase: Mateo 26.30, 36 al 56

Texto para aprender de memoria— los menores: Mateo 27.4, Yo he pecado entregando sangre inocente.       los mayores: Isaías 53.3

Introducción

Se acordarán del reproche que Jesús dirigió a Judas cuando éste en casa de Simón criticó a María. Sin duda, Judas quedó resentido por la amonestación del Señor, y Satanás, valiéndose de la debilidad del hombre, le impulsó a ir donde los príncipes de los sacerdotes con quienes tramó traicionar a Jesús. Tan poco aprecio tenía Judas por el Salvador que acordó entregarle a los malvados por treinta piezas de plata, el equivalente de 120 denarios, es decir, menos de la mitad del valor del perfume que ocupó María.

Jesús señala al traidor

Ahora en nuestros pensamientos volveremos al aposento donde Jesús se encuentra con sus discípulos celebrando la pascua. Siempre al llegar a una casa en el oriente era costumbre que uno de los siervos quitara las sandalias a las visitas a fin de lavarles los pies. En esta ocasión Jesús mismo extraña a sus siervos haciendo aquel humilde trabajo, el cual terminado, declara. “Vosotros limpios estáis, aunque no todos”.

Estas palabras debieron haber tocado el corazón de Judas, pero estaba tan endurecido que no le afectaron, ni tampoco el servicio que Jesús acababa de hacerle. Al tomar asiento nuevamente a la mesa, Jesús con suma tristeza dice: “Uno de vosotros me va a entregar”, ante lo cual los discípulos se miran, dudando de quién habla su Maestro.

Pedro hace señas a Juan, quien se encuentra recostado al lado de Jesús, para que pregunte quién será. “A quien yo diere el pan mojado”, responde Jesús, “aquél es”. Y mojando el pan en el caldo de hierbas amargas, lo da a Judas. Era un gesto de amor y compañerismo, de modo que lo vemos como un último esfuerzo que el Salvador hace a fin de desviar al discípulo de su mal camino. ¿Cómo habrá sido aquel hombre, ya que su semblante no le traicionó, sino que aceptando el pan de la mano de Jesús, se levantó y salió para encontrarse con los asesinos del Señor quienes ya lo estaban esperando? Los demás discípulos no han comprendido todavía lo que va a suceder, pero antes que termine la noche, deben comprenderlo.

Jesús en Getsemaní

¡Cuán preciosas enseñanzas fueron aquellas que recibieron los apóstoles después que Judas salió! Jesús les habló de la casa de su padre celestial, prometiendo llevarlos un día a morar con Él allí. Les aseguró que durante su ausencia en la gloria, el otro Consolador, el Espíritu Santo, vendría a morar en ellos a fin de enseñarles y utilizarles en la obra de evangelización. También les permitió escuchar su oración al Padre en la cual pidió el cuidado divino sobre sus amados seguidores.

Por fin llega el momento cuando deben abandonar el aposento que en verdad ha sido como una antesala del cielo, pero al salir, sólo Jesús sabe lo que le aguarda. Caminan por las calles desiertas, cruzan el arroyo de Cedrón, y llegan a un huerto llamado Getsemaní, lugar que el Señor solía frecuentar para estar a solas con su Padre. Dejando a ocho de sus discípulos, Jesús lleva a Pedro, Juan y Jacobo más adelante. Diciéndoles que oren a fin de no entrar en tentación, se separa un poco de ellos, y postrándose en tierra, ora diciendo: “Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa, pero no sea como yo quiero, sino como tú”.

Jesús ya está viendo todo lo que ha de acontecer al día siguiente en la crucifixión; los pecados inmundos que serán cargados en su santo cuerpo, la ira de Dios que se desencadenará sobre su alma. Tan intensa es su agonía que caen de su cuerpo grandes gotas de sudor como sangre. Tres veces ora de la misma manera, y después dice: “He aquí, el Hijo del Hombre es entregado en manos de los pecadores”.

Judas traiciona a Jesús

Aun mientras Jesús habla, vienen llegando sus adversarios, quienes, armados con espadas y palos y llevando linternas y antorchas, lo buscan. Delante anda el guía, Judas mismo, quien conforme a una señal acordada de antemano con la gente, se acerca a Jesús y diciendo “¡Salve, Maestro!”, le besa. Jesús sabía todo lo que tenía que suceder, pero parece maravillado que un hombre tan privilegiado pudiera usar un beso, señal de amor y comunión, para traicionarlo. Él pregunta: “Amigo, ¿a qué vienes? Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del Hombre?”

En esto los compañeros de Judas se acercan y prenden a Jesús. Pedro, quien lleva espada, la desenvaina y se pone a defender a su Señor, de manera que al siervo del pontífice le quita una oreja. Jesús sana inmediatamente al siervo y, mandando a su amado apóstol a volver la espada a la vaina, se somete a sus enemigos, quienes lo llevan a la casa del pontífice. Los discípulos, aterrados, huyen. Sólo pasan unas breves horas cuando Judas, dándose cuenta de lo que ha hecho, va con pasos presurosos a los príncipes de los sacerdotes para confesar su terrible pecado. Estos no se interesan por librarle, y él, lleno de remordimiento, arroja las piezas de plata en el templo, y saliendo, se ahorca.

Aplicación

En Getsemaní vemos cuán intensa fue la agonía que Jesús sintió en anticipación de su crucifixión y sufrimientos en la cruz. ¡Cuánto más tiene que haber sufrido cuando Jehová cargó en Él el pecado de todos nosotros! El sudor que cayó como sangre nos recuerda lo que Dios dijo a Adán en Génesis 3.19. Este debió trabajar arduamente por causa de su propio pecado, pero Jesús sufrió por los nuestros.

Al igual que Judas, muchos hoy hacen caso omiso tanto de las palabras cariñosas como de las advertencias de Jesús. Aquél llegó hasta besar al que era la puerta de salvación, y luego despeñó su alma en el infierno. Judas pensó ganar treinta piezas de plata, pero en realidad por esa suma vendió su alma, y en una eternidad sin fin jamás será perdonado. Tal vez tú no piensas vender tu alma; pero si uno no se arrepienta de sus pecados y acepta al Salvador, también perecerá para siempre. ¿Cuál es el motivo porque no quieres ser salvo ahora mismo?

Preguntas

1 ¿Cuáles fueron las palabras de Jesús que indicaron a Judas como al traidor?

2 ¿Por cuánto dinero acordó entregar al Señor?

3 ¿Qué dijo Jesús en su oración en el huerto de Getsemaní?

4 Describan el encuentro de Jesús con sus adversarios.

5 ¿Cuál fue el fin de Judas?

 

30 Jesús ante Pilato

Estudio de parte del maestro: Mateo 27.1 al 31, Marcos 15.1 al 20, Lucas 23.1 al 25, Juan 18.28 al 40, 19.1 al 16.

Lectura con la clase: Mateo 27.1, 2, 11 al 31

Texto para aprender de memoria— los menores: Mateo 27.22 ¿Qué, pues, haré de Jesús, llamado el Cristo?

los mayores: Mateo 27.22

Introducción

Del huerto de Getsemaní, Jesús fue llevado ante Caifás, el sumo sacerdote de Israel. Este, junto con los líderes religiosos del pueblo, le acusaron de muchas cosas, las cuales no pudieron comprobar. Enojándose sobremanera cuando Jesús afirmó que era el Hijo de Dios, el pontífice rasgó sus vestimentas. Los circunstantes, tanto los siervos como los líderes, escupieron en el rostro del Señor, y cubriéndole la cabeza, le hirieron, burlándose de Él, y diciendo: “Profetiza, quién es el que te golpeó”. Todos condenaron al Señor, diciendo que tenía que morir, pero sabiendo que la ley romana les prohibía ajusticiar a los acusados, decidieron llevarlo a Pilato quien se hallaba en Jerusalén. Así que por la mañana todos estos malvados, llevando a Jesús atado, se presentaron ante aquel juez.

La confesión de Pilato

Ha llegado el día más crítico en la vida de Pilato, pues por delante tiene al único Salvador de los pecadores, y parece darse cuenta de que Jesús es diferente de todos los demás presos que han comparecido ante él. Lo que encendió la ira de los judíos fue la confesión de Jesús cuando afirmó que era el Hijo de Dios, pero saben que para Pilato esto no tendrá importancia. Así que, empleando astucia, le acusan de pretender ser rey, insinuando que es rival del César; lo que pone a Pilato en un gran dilema, pues no quiere que nadie le tache de infiel a su emperador.

Pregunta a Jesús acaso es el Rey de los judíos, a lo que el Señor responde afirmativamente, a la vez haciendo ver que su reino no es del mundo, sino que es un reino espiritual. El gobernador se convence de que no es alborotador. Además, viendo la sinceridad de Jesús que queda tan manifiesta ante la hipocresía de sus adversarios, Pilato declara por tres veces que no halla en Él ningún crimen.

El consejo de la mujer de Pilato

Los romanos y los griegos tenían la costumbre de poner en libertad a algunos presos en ciertos días festivos, y esta costumbre parece haber sido introducida en Palestina por los romanos. Seguramente a fin de complacer a la gente, el gobernador les concedía el privilegio de nombrar al preso cuya libertad deseaban. Pilato juzga haber llegado momento propicio para valerse de esta costumbre, y teniendo un preso famoso llamado Barrabás, les pregunta. ‘‘¿A quién queréis que os suelte: a Barrabás, o a Jesús llamado el Cristo?

Precisamente en este momento se produce una demora, pues un mensajero viene abriendo camino por el gentío, y al llegar donde el juez, le entrega un mensaje urgente de parte de su esposa, el cual dice: “No tengas nada que ver con ese justo; porque hoy he padecido muchas cosas en sueños por causa de Él”. En verdad Pilato desea de todo corazón no tener que ver con Jesús, pero no puede evitar de tomar su decisión.

La pregunta de Pilato

Durante esta breve pausa, los príncipes de los sacerdotes y los ancianos han circulado entre las gentes, incitándoles a pedir libertad para Barrabás y muerte para Jesús. Barrabás tiene muy malos antecedentes: es ladrón, alborotador y asesino. Por un momento hay silencio, entonces de nuevo el gobernador pregunta: “¿A cuál de los dos queréis que os suelte?” Como un solo hombre gritan: “A Barrabás”. Nuevamente hay un momento de silencio, seguido por la pregunta más solemne que un ser humano puede hacer, pues Pilato dice: “¿Qué, pues, haré de Jesús, llamado el Cristo?” Cual bestias enfurecidas, la gente suelta un grito ensordecedor: “¡Sea crucificado!”

En vano Pilato trata de calmar los espíritus exaltados de los judíos, porque mientras más procure averiguar el porqué de la condenación de Jesús, insistiendo que es inocente, más aumenta el desorden, dando la impresión que todos están completamente bajo el poder del diablo, aquel león rugiente cuyo deseo máximo es la destrucción del amado Hijo de Dios.

 

La decisión fatal de Pilato

En la conciencia de Pilato está sucediendo una terrible lucha, pues como nos relata Lucas, él quería soltar a Jesús, y conforme nos informa Marcos, quería satisfacer al pueblo. Al igual que muchas personas hoy, el gobernador deseaba ardientemente estar bien con todos, pero no puede. Acobardándose ante la insistencia de los impíos, toma agua y se lava las manos, diciendo: “Inocente soy yo de la sangre de este justo; allá vosotros”. Hecho esto, Pilato suelta a Barrabás y hace que Jesús sea azotado.

El azote romano consistía en un mango corto de madera al cual estaban unidos varios látigos, en los que muchas veces trenzaban pedazos de hueso o hierro a fin de conseguir que rasgara cuerpo. ¡Cuánto tiene que haber sentido el Señor aquel instrumento tortura, al cumplirse la profecía del Salmo 129 que decía: “Sobre mis espaldas araron los aradores; hicieron largos surcos!” Ahora Pilato entrega al Señor en manos de los soldados embrutecidos. Le llevan al patio del palacio, donde lo visten de una ropa de grana, y colocando en su cabeza una corona de espinas y en su mano una caña, hincan la rodilla delante de Él, burlándose y diciendo: “¡Salve, Rey de los judíos!” Luego, escupen en su cara santa y le hieren en la cabeza con la caña, causando sufrimientos indecibles al Salvador.

Aplicación

La pregunta de Pilato, ¿Qué, pues, haré de Jesús? es de alcance universal; es decir, tarde o temprano todo pecador necesita pensar en ella y contestarla, pues así como el Salvador compareció ante aquel juez, hoy se presenta ante todos a fin de que decidan o aceptarlo o rechazarlo. Los judíos lo rechazaron por envidia, Judas lo vendió por plata, y Pilato, debido a su cobardía, lo entregó a ser muerto. ¿Qué harás tú con Jesús? Tal vez con palabras no lo rechazarás, pero recuerda que si no lo aceptas como a tu Salvador personal, poniéndote de la parte de Él, lo estás rechazando, y perecerás en tus pecados.

Pilato pensó ganarse la amistad de los judíos y la del César, pero la historia relata que poco tiempo después de la muerte de Cristo, a causa de algunas quejas formuladas por los samaritanos, el emperador lo desterró y Pilato se suicidó (probablemente en Suiza).

Preguntas

1 Del huerto de Getsemaní, ¿a dónde llevaron a Jesús?

2 Estando ante Pilato, ¿de qué acusaron a Jesús?

3 ¿Cuál fue el consejo de la mujer de Pilato?

4 ¿Cómo se llamaba el preso famoso que pidieron los judíos? ¿qué había hecho él?

5 ¿Cuál fue la pregunta de Pilato? ¿qué hizo para disculpar su malvado acto?

31 La crucifixión

Estudio de parte del maestro: Mateo 27.32 al 61, Marcos 15.21 al 47, Lucas 23.26 al 56, Juan
19.17 al 42.

Lectura con la clase: Mateo 27.32 al 61

Texto para aprender de memoria— Isaías 53.5

Introducción

La procesión que se formó en el patio del palacio gubernativo sería encabezada por el centurión, quien estaba a cargo de la crucifixión. Ocuparía el segundo lugar el soldado que llevaba una tabla que debía se clavada en la cruz, y en la cual, conforme a la costumbre romana, figuraba la acusación del ajusticiado. Seguía Jesús con guardia de cuatro soldados, quienes llevaban el mazo y los clavos.

Al comenzar la marcha, Jesús llevaba su cruz, pero en el camino, entrando a la ciudad un hombre llamado Simón el Cirineo, lo prendieron y se la cargaron. Detrás del Señor andarían los dos ladrones, cada cual acoplado de sus guardas y el letrero que exponía la razón de su muerte. Luego vendrían los líderes religiosos; el sumo sacerdote; lo fariseos y escribas, todos deseosos de presenciar las agonías y muerte de Aquel que tan injustamente odiaban. Al salir por el portón del patio, muchos más se unirían a la procesión, entre los cuales se vería algunos que amaban profundamente a Jesús: María Magdalena, María la madre de Jesús, y Juan el amado discípulo.

La crucifixión

Al llegar al lugar denominado de la Calavera, comenzaron el horrendo trabajo de la ejecución. Ofrecieron a Jesús vinagre mezclado con lo que podía mitigar sus sufrimientos, pero Él rehusó tomarlo. Seguramente la cruz estaba botada en tierra cuando enclavaron las manos y los pies del Señor, y entonces levantándola, la dejarían caer en el hoyo que ya habían abierto para recibirla, causando al santo Hijo de Dios los terribles sufrimientos proféticamente descritos en el Salmo 22, donde leemos: “He sido derramado como aguas, y todos mis huesos se descoyuntaron”. Entonces los soldados pusieron sobre su cabeza su causa que decía: “Este es Jesús nazareno, el rey de los judíos”.

El desprecio de la gente

Los soldados dividieron entre sí las vestiduras del Señor, pues conforme a la ley era su privilegio hacerlo, y a fin de no romper la túnica, echaron suertes para ver de quién sería. ¡Qué triste cuadro es este, pues en la presencia ce su Creador y único Salvador, sólo demuestran crueldad! Los dos ladrones se burlan de Jesús, mientras los sacerdotes y el populacho le escarnecen, diciéndole que si desciende de la cruz, creerán en Él, agregando que, “a otros salvó; sálvese a sí mismo, si éste es el Cristo, el escogido de Dios”. (Lucas 23.35) ¡Pobre gente! no se dan cuenta de lo que están diciendo, pues es verdad que para poder salvar a otros, Jesús no puede salvarse a sí mismo. Daremos gracias a Dios eternamente porque Jesús no descendió de la cruz, pues de haberlo hecho, habríamos quedado sin ningún sacrificio por nuestros pecados, y por ende sin esperanza alguna.

La victoria de Jesús

Durante seis largas horas Jesús estuvo en aquella cruz. Después de tres horas, al mediodía, tinieblas descienden sobre la tierra, las cuales tienen que haber hecho honda impresión en las personas presentes, pues no sentimos ninguna voz en este período de tiempo, sino al final cuando del corazón del Salvador prorrumpen las palabras: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” Esta exclamación trae a nuestra memoria lo que Isaías profetizó del Salvador venidero, diciendo. “Varón de dolores, experimentado en quebranto; Él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros”.

Por fin, terminado el sufrimiento y rendida satisfacción a Dios por el pecado humano, Jesús exclama otra vez a gran voz, “Consumado es”, palabras que demuestran su victoria. Entonces dando cumplimiento a su profecía donde decía: “Yo pongo mi vida … nadie me la quita”, Jesús encomienda su espíritu a su Padre e inclina su cabeza. Al rendir Jesús su vida en esta forma, sucede un milagro dentro del templo en Jerusalén, pues el velo que separaba el lugar santo del lugar santísimo se rasgó en dos, de alto abajo, como si la misma mano de Dios se hubiese introducido en aquel lugar para demostrar que su Hijo acababa de abrir un camino nuevo hasta su presencia. La tierra tembló, las piedras se hendieron, y el centurión con sus soldados, conmovidos por lo que han presenciado y escuchado, exclaman: “Verdaderamente éste era Hijo de Dios”.

La sepultura

Si la crucifixión de Jesús fue cruel, no así su sepultura, pues un hombre rico llamado José de Arimatea vino, habiendo conseguido autorización de parte de Pilato para quitar de la cruz el cuerpo de su Señor. Junto con él apareció Nicodemo trayendo un compuesto de mirra y áloes, como cuarenta y cinco kilos, tesoro que se ocupó para embalsamar el cuerpo de Jesús conforme a la costumbre del pueblo judío. Así se cumplió la profecía que en Isaías 53 decía que aun cuando los impíos pensasen sepultarlo con los ladrones, su cuerpo sería puesto en la tumba de los ricos, pues envuelto en lienzos con las especias, lo depositaron en un sepulcro nuevo donde ningún hombre había sido puesto.

Aplicación

La muerte de Jesús fue una muerte de sacrificio. “Cristo murió por nuestros pecados”. Fue una muerte de sustitución. “Cristo murió por nosotros”. Fue una expiación completa por el pecado. “Consumado es”. Dios quedó satisfecho con la muerte de su Hijo, como demostró convincentemente al resucitarlo y ensalzarlo a su diestra. ¿Qué significa para ti el sacrificio de Jesús? ¿Acaso su amor y sus sufrimientos no constriñen a arrepentirte y entronizarlo como Rey en tu corazón?

Preguntas

1 ¿Qué decía la causa de la muerte de Jesús según la escribió Pilato?

2 ¿Qué decían los sacerdotes a Jesús mientras se burlaban de Él?

3 ¿Qué fue lo que Dios hizo al Salvador, estando éste en la cruz?

4 ¿Qué palabras expresan el triunfo de Jesús? ¿qué señales hubo una vez entregada su vida?

5 ¿Cuál fue la verdadera causa de la muerte del Señor?

 

32 La resurrección

Estudio de parte del maestro: Mateo 28.1 al 20, Marcos 16.1 al 16, Lucas 24.1 al 49, Juan 20.1 al 31.

Lectura con la clase: Juan 20.1 al 31

Texto para aprender de memoria— los menores: Juan 20.28.

los mayores: Juan 20.31

Introducción

En la lección anterior vimos que José de Arimatea y Nicodemo embalsamaron el cuerpo de Jesús. Para esto emplearon lienzos al estilo de las vendas anchas que se usan en los hospitales. A la medida que iban envolviendo el cuerpo en éstos, agregarían cuarenta y cinco kilos de mirra y áloes que Nicodemo había traído. Una vez puesto el cuerpo del Señor en la tumba nueva de José, los enemigos sellaron la grande piedra que tapaba la entrada, y pusieron una guardia de soldados a fin de evitar que alguno viniera a hurtarlo. Por un lado, los adversarios se regocijan grandemente, mientras por otro lado los discípulos están sumidos en gran tristeza.

El sepulcro vacío

María Magdalena, quien había permanecido cerca de la cruz hasta el final, fue una de las primeras personas que acudieron al sepulcro. Temprano por la mañana, el primer día de la semana, acompañada por María, la madre de Jacobo y Salomé, vino trayendo especial aromáticas, a fin de ungir al Señor. Mientras iban hacia la tumba, se preguntaban cómo quitarían la piedra, de manera que su sorpresa es grande al ver que ya ha sido quitada. Inme-diatamente María se apresura para avisar a Pedro y Juan de lo acaecido, diciendo conforme creía: “Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto”.

Sin demora, los dos discípulos corren al huerto, y Juan, que llega primero, mira adentro donde ve los lienzos; pero Pedro, siempre más impulsivo, penetra en el sepulcro. Juan lo sigue, y al examinar los lienzos que aún mantienen su forma original, aun cuando no contienen el cuerpo de Jesús, se convence que Él no ha sido hurtado. ¡Tiene que haber resucitado! ¡Para Juan es prueba convincente de la resurrección! Vio, y creyó. (v. 8)

Jesús se aparece a María Magdalena

Algo cansada por el viaje apresurado a la ciudad, y oprimida, pensando que el cuerpo de Jesús ha sido hurtado del sepulcro, María vuelve al huerto. Al llegar, ve “dos ángeles con vestiduras blancas que están sentados, el uno a la cabecera, y el otro a los pies, donde el cuerpo de Jesús había sido puesto”. Sin duda éstos lo guardaron de modo que era imposible que alguien se lo llevase; pero ahora les corresponde consolar a María, así que le dicen: “Mujer, ¿por qué lloras?”

Mientras tanto, el Señor se pone a espaldas de ella, y posiblemente María se fija en que los ángeles lo están mirando, pues se vuelve y ve a Jesús. No sabe que es Él, pero cuando el Señor dice, “María”, reconoce la voz de Buen Pastor, y le saluda diciendo, “Maestro”. En seguida, enviada para Jesús, va nuevamente a la ciudad donde gozosa, cuenta a los discípulos de la aparición y las palabras del Señor.

Jesús se aparece a los discípulos

Acompañemos a los discípulos en la reunión de aquel domingo, día de la resurrección. Aún no creen que Jesús ha resucitado, y temiendo que los judíos pueden perseguirlos y matarlos como ya hicieron con su Señor, se han juntado detrás de puertas cerradas. Perplejos, se preguntan acerca de las palabras de María y otras mujeres que afirman haber visto al Señor. Pedro también dice haberlo visto, y están ocupados en esta discusión cuando de repente llegan dos creyentes de la aldea de Emaús quienes, agitados por la rapidez del viaje y la emoción que ha invadido sus corazones, cuentan que Jesús anduvo con ellos, entró en su casa, y se dio a conocer a ellos.

Mientras relatan su historia conmovedora, Jesús mismo se pone en medio diciendo, “Paz a vosotros”, a continuación mostrándoles sus manos y sus pies. No sólo les trae paz a los suyos, sino también les encomienda la misión de ir a predicar el evangelio a toda criatura, y a fin de capacitarles para tan importante misión, promete enviarles al Espíritu Santo.

Tomás no estuvo presente en aquella reunión, y al oir hablar de la resurrección, decía que no podía creerlo a menos que viera las heridas del Salvador. Al domingo siguiente, estando reunidos nuevamente los discípulos, y Tomás con ellos, Jesús le concedió este privilegio; y al ver las marcas de los clavos y la de la lanza, sus dudas fueron disipadas, de modo que hondamente conmovido, Tomás exclamó: “¡Señor mío, y Dios mío!”

Aplicación

La resurrección de Jesús es el “amén” de Dios a la exclamación “Consumado es”. Quedando completamente satisfecho con el sacrificio de su Hijo, Dios le levantó de entre los muertos. Véase la importancia de este hecho en los argumentos del apóstol Pablo en 1 Corintios 15.14. Tomás se convenció al ver a Jesús, mas Este le dijo. “Bienaventurados los que no vieron, y creyeron”. Jesús ya no se manifiesta visiblemente a los seres humanos; sólo se da a conocer por su palabra como nos advierte Juan 20.31.

Preguntas

1 ¿Para qué fue María Magdalena al sepulcro?

2 ¿Qué sirvió para convencer a Pedro y a Juan que Jesús estaba vivo?

3 ¿Cuándo se dio cuenta María de que era Jesús?

4 ¿Qué fue lo que disipó las dudas de Tomás?

5 ¿Cuáles serían las consecuencias para nosotros si Jesús no hubiera resucitado?

33 La ascensión

Estudio de parte del maestro: Lucas 24.50 al 53, Hechos 1.1 al 11.

Lectura con la clase: Hechos 1.1 al 11

Texto para aprender de memoria— los menores: 1 Pedro 3.22, Quien habiendo subido al cielo está a la diestra de Dios.

los mayores: 1 Pedro 3.22

Introducción

Hace una semana estudiábamos sobre la resurrección del Señor Jesucristo, viendo que primero se apareció a María Magdalena, después Pedro, a los dos que iban camino a Emaús, y luego, en la noche, a sus discípulos que se hallaban reunidos en el aposento alto. En su primera epístola a los Corintios, el apóstol Pablo se refiere a otras apariciones de Jesús, diciendo que en una ocasión se manifestó a más de quinientos hermanos juntos, de los cuales la mayoría estaban vivos todavía. A este testimonio, Lucas añade lo siguiente en Hechos 1.3: “Se presentó vivo con muchas pruebas indubitables, apareciéndoles durante cuarenta días”.

La pregunta de los discípulos

Aunque nos extrañe, los discípulos todavía no han comprendido que Jesús necesita abandonar la tierra para volver al cielo. Siendo judíos y poseyendo los libros del Antiguo Testamento, saben que Él, ya que es el Mesías, debe reinar gloriosamente en medio de su pueblo Israel. Por este motivo, le preguntan. “Señor, ¿restaurarás el reino a Israel en este tiempo?” Esto lo hará el Señor después cuando venga otra vez.

Quedan muchísimas profecías por cumplirse, de las cuales las siguientes son una muestra: Isaías 2.1 al 4, 11.1 al 9, 32.1 al 4, 35.1 al 10. Sin embargo, debido a la incredulidad del pueblo israelita, Jesús está por separarse de ellos, y deja ordenado que durante su ausencia sus discípulos vayan por el mundo predicando el evangelio a toda criatura. Todo aquél, sea judío sea gentil, que acuda a Él, puede recibir perdón y vida eterna.

La misión encomendada a los discípulos

Encargando a los discípulos que no salgan de Jerusalén mientras no reciban la virtud del Espíritu Santo, Jesús les dice que después han ser sus testigos en Jerusalén, en toda Judea, y Samaria, y hasta lo último de la tierra. Todo esto es contrario a las esperanzas que han abrigado hasta este momento, de modo que debe causarles mucha extrañeza. Podemos imaginar los pensamientos que sin duda cruzarían por sus mentes: “¿Cómo vamos a predicar en Jerusalén cuando recientemente crucificaron a nuestro Señor allí, o en Samaria ya que la última vez que pasamos por su tierra no quisieron recibir a Jesús?” Además, “¿qué será esto que dice nuestro Maestro de ser sus testigos hasta los últimos confines de la tierra?” Pero en esto Jesús, alzando sus manos en bendición hacia ellos, es llevado al cielo.

La promesa es renovada

Los discípulos están acostumbrados a presenciar los milagros de Jesús; le han visto calmar los vientos y andar sobre las aguas, pero jamás vieron escena tan extraordinaria como la que ahora están presenciando. El Señor, con sus manos extendidas en actitud de bendición, sube de la tierra, y una nube le recibe, de modo que se pierde de vista. Con la respiración cortada, quedan mirando hacia el cielo, cuando de repente se dan cuenta de que dos varones en vestiduras blancas están a su lado, preguntándoles: “Varones galileos, ¿por qué estáis mirando al cielo?” Son dos ángeles, enviados por el Señor para consolar e instruir a sus amados. Hecha la pregunta, añaden: “Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo”. Es la misma promesa que Jesús hiciera a sus discípulos antes de ser entregado a morir, la cual ahora debe confortar sus corazones mientras vuelven sin Él para juntarse con sus hermanos y hermanas en el aposento alto en Jerusalén.

Aplicación

En su inmenso amor, el Señor Jesús ha hecho llegar el evangelio hasta nuestros corazones, aun cuando nos hallamos en los últimos confines de la tierra. El privilegio de saber del amor de Dios y la muerte de su amado Hijo es grande, de modo que recae sobre todo oyente una gran responsabilidad. Al enviar a sus discípulos, Jesús les dijo: “Predicad el evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado”.

¿Cuál es la condición de ustedes, niños? ¿Serán salvos por la fe en el Salvador, o serán condenados por su incredulidad? No olviden que Jesús viene otra vez, y tal como los ángeles dijeron, vendrá así como se fue. Quiere decir que vendrá personalmente por los suyos. Sólo los salvados lo vieron cuando subió al cielo; del mismo modo, sólo los salvados lo verán cuando descienda hasta las nubes en busca de ellos. Ustedes, si no se convierten a Jesús, ni lo verán, ni irán con Él, sino que se hallarán fuera de la puerta de salvación, pidiendo inútilmente que se la abra.

Preguntas

1 ¿Cuál era la esperanza de los discípulos de Jesús?

2 ¿Qué misión encomendó el Señor a ellos?

3 Describan la manera en que Jesús ascendió al cielo.

4 ¿Qué mensaje dieron los ángeles a los discípulos?

5 Cuando Jesús venga, ¿qué acontecerá a los creyentes?
¿qué sucederá a los no salvados?

Serie 3: Moisés

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34 El nacimiento de Moisés

Estudio de parte del maestro: Éxodo 1.1 al 22, 2.1 al 10.

Lectura con la clase: Éxodo 2.1 al 10

Texto para aprender de memoria— los menores: Hebreos 11.23, Por la fe Moisés, cuando nació, fue escondido por sus padres.

los mayores: Hebreos 11.23

Introducción

Como vimos en meses atrás, José se dio a conocer a sus hermanos y después les mandó a Canaán a buscar a su padre. Este apenas podía creer la buena noticia de que José aún vivía, pero cobrando ánimo cuando vio los carros y regalos que su hijo le había mandado, se levantó con toda su familia y ellos se trasladaron a Egipto. Una vez llegados, el mismo Faraón les concedió el privilegio de vivir en la mejor parte de su tierra, y así fue que Jacob vivió cerca de su amado hijo hasta que murió. Después de muchos años murió también José y todos sus hermanos.

El nuevo rey

Los descendientes de José y sus hermanos eran muchos, de tal manera que llegaron a formar una pequeña nación dentro de la nación de los egipcios. El faraón amigo de José también murió, y el que reinaba ahora no miraba favorablemente a estos súbditos suyos, porque pensaba dentro de sí: “Quizá un día este pueblo numeroso pueda juntarse con algún enemigo nuestro y pelear contra nosotros”.

La dura servidumbre

El rey manifiesta su temor a sus príncipes, y de común acuerdo deciden esclavizar a Israel. Ponen capataces sobre ellos, quienes les obligan a hacer adobes y ladrillos con los cuales edifican ciudades de almacenaje. A fin de impedir que los israelitas sigan aumentando, el rey manda a su pueblo que todo hijo varón que nazca a los israelitas debe ser muerto, pero que las hijas pueden vivir.

El nacimiento de Moisés

En estos días de peligro y sufrimiento nace un hijo en el hogar de un matrimonio hebreo. Los padres se alegran al ver a su hijito, y convencidos de que no deben obedecer al rey pagano, sino al Dios verdadero, le esconden en la casa por tres meses. Durante este tiempo viven llenos de ansiedad, pues piensan que de un momento a otro los siervos de Faraón se darán cuenta de la presencia del niño, ya que éste llora fuerte ahora.

Entonces es cuando la madre actúa de una manera que demuestra su fe en Dios. Prepara una arquilla de juncos y la calafatea cuidadosamente. Colocando a su hijo adentro, lo encomienda a Dios y lo deja en un carrizal a la orilla del río. A poca distancia, tal vez escondida entre los mismos carrizos, está María, quien es una niña de seis años.

Moisés hallado y protegido

Sucede que la hija de Faraón viene a bañarse en esta misma parte del río. Al ver la arquilla, manda a sus doncellas traérsela, la abre y ve al niño que está llorando. En este instante se acerca María, quien ha presenciado todo, y pregunta a la princesa: “¿Iré a llamarte una nodriza de las hebreas, para que te críe el niño?” Parece que la princesa tiene el corazón más blando que el de su padre, o será tal vez que las lágrimas del niño le despertaron sentimientos de compasión, porque ella contesta: “Ve”.

Luego aparece la madre misma, a la cual la princesa dice: “Lleva a este niño y críamelo, y yo te lo pagaré”. ¡Qué acontecimiento tan milagroso! El niño está de nuevo en casa de sus padres donde le cuidan con todo amor. Una vez crecido, lo llevaron al palacio, pues la hija de Faraón lo prohijó y le puso por nombre Moisés, que quiere decir sacado.

Aplicación

Lo que más nos llama la atención en la historia de hoy es la fe de los padres de Moisés, y cómo Dios les honró, protegiendo a su hijito. De la misma manera el Señor Jesús desea que cada uno de ustedes confíe en Él para que le salve y guarde. Él dice que el pecador que cree en Él no vendrá a condenación, Juan 5.24, y que nadie puede arrebatar al salvado de su mano, Juan 10.28. Al igual que Moisés llegó al palacio de Faraón, el creyente llegará al palacio celestial, la Casa del Padre.

Preguntas

1 ¿En qué país nació Moisés?

2 ¿Cuál era el mandamiento del rey tocante a los niños?

3 ¿Qué hizo la madre de Moisés?

4 ¿En qué sentido se parece Moisés a todo alumno de la clase?

5 ¿De qué nos habla la arquilla?

36 La decisión de Moisés

Estudio de parte del maestro: Hechos 7.22 al 29, Hebreos 11.24,25, Éxodo 2.11 al 22

Lectura con la clase: Éxodo 2.11 al 22

Texto para aprender de memoria— los menores: Marcos 8.36;

los mayores: Mateo 6.24

Introducción

Hoy vamos a hacer un viaje al lejano país de Egipto a fin de visitar el magnífico palacio del gran rey llamado Faraón. Allí vemos hermosos cuadros adornando las paredes y desde los maravillosos jardines nos llega el perfume de las flores. Mientras andamos por un amplio pasillo cuyo piso brilla como espejo, sale un niño de una pieza; al juzgar por su traje, parece ser hijo del rey, pues está ricamente vestido. Nuestro guía nos informa que este niño se llama Moisés y que es hijo de la hija de Faraón. No está en un colegio o escuela como los que nosotros tenemos, sino estudia solo con profesores reconocidos como sabios en Egipto. Puesto que ahora va a sus estudios, le seguiremos.

Moisés estudia; Hechos 7.22 al 29

¿Qué materias cursa? Bueno, él estudia la aritmética, historia, pintura, música y muchas cosas, porque Egipto era muy avanzado en todas las ramas del saber humano. Moisés tenía poco tiempo para jugar, ya que progresaba maravillosamente en los estudios. Cuando creció, entró en el servicio militar, aprendiendo a ser buen soldado en el gran ejército egipcio.

Moisés escoge; Hebreos 11.24 al 26

Durante el tiempo de sus estudios y el que pasó en el palacio, Moisés siempre oía de la importancia y grandeza de Egipto, pero nada en absoluto de los israelitas, pues eran unos esclavos menospreciados y maltratados por los egipcios. Sin embargo, Moisés jamás pudo olvidar lo que su madre le había dicho, es decir, que los israelitas eran el verdadero pueblo de Dios al que Él había prometido sacar de Egipto a fin de darles la preciosa tierra de Canaán.

Muchas veces Moisés, aun cuando estaba en las fiestas que celebraba el rey con los grandes de la nación, se encontraba pensando en aquellos pobres esclavos y en el hecho de que él no era egipcio sino israelita. Por fin un día salió del palacio para visitarlos y ver más de cerca cómo vivían. Faraón jamás habrá permitido a Moisés hacer semejante visita; sin embargo, éste lo hizo, no importándole el gran riesgo que corría.

Moisés huye

Mientras caminaba entre los esclavos Moisés vio a un egipcio que golpeaba a un israelita. Creyendo que nadie le veía, mató al egipcio y enteró su cuerpo en la arena. El día siguiente salió de nuevo, lleno de celo, creyendo que sus hermanos le recibirían cual libertador. Esta vez ve a dos israelitas que pelean y les reprende, a lo que el que maltrata al otro le contesta con desprecio, diciendo: “¿Quién te ha puesto por príncipe y juez sobre nosotros? ¿Piensas matarme como mataste al egipcio?”

Luego Moisés oye decir que Faraón quiere matarle porque ya sabe del incidente. Abandonando el palacio, huye al desierto de Madián.

Aplicación

Así como Dios tenía un pueblo en Egipto en los días de Moisés, hoy tiene un pueblo en el mundo que se compone de los salvados. No son ricos ni importantes, pero gozan del perdón de sus pecados y de la vida eterna. Al igual que los israelitas tenían la esperanza de poseer otra tierra mejor, hoy los salvados tienen la esperanza de morar en el cielo cuando venga Jesús. Moisés, mirando hacia el futuro, decidió dejar el palacio con sus fiestas y riquezas con el fin de sufrir con el pueblo de Dios. Todo alumno de esta clase debe escoger entre el mundo y Dios, entre el pecado y la salvación.

Acróstico

  1. entró al palacio
  2. enseñado en toda sabiduría
  3. escogió sufrir con el pueblo de Dios
  4. enojóse Faraón
  5. escondióse Moisés en el desierto

Preguntas

1 ¿Dónde y cómo pasó Moisés su juventud?

2 ¿Por qué tuvo que huir? ¿a dónde fue?

3 ¿Qué decisión tomó Moisés?

4 Los israelitas eran el pueblo de Dios en aquellos días. ¿quiénes lo son hoy?

5 ¿Cómo podemos llegar a ser del pueblo de Dios?

36 La misión de Moisés

Estudio de parte del maestro: Éxodo 3.1 al 22, 4.1 al 9.

Lectura con la clase: Éxodo 3.1 al 10

Texto para aprender de memoria— los menores: 1 Tesalonicenses 1.9 Os convertisteis de los ídolos a Dios.

los mayores: 1 Tesalonicenses 1.9

Introducción

El domingo pasado hicimos un viaje al palacio del rey de Egipto, donde nos encontramos con el joven príncipe, Moisés. Vimos que tuvo que huir de allí al desierto, a fin de librarse de la ira de Faraón. Hoy nos interesa ir al desierto, ya que muchos años han transcurrido, y deseamos ver qué es lo que Moisés hace.

Tal vez estará sentado en una roca, al pie de un cerro, rodeado por muchas ovejas. Lleva una vara, de manera que comprendemos que es pastor, cosa que él confirma diciéndonos que durante cuarenta años está cuidando las ovejas de Jetro, su suegro.

En seguida, mientras Moisés pasa por su rebaño, mirando por todos lados para ver acaso hay alguna fiera que pudiera arrebatar una oveja, de repente le salta a la vista una maravilla que le hace detenerse, lleno de admiración.

La zarza ardiente

Delante de él arde una zarza, pero no obstante ésta no se consume. ¡Qué cosa tan extraña! piensa Moisés; está ardiendo la zarza, pero no le pasa nada. Voy a ver esta maravilla, porque de veras yo encuentro en esto un hecho más maravilloso que todo lo que vio en Egipto. Sin embargo, antes que pueda acercarse, una voz de en medio de las llamas que le dice: “Moisés, Moisés”. Él queda muy sorprendido, pues no pensó encontrarse con Dios en aquel lugar, pero Este es quien le habla, diciendo a continuación: “No te acerques …” (Explique a la clase lo que Jehová dijo en los versículos 5 al 10).

La misión

Cuarenta años antes, Moisés se creía competente para intervenir a favor de los israelitas, pero ahora comprende su propia pequeñez. Oponiéndose a la orden de Jehová, contesta: “¿Quién soy yo, para que vaya a Faraón, y saque de Egipto a los hijos de Israel?” Aun cuando Jehová promete acompañarlo, Moisés no se convence, sino que dice que al llegar él donde los israelitas, éstos van a querer saber quién envió. Dios le responde, “Yo soy el que soy”, así dirás. “Yo soy me envió a vosotros”. Por tercera vez Moisés se opone a ser enviado, diciendo, “He aquí que ellos no me creerán, ni oirán mi voz porque dirán: No te ha aparecido Jehová”. Nos admiramos de la paciencia del Señor, pues en vez de enojarse con su siervo desobediente, le provee de tres señales, mediante las cuales debe convencer a los israelitas quien le ha enviado.

La señales

La vara que tienes en tu mano, “échala en tierra”, manda Jehová. Al hacerlo Moisés siente miedo, pues la vara se convierte en culebra, y él huye de delante de ella. La voz de Jehová le detiene, diciendo: “Extiende tu mano, y tómala por la cola”, lo que Moisés hace, quedando asombrado al ver que nuevamente se ha tornado vara en su mano. La culebra es figura del poder de Satanás, la serpiente antigua, a quien Moisés no tenía que temer, pues estando con él Jehová, aquel adversario sería vencido.

“Mete ahora tu mano en tu seno”, dice el Señor. Es fácil imaginar la sorpresa y aun repugnancia que sentiría Moisés al ver que su mano ha quedado leprosa, como la nieve. “Vuelve a meter tu mano en tu seno”, ordena Jehová”. Al obedecer Moisés esta orden, se alegra viendo que su mano ha sido restaurada a su condición normal. Esta también es una señal formidable, pues la lepra era hasta tiempos modernos una enfermedad incurable, de modo que sólo Dios tenía poder para limpiar al que padecía de ella. Es por este motivo que es una figura del pecado, pero Dios así nos enseñaría que tiene los medios para limpiar al inmundo pecador.

En tercer lugar, Jehová dice a Moisés que si los israelitas no creen a estas dos señales, que él deberá tomar de las aguas del río, pues al derramarlas en tierra, se volverán sangre. Esto primero sería una señal para Israel y después una plaga sobre los egipcios. Simbolizaba el juicio de Dios, pues indicaba el derramamiento de sangre, es decir, la muerte de los rebeldes.

Aplicación

En esta lección se destaca primero la santidad de Dios; segundo su inmenso amor hacia su pueblo; y en tercer lugar, su poder sobre todas las cosas. Todo alumno de la escuela dominical tiene que ver con este santo Dios. No obstante su amor para con todas sus criaturas, Él exige que éstas se reconozcan como pecadores y acepten a Jesús como Salvador personal. Entonces, limpios y sumisos, pueden servir a Dios, librando a las almas del poder de Satanás, al igual que Moisés que libró a los israelitas. Para todo alumno indiferente, aquella zarza que ardía sin ser consumida es una advertencia, porque nos hace ver cuál será la suerte de los inconversos que mueren en sus pecados, pues sufrirán eternamente en el fuego que nunca será apagado.

Preguntas

1 ¿Qué ocupación tuvo Moisés en el desierto?

2 ¿Qué maravilla vio allí? ¿quién le habló?

3 ¿Por qué no pudo Moisés acercarse a la zarza?

4 ¿Qué misión tenía Dios para él?

5 ¿Qué milagros hizo Dios para demostrar su poder?

37 Las plagas sobre Egipto

Estudio de parte del maestro: Éxodo, capítulos 5 al 10.

Lectura con la clase: Éxodo 5.1 al 19, 10.24 al 29

Texto para aprender de memoria— los menores: Job 33.14.

los mayores: Proverbios 29.1

Introducción

El rey de quien Moisés huyó ha muerto, pero otro igual o peor que él está reinando en su lugar, y los israelitas están orando a Dios para que los libre de su esclavitud. Moisés, habiendo sido enviado por Dios, como vimos el domingo pasado, llega con su hermano, Aarón, y habla con los israelitas, diciéndoles que Dios ha oído sus oraciones y los va a librar. Luego, Moisés y Aarón van al palacio de Faraón para exigirle, en nombre de Jehová, que deje ir a los israelitas a adorar a su Dios. Al oir esto, Faraón se enoja y piensa: “¿Qué derecho tienen unos esclavos a la libertad y a la adoración? ¿Por qué debo darles permiso para que adoren a un Dios que no conozco?” y dice a Moisés “¿Quién es Jehová? Yo no conozco a Jehová, ni tampoco dejaré ir a Israel”.

Moisés y Aarón insisten en que Faraón les conceda el permiso, y el rey, enfureciéndose en gran manera, envía una orden a los cuadrilleros, diciéndoles que hagan más duro el trabajo. Ahora dice Faraón, “No voy a proveer paja para los ladrillos, sino que los mismos esclavos tendrán que buscarla y hacer siempre tantos ladrillos como antes”. Así que el caso se había hecho peor, porque por supuesto los pobres israelitas no podían cumplir con las exigencias de su amo, y por lo tanto sufrían bofetadas y azotes.

Las plagas

Otra vez Jehová envía a Moisés y Aarón a la presencia de Faraón, esta vez para manifestar algo de su poder. Dirigido por Moisés, Aarón echa su vara en tierra, y ésta se torna culebra. En aquellos días había en Egipto muchos hombres que se llamaban hechiceros y encantadores, quienes por el poder de Satanás podían hacer las mismas cosas, pero en la ocasión a que nos referimos, el resultado fue que la vara de Aarón devoró las varas de ellos. Faraón endureció su corazón, y por lo tanto Dios envió la primera plaga.

  1. El agua convertida en sangre; 7.19 al 25. Unos ejemplos de lo que pasaría: las mujeres van a lavar la ropa, los niños a beber, los hombres a pescar, y otros van a buscar agua para regar sus huertos, y todos no encuentran nada más que sangre. En todo el país se ve a la gente haciendo pozos. En el río todos los peces mueren, y por todos lados sube el terrible olor de la muerte. No obstante Faraón no dio atención a esto.
  2. Las ranas; 8.1 al 15. Se hallan en las casas, en los dormitorios, en las cocinas, en los hornos, hasta en la mesa de las panificadoras. Otra vez Faraón endurece su corazón.
  3. Los piojos; 8.16 al 19. Los encantadores pudieron hacer los dos primeros milagros, pero en este caso les falta el poder de dar vida, y confiesan a Faraón, “Dedo de Dios es éste”.
  4. Las moscas; 8.20 al 32. Los israelitas no sufren nada de esta plaga, porque Dios no permite que las moscas vayan donde ellos. Además, por primera vez Faraón les dice que pueden ofrecer sacrificios a Dios, siempre que lo hagan en Egipto. Pero como los egipcios adoran el becerro (ternero) y este es el animal que los israelitas deben sacrificar, esto les es imposible.
  5. Las pestilencias en los animales; 9.1 al 7. Murió todo el ganado de Egipto, pero del ganado de los israelitas, no murió uno.
  6. Las úlceras; 9.8 al 12. Ahora sufrieron mucho los mismos hechiceros.
  7. El granizo y fuego; 9.17 al 35. Faraón fue avisado de antemano pero no hizo caso, y todo animal o bestia que estaba en el campo murió.
  8. Las langostas; 10.12 al 20. No quedó en el campo cosa verde, ni en árboles ni en hierbas. Por segunda vez Faraón dijo: “Yo he pecado”, pero nuevamente endureció su corazón y rehusó obedecer a Dios.
  9. Las tinieblas; 10.21 al 29. Fueron tan densas las tinieblas que los egipcios no tenían luz ni aun en sus casas, y no se movieron de sus lugares. En cambio los israelitas gozaban de luz en sus habitaciones.

Aplicación

Moisés y Aarón le advirtieron a Faraón.          Los encantadores le advirtieron a Faraón. (8.19) Sus siervos le advirtieron. (10.7) Dios le habló nueve veces por las plagas.

Primero Faraón endureció su corazón; después, Dios se lo endureció. Dios nos habla hoy por su palabra, por predicaciones, enfermedades, muertes, accidentes, etc. Las experiencias de Faraón nos muestran cuán solemne es que Dios nos hable. No lo hará siempre; por lo tanto, debemos tomar a pecho lo que Él nos dice y aceptar la salvación mientras tenemos la oportunidad.

 

 

Preguntas

1 ¿Cuántas plagas hubo en Egipto?

2 ¿Cuáles fueron algunas de las plagas?

3 ¿Hizo caso Faraón de las advertencias de las plagas?

4 ¿Cómo nos habla Dios hoy?

5 ¿Cuál será el fin de los que no se arrepienten?

38 La Pascua en Egipto

Estudio de parte del maestro: Éxodo 11 y 12.

Lectura con la clase: Éxodo 12.1 al 13 y 28 al 33

Texto para aprender de memoria— los menores: los mayores: Hebreos 9. 22 Sin derramamiento de sangre no se hace remisión.

los mayores: Hebreos 9.22

Introducción

En la lección anterior aprendimos como Dios dejó caer nueve plagas sobre Egipto para castigar a Faraón por su desobediencia, pero por fin leemos que Dios endureció su corazón. Ahora nos corresponde considerar la última plaga, mediante la cual Dios le habló de una manera muy solemne.

Imaginemos que estamos en el país de Egipto, en la parte llamada Gosén, donde viven los pobres israelitas. Lo primero que vemos es un grupito de niños hablando todos a la vez, como si estuvieran sumamente interesados en una cosa que se encuentra en su medio. “¿Qué será?” nos preguntamos, “vamos a ver”. Es un corderito muy lindo, con lana bien blanquita y sin ninguna mancha. “Sí”, está diciendo uno de los niños, “también nosotros tenemos uno igual que mi papá trajo anoche”. “¿Vamos a verlo?” “Vamos”, dicen todos, y se van corriendo.

Quedamos pensando: ¿Por qué habrá tantos corderos entre los israelitas? En la calle nos encontramos con un hombre a quien preguntamos al respecto.

Las instrucciones de Dios a Israel; 12.3 al 13

Nos cuenta lo siguiente. Dentro de pocos días, Dios va a librar a su pueblo, y ha mandado que cada padre de familia tome un cordero sano y que lo guarde por cuatro días hasta el catorce del mes. En la tarde de ese día, todos tenemos que inmolar nuestros corderos y tomar de la sangre con un manojo de hisopo (una plantilla muy común que crecía en todas partes), y ponerla en los dos postes y en el dintel de la puerta. Esa noche Dios enviará al heridor para que pase por la tierra de Egipto, y en toda casa donde no aparezca la sangre, el primogénito morirá. También Dios ha mandado que después de matar el cordero, lo asemos al fuego y lo comamos en las casas con la puerta cerrada, listos para partir de Egipto esa misma noche.

El heridor pasa por Egipto

Efectivamente, esto fue lo que pasó, pues llegada la tarde del día catorce, los israelitas degollaron los corderos, de modo que todos los postes y dinteles de las puertas quedaron manchados con sangre. Hecho esto, los padres y los niños entraron en sus casas, donde esperaron mientras las mujeres preparaban la comida. Jehová no sólo les proveía salvación, sino también una fiesta. Por fin todo está listo, de manera que cada hogar los israelitas se allegan a sus mesas, donde con alegría de corazón, participan del cordero asado con una salsa de hierbas amargas y panes sin levadura.

Está cercano el momento cuando el heridor debe matar a los primogénitos, pero los israelitas, habiendo obedecido a Jehová, saben que están seguros y no sienten ningún temor. ¡Cuán distinto es el caso de los egipcios incrédulos quienes no han hecho caso de las advertencias divinas! Apenas tocan las 12:00 de la noche, el heridor sale en su misión de muerte, y luego todo el país de Egipto resuena con los gritos de padres asustados cuyos hijos mayores yacen muertos en sus camas.

La salida de los israelitas

Despertando a la gravedad de la situación, Faraón manda llamar a Moisés y Aarón, a quienes ordena que se vayan de Egipto con toda prisa, juntamente con todos los israelitas y sus animales. También los egipcios, cargando de regalos al pueblo, les ruegan que se vayan, pues temen que en su defecto morirán bajo la ira de Jehová. Así es que al final de la lección de hoy, vemos a los millares de Israel saliendo de la tierra de su cautividad, cargados de toda clase de provisiones y riquezas.

Aplicación

Los israelitas representan a los pecadores hoy, esclavos sirviendo a un amo cruel, sin poder librarse. El cordero sin defecto es una representación de Jesús quien, sin pecado, fue muerto por nosotros. No fue suficiente matar el cordero, sino que en cada casa tuvieron que aplicar la sangre en el dintel y los postes de la puerta. Esto nos enseña que la salvación provista por la sangre de Jesús nos beneficia solamente cuando lo aceptamos a Él personalmente en nuestros corazones.

Preguntas

1 ¿Cuál fue la última plaga en Egipto?

2 ¿Qué tuvieron que hacer los israelitas para proteger al primogénito?

3 ¿Qué les faltaba en las casas de los egipcios donde murieron los primogénitos?

4 ¿De quién nos habla el cordero inmolado?

5 ¿Cómo podemos cobijarnos bajo la sangre como lo hicieron los israelitas?

 

39 El paso del Mar Rojo

Estudio de parte del maestro: Éxodo 13.17 al 22, 14.1 al 31.

Lectura con la clase: Éxodo 14.19 al 31

Texto para aprender de memoria— los menores: Romanos 5.6.

los mayores: Romanos 5.8

Introducción

El domingo pasado dejamos a los israelitas, ya librados por Dios de su esclavitud, saliendo de Egipto. No podían caminar muy ligero, porque eran aproximadamente dos millones de personas, muchos de los cuales eran niños, y además llevaban mucho ganado. Han empezado a caminar sí, pero no saben por dónde han de ir, mas es Dios quien les ha llamado, y ahora Él baja del cielo a guiarles. Va delante de ellos, de día en una columna de nube, y de noche en una columna de fuego para alumbrarles. Guiados de esta manera, caminan por tres días, hasta llegar a orillas del Mar Rojo, donde asientan campamento.

Faraón sigue a los israelitas; 14.5 al 9

Faraón había rogado a los israelitas que saliesen de Egipto, pero cuando se dio cuenta de que en verdad habían partido, dejándole sin esclavos, se arrepintió, pues ahora no tiene quien le edifique sus grandes ciudades. Llama a sus capitanes y sale en pos de ellos con todos sus carros y ejército para hacerles volver. Cual pobres ovejas que no pueden escapar del lobo, los israelitas se encuentran junto al Mar Rojo, rodeados de montañas por ambos lados y seguidos por Faraón, quien se apresura a alcanzarles.

La salvación de Israel; 14.10 al 22

Los israelitas miran hacia atrás, y rápidamente la noticia pasa de uno a otro, “¡Faraón viene con su gran ejército!” Al oir esto, temen en gran manera y empiezan a clamar a Dios, olvidándose por completo de todo lo que Él ya ha hecho. Dicen a Moisés. “¿Por qué nos has traído para acá? Mejor habría sido morir en Egipto”. Moisés ha puesto su confianza en Dios, de modo que les responde: “No temáis; Estad firmes, y ved la salvación que Jehová hará hoy con vosotros”.

Para proteger a su pueblo durante la noche, Dios se aparta y va en pos de ellos, poniéndose entre los israelitas y los egipcios, dando luz a su pueblo, pero tinieblas a sus enemigos. Moisés, dirigido por Dios, alza su vara sobre el mar y toda la noche sopla un recio viento oriental hasta que a la vista de los afligidos israelitas aparece un camino de tierra seca por en medio de las aguas. Alegres de haber encontrado camino de escape, ellos pasan por en medio del mar entre dos altas murallas formadas por las aguas divididas.

La destrucción de Faraón y su ejército; 14.23 al 31

Otra vez Faraón ve que Dios ha obrado en bien del pueblo, pero su corazón está tan endurecido que no hace caso, sino que atrevidamente les sigue hasta en medio del mar. Jehová, siempre solícito por los suyos, extiende su mano en contra de los egipcios, quitando las ruedas sus carros, de manera que chocan entre sí, causando alarma y confusión. Esto sirve para atrasar a los adversarios hasta que el último israelita llega sano y salvo a la otra ribera del mar. “Extiende tu vara sobre el mar”, dice Jehová a Moisés. Este obedece de inmediato, y junto con los millares de Israel, queda admirado al ver que las aguas se juntan con pasmosa rapidez, sepultando los carros, la caballería, y todo el ejército de Faraón.

Aplicación

Esta lección demuestra la impotencia del pecador para salvarse. Faraón es figura de Satanás, quien, deseoso de mantener en la esclavitud a los seres humanos, les persigue tenazmente. El Mar Rojo simboliza la muerte que espera a todo pecador, mientras que las montañas que se alzaban por ambos lados del camino, impidiendo la salida, demuestran que el único auxilio para el pecador tiene que venir de arriba.

Los israelitas, para poder salvar la vida, tuvieron que pasar por la muerte en figura, manifestando su fe en Dios quien les abrió el camino. De igual modo, nosotros necesitamos poner nuestra fe en Jesús, porque cuando aún éramos débiles, a su tiempo Él murió por los impíos, constituyéndose así en el camino de salvación.

Preguntas

1 ¿Dónde encontró Faraón a los israelitas?

2 ¿Cómo salvó Dios a su pueblo de la mano de éste?

3 ¿Cómo pereció Faraón y su ejército?

4 ¿En qué sentido son los israelitas una figura de nosotros pecadores?

5 ¿Cómo abrió Dios el camino al cielo para nosotros?

 

40 El maná

Estudio de parte del maestro: Éxodo 16.1 al 36.

Lectura con la clase: Éxodo 16.11 al 21

Texto para aprender de memoria— los menores: los mayores: Juan 6.35 Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre.

los mayores: Juan 6.35

Introducción

Habiendo llegado sin novedad a la otra orilla del mar, los israelitas miraron hacia atrás y vieron la destrucción de Faraón y sus huestes. Con corazones rebosando de gratitud, alzaron un cántico de alabanza a Jehová, agradeciéndole su grandiosa salvación. Ahora, con Dios guiándoles de día en la nube y de noche en la columna de fuego, se ponen en marcha a través del desierto hacia Canaán, la tierra prometida. El viaje presenta un tremendo problema pues hay más o menos dos millones de personas quienes tienen que comer todos los días y no existen almacenes, carnicerías, ni ningún lugar en el cual puedan conseguir alimentos. Tampoco están pasando por un campo donde crezcan frutos, sino por el árido desierto.

Pronto se acaban todas las provisiones, de modo que no tienen ni pan, pero sabemos que por el mandamiento y poder de Dios han salido de Egipto y seguramente no permitirá que perezcan de hambre en el desierto. “¿Cómo puede Dios proveer pan aquí”, dice la gente, “puesto que no hay sino arena por todos lados?” Olvidándose por completo de que son el pueblo del Dios Todopoderoso, empiezan a murmurar en contra de Él y de Moisés.

El plan de Dios

La necesidad del pueblo no es ninguna sorpresa para Dios quien tiene a su alcance todos los recursos, y de antemano sabía qué era lo que iba a hacer para alimentarles. Hablando con Moisés le revela su plan diciendo: “He aquí yo os haré llover pan del cielo; y el pueblo saldrá, y recogerá diariamente la porción de un día, para que yo lo pruebe si anda en mi ley, o no. Mas el sexto día prepararán para guardar el doble de lo que suelen recoger cada día”.

El maná

Temprano por la mañana, mientras el pueblo duerme, desciende silenciosamente el rocío sobre la faz del desierto, y luego sobre él cae el pan que Jehová envía del cielo. Se despiertan los israelitas, y al salir de sus carpas, ven aquella capa blanca y brillante, que cual helada, cubre la tierra. Conversando animadamente los unos con los otros dicen, maná, palabra que quiere decir, ¿qué es esto? Moisés responde: “Es el pan que Jehová os da para comer”.

Derramándose en derredor del campamento, los israelitas recogen el maná, una cosa menuda, blanca y redonda, y de sabor delicioso como de barquillos con miel. Lo llevan a sus carpas donde lo muelen en molinos o lo majan en morteros, y lo cuecen en calderas, o hacen de él tortas. (Números 11.8)

Las instrucciones de Dios

Cada mañana todo padre debía recoger para su familia según lo que a comer, pero Dios advirtió que no debían guardarlo de un día para otro. Si lo hacían, desobedeciendo el mandamiento de Dios, criaba gusanos y hedía. Tampoco debían recogerlo el día sábado, pues era de reposo, de manera que algunos rebeldes que salieron a buscarlo día no lo encontraron.

Aplicación

El maná es figura del Señor Jesucristo quien es el pan de vida que no solamente salva, sino también satisface. (1) Descendió del cielo, como lo hizo Jesús. (2) El color blanco expresa la pureza de Jesús quien, estando en el mundo, jamás fue contaminado por el pecado; Hebreos 7.26. (3) La forma —su redondez— tipifica la perfección de Jesús. En Él no había ninguna desigualdad. (4) El tamaño: una cosa menuda. Tal era Jesús a los ojos de los hombres, como nos cuenta el profeta Isaías 53.3.

Había suficiente para todos, pero cada uno tenía que recoger su por sí, como ahora tiene que recibir cada pecador al Señor Jesús. Teniendo el maná, no les faltaba nada, pero sin Él habrían muerto en el terrible desierto. (Juan 3.36)

Preguntas

1 ¿Cuál fue la gran necesidad que tuvieron los israelitas
al poco tiempo de haber salido de Egipto?

2 ¿Cómo proveyó Dios el pan?

3 ¿Quién puede describir el maná?

4 ¿En qué sentido es el maná una figura de Jesús?

5 Según el texto de hoy, ¿qué promete Jesús a los que vienen a Él?

41 Agua de la peña

Estudio de parte del maestro: Éxodo 17.1 al 7

Lectura con la clase: Éxodo 17.1 al 7

Texto para aprender de memoria— los menores: Juan 7.37, Si alguno tiene sed, venga a mí y beba.

los mayores: Juan 7.37

Introducción

Todos se acordarán de cómo Dios envió pan del cielo a su pueblo. Esto aconteció no una sola vez, ni por una semana, sino durante cuarenta años, hasta que llegaron a la tierra de Canaán. Ahora, sigamos con los israelitas en su viaje, pues la nube se ha levantado y se ha dado la orden de ponerse en marcha. Desarman sus carpitas, y tomando sus bultos, todos empiezan a caminar en pos de la nube, por medio de la cual Dios les guía.

Después de algunas horas de viaje, la nube se para en un lugar llamado Refidim, y nueva-mente los israelitas arman sus carpas y asientan el campamento. Todos están contentos hasta que comienzan a buscar agua para saciar la sed que sienten por causa de la fatiga del viaje y el calor. Entonces se dan cuenta, con desesperación, que no hay agua en ninguna parte.

La murmuración de los israelitas

En verdad, su condición es gravísima, pero veamos qué es lo que hacen. ¿Acaso, acordándose de toda la bondad de Dios, se dirigen con fe a Él, para rogarle que supla su necesidad? Esto habría sido lo más lógico, pero no lo hacen. Enojándose sobremanera, van a Moisés, a quien retan con palabras duras, diciéndole que él tiene la culpa de haberles traído de Egipto para matarles de sed en el desierto. En vano Moisés razona con ellos, pues amenazan con apedrearle, y algunos de los más soberbios ya tienen piedras en sus manos.

Jehová responde a la oración de Moisés

Nos maravillamos de Moisés quien frente al peligro recurre a Jehová con la sencilla pregunta: “¿Qué haré con este pueblo? De aquí a un poco me apedrearán”. La respuesta del Señor nos causa aun más admiración, pues con infinita paciencia perdona al pueblo rebelde. Dirigiendo a su siervo hacia una peña, promete suplir allí el agua que tanta falta hace. Nos imaginamos ver la sorpresa que se deja reflejar en los rostros de todos los circunstantes cuando Moisés, tomando su vara, y acompañado por los ancianos de Israel, dirige sus pasos hacia la peña.

Sale agua de la peña

Es un momento conmovedor en el campamento de Israel, pues por un lado vemos a los rebeldes y por otro a Moisés, mientras que, invisible a nuestra vista, Jehová mismo está sobre la peña. Obedeciendo a la voz de Dios, Moisés levanta su mano con la vara, y azota con fuerza la peña. Inmediatamente brotan aguas en abundancia, de modo que todos los israelitas con sus niños y bestias apagan su sea, sin que disminuyan las aguas.

Aplicación

La sed de los israelitas tipifica el deseo que siente todo ser humano de ser feliz. La peña herida nos presenta un cuadro de Jesús herido por nuestras rebeliones en la cruz. Como Moisés hirió la peña con su vara, así Dios azotó a Jesús con la vara de la ira divina, mientras llevaba nuestros pecados en su cuerpo santo. El agua simboliza la satisfacción y el gozo que disfruta el creyente en Jesús.

Acróstico

  1. xxxxx
  2. x x
  3. x x EBELDES
  4. xxxxx
  5. x x OCA
  6. x x
  7. x x IO
  8. x x

Preguntas

1 ¿Qué buscaron los israelitas en Refidim sin encontrarlo?

2 ¿Qué amenazaron hacer a Moisés?

3 ¿Cómo consiguió Moisés el agua?

4 ¿Cuáles eran las tres palabras que empezaban con la letra R?

5 ¿De qué nos habla el agua? ¿quién la ofrece?

42 La batalla con Amalec

Estudio de parte del maestro: Éxodo 17.8 al 16.

Lectura con la clase: Éxodo 17.8 al 16

Texto para aprender de memoria— los menores: Hebreos 7.25, Jesús puede salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios.

los mayores: Hebreos 7.25

Introducción

Cuando Dios provee para las necesidades de sus criaturas, siempre lo hace a manos llenas. Así sucedió con el agua que salió de la peña, pues todos bebieron cuanto quisieron, y aun sobró. Refrescados, empiezan otra jornada de su viaje a la tierra de Canaán, donde les espera paz y descanso. Muchos están pensando, ‘‘Faraón y todo su ejército ya están muertos; Dios nos guía y provee para todas nuestras necesidades; así que lo único que nos toca hacer es seguir marchando, y luego llegaremos a la tierra que fluye leche y miel”. No se dan cuenta de que pueden haber enemigos mirándoles desde los cerros cercanos. Sin embargo así es, y ahora presenciaremos su primer encuentro con ellos.

El enemigo ataca

Si pudiéramos mirar detrás de los cerros de Refidim, veríamos que muchos guerreros están escondidos allí, esperando el momento oportuno para dejarse caer sobre los israelitas a fin de matar y despojarles. Dejan pasar la mayor parte del pueblo, porque su intención no es pelear con los fuertes, sino con los últimos que son flacos y andan cansados. De repente se da la señal y los feroces guerreros descienden sobre los indefensos israelitas.

Amalec

¿Quién es este enemigo que se llama Amalec, y por qué demuestra tanta enemistad contra los israelitas? Por Génesis 36.12, sabemos que Amalec, el padre de la nación, fue nieto de Esaú, el hermano de Jacob (o Israel, el padre de los israelitas). Esa dejó al Dios de su padre, y vemos las consecuencias en sus descendientes, pues siempre se oponían al pueblo de Jehová.

La batalla

Las noticias del ataque llegan a oídos de Moisés, quien, llamando a ayudante, Josué, le ordena que escoja hombres valientes y que salga para pelear contra Amalec. Por la mañana Josué sale con sus soldados, mientras que Moisés, acompañado por su hermano, Aarón, y otro hombre llamado Hur, sube hasta la cumbre de un collado. Comprendemos por la actitud de Moisés que está orando, pues se ha parado con las manos alzadas hacia el cielo.

Despegando la vista de él, miraremos hacia la batalla, alegrándonos al ver que Josué y los suyos están venciendo a sus adversarios. Pero mientras contemplamos la escena, súbitamente se realiza un cambio, pues Amalec, cobrando nueva valentía, vuelve sobre los israelitas, de modo que éstos huyen aterrados. ¿Qué es lo que ha pasado? Una mirada hacia la cumbre del collado nos explica todo. Es que Moisés se cansó de tal manera que ha debido bajar sus manos.

¿Acaso por este motivo tendrá que ser vencido Israel? De ninguna manera, pues Aarón y Hur, allegando una piedra grande, le hacen sentarse en ella. Entonces cada uno se encarga de sostenerle una mano, de modo que leemos, “Hubo en sus manos firmeza hasta que se puso el sol, y Josué deshizo a Amalec y a su pueblo a filo de espada”.

Aplicación

Hemos aprendido que el cordero inmolado en Egipto tipificaba la muerte de Jesús. En el maná y el agua de la peña, hemos visto a Jesús como a aquel que alimenta nuestras almas y nos satisface. Ahora en Moisés intercediendo sobre el collado, tenemos un cuadro de Jesús. Resucitado y sentado a la diestra de su Padre, Él intercede en todo momento por los suyos, de modo que leemos que “seremos salvos por su vida”. Antes que Jesús subiera al cielo, dijo, “Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra”, y al que confía en Él, Jesús promete que le dará vida eterna y que nadie le arrebatará de su mano.

Preguntas

1 ¿Cómo se llamaba el primer enemigo que atacó a Israel en el desierto?

2 ¿Quién era el capitán de los israelitas en la batalla?

3 ¿Dónde estuvo Moisés durante la batalla?

4 ¿Cómo resultó la batalla?

5 ¿A quién tipificaba Moisés en su obra de intercesión en el collado?

43 La ley

Estudio de parte del maestro: Éxodo 19 y 20

Lectura con la clase: Éxodo 20.1 al 21

Texto para aprender de memoria— los menores: Romanos 3.20, Por las obras de la ley ningún ser humano ser justificado.

los mayores: Romanos 3.20

Introducción

En nuestra última lección presenciamos la primera batalla de los israelitas cuando vencieron a Amalec. Continuando el viaje, llegaron luego al desierto de Sinaí donde acamparon delante del monte del mismo nombre.

La preparación para recibir la ley; 19.7 al 25

Es en este lugar donde Dios habla al pueblo por medio de Moisés, diciéndoles que si den oído a su voz y guardan su pacto, Él les bendecirá grandemente. Todo el pueblo responde diciendo, “Todo lo que Jehová ha dicho haremos”. Entonces Jehová dice a Moisés que al tercer día descenderá en una nube espesa a fin de hablar con él a oídos del pueblo. Este anuncio pone en actividad al campamento, pues todos lavan su ropa y se preparan para el descenso de Jehová. Juntando sus animales, los atan para que no vayan al monte, porque Dios ha dicho que cualquier persona o animal que lo toque, morirá.

Llegado el tercer día, Moisés conduce a los israelitas hasta el pie del monte donde han de recibir a Dios. ¡Cuán cambiado está el monte! Ayer todo estaba tranquilo, pero hoy hay una espesa nube sobre la cumbre, y el pueblo, asustado, ve los relámpagos y tiembla ante los fuertes truenos. Sube humo del monte y se estremece en gran manera, pues Jehová ha descendido sobre él. Todo el pueblo, aterrado, mantiene silencio, pero Moisés habla con Dios y le contesta en voz audible diciéndole que suba. Moisés lo hace, y Dios le envía otra vez al pueblo a mandarles que no se acerquen al monte para que no mueran.

Los diez mandamientos; 20.1 al 17

Nunca en la historia del mundo ha tenido un pueblo el privilegio que ahora tiene Israel, pues oyen desde los labios de Dios sus requisitos, los que ellos ya se han comprometido a cumplir. Dios pronuncia los diez mandamientos; 20.1 al 17. Es de notar que las otras naciones tenían muchos dioses falsos y muchas imágenes, lo cual Dios condena en los dos primeros mandamientos, demandando que su pueblo dirija su adoración únicamente a Él. Vemos que los cuatro primeros mandamientos tienen que ver con Dios y los que siguen con nuestros semejantes.

Oyendo estas palabras y presenciando los acontecimientos sobrenaturales, los israelitas huyen espantados y dicen a Moisés, “Habla tú a nosotros, mas no hable Dios con nosotros para que no muramos”. El pueblo se pone lejos y Moisés se allega solo a la oscuridad donde a Dios para recibir de él más instrucciones y los mandamientos en forma escrita.

Aplicación

Se desprende dos asuntos de suma importancia de esta lección. El primero es la santidad de Dios. La vemos en las repetidas instrucciones y advertencias al pueblo de no acercarse al monte. También el fuego, humo, espesa nube y temblores que sacudían el monte, manifes-taban el santo carácter de Jehová. En segundo lugar, la ley demuestra lo que el hombre debe ser para Dios y hacia sus semejantes.

Puesto que ya sabemos que todos fracasamos miserablemente en estos deberes, nos preguntamos qué fue el propósito de Dios en dar su santa ley a los israelitas. Ciertamente sabía que no podrían cumplirla. En Romanos 3.19,20, se nos dice que fue para hacer callar al hombre presuntuoso, quien como Israel (Éxodo 19.8) piensa poder cumplir los requisitos divinos.

Preguntas

1 ¿Cómo se llama el monte desde el cual Dios habló a los israelitas?

2 ¿Cómo se veía el monte el día en que Dios habló?

3 ¿Quién sabría decirnos algunos de los mandamientos?

4 ¿Por qué prohibió Dios que los israelitas se acercaran al monte?

5 Según el Nuevo Testamento, ¿para qué dio Jehová su santa ley a Israel?

44 El becerro de oro

Estudio de parte del maestro: Éxodo 31.18, 32.1 al 35

Lectura con la clase: Éxodo 31.18, 32.1 al 24

Texto para aprender de memoria— los menores: Romanos 3.12 Todos se desviaron, a uno se hicieron inútiles.       los mayores: Santiago 2.10

Introducción

La última vez que vimos a Moisés, iba subiendo a la presencia de Dios a fin de recibir la ley, porque el pueblo, asustado por las grandes señales, se había apartado del pie del monte. Han pasado muchos días, y repetidas veces los israelitas han mirado hacia la cumbre del Sinaí, esperando que Moisés vuelva a ellos. Ya que esto no sucede, empiezan a murmurar, diciendo unos, “¿Dónde estará este Moisés?” y otros, “¿Por qué no vuelve?” Es que se han acostum-brado a tener a Moisés en su medio como guía y director, y ahora se sienten muy solos en este terrible desierto.

Por fin van a Aarón y le dicen, “Levántate, haznos dioses, que vayan delante de nosotros; porque a este Moisés, el varón que nos sacó de la tierra de Egipto, no sabemos qué le haya acontecido”.

El becerro de oro

Sin recordarles que Moisés está recibiendo de Jehová la ley, ni advertirles de las graves consecuencias que su desobediencia puede traer, Aarón cumple con la petición de los israelitas. Les dice que le traigan los zarcillos de oro que tienen, y de este material Aarón hace un becerro de fundición. Luego oímos palabras extrañas, pues los israelitas, mirando al becerro de oro dicen, “Israel, estos son tus dioses que te sacaron de la tierra de Egipto”. Luego Aarón edificó un altar delante del becerro y hace pregonar que al día siguiente habrá fiesta a Jehová.

Sabemos que Él no les pidió esta fiesta, ni les instruyó cómo debían celebrarla. Sin duda en lo que hacen están imitando a los egipcios en cuyo medio vivían por tantos años. Muy temprano en la mañana, se levantan y ofrecen sus sacrificios delante del becerro. Acabado esto, empiezan a alegrarse con una gran fiesta, y pasan el día comiendo y bebiendo.

La vuelta de Moisés

La fiesta idolátrica en el campamento ha pasado desapercibida para Moisés, pero no así para los ojos penetrantes de Jehová. Dirigiéndose a Moisés, le dice que descienda del monte, porque los israelitas han cometido el grave pecado de hacerse un becerro de fundición al cual han adorado. Moisés ruega al Señor que Él tenga misericordia del pueblo pecador, y tomando en sus manos las dos tablas de la ley, desciende aprisa. Luego se junta con Josué, y acercándose los dos al campamento sienten un gran clamor de gente que se regocija. Dan unos pasos más, y a plena vista yace el campamento con el becerro de oro y la gente que danza.

Es algo que Moisés no puede soportar, pues ve que todos ya han quebrantado la santa ley que él lleva en sus manos, de manera que, enojándose sobremanera, arroja las tablas en tierra, quebrándolas. ¡Cuán grande sería el susto de la gente al ver nuevamente a su jefe! Este no pierde ni un momento, sino que tomando el ídolo, lo reduce a polvo, lo esparce sobre las aguas y obliga a los israelitas a beberlo.

El pueblo es castigado

Destruido el ídolo, Moisés se puso a la puerta del campamento y clamó: “¿Quién está por Jehová? Júntese conmigo”. De inmediato se le reunieron todos los hombres de la tribu de Leví, quienes aparentemente se habían despertado a la gravedad de su pecado; de manera que, arrepentidos, deseaban humillarse y servir de corazón a Jehová. Dirigiéndose a ellos, Moisés dice: “Así dice Jehová, el Dios de Israel. Poned cada uno su espada sobre su muslo; pasad y volved de puerta a puerta por el campamento, y matad, cada uno a su hermano, a su amigo, y a su pariente”. Tiene que haber sido muy difícil cumplir con la sentencia de Jehová, pero Este en su santidad no pudo pasar por alto el pecado de los israelitas. Así que, tomando por instrumentos a aquellos valientes levitas, dio muerte a como tres mil personas.

Aplicación

El pueblo, lleno de confianza en sí mismo, dijo que guardaría todos los mandamientos de Jehová, y luego quebrantó la primera y más importante parte de la ley, aun antes que Jehová les entregase las tablas de piedra. Siendo pecadores por naturaleza como lo somos nosotros, no podían cumplir con la ley divina. La acción de Moisés cuando quebró las tablas les mostró lo que ellos ya habían hecho en realidad con los requisitos de Jehová.

Muchos opinan que no han quebrantado toda la ley, y por lo tanto tienen una buena cantidad de méritos, no reconociendo que la ley es una sola, aun cuando se compone de diez manda-mientos. Por lo tanto, aun si el pecador pudiera cumplir con nueve los diez mandamientos, la ley no podría menos que sentenciarle a muerte. (Romanos 6.23, Santiago 2.10)

Preguntas

1 ¿Qué pidieron los israelitas que les hiciera Aarón?

2 Una vez que Aarón había formado el becerro de oro, ¿qué hicieron con ese ídolo?

3 Por la adoración que ofrecieron al becerro de oro, ¿qué mandamiento quebrantaron?

4 ¿Cuáles fueron las consecuencias de su desobediencia?

5 ¿Cuántos pecados es necesario cometer para encontrarse culpable
de haber quebrantado la ley de Dios? ¿Cuál es la pena?

45 El siervo hebreo

Estudio de parte del maestro: Éxodo 21.1 al 6

Lectura con la clase: Éxodo 21.1 al 6

Texto para aprender de memoria— Marcos 10.45

Introducción

Hemos leído algunas instrucciones que Dios dio a Moisés tocante a los siervos hebreos. Se trata de personas que, habiéndose empobrecido de tal manera que no podían cancelar sus deudas, debían venderse a otro israelita para servirle sin recibir ningún sueldo. Por lo general, después de servir por unos años y cancelar su deuda, saldrían libres, pero hoy hablaremos de un caso especial como la Palabra nos cuenta.

El siervo

Supongamos el caso de un joven a quien llamaremos Eleazar. Sus padres recientemente han muerto, dejándole solo en Israel, pues no tiene ni hermano ni otro pariente cercano. Luego gasta lo poco que sus padres le dejaron, y se encuentra destituido y necesitado de que alguien le ayude. Nadie le da, pero por fin un hombre rico concierta en prestarle una suma de dinero con tal que se lo devuelva dentro de un plazo determinado. Las semanas pasan con rapidez, pero el pobre joven no encuentra trabajo, y por lo tanto, no puede liquidar la deuda.

“Bueno”, dice el caballero, “¿qué haremos, Eleazar? La situación tuya es apremiante. Se me ocurre que la única solución es que tú ingreses al servicio en mi casa, conforme a nuestra ley”. “Muy bien, señor”, responde Eleazar, y los dos se ponen de acuerdo de que el joven servirá a su nuevo amo por seis años, recibiendo de él su ropa y comida, pero ningún salario. Al final del sexto año será libre, y podrá salir a ganar la vida nuevamente.

Eleazar es un buen joven y sirve fielmente a su amo, quien después de un tiempo, le recompensa, pues le permite casarse con una sierva que también está ocupada en la casa. El amo es un hombre bondadoso, y les trata con cariño, así que la vida es muy feliz. Más contentos están cuando un día les nace un hijo, y algún tiempo después cuando llega el segundo, los padres se sienten verdaderamente bendecidos de Jehová. Por fin llega el sexto año, al final del cual Eleazar estará libre de su obligación para con su amo.

El siervo elige

Le miramos mientras hace su trabajo, y notamos que desde hace algunos días parece muy preocupado. En su aspecto serio se reflejan los solemnes pensamientos que cruzan por su mente, lo que no deja de extrañarnos, pues se acerca el feliz día de su liberación. Todos estos años no ha tenido ninguna posesión propia, pues hasta su ropa es del amo, pero cuando salga libre, podrá hacer lo que quiera e ir por donde más le guste. Todo ha sido bueno aquí, y ha tenido un buen amo; sin embargo Eleazar no ha tenido voluntad propia, y en todo momento ha estado bajo la autoridad de otros.

Lo que le entristece es que si él sale libre, tendrá que dejar a su esposa e hijos, pues a ellos no se les dará la libertad, siendo la madre una sierva para siempre. Si él permanece con su familia, esto significará que será el siervo del amo toda la vida, sobre su persona llevará las marcas de su ocupación.

Pero sigámosle ahora, pues ha tomado una determinación, y se presenta ante su señor. Habla y dice, “Yo amo a mi señor, a mi mujer y a mis hijos. No saldré libre”. Esto lo confirma ante los jueces de su pueblo y en seguida el amo, conforme a la ley, le hace llegar a la puerta donde le horadada la oreja con una lesna, lo que en adelante le señalará como siervo.

Aplicación

Esta alegoría del Antiguo Testamento nos sirve como figura de Jesús; cual siervo, Él vino a servir y dar su vida en rescate por muchos. El siervo de quien hablábamos podría haber salido libre, y de la misma manera Jesús podría haber vuelto al cielo sin sufrir, pero por amor hacia su Padre y hacia nosotros sufrió las agonías de la cruz. Como el siervo llevaba la marca de la lesna en su oreja, así Jesús llevará para siempre la marca de los clavos en sus manos y pies, y de la herida en su costado.

Preguntas

1 ¿Por qué se vendía un israelita a otro para servirle sin sueldo?

2 ¿Por cuántos años le servía?

3 Cuente la historia del joven siervo de quien acabamos de hablar.

4 ¿A quién tipifica el siervo?

5 ¿Cuáles eran las marcas que el siervo llevaba en su cuerpo?
¿Cómo nos habla esto de Jesús?

46 El tabernáculo

Estudio de parte del maestro según indican los párrafos de la lección.

Lectura con la clase: Éxodo 25.1 al 9, 40.17 al 38

Texto para aprender de memoria— los menores: 2 Corintios 6.16, Dios dijo: Habitaré y andaré entre ellos, y seré su Dios.    los mayores: 2 Corintios 6.16

Introducción; 25.1 al 9, 35.4 al 10, 35.20 al 29

Durante los primeros meses del viaje de los israelitas a través del desierto, Dios les guiaba por la nube y la columna de fuego, pero ahora Él desea morar más íntimamente entre su pueblo. Por lo tanto, estando Moisés en el monte, Dios le entrega los planos de un hermoso tabernáculo que los israelitas deberán construir para Él. Dios no deja nada a la imaginación de su pueblo, sino que indica a Moisés cómo han de hacerlo, hasta en los más pequeños detalles, advirtiéndole repetidas veces que haga todo conforme le fue mostrado en el monte.

Moisés desciende de allí y pone en conocimiento de todos estas instrucciones, de manera que en los días siguientes notamos un gran movimiento en el campamento. Es que todos le están trayendo sus ofrendas. Allí vemos que viene un hombre con su ofrenda de oro y más allá otro con su siervo trayendo bronce. Luego aparece un grupo de mujeres, algunas de las cuales traen pelos de cabras para las cortinas, y otras, espejos de metal para la fuente. Hay quienes traen madera de acacia para los muebles y las varas, juntándose de este modo todo lo necesario para la construcción del tabernáculo.

 

 

La construcción del tabernáculo; 35.30 al 35

Hay algunos hombres a quienes Dios ha dotado de sabiduría e inteligencia para que hagan toda labor, ya sea de madera, de género (otros materiales), o de piedra preciosa, y puesto que bajo su dirección se han dedicado muchos israelitas a esta obra, el trabajo progresa rápidamente. Esta casa para Jehová no se compondrá de piedras ni adobes, sino más bien es una carpa desarmable, de un esqueleto de tablas y barras cubiertas de varias cortinas grandes de distintos colores. Todo tiene que hacerse con exactitud, conforme al plano divino, y se ocupan varios meses de continuo trabajo.

Los muebles; 25.10 al 40, 27.1 al 8, 30.1 al 10

Al igual que en nuestros hogares, en la casa de Jehová también había muebles, sólo que éstos no eran para la comodidad física, sino que tenían un significado espiritual para Dios y su pueblo. Una cortina, ricamente bordada, dividía la tienda en dos partes: el lugar santo, y el lugar santísimo. En este último pusieron un cajón de madera llamado el arca del pacto, el cual estaba cubierto de oro por dentro y por fuera. En los dos extremos de la tapa, o propiciatorio como se le llamaba, que también era de oro fino, había querubines que la cubrían con sus alas. El arca era en aquel entonces el trono terrenal de Jehová donde moraba como Rey en medio de su pueblo. Esta pieza, por así llamarla, se llamaba el lugar santísimo. Una sola vez al año se acercaba el sumo sacerdote al arca, cuando venía con la sangre de la expiación para rociarla en el propiciatorio y ante el arca.

Pasemos ahora a mirar los muebles en la primera pieza, llamada el lugar santo. Aquí aparece primero una mesa sobre la cual colocaban los panes que representaban a las doce tribus de Israel. También vemos un candelero que tiene siete lamparillas. Este permanecía encendido constantemente, pues en la presencia de Dios no hay oscuridad. El otro mueble es un altar de madera cubierto de oro, sobre el cual ofrecían incienso día tras día, el que simbolizaba la adoración del pueblo que subía hacia Dios.

El tabernáculo erigido; 39.42 al 43, 40.17 al 38

Han trabajado por muchos meses y ahora ha llegado el día cuando todo está terminado. Moisés examina toda la obra, y encontrando que la han hecho como Jehová había mandado, les bendice. Es el primer día del año cuando, dirigidos por Jehová, levantan el tabernáculo sobre sus bases; ponen las tablas y columnas, y extienden las cortinas con su sobrecubierta. Introducen los muebles, y finalmente colocan el atrio en derredor del tabernáculo y del altar. Este atrio es una muralla de género (tela) que separa la casa de Jehová de las carpas de los israelitas quienes están acampados alrededor. El atrio tiene una entrada en el lado este, y mirando para adentro, vemos que entre nosotros y el tabernáculo hay primero un altar y después una fuente que contiene agua. Así Moisés acaba la obra, la nube cubre el tabernáculo, y la gloria de Jehová hinche la casa porque Él ha venido a morar entre su pueblo.

Aplicación

Las cortinas blancas del atrio representan la santidad de Dios que impide al pecador llegar indebidamente a su presencia. La puerta simboliza a Jesús por quien podemos entrar. El altar nos enseña que es por la muerte del Salvador que nuestros pecados fueron quitados. La fuente que contenía agua nos habla de la Palabra de Dios, la cual nos purifica, haciendo posible una comunión con Él. Los muebles dentro del tabernáculo representan los diferentes privilegios de los salvados quienes sirven a Dios cual sacerdotes.

Preguntas

1 ¿Cómo se llamaba la habitación que Dios tenía entre su pueblo?

2 ¿Cuáles eran los muebles del tabernáculo?

3 ¿Quién dio las instrucciones para la edificación del tabernáculo?
¿de dónde provinieron los materiales?

4 ¿Cuántas piezas tenía el tabernáculo? ¿cómo se llamaban éstas?

5 ¿Cuál es el significado de la puerta, del altar, de la fuente?

47 El día de las expiaciones

Estudio de parte del maestro: Levítico 16.1 al 34

Lectura con la clase: Levítico 16.1, 2, 7 al 10,15 al 22

Texto para aprender de memoria— los menores: Juan 1.29 He aquí el Cordero de Dios, que quite el pecado del mundo.

los mayores, Juan 1.29

Introducción

La semana pasada estudiábamos algo de la casa de Dios, de su construcción y de cómo Dios vino a morar en ella. Ahora nos toca aprender de un acontecimiento que se realizaba todos los años en un día señalado por Jehová. Era el día más importante del año para los israelitas, y se llamaba el Día de las Expiaciones. Es necesario que tengamos presente que los israelitas eran pecadores, y Jehová que moraba entre ellos, santísimo. Todavía Jesús no había quitado los pecados en la cruz, así que era necesario que algún sacrificio provisorio fuese ofrecido. Esto es lo que acontecía anualmente en el séptimo mes, a los diez días del mes.

Los dos machos cabríos

Siete meses después de la erección del tabernáculo se celebra la primera fiesta de las expiaciones. Este es un día solemne en el que nadie saldrá a trabajar. Por lo tanto todos permanecen en sus carpas hasta la hora del sacrificio. Entonces una gran muchedumbre se dirigió a la puerta del tabernáculo para presenciar lo que ha de hacer el sumo sacerdote. Pronto éste llega trayendo dos machos cabríos (chivos), uno de los cuales debe ser ofrecido en sacrificio a Jehová, por lo cual el pontífice, conforme a la costumbre judaica, echa suertes y elige la víctima.

La expiación

Aarón conduce el animalito al altar, y mientras las multitudes le miran, lo degüella. Llevando la sangre en una fuente, va con ella hacia tabernáculo. Llega a la cortina que cubre la entrada, y pasando para adentro, desaparece de nuestra vista. En nuestros pensamientos le acompañamos a través del lugar santo, sabiendo que este es el momento de suprema importancia, pues al llegar al velo Aarón debe levantarlo para entrar en la presencia de Jehová. Allí rociará con la sangre sobre la tapa del arca y delante de ella.

Casi sin respirar el pueblo espera, pues si su pontífice no cumple perfectamente con todos los requisitos de Jehová, morirá y ellos quedarán sin perdón, expuestos la ira divina. Lentamente van pasando los minutos hasta que por fin Aarón sale. Viene hacia nosotros, pero al llegar al altar se detiene, tomando más de la sangre, la pone en los cuatro cuernos del altar y con su dedo esparce un poco sobre éste.

El otro cabrío

Volviéndose hacia el macho cabrío vivo, Aarón pone sus manos encima, y sobre él confiesa todos los pecados de los israelitas, y hecho esto, lo manda al desierto por mano de un hombre destinado para ello. Mientras las multitudes siguen con su vista el macho cabrío que se aleja, y ellos están pensando que sus pecados han sido expiados por otro año y que en símbolo son llevados muy lejos.

Aplicación

En esta lección vemos de nuevo que Dios, para poder perdonar los pecados, tiene que ver la sangre del sacrificio. Él ha de castigar a causa del pecado, pero esta historia enseña que el juicio cayó sobre el sacrificio en vez de caer sobre el pecador. Dios vio la sangre que fue rociada ante Él, la cual le hizo mirar hacia la cruz donde su propio Hijo habría de morir un día.

Sin duda Juan el Bautista pensaba en este acontecimiento cuando exclamó, “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”. En el primer macho cabrío vemos la muerte de Jesús y la eficacia de su sangre. En el segundo vemos el efecto de su obra, es decir, que Él ha borrado para siempre los pecados de todos los creyentes, y los ha alejado de nosotros “cuanto está lejos el oriente del occidente”.

Preguntas

1 ¿En qué mes celebraban los israelitas la Fiesta de las Expiaciones?

2 ¿Por qué habían de observar esa fiesta?

3 ¿Qué hacían con el primer macho cabrío?
¿para qué el sumo sacerdote tomó la sangre?

4 Antes de enviar el otro macho cabrío al desierto, ¿qué hacía el sacerdote?

5 ¿Cómo nos hablan de Jesús los dos animales?

48 El juicio sobre Nadab y Abiú

Estudio de parte del maestro: Levítico 10.1 al 11

Lectura con la clase: Levítico 10.1 al 11

Texto para aprender de memoria— los menores: Salmo 89.7 Dios temible en la gran congregación de los santos.

los mayores: Salmo 89.7

Introducción

Cuando Dios entregó a Moisés los planos del tabernáculo, también escogió a Aarón con sus cuatro hijos a fin de que fuesen sus sacerdotes. A éstos les dio instrucciones detalladas tocantes a sus oficios y los sacrificios que habían de ofrecer. Dios mismo ideó las vestimentas que habían de llevar, e indicó con mucho detalle cómo y cuándo tenían que usarlas, haciendo hincapié en la santidad suya y en la necesidad más absoluta de que cumpliesen perfecta-mente con sus requisitos.

Uno de los trabajos de los sacerdotes era el de quemar incienso sobre el altar de oro en el lugar santo. Con un incensario sacaban fuego del altar afuera en el atrio, y sobre el fuego ponían perfume, el que subía cual olor suave a Jehová. Esto había de hacerse mañana y tarde todos los días.

El fuego extraño

Llegado el día para la inauguración del tabernáculo, todos los israelitas se congregaron a la entrada del atrio. Los sacerdotes vestidos de las vestimentas santas, Aarón se acercó al altar donde ofrecieron, en primer lugar, sacrificios por sí mismo, y después por toda la gente. Acabado esto, él alzó sus manos hacia el pueblo, bendiciéndoles. De repente Jehová se manifestó, tal vez mediante una luz refulgente, y desde el lugar santísimo salió fuego como relámpago que llegó hasta el altar donde consumió el sacrificio. Viéndolo, todos los israelitas comprendieron que Dios había aceptado su sacrificio, y con alabanzas, cayeron sobre sus rostros.

Dos hijos de Aarón, llamados Nadab y Abiú, tomaron fuego en sus incensarios y entraron en el lugar santo a ofrecer incienso a Jehová. No sabían los israelitas lo que éstos estaban haciendo. No sabían que estos hombres estaban desobedeciendo al mandamiento de Jehová, pero así fue, porque el fuego que llevaban no era del altar de sacrificio, sino fuego extraño.

 

El juicio sobre Nadab y Abiú

Si nosotros hubiéramos estado allí, nos habría parecido que todo se hacía bien. Llegaron los dos hasta el altar de oro donde pusieron el perfume sobre el fuego y subió el humo del incienso, pero repentinamente salió fuego del lugar santísimo que quemó a los dos sacerdotes, y cayeron muertos ante el velo. Quedamos pasmados, pues unos minutos atrás salió fuego del lugar santísimo el que consumió el sacrificio, pero ahora son los sacerdotes de Jehová a quienes el fuego ha quemado. ¿Por qué habrá sucedido esto? preguntamos, y luego sabemos por Moisés que los sacerdotes han ofrecido el perfume con fuego extraño y no de aquel que Dios envió. No han honrado a Jehová, sino que le han desobedecido, y la paga de su pecado es la muerte.

De inmediato Moisés manda llamar a dos parientes quienes los llevan fuera del campamento. Es el funeral más triste y extraño que hemos presenciado, pues Dios no permite que miembro alguno de la familia les acompañe. Pasan de nuestra vista, sin embargo los seguimos con nuestros pensamientos a través del campamento, sintiendo los gritos y lamentaciones que anuncian el paso del cortejo fúnebre. Todo el pueblo lamenta la tragedia causada por el descuido de los dos sacerdotes, y más hondamente se dan cuenta de la santidad de Aquel que habita en su medio.

Aplicación

En vez de ceñirse a la palabra de Jehová y cumplir con ella, Nadab y Abiú hicieron su propia voluntad. Según los pensamientos de ellos, no había más virtud en el fuego que Dios había enviado que en cualquier otro. Lo mismo sucede hoy, pues muchos no ven la necesidad de basar toda su fe en la obra hecha por el Hijo de Dios en la cruz, sino que más les gusta confiar en su propio fuego, es decir, en sus propias obras. Había únicamente una manera de acercarse a Dios mediante el sacrificio en el altar. Por lo tanto, únicamente el fuego proveniente del sacrificio en el altar tenía valor, pues el fuego de otra parte solamente merecía el juicio de Dios. La advertencia para nosotros es que si hacemos caso omiso de la obra de Cristo, tratando de allegarnos por otro medio, lo que nos espera es solamente el juicio divino.

Eran privilegiados. Sus parientes eran los líderes de Israel: Aarón su padre, Moisés su tío y María su tía. Eran presuntuosos. Siendo sacerdotes, conocían las demandas de Jehová. Podrían haber conseguido el fuego del altar donde ardía continuamente. (Levítico 6.13) Ellos perecieron; “el fuego les quemó”. Ellos y su pecado están unidos vez tras vez en las Escrituras. (Levítico 16.1, Números 3.4, Números 26.61)

Preguntas

1 ¿A quiénes eligió Jehová para que fuesen sus sacerdotes?

2 ¿En qué lugar ofrecían el perfume? ¿dónde conseguían el fuego?

3 ¿Qué pecado cometieron los dos hijos de Aarón? ¿cómo fueron juzgados?

4 Describa los funerales de ellos.

5 ¿Qué advertencia tiene esta historia para nosotros?

49 La murmuración de los israelitas

Estudio de parte del maestro: Números 11.1 al 35, 10.11 al 36

Lectura con la clase: Números 11.1 al 6, 10 al 15, 31 al 35

Texto para aprender de memoria— los menores: Hebreos 12.29

los mayores: Isaías 33.14

La larga estadía de casi un año al pie del Monte de Sinaí ha terminado. La nube se ha alzado y todo el campamento de los israelitas está en movimiento (10.11). Los levitas desarman el tabernáculo; el pueblo recoge sus posesiones y pliega sus carpas, listos para marchar cuando suene la trompeta (10.2 al 6). El cuñado de Moisés, quien ha estado con él de visita, se prepara para regresar a su casa, pero Moisés desea que le acompañe en el viaje. Sería un guía valioso ya que, a causa de su vida nómada en la península de Sinaí, él conoce todo lugar donde hay pasto y agua en el desierto (10.31). (Moisés vivió con él aquí y pastoreó sus ovejas en la vecindad del Monte de Sinaí, Éxodo 3.1)

No sabemos si Hobab fue o no con Moisés, pero de todos modos no hubo necesidad de él, pues el Señor sabía dónde se encontraban los mejores sitios para acampar, y fue delante de ellos camino de tres días buscándoles lugar de descanso. (10.33)

El cuidado de Jehová

  1. 1. Tienen la nube para guiarles y proveerles de sombra en el día y de luz en la noche. Las trompetas de plata ponen en conocimiento de todos las órdenes para que se muevan unánimes. 3. Dios se encarga de darles descanso, y Él mismo lo busca para todo el campamento. 4. Dios les provee del pan cotidiano. 5. Sus vestimentas y zapatos están en perfectas condiciones aunque ha pasado más de un año desde que salieron de Egipto. (Deuteronomio 8.4) 6. Lo mejor es que tienen la presencia de Dios en su medio todo el tiempo.

No tienen que preocuparse de pasaportes, ni trenes, ni oficiales de aduanas; todo les es suplido. Disfrutando ellos de toda clase de bendiciones, vamos a ver cómo se portan ahora.

Su conducta

En todo el capítulo 11 leemos tales palabras como: “se quejó, lloraba, nuestra alma se seca, nada sino este maná ven nuestros ojos”. Su conducta es pésima y sus palabras son insultantes. No nos extraña pues que el fuego de Jehová se encienda en ellos y que una plaga muy grave les azote. Es de notar que en varias lecciones anteriores se ha mencionado el fuego de Jehová, como por ejemplo cuando Dios dio la ley, en la inauguración del tabernáculo, y el juicio sobre Nadab y Abiú.

El cuadro que se nos presenta no es muy atrayente y aun más deprimente es la ampliación en el Salmo 78. Se olvidaron de su esclavitud en Egipto y se pusieron a desear la comida de aquel país, y en vez de estar agradecidos por el maná, pidieron carne. A Dios le plugo concederles su deseo, aun cuando no fue para la gloria de Él, ni la bendición de ellos.

Así fue que un día, por la palabra de Dios, aparecieron muchísimas codornices alrededor del campamento. Los israelitas corrieron alborozados de sus carpas y durante dos días recogieron las aves, las cuales después tendieron a lo largo alrededor del campamento a fin de que se secaran. ¡Cuán pasajero fue el gozo de los israelitas, pues la carne aún estaba entre sus dientes cuando se encendió la ira de Jehová contra ellos, y Él hirió al pueblo con una plaga sobremanera grande!

La carga de Moisés

La responsabilidad de guiar a un pueblo tal ha sido muy grande, y Moisés piensa que no puede soportarla solo por más tiempo. Por lo tanto, quejándose ante Jehová, dice: “¿Por qué has hecho mal a tu siervo? ¿Y por qué … has puesto la carga de todo este pueblo sobre mí? … Y si así lo haces tú conmigo, yo te ruego que me des muerte”.

En su infinita paciencia, Jehová se compadece de su siervo atribulado, ordenándole que escoja a setenta varones de los ancianos de Israel, a quienes Él capacitará para que le ayuden. Estos, con excepción de dos, se congregan alrededor del tabernáculo, y Jehová desciende en la nube a fin de hablar con Moisés en presencia de ellos. Tomando de su Espíritu que está en Moisés, lo pone en los ancianos. (Aun en este grupo hay dificultades, pero la sabia respuesta de Moisés lo arregla todo, a la vez manifestando que sólo le interesaba el bien del pueblo).

Aplicación

El maná descendía del cielo pero las codornices eran de la tierra. El maná nos habla de Cristo y las codornices de los placeres del mundo. En su necedad el pueblo escogió lo que era del mundo, despreciando el don de Dios, y por eso cayó la plaga de Jehová sobre ellos. Es una lección para nosotros hoy, haciéndonos ver que hay que escoger entre Cristo y el mundo. La incredulidad y la rebelión atraen el juicio de Dios, por cuanto impiden que el alma reciba la vida eterna.

Preguntas

1 ¿Qué señal indicó a los israelitas que el tiempo para ponerse
en marcha había llegado?

2 Mencione algunas de las bendiciones gozadas por los israelitas.

3 ¿Cómo se portaron ellos? ¿en qué manera les castigó Jehová?

4 Quejándose del maná, ¿qué pidieron?

5 ¿Qué cosa tipifican para nosotros el maná y las codornices?

50 Los espías

Estudio de parte del maestro: Números capítulos 13 y 14, Deuteronomio 1.19 al 46.

Lectura con la clase: Números 13.17 al 33

Texto para aprender de memoria— los menores: Salmo 106.24

los mayores: Salmo 106.24,25.

Introducción

Ha transcurrido más de un año desde que los israelitas, redimidos de la esclavitud de Egipto, pasaron por el Mar Rojo. Primeramente anduvieron hacia el sureste para llegar al monte de Sinaí, lugar donde recibieron la ley y construyeron el tabernáculo. Desde allí han caminado hacia el norte, de modo que al comienzo de la lección de hoy les encontramos en Cades-barnea, un lugar situado en la frontera de Canaán. En total han caminado unos 640 kilómetros.

Estos son días de esperanza para Israel, pues desde la montaña pueden ver la tierra prometida, la tierra de sus antepasados, Jacob y José, y al cual llegarán en un día más.

La incredulidad de los israelitas

Cuando los israelitas eran aún esclavos en Egipto, Dios prometió a Moisés que les llevaría de allí a una tierra buena que fluía leche y miel (Éxodo 3.8), lo que significa una tierra de pastos abundantes y huertos fructíferos. También les habló de los enemigos que habitaban esas tierras, a quienes iba a juzgar por su pecaminosidad. Ni teniendo estas grandes promesas, el pueblo confió en Jehová, sino que decidieron enviar a unos espías a ver si la tierra era como Él se la había descrito (Deuteronomio 1.22).

La misión de los espías

Dios accede al deseo de ellos, y permite que Moisés elija a doce hombres, uno de cada tribu. Juntando a los doce, Moisés les dice, “Subid al monte, y observad la tierra cómo es, y el pueblo que la habita, si es fuerte o débil, si poco o numeroso”. Es un momento conmovedor para los millares de Israel cuando parten los espías, y todos les siguen con la vista hasta que ya no se divisan.

El informe de los espías

Pasan varias semanas mientras el pueblo espera con ansia la vuelta de los enviados. Finalmente llegan las noticias de que ya vienen. Mientras se acercan al campamento, vemos más claramente que traen algo. Es un racimo de uvas, tan grande y pesado que dos hombres deben llevarlo en un palo. Los demás vienen cargados de granadas y de higos. ¡Cuán preciosa muestra de la fertilidad de Canaán ha de ser esta para los israelitas quienes por muchos meses no han visto otra cosa sino arena! Los doce hombres llegan donde Moisés, y luego todos les rodean, deseosos de escuchar lo que ellos van a relatar. Los espías les cuentan entusiasmados de los valles lindos, de la fruta abundante, en fin que la tierra es como Jehová había dicho.

Pero mientras hablan notamos que hay algo que ensombrece los rostros de diez de los espías. En sus voces detectamos miedo cuando dicen que en aquella tierra han visto gigantes y ciudades fortificadas con muros tan altos que parecen alcanzar hasta el cielo. El miedo de los diez espías se trasmite a las multitudes cuya alegría se convierte en duda y desesperación. Han olvidado las misericordias de Dios en tiempos pasados.

Pensamos ¿acaso no hay quien les recuerde las promesas de Jehová? Parece que sí, pues Caleb, acompañado de Josué, se pone delante de la gente, y estos dos fieles dicen, “Si Jehová se agradare de nosotros, Él nos llevará a esta tierra, y nos la entregará. No seáis rebeldes porque con nosotros está Jehová”. Pero el pueblo en vez de aceptar este buen consejo, enojado e incrédulo, habla de apedrearlos.

El castigo

Llenos de dolor, Moisés y Aarón caen sobre sus rostros. Entonces sucede algo muy extraño. La gloria de Jehová viene del lugar santísimo y se muestra delante de los israelitas. Todos callan y Dios habla a Moisés expresando su sentencia sobre los incrédulos. Los espías infieles mueren instantáneamente de una plaga. ¡Terribles son los juicios de Dios! Por cada día que los espías anduvieron reconociendo la tierra, los israelitas incrédulos han de andar un año en el desierto. Todos los que tienen más de veinte años de edad morirán sin entrar a la tierra que han despreciado. Así que, únicamente los hijos de aquellos que salieron de Egipto entrarán en su heredad.

Aplicación

En esta lección hallamos un ejemplo de lo que es el pecado de la incredulidad, y también vemos las tremendas consecuencias que trae consigo. Aunque tenían la promesa de Jehová y vieron el fruto de Canaán, no confiaron en la palabra ni en el poder de Dios. De la misma manera hoy es el pecado de la incredulidad que lleva al pecador a la perdición. (Juan 3.18, 3.36, Apocalipsis 21.8)

Preguntas

1 ¿Qué había prometido Jehová a los israelitas que El haría con sus enemigos en la tierra prometida?

2 ¿Qué evidencias de una tierra fructífera trajeron los espías?

3 Después de hablar bien de Canaán, ¿qué dijeron diez de los espías? ¿cómo fueron juzgados por sembrar la incredulidad en los corazones de sus hermanos?

4 ¿Cómo castigó Jehová a la nación incrédula? ¿cómo recompensó a los dos espías fieles?

5 ¿En qué sentido puede el pecador cometer el mismo pecado de Israel? ¿cuáles son las consecuencias hoy?

51 Los rebeldes

Estudio de parte del maestro: Números 16.1 al 40.

Lectura con la clase: Números 16.1 al 10

Texto para aprender de memoria— los menores: Hebreos 10.31.

los mayores: Hebreos 10.30,31

 

Introducción

Dios nos cuenta muy poco acerca de los israelitas en los años posteriores a la misión de los espías. Son años no mencionados en los anales de la fe (Hebreos 11.29,30), y en el libro de los Números se describen tristemente con la palabra “consumidos” (Números 14.33). Solamente dos escenas de esta época están descritas, la una en Números 15, y la otra en la lección de hoy. Pasando por alto la del capítulo 15, en la cual uno que no observó el día sábado fue apedreado, miremos porción de hoy que se divide en tres secciones.

La reunión

Para poder entender la historia, debemos dirigir nuestra atención al lado sur del tabernáculo donde los hijos de Coat están acampados. Ellos son el grupo de levitas cuyo trabajo es el de llevar los muebles santos en sus hombros en la marcha: el arca, la mesa, el candelero y los altares. Ahora hemos de enfocar nuestra atención en uno de estos hombres privilegiados llamado Coré. Además de acampar cerca del tabernáculo y hacer el más elevado servicio, este israelita también era primo de Moisés. ¡Qué honores son los de él! Sin embargo no está satisfecho porque también desea ser sacerdote (versículo 10). Datán, Abiram y On, miembros de la tribu cercana de Rubén, se juntan con él, y al conseguir el apoyo de 250 príncipes, suscitan una seria rebelión.

La rebelión

Se han levantado contra Moisés, contra Aarón y contra Jehová. Contra es una de las palabras clave de nuestro capítulo, y nos recuerda la expresión en Judas 11, donde leemos de la “contradicción de Coré”. Rodeado por los agitadores, Moisés se postra sobre su rostro delante de Jehová, y dirigiéndose a los rebeldes, insinúa la idea de que estos hombres que quieren ser sacerdotes quemen perfume ante el Señor al día siguiente. Datán y Abiram rehúsan venir, y hablan palabras insolentes, aun describiendo a Egipto como una tierra que fluye leche y miel (vs. 13). No obstante, Coré y su compañía se presentan a la puerta del tabernáculo a la vista de toda la congregación de Israel.

La recompensa

Es un momento decisivo. Moisés manda a la gente que se aparten de las tiendas de estos hombres impíos, lo que hacen rápidamente, pues presienten que se aproxima un desastre. De repente la tierra abre su boca, como a veces sucede en un terremoto, y en ella desaparecen los rebeldes con sus tiendas y posesiones. De nuevo la tierra vuelve a cubrir el sitio antes ocupado por ellos, y los israelitas huyen temblando, temiendo que les acontezca lo mismo. Como un gran relámpago sale una llama de fuego desde el lugar santísimo, y consume a los 250 príncipes que fueron compañeros de Coré en su rebelión.

Aplicación

Los rebeldes no quisieron reconocer la autoridad de Moisés y Aarón, libertador y sumo sacerdote que Dios les había enviado. Del mismo modo hoy hay muchas personas que no están dispuestas a creer que el Señor Jesús sea el único Salvador y el único mediador entre Dios y los seres humanos. Los desobedientes e incrédulos de la actualidad serán castigados de la misma manera que lo fueron Coré, Datán, Abiram y su compañía. Unos al morir descenderán a los tormentos mientras que otros recibirán justa retribución cuando el Señor venga en llama de fuego. (2 Tesalonicenses 1.7 al 9).

Preguntas

1 Los levitas de quienes acabamos de estudiar, ¿qué trabajo hacían?

2 ¿Dónde acampaban estos obreros privilegiados?

3 Además de su trabajo, ¿qué otro oficio codiciaron?

4 Describa el castigo de Jehová que cayó sobre estos presuntuosos.

5 En estos días, ¿en qué sentido hacen muchos caso omiso  del  Mediador Divino?

 

52 La serpiente de metal

Estudio de parte del maestro: Números 21.

Lectura con la clase: Números 21.4 al 9

Texto para aprender de memoria— los menores: Juan 3.14.

los mayores: Juan 3.14,15

Introducción

Ahora encontramos a los israelitas todavía en el desierto, habiendo cumplido treinta y ocho años de divagaciones, de los cuales las Escrituras nos relatan muy poco. La gran mayoría de adultos que salieron de Egipto han muerto, y una nueva generación ha crecido. Nuevamente están en Cades-barnea, en la frontera de Canaán, pero allí encuentran un obstáculo formidable. Es que el rey de Edom no les permite pasar por su país, el que se encuentra situado entre ellos y Canaán. Los israelitas tornan a buscar otra ruta a fin de rodear la tierra de los edomitas, aun cuando el viaje es difícil, pues es tierra de montañas y desierto.

Los israelitas desanimados

En lecciones anteriores, muchas veces hemos oído a los israelitas murmurar contra Jehová y contra su siervo Moisés. Otra vez sentimos sus murmuraciones, pues siendo los hijos del pueblo que salió de Egipto, siguen las pisadas de sus padres. Esta vez se quejan del maná, el pan que diariamente les envía Dios del cielo. No obstante el hecho de haberles sostenido Él durante treinta y ocho años, el pueblo se queja del maná, diciendo: “Nuestra alma tiene fastidio de este pan tan liviano. ’’

Las serpientes ardientes

Si hubiéramos estado en el campamento en el día cuyo relato tenemos en este capítulo, tal vez habríamos visto lo siguiente. Es la mañana cuando un israelita sale de su carpa, y nosotros, interesados, le seguimos a través del campamento hasta que llegamos cerca de un monte donde hay palitos que servirían para leña. El hombre empieza a recogerlos, cuando de repente una serpiente se lanza hacia él, y antes que el pobrecito pueda escapar, le muerde en el brazo. Por el color sabemos que es un reptil bien venenoso. Dejando la leña, el hombre va rápidamente a su carpa donde le atiende su esposa, pero la fiebre y la sed le consumen. Se retuerce en su agonía y a pesar de que su esposa trata de aliviar sus sufrimientos, de nada le valen los remedios y luego él muere.

Este no es un caso aislado, pues en todo el campamento muchos han sido mordidos y yacen, o en sus lechos o en la misma tierra. Los israelitas se convencen que esta plaga que les azota es enviada por Jehová. Algunos se levantan y se dirigen a Moisés a quien confiesan su pecado pidiéndole que ruegue a Jehová a fin de que quite las serpientes de ellos.

La serpiente de metal

Ellos tan sólo han pedido que Dios quite las serpientes, pero ¿qué de los centenares de seres mordidos que han de morir? Se necesita algo más, y Dios en su grande misericordia les provee precisamente el remedio. A su siervo, Moisés, le dice que haga una serpiente de metal, y que la ponga sobre un asta a la vista de todos. Sin duda, Dios quitó las serpientes, pero además de esto, introdujo un medio de salvación. ¡Cómo correrían los mensajeros por el campamento pregonando a todos! “¡Cualquiera que fuere mordido y mirare a la serpiente en el asta, vivirá!”

No es difícil imaginarse lo que sucedió, pues hombres, mujeres, niños y niñas al borde de la eternidad miraron hacia la serpiente, y recobraron instantáneamente la salud. El campamento, en el que momentos atrás resonaban los gritos y lamentaciones, se ha convertido en lugar de adoración, pues desde corazones agradecidos suben alabanzas y acciones de gracias a Jehová.

Aplicación

Igual como pecaron los israelitas, así hemos pecado todos. El veneno que corría por sus cuerpos tipifica el pecado que entró en los primeros seres humanos cuando fueron vencidos por la tentación de la serpiente antigua, Satanás. Tal como el castigo de los israelitas fue la muerte, el Señor advierte al pecador hoy que “la paga del pecado es muerte”. “Está establecido” leemos en Hebreos 9.27.

Posiblemente algunos de los que murieron en aquella plaga confiaron en sus oraciones, confesiones, etc., como muchos hacen hoy, rehusando mirar a la serpiente. Tal vez algunos llegaron hasta examinar el palo, a tocarlo, sin mirar con fe al objeto que éste sostenía. Como aquel palo alto sirvió para desplegar la salvación de Jehová, de la misma manera, el deber de los salvados es anunciar a Cristo y ponerle a él delante de las multitudes. Desafortunadamente, miles de personas, católicos y protestantes, se fijan en sus iglesias y organizaciones y no en Cristo.

Preguntas

1 En esta lección, ¿de qué cosa se quejaron los israelitas?

2 ¿Cómo les castigó Jehová?

3 ¿Cuál fueron las consecuencias de la mordedura de las serpientes?

4 ¿Qué remedio proveyó Dios?

5 ¿A quiénes tipifican los israelitas? ¿de quién nos habla
la serpiente que fue colocada en el palo, o asta?

 

53 Balaam

Estudio de parte del maestro: Números 22, 23 y 24

Lectura con la clase: Números 22.2, 5, 6,12,13,15, 20 al 35, 23.1 al 3, 5 al 11

Texto para aprender de memoria— los menores: Números 23.10, Muera yo la muerte de los rectos.

los mayores: Números 23.10

Introducción

Los millares de Israel están acampados en la llanura de Moab, en la frontera de Canaán, la tierra prometida. Balac, el rey de Moab, teme grandemente porque ha sabido de la victoria de Israel sobre los amorreos (Números 21.21 al 23). Convencido que sus ejércitos no pueden vencer a los israelitas, está muy ansioso, y hora tras hora le vemos bien preocupado, tratando de idear alguna manera de derrotarlos. Por fin decide lo que debe hacer, y llamando a unos siervos suyos les envía como ministros del gobierno a un adivino llamado Balaam, a quien promete enriquecer en gran manera si va a maldecir al pueblo de Jehová.

El pecado de Balaam

Balaam anhela el favor del rey y codicia la recompensa, pero Dios le viene al encuentro y le advierte: “No vayas con ellos, ni maldigas al pueblo, porque bendito es”, de modo que Balaam no se atreve a acompañarles. Regresan los príncipes a Balac, a quien hacen saber la respuesta del adivino. El rey envía a otros príncipes, más honorables que los primeros. Al llegar a donde Balaam, le tientan con grandes promesas de honor y riquezas de parte de Balac. “¿Qué haré?” dice Balaam dentro de sí, “no quiero que Jehová me castigue por desobedecerle a Él, pero tampoco deseo perder esta oportunidad de conseguir tan preciosa ganancia”. Reflexionando de esta manera, decide ir, y por fin Dios le permite escoger su propio camino aun cuando no será para su bien.

Dios habla a Balaam

La desobediencia de Balaam ha hecho enojar a Dios, pues siendo conocedor de los pensamientos y móviles del corazón, no hay cosa que se pueda esconder de Él. Por este motivo envía a su ángel a fin de que le intercepte en el viaje. Yendo por la senda, la asna de Balaam divisa al ángel y se aparta del camino. Balaam, molestándose, la hiere y sigue adelante, ignorando lo que le sucede. Ahora el ángel se para en una parte angosta de la senda, y la asna nuevamente trata de escapar de la espada que él lleva. En su miedo, aprieta el pie de Balaam contra una pared, y éste, hecho una furia, la hiere por segunda vez.

Una vez más el ángel le permite seguir su camino, pero al llegar a una angostura donde no hay lugar para apartarse ni a derecha ni a izquierda, el ángel espera a Balaam. Llega la asna, y al ver al ángel, cae en tierra debajo del adivino quien, enfurecido, la hiere con un palo. Es tremenda la sorpresa de Balaam ahora, pues el asna abre su hocico y le dice, “¿Qué te he hecho, que me has azotado estas tres veces?”

Dios mismo es quien vuelve a advertir al profeta codicioso, a quien también abre los ojos, de manera que, ve al ángel con la espada desnuda en la mano. Balaam se inclina sobre su rostro, y asustado, confiesa. “Yo he pecado”. El ángel le reprende por su maldad para con el asna, le dice que siga su viaje, pero que hable únicamente las palabras que Jehová le dé.

El cuidado de Jehová hacia su pueblo

Balaam llega a la tierra del rey Balac, donde juntos suben a un cerro desde el cual miran el campamento de Israel. Abajo los israelitas hacen sus quehaceres, y los sacerdotes se ocupan en el servicio del tabernáculo. Nadie tiene ni la menor idea de que dos hombres malvados les están mirando y tramando su destrucción. Sin embargo, el Dios de Israel les contempla, y Él es poderoso para preservarles de todas las asechanzas del enemigo.

Cuando Balaam abre su boca, sus palabras sirven únicamente para desanimar y desagradar a Balac, pues pronuncia no palabras de maldición, sino de bendición. Dice: “¿Por qué maldeciré yo al que Dios no maldijo? ¿Quién contará el polvo de Jacob? … etc. Muera yo la muerte de los rectos, y mi postrimería sea como la suya”.

Aplicación

Balaam sabía algo de las cosas de Dios y de su pueblo, y deseaba morir la muerte de los rectos, pero escogió vivir la vida de los injustos. Nos acordamos de las palabras del Señor Jesús, “Ninguno puede servir a dos señores”. Cada cual tiene que decidir a quién servirá, o al pecado para después recibir la paga, o al Señor, para recibir la salvación ahora y el galardón después. “Escogeos hoy a quién sirváis”, es el mensaje de Dios.

(El maestro encontrará más tocante a Balaam en 2 Pedro 2.15, Judas 11, Apocalipsis 2.14)

Preguntas

1 ¿Para qué pidió Balac a Balaam que viniera?

2 ¿Por qué desobedeció Balaam el mandamiento de Jehová que no fuera a Balac?

3 ¿Por cuántas veces, y cómo, advirtió Dios a Balaam?

4 Al oir las palabras de Balaam, ¿por qué se enojó Balac?

5 ¿Qué advertencia para nosotros hallamos en la historia de Balaam?

 

54 Dos entierros extraños

Estudio de parte del maestro: Números 20.12, 20.22 al 29, 27.12 al 17, Deuteronomio 3.23 al 29, 31.2, 14 al 16, 32.48 al 52, 34.1 al 12.

Lectura con la clase: Números 20.22 al 29, Deuteronomio 34.1 al 12

Texto para aprender de memoria— los menores: 1 Samuel 15.22, Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios.   los mayores: 1 Samuel 15.22

Introducción

Durante cuarenta años los hermanos Aarón y Moisés han trabajado juntos, aquél en capacidad de sumo sacerdote, éste como profeta y guía. Los dos tienen cerca de ciento veinte años cuando, terminado el largo período de peregrinación en el desierto, se emprende de nuevo la marcha hacia Canaán. Sin duda, estos dos siervos de Jehová tienen gran deseo de entrar en la tierra de promesa, pero desafortunadamente no podrán hacerlo. Hablando con ellos, Dios les dice: “Por cuanto no creísteis en mí, para santificarme delante de los hijos de Israel, por tanto, no meteréis esta congregación en la tierra que les he dado”.

Las aguas de la rencilla

Se acordarán de cómo los israelitas, recién salidos de Egipto, tuvieron sed, para la cual Jehová proveyó aguas de la peña cuando Moisés hirió ésta con su vara. Casi cuarenta años más tarde, según nos relata el capítulo 21 de Números, volvieron a sufrir por falta de agua, y nuevamente Jehová dirigió a Moisés y Aarón a la peña, diciéndoles: “Hablad a la peña a vista de ellos, y ella dará su agua”.

Desgraciadamente, los dos hermanos no obedecieron a la voz de Dios, pues enojados a causa de las quejas de los israelitas, les reprendió, diciendo: “¡Oíd ahora, rebeldes! ¿Os hemos de hacer salir aguas de esta peña?” Entonces, en vez de hablar a la peña, Moisés la hirió dos veces con la vara. Jehová, en su gran misericordia, hizo que saliera muchas aguas, pero por causa de este acto atrevido, prohibió terminantemente que Moisés y Aarón entrasen en la tierra prometida, haciéndoles ver que deberían morir en el desierto.

La muerte de Aarón

Desde Cades, lugar en donde María murió y fue sepultada, los israelitas viajan hasta el monte de Hor, donde Jehová vuelve a hablar con sus siervos, recordándoles su desobediencia. Hablando con Moisés le dice: “Toma a Aarón y a Eleazar su hijo, y hazlos subir al monte de Hor, y desnuda a Aarón de sus vestiduras, y viste con ellas a Eleazar su hijo; porque Aarón será reunido a su pueblo, y allí morirá”.

¡Con cuánto silencio y reverencia los israelitas tienen que haber contemplado aquellos tres varones mientras que, separándose de ellos, iban subiendo al monte! No verían más a su sumo sacerdote quien durante largos años les había servido en el tabernáculo. En seguida, Moisés y Eleazar, después de enterar a Aarón, descendieron del monte, pero el viaje no fue reanudado, sino después de treinta días de duelo en el que participaron todas las familias de Israel.

La muerte de Moisés

Nuestras dos últimas lecciones nos han contado de los acontecimientos posteriores a la muerte de Aarón, es decir, la invasión de las serpientes ardientes y el atentado de Balac. Falta poco para llegar al río Jordán, punto donde los israelitas deben entrar a tomar posesión de la tierra de Canaán. Moisés, arrepentido de su imprudencia con la congregación, ha rogado con súplica a Jehová diciendo, “Pase yo, te ruego, y vea aquella tierra buena”, mas Jehová contestó, “Basta, no me hables más de este asunto. Sube a la cumbre del Pisga … y mire con tus propios ojos; porque no pasarás el Jordán”.

Sumiso a la voluntad de Dios, Moisés encomienda a Josué, su ayudante, la misión de guiar al pueblo. Hecho esto, sube solo de los campos de Moab al monte de Nebo, a la cumbre del Pisga, desde donde Jehová le muestra toda la tierra que dentro de poco será habitada por las tribus de Israel. Allí murió Moisés, asistiendo a sus funerales solamente Jehová quien además lo enterró en un valle que sólo Él sabe dónde queda. De nuevo los israelitas lloraron treinta días, manifestando así su amor hacia aquel gran varón que les había guiado y consolado a través del desierto.

Aplicación

Esta lección nos enseña la suprema importancia de la obediencia hacia Dios, y especialmente en lo que se refiere a la persona del Señor Jesús, de quien la peña era figura. En la primera ocasión, Moisés debió herirla, pues aquel acto tipificaba la muerte de Jesús cuando fue herido por nuestros pecados. En cambio, la segunda vez Dios les mandó que hablaran a la peña. En esta ocasión era una peña alta y grande, según significa la palabra que Jehová empleó, y es figura de Jesús, resucitado y glorificado en el cielo.

Cuán equivocados están aquellos que pretenden ofrecer sobre sus altares a Jesús en lo que llaman un sacrificio incruento. Conviene ver lo que las Sagradas Escrituras dicen en Hebreos 1.3 parte final, también Hebreos 10.12. De ahí que Dios dice en Romanos 10.13 que todo aquel que invocare el nombre del Señor será salvo.

Preguntas

1   La primera vez que Jehová proveyó agua para los israelitas, ¿cómo lo hizo?

2 En la segunda ocasión, ¿qué debieron haber hecho Moisés y Aarón?

3 Cuente lo que dijeron e hicieron.

4 Describa los entierros de Aarón y de Moisés.

5 ¿Cuál es la lección que esta historia nos proporciona a nosotros?

Serie 4: Parábolas

Ver

55        Los dos constructores

Estudio de parte del maestro: Lucas 6.46 al 49, Mateo 7.24 al 29

Lectura con la clase: Lucas 6.46 al 49

Texto para aprender de memoria— los menores: Lucas 6.46 ;

los mayores: Mateo 7.24

Introducción

Hoy, y durante varios domingos, vamos a estudiar algunas de las historias que Jesús contó a sus discípulos y a la gente que le seguía. En ellas Él habla de cosas familiares, de una vela, de una oveja perdida, de un viajero que fue atacado por bandidos, y como hemos visto en la lectura de hoy, de dos constructores. Estas historias interesantes se llaman parábolas, lo que quiere decir que son ejemplos sacados de la vida terrenal para ilustrar verdades celestiales, a fin de ayudarnos en la comprensión de cosas que aún no hemos visto con nuestros ojos.

Los hombres edifican

Jesús, finalizando el sermón del monte, ve la necesidad de exhortar a sus oyentes a que no sólo escuchen sus palabras, sino también las pongan por obra. Cual pintor, dibuja con trazos maestrales el cuadro de dos hombres que se edifican casas. El primero, trabajando arduamente, emplea pala y picota a fin de quitar la arena movediza, pues desea llegar hasta la roca que proporcionará un fundamento sólido para su edificio. En cambio, el otro, mirando con desprecio a su vecino, le dice, “¿Para qué te afanas tanto, amigo? No hay necesidad de hacer esa tremenda excavación. Yo voy a terminar mucho antes que tú”.

En verdad, pareciera que éste tuviera razón, pues sin cavar en la tierra, empieza a levantar las murallas de su casa, y la obra se adelanta tan rápidamente que está por terminarse antes que el primero haya comenzado la construcción. Van pasando los días, y por fin ambas familias pueden ocupar sus nuevas habitaciones. Son muy lindas. La una parece tan buena como la otra. Al pasar por allí un día decimos, “¡qué lástima que fulano trabajó tanto para asentar su casa en la roca, pues aparentemente no es mejor que la del lado!” Muchas veces el que terminó primero se ríe del vecino, pero éste no se enoja, sino más bien parece sentir lástima para con él.

El temporal

Vuelan las semanas y pasa el verano. El tiempo ha sido perfecto, pero un día presentimos que va a haber un cambio. Los cielos se llenan de nubes espesas, el viento empieza a soplar más y más fuerte, y de repente las lluvias se derraman sobre la tierra. Las casas tiemblan ante el feroz ataque, y como suele suceder en las primeras lluvias, en la mayoría de las casas hay goteras. Por la fuerza del viento muchos árboles son arrancados de la tierra, y de los techos de las casas tejas son lanzadas a la calle, pero por fin, gastadas sus fuerzas, pasa la tempestad, y se disipan las nubes.

Naturalmente, estamos muy deseo­sos de saber qué daños haya causado el temporal. Salimos pues, y des­pués de caminar un rato, llegamos a la calle donde estaban las dos casas nuevas. Quedamos sorprendidos, realmente asombrados, pues allí vemos únicamente una casa, y ésta en perfectas condiciones, mien­tras que la otra está completamente arruinada. Las murallas han caído, un montón de tejas y palitos es lo único que queda del techo. Todo está hecho pedazos. “¿Qué de los dueños?” preguntamos a un vecino. “Ellos murieron cuando se les cayó la casa”, nos responde. Mirando más de­tenidamente, vemos que esta es la casa que fue edificada sin fundamento, sobre la arena.

Aplicación

Todos nosotros somos constructores, es decir, cada cual tiene de­seos y esperanzas de llegar algún día al cielo para estar feliz durante la eternidad. Lo que Jesús enfatiza en la parábola es que no basta tener buenos deseos, necesitamos basar nuestra fe en la palabra de Él, escu­chándola con atención, para obedecerla de todo corazón de una vez. El hecho de tener una casa bonita no es ninguna garantía de seguridad en el tiempo de la prueba, pues del fundamento depende la estabilidad del edificio.

Para nosotros, la única base inamovible es la Palabra del Se­ñor Jesucristo. Aquel que no se arrepiente de sus pecados, aceptando a Jesús como a su Salvador personal, puede tener una casa linda en el sentido de llevar una vida decente y hasta religiosa. Sin embargo, a pesar de todo lo que crea tener a su favor, está edificando sobre la arena de esfuerzos humanos y cuando le sobrevenga la tempestad de la muerte, su casa caerá, y él perecerá.

Preguntas

  1. ¿De cuántos constructores hemos estudiado?
  2. ¿Qué diferencia había entre las dos casas?
  3. Cuando llegó la tempestad, ¿qué aconteció?
  4. ¿En qué sentido somos constructores? ¿qué simboliza la tem­pestad?
  5. ¿Qué cosa es el fundamento para nosotros?

 

56 Los dos deudores

Estudio de parte del maestro: Lucas 7.36 al 50

Lectura con la clase:  Lucas 7.36 al 50

Texto para aprender de memoria— los menores: Salmo 49.7, Ninguno de ellos podrá en manera alguna redimir al hermano;

los mayores: Salmo 49.7,8

Introducción

Hoy acompañaremos al Señor Jesús en una visita que hace a la casa de un señor que pertenece a los fariseos, es decir, la secta más religiosa de los judíos. Al llegar a la puerta quedamos admirados, pues el dueño de casa no muestra al Señor ni la menor cortesía. Es costumbre lavar los pies a las visitas, y por lo general les saludan con beso, y les ungen la cabeza con aceite. El fariseo ni menciona tales atenciones, sino que conduce al Señor directamente a la mesa. Aquí presenciaremos una escena conmovedora y escucharemos palabras de suma importancia.

La mujer pecadora

Como es costumbre oriental, Jesús se reclina en una especie de so­fá a la mesa. Mientras Él y los demás están comiendo, una mujer de aspecto serio aparece en la puerta. Allegándose a Jesús por detrás, viene a parar cerca de sus pies donde comienza a llorar, de manera que sus lágrimas caen sobre ellos. Arrodillándose, la mujer con su propio cabello limpia los pies del Señor, los besa, y luego los unge con ungüento. Simón, el fariseo, mira todo esto con desdén, pen­sando dentro de sí, “Este, si fuera profeta, conocería quién y qué clase de mujer es la que le toca, que es pecadora”. Jesús ni ha mira­do a la mujer, pareciera que Él no se diera cuenta de lo acaecido, pero en realidad está esperando el momento oportuno para enseñar una gran lección a Simón.

La parábola

Abriendo su boca, el Señor dice, “Simón, una cosa tengo que decir­te”, a lo que el fariseo responde, “Dí, Maestro”. A continuación, Je­sús supone el caso de dos personas quienes debían dinero a un mismo acreedor. El primero debía diez veces más que el segundo, pero al llegar el día cuando sus deudas debían cancelarse, ninguno de los dos tenía con qué pagar. No obstante, el acreedor, siendo muy misericor­dioso, perdonó a ambos.

Ahora, Jesús, dirigiéndose a Simón, le dice, “Dí, pues, ¿cuál de ellos le amará más?” a lo que éste contesta, “Pienso que aquél a quien perdonó más”. Sin duda, es con tristeza que Jesús tiene que hacer ver a Simón las tres cosas que él, siendo el anfitrión, debiera haber provisto para Él. El hecho es que la mujer ha reconocido que Jesús es el Salvador divino, mientras que Simón, pese a toda su religiosidad, ha pensado que es un mero hombre. Tal vez al convidarle pensaba que era profeta, pero después cambió de opinión sobre esto también. Es como si Jesús pre­guntara a Simón: “¿Y tú, no has sido perdonado? ¿no eres tú deudor, ni aun hasta la cantidad de cincuenta denarios?” Nada se dice sobre el perdón de Simón, pero su completa falta de amor hacia Jesús demues­tra que él no conocía el gozo del perdonado, ni sentía ninguna gratitud para con el Salvador.

Aplicación

El pecado es semejante a una deuda. Aunque es cierto que hay dis­tinciones entre pecadores, no menos cierto es que sin excepción todos hemos contraído una deuda para con Dios. Él dice en Romanos 3:22,23 que “no hay diferencia, por cuanto todos pecaron, y están destitui­dos de la gloria de Dios”. El salmista, hablando de los más ricos del mundo dice, “Ninguno de ellos podrá en manera alguna redimir al her­mano, ni dar a Dios su rescate, porque la redención de su vida es de gran precio”. Todo lo que el pecador pudiera ofrecer a Dios carece de valor, y por lo tanto el perdón sólo se consigue por la misericordia divina.

Por todo creyente, el Señor Jesús canceló esta deuda con su sangre en la cruz. Vemos que la mujer de esta lección tenía una fe verdadera en Cristo. Segura del perdón de Él, se allegó confiadamente a su presencia donde manifestó que le amaba mucho. Jesús reconoció la fe de ella (versículo 50), y le perdonó en vista de su muerte en la cruz donde Él iba a expiar los pecados de ella.

 

 

Preguntas

  1. ¿Quién invitó al Señor Jesús a comer en su casa?
  2. Estando Jesús a la mesa del fariseo, ¿quién entró en la casa? ¿qué le hizo a Él?
  3. ¿Cuáles eran los pensamientos del fariseo al ver que Jesús per­mitía la intrusión de la mujer?
  4. Cuente la parábola de los dos deudores.
  5. ¿En qué sentido somos deudores? ¿cómo puede ser cancelada nuestra deuda?

57 El sembrador

Estudio de parte del maestro: Lucas 8.4 al 15, Mateo 13.1 al 23

Lectura con la clase:  Lucas 8.4 al 15

Texto para aprender de memoria— los menores: 2 Timoteo 3.15, Desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras ;

los mayores:  1 Pedro 1.23

Introducción

Hoy hallamos al Señor Jesús sentado a la orilla del mar de Galilea, donde una gran multitud se congrega en derredor suyo. A fin de hablar­les con más facilidad Jesús entra en un barco, y sentado allí, a corta distancia de la ribera, les relata la siguiente parábola.

El sembrador

Empleando palabras sencillas, el Señor presenta un cuadro gráfico de un trabajo que era común en el oriente, y aún lo es en muchas par­tes. Sale un labrador de la tierra con una canasta de semilla en su brazo izquierdo. Metiendo su mano derecha en ella, saca un puñado de semilla, y la esparce sobre la tierra en un movi­miento que va de izquierda a derecha. Sin parar, vuelve hacia la iz­quierda nuevamente, y sacando más semilla, sigue el proceso, mien­tras anda por la tierra arada. La semilla que esparce el sembrador crecerá, pues tiene vida, pero crecerá únicamente en algunas clases de tierra, no en todas.

Las cuatro clases de tierra

A través del terreno del agricultor hay una senda que suele ocupar la gente para acortar camino. Esta, debido al constante tránsito de muchos pies, está muy dura, de modo que al caer aquí una parte de la semilla, no puede penetrar, sino que permanece en la superficie. Lue­go vienen las aves del cielo las que siempre están buscando alimentos, encuentran la semilla y la comen toda.

Mirando hacia otra parte del terreno, nos damos cuenta de que la tierra es de poca profundidad, tan poca en verdad que apenas cubre la piedra que yace allí en grandes extensiones. Al caer aquí, la semilla brota luego, dando promesa de una buena cosecha, pero faltando profundidad de tierra, no tiene donde echar raíces, y el sol la quema.

Por una orilla crece una gran cantidad de espinas, y allí también cae una parte de la semilla. Aparentemente logra entrar, pero de nuevo la labor resulta infructuosa, pues al crecer las espinas estas ahogan la semilla.

Nos parece que el sembrador ha trabajado en vano, pero todavía no lo hemos visto todo. Hay también tierra buena por donde pasó el arado, dejándola abierta y molida, en excelentes condiciones de recibir la buena semilla. Al caer acá, entra, brota, y a su debido tiempo produ­ce una grande cosecha.

Sabiendo que las historias inimitables de Jesús contienen lecciones espirituales, deseamos saber el significado de esta parábola, y Él mismo la explica con sencillez. En primer lugar dice que Él es el sembrador, y su palabra es la semilla. La tierra donde esparce la buena semilla representa los corazones de aquellos que escuchan el evangelio, de manera que cada oyente debe hacerse la pregunta, ¿cuál de las cuatro clases de tierra puede ser figura de mi corazón?

Hay oyentes cuyos corazones están endurecidos por el tráfico conti­nuo de los placeres y los negocios, de tal manera que se han puesto completamente indiferentes a la voz de Jesús. Al oírla, no le dan cabi­da, pues otros pensamientos dominan su atención. Para Satanás y sus emisarios es muy fácil quitarles la buena semilla, pues con gran facili­dad se olvidan de lo oído, y se pierden en sus pecados.

La segunda clase de oyentes, tanto adultos como niños, son aquellos que son superficiales. Al oir el evangelio, de inmediato profesan creer­lo, pero jamás se reconocieron por pecadores; no hay en ellos ningu­na convicción de pecado, ni como consecuencia, ningún arrepentimien­to genuino. Después de poco tiempo, cuando hay una pequeña persecu­ción, cuando sus amigos o parientes comienzan a burlarse de ellos, se manifiesta que no hay nada en ellos, pues no tienen raíces.

La tierra llena de espinas, las cuales ahogaron la semilla, representa a todos aquellos quejen un principio demuestran interés por el evange­lio, asistiendo a la escuela dominical o a las reuniones de evangeliza­ción. Pero éstos tampoco llegan a ser salvos, porque otros intereses ahogan la palabra, como por ejemplo las necesidades materiales por un lado y las riquezas por otro. Además muchos se dejan llevar por los pasatiempos de la vida. Estas son las almas frías e indiferentes que desean tener la salvación, y al mismo tiempo quieren al mundo, de ma­nera que nunca dan fruto a Dios, y por fin perecen en sus pecados.

Nos falta considerar la parte más bella de la parábola donde Jesús habla de la buena parte donde logró entrar la semilla, produciendo una hermosa cosecha. ¿Quién de los aquí presentes será semejante a esta última clase de tierra, abriendo su corazón para recibir el evangelio, creyendo que Jesús murió por él? Recordemos que el divino Sembra­dor dice, “El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida”.

La semilla en todos los casos era buena, la diferencia se encontra­ba solamente en la tierra. Del mismo modo, la palabra de Dios puede comunicar vida a todos nosotros, pero Satanás, el mundo, los problemas, y los placeres combinan para impedir que ustedes sean salvos. No se dejen engañar por estos enemigos, sino pongan su fe en la pala­bra que puede hacerles sabios para la salvación.

Preguntas

  1. ¿De cuántas clases de tierra habló Jesús en la parábola?
  2. Describan lo que sucedió en las cuatro clases de tierra.
  3. ¿Qué cosa es la buena semilla? ¿cómo es sembrada?
  4. ¿A quién simbolizan las aves del cielo?
  5. ¿En qué sentido es diferente la buena tierra de las otras?
    ¿cómo puede el corazón de un niño ser semejante a la buena tierra?

 

58 El trigo y la cizaña

Estudio de parte del maestro: Mateo 13.24 al 30. 36 al 43

Lectura con la clase: Mateo 13.24 al 30, 36 al 43

Texto para aprender de memoria— los menores: Mateo 13.37, El que siembra la buena semilla es el Hijo del Hombre;

los mayores: Mateo 13.38

Introducción

En la parábola del sembrador, el Señor Jesús nos explicaba por qué algunas personas pueden escuchar el evangelio sin ser salvadas, mien­tras que otras personas, al escucharlo, creen y reciben vida eterna. Vimos que la diferencia no radicaba en la semilla, es decir, en la pa­labra predicada, sino en los corazones, pues la mayoría, absorta en otras cosas, no recibía el mensaje de salvación. Hoy aprenderemos de otro sembrador quien con astucia trata de destruir la obra del Señor.

Los dos sembradores

Ya hemos visto como una parte de la semilla cayó en buena tierra donde con el andar del tiempo llevaría fruto para el agricultor. Este, habiendo terminado su trabajo, se ausentó, dejando su campo bajo el cuidado de sus siervos a quienes advirtió que debían velar siempre. Sin embargo, éstos se descuidaron, y un enemigo de su señor, apro­vechando que estaban durmiendo, vino y sembró otra semilla junto a la primera, y sin que nadie se diera cuenta, se fue.

Las dos clases de semilla

Nutridas por la lluvia y el sol, ambas semillas echaron raíces y luego, rompiendo la tierra, comenzaron a crecer, primero un peque­ño brote, y después el tallo. ¡Cuán grande tiene que haber sido la sor­presa de los labradores cuando un día, pasando por los sembrados, se dieron cuenta de que además del trigo crecía también una maleza! Pri­mero lo ve uno, después otro, y pasando rápidamente por todo el te­rreno, comprenden que desde un extremo hasta el otro se encuentra aquel pasto inservible.

De común acuerdo van a consultar al patrón a quien dicen, “Señor, ¿acaso usted no sembró buena semilla en su campo? ¿De dónde, pues, tiene cizaña?” a lo que les contesta que ha sido trabajo de un enemigo. Lo primero que se les ocurre a los trabajadores es que deben arrancar la maleza, pero el patrón es sabio y les aconseja a que no lo hagan, pues la cizaña es tan parecida al trigo que sería muy fácil equivocarse y arrancar éste juntamente con aquélla. “Dejen crecer las dos cosas hasta la siega”, manda el dueño del predio.

Las dos cosechas

En un comienzo la cizaña se parece mucho al trigo, pero con el an­dar del tiempo madura y es fácil distinguirla. Llega la época de la cosecha. El trigo está bonito, a punto de ser recogido, pero antes de segarlo el patrón manda a llamar a los segadores diciéndoles que pri­mero arranquen la cizaña. Con todo cuidado cumplen esta orden, atando todo aquello que para nada sirve, y llevándolo a otra parte, le prenden fuego. De nuevo salen los segadores, y gustosos, cosechan el trigo el cual llevan al granero de su señor.

Aplicación

Puesto que los discípulos no comprendían esta parábola, el Señor Jesús se la interpretó, de modo que no queda duda en cuanto al signifi­cado de ella. El campo que fue sembrado representa al mundo. La buena semilla no es la palabra de Dios como en la parábola anterior, sino que más bien representa a los salvados a quienes el Señor ha co­locado en distintas partes del mundo. El enemigo que sembró cizaña es figura de Satanás quien para contrarrestar la obra de Dios se ocupa en producir falsos cristianos que aparentan ser del Señor.

No todos aquellos que son de Satanás llevan vidas malas. Muchos son religiosos y morales, pero pese a las buenas cualidades que tengan, no han nacido otra vez, y aun cuando puedan engañar a los hombres, no podrán engañar a Dios. Pronto Jesús vendrá en busca de los suyos, y al igual que el trigo fue llevado al granero, éstos serán conducidos al cielo. Los que solamente tengan una profesión de fe, sin que haya ninguna realidad en ellos, serán lanzados en el lago de fuego. Conviene que cada cual que se llame cristiano se pregunte, ¿soy yo trigo o cizaña?, ¿soy un creyente genuino, o solamente una imitación sin vida y sin esperanza?

 

Preguntas

  1. ¿Quiénes son los dos sembradores?
  2. ¿Qué representan el trigo y la cizaña?
  3. ¿Por qué no permitió el patrón de los trabajadores que éstos arrancaran la cizaña?
  4. ¿Cuándo se realizará la siega?
  5. ¿Cómo puede uno estar seguro de ir al cielo cuando Cristo venga?

 

59 El buen samaritano

Estudio de parte del maestro: Lucas 10.25 al 37

Lectura con la clase: Lucas 10.25 al 37

Texto para aprender de memoria— los menores: Gálatas 3.13, Cristo nos redimió de la maldición de la ley ;

los mayores Gálatas 3.13

Introducción

Los judíos poseían el Antiguo Testamento, pero puesto que no había imprentas todavía, todos los ejemplares debían ser hechos a mano, de manera que eran escasos y costosos. Los hombres que copiaban la palabra de Dios eran llamados escribas, y a causa de su constante ocupación en ella, la conocían bien. Muchos de ellos llegaron a ser doctores o maestros de la ley, de manera que la enseñaban a aquellos que no tenían ejemplares propios.

El teólogo

Un día uno de estos doctores de la ley estaba escuchando a Jesús, y deseando probar al nuevo profeta de Galilea, como él pensaba, se levantó y le preguntó diciendo, “Maestro, ¿haciendo qué cosa heredaré la vida eter­na?” Creyendo que el Señor era solamente un hombre, quiso averiguar qué era lo que entendía acerca de la ley. Jesús le contesta en forma de pregunta, diciendo, “¿Qué está escrito en la ley? ¿Cómo lees?” a lo que el doctor de la ley responde que el deber del ser humano es de amar a Dios con todo su corazón, con toda su alma, con todas sus fuerzas, con todo su entendimiento, y a su prójimo como a sí mismo.

El Señor le dice que ha contestado bien y que haga esto y vivirá, pero el doctor sabe que jamás podrá alcanzar esta perfección. Él desea que Jesús ponga algunas condiciones, como los mismos judíos hacían, pues ellos decían que sus prójimos eran únicamente los de su propia nación. Con este pensamiento, él pregunta, “¿Y quién es mi prójimo?” Jesús, en vez de contestarle directamente, le pone un claro ejemplo en forma de parábola.

La parábola

Un viajero iba por la senda angosta, muy serpenteada y peñascosa que va pendiente abajo, de Jerusalén a Jericó, pueblo que dista unos 35 kilómetros. De repente un grupo de ladrones, saltando de un escon­dite oscuro, le atacaron, y desnudándole, le quitaron su bolsa de dine­ro y huyeron, dejándole medio muerto al lado del camino. Llegó un sacerdote que venía del templo en Jerusalén y seguramente el pobre herido pensó que le prestaría auxilió, pero pasó por el otro lado de la senda. Después vino un levita que también era religioso, tal vez miembro del coro que cantaba las alabanzas de Jehová en el templo. Al igual que el sacerdote, al ver al hombre caído, pasó de largo.

Final­mente llegó al lugar un samaritano. Éste al ver la condición crítica del viajero, fue movido a misericordia, de modo que vendó sus heridas después de limpiarlas con vino y ungirlas con aceite. Entonces, ponién­dole sobre su cabalgadura, le llevó a una posada donde le cuidó per­sonalmente toda la noche. Al día siguiente, antes de partir, dio dinero al posadero al cual encargó que atendiera al enfermo, prometiendo ade­más que al volver le recompensaría por todos los demás gastos que tuviera.

Aplicación

De este modo el Señor Jesús demostró al doctor de la ley quién era su prójimo, es decir, quienquiera que tuviera necesidad. También le hizo ver que para amar al necesitado, él tendría que usar de sus bienes y seguir ayudándole mientras esa persona tuviese necesidad. Esta fue una lección muy dura para el doctor, pues siendo judío, él aborrecía a los samaritanos. No obstante, según el Señor, ellos también eran sus prójimos.

El viajero que iba para abajo representa al pecador que desde el huerto del Edén ha seguido hacia la perdición. La caída en el pecado le robó su inocencia, y el mismo pecado le ha despojado de su carácter. Cuando se da cuenta de su pecaminosidad, el pecador es muy propenso a hacer esfuerzos por guardar la ley, pero en vez de salvarle, la ley le condena, pasando por así decirlo, por el otro lado de la senda tal como lo hizo el sacerdote (Romanos 3:20). Si no trata de salvarse por medio de la ley, el pecador busca en la religión la ayuda necesaria; él reza, hace oraciones, deja sus malas costumbres y asiste a la iglesia. Pero la religión, sin Cristo, es igual al levita; no es un medio para conseguir la salvación (Tito 3:5).

El samaritano representa al Señor Jesús en el viaje que hizo desde el cielo hasta la tierra en una misión de salvación. El vino simboliza la sangre suya que limpia de todo pecado, y el aceite es símbolo del Es­píritu Santo por quien el creyente es sellado hasta el día de la redención. La posada es figura de la iglesia de Dios donde Cristo coloca a todos aquellos que confían en Él. El posadero representa a aquellos que en la asamblea cuidan de los cristianos, y la vuelta del samaritano habla de la segunda venida de nuestro Señor Jesucristo.

Preguntas

  1. ¿Qué fue lo que el doctor de la ley preguntó al Señor Jesús?
  2. ¿Qué le aconteció al viajero de la parábola que Jesús contó?
  3. ¿Cuántos viajeros llegaron hasta el hombre herido?
    ¿cuál de ellos le prestó auxilio?
  4. ¿En qué sentido nos representa el hombre que cayó en manos de ladrones?
    ¿qué representa el sacerdote? ¿el levita?
  5. ¿A quién tipifica el samaritano? ¿por qué?

 

60 El rico insensato

Estudio de parte del maestro: Lucas 12.13 al 31

Lectura con la clase: Lucas 12.13 al 31

Texto para aprender de memoria— los menores: Mateo 6.33 Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia ;     los mayores:  Mateo 6.33

Introducción

En nuestra última lección leímos de un doctor de la ley que tentó a Jesús con una pregunta, la cual el Señor contestó por medio de una parábola. Hoy hemos de ver que había otros más, iguales a ese señor, es decir, muchos que no tenían interés en sus almas ni en la salvación que Jesús traía sino en los asuntos del mundo y de la vida terrenal. Tal es el hombre a quien se le ha puesto el nombre de “El Rico Insensato”.

Este, estando en la compañía que rodeaba al Señor, le ha escuchado, y parece que está pensando, “A lo mejor este profeta pudiera servirme un poco, pues Él habla con autoridad. Voy a aprovechar su visita aquí en mi pueblo”. Luego dice a Jesús: “Maestro, dí a mi hermano que parta conmigo la herencia. “ Aparentemente el padre de éste hombre ha muerto dejando una herencia para él y un hermano suyo, pero Jesús no ha venido para arreglar tales cuestiones sino para salvar a las almas. Por lo tanto le responde, “Hombre, ¿quién me ha puesto sobre vosotros como juez o partidor?” Entonces, volviéndose a la gente, Jesús añade, “Mirad, y guardaos de toda avaricia; porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee”.

La parábola

A continuación el Señor relata la historia de un hombre rico quien heredó una propiedad y la administró sabiamente, de manera que la tierra produjo mucho fruto. Le vemos a este dueño del fundo mientras anda un día por los sembrados y arboledas, y por donde quiera que mira él ve frutos en abundancia. Jamás ha contemplado una cosecha tan preciosa. Desde la siembra hasta la siega todo ha marchado bien, con lluvia y sol coordinados de tal manera que todo se ha desarrollado perfectamente. Pensamos que su corazón estará agradecido a Dios por tanta bendición, pero Jesús nos hace ver la verdadera condición de este rico. Él está pensando únicamente en sí mismo y su futuro, sin un solo pensamiento de Dios, pues dice, “¿Qué haré, porque no tengo donde guardar mis frutos?” Sus graneros le han servido en otros años, pero ahora ante la abundancia parecen pequeños.

“Esto haré, “dice, “derribaré mis graneros, y los edificaré mayores”. Completamente preocupado de la prosperidad del momento, ve ya los grandes y nuevos graneros, y en su mente ve como sus posesiones van a aumen­tar de año en año. Se ha olvidado de la brevedad e inseguridad de la vida, y como si él viviera para siempre en la tierra, sigue su conver­sación consigo diciendo, “Y diré a mi alma, Alma, muchos bienes tienes guardados para muchos años; repósate, come, bebe, regocíja­te”. ¡Cuán gráfico es este cuadro que Jesús presenta! Aunque ningún ser esté cerca del hombre, y nadie conozca sus planes, no obstante desde el cielo Dios le está mirando y viendo su ingratitud. De repente la voz del Creador se oye, y cuán solemne es su mensaje, “Necio”, dice Dios, “esta noche vienen a pedirte tu alma; (o, tu alma será de­mandada) y lo que has provisto, ¿de quién será?”

La lección para los discípulos

Jesús, habiendo contestado así al que le habló, ahora se dirige a sus discípulos, pues la lección no es solamente para los inconversos sino también para los salvados. “No os afanéis por vuestra vida”, dice el Salvador, y Él habla de las aves que no tienen graneros, sin embargo Dios les provee de lo necesario. Además las flores que no labran ni hilan crecen bien y Dios les viste. Si Él tiene cuidado para las criatu­ras y ornamentos de su reino, cuánto más cuidado tendrá para con sus hijos.

Aplicación

Lo único que le interesaba al hombre de la parábola eran las rique­zas, pero al morir las dejó atrás para siempre. Es una advertencia para nosotros a fin de que busquemos primero la salvación, sabiendo que Dios en su fidelidad nos proveerá de todo lo que podamos necesitar después. Sin duda el rico pareció sabio a los ojos de sus vecinos, pero Dios le llamó necio. No es que sea malo trabajar para mantenerse y gozar de los bienes que Dios nos da, pues Él en su palabra nos enseña que así hemos de vivir. Mas bien el pecado consiste en que el ser hu­mano se preocupe de tales cosas de tal manera que se desentienda del asunto de su salvación. “Buscad primeramente el reino de Dios”, dice el Señor Jesús.

Preguntas

  1. En esta lección, ¿qué favor pidió uno al Señor?
  2. ¿Acerca de quién contó Jesús la parábola? ¿cómo se equivocó aquel rico?
  3. ¿Qué plan tuvo para el futuro?
  4. ¿Por qué Dios le llamó necio?
  5. ¿De qué manera puso Jesús por ejemplo a las aves y los lirios?

61 La higuera estéril

Estudio de parte del maestro:  Lucas 13.1 al 9

Lectura con la clase: Lucas 13.1 al 9

Texto para aprender de memoria— los menores: Lucas 13.3, Si no os arrepentís todos pereceréis igualmente ;

los mayores: Romanos 3.12

Introducción

Un día mientras Jesús estaba enseñando sobre la certeza del juicio futuro para todos aquellos que no se arrepentían de sus pecados, algu­nos de sus oyentes le contaron de la muerte brutal y repentina que acababan de sufrir algunas personas de la provincia de Galilea. Sucede que éstos, por algún motivo, habían provocado la ira de Poncio Pilato, el gobernador romano, de manera que éste mandó a algunos soldados a fin de matarles. Los hallaron cerca del altar donde debían ofrecer sacrificios a Dios, y los soldados cruelmente les dieron muerte allí mismo, de manera que su sangre se mezcló juntamente con la de las víctimas que habían traído.

La contestación de Jesús

Las personas que narraban este crimen a Jesús creían que tan horri­ble muerte se debía al hecho de que aquellos galileos eran grandes peca­dores. Por lo tanto tiene que haber sido una sorpresa para ellos cuando el Señor, leyendo sus pensamientos, les contestó diciendo, “¿Pensáis que estos galileos, porque padecieron tales cosas, eran más pecadores que todos los galileos? Os digo: No; antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente”. Luego Jesús les recuerda otra trage­dia que también había ocurrido en Jerusalén donde una torre, cayendo del muro cerca del estanque de Siloé, había muerto a dieciocho perso­nas. Estos no eran galileos, sino moradores de la capital. Tampoco indicaba que eran más culpables que los demás, pero demostraba, sí, que todos, fuesen de Galilea o fuesen de Judea, eran pecadores, y que tarde o temprano perecerían a menos que se arrepintiesen.

La parábola

A cierto hombre, dueño de una viña, le gustaban mucho los higos, y él pensó que sería bueno tener una higuera propia donde pudiera salir a recoger todo el fruto que quisiera. Con todo esmero hizo preparar la tierra, y cuando ésta estaba en perfectas condiciones, plantó un árbol cuidadosamente seleccionado. Fueron pasando los años y la higuera se hizo grande de modo que el dueño, mirándola, pensó dentro de sí, “este otro año va a haber fruto”. Pasaron los meses y llegó la época de las brevas. Vemos salir al caballero con cara alegre en dirección a la viña, pero al llegar cerca de la higuera, decae su semblante, y comienza a revisar cuidadosamente el árbol. “Tendré que esperar otro año”, dice, y vuelve a casa. Al año siguiente sucede lo mismo, y también al subsi­guiente, de manera que es grande el chasco que siente al ver la higuera tan grande y cubierta de hojas, pero sin fruto. Hablando con el viñador, le dice que la corte, pues no sirve para nada, pero éste ruega a su se­ñor que tenga paciencia por un año más mientras él haga todo lo posible por salvarla. Accede el dueño a la petición del viñador quien a su vez se preocupa del árbol, cavando alrededor de él, abonando el suelo, y regándolo.

Aplicación

La viña y la higuera, ambas cosas, representan al pueblo israelita. Los tres años sugieren las distintas maneras que Dios probó a aquella nación, es decir, por medio de la ley, los profetas, y el Señor Jesu­cristo. Tenían religión, pero no había ninguna realidad en ellos. Por lo tanto el Dueño de la viña, Dios, dijo al Viñador, Cristo, que la hi­guera debía ser cortada. Este rogó, “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”, y Dios les concedió otra oportunidad más, envián­doles el evangelio en el poder del Espíritu Santo. El resultado fue que apedrearon a Esteban. Aún no daba fruto la higuera, y de consiguiente fue cortada.

También hay otros pecadores quienes jamás han llevado fruto para Dios, personas privilegiadas que han oído el evangelio sin haberse arre­pentido. Ya se ha pronunciado el juicio contra los tales por su pecado y necedad: “El que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él” (Juan 3:36). “Y ya también el hacha está puesta a la raíz de los árboles” (Mateo 3:10), como advertencia solemne que éstos están marcados para destrucción. La higuera que no lleva fruto está destinada para el fuego.

Esta es la advertencia de la parábola, y viene a hacer énfasis en la advertencia anterior contenida en los versículos 3 y 5 donde Jesús dice por dos veces, “si no os arrepentís, todos perece­réis igualmente”. Cristo te deja “este año” también a fin de que Él pueda “excavar” alrededor de ti y tratar de guiarte al arrepentimiento y a la fe en Él. ¿Cómo responderás tú al cuidado y al amor de Él?

Preguntas

  1. Cuando algunos contaron a Jesús de la muerte de ciertos galileos, ¿cuál era la opinión de ellos al respecto?
  2. ¿Qué hizo ver el Señor a sus informadores?
  3. ¿De qué pueblo era figura la higuera? En la actualidad, ¿a quiénes representa?
  4. ¿Quién es el Dueño, y quién el Viñador de la viña?
  5. ¿Qué hizo Jesús en bien del pecador? ¿Qué es lo que está hacien­do ahora para alcanzarle antes que sea demasiado tarde?

 

62 La gran cena

Estudio de parte del maestro: Lucas 14.1 al 24

Lectura con la clase: Lucas 14.16 al 24

Texto para aprender de memoria— los menores: Lucas 4.16 ;

los mayores: Lucas 4.17

Introducción

Según nos relata la primera parte de este capítulo, Jesús se hallaba en la casa de un príncipe de los fariseos, hombre por demás religioso pero no salvado, pues su fe estaba depositada en las obras y ceremo­nias de la ley. El Señor, fijándose en el hecho de que los oyentes, también religiosos, escogían los mejores asientos, les reprochó su orgullo. Luego hizo ver al dueño de casa que más le convenía llamar a los pobres, los mancos, los cojos, y los ciegos para hacerles un bien, antes de convidar solamente a sus amigos y parientes quienes a su vez le retribuirían. Esto instó a uno de los presentes a decir, “Bienaventurado el que coma pan en el reino de Dios”, y Jesús, quien jamás pasaba por alto una oportunidad para enseñar a los seres huma­nos acerca de Dios y su salvación, contó la parábola que nosotros he­mos leído.

La cena y los convidados

“Un hombre”, dice Jesús, “hizo una gran cena, y convidó a muchos”. Podemos imaginar los preparativos, cómo trabajarían algunos sirvien­tes para dejar la casa inmaculada mientras que otros se preocuparían de preparar un banquete suntuoso. El dueño de casa, sumamente feliz, contempla las labores que se han ejecutado, y a la tarde manda llamar a su siervo, a quien dice, “Debemos recordar a los convidados, no sea cosa que a alguno se le olvide, así que anda tú a decirles: Venid, que ya todo está preparado”.

Con pasos presurosos el siervo se dirigió a la primera casa, donde extendió nuevamente la invitación cariñosa de su señor. Era de espe­rarse que la gente diese las gracias, y se vistiera de inmediato para acudir a la cena, pero esto no sucedió sino que el dueño de casa dijo fríamente, “He comprado una hacienda, y necesito ir a verla; te ruego que me excuses”. Sin duda, el siervo, algo perplejo, se iría de allí para seguir cumpliendo con su cometido, pero al dar aviso en la segun­da casa, y ser rechazado nuevamente, quedaría pasmado de la indi­ferencia y falta de cortesía de los convidados. Aquí el dueño de casa le dijo, “He comprado cinco yuntas de bueyes, y voy a probarlos; te ruego que me excuses”.

“¡Qué extraña es esta gente!” él pensaría, “pues, ¿cómo se les ocurre comprar terrenos y animales sin examinarlos pri­mero? y de todos modos, ¿cómo van a salir de noche?” Así está razonando dentro de sí cuando llega a la tercera casa, donde el caballero le dice en forma cortante que se acaba de casar, y por ese motivo no puede ir. Vuelve a casa el siervo, convencido que ninguno de los con­vidados quiere ir a la gran cena, y que sus excusas son simplemente mentiras.

Los nuevos convidados

El dueño de casa, al enterarse de la actitud de las personas que él ha mandado invitar por dos veces, se enoja, y ordena al siervo que vaya rápidamente por las plazas y calles de la ciudad a fin de juntar a los pobres, los mancos, los cojos y ciegos, para que vengan a disfrutar del banquete que los otros han despreciado. Luego empieza a llegar la extraña procesión, y es fácil imaginar la sorpresa que se apodera de los vecinos al mirar por sus ventanas y ver a estos seres desahuciados que van entrando por las puertas de la casa. Unos vienen con bastoncitos, pues son ciegos, otros que son cojos, con muletas, pero sin excepción, en los trajes de todos se refleja la pobreza. El siervo avisa a su señor que ha cumplido sus órdenes, y sin embargo “aún hay lugar”, a lo que éste le manda buscar más lejos, diciendo que vaya por los caminos y vallados para que su casa esté llena.

Aplicación

El evangelio no es un mensaje triste, pues la palabra significa “bue­nas nuevas”. Es como una fiesta porque trae paz, gozo y múltiples ben­diciones al pecador que acude a Cristo. Lo triste es que las multitudes, o se distraen con los placeres del mundo, o se preocupan de los nego­cios y los cuidados de la casa, y en vez de aceptar la provisión de Dios, le presentan sus miserables excusas. Para todos los tales las palabras del versículo 24 son muy solemnes, “ninguno de aquellos hombres que fueron convidados, gustará mi cena”. Los que gustarán la cena ahora y en la eternidad son los que se reconocen por pecadores incapacitados como los ciegos, mancos, cojos, etc. Hasta el momento presente po­demos predicar con alegría a éstos, diciéndoles que “aún hay lugar”.

Qué ningún niño deje pasar esta preciosa oportunidad de comer en el reino de Dios, pues los que pierdan la fiesta gustarán eternamente la ira de Dios.

Preguntas

  1. ¿A quién representa el hombre que hizo la gran cena?
    ¿a quiénes representan los convidados?
  2. Mencionen algunas de las bendiciones que Dios ha provisto para el pecador.
  3. ¿Cuáles fueron las excusas que dieron los convidados?
  4. ¿Qué es lo que nos enseña la condición física de los que aceptaron la invitación?
  5. ¿Cuál será la suerte de todo aquel que desprecie la invitación de Dios?

 

63 La oveja perdida

Estudio de parte del maestro: Lucas 15.1 al 7

Lectura con la clase: Lucas 15.1 al 7

Texto para aprender de memoria— los menores: Lucas 15.2 Este a los pecadores recibe, y con ellos come ;

los mayores: Lucas 15.2

Introducción

El Señor Jesús manifestaba la bondad y el amor de Dios de tal mane­ra que aun los publicanos y pecadores se allegaban a Él para escuchar las palabras de gracia que caían de sus labios. Los fariseos y escribas, quienes eran los religiosos de aquel entonces, viendo lo que sucedía, hablaron con desprecio diciendo, “Este a los pecadores recibe, y con ellos come”. No obstante aquellos enemigos acérrimos del Salvador hablaran así con desdén, sus palabras expresaban una gran verdad, de manera que esta frase ha sido llamada “el evangelio según los fariseos”.

Jesús, aceptando el desafío de sus perseguidores, les contestó por medio de una parábola, es decir, una historia sencilla que ellos enten­derían fácilmente, pero cuyo glorioso significado espiritual no com­prenderían. En verdad, en la contestación del Señor hay tres parábolas, pero hoy consideraremos solamente la primera.

La oveja perdida

En esta historia simpática Jesús nos lleva en nuestros pensamientos a la tierra de Palestina donde nos muestra a un pastor que anda cuidan­do un rebaño de cien ovejas. Para él son de mucho valor, pues no son simplemente animales, sino más bien amigos a quienes conoce por nombre, y que vienen a él cuando las llama. Día y noche este fiel pastor cuida del rebaño, buscando los mejores pastos, y vigilando siempre por­que ninguna fiera se acerque. Todas las noches mientras las ovejas van entrando en el corral las cuenta, y las examina a ver acaso alguna se haya lastimado.

Sucede una noche, cuando el pastor revisa el rebaño de esta manera, que habiendo entrado la última oveja, se da cuenta de que todavía falta una. ¡Con cuánta ansiedad no entra en el corral para ver si es cierto que una no ha llegado! Al comprender que es efectivo, cie­rra la puerta y va en busca de la oveja perdida. Es noche oscura, pero las estrellas desde lejos arrojan sus lucecitas sobre el campo por donde debe andar el pastor. Desciende a los valles, y cruzando los arroyos vuelve a subir al monte, deteniéndose de vez en cuando para llamar a su amada oveja. Por fin la oye, y en pocos minutos está a su lado. Alegre, la pone sobre sus hombros, y con paso ligero, se dirige hacia su hogar. Una vez llegado, es tan grande el gozo que siente que no lo puede contener, así que llama a sus amigos y vecinos para que vengan a celebrar juntamente con él el rescate de la oveja perdida.

Aplicación

Así contestó el Señor a sus adversarios; lo que ellos decían era cierto, pues Él recibía a los pecadores, y no sólo los recibía, los bus­caba con amor y sacrificio hasta hallarlos. La oveja perdida somos nosotros, pues escrito está que “todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino”, Isaías 53:6. “Como ove­jas”, dice Dios, porque la estupidez de aquel animal ilustra la condi­ción del pecador, que habiéndose apartado de Dios, no entiende su vo­luntad ni le busca, Romanos 3:11, de modo que el Buen Pastor debe buscarlo. Para Jesús el viaje fue largo y los dolores y sufrimientos infinitos. A fin de hallarnos Él tuvo que llegar hasta la cruz del Calva­rio y la tumba de José de Arimatea, y todavía por medio del evangelio Él sigue buscando a las ovejas perdidas.

El pastor de la parábola, al hallar su oveja, la puso sobre sus hom­bros y la llevó hasta la casa. Esto nos proporciona un cuadro precioso de la seguridad que disfruta el creyente en Jesús, pues su salvación de­pende del poder y cariño de su Salvador, Hebreos 7:24,25. Finalmente, Jesús presenta una escena de gran gozo, mostrándonos al pastor, quien, juntamente con los vecinos, se regocija grandemente. La interpretación que el mismo Salvador nos da demuestra que todo el cielo está profun­damente interesado en la salvación de los seres humanos.

 

Preguntas

  1. ¿Cuál fue la acusación que hicieron los fariseos?
  2. ¿Cómo indicó el Señor que lo que ellos decían era efectivo?
  3. ¿Qué hizo el Buen Pastor a fin de hallar la oveja perdida?
  4. En esta parábola, ¿qué aprendernos de la seguridad de un pecador salvado por Jesús?
  5. ¿Dónde es que hay gozo cuando un pecador se arrepiente?

 

64 La moneda perdida

Estudio de parte del maestro:  Lucas 15.8 al 10

Lectura con la clase: Lucas 15.8 al 10

Texto para aprender de memoria— los menores: Lucas 15.10. Hay gozo delante de los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente ;

los mayores: Lucas 15.10

Introducción

El domingo pasado leímos las palabras que hablaron los enemigos de Jesús, quienes dijeron, “Este a los pecadores recibe, y con ellos co­me”. Vimos que el Señor, en respuesta a aquella acusación, contó una parábola triple, hablando en la primera parte de una oveja que se perdió y fue hallada por el pastor. Esto es lo que Él mismo hacía, pues cual buen Pastor, buscaba a los pecadores perdidos, y hallándolos, los recogía a fin de llevarlos a la casa de su Padre celestial. Ahora en la porción de hoy, Jesús sigue hablando de cosas perdidas, y a fin de en­señarnos otra lección interesante y provechosa, nos conduce a la casa de una señora quien se encuentra muy afligida.

La mujer y la dracma

En aquellos tiempos cuando Jesús estuvo en la tierra, las mujeres acostumbraban llevar un collar del cual colgaban diez monedas, suje­tas por un alambre delgado. Las mujeres ponían mucho valor sobre estas dracmas, pues así se llamaban, y consideraban que era una des­gracia perder una de ellas. Tal vez el Señor se refirió a aquella cos­tumbre, pero de todos modos vemos que la mujer tenía diez monedas de las cuales se le perdió una.

Es la tarde del día cuando entramos en la casa, el sol acaba de po­nerse, y solamente ahora la mujer se ha dado cuenta de su pérdida. “¡Ay de mí!” dice, “¿qué voy a hacer? Se me cortó el hilo del collar, y me quedan únicamente nueve dracmas, y si no encuentro la otra, to­das mis vecinas hablarán de mí que soy una mujer muy descuidada. Ya me va a costar encontrarla, pero tengo que buscarla inmediatamente”.

Primero enciende una vela, y tomando la escoba, co­mienza a barrer debajo de la mesa y la cama, y continúa barriendo hasta en los rincones de la pieza. De repente, en medio de la tierra y el polvo, ve que hay una cosita que brilla. Con gran alegría la recoge, diciendo animadamente, “¡Es mi dracma! ¡Es mi dracma!” Llena de gozo, junta las diez monedas preciosas, corre rápidamente a la casa de su vecina, y luego a la que sigue. Juntando a sus amigas, les muestra las dracmas, contándoles cómo una de ellas se había per­dido y cómo ella la encontró, con el resultado que, todas contentas, le felicitan.

Aplicación

En la primera parábola, sabemos que el fiel pastor representa al Hijo de Dios, y en la tercera parábola, del hijo pródigo, es claro que el padre amante quien esperaba el regreso del hijo representa a Dios Padre. Es lógico pues, suponer que en la segunda parábola la mujer represente al Espíritu Santo. Los fariseos habían acusado a Jesús, diciendo que Él recibía a los pecadores, así que les habló primero de su propia obra. Ahora habla de la obra que sigue, es decir la del Espíritu, quién con la vela (la palabra de Dios), anda por este mundo de tinieblas buscando a los perdidos a fin de iluminarles. La moneda estaba perdida, pues no tenía fuerzas ni vida para salvarse, y además estaba en las tinieblas.

El caso del pecador es idéntico porque le fal­tan las fuerzas como para levantarse de su postración, está muerto en sus delitos y pecados, y Satanás le tiene cegado. La oveja estaba per­dida afuera en el campo, pero la moneda estaba en la casa. Esto sig­nifica que aun entre los que profesan ser cristianos y creen ser de la casa de Dios, hay muchos perdidos que necesitan la salvación. La mo­neda que estando perdida para nada servía, después de encontrada sería útil a su dueña. Del mismo modo Dios dice que “todos se des­viaron, a una se hicieron inútiles”. Después que Él salva al pecador, este le es útil y Dios le exhorta a que presente su cuerpo a Él para servirle en santidad, Romanos 12:1. Otra vez Jesús habla del gozo que hay en el cielo cuando un pecador se arrepiente, esta vez diciendo que los ángeles participan en la alegría.

Preguntas

  1. ¿Qué fue lo que la mujer perdió?
  2. ¿Dónde la perdió?
  3. Nombre las dos cosas que la mujer hizo para buscar la moneda.
  4. ¿En qué sentido es semejante el pecador perdido a aquella moneda?
  5. ¿Qué tipifica la vela? ¿De quién es figura la mujer?

 

65  El hijo perdido

Estudio de parte del maestro: Lucas 15.11 al 32

Lectura con la clase: Lucas 15.11 al 32

Texto para aprender de memoria— los menores: Lucas 15.18, Padre, he pecado contra el cielo y contra ti ;      los mayores: Lucas 15.18

Introducción

La contestación del Señor Jesús a los fariseos ya ha demostrado que no sólo Él, sino también el Espíritu Santo, buscaba a los pecadores, y que los ángeles se gozaban sabiendo de la salvación de seres perdidos. Ahora, siguiendo con la tercera de estas parábolas, aprenderemos del perdón y de la bienvenida que recibe el pecador cuando se arrepiente de sus pecados.

El padre y sus dos hijos

Hoy Jesús nos lleva a la casa de un caballero rico y cariñoso, quien tiene dos hijos grandes. Estos son muy diferentes el uno del otro, pues el mayor es callado y serio, de modo que se preocupa muy poco de los entretenimientos. En cambio el menor es vivo, poco le agrada la vida del hogar, y siempre está buscando cualquier pretexto para escapar de su trabajo a fin de salir con sus compañeros. Los dos jóvenes saben que al morir su padre, la herencia será de ellos, pero pese a esta es­peranza y todas las comodidades de la casa, el hijo menor no está satis­fecho; no puede conformarse con sus bendiciones, sino que desea salir para conocer la vida del mundo y gozar de los placeres que le ofrece.

Por fin decide pedir al padre la porción de los bienes que le correspon­de, y éste, sin duda con mucha tristeza, accede a la petición de su hi­jo, entregándole una gran suma de dinero. Así sucede que aquel hijo malagradecido, bien vestido y lleno de entusiasmo, parte del hogar, despidiéndose fríamente y sin importarle la emoción que se deja refle­jar en el rostro de su padre.

El hijo en la provincia apartada

Sigue caminando el joven hasta llegar a una ciudad en una provincia le­jana donde encuentra lo que desea, de modo que, haciéndose de muchos amigos, comienza a gastar desenfrenadamente el dinero que su padre con sacrificios ahorró. Día y noche pasa en el juego, la cantina, las carreras, y tantos lugares adonde lo llevan sus nuevos compañeros, y en su felicidad piensa dentro de sí, “Ahora, sí, he encontrado la vida. ¡Qué necio fue mi hermano quedándose en la casa!” ¡Pobre joven! no se da cuenta de que le están quedando pocos billetes, ni se fija en la esca­sez de alimentos que hay, debido a una grande hambre que ha sobrevenido a toda la provincia hasta que de repente un día se despierta a la realidad de su situación. Se asusta al ver que no tiene con qué comprar el almuerzo, pero creyendo que algún amigo le auxiliará, sale a la ca­lle en busca de éstos.

Sin embargo, no aparecen, y si uno u otro le ve, parecen no conocerle, pues vuelven la cara para no saludarlo. “¿Qué hago?” dice desesperado. “Voy a tener que buscar trabajo, pues si no, me muero”, pero en todas partes donde pregunta le dicen que no hay trabajo. Por fin llega donde un señor que le envía a alimentar algunos cerdos. ¡Qué infeliz es su vida ahora! nadie le da de comer, su ropa está sucia y hecha pedazos, y su cara demuestra solamente miseria. Pasa los días pensando en el hogar de su padre, y por las noches sueña con las comidas abundantes que se sirven allá. “Hasta los trabajadores allá están en condiciones muy superiores a la mía”, dice un día; “Yo, pues, me levantaré, e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado con­tra el cielo, y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros”.

 

La bienvenida del padre

Podemos imaginar la pena que ha sentido el padre benévolo durante la ausencia de su hijo. ¡Cuántas veces habrá salido de la casa para mirar hacia donde lo vio por última vez! Hoy sale de nuevo, y a la dis­tancia le parece que viene un viajero. Sigue mirando, y muy conmovido se pregunta si acaso no será su amado hijo, pues hay algo en su andar que le llama la atención. Está sucio, mal vestido, anda descalzo, y con cabeza gacha se aproxima como si estuviera llevando una carga pesada.

Corriendo, el padre le sale al encuentro, y con lágrimas le abraza y besa. “Padre”, dice el joven, “he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo”. ¡Cuán dulce es esta confesión a los oídos del padre! Volviéndose hacia los siervos, les manda que traigan el mejor vestido, un anillo y zapatos, y que se apresuren a ma­tar el novillo gordo, pues deben hacer una gran fiesta para celebrar la llegada del hijo.

Aplicación

No es mucho lo que necesita explicación. En la primera parábola vi­mos la estupidez del pecador, en la segunda su inutilidad, y ahora su voluntad rebelde que se opone a la de Dios Padre. El deseo del pecador es gozar las bendiciones divinas sin tener comunión con Dios, y por lo tanto se aleja, pero luego tiene que pagar las consecuencias en la tierra apartada. En el regreso del pródigo vemos que no solamente Jesús re­cibía a los pecadores, sino que su Padre también les esperaba con an­siedad, deseando únicamente que llegaran contritos y arrepentidos para que Él en su amor les besara, perdonándoles todos sus pecados.

El principal vestido representa a Cristo quien es nuestra justicia o manto de salvación. El anillo es señal del parentesco, que para los salvados es eterno. Los zapatos sugieren la aptitud para estar en el hogar, y en la fiesta vemos la satisfacción que hay en Cristo. El hijo mayor repre­senta a los mismos fariseos, orgullosos y enojados por la gracia que Dios manifestaba a los pecadores, versículos 25 al 28. Tan lleno de su propia justicia, el hijo mayor ni reconocía al hijo pródigo como a su hermano. Sin embargo vemos que el pecado henchía su corazón, pues se atrevió a criticar a su padre quien, según él, nunca le había dado un cabrito para gozarse con sus amigos.

Preguntas

  1. ¿Cuál de los hijos pidió al padre la porción de los bienes que le correspondía? ¿Adónde fue?
  2. ¿Cómo vivió allá? ¿Por fin qué ocupación tuvo en la provincia apartada?
  3. ¿Cómo manifestó el hijo su arrepentimiento? ¿Cómo manifestó el padre su amor y perdón?
  4. ¿A quién tipifica el hijo pródigo? ¿a quién el padre amante?
  5. ¿Cómo puede arrepentirse el pecador?

66 El rico y Lázaro

Estudio de parte del maestro: Lucas 16.19 al 31

Lectura con la clase: Lucas 16.19 al 31

Texto para aprender de memoria— los menores: Proverbios 10.7, El nombre de los impíos se pudrirá ;

los mayores: Proverbios 29.1

Introducción

En nuestra última lección, que era del Hijo Pródigo, Jesús hacía ver la necesidad del arrepentimiento, pues sólo al levantarse y regresar contrito al padre, fue perdonado aquel joven. En la porción a que hemos dado lectura en esta ocasión, el Señor nos permite mirar más allá de la muerte, de manera que vemos cuál es la suerte de todo aquel que no se arrepiente de sus pecados.

Los dos hombres en vida

En cierta ciudad vivía un hombre rico cuyo hogar era cual palacio, pues allí disfrutaba de toda comodidad. Vistiéndose como príncipe, en costosos trajes de púrpura y lino fino, hacía banquetes todos los días. Sin duda sus siervos contarían a sus conocidos en el pueblo de los ricos manjares que ellos servían a su señor y a los amigos que se festejaban a la mesa con él, y algunos de los pobres le tendrían mucha envidia. Mientras el rico se preocupaba tanto de la comida y el vestuario, des­cuidaba totalmente las necesidades de su alma. No hacía caso a las en­señanzas de las Sagradas Escrituras, en las cuales las palabras de Moisés y los profetas pudieran haberle hecho sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús.

Fuera de la puerta de aquella mansión yacía un enfermo quien se llamaba Lázaro. Allí esperaba, junto con los perros, recibir de la co­mida que sobrando en la casa, era botada por los siervos. En su estado de debilidad no se podía defender de los perros que se acercaban para lamerle las llagas que cubrían su cuerpo desnutrido.

Los dos hombres mueren

Como era de esperarse, Lázaro no vivió por muchos años, sino que luego murió. Al partir él a la eternidad, su cuerpo seguramente fue echado en algún foso común. No obstante, antes de su muerte, el men­digo había buscado a Dios, y había depositado su fe en Él. Así fue que cuando falleció, los ángeles vinieron para trasladarle al paraíso, o seno de Abraham, como solían llamarlo los judíos.

También llegó la muerte a la casa del rico, donde posando su mano helada sobre aquel amante de los placeres, le arrebató bruscamente del mundo. Indubitablemente los parientes y amigos se reunieron, llo­rando y lamentando la tragedia que había sucedido, y después de embalsamar el cuerpo, lo llevarían con mucha ceremonia al cementerio para enterrarlo allí en una tumba magnífica.

Los dos hombres en la eternidad

Mientras esto acontecía, ¿dónde estaba el rico? Jamás se había preo­cupado de la salvación divina, y ahora le correspondía pagar las conse­cuencias. Dice el Señor, “en el Hades alzó sus ojos, estando en tormen­tos, y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno”. Lo primero que pensó fue que éste, a quien antes había despreciado, podría traerle agua para de aliviar sus sufrimientos. Abraham le hizo ver que Lázaro ahora era consolado, y él atormentado, y que además, entre los salvados y los perdidos había un tremendo abismo, que cual barrera insalvable, impedía que los unos se acercasen a los otros.

Otro pensamiento más sube a la mente del rico, el cual aumenta sus tormentos, pues se acuer­da de sus cinco hermanos que en la tierra llevan la misma vida de indi­ferencia que le caracterizó a él. Por este motivo es que, volviendo a hablar con Abraham, le ruega que envíe a Lázaro a la casa de su padre para advertir a sus hermanos a fin de evitar que lleguen a ese lugar de tormento. Abraham, al contestarle, dice que el único testimonio o aviso que Dios da a los seres humanos es por su palabra, y quien no se con­venza por ella, tampoco será convencido por otro medio.

Aplicación

Esta lección está en las Sagradas Escrituras para convencernos que “ahora es el día de salvación”, y que al morir, o iremos al cielo o al infierno. Nuestra fe en la palabra de Dios, o nuestra incredulidad hacia ella, determinará nuestra suerte en la eternidad, Juan 5:24, 3:36. La muerte no respeta ni al rico ni al pobre; muchas veces no avisa con an­ticipación, y cuando alcance al ser humano, ya es demasiado tarde para que éste se arrepienta.

Sabemos el nombre del creyente, Lázaro, que significa “Dios mi ayuda”, pues estaba inscrito en el libro de la vida. No figura el nombre del rico, hecho que nos recuerda el texto que dice, “el nombre de los impíos se pudrirá”, Proverbios 10:7.

El inconverso, ausente del cuerpo, en el infierno (hades, el lugar de los muertos), retiene las facul­tades de la vista, el habla, los sentimientos y la memoria. Además del fuego, versículo 24, y la grande sima, versículo 26, Jesús advierte por cuatro veces de los tormentos, versículos 23, 24, 25 y 28.

Preguntas

  1. Mientras los dos hombres estaban con vida, ¿cuáles eran las úni­cas diferencias aparentes entre ellos?
  2. ¿En qué sentido fueron distintos los funerales?
  3. ¿Quiénes llevaron a Lázaro al paraíso?
  4. Describan las condiciones en que se encuentran los no salvados en el infierno.
  5. ¿Por qué no enviaría Dios a Lázaro para advertir a los hermanos del rico?

 

67 El fariseo y el publicano

Estudio de parte del maestro: Lucas 18.9 al 14

Lectura con la clase: Lucas 18.9 al 14

Texto para aprender de memoria— los menores: Lucas 18.13, El publicano se golpeaba el pecho, diciendo: Dios sé propicio a mí, pecador ;

los mayores: Lucas 18.13

Introducción

El Señor Jesús frecuentemente se encontraba con personas quienes eran semejantes al hermano mayor del hijo pródigo, es decir, se creían tan buenos como para no necesitar de la salvación de Dios. Además, eran propensos a criticar a los demás que no practicaban la reli­gión al igual que ellos. Aquellos fariseos, pues así se llamaban, no se guiaban en sus creencias y prácticas por las Sagradas Escrituras, sino más bien por las tradiciones de los ancianos, las cuales en gran parte torcían las verdades que Dios había revelado por sus profetas. Puesto que lo mismo ha sucedido en la cristiandad, la parábola que Jesús cuen­ta acá debe ser de mucha instrucción para nosotros.

La oración del fariseo

El fariseo se dirige al templo, subiendo por las gradas con toda na­turalidad, pues no es ningún extraño en este lugar sagrado, donde suele hacer largas oraciones. Su postura, su manera de hablar, en fin toda su actitud es la de un hombre orgulloso, pues escuchemos con atención lo que él está diciendo. “Dios, te doy gracias, porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publi­cano”. Pero, pensamos, esta no es manera de orar a Dios, pues este fariseo no hace otra cosa sino vanagloriarse en sus pretendidos méritos, y menospreciar a los demás. Terminando su oración, el re­ligioso informa a Dios de las obras que hace, diciendo, “Ayuno dos ve­ces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano”. No ha pedido nin­guna cosa a Dios, ni le ha expresado las gracias por las miseraciones que Este tan bondadosamente derrama sobre él a diario. En verdad no oró a Dios, sino que como Jesús dijo, él “oraba consigo”.

La oración del publicano

Cuando el fariseo subió al templo, también entraba otro hombre, pero muy diferente del primero, pues era publicano. Esto quiere decir que era recaudador de los impuestos, empleado por los romanos para recolectar dinero que exigían de parte de los judíos. Por tal motivo los judíos aborrecían a los publicanos, considerándoles trai­dores, y lo cierto es que muchas veces eran injustos.

No obstante, fijándonos en este publicano que ha venido al templo, le vemos en actitud de humildad y reverencia. No se acerca, sino que se detiene lejos de la casa de Jehová, su cabeza inclinada, como indicando que se siente indigno y avergonzado. Por algunos momentos ninguna pa­labra sale por sus labios, pues su pecado, cual carga pesada, le aflige. Al igual que Pablo, quien exclamara, “¡Miserable de mí! ¿quién me li­brará de este cuerpo de muerte?”, el publicano hiere su pecho, y al dar expresión audible a sus deseos, ruega, “Dios, sé propicio [ten misericordia] a mí, peca­dor”. Así se reconoce por pecador perdido, y al tomar el lugar que le corresponde, pide al Dios que ha ofendido que le perdone.

El publicano es perdonado

El fariseo no recibió ninguna bendición, porque no pidió nada a Dios. Toda su oración fue simplemente una manifestación del orgullo y de la ignorancia que henchían su corazón. Debiera haber sabido que no ha­bía ninguna diferencia entre él y sus semejantes, y que sus obras care­cían de valor, pues Dios le enseñaba al respecto en el Antiguo Testa­mento. Véanse Proverbios 27:19, Jeremías 17:9, Isaías 1:2 al 6, 58:3 al 7, 64:6.

En cambio, hablando del publicano, Jesús dice, “Os digo que éste descendió a su casa justificado antes que el otro; porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido”. El de la parábola reconoció que estaba distanciado de Dios, Isaías 59:2, que su corazón era perverso, Jeremías 17:9, y qué sólo con base en algún sacrificio Dios podría perdonarle, pues tal es el significado de la frase “sé propicio a mí”. Día tras día los sacrificios que se ofrecían en el altar del templo anunciaban elocuentemente que sin derrama-miento de sangre no se hacía remisión de los pecados. El apóstol Juan emplea la misma palabra donde dice, “Dios … envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados”… y “El es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo”, 1 Juan 4:10, 2:2.

Preguntas

  1. ¿Cómo demostró el fariseo que era muy orgulloso?
  2. ¿Por qué no fue justificado (salvado) aquel religioso?
  3. ¿Por qué menospreciaban los judíos a los publicanos?
  4. ¿Qué era lo que el publicano reconoció en su oración?
  5. ¿Qué dijo Jesús en cuanto a los dos hombres?

 

68 Las diez vírgenes

Estudio de parte del maestro:  Mateo 25.1 al 13

Lectura con la clase: Mateo 25.1 al 13

Texto para aprender de memoria— los menores: Mateo 25.6, ¡Aquí viene el esposo! Salid a recibirle;

los mayores:  Mateo 25.6

Introducción

Al acercarse el tiempo cuando Jesús debía separarse de sus discípu­los para morir en la cruz y después subir al cielo, Él les habló mucho de su segunda venida, tanto en el discurso sobre el monte de los Olivos, Mateo capítulos 24 y 25, como en el aposento alto, Juan capítulos 13 al 17. Sus palabras no de­jaban lugar a duda, pues dijo, “Si me fuere, y os preparare lugar, ven­dré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, voso­tros también estéis”. Sin embargo, Jesús no fijó ninguna fecha para su advenimiento, sino que advirtió que nadie sabía de aquel día, ni aun los ángeles de los cielos, sino solamente su Padre, de modo que los discí­pulos debían velar y estar apercibidos.

Una costumbre oriental

Un viajero, estando en Egipto, vio cierta noche una procesión nup­cial, y puesto que se asemeja mucho a las celebraciones que había en Palestina en los tiempos de Jesús, puede servir para ayudarnos en la comprensión del tema de hoy.

“Siendo muy de noche”, dice, “mientras pasábamos una plaza en la ciudad, sentimos gritos y música, y luego divisamos una procesión grande que se aproximaba. Adelante andaban hombres que llevaban en alto braseros, llenos de antorchas, luego seguían los músicos tocando flautas y tambores, y finalmente, una muchedumbre bulliciosa. Era la procesión de un novio que iba camino a la casa de la novia. De repente, al llegar a una esquina, salió un grupo de mujeres llevando linternas, quienes, con aclamaciones, vinieron al encuentro del novio. Luego llegaron a una casa, en la cual entraron, y no les vi más”. Teniendo presente es­ta descripción, meditemos sobre la parábola de las diez vírgenes.

Las diez vírgenes esperan al esposo

Un día por la tarde diez jovencitas salieron de sus casas para espe­rar a un novio que debía casarse esa misma noche. Al mirar a las diez, nos fijamos en que se parecen mucho en su apariencia, pues sus vesti­dos son iguales, y todas llevan lámparas en sus manos. Se les hace larga la espera, se oscurece, y cansándose, comienzan a cabecear, de manera que una tras otra se van quedando dormidas.

La llegada del esposo

A la media noche, de repente se oye un grito, “¡Aquí viene el esposo; salid a recibirle!” Las señoritas, despertándose, se levantan rápidamente, y luego vemos brillar cinco lámparas. ¿Qué es lo que pasa? ¿Por qué están prendidas solamente cinco lámparas? Ah, es que estas perte­necen a las vírgenes prudentes, quienes tomaron la precaución de traer una cantidad de aceite, mientras que sus compañeras insensatas traje­ron solamente lámparas. ¡Qué apuradas se ven, tratando de encender éstas! Luego, dándose cuenta que sus esfuerzos son inútiles, ruegan a las prudentes que les den de su aceite. Esto es imposible, porque tie­nen solamente lo que les basta, de modo que les dicen que vayan a com­prar para sí mismas. En esto andan las insensatas cuando lle­ga el novio, y las prudentes, acogiéndose a la procesión que le acom­paña, entran con regocijo en la casa.

La suerte de las insensatas

Al poco rato se sienten voces que desde afuera están llamando, “¡Se­ñor, Señor, ábrenos!” Son las vírgenes insensatas quienes reclaman de­recho de entrar en la habitación, pues desean participar en la alegría que reina allí. “De cierto os digo”, responde el esposo, “no os conoz­co”, rehusando en esta forma admitirlas. En verdad, sentimos pena por aquellas mujeres, pues de todo corazón desean entrar, y mayormente, oyendo la música y las voces que cantan con alegría. Pero ya no hay es­peranza, sino que, llorando desconsoladamente, deben alejarse de las bodas, sabiendo que toda la culpa la tienen ellas.

Aplicación

Tal vez algunos de los alumnos en esta clase tienen la mala costumbre de estar siempre atrasados, ya a la hora del desayuno, ya a la hora de sus clases en el colegio. Si es así, habrán tenido que salir sin tomar desa­yuno algunas veces, y a lo mejor habrán recibido anotaciones en sus li­bretas. La lección de hoy pone en claro que Jesús viene pronto. Ya se está anunciando en el mundo entero que “el esposo viene”, pero muchos niños y adultos están durmiendo. Aun cuando algunos tienen una lámpara, no tienen aceite, y por lo tanto no están preparados para en­trar en la casa de Dios en los cielos.

Las vírgenes que tenían solamente lámparas son una figura de todos aquellos que profesan ser cristianos, pero no tienen en sí al Espíritu Santo. El Señor Jesús dice terminante­mente que “el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios”, y en otra parte se nos dice que, “si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de Él”, Juan 3:5, Romanos 8:9. ¡Cuán terrible será la condición de los no salvados cuando Jesús venga! y éstos se en­cuentren excluidos del cielo, sabiendo muchos que sus padres, hermanos, y amigos, están dentro. Véase también Lucas 13:25 al 28.

Preguntas

  1. ¿En qué sentido fueron iguales las diez vírgenes?
  2. ¿Cuál fue la gran diferencia?
  3. ¿Qué significan las lámparas? ¿de qué es figura el aceite?
  4. ¿Cuándo va venir Jesús?
  5. ¿Quiénes entrarán al cielo cuando Jesús venga? ¿cuál será la suer­te de los demás?

69 Las diez minas

Estudio de parte del maestro: Lucas 19.11 al 28

Lectura con la clase: Lucas 19.11 al 28

Texto para aprender de memoria— los menores: Apocalipsis 22.12, He aquí yo vengo, y mi galardón conmigo ;

los mayores: Apocalipsis 22.12

Introducción

La porción que nos corresponde hoy presenta a Jesús mientras va ca­mino a Jerusalén, acompañado por muchos judíos, quienes, no habiendo comprendido que Él necesita morir en la cruz, creen que al llegar a aquella capital, establecerá su reino. Esto da motivo a la parábola de las diez minas, o monedas, que a continuación vamos a estudiar.

Parte el hombre noble

Cierto hombre noble estaba por emprender viaje a una provincia le­jana donde debía tomar para sí un reino. Deseando cuidar de sus inte­reses durante su ausencia, llamó a diez siervos suyos, a quienes en­tregó diez minas, encargándoles que negociaran con ellas hasta que él volviera. Algunos de estos siervos querían mucho a su señor, de ma­nera que su partida les fue motivo de tristeza, pero sus conciudadanos eran malvados, y aborrecían al hombre noble. No sólo manifestaron odio hacia él, sino que después de su partida enviaron para avisarle que no se someterían a él.

Vuelve el rey para premiar a sus siervos

Pese a esta rebeldía de los conciudadanos, los siervos fieles conti­nuaron en sus labores durante la larga ausencia de su patrón, porque creían firmemente que él volvería, y deseaban ser merecedores de sus felicitaciones. Por fin llegó y mandó llamar a todos aquellos a quienes había entregado sus bienes, para hacer cuentas con ellos. El primero se sentía feliz al poder avisar al rey que con una mina había ganado diez minas, una ganancia del mil por ciento. El rey, por su parte, fue muy generoso, pues colocó a este siervo fiel en una posición de emi­nencia sobre diez ciudades. Había otro siervo que había ganado cinco minas, y del mismo modo fue puesto sobre cinco ciudades.

El rey juzga a sus enemigos

Luego, otro siervo compareció ante el rey, pero era muy diferente de los anteriores. Nunca había servido al señor, sino que ha­bía escondido la mina que le fue dada, y por las palabras irrespetuosas que habló, se vio que jamás había querido al rey. Este mandó a los circunstantes que quitaran la mina al incrédulo y blasfemo, a fin de darla al que tenía diez minas.

Finalmente, los enemigos que no querían someterse al rey fueron traídos y ejecutados.

Aplicación

El hombre noble es el Señor Jesús; la provincia lejana adonde Él ha ido es el cielo, y cuando Dios le entregue el reino, Él volverá a la tie­rra, Salmo 110, Apocalipsis 5, 1 Tesalonicenses 4:16,17, 2 Tesalonicen­ses 1:6 al 10. El Señor, cuando venga, premiará a sus siervos fieles, Apocalipsis 22:12, 2 Timoteo 4:7,8, etc., juzgará a aquellos que sin conocerle, ni obedecerle, se hayan considerado cristianos y siervos suyos, 2 Tesalonicenses 1.8, Mateo 7:21 al 23, Lucas 13:25 al 28, y castigará a todos sus adversarios, Apocalipsis 20:11 al 15.

Los conciudadanos de la parábola fueron los judíos, quienes después de haber rechazado a Jesús, enviaron una embajada tras Él, diciendo, “No queremos que éste reine sobre nosotros”, hecho que se realizó en el martirio de Esteban, Hechos 7:51 al 60.

No olviden ustedes que si no se rinden a Je­sús para ser salvos por Él y después servirlo, también serán juzgados por sus pecados, y lanzados en el terrible lago de fuego.

Preguntas

  1. ¿A quién representa el hombre noble?
  2. ¿Quiénes fueron los conciudadanos malos?
  3. Expliquen lo que éstos hicieron.
  4. Cuando Jesús venga, ¿qué es lo que Él hará a los suyos?
  5. ¿Cuál será la suerte de todo aquel que en realidad no es salvo?

Serie 5: Josué, Jueces y Rut

Ver

70 El sucesor de Moisés

Estudio de parte del maestro: Números 27.12 al 23, Deuteronomio 34.1 al 12, Josué 1.1 al 9   Lectura con la clase:  Josué 1.1 al 9

Texto para aprender de memoria— los menores: Josué 1.5, Estaré contigo; no te dejaré

los mayores:  Josué 1.5

Introducción

La lección de hoy servirá para unir en nuestros pensamientos lo que estudiá­bamos hace algunos meses acerca de los viajes de los israelitas a través del desierto, con lo que estudiaremos concerniente a su entrada en la tierra de promisión. Bajo la dirección de Moisés han llegado hasta la misma frontera, y el único obstáculo que les queda en el camino es el río Jordán. Moisés no tendrá el privilegio de hacer pasar al pueblo por este río, pues por causa de su desobediencia cuando hirió la peña, Números 20:7 al 13, Jehová le prohibió entrar; debe subir al monte Abarim a fin de contemplar la buena tierra, y luego morir. Este siervo de Dios no se queja de su suerte; más bien, pensando en las necesidades del pueblo israelita, ruega a Jehová que les provea de un nuevo guía que salga delante de ellos.

La selección de un sucesor

Jehová, contestando a esta súplica, dice, “Toma a Josué hijo de Nun, varón en el cual hay espíritu, y pondrás tu mano sobre él”. Ya conocemos a Josué, pues más de una vez ha aparecido en lecciones anteriores. La primera vez que lo vimos fue cuando salía con el ejército para pelear contra los amalecitas, a quienes venció. Después apareció en compañía de Moisés, mientras éste descendía del monte Sinaí, el día cuando los israelitas adoraron el becerro de oro. Finalmente fue cuando volvió al campamento junto con los otros espías que habían reconocido la tierra de Canaán. En esta última ocasión, nos llamó la atención su fidelidad, porque de los doce espías solamente él y Caleb trata­ron de estimular a sus hermanos a entrar en la tierra. Por su valentía, celo y devoción a Jehová, él merece el honor que le veremos recibir hoy.

La consagración de Josué

Todos los israelitas se reúnen alrededor del tabernáculo a fin de presenciarla consagración de su nuevo guía. Este se coloca delante de Eleazar, el sumo sacerdote, donde Moisés, poniendo sus manos sobre él, le exhorta en las siguientes palabras, “Esfuérzate y anímate; porque tú entrarás con este pueblo a la tierra que juró Jehová a sus padres que les daría, y tú se la harás heredar. Y Jehová va delante de ti; él estará contigo, no te dejará, ni te desamparará; no temas ni te intimides”, Deuteronomio 31:7,8. Luego Moisés recitó a oídos de toda la congre­gación las palabras del cántico que se halla en Deuteronomio 32, y pro­nunció la bendición que se encuentra en el siguiente capítulo.

Entonces, despidiéndose del pueblo, Moisés subió al monte donde Jehová le mos­tró la hermosa tierra que Él tenía reservada para su pueblo. Con ter­nura el Señor dijo a su siervo: “Esta es la tierra de que juré a Abraham, a Isaac y a Jacob, diciendo: A tu descendencia la daré. Te he permitido verla con tus ojos, más no pasarás allá”. En seguida murió Moisés y fue enterrado por Jehová.

Las promesas que Dios hace a Josué

La tarea que Josué tendrá que efectuar será difícil, puesto que el río Jordán forma una barrera formidable, tras la cual las huestes arma­das de Canaán aguardan la lucha con Israel. Pero Jehová, comprendien­do los pensamientos que pueden estar pasando por la mente de su sier­vo, se acerca para confortarle, y le dice todo lo que hemos leído en los versículos 2 al 9 inclusive. Para tener éxito en las próximas campañas, Josué deberá leer la Palabra de Dios frecuentemente, meditar mucho en ella, y obedecerla en todo momento. Así podrá contar siempre con la presencia y la ayuda de Dios. En la próxima lección seguiremos con es­te varón de Dios en la conquista de Canaán.

Aplicación

Para poder vencer a sus enemigos los israelitas necesitaron de un ge­neral sabio y valiente. Nosotros también tenemos la misma necesidad pues tenemos fuertes enemigos, quienes son Satanás y el pecado. Jesús es este General, des­crito en diferentes partes de la Biblia como “el Príncipe del ejército de Jehová”, y el “Rey de Reyes”.

Es solamente por Él que el pecador puede ser librado del dominio del pecado y de la condenación eterna. Hagan caso alumnos de la invitación ca­riñosa que Él les hace, diciendo: “Venid a mí, porque el Señor me ha enviado a pregonar libertad a los cautivos”. La persona salvada por Je­sús puede apropiarse de las palabras del apóstol Pablo, y decir con gratitud en su corazón, “Somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó”, Romanos 8:37.

Preguntas

  1. ¿Por qué prohibió Jehová a Moisés que entrara en la tierra prometida?
  2. ¿A quién eligió Dios a fin de que fuese el sucesor de Moisés?
  3. ¿Qué consejo dio Jehová a Josué para que éste pudiese tener buen éxito?
  4. ¿Quiénes son los fuertes enemigos que se nos oponen?
  5. ¿Quién es el “General” que puede librarnos y hacer que salgamos victoriosos en las luchas?

71 Rahab y los espías

Estudio de parte del maestro:  Josué 2.1 al 24

Lectura con la clase: Josué 2.1 al 21

Texto para aprender de memoria— los menores: Hechos 17.30, Dios ahora manda a todos los hombres que se arrepientan

los mayores:  Salmo 16.11

Introducción

En la última lección fuimos en nuestros pensamientos al campamento de Israel, donde presenciamos la consagración de Josué. De in­mediato él tuvo que empezar a prepararse para invadir la tierra de Canaán. Ya que Jericó quedaba más próximo, envió allá a dos espías, quienes después de atravesar el río Jordán, llegaron de noche a las puertas de la ciudad en donde penetraron con mucho cuidado.

La preocupación de Rahab

Un alto muro circundaba la ciudad, y según nos narran algunos histo­riadores, era tan grueso que la gente podía manejar cuatro carros jun­tos encima de él, y en algunas partes habían edificado casas. En una de éstas vivía una mujer llamada Rahab. Al igual que los demás habitantes de Jericó, ella sabía mucho acerca de las hazañas de los israelitas y las grandes victorias que Jehová les había concedido. Sentía miedo, y pensa­ba dentro de sí, “Estos hebreos son irresistibles. Quizá, ¿qué será de mí cuando lleguen acá? Yo, que estoy en el mismo muro, seré una de las primeras víctimas. Además, el Dios de Israel es sumamente santo, y yo he llevado una vida muy mala y pecaminosa”.

La fe de Rahab

Tal vez estaba reflexionando así cuando de repente sintió que alguien golpeaba a la puerta. Al abrirla, ¡cuán grande no tiene que haber sido su sorpresa al encontrarse frente a frente con los dos espías de Josué! Rahab no vaciló en recibirlos en casa, más bien parece haber compren­dido que por ellos podría sal­varse de una muerte inminente. Al mismo tiempo, consciente de lo arriesgado que era hospedar a los enemigos de su pueblo, los llevó inmediatamente al terrado, donde los escondió entre los manojos de lino que tenía puestos allí.

Apenas terminó de ocultar a sus huéspedes, Rahab sintió golpear otra vez la puerta. Acudiendo halló a algunos soldados del rey quienes anda­ban buscando a los intrépidos espías. Resultó que cuando éstos entraban en la ciudad, algún agente los vio, y después de seguirlos hasta la casa de Rahab, fue a avisar al rey. Rahab les dijo que debían buscar a los hombres en otra parte, y se sintió muy contenta cuando se fueron sin allanar la casa.

Ahora ella sube al terrado, donde, hablando con toda franqueza con los espías, les confiesa el terror que siente en vista de la invasión israelita. Además les manifiesta que tiene fe en el Dios verdadero de ellos, pues dice: “Sé que Jehová os ha dado esta tierra … porque Jehová vuestro Dios es Dios arriba en los cielos y abajo en la tierra”, versículos 9 al 11. Estas palabras demuestran que Rahab ya no confiaba en su antigua reli­gión pagana.

La petición de Rahab

Habiendo expresado su fe en Jehová, Rahab suplica por su vida. Ruega a los espías que, como ella les ha protegido, ellos, al llegar después con el ejército de Israel, también tengan compasión de ella y de los suyos. Estos responden que lo harán con tal que ella no diga nada respecto de la misión de ellos. Entonces ella les descuelga con una cuerda por la ven­tana abajo, pues estando su casa en el mismo muro, puede ponerlos fue­ra de la ciudad sin que nadie les vea. Las últimas palabras de los espías son para advertirle que debe juntar a sus parientes en la casa, y que cuando ellos vuelvan a entrar en la tierra, ella tiene que atar un cordón de grana a la ventana como contraseña.

Los varones, despidiéndose, se van a la montaña, donde se esconden por tres días. Después vuelven al campamento para avisar a Josué que Jehová ha entregado toda la tierra y que los moradores del país están desmayados delante de ellos. Mientras tanto Rahab ha atado el cordón de grana a la ventana de su casa.

Aplicación

Jericó es una figura del mundo entero, y sus moradores representan a los pecadores sin Cristo. Detrás de los muros altos de aquella ciudad la gente vivía sin cuidado. Hoy sucede lo mismo pues el juicio de Dios se acerca. Sin embargo a la mayoría de los seres humanos esto no les cau­sa ninguna preocupación. Confían en su religión y en sus buenas obras. Ojalá algún alumno imite el ejemplo de Rahab. Ella se arrepintió de sus pecados, confió en la promesa de los espías, y obediente, ató el cordón de grana a la ventana de su casa. El cordón es una ilustración de la sangre de Jesús que limpia al pecador, y la promesa de los espías tipi­fica la Palabra de Dios que da la seguridad de la salvación al pecador que, arrepentido, la busca.

Preguntas

  1. ¿A cuántos espías envió Josué? ¿a qué ciudad los envió?
  2. ¿Cómo se llamaba la mujer en cuya casa entraron? ¿dónde les es­condió ésta?
  3. Después que Rahab había demostrado su fe en Jehová, ¿qué prome­sa le hicieron los espías?
  4. ¿Qué cosa iba a señalar la casa de Rahab a los israelitas cuando ellos llegaran a Jericó?
  5. ¿En qué sentido es el caso del pecador similar al de Rahab? ¿de qué nos habla el cordón de grana? ¿qué promesa nos da Dios acerca de la seguridad del creyente en Cristo?

72 El paso del Jordán

Estudio de parte del maestro: Josué 3.1 al 17, 4.1 al 24

Lectura con la clase: Josué 3.9 al 17

Texto para aprender de memoria— los menores: 1 Corintios 15.4 Cristo fue sepultado, y resucitado al tercer día   los mayores:  1 Corintios 15.3,4

Introducción

El domingo pasado, como se acordarán, leímos de los espías que fueron a reconocer la ciudad de Jericó. Al llegar nuevamente al campa­mento, hicieron saber a Josué todo lo que les había sucedido, de modo que éste pudo regocijarse en la bondad de Dios. Sintiéndose fortalecido, se levantó temprano al día siguiente a fin de trasladar a toda la gente hasta orillas del río Jordán.

El río Jordán

Por delante los israelitas ven el último obstáculo que les queda en su camino, y de veras es formidable. En algunas épocas del año este río es angosto e insignificante, pero ellos han llegado en el tiempo de la siega, y el deshielo en las montañas del Líbano lo ha llenado de agua. El ancho, en la parte donde cruzaron los israelitas, es generalmente de unos treinta y cinco metros, pero se cuenta que en la época de la cosecha, se ensancha has­ta casi un kilómetro.

Es de suponer que durante los tres días que estuvieron acampados a la orilla del río los israelitas estarían tristes, pues humanamente hablando, no había esperanza de poderlo atravesar. Tal vez pensarían, “¿No se ha equivocado Dios en traernos para acá en este tiempo?” No obstante, Je­hová sabe qué es lo que hace, pues por la misma siega Él tiene almace­nada abundancia de alimentos para su pueblo, y sólo falta que demues­tre su poder a favor de ellos. Hablando por intermedio de su siervo, les hace entender el plan que ha ideado para llevarles sin novedad hasta la otra orilla. “Acercaos”, dice Josué, “y escuchad las palabras de Je­hová vuestro Dios”.

El arca de Jehová

Al igual que en las peregrinaciones por el desierto, el arca iba delante del pueblo a fin de buscar sitios apropiados para acampar; o sea, nuevamente les precede. Todos están atentos mientras los sacerdotes que la llevan se acercan al río. Poco a poco van avanzando hasta llegar a la misma orilla, donde al meter sus pies en el agua, sucede un verdadero milagro. Las aguas que venían de arriba se paran en un montón, y las que des­cendían se acaban, de modo que se abre un camino para los millares de Israel. Los sacerdotes siguen avanzando hasta en medio del Jordán donde, deteniéndose con el arca, esperan hasta que todo el pueblo ha pasado a la tierra de promisión.

Los dos monumentos

Nuevamente Jehová habla con Josué, ordenándole que elija a doce hombres, uno de cada tribu, pues aún queda trabajo que hacer. Las multitudes miran atentamente mientras estos varones vuelven a entrar hasta en medio del lecho del río donde los sacerdotes les esperan. Se ponen a trabajar, y luego sacan doce piedras, las cuales llevan al sitio donde deben pasar la noche. Allí las levantan en forma de monumento que deberá servir en los años venideros como recuerdo del paso mila­groso del Jordán. Más tarde, sin duda muchos israelitas llevarían a sus hijos a aquel montón de piedras a fin de causar en ellos una fuerte impresión del poder de su Dios.

Josué también hizo levantar doce pie­dras en el medio del Jordán, y luego salieron los sacerdotes con el arca. Inmediatamente las aguas del río volvieron a su lugar, co­rriendo como antes sobre todos sus bordes, de manera que el camino por el cual habían andado recientemente desapareció de su vista.

Aplicación

El río Jordán simboliza la muerte; la tierra de Canaán, las posesio­nes que Dios da a su pueblo. Igual como Dios intervino a favor de su pueblo, y les abrió camino por el río, así Cristo descendió del cielo y por su muerte y resurrección abrió el camino para nosotros. El peca­dor que acepta a Jesús pasa por la fe al otro lado de la muerte, Juan 5:24, y empieza a gozar de su herencia celestial. En la cena del Señor tenemos un recuerdo de la muerte del Salvador que corresponde a las piedras que sacaron del río, y en el bautismo otro recuerdo en el que el pecador salvado reconoce que ha muerto con Cristo al pecado para andar en vida nueva.

Preguntas

  1. ¿Cuál fue el último obstáculo en el camino de los israelitas que les impedía la entrada a Canaán?
  2. El arca que era símbolo de la presencia de Jehová, ¿en dónde que­dó hasta que todos los israelitas habían pasado al otro lado del río?
  3. ¿De qué cosa nos es figura el río Jordán?
  4. ¿Cuántas piedras sacaron los israelitas del río? ¿cuántas piedras levantaron en el medio de él?
  5. ¿Cuáles son las dos prácticas que nos recuerdan hoy la muerte del Salvador?

 

73 La destrucción de Jericó

Estudio de parte del maestro:  Josué 6.1 al 27

Lectura con la clase: Josué 6.1 al 5, 15,16, 20 al 25

Texto para aprender de memoria— los menores: Hebreos 11.30

los mayores:  Hebreos 11.30,31

Introducción

Habiendo pasado los israelitas por el Jordán, acamparon algunos días en un lugar llamado Gilgal, donde celebraron la pascua, fiesta que con­memoraba su liberación de la esclavitud en Egipto. Después comenzaron a comer del fruto de la tierra, panes sin levadura y espigas nuevas tos­tadas. Para millares de ellos esta fue la primera vez que recordaban haber comido tales cosas, pues cuando algunos salieron de Egipto eran muy pequeños, y muchos más nacieron durante los cuarenta años en el desier­to. Al día siguiente cesó el maná que ya no hacía falta. Ahora seguire­mos adelante con este pueblo en la conquista de Canaán.

Una ciudad cerrada

A poca distancia queda la ciudad de Jericó, lugar donde ya estuvimos con los espías. ¡Qué diferente se ve ahora! Todos los habitantes se han retirado detrás de los muros, las grandes puertas están cerradas, y en­cima de los muros hay muchísimos soldados quienes miran hacia sus enemigos que vienen avan­zando. Abajo en la ciudad la gente está muy agitada, pensando y hablando únicamente del peligro que se avecina. En todas partes se oye hablar de los israelitas, de las maravillas que Dios ha hecho por su pueblo, del paso milagroso del Jordán. Sin embargo, casi todos dicen, “Pero nuestra ciudad es diferente de las otras; nadie jamás ha podido derrumbar nuestros muros ni abrir las puertas. Segu­ramente llegarán, pero luego comprenderán que no podrán entrar, y se irán a otra parte”.

Los israelitas marchan alrededor de la ciudad

Llegan los israelitas; primero miles de hombres de guerra armados para el combate, y tras ellos los sacerdotes llevando el arca de Je­hová, la cual está cubierta de un paño azul. La sorpresa de los soldados de Jericó es grande, pues al llegar sus enemigos, en vez de atacar, to­dos empiezan a marchar como si quisieran rodear la ciudad. Efectiva­mente, esto es lo que hacen, pues andan alrededor de la ciudad, y luego vuelven a su campamento. Al día siguiente los israelitas aparecen nue­vamente, y de la misma manera rodean la ciudad.

Los sacerdotes tocan las bocinas, pero la demás gente no habla ni una palabra. Los soldados en el muro ya están sonriéndose; y mirando con desdén a los israelitas, se burlan de ellos, gritando muchos insultos y llamándoles necios. Ni un solo israelita les contesta, sino que muy solemnes terminan de rodear el muro y regresan al campamento. Sucede lo mismo el tercer día, tam­bién el cuarto, el quinto y el sexto. Se puede imaginar cómo aumentaría la indi­ferencia de los moradores de Jericó; cómo ellos subirían al muro para mirar esa escena que encontraban tan ridícula.

Los muros caen

Al séptimo día, más temprano que nunca, aparecen los israelitas. Ro­dean la ciudad una vez, luego por segunda, tercera, cuarta, quinta y sexta vez. Durante todo este lapso mantienen absoluto silencio, de modo que se oye únicamente el sonido de las bocinas. Van rodeando los muros por séptima vez, cuando de repente los sacerdotes tocan fuerte y pro­longadamente. “Gritad”, manda Josué, “porque Jehová os ha entregado la ciudad”, y a una los millares de Israel gritan. Repentinamente los inmensos muros caen a plomo, pues la misma tierra parece abrir su boca para tragarlos.

¡Pero no, todo el muro no ha caído! Una pequeña parte está en pie, y apresu­rándonos por llegar hasta allí, vemos que hay una casa encima, y en la ventana un cordón de grana. “De veras”, ex­clamamos, “es la casa de Rahab, y ella no ha perdido su vida”. Los sol­dados de Israel ya están entrando en la ciudad para destruirla, pero di­visamos a dos hombres que van subiendo hacia la casa que quedó en pie. Son los dos espías, quienes, al llegar arriba, sacan a Rahab con sus parientes, y los llevan afuera. Ahora, dirigiendo nuestra atención a la ciudad, vemos que vienen saliendo muchos israelitas, trayendo oro, plata, vasos de metal y de hierro hacia el campamento. Todo esto es para el tesoro de Jehová, pero todos los habitantes, con sus animales y posesiones, son destruidos por la espada y el fuego.

Aplicación

Jericó, por ser una ciudad destinada a la destrucción, tipifica al mun­do, conforme está escrito al final de la Segunda Epístola de Pedro, “El día del Señor vendrá como ladrón en la noche; en el cual los cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos ardiendo serán deshechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas”. Los habitantes de Jericó, confiando en sus muros, no pidieron misericordia durante ese período de siete días, y cuando vino la destrucción fue repentina. Así se desencadenará el juicio de Dios, ya que el Señor Jesús vendrá como re­lámpago, en llama de fuego, acompañado por todos los ejércitos del cielo, y castigará a todos los incrédulos y desobe­dientes. Es ahora cuando pecadores, al igual que Rahab, pueden divisar el juicio que se avecina, y acudir con fe a Cristo, para depositar su fe en la sangre de Él y en la promesa de su Palabra.

Preguntas

  1. Después de cruzar el Jordán, ¿qué fiesta celebraron los israelitas?
  2. ¿En qué cosa confiaron los habitantes de Jericó?
  3. ¿En qué orden marcharon los israelitas? ¿cuántas veces rodearon la ciudad?
  4. ¿Quiénes dieron la señal para que gritara el pueblo? Al gritar, ¿qué sucedió?
  5. ¿A quién tipifica Rahab? ¿cuándo llegará el juicio de Dios sobre este mundo?

 

74 El pecado de Acán

Estudio de parte del maestro: Josué 7.1 al 26

Lectura con la clase:  Josué 7.14 al 23

Texto para aprender de memoria— los menores: Números 32.23  Sabed que vuestro pecado os alcanzará

los mayores: Números 32.23

Introducción

Al final de nuestra última lección vimos a los israelitas acudiendo al campamento con los despojos de Jericó. Bajo solemne advertencia Josué les había hecho ver que toda la plata y el oro, y vasos de metal y de hierro, tenían que ser consagrados a Jehová, y las demás cosas quemadas al fuego.

Hoy vamos a fijarnos en un soldado israelita, llama­do Acán, quien, al igual que sus compañeros, participó en la destrucción de aquella ciudad impía. Este, al entrar en una casa, vio un manto pre­cioso, importado del país distante de Babilonia. Pese al mandamiento de Jehová, le pareció que sería una lástima quemarlo. Además, encon­tró doscientos siclos de plata, y un lingote de oro que pesaba cincuenta siclos. Sintiendo vivos deseos de guardar para sí este tesoro, Acán miró para todos lados, y convencido que nadie le miraba, metió las cosas como mejor pudo debajo de su ropa, y con pasos presurosos, se dirigió a su carpa. Tal vez tuvo que hacer varios viajes, pero por fin todo quedó escondido debajo de tierra en medio de su carpa, donde él creía que nadie llegaría a encontrarlo.

Hai

El próximo pueblo que los israelitas debían atacar era Hai, lugar que quedaba a poca distancia de Jericó, hacia el noroeste. El camino que conducía hasta allí era, en algunas partes, solamente una senda angosta que pasaba entre cerros altos. Siendo una subida muy costosa, Josué optó por enviar primero a algunos espías a fin de reconocer la ruta y las condiciones del pueblo. Estos, al volver, le dijeron, “No suba todo el pueblo, porque los habitantes de Hai son pocos”. Así que Josué envió solamente unos tres mil hombres, quienes creyendo ganar una fácil victoria, partieron con entusiasmo. Pero les fue mal, porque los hom­bres de Hai salieron en su contra, hiriendo como a treinta y seis de ellos, y los demás huyeron.

Josué y los ancianos de Israel no habían creído posible una derrota. Humillados y atemorizados, rasgaron sus vestidos, y echando polvo sobre sus cabezas, se postraron delante del arca de Jehová, donde se quedaron hasta la tarde. “¡Ay, Señor!” lamenta Josué, “¿qué diré, ya que Israel ha vuelto la espalda delante de sus enemigos?” Jehová le contesta, “Levántate, ¿por qué te postras así sobre tu rostro? Israel ha pecado”. Luego le hace ver que algún israelita tiene guardado entre sus enseres de los tesoros prohibidos, y debido a eso no han podido hacer frente al enemigo. Además Jehová el Señor le advierte que Él no estará más con ellos hasta que hayan arreglado la situación.

El juicio sobre Acán

Temprano al día siguiente, Josué hace acercar a todas las tribus de Israel, a fin de averiguar a cuál de ellas pertenece el culpable. Jehová indica a su siervo que es de Judá, y luego se separa de esa tribu a la familia de Zera. Aumenta la tensión mientras Josué sigue la investiga­ción, y, comprendiendo que no va a poder ocultar su pecado, Acán está pálido y temblando. Luego es tomado, y al decirle Josué, “Declárame ahora lo que has hecho”, Acán confiesa que los despojos están escondi­dos en su carpa. Algunos mensajeros van rápidamente hasta allí, en­cuentran las cosas, y las traen a Josué.

Acán, al igual que todos los israelitas, sabe cuál es la pena que corres­ponde a este pecado de desobediencia. Su esposa y familia parecen haber sido cómplices con él, pues también son llevados al valle de Acor, donde juntamente con el oro, el manto, la plata y los animales que les perte­necen, son apedreados y quemados a fuego. Los israe­litas levantan un montón de piedras sobre sus cuerpos, monumento a la desobediencia de ellos, como también a la santidad de Dios.

Aplicación

Acán pecó a sabiendas, contra un mandamiento de Dios, y sólo con­fesó su desobediencia cuando era demasiado tarde. De la misma manera, todos hemos quebrantado los mandamientos de Dios, y Jesús advierte, “Si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente”. El pecador que postergue su conversión hasta que la muerte se lo lleve, encontrará ante el gran trono blanco que no habrá misericordia para él, sino sola­mente las llamas eternas del lago de fuego.

Preguntas

  1. ¿Qué mandó Jehová a los israelitas que hicieran con el oro y la plata de Jericó?
  2. ¿Cómo se llamaba el hombre que desobedeció al mandamiento de Jehová? ¿qué llevó él a su carpa?
  3. ¿Cómo llegó a saber Israel que alguien había pecado?
  4. ¿Cómo supieron que Acán era el culpable? ¿de qué manera le cas­tigaron?
  5. ¿En qué sentido hemos pecado todos de la misma manera de Acán? ¿cómo serán castigados los que no se arrepienten?

 

75 La astucia de los gabonitas

Estudio de parte del maestro:  Josué 8.1 al 35, 9.1 al 27

Lectura con la clase: Josué 9.3 al 16

Texto para aprender de memoria— los menores: Proverbios 3.5

los mayores:  Proverbios 16.5

Introducción

Después de la muerte de Acán los israelitas subieron nuevamente a combatir la ciudad de Hai, donde, obedientes a la voz de Jehová, gana­ron una fácil y completa victoria. Una parte del ejército israelita se escondió de noche detrás de la ciudad, mientras que Josué y los demás guerreros, llegando temprano por la mañana, iniciaron el ataque. El rey de Hai, creyendo derrotar nuevamente a Israel, salió confiadamente con su gente. Josué y los suyos, haciéndose los vencidos, huyeron de­lante de ellos, logrando en esta forma arrancarlos de la ciudad. Esto dio oportunidad a los israelitas de la emboscada para entrar y prender fuego a las casas. Hecho esto, los dos bandos de israelitas ence­rraron a sus adversarios, y los destruyeron.

El temor de los gabaonitas

Las noticias de la destrucción de Jericó y Hai corrieron rápidamente entre los pueblos de Canaán con el resultado que varios reyes que habi­taban en el sur del país se pusieron de acuerdo para pelear contra Israel. Pero había un pueblo que comprendió que era inútil batallar contra las huestes de Jehová, y por lo tanto acordó hacer una alianza con ellas. Después de discutir largamente, idearon un plan novelesco. Eligieron a algunos hombres, quienes debían ser embajadores, y les vistieron de ropas viejas, y zapatos viejos y recosidos. Entregándoles pan añejo y cueros de vino, rotos y remendados, les despidieron a fin de que fueran donde los israelitas.

La equivocación de los israelitas

Al llegar éstos al campamento en Gilgal, se dirigieron a Josué y a los ancianos de Israel, a quienes rogaron que hicieran alianza con ellos, pues dijeron: “Nosotros venimos de tierra muy lejana”. Los israelitas debieran haber pedido a Jehová su dirección, pero descuidados no lo hicieron sino que se fijaron en las ropas y los enseres que traían sus visitantes, los que de veras parecían gastados a causa de un largo viaje. Además encontraron sinceras las palabras de estos hombres cuando di­jeron: “Nosotros hemos oído la fama de Jehová, y todo lo que hizo en Egipto”, etc. Josué y los príncipes, engañados, prometieron no matar­los, y los soltaron en paz.

 

Las consecuencias para los gabaonitas

Apenas pasaron tres días, se supo que los gabaonitas eran vecinos cercanos. La congregación de Israel, disgustada con lo acaecido, quiso matarlos, pero los príncipes les disuadieron, haciéndoles ver que ya se habían comprometido bajo juramento de no dañarlos, de modo que so­lamente podrían reducirles a servi­dumbre. Sin duda, los gabaonitas tienen que haber sentido miedo al ser requeridos de parte de Josué, y al presentarse por segunda vez ante él, no pudieron valerse de ningún disfraz sino que tuvieron que confesarle toda la verdad. Luego, él pronunció sentencia sobre ellos, mandando que sirviesen en calidad de leñadores y aguadores para la congregación y para el altar de Jehová.

Aplicación

Los gabaonitas estaban bajo sentencia de muerte, Deuteronomio 7:1,2, pero apartándose de las demás naciones condenadas, trataron por una treta de identificarse con el pueblo de Dios. En esto difirieron de Ra­hab, pues ella fue sincera en sus palabras y hechos, de manera que llegó a ser constituida ciudadana privilegiada de Israel. En cambio, los ga­baonitas fueron puestos bajo maldición, y obligados a trabajar como es­clavos, versículo 23. Esta historia debe ser una advertencia a todos los niños, para convencerles que la única manera de salvarse es por un arrepentimiento genuino y la fe en el Señor Jesucristo. (Véase Números 32:23, última parte, y Gálatas 6:7)

Preguntas

  1. Expliquen como los israelitas destruyeron la ciudad de Hai.
  2. ¿Cuál fue el artificio que emplearon los gabaonitas para engañar a los israelitas?
  3. ¿A qué se debió la equivocación de Josué y los príncipes? (v. 14)
  4. Al saber la identidad de los gabaonitas, ¿cómo les castigaron?
  5. ¿Qué enseñanza nos proporciona esta historia?

 

76 Un milagro en los cielos

Estudio de parte del maestro: Josué 10.1 al 27

Lectura con la clase: Josué 10.7 al 14

Texto para aprender de memoria— los menores: Lucas 1.37

los mayores:  Josué 10.14

Introducción

Cuando los otros pueblos cercanos de Canaán supieron que la gente de Gabaón había hecho la paz con los israelitas, tuvieron gran temor, pues ésta era una ciudad fuerte, y todos sus hombres eran valientes. Así que, cinco reyes, de común acuerdo, subieron con sus ejércitos para combatir a Gabaón, de manera que los moradores de ella mandaron a Josué para decirle que subiera rápidamente a fin de defenderles.

Las piedras de granizo

Aquel día cuando los israelitas se dejaron engallar por los embaja­dores de Gabaón, no imaginaron las consecuencias que les acarrearía su imprudencia, pues ahora se ven obligados a socorrerles. Jehová, comprendiendo bien el temor que podría sentir Josué y los guerreros suyos, se acerca con un mensaje de consolación. Dice, “No tengas temor de ellos; porque yo los he entregado en tu mano, y ninguno de ellos prevalecerá delante de ti”. Toda la noche anduvieron los israeli­tas, de modo que llegaron por la mañana a Gabaón, donde estaban acampados los cinco reyes con sus ejércitos. Derramándose de repente sobre éstos, Josué hirió gran cantidad de hombres. Mientras los demás iban huyendo, Jehová arrojó grandes piedras de granizo sobre ellos, en tal forma que fueron más los muertos por las piedras de granizo que aquellos que los israelitas mataron a espada.

La oración de Josué

Todo el día los guerreros de Israel siguieron a sus adversarios. Sin embargo, aún quedaba mucho que hacer. Deseoso que el día se alargase, a fin de vengarse del enemigo, Josué dirigió su oración a Jehová, di­ciendo, “Sol, detente en Gabaón, y tú, luna, en el valle de Ajalón”. ¡Cuán inmenso tiene que haber sido el gozo de los israelitas, y cuán grande el miedo de los impíos habitantes de Canaán! Pues, Jehová aten­dió a la voz de su siervo e impidió que el sol se pusiera durante el es­pacio de casi un día entero.

Otro día memorable

Después de aquel extraordinario milagro transcurrieron muchos cen­tenares de años, y entonces nuevamente sucedieron grandes prodigios en el cielo y en la tierra. Fue el día cuando hombres impíos se unieron con Satanás y los suyos en un vano intento por destruir al Hijo de Dios. En una cruz de vergüenza Jesús, azotado y coronado de espinas, fue enclavado. El día no se alargó, como en los tiempos de Josué, sino que al medio día, cuando el sol brillaba con toda su fuerza, descendieron tinieblas que cubrieron toda la tierra por tres horas. Durante ese tiem­po, Jesús, sufriendo por nuestros pecados, exclamó: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” Después, acabada la obra de la redención, clamó con voz triunfante, diciendo: “Consumado es”, y luego: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”. Entonces el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo, la tierra tembló, y las rocas se partieron.

Tal como está dicho en Josué capítulo 10, “No hubo día como aquel, ni antes ni después de él”. Jesús quitó el pecado por medio de su muerte, y venció a Satanás al resucitar al tercer día.

Aplicación

Repetidas veces hemos visto como Jehová protegió a su pueblo, li­brándole de todos los peligros, y venciendo a todos sus enemigos. Este mismo Dios, Hacedor de milagros y lleno de amor, desea ser el Salva­dor suyo. Si se arrepienten de sus pecados, Él se los quitará, y durante toda su vida podrán confiar en Él, sabiendo que no hay ninguna dificultad que sea demasiado difícil para Él.

Preguntas

  1. ¿Qué sucedió a los gabaonitas por haber hecho la paz con Israel?
  2. ¿Qué obligación tenían los israelitas para con los de Gabaón?
  3. Cuenten lo que hizo Jehová para ayudar a su pueblo.
  4. ¿Cuál fue la oración de Josué?
  5. ¿Qué otro acontecimiento nos recuerda esta historia?

 

77 Las ciudades de refugio

Estudio de parte del maestro: Josué 20.1 al 9

Lectura con la clase: Josué 20.1 al 9

Texto para aprender de memoria— los menores: Salmo 46.1, Dios es nuestro amparo y fortaleza

los mayores: Salmo 46.1

Introducción

Los israelitas han peleado muchas batallas desde que los vimos por última vez, y están más o menos establecidos en la tierra. Cada tribu ha recibido su heredad, la cual debe dividirse entre las muchas fami­lias que la componen. A la tribu de Leví se le dan cuarenta y ocho ciu­dades de entre las posesiones de sus hermanos, y es con seis de éstas que vamos a ocuparnos hoy. Se llaman ciudades de acogimiento o de refugio, y son para todo aquel que por yerro mate a cualquiera persona.

Por el mapa, vemos que estas seis ciudades estaban bien ubicadas en la tierra, tres por cada lado del río Jordán, con dos en el norte, dos en el centro del país, y dos en el sur. Eran de fácil acceso, puesto que desde cualquier punto de la tierra un israelita podía alcanzar hasta una de ellas en un día. Conforme al mandamiento de Jehová, había caminos que eran mantenidos en buenas condiciones, con señales que indicaban la dirección hacia las ciudades de refugio.

El homicida: Supongamos el caso de un israelita que está trabajando en el predio que se le ha dado. Encontrando piedras en abundancia, se empeña en formar de ellas un cerco alrededor de su viña. Después, cuando cultiva la tie­rra, otras piedras aparecen, y sigue echándolas hacia el cerco. Justo en el momento cuando él lanza una piedra, un vecino entra en la viña, y antes que éste pueda darse cuenta de lo que está sucediendo, la piedra le hiere en la cabeza con tanta fuerza que cae inconsciente al suelo. El dueño de la viña, espantado, corre al lado del vecino herido. Le da agua y trata de levantarlo, pero luego comprende que no hay esperanza de hacerle volver, pues ha sido un golpe fatal.

La huida del homicida

“¿Qué voy a hacer?” dice el pobre hombre. “Esto ha sido un accidente, siempre he tenido mucha amistad con mi vecino. ¿Por qué me habrá pa­sado esto? Quisiera ir a contar lo que ha sucedido a la familia del muerto, pero ¿acaso me creerían? También yo sé qué es lo que Jehová nos mandó por Josué, y debo obedecer sus mandamientos de inmediato. Cedes es la ciudad que me queda más cerca, jamás pensé tener que huir allá, pero ya me voy”, y sin perder más tiempo, emprende el viaje, pues sabe que en cuanto un pariente del muerto sepa de lo acontecido, lo bus­cará para matarlo. Va corriendo por el camino, mirando para atrás de vez en cuando a fin de ver si alguien le sigue.

Podemos imaginar su temor cuando divisa a un hombre que viene. Poco a poco la distancia entre los dos corredores se acorta, pues el cercano del muerto es más ligero para correr. Ninguno de los dos se detiene para descansar ni para saludar a nadie. La única esperanza del primero es llegar a la ciudad de refugio, mientras que el ferviente deseo del segundo es ven­garse del homicida. Siguen corriendo hora tras hora, y el primero, poniendo toda su fuerza en la carrera, mantiene siempre una pequeña ventaja sobre el segundo. Por fin, al llegar a una pequeña elevación en el camino, él divisa la ciudad de Cedes. El centinela que está encima del muro avisa de la llegada de dos hombres. La puerta está abierta para recibir al primero, quien casi exhausto, entra a refugiarse.

Po­cos momentos después llega el cercano del muerto, demandando que le entreguen al culpable. Se juntan los ancianos, y el homicida les cuenta cómo fue el accidente. El cercano del muerto no sabe de ninguna ene­mistad entre su pariente muerto y el homicida. En base a este hecho los ancianos, absolviendo a éste de toda responsabilidad, le admiten para que viva en Cedes. Terminado el examen, el cercano del muerto regresa a su hogar y el otro se queda en la ciudad donde tendrá que morar hasta la muerte del sumo sacerdote. Si sale fuera de la puerta no se le garantiza ninguna protección, mientras que estando dentro de los muros, no hay quien pueda dañarle.

Aplicación

Al igual que el homicida, todos hemos pecado contra Dios y como consecuencia, la justicia divina demanda que seamos castigados. Jesús es el refugio a donde el pecador puede huir. El tiempo para refugiarse es ahora, pues de un momento a otro la muerte puede alcanzar al no salvado. Entre el caso del homicida que hemos estudiado y el nuestro existe una gran diferencia. Había refugio para aquél solamente si mata­ba a su prójimo por yerro, es decir, inocentemente. En cambio, noso­tros hemos pecado a sabiendas. Sin embargo, Jesús ofrece el perdón a todos, exigiendo solamente al pecador que, en reco­nocimiento de su pecado y peligro, se arrepienta y le acepte a Él como a su Salvador. El israelita salía de la ciudad al morir el sacerdote, pero nosotros, una vez refugiados en Cristo, no saldremos jamás, pues Él nunca morirá, Romanos 8:1, Hebreos 7:23 al 25.

Preguntas

  1. Antiguamente, ¿a quiénes admitían en las ciudades de refugio?
  2. ¿Cuántas ciudades de refugio había? ¿dónde estaban ubicadas?
  3. Si el homicida salía de la ciudad, ¿qué riesgo corría? ¿cuándo podía salir sin peligro?
  4. ¿En qué sentido nos parecemos al homicida?
  5. ¿A quién tipifica la ciudad de refugio? ¿cuándo debe acudir el pecador a Jesús?
    ¿hasta cuándo durará la seguridad que Cristo da?

78 El último mensaje de Josué

Estudio de parte del maestro: Josué 24.1 al 31

Lectura con la clase:  Josué 24.1 al 15

Texto para aprender de memoria— los menores: Josué 24.15, Yo y mi casa serviremos a Jehová

los mayores: Josué 24.15

Introducción

En nuestras lecciones se ha mencionado muy a menudo el nombre de Josué, pero con ésta llegamos al último capítulo de su vida triunfante. Siendo varón altamente capacitado para el mando, por su valentía y humildad, tuvo el privilegio de hacer entrar a su pueblo en la tierra de Canaán. Allí venció a treinta y un reyes (capítulo 12), y tomó posesión de la mayor parte de la tierra de promisión, la cual repartió a las dife­rentes tribus de Israel. Ahora, tiene ciento diez años, y sabe que debe morir luego. Aun cuando está muy contento de ver al pueblo de Dios en posesión de sus heredades, él ve el grave peligro que les rodea en las naciones idólatras. Deseoso de advertirles, manda con­gregar al pueblo en la ciudad de Siquem.

La convención

La gente de este lugar se afana, haciendo grandes preparativos en vista de las numerosas visitas que deben llegar. Los ancianos y oficia­les de las diferentes tribus, en obediencia a la orden de su jefe, parten de sus hogares, y algunos de a pie, otros en cabalgaduras, vienen a través de los valles y cerros. Por su ubicación central, Siquem es un lugar conveniente para todos. Luego llegan los viajeros, y buscan aloja­miento en las casas de sus hermanos. El día señalado para la reunión, Josué les congrega a fin de poner en su conocimiento la Palabra de Je­hová. Él tiene una apariencia distinguida, y a pesar de su vejez, su voz es fuerte, y sus ojos escudriñadores. Al verlo delante de la congrega­ción para predicarles su mensaje de despedida, nos sentimos hondamente impre­sionados con su espíritu de convicción y rectitud.

El mensaje de Josué

Sus primeras palabras son características de él, pues revelan la de­voción a Jehová que le ha motivado a lo largo de muchos años de fiel ser­vicio. Él dice: “Así dice Jehová, Dios de Israel”, dando luego después un resumen de la historia del pueblo israelita desde la llamada de Abram hasta ese momento. (Conviene que el maestro haga preguntas sobre los puntos de más impor­tancia). Oímos vez tras vez la palabra servir, véanse los versículos 2, 14, 15, 16, 18, 19, 20, 22, y 24. Josué anhela que su pueblo sirva a Jehová y a Él solo.

Bien sabe que muchos de ellos aún tienen imágenes que han traído desde Egipto, y además comprende que las naciones paganas que les rodean constituyen un grave peligro. Por eso, les recuerda su idolatría pasada, advirtiéndoles que en tales condiciones no pueden servir al Dios santísimo. Al llegar al punto cul­minante de su mensaje, Josué les exhorta a hacer una decisión: “Esco­geos hoy a quién sirváis…” “Yo y mi casa serviremos a Jehová”. Todos, conmovidos, prometen consagrarse a Jehová para servirle. En seguida Josué hace pacto con el pueblo y escribe las palabras en el libro de la ley de Dios. Tomando una gran piedra, la levanta como testigo para que tengan siempre presentes las promesas hechas de servir a Jehová. Entonces los ancianos y oficiales se van a sus ciudades y aldeas con las noticias para sus tribus.

Aplicación

Esta lección trae un mensaje para los alumnos no salvados, pues ellos todavía están en la esclavitud del pecado como lo estuvieron los israeli­tas en Egipto, versículo 14. Sin embargo, Dios ha obrado en este mundo por su Hijo en la cruz, de modo que ahora hay salvación provista, y sólo falta que el pecador escoja a Cristo para confiar en Él y servirle. El mensaje del versículo 15 es tan oportuno para nosotros hoy como lo fue para los israelitas en aquel día memorable.

Preguntas

  1. ¿En qué pueblo juntó Josué a los ancianos de Israel? ¿con qué propósito les congregó?
  2. ¿Cuál fue la palabra que encontramos muchas veces en el capítulo?
  3. Nombre el mar por el cual pasaron los israelitas después de salir de Egipto, y el nombre del río que pasaron para entrar a la tierra prometida. ¿Cómo se llamaba el rey que quiso mal­decir a los israelitas? ¿Cuál fue el nombre del adivinador a quien él pagó a fin de maldecirles?
  4. ¿Cuál fue la decisión que Josué exigió al pueblo que hiciese?
  5. ¿Qué decisión exige Dios al pecador hoy?

 

79 Débora y Barac

Estudio de parte del maestro: Jueces capítulos 4 y 5

Lectura con la clase: Jueces 4.1 al 7, 5.1 al 9

Texto para aprender de memoria— los menores: Salmo 9.10, En ti confiarán los que conocen tu nombre

los mayores: Salmo 9.10

Introducción

Al igual que todo país tiene sus héroes y heroínas, Israel las tuvo, y al pasar en nuestras lecciones al libro de los Jueces, hallamos los nom­bres de varios de ellos, junto con los relatos de sus hazañas. En el tercer capítulo leemos de tres hombres, Otoniel, Aod, y Samgar, quie­nes libraron a su país de sus opresores. En cambio el pasaje que nos corresponde hoy habla de una mujer que gobernó a Israel, lo que indica que no había ningún hombre capacitado para capitanear al pueblo de Jehová. Eran tiempos angustiosos, pues durante veinte largos años los israelitas habían sufrido bajo el dominio de Jabín, un poderoso rey de Canaán. Este tenía novecientos carros de hierro y un numeroso ejército bajo el mando de un general que se llamaba Sísara.

Débora, la profetisa

En el monte de Efraín, entre Jerusalén y la tierra del rey Jabín, vivía la profetisa Débora. Cuando los israelitas clamaron a Jehová pidiendo perdón y auxilio, Él les dio a entender por intermedio de ella que un va­rón llamado Barac debía juntar diez mil hombres a fin de pelear contra los enemigos. No obstante, éste era temeroso, de manera que dijo a Dé­bora, “Si tú fueres conmigo, yo iré; pero si no fueres conmigo, no iré”.

Débora, la guerrera

La profetisa era mujer decidida y de fe, así que contestó, “Iré contigo”, y partió con Barac. Este, después de reunir a los diez mil hombres, les condujo al monte de Tabor, lugar en donde, según las instrucciones de Dios, la batalla debería ser llevada a cabo. Puesto que el pueblo de Sí­sara quedaba cerca, a unos 25 kilómetros al oeste, él llegó a saber luego de los preparativos de Israel. A lo mejor se rió, diciendo: “¿Cómo se atreven a rebelarse contra mí estos débiles israelitas, y dirigidos por una mujer todavía?” Reuniendo sus novecientos carros de hierro y a to­dos sus guerreros, se trasladó a las cercanías del monte Tabor, donde el terreno era muy propicio para sus carros, hecho que sin duda Dios había tomado en cuenta.

“Levántate”, dijo Débora a Barac. “¿No ha salido Jehová delante de ti?” y Barac con sus hombres descendieron del monte. Parecían insignificantes ante aquel enemigo tan poderoso. Luego comprobaron que Jehová les había precedido, pues Él, desencadenando las fuerzas de la naturaleza sobre sus adversarios, les destruyó. Muchos perecieron en las aguas del torrente Cisón, 5:20,21, de modo que la gente de Barac sólo tuvo que seguirlos, matándoles con facilidad mientras huían en confusión.

Sísara, viéndose vencido, bajó de su carro y huyendo con prisa, se allegó a la carpa de un amigo, como él pensaba. Allí la señora Jael le admitió, pero al quedarse él dormido, ella tomó una estaca, la cual metió en sus sienes, de modo que le mató, enclavándolo en la tierra. Al poco rato Barac pasó por allí, y Jael, saliendo a su encuentro, lo llevó a la carpa donde le mostró al famoso general, quien aún yacía con la estaca atravesada por las sienes.

Débora, la poetisa

Una vez más Débora es quien toma la iniciativa en Israel, pues apenas el enemigo es derrotado, ella, acompañada por Barac, canta alabanzas a Jehová. En su magnífico cántico, reconoce la debilidad desesperante de su pueblo (vs.6 al 8), como fondo oscuro sobre el cual manifestar el poder de Jehová (vs. 4, 5, 20 al 22). Se refiere a la negligencia de algunas tribus (vs.16,17,23), para hacer resaltar la valentía de aquellos que vinieron a ayudar (vs.13 al 15,18,19). En los versículos 24 al 27, Débora celebra el triunfo de Jael. Después en los versículos 28 al 30, dibuja con palabras un cuadro de la madre de Sísara, quien espera a su hijo que nunca volverá, terminando con una bendición sobre todo aquel que ama al Señor.

Aplicación

Debido a su desobediencia e idolatría, los israelitas tuvieron que sufrir por muchos años bajo el cruel rey de Canaán, y sólo fueron librados cuando se arrepintieron y clamaron a Dios. De la misma manera, los niños y adultos que hoy prefieren los placeres del mundo y la idolatría de la religión tendrán que pagar las consecuencias. Cuánto más conviene que los niños de la escuela dominical se conviertan ahora mismo al Señor Jesucristo, haciendo caso de la advertencia suya, donde les dice: “Acuérdate de tu Creador en los días de tu juventud, antes que vengan los malos días, y lleguen los años, de los cuales digas, No tengo en ellos contentamiento”. Al igual que Débora y Barac, los salvados se alegran, cantando alabanzas a su Salvador, 1 Pedro 2:9, Apoca­lipsis 5:9

Preguntas

  1. Nombren a tres héroes de Israel que figuran en esta historia.
  2. ¿Cuántos carros de hierro tenía Jabín?
  3. ¿En qué lugar pelearon los israelitas contra sus enemigos?
  4. ¿Cómo murieron muchos de los soldados de Sísara? ¿quién le mató a él?
  5. ¿Por qué sirvieron los israelitas por tantos años a sus opresores?

80 Dios llama a Gedeón

Estudio de parte del maestro: Jueces 6.1 al 40

Lectura con la clase:  Jueces 6.11 al 24

Texto para aprender de memoria— los menores: 1 Corintios 1.27, Lo débil del mundo escogió Dios para avergonzar a lo fuerte

los mayores: 1 Corintios 1.27

Introducción

Después de la grande victoria de Débora y Barac sobre Jabín, rey de Canaán, los israelitas vivieron en paz durante cuarenta años. Entonces, volviendo a hacer lo malo ante los ojos de Jehová, Él les entregó en manos de los madianitas, quienes les afligieron por siete años. Muchos de los israelitas, atemorizados, fueron a vivir en cuevas y cavernas. Allí pasaron hambre, pues cada vez que sembraban sus campos, los adversarios, como langostas innumerables, llegaban para destruir los frutos, llevándose todas las ovejas y demás animales. Israel, recono­ciendo por fin su pecado ante Jehová, clamó a Él, y nuevamente les fue misericordioso, suscitando por libertador a un varón llamado Gedeón.

La aparición del ángel

Este hombre siente mucho la condición de su pueblo, y siempre están en sus pensamientos los milagros que sus padres le han contado acerca de la libera­ción de la esclavitud en Egipto. Mientras medita en estos he­chos, trabaja arduamente trillando trigo, pero como no se atreve a ha­cerlo fuera donde los madianitas pudieran sorprenderle, trabaja callada­mente en el lagar. Mientras está ocupado en estas labores y pensamien­tos, un ángel se le aparece y le saluda diciendo, “Jehová está contigo, varón esforzado y valiente. Vé con esta tu fuerza, y salvarás a Israel de la mano de los madianitas. ¿No te envío yo?” Pese a estas palabras alentadoras, Gedeón vacila, pues tiene miedo al enemigo, y desea una señal de parte de su visitante celestial. Por lo tanto le ruega que le es­pere hasta que vuelva con una ofrenda.

La señal del fuego

Rápidamente Gedeón prepara pan, caldo y carne de cabrito. Luego, obede­ciendo a la voz del ángel, coloca la carne y el pan sobre una peña, y derrama el caldo. Entonces el ángel, extiende el báculo que tiene en su mano, toca con la punta en estas cosas, y fuego sube de la peña, el cual las consume. Gedeón se atemoriza, pero Jehová le tran­quiliza, diciéndole, “Paz a ti; no tengas temor, no morirás”. Ahora él comprende que el fuego que consumió el sacrificio manifestó el agrado de Dios, quien estará con él en todo lo que tenga que hacer.

Gedeón sirve a Dios

En la noche Jehová habla nuevamente a Gedeón, diciéndole que eche abajo el altar que su padre tiene para un falso dios llamado Baal, y que corte la imagen de Asera que está junto a él. Teme hacer esto de día, así que juntando diez siervos fieles, lo hace de noche, y levanta un altar a Jehová, donde ofrece un holocausto. Se puede imaginar la sorpresa y rabia de los hombres de la ciudad al día siguiente al ver que el altar de su dios ha sido derribado. No obstante, este acto intrépido de Gedeón convence a su padre que Baal es simplemente un ídolo sin poder alguno, y resulta en su conversión a Jehová.

La señal del vellón de lana

Nuevamente los madianitas, amalecitas y orientales se remen para invadir la tierra de Israel, pero esta vez Gedeón, bajo la dirección del Espíritu de Dios, junta un numeroso ejército. Primeramente los de su propia ciudad, Abiezer, se congregan, después llegan los de Manasés, Aser, Zabulón y Neftalí, pero Gedeón aún no se atreve a salir contra el enemigo sin que Jehová le de una seguridad absoluta de su presencia con él.

Después de orar, pone un vellón de lana en la tierra, el cual, al reco­gerlo por la mañana, está lleno de rocío, pese a que la tierra está com­pletamente seca. Gedeón vuelve a orar, pidiendo esta vez que caiga rocío en la tierra solamente, y de nuevo Jehová le contesta, pues al recoger el vellón el segundo día por la mañana, éste está perfectamente seco mientras que el rocío está en toda la tierra. Esto sirve para disi­par las dudas a Gedeón, quien ahora está dispuesto a arriesgar su vida por la causa de su pueblo.

Aplicación

Los enemigos terrenales de Israel son figura de los enemigos espiri­tuales de los pecadores; a saber, Satanás, los vicios, los malos amigos, etc. No obstante, al igual que Gedeón alcanzó favor delante de Dios por el sacrificio que le presentó, ustedes pueden ser salvos depositando su fe en el sacrificio de Jesús. Entonces también podrán servir a Dios, batallando contra los enemigos para la salvación de sus amigos.

Preguntas

  1. Cuando el ángel se apareció a Gedeón, ¿en qué estaba ocupado éste?
  2. ¿Qué significó el fuego que consumió la ofrenda de Gedeón?
  3. Cuando Gedeón derribó el altar de Baal, ¿quién se convirtió a Dios?
  4. Cuenten lo de la señal del vellón.
  5. ¿Qué es lo que esta historia nos enseña?

81 La victoria de Gedeón

Estudio de parte del maestro: Jueces 7.1 al 25

Lectura con la clase:  Jueces 7.7 al 22

Texto para aprender de memoria— los menores: Apocalipsis 19,15, De su boca sale una espada aguda para herir con ella a las naciones

los mayores: Apocalipsis 19.15

Introducción

Como veíamos en nuestra última lección, los madianitas oprimieron a los israelitas durante siete años, y entonces Jehová, en contestación a las súplicas de éstos, suscitó por libertador a Gedeón, a quien se jun­taron treinta y dos mil hombres.

Jehová escoge a los soldados

Aunque este ejército era numeroso, parecía insignificante en compa­ración con las huestes enemigas, de manera que Gedeón tiene que haber­se extrañado cuando Jehová le dijo, “El pueblo que está contigo es mucho. Haz pregonar, diciendo: Quien tema y se estremezca, madrugue y devuél­vase”. El resultado fue que 22.000 abandonaron las filas del ejército y regresaron a sus casas. “Aún es mucho el pueblo”, dijo Jehová, orde­nando a su siervo que llevara a los hombres hasta las aguas. Fue una prueba muy extraña: 9.700 israelitas se arrodillaron, y allegando la boca al agua, bebieron con calma, mientras que trescientos apenas se detuvieron en la marcha para allegar un poco de agua con la mano a la boca. Entonces Jehová dijo, “Con estos trescientos hombres os salvaré”, de manera que los sol­dados cómodos fueron despachados, igual como había pasado con los cobardes anteriormente.

El sueño del madianita

Aquella misma noche Dios, comprendiendo que Gedeón necesitaba ser estimulado, le envió junto con Fura su siervo al campamento enemigo. Allí, escondidos, oyeron a un soldado que contaba a su compañero que había soñado con un pan de cebada, el cual rodó hasta las carpas de ellos y las trastornó. ¡Qué sueño tan extraño! Sin embargo tenía un significado muy siniestro para el compañero de aquel madianita que lo relataba, pues le contestó, diciendo, “Esto no es otra cosa sino la espada de Gedeón … Dios ha entregado en sus manos a los madianitas con todo el campamento”. Tiene que haber sido una gran sorpresa para Gedeón escuchar su propio nombre y comprender la interpretación del sueño. Lleno de gratitud a Dios, y fortalecido en su espíritu, regresó a sus guerreros afro de pre­pararlos para el encuentro con los enemigos.

La batalla

Gedeón repartió a los trescientos hombres en tres escuadrones, po­niendo trompetas en manos de todos ellos, y cántaros vacíos, con teas encendidas dentro de los cántaros. Diciéndoles que deberían imi­tar el ejemplo suyo, les dividió en tres grupos, y ocultos bajo el manto de la noche, se acercaron al campamento enemigo. Las multitudes de Madián, creyéndose completamente seguras, dormían abajo en el valle.

De repente fueron despertadas por los gritos ensordecedores de Ge­deón y los suyos, quienes, allegando las trompetas a la boca, gritaron, “¡Por la espada de Jehová y de Gedeón!” Además, al hacer esto, que­braron los cántaros dejando verse las antorchas de modo que los madia­nitas vieron un cordón de fuego que les circundaba. Tan extraño espec­táculo hinchió de terror sus corazones, y huyendo de sus carpas, co­menzaron a matarse unos a otros, pues en su confusión creían que los israelitas ya habían invadido el mismo campamento.

Aplicación

Gedeón es otro de los muchos tipos de Jesús. En esta victoria, vemos una ilustración de la venida del Señor en su majestad y gloria, cuando Él descenderá del cielo acompañado por sus santos ángeles y los salvados. En 2 Tesalonicenses 1:7,8 leemos que se manifestará en llama de fuego. Apocalipsis 19 habla de la espada en la boca de Cristo con la cual Él herirá a los malos, y en Mateo 24:31 leemos de la gran voz de trompeta que no solamente juntará a los escogidos, sino también señalará la hora de condenación para los enemigos del Señor. ¡Qué desesperación sentirá el pecador perdido en aquel momento cuando gritará a los cerros, rogán­doles que caigan sobre él para esconderle de la cara del Señor! Cuán necesario es aceptar al Salvador y así encontrarse entre los escogidos del gran Rey en el día de su victoria y reino.

Preguntas

  1. ¿Cómo se llamaba el héroe de esta lección?
  2. ¿Con cuántos soldados ganó la victoria sobre los madianitas? ¿cómo fueron elegidos esos soldados?
  3. Para animar a Gedeón antes de la batalla, ¿adónde le envió Jehová, y qué oyó allá?
  4. ¿A quién tipifica Gedeón? ¿y su ejército?
  5. Cuando venga Cristo, ¿con qué espada herirá a los malos?

 

82 La vida de Sansón

Estudio de parte del maestro: Jueces 14.1 al 20, 15.4 al 16

Lectura con la clase: Jueces 14.5 al 12

Texto para aprender de memoria— los menores: Proverbios 1.10

los mayores: Santiago 1.15

Introducción

A fin de comprender la historia de hoy, iremos a visitar el hogar de Manoa, un israelita de la tribu de Dan en la parte oeste de Canaán. ¡Qué feliz es esta familia que se compone de tres personas: el padre, la madre, y un niñito pequeño llamado Sansón, nombre que quiere decir “risueño”! Muchas veces la señora de Manoa se había sentido triste puesto que no tenía familia, de manera que se alegró grandemente cuando un ángel le trajo las buenas nuevas que ella iba a tener un hijo, y más se alegró cuando vino por segunda vez confirmando la promesa a ella y a su marido. Ya ha tenido lugar el nacimiento extraordinario y los padres están llenos de gozo.

La juventud de Sansón

Dejemos el hogar de Manoa ahora a fin de mirar hacia los vecinos de él. Estos, que se llaman los filisteos, viven al lado de la heredad de Dan. Son muy malos pues atormentan continuamente a los israelitas, quienes en su angustia tienen que haber exclamado muchas veces, “¡Oja­lá hubiera algún hombre poderoso que venciera a nuestros adversarios!” Esta es la tarea que Jehová destinó para Sansón, aun antes de su naci­miento, 13:5. Los padres cuidan diligentemente al niño conforme a los votos de un nazareo, cosa que Dios les impuso, 13:7; Números 6:1 al 8; de manera que no le dan vino ni le cortan el cabello.

Bajo las bendiciones divinas Sansón crece, y de vez en cuando el Espíritu del Señor se manifiesta en él. Su vida es extraña, pues fluctúa entre días de gozo cuando Jehová lo ocupa en hechos de poder, y períodos cuando anda desobe­diente y alejado de la comunión con Él. Sin embargo, de­muestra tener fe en Dios, y tan grandes son sus hazañas que llega a reducir en gran manera el poder de aquellos enemigos. El resultado fue que ellos no volvieron a molestar a Israel por algunos años después de la muerte de él.

Los hechos de Sansón

Su poder se manifestó primero en las viñas de Timnat donde un cacho­rro de león vino rugiendo a su encuentro y Sansón, sin tener nada en la mano, lo mató. Después, el Espíritu de Dios vino sobre él de tal manera que pudo matar a treinta hombres de los filisteos. En otra ocasión, para vengarse de éstos, Sansón cazó trescientas zorras, y tomando antor­chas, juntó los animales de a dos, colocando una antorcha entre cada dos colas. Pegando fuego a las antorchas, soltó las zorras en los sembrados de los filisteos, y quemó las cosechas amonto­nadas y en pie y viñas y olivares.

Como era de esperarse, los filisteos, indignados, se reunieron para buscar a su perseguidor, y al llegar a la tierra de Judá, dijeron, “A prender a Sansón hemos subido, para hacerle como él nos ha hecho”. Acobardándose ante las huestes enemigas, los varones de Judá subieron a una cueva en donde estaba Sansón, y después de atarle con dos cuerdas nuevas, le hicieron salir. No obstante, al acercarse Sansón a los filisteos, el Espíritu de Dios vino sobre él, for­taleciéndole de tal modo que cortó las cuerdas como si hubiesen sido de cañamito podrido. Hallando una quijada de asno fresca, la tomó y mató con ella a mil hombres. Estos son solamente algunos de los hechos que Dios le permitió hacer contra los enemigos de su pueblo.

Aplicación

En algunas cosas Sansón tipifica al Señor Jesús, mientras que en otras representa al pecador, pero considerando su vida entera, vemos que se parece más bien a un creyente. El nacimiento de Sansón fue milagroso como también lo es el nuevo nacimiento. La misión de Sansón fue de lu­char contra los filisteos, la del cristiano es de luchar contra Satanás y sus huestes. El Espíritu de Jehová que obró en él es el mismo Espíritu Santo, quien, morando en el creyente, le fortalece para vencer al malig­no y para librar a los pecadores perdidos de su dominio.

Preguntas

  1. ¿Cómo se llamaba el hijo de Manoa? ¿qué significaba ese nombre?
  2. ¿Quiénes eran los vecinos de los israelitas que les molestaban?
  3. ¿Cómo fue criado Sansón? es decir, explique de las leyes que go­bernaban la vida de un nazareo.
  4. Mencione algunos de los hechos de Sansón.
  5. ¿En qué sentido es semejante Sansón a un creyente hoy?

 

83 La muerte de Sansón

Estudio de parte del maestro: Jueces 16.4 al 31

Lectura con la clase: Jueces 16.19 al 30

Texto para aprender de memoria— los menores: Proverbios 13.15, El camino de los transgresores es duro

los mayores: Gálatas 6.7

Introducción

Sansón gobernó a Israel por veinte años, y aunque flaqueó en algunas ocasiones, el Espíritu de Dios vino sobre él vez tras vez y los filisteos le temieron por causa de su gran poder. En la lección de hoy veremos que Sansón murió a consecuencia de haber quebrantado el voto de na­zareo. Sin embargo, Dios le fortaleció para que, muriendo, pudiera triunfar sobre los enemigos una vez más.

La equivocación de Sansón

Es un cuadro muy triste, el que vemos en esta lección, pues Sansón se ha enamorado de una mujer de los filisteos, la cual se llama Dalila, de tal manera que está completamente dominado por ella. ¡Qué equivo­cación! Por un tiempo, él ha perdido de vista la misión suya y en vez de luchar contra los enemigos de Israel, está aliado con ellos. ¡Cuán con­tentos están los príncipes de los filisteos, quienes por largo tiempo han estado deseosos de prenderle! Estos prometen dar dinero a Dalila con tal que ella les descubra el secreto del poder de Sansón. Cuando ella le pregunta al respecto él le dice, “Átame con siete mimbres”, y ella lo hace, pero cuando los filisteos están por prenderle, él rompe los mim­bres. Ella sigue rogándole que le diga la verdad, a lo que contesta, “Átame fuertemente con cuerdas nuevas”, pero al igual que la primera vez, Sansón rompe las cuerdas como si fuesen hilos.

En otra ocasión, estando los dos sentados al lado del telar donde Dalila suele tejer, San­són le dice, “Teje siete guedejas de mi cabeza con la tela”, (siendo nazareo su cabello es largo). Mientras ella lo hace, Sansón duerme hasta ser despertado con el grito, “los filisteos sobre ti”. ¡Poniéndose de pie, él arranca la estaca del telar con la tela!

Después de esto Da­lila le molesta día tras día, importunándole con sus palabras hasta que por fin le descubre todo su corazón, diciendo, “Soy nazareo, si fuere rapado, me debilitaré y seré como todos los hombres”. Dalila manda llamar a los príncipes de los filisteos para que vengan con el dinero prometido. Luego después hace dormir a Sansón sobre sus rodillas, y llama a un hombre que le rapa las siete guedejas de su cabeza. Enton­ces grita, “Sansón, los filisteos sobre ti”, y él despertándose, aún no se da cuenta que Jehová se ha apartado de él, sino que se cree capaz de vencer a sus adversarios.

La miseria de Sansón

Sin embargo, cuando los filisteos lo prenden, no tiene poder para resis­tirles, sino que, echando mano de él, le sacan los ojos y le encarcelan en Gaza donde le atan con cadenas, y le hacen moler en la prisión. ¡Tal es la miseria que el pecado de Sansón le ha acarreado! ¡Ciego, encade­nado y moliendo en la prisión, llega a comprender que “el camino de los transgresores es duro!” Proverbios 13:15.

La muerte de Sansón

Los filisteos, gozosos, se juntan en una grande celebración donde ala­ban a Dagón su dios, quien, según ellos creen, les ha libertado de su enemigo. La casa está llena con aproximadamente tres mil personas en el piso alto. “Llamad a Sansón para que nos divierta”, gritan, y luego él es traído por un mozo quien lo coloca entre las dos columnas que sos­tienen el edificio.

Estando en la cárcel, ha tenido tiempo para meditar, y ahora en su dolor e impotencia, Sansón ora a Dios, rogándole de todo corazón que le ayude solamente esta vez. Inmediatamente su poder vuelve, de manera que, abrazándose de las dos columnas, Sansón se inclina con fuerza. La casa cae, miles de personas mueren, él entre ellos. Así sucede que Sansón, al final de su vida, es triunfante; su nombre aparece en el registro de honor de la fe en Hebreos 11, y la triste historia de hoy tiene un fin triunfante.

Aplicación

La caída de Sansón es una parábola poderosa sobre la paga del pecado:

  1. Le transformó de un fuerte gobernante en un esclavo lastimoso; hay esclavitud en el pecado.
  2. Le quitó su fuerza; el pecado debilita al hombre moral y espi­ritualmente.
  3. Le quitó sus ojos; así también Satanás, el dios de este siglo, ha cegado “el entendimiento de los incrédulos, para que no les resplandezca la luz del evangelio”, 2 Corintios 4:4.
  4. Le hizo moler en la cárcel, sirviendo a los dictados de los fi­listeos.

Preguntas

  1. ¿Cómo se llamaba la mujer de la lección de hoy? ¿y a qué pueblo pertenecía?
  2. Describa las diferentes maneras en que ella ató a Sansón.
  3. Por fin, después de romper todas las cuerdas con que le habían atado, ¿qué instrucciones dio Sansón a Dalila?
  4. Cuando los filisteos prendieron a Sansón, ¿qué le hicieron, y adónde lo llevaron?
  5. ¿En qué sentido es Sansón, en su caída y sufrimientos, figura del pecador perdido?

84 La decisión de Rut

Estudio de parte del maestro: Rut 1.1 al 22;

Lectura con la clase: Rut 1.7 al 19

Texto para aprender de memoria— los menores: Rut 1:16, Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios mi Dios

los mayores: Rut 1.16

Introducción

Únicamente dos libros de la Biblia llevan nombres de mujeres, y en uno de éstos, el libro de Rut, se encuentra la lección de hoy y la del próximo domingo. La lectura nos lleva primeramente al hogar de un caballero que se llamaba Elimelec, quien, junto con su esposa, Noemí, y sus dos hijos, Mahlón y Quelión, vivía en el pueblo de Belén en los días de los jueces.

Sucedió en cierta ocasión que les sobrevino una grande hambre, y Elime­lec decidió llevar a su familia a la tierra de Moab. Les seguiremos allá a fin de ver la grande desgracia que les aconteció por su desobediencia en apartarse de la herencia que Dios les había dado en Israel.

Diez años en Moab

La pequeña familia cruzó el río Jordán y fue caminando en sentido in­verso por la misma ruta que habían andado sus antepasados cuando ellos venían a Canaán. No demoraron mucho en llegar a su destino, y una vez llegados, encontraron muchos alimentos. Pero junto con la abundancia de cosas temporales había mucho pecado e idolatría. El pueblo de Moab adoraba al dios del fuego, Quemes. Prendían fuego dentro de este ídolo, que era de bronce y luego colocaban sacrificios aun de seres humanos en sus brazos ardientes. Entre gente tan pecadora, los cuatro israelitas se instalaron como moradores en la tierra.

Su felicidad duró poco, pues luego la muerte visitó el hogar, y Elimelec les fue quitado. Es triste pensar en aquella familia, pues Noemí quedó viuda con sus dos hijos en una tierra extraña. Transcurriendo el tiempo, éstos crecieron y se ca­saron con dos mujeres de Moab, pero apenas pasó la alegría del día del casamiento, cuando la muerte se llevó a los dos, de manera que queda­ban tres viudas en la casa.

Rut toma su decisión

Noemí no puede soportar más sufrimiento en Moab, de modo que al saber que nuevamente hay prosperidad en Israel, decide regresar a Belén. Emprende el viaje acompañada por sus dos nueras, quienes sa­len a encaminarla. Luego se detiene el grupo. Las jóvenes han caminado bastante y deben volver a sus familiares, así que, Noemí, pidiendo una bendición sobre ellas, las besa, y les ruega que regresen, pero ellas lloran y manifiestan deseos de acompañarla. Otra vez Noemí les ruega que regresen y Orfa se deja persuadir. Besando a su suegra, vuelve atrás y luego desaparece de su vista.

Es escena conmovedora la que se nos presenta, pues Rut está abrazando a su suegra determinada a seguir con ella. Por Noemí Rut ha aprendido del Dios verdadero y del pueblo de Él, y desea ardientemente identificarse con ellos. Le costará caro hacer esto, pues tendrá que apartarse de sus padres y de su tierra. Todo esto ella lo ha pensado bien; ha hecho su decisión. Cuando Noemí le ruega que vuelva como Orfa acaba de hacer, Rut manifiesta su fe y afecto en forma tan sincera y elocuente que Noemí calla, y las dos apresuran sus pasos hacia Belén. Leamos los versículos 16 y 17, pues son sublimes las palabras de Rut.

Aplicación

Rut y Orfa fueron extranjeras para el pueblo de Dios, pues pertenecie­ron a un pueblo pagano e idólatra. Las dos tuvieron que hacer una grande decisión, la más importante de sus vidas. Orfa escogió su religión falsa y la amistad de sus parientes. En cambio, Rut se apartó de todo lo que era pecaminoso a fin de aceptar y servir a Jehová. Todo niño tiene que decidirse de la misma manera, o para seguir en sus pecados como Orfa, y así llegar un día a la perdición, o como Rut, arrepentirse y aceptar al Señor Jesús como a su Salvador personal. ¡Que alguien, hoy mismo, es­coja a Jesús, confesándole como a su propio Salvador! Romanos 10:9.

Preguntas

  1. ¿Por qué se fue Elimelec con su familia de Belén? ¿acaso Dios les bendijo en Moab?
  2. ¿Cuántas veces visitó la muerte el hogar de ellos?
  3. ¿Cuál fue la decisión de Orfa, y cuál la de Rut?
  4. Explique la diferencia entre la religión de los moabitas y la de los israelitas.
  5. ¿Cuál es la decisión que todo niño debe hacer hoy?

 

85 Rut es galardonada

Estudio de parte del maestro: Rut capítulos 2 al 4;

Lectura con la clase: Rut 2.1 al 13

Texto para aprender de memoria— los menores: Efesios 1.7, En quien tenemos redención por su sangre;

los mayores: Rut 1.16 1 Pedro 1.18,19

Introducción

Noemí ha llegado con su nuera, Rut, a Belén, y al verla, toda la ciu­dad se conmueve, diciendo, “¿No es ésta Noemí?” Es que los años de sufrimientos en Moab han cambiado mucho a Noemí, y ella cuenta a sus vecinas y conocidas todo lo que le ha pasado. Es muy pobre ahora, pero Dios en su grande misericordia va a suplir toda necesidad de ella por medio de la misma cosecha, pues la gente de Belén está empezando la siega de la cebada.

Rut en el campo de Booz

En su ley, Dios enseñaba al pueblo israelita que en el tiempo de la cosecha siempre dejasen algunos frutos en sus campos para los pobres, Levítico 19:9,10; Deuteronomio 24:19 al 22. En su necesidad apremiante Rut debe aprovechar esta provisión de Jehová, y por tal motivo sale del pueblo y entra en un campo donde muchos están trabajando. Sucede que el lugar en el cual ella entra pertenece a Booz, un pariente rico de Eli­melec. Al poco rato llega este caballero y fijándose en la joven extran­jera, pregunta a su mayordomo por ella. Este le dice que se llama Rut la moabita, cosa que le interesa mucho, pues ya sabe algo de ella, 2:11. Dirigiéndose a Rut, Booz le da una cariñosa bienvenida, diciéndole que se quede allí con las mozas de él, trabajando en pos de los segado­res. A la hora de almuerzo le invita a acercarse al grupo de trabajado­res donde le atiende personalmente. Así, ella trabaja contenta todo el día hasta la tarde.

Cuando desgrana lo que ha recogido, tiene más o me­nos treinta y cinco litros de cebada, lo que lleva a Noemí, a quien cuenta del caballero que le ha amparado. Noemí le dice, “Nuestro pariente es aquel varón, y uno de los que pueden redimirnos”, 2:20. Al decir esto está pensando en las instrucciones de Dios en cuanto a la redención de una heredad perdida, Levítico 25:25, y la perpetuación del nombre de una familia que está por acabar, Deuteronomio 25:5 al 10. Noemí idea un plan y Rut, manifestando su fe en la palabra de Dios, entra en la presen­cia de Booz para suplicarle que él les redima de la bancarrota y de la posible extinción como familia. Booz es muy bondadoso, pero hay una dificultad, a saber, hay otro pariente más cercano que él, a quien deben ofrecer la oportunidad de redimirlas.

En la puerta de la ciudad

Booz va a la puerta de la ciudad donde espera hasta que llega el pa­riente de quien él habló a Rut, y al llegar éste, Booz le dice que tome asiento. Entonces, llamando a diez de los ancianos de la ciudad, les cuenta brevemente la historia tocante a la familia, la heredad, y el deber del pariente cercano. Ofrece al más cercano el privilegio de re­dimirlo todo, pero éste contesta, “No puedo redimir para mí, no sea que dañe mi heredad”. A continuación, obedeciendo a una costumbre que tal vez nos parezca extraña, él se quita su zapato para indicar que ha renunciado a todos sus derechos a la herencia. Ahora Booz declara, “He adquirido de mano de Noemí todo lo que fue de Elimelec … y también tomo por mi mujer a Rut la moabita”.

Rut en su nuevo hogar

El último cuadro que Dios nos presenta de Rut y Booz es muy simpá­tico, pues están junto a su hijito, Obed, por quien están muy agradeci­dos. Noemí, la abuelita, está sumamente contenta, y pasa con el bebé en sus brazos. La próxima vez que las Sagradas Escrituras nos hablan de Rut es cuando sale nombrada en la Línea Real del gran Redentor en Mateo 1:5. ¡Este fue el gran galardón que ella obtuvo por su fe!

Aplicación

Rut, siendo extranjera, no tenía ningún derecho a las bendiciones de Jehová, hecho que ilustra la condición de todo pecador. Además, su pobreza nos representa la grande necesidad que todos tenemos por natu­raleza, porque somos deudores y ni el más rico puede redimirse, Salmo 49:6,7. Únicamente un pariente cercano tenía derecho de redimir en aquellos días, y por ese motivo Jesús fue hecho hombre a fin de redimir­nos a nosotros. En la historia de Rut, el pariente más cercano que dijo, “No puedo redimir”, representa a la ley, mientras que Booz, es un tipo hermoso del Señor Jesús quien nos compró con su sangre preciosa, 1 Pedro 1:18,19.

 

Preguntas

  1. ¿Qué hizo Rut para proveer para las necesidades suyas y las de Noemí?
  2. ¿Cuál fue la actitud de Booz hacia Rut cuando la vio entre los reco­gedores?
  3. Cuente de lo que hizo Booz a favor de Rut y Noemí.
  4. ¿De qué manera bendijo Dios a Booz y a Rut? ¿qué nombre pusieron a su hijo?
  5. ¿Quién es Aquel que se hizo “Pariente Cercano” para podernos re­dimir del pecado? ¿qué hizo en bien nuestro?

Serie 6: Milagros

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86        Las bodas de Caná de Galilea

Estudio de parte del maestro: Juan 2.1 al 11;

Lectura con la clase: Juan 2.1 al 11

Texto para aprender de memoria— los menores: Romanos 15.13, El Dios de esperanza os llene de todo gozo y paz en el creer

los mayores: Salmo 4.7

Introducción

El pasaje que hemos leído nos cuenta del primer milagro de Jesús, el cual efectuó en Caná de Galilea, pueblo que quedaba a corta distancia de Nazaret, donde Él había sido criado. A juzgar por la presencia de María y las palabras que ésta habló a los sirvientes, parece que tal vez el hogar donde celebraron aquellas bodas fuese de algún pariente o familiar de ella. ¡Cuán honrados fueron los novios al tener presente al mismo Hijo de Dios!

La falta de vino

Antaño, la gente solía celebrar los casamientos con una fiesta que duraba varios días, Jueces 14:10 al 12. Para esto necesitaban gran cantidad de alimentos y vino que era la bebida acostumbrada. Se puede imaginar pues la vergüenza que sentirían los de Caná de Galilea, al darse cuenta de que ya escaseaba el vino. La madre de Jesús, al saber de esta necesidad, se acercó a su Hijo para decirle: “No tienen vino”. Él respondió con palabras que, aunque nos parezcan ásperas, no lo eran, sino más bien indicaban respeto. “¿Qué tienes conmigo, mujer?” dijo Jesús. “Aún no ha venido mi hora”.

Mientras Jesús estuvo en casa de José y María, Él se sometía a ellos, pero habiendo salido de allí para servir a su Padre celestial, reconocía solamente la voluntad divina, y esto fue lo que hizo saber a su madre. Es de notar que María no persistió en rogar, antes bien, tomando a pecho la amonestación, advirtió a los sirvientes a que hicieran todo lo que Jesús les dijese.

El agua es convertida en vino

Había en aquel hogar seis tinajas grandes de piedra, en las que cabían aproximadamente cien litros de agua en cada una. Este hecho demuestra que aquella familia era muy devota a la religión de los judíos, quienes en conformidad a sus creencias, se lavaban frecuentemente las manos. Jesús, fijándose en las tinajas, dijo a los sirvientes que las llenaran de agua, y obedientes las llenaron hasta no caber más. Sin duda, tienen que haberse preguntado qué era lo que Él pretendía hacer, pues no era agua lo que faltaba sino vino. No obstante, obedecieron al Señor, quien a continuación les mandó sacar el agua a fin de presentarla al maestresala.

Este era el hombre que estaba a cargo de la fiesta, y quien debía probar tanto la bebida como la comida para asegurar que todo estuviera bien preparado para los convidados. El maestresala apenas probó el vino, hizo venir al novio para decirle: “Todo hombre sirve primero el buen vino, y cuando ya han bebido mucho, entonces el inferior; mas tú has reservado el buen vino hasta ahora”. ¡Cuán grande tiene que haber sido la sorpresa de ambos al saber el origen del vino, y el poder maravilloso de su divino Huésped! Sería en verdad un acontecimiento que jamás se borraría de la mente de los novios, y es de esperar que llegasen a cono­cer y confiar de veras en aquel visitante celestial quien se dignó estar entre ellos en el día de su casamiento.

Aplicación

Hay quienes creen que el evangelio puede quitarles cuanto gozo tienen, y convertir sus vidas en tristeza, pero el caso que acabamos de estudiar demuestra que es todo lo contrario. Jesús no sólo fue a las bodas, sino que pudo suplir lo que allí faltaba, de modo que por causa de su presen­cia hubo gozo y satisfacción.

Se nos enseña en este pasaje que podemos allegarnos a Jesús con nues­tros problemas, pero no para decirle qué es lo que Él debe hacer. Ni a su madre permitió tal privilegio, sino que se sometió exclusivamente a la voluntad de Dios su Padre. Nadie se deje engañar por la enseñanza de los religiosos que dicen que Jesús obedeció a María cuando convirtió el agua en vino. Ni ella, ni ningún santo, así llamado, puede interceder por nosotros en los cielos, siendo que Jesús es el único Mediador entre Dios y los hombres, 1 Timoteo 2:5,6.

Otra enseñanza que se deriva de la lección de hoy es la siguiente: si primero no hubieran llenado las tinajas de agua, jamás habrían podido sacar vino de ellas. En la Biblia, la Palabra de Dios es comparada al agua, Efesios 5:26. En las escuelas dominicales nuestro deber es llenar las mentes de los niños con la Palabra. Esta puede ser convertida en salvación y gozo en todos aquellos que la reciben por la fe, y así a su vez servirán para llevar estas bendiciones a quienes las necesiten.

Nótese el hecho de que en el versículo 11 este milagro se llama una señal, es decir, una de las credenciales de Jesús, que manifestaban que Él era en verdad el Mesías de Israel. Fue muy diferente del primer milagro que Moisés efectuó en Egipto.

Preguntas

  1. ¿Cuál era la costumbre antaño al celebrarse unas bodas?
  2. Cuando la madre de Jesús le avisó de la falta de vino, ¿qué le contestó Él?
  3. ¿De qué nos habla el agua? ¿y las tinajas?
  4. Cite un texto que demuestra que Jesús es el único Mediador.
  5. ¿Qué fue lo que este milagro comprobó?

 

87 El leproso es limpiado

Estudio de parte del maestro: Lucas 5.12 al 15 ;

Lectura con la clase: Lucas 5.12 al 15

Texto para aprender de memoria— los menores: Isaías 1.18, Si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos;      los mayores: Isaías 1.18

Introducción

En la última lección, presenciamos el primer milagro de Jesús. Por él suplió la falta que hubo en las bodas, y manifestó que Él era el verda­dero Mesías enviado de parte de Dios. Hoy nos corresponde ver la sim­patía de Jesús y el poder suyo sobre una de las enfermedades más terri­bles y asquerosas que el hombre haya conocido.

 

La lepra se declara

Supongamos un poco de lo que puede haber sucedido en la vida del hom­bre de quien acabamos de leer. Hace algunos años él vivía muy contento con su esposa y familia. Pero un día, al bañarse después de su trabajo, se fijó en una mancha blanca, digamos en su brazo. Después la mostró a su esposa, pero como parecía ser cosa de poca importancia, no se preocuparon mayormente de ella. Después de algunos días el hombre vio que la mancha estaba un poco más grande. Para cumplir con la ley judaica, fue donde el sacerdote, a fin de que éste le examinara. Todavía creía tener un simple divieso, pero al contemplar la cara del sacerdote, sin­tió miedo. Estaba muy serio, y al hablar, le dijo con tristeza, “Esto es grave, hijo mío, no queda duda; tú tienes lepra”. Fue la noticia más terrible para el pobre hombre, pues comprendió al instante que ahora tendría que decir “adiós” a sus seres amados y abandonar su pueblo.

La miserable existencia del leproso

Al poco rato apareció en la puerta de la ciudad un pequeño grupo de personas angustiadas, quienes, llorando, miraban hacia un hombre que se alejaba de ellos. Era el leproso quien desde aquel día en adelante no podría acercarse a otro ser humano a causa de su enfermedad. En caso que otra persona sana se allegara a él, debería advertirle del peligro, gritando: “Inmundo, inmundo”. Algunas veces se encontraba en compañía de otros infelices quienes padecían de la misma enfermedad, otras veces completamente solo. Siempre andaba con sus vestidos rasgados, la ca­beza descubierta, el labio superior tapado, reflejándose en su cara el dolor y la desesperación que henchían su alma.

Los días pasaban sin esperanza; las noches le eran interminables. Alrededor de él algunos morían mientras que en su propio cuerpo la lepra seguía su marcha lenta pero segura. ¡Cuánto no quería ser sanado para poder reunirse con su esposa y sus hijos; cada memoria de ellos le causaba hondo dolor, mayormente al recordar que para la lepra no había remedio!

El pobre enfermo, sumido en la miseria, no abrigaba esperanza en su pecho. Sin embargo un día llegó hasta él la noticia que un hombre lla­mado Jesús estaba haciendo maravillas, sanando enfermos y echando fuera demonios. Esta noticia le hizo preguntarse, “¿Acaso es posible que a mí también me sane, este varón?” El resultado fue, como ya he­mos visto por la lectura de hoy, que el leproso buscó a Jesús. Al hallar­lo, se postró a sus pies, y le rogó, diciendo: “Señor, si quieres, puedes limpiarme”. Nos conmueve contemplar al hombre a quien nadie puede ayudar, pues aun cuando sabe que Jesús todo lo puede, piensa que tal vez no querrá limpiarlo. ¡Cuán consoladora es la respuesta del Salva­dor! pues extendiendo la mano le toca, diciendo: “Quiero; sé limpio”, quitando de inmediato la enfermedad.

Aplicación

Las distintas enfermedades tipifican el pecado en sus diferentes aspec­tos. La lepra, por lo menos en su estado avanzado, no podía ser sanada por el hombre. Además, es una enfermedad llamada siempre inmunda, de modo que Dios no habla de sanar, sino de limpiar a los leprosos. Tocante a esto, véase Isaías 64:6. Tal como el leproso se encontraba sin medios para limpiarse, de la misma manera, no podemos salvarnos, sino que te­nemos que acudir con fe sencilla al mismo Salvador. Nos fijamos en el hecho de que Jesús, a fin de limpiar al leproso, extendió su mano y le tocó, hablando además palabras calculadas para confortarle. En igual forma, para hacer extensiva hasta nosotros la salvación que nos hacía falta, Jesús en la cruz extendió sus brazos. Sufrió allí por nosotros y vertió su sangre para quitar nuestros pecados. Ahora por  la Biblia, habla palabras de perdón a todo aquel que acude a Él.

Jesús, habiendo limpiado al leproso, le envió en calidad de testigo al sacerdote para cumplir con la ley de Moisés. (Pueden leerse las ins­trucciones en Levítico 14:2 al 8). Este fue el primer leproso limpiado entre los judíos (según nos cuenta la Escritura) desde que Dios dio las instrucciones del Levítico 13 y 14, casi 1500 años antes. La pre­sencia de un leproso limpiado ante el sacerdote con dos avecillas en sus manos testificaría que Dios había venido a su pueblo.

Preguntas

  1. ¿Cuál era la enfermedad que tuvo el hombre?
  2. Después de consultar con el sacerdote, ¿dónde tenía que vivir el leproso?
  3. ¿Quién lo limpió? ¿cómo lo hizo?
  4. ¿En qué sentido es la lepra semejante al pecado?
  5. Con una palabra Jesús limpió al leproso, pero ¿con qué nos limpia a nosotros de nuestros pecados? ¿qué es lo que Él está haciendo para asegurarnos de la salvación?

 

88 El paralítico es sanado

Estudio de parte del maestro: Lucas 5.17 al 26, Marcos 2.1 al 12;

Lectura con la clase: Lucas 5.17 al 26

Texto para aprender de memoria— los menores: Hechos 13.38, Por medio de él se os anuncia perdón de pecados

Los mayores: Hechos 13.38

Introducción

En los días de Jesús, vivía en la ciudad de Capernaum un hombre cuya condición física era lamentable, pues era paralítico. Si hubiéramos ido a su casa, no habría podido recibirnos a la puerta, sino que le habríamos encontrado en su lecho. No tenía fuerzas para moverse. Al necesitar cualquier cosa, como por ejemplo su comida o su ropa, no podía le­vantarse a buscarla, sino que tenía que esperar hasta que otra persona se lo trajera. En este triste estado pasaba los años, recluido e impotente.

Los cuatro amigos

La condición del paralítico era desesperante, pero tenía unos buenos amigos, quienes, al saber de la llegada de Jesús, sintieron nuevas espe­ranzas para su mejoría. Supongamos cómo llegaría la noticia a ellos. Uno, digamos, andando por las calles, se encuentra con otro, y mientras conversan, éste le pregunta: “Oye, ¿acaso has visto a este hacedor de milagros que ha llegado a nuestro pueblo?” “No”, contesta, “¿quién se­rá?” “Me han dicho que se llama Jesús, y son muchos los milagros que está haciendo aquí. Por ejemplo, dio la vista a un ciego, quitó la fiebre a una mujer, y lo más sorprendente es que limpió (sanó) a un leproso. En fin, toda Judea está hablando de él”.

“¿Dónde se encuentra este Je­sús?” “Está enseñando en una casa”. “Mira, todo esto me hace pensar en fulano, el paralítico, ¿Crees tú que Jesús le sanaría?” “¿Cómo no?” “Bueno, ¿por qué no buscamos a Juan y Jacobo?” “Ya está, vamos”. Parten los dos en busca de sus amigos, y luego llegan los cuatro, llenos de entusiasmo a la casa del paralítico. Conversan animadamente con él participándole sus planes, y pocos momentos después, salen llevando al hombre en su lecho.

Jesús sana al paralítico

Ahora dejaremos al enfermo para trasladarnos a la casa donde está Jesús. Él está enseñando la palabra de Dios, rodeado de tanta gente que las piezas están llenas y aun en las ventanas y puertas no cabrían más per­sonas. De pronto, un ruido en el techo distrae la atención de los oyentes, y mirando todos hacia arriba vemos que poco a poco alguien está haciendo una abertura en el techo. Son los mismos cuatro hombres, de los cuales ya conocemos a dos, pues son los que antes conversaban en la calle. Su­bieron al techo por la escala de afuera y, habiendo sacado una cantidad de tejas, ahora empiezan a bajar con cordeles el lecho en que yace el hombre paralizado. Cuidadosamente los cuatro lo bajan hasta los pies de Jesús, y Él, conociendo no solamente el deseo de ellos, sino también la necesidad espiritual del enfermo, le dice, “Hijo, tus pecados te son per­donados”.

Estas palabras caen muy mal en la mente de los fariseos que están presentes, pues como saben que sólo Dios puede perdonar pecados, les parece que Jesús está blasfemando. Cuán grande tiene que ser su sorpresa cuando Él, conociendo sus pensamientos, les pregunta, “¿Qué es más fácil, decir al paralítico: Tus pecados te son perdonados, o de­cirle: Levántate, toma tu lecho, y anda?” Entonces para manifestar que en su palabra hay poder, Jesús se dirige al enfermo, diciendo: “A ti te digo: Levántate, toma tu lecho, y vete a tu casa”. Se levanta aquel, que momentos atrás estaba sin fuerzas, y libre de sus pecados y su enferme­dad, se va a su casa alabando a Dios.

Aplicación

La parálisis simboliza la impotencia del pecador, pues el paralítico no podía hacer nada, ni tampoco podían sanarle los médicos. Únicamente por la visita de Jesús a su pueblo y la bondad de sus amigos pudo reco­brar la sanidad. De la misma manera, es por la visita de Jesús a este mundo donde obró en bien nuestro en la cruz, que podemos conseguir la salvación. Lo que hicieron los cuatro amigos, es lo que Dios espera que hagan todos los creyentes, es decir, llevar a los pecadores al Salvador.

Preguntas

  1. ¿Qué enfermedad tuvo el hombre de esta lección?
  2. ¿Cuántos amigos lo llevaron a Jesús?
  3. Puesto que encontraron mucha gente, ¿cómo introdujeron al enfer­mo en la casa?
  4. ¿De qué manera tipifica la parálisis al pecado?
  5. Según las palabras de Jesús ¿en qué lugar tiene Él poder para perdonar los pecados?

 

89 El hombre de la mano seca

Estudio de parte del maestro: Lucas 6.6 al 11, Marcos 3.1 al 12;

Lectura con la clase: Lucas 6.6 al 11

Texto para aprender de memoria— los menores: Tito 3,5, Nos salvó, no por obras de justicia … sino por su misericordia

los mayores: Tito 3.5

Introducción

Hasta aquí hemos tenido el privilegio de ir con el Señor Jesús a dife­rentes lugares, donde ha manifestado su simpatía para con los enfermos y también su poder para auxiliarles. Hoy le acompañaremos a una sina­goga de los judíos, es decir, un local donde ellos se congregan para es­tudiar las Escrituras y ofrecer culto a Dios.

Al entrar con Jesús, vemos que ya han llegado muchos, habiendo enten­dido que Él iba a estar presente. Todo el mundo sabe de los grandes mi­lagros, y por este motivo muchos fariseos y otros religiosos se han juntado. Los distintos mantos, algunos muy largos con flecos, nos llaman la atención, dándonos a entender que los presentes son muy devotos a la religión de Israel. Es el día sábado, día cuando ningún judío trabaja, pues la ley se lo prohíbe, y por lo tanto la sinagoga se llena muy luego.

La mano seca es sanada

Según su costumbre, el Señor Jesús elige una porción de la Palabra de Dios, y después de leerla, la explica con sencillez. Los ojos de todos los oyentes están fijos en Él, porque su mensaje es interesante y con poder. De repente Él deja de hablar, y mirando a un pobre hombre cuya mano derecha está seca, le dice: “Levántate, y ponte en medio”. “¿Qué será esto que Jesús piensa hacer?” nos preguntamos.

Echando una mirada hacia los fariseos, nos fijamos en que todos miran con suma atención al Señor. Nosotros vemos solamente las caras, pero aparentemente Jesús ha visto algo en sus corazones, porque con el hom­bre parado en medio, les pregunta: “¿Es licito en día de reposo hacer bien, o hacer mal? ¿salvar la vida, o quitarla?” Como si no tuvieran oídos, todos permanecen en silencio ante la pregunta, de modo que Jesús no espera más, sino que se dirige al hombre y le dice: “Extiende tu mano”. Este la extiende inmediatamente, y en el acto la mano es restaurada igual como la otra. ¡Qué alegría siente el hombre al verse sanado por la palabra de Jesús! “Ahora soy como los demás hombres”, piensa él, “y podré trabajar y ganarme la vida”.

La enemistad de los fariseos

Sería de esperar que todos en la sinagoga estuvieran muy contentos también, pero mirando a los fariseos, vemos todo lo contrario, pues sus caras demuestran únicamente enemistad para con Jesús. Comienzan a conversar entre sí, y enojados en gran manera, salen de la sinagoga para idear lo que les conviene hacer con Jesús. Supongamos algo de lo que ellos conversarían. Uno que parece tener mucha influencia entre los demás dice: “Este Jesús no puede ser profeta de Jehová, porque no guarda el día sábado”. “Merece la muerte”, añade un compañero. “Va­mos, cojamos piedras y matémosle”, dice otro, “porque, ¿acaso no es este nuestro deber hacia aquellos que no guardan el santo sábado?” ¡Qué necios son estos fariseos! nada les importa el gran milagro, ni la feli­cidad del hombre sanado. Jesús, entendiendo las malas intenciones de ellos, sale de la sinagoga y se va a la mar, seguido por grandes multi­tudes de enfermos y necesitados, a quienes Él sana y bendice.

Aplicación

Los fariseos se fijaban únicamente en la letra de la ley, sin darse cuenta de que el propósito de ella era el amor hacia Dios y los hombres. A pesar de toda su religiosidad, no aceptaron al Salvador divino, sino que quisieron matarlo.

Es digno de notarse que en el caso de aquel que fue sanado, fue la mano derecha la que estaba seca. Por regla general, es esa la mano que ocupamos con más frecuencia en nuestro trabajo. Así como aquel pobre hombre estaba incapacitado para trabajar, el pecador se halla imposibi­litado para ganar la salvación por medio de sus obras. Sin embargo; por medio de su palabra Jesús restableció la mano seca del hombre, trans­formándola en una mano útil. Este hecho demuestra que Él tiene poder para hacer de nosotros criaturas nuevas y útiles para Dios, con tal que confiemos en Él.

Preguntas

  1. ¿Cómo se llamaba el lugar donde Jesús fue a predicar?
  2. ¿Qué deformidad tenía el hombre a quien Jesús sanó?
  3. ¿En qué día hizo el Señor este milagro? ¿por qué se enojaron los fariseos?
  4. ¿Qué quisieron hacer éstos a Jesús?
  5. ¿Qué es lo que podemos aprender por la condición de aquel enfermo?

 

90 El siervo del centurión

Estudio de parte del maestro: Lucas 7.1 al 10, Mateo 8.5 al 13;

Lectura con la clase: Lucas 7.1 al 10

Texto para aprender de memoria— los menores: Romanos 10.17;

los mayores: Romanos 10.16,17

Introducción

En la ciudad de Capernaum vivía un centurión, es decir, un militar encargado de cien soldados. Por lo general, los soldados romanos no eran muy populares, puesto que eran un recuerdo continuo a los judíos que ellos estaban bajo el dominio del Imperio Romano. Pero este centu­rión era distinto, pues tanto quería a la nación de Israel y su religión, que les edificó una sinagoga. Como consecuencia, los judíos lo respeta­ban muchísimo, y entre ellos él tenía un buen número de amigos.

El siervo se enferma

Era la costumbre de los centuriones tener siervos quienes en realidad eran esclavos obtenidos en los países conquistados. Generalmente, los amos les trataban con crueldad como si fueran animales, y poco les im­portaba la muerte de ellos, ya que por muy poco dinero podían comprar otro. No obstante, este centurión de Capernaum trataba a sus esclavos con cariño, y especialmente a uno de ellos lo quería mucho. Un día éste cayó enfermo, y de día en día su amo veía que su enfermedad se agrava­ba más. De nada le valían los esfuerzos de los médicos, y por fin el po­bre esclavo llegó a punto de morir.

Precisamente en esos momentos de angustia volvió Jesús a Capernaum, y la noticia de su llegada fue llevada a oídos del centurión. Inmediatamente éste dijo dentro de sí: “Si fuera posible que este gran hacedor de milagros viniera hasta acá, seguramente podría sanar a mi siervo. Pero … yo soy romano, y los judíos aborre­cen a mis compatriotas. Este Jesús es un gran profeta; yo no soy digno de que me favorezca con una visita, ni merezco que me haga este favor. No me conoce, y sin duda está muy ocupado entre los de su propia nación. ¿Quién soy yo para pedirle esto? … pero, ¿qué haré, pues mi siervo se muere y no hay quien lo sane?” Por fin idea un plan. Entre sus amigos judíos, hay varios ancianos de una sinagoga, así que va donde ellos y les pide que vayan a Jesús a rogarle este favor.

El siervo es sanado

De buena voluntad, éstos consienten en ir a Jesús, y al encontrarlo, le ruegan diciendo: “Este centurión es digno, porque ama a nuestra nación, y nos edificó una sinagoga”, a lo que Jesús les responde, “Yo iré y le sanaré”. Mientras caminan hacia la casa, debemos echar una mirada al centurión, quien está meditando en lo que ha hecho.

Siendo hombre humilde, razona como sigue: “Realmente no debiera haberle molestado, porque no es necesario que venga hasta acá. Cuando yo quiero que alguna cosa se haga, mando a un siervo, y él obedece a mi palabra. Jesús es mucho más poderoso que yo, y seguramente por su palabra Él puede sanar a mi siervo”. Meditando en esto, hace venir a unos amigos, con los que envía este mensaje a Jesús. Para el Señor son muy gratas las palabras del militar, pues parándose en el camino, dice a la gente que le sigue: “Os digo que ni aun en Israel (entre su propio pueblo) he hallado tanta fe”. En ese mismo momento, fue sanado el siervo.

Aplicación

Lo que se destaca en esta lección es la confianza que tuvo el centurión en la palabra de Jesús, aun cuando Él no estaba personalmente presente. Lo mismo sucede hoy, pues aunque Jesús no está aquí, sino en la pre­sencia de su Padre, su Palabra está con nosotros y por ella el pecador puede ser salvo. Ella nos explica de su muerte a nuestro favor, nos exhorta a que recibamos el perdón que Él nos dará, y nos asegura de la salvación eterna que todo creyente gozará con Dios.

Preguntas

  1. ¿Qué ocupación tenía el centurión?
  2. ¿Cómo se distinguía de la mayoría de los romanos que vivían entre los judíos?
  3. ¿Qué favor quiso que el Señor le hiciera? ¿por medio de quien se lo pidió?
  4. ¿De qué manera sanó Jesús al siervo?
  5. Aunque Jesús no está en la tierra ahora, ¿por medio de qué cosa hace llegar la salvación a los pecadores?

 

91 La resurrección de un muerto

Estudio de parte del maestro: Lucas 7.11 al 17;

Lectura con la clase: Lucas 7.11 al 17

Texto para aprender de memoria— los menores: Juan 5.25, Los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que la oyeren vivirán;

los mayores: Juan 5.25

Introducción

En la última lección, como se acordarán, presenciamos una sanidad efectuada por la palabra de Jesús en la ciudad de Capernaum. Podemos imaginarnos el gozo que sentía el centurión, y la profunda gratitud que henchía el corazón de su esclavo. Nunca se olvidarán ellos de la visita de Jesús a su ciudad, ni de su simpatía y oportuno socorro en la hora de su angustia. Ahora, Jesús, deseoso de esparcir bendicio­nes en otros pueblos también, va con rumbo hacia un lugar llamado Naín. Muchos de los que lo acompañan han sido atraídos a Él por los milagros que han presenciado.

La viuda de Naín

Dejando a Jesús en el camino, nos trasladaremos a la ciudad de Naín. Allí por algunos años vivía una pequeña familia compuesta de un hombre, su esposa y un niño, pero llegó el triste día cuando murió el padre de la familia, y la madre quedó sola con su hijito. Nuestro propósito es ir a la casa de ella, pero al acercarnos vemos que muchos se han congrega­do dentro, y quedamos sorprendidos al ver que están llorando y elevando sus voces en amarga lamentación. “Seguramente alguien ha muerto acá”, decimos, y al penetrar en la casa, comprendemos que es el joven quien acaba de fallecer. La pobre madre, que tiene el corazón quebrantado por el dolor, no recibe consolación. Primero la muerte llevó a su marido, y ahora le ha quitado a su precioso hijo.

La costumbre de los judíos era de enterrar el cuerpo del muerto en el mismo día que muere. Por eso, realizan los prepa­rativos en seguida, y están listos para empezar la marcha al cementerio. El cadá­ver, envuelto con vendas, es puesto en una especie de camilla, y algunos amigos de la familia lo levantan y todos salen de la casa en pos. Nosotros, siguiéndoles por las calles, vamos hacia la puerta de la ciudad, pues el cementerio queda afuera.

El muerto es resucitado

En cuestión de minutos llegamos al muro, y al salir por la puerta, nos fijamos en una procesión que viene en sentido contrario. Luego nos damos cuenta de que es Jesús quien se aproxima, rodeado de sus discípulos y una muchedumbre. Viendo que es un funeral, el Señor se allega, y fijando su mirada compasiva en la madre, le dice: “No llores”. El tono de su voz, y la compasión revelada en su cara, traen consuelo a la pobre mujer. Sin decir más, el Señor pone su mano sobre el féretro, haciendo detener­se a los que lo llevan. Esta acción de Jesús llama la atención de todos, de modo que lo miramos casi sin atrevernos a respirar. En el silencio se oye la voz del Salvador: “Joven, a ti te digo, levántate”. Atónitos, presenciamos el milagro más sorprendente que hemos visto, pues el muerto se incorpora y empieza a hablar. Luego Jesús entrega al joven a su madre. ¡Qué momento tan maravilloso para ella! Su tristeza, Jesús la ha transformado en felicidad. Antes ella lloraba de dolor, mas ahora llora de gozo y gratitud.

Aplicación

“El pecado entró en el mundo por un hombre”, dice la Escritura, “y por el pecado la muerte”. No hay país ni familia que no haya sido afectado en alguna manera por este mal que causa tanto dolor. Tan grande es la ruina efectuada por el pecado que Dios dice que nosotros por naturaleza esta­mos muertos en delitos y pecados. Por lo tanto, lo primero que el peca­dor necesita no es una religión, sino la vida eterna. Esta se encuentra únicamente en Jesús, 1 Juan 5:11,12, y el pecador la puede recibir cual don gratuito, Romanos 6:23.

Viene otro día, según enseña Jesús en Juan capítulo 5, cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz. Saldrán, algunos a re­surrección de vida y otros a resurrección de condenación. No se equivo­que ninguno: solamente aquellos que oyen con fe la voz de Jesús recibién­dole ahora como a su Salvador personal, tendrán parte en la resurrección de vida; los demás serán resucitados en la de condenación.

Preguntas

  1. Cuente lo que había sucedido en el pueblo de Naín antes que Jesús llegara.
  2. ¿Qué dijo Jesús a la viuda?
  3. ¿Qué hizo el joven cuando Jesús le habló?
  4. ¿Cuál es la condición espiritual de toda persona no salvada? ¿cómo puede obtener vida eterna?
  5. ¿Qué es lo que Jesús dice acerca de la resurrección?

 

92 Jesús calma la tempestad

Estudio de parte del maestro: Mateo 8.23 al 27, Marcos 4.35 al 41, Lucas 8.22 al 25;

Lectura con la clase: Marcos 4.35 al 41

Texto para aprender de memoria— los menores: Marcos 4.39, Reprendió el viento, y dijo al mar, Calla, enmudece;

los mayores: Marcos 4.39

Introducción

Para la lección de hoy nos hemos trasladado al mar de Galilea, un lago de unos 21 kilómetros de largo por 11 kilómetros en su parte más ancha. Ce­rros lo rodean; por la orilla poniente son de subida fácil, donde la hierba crece en la falda, pero por la orilla oriente suben desnudos y escarpados hasta grandes alturas. Los vientos que con frecuencia soplan ferozmente por los desfiladeros hasta el mar, azotando sus aguas con furia.

Una gran tempestad

Como indican los primeros versículos del capítulo, Jesús había pasado todo el día junto al mar enseñando a las multitudes por medio de parábo­las, tales como la del sembrador, la del grano de mostaza, y muchas otras (v. 33). Por fin, aproximándose la puesta del sol, el Señor dijo a sus discípulos que deseaba ir al otro lado del lago, de modo que ellos, despidiendo a la multitud, subieron con Él en el barco. Muy cansado con el trabajo del día, Jesús pasó atrás y reclinándose en un cabezal, luego se quedó dormido. No sabemos por cuánto tiempo anduvieron bien, pero de repente sintieron los agudos silbidos del viento, precursores a una terrible ventolera. Las aguas que al iniciar el viaje habían estado tran­quilas son levantadas por todos lados de manera que el barco ya está en la cresta de las olas, ya en la hondura entre ellas.

Como el viento va en aumento, cobrando nuevas fuerzas de momento en momento, comienza a llenar el barco de agua, y los corazones de los discípulos de terror. Nos imaginamos ver la escena, cómo hacen esfuerzos sobrehumanos por mantener el barco a flote, echando el agua para afuera con baldes, aun cuando apenas pueden sujetarse. Algunos son pescadores; durante largos años han arriesgado sus vidas en el lago, pero jamás tuvieron que hacer frente a un ataque de los elementos que pareciera tan diabólico.

Un gran Salvador

Durante todo esto, Jesús duerme tranquilamente en la popa del barco. Seguramente los discípulos, al mirar hacia Él, piensan dentro de si: “¿Qué clase de hombre es éste que puede dormir un sueño tan profundo?” Deses­perados, van tropezando hasta llegar donde Él, y despertándole rudamen­te, le dicen: “Maestro, ¿no tienes cuidado que perecemos?” Estas palabras pueden haber herido al corazón de tan amante Salvador, pero no les reprocha, sino que levantándose, reprende al viento y dice al mar: “Calla, enmudece”.

Si sus discípulos se maravillaban antes, viendo la aparente indiferencia de su Señor, cuánto más ahora, pues ante su palabra el viento se retira, y las aguas se aquietan de inmediato. Ahora, Jesús se vuelve hacia ellos para decirles: “¿Por qué estáis así amedrentados? ¿Cómo no tenéis fe?” y ellos, temiendo grandemente, dicen uno al otro, “¿Quién es éste, que aun el viento y el mar le obedecen?”

Aplicación

Aquel día que Jesús dedicó a enseñar a las multitudes representa el tiempo presente, “día de salvación y el tiempo aceptable” cuando la Palabra de Dios está siendo predicada a todos para que sean salvos. La mayor parte de este maravilloso día ya ha transcurrido, pronto caerán las sombras de la noche. Al igual que los discípulos en el barco, los cre­yentes van viajando hacia “el otro lado”, acompañados por Jesús. A veces fuertes vientos se levantan, vientos de enfermedad, de tentaciones, de persecución, pero Jesús es el Piloto competente y cariñoso, quien no permitirá que ninguno de los suyos perezca. En el libro de Job, hablando de su poder como Creador, y en relación con el mar, dice: “Y dije: Hasta aquí llegarás, y no pasarás adelante, y ahí parará el orgullo de tus olas”, Job 38:11. En los Salmos David escribió acerca de Él: “Tú tienes dominio sobre la braveza del mar; Cuando se levantan sus ondas, tú las sosiegas”, Salmo 89:9.

¡Cuán preciosas son las promesas que el Señor hace a aque­llos que lo aceptan por la fe! Dice en el Evangelio según Juan, en el capítulo 5, versículo 24: “De cierto, de cierto os digo: El que oye mi pa­labra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condena­ción, mas ha pasado de muerte a vida”, y en el capítulo 10, versículo 28: “Y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano”.

Nos dicen los evangelistas que también había otros barcos en el lago aquella noche. Sin tener a Jesús a bordo, ¿quién sabe qué les pasó? Reflexionemos; si no reciben a Jesús como a su Salvador personal, si Él no viene a vivir en sus corazones, ¿cómo van a llegar al puerto celestial? Hasta allá no llegarán, sino que morirán en sus pecados, y perecerán para siempre en aquel terrible lugar, que se llama el lago de fuego.

Preguntas

  1. Describan el mar de Galilea y la tierra de alrededor.
  2. ¿En qué estuvo ocupado Jesús durante el día?
  3. Al subir a bordo, ¿qué hizo Él?
  4. Cuenten lo que pasó.

5.¿ Qué seguridad tienen los pecadores que confían en Jesús? Citen por lo menos un texto que hable sobre esta seguridad.

 

93 El endemoniado gadareno

Estudio de parte del maestro: Mateo 8.28 al 34, Marcos 5.1 al 20, Lucas 8.26 al 39;

Lectura con la clase: Marcos 5.1 al 20

Texto para aprender de memoria— los menores: Efesios 2.2, … el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia ;

los mayores: Efesios 2.2

Introducción

En nuestra última lección leímos acerca de una grande tempestad en el mar de Galilea, ocasión cuando Jesús demostró su potestad sobre los elementos. Después continuaron sin novedad el viaje hasta el otro lado del mar, donde desembarcaron en una parte llamada la provincia de los gadarenos, lugar en donde tendremos el privilegio de aprender algo más en cuanto al amor y el poder del Salvador.

El endemoniado

Al iniciar el viaje, Jesús sabía de una grande necesidad que padecía cierto hombre que vivía al otro lado del mar. Ignoramos el nombre de aquel infeliz, pero por los relatos evangélicos sabemos cuál era su modo de vivir, pues se nos dice que no vivía en casa, sino que andaba por los sepulcros y desiertos, donde día y noche gritaba de tal manera que nadie se atrevía a acercarse. Algunos, sí, habían tratado de atarle con gri­llos y cadenas, pero de repente, manifestando una fuerza sobrehumana, él había hecho pedazos las esposas. Luego, saltando y corriendo, había vuelto a los lugares solitarios donde muchas veces se heriría con piedras hasta dejar chorrear la sangre por su cuerpo, lo que le daba un aspecto salvaje. Todos los habitantes de la comarca sabían de él. Es de imagi­narse como correrían a casa para esconderse, si alguna vez lo vieran los niños.

El encuentro con Jesús

Apenas bajó el Señor Jesús del barco le salió al encuentro aquel hombre aterrador, quien desde lejos lo divisó, y saliendo de los sepulcros, corrió hasta Él, y se postró a sus pies. ¡Quién sabe qué emociones extrañas pueden haber sentido los discípulos al ver a aquella criatura que parecía más bestia que hombre! Se extrañarían aun más al oir las palabras de su Maestro, pues dijo: “Sal de este hombre, espíritu inmundo”, a lo que contestó una voz extraña, que parecía no ser la del hombre: “¿Qué tienes conmigo, Jesús, Hijo del Dios Altísimo? Te conjuro por Dios que no me atormentes. ¿Has venido acá a molestarnos antes de tiempo?” Es que el hombre era endemoniado; muchos demonios habitaban en su cuerpo, y eran responsables por su condición lamentable. Estos sabían quién era Jesús, y temblaban ante su presencia tal como nos dice el apóstol San­tiago en el 2:19.

La petición de la gente

En el monte habla un hato de puercos, y los demonios, sabiendo que tendrían que irse del hombre, pidieron permiso para entrar en aquellos animales. Tan pronto Jesús accedió a su petición, sucedió un hecho que dejó atónitos a los discípulos y a los que cuidaban los puercos, pues és­tos se lanzaron por un despeñadero en el mar donde se ahogaron. Los cuidadores, aterrorizados, huyeron dando aviso por todas partes de lo acaecido, y pronto se juntó mucha gente de los alrededores. Estos tuvie­ron miedo al ver que el que había sido endemoniado estaba sentado tran­quilamente a los pies de Jesús. Estaba vestido; en su cara se reflejaba la paz que ahora inundaba su espíritu, y al hablar, lo hacía con voz normal y en forma racional.

Uno pensaría que la gente, al ver esta sorprendente transformación, darían las gracias al Señor, pero sucede todo lo contra­rio: le ruegan que se vaya de sus costas. El hecho de que un hombre haya sido librado del diablo no les importa nada, sino que parecen sentir sola­mente la pérdida de los puercos. Esto no deja de contristar al hombre sanado, quien al ver al Señor subir en el barco, le ruega que le permita acompañarlo. Jesús se niega a concederle esto, diciéndole que más bien vaya a su casa para contar a sus parientes y conocidos de las grandes cosas que Dios ha hecho para él. Obediente a su Libertador, el hombre parte a la ciudad cercana de Decápolis, donde anuncia a todos acerca de lo que Jesús ha hecho en su vida, y podemos creer que, por su intermedio, muchas personas fueron ganadas para Dios.

Aplicación

El endemoniado ilustra la condición de los no salvados, pues son miem­bros del reino de Satanás, quien se enseñorea de ellos por medio del pe­cado, Hechos 26:18, Colosenses 1:12,13, Efesios 2:2,3.

Al convertirse uno al Señor Jesús, Él no lo lleva al cielo de una vez para estar en su presencia, sino que, al igual que en el caso del hombre de esta lección, le envía a sus amigos y familiares a fin de que éstos también sepan de la salvación y se conviertan a Él.

Preguntas

  1. Cuenten cómo fue la vida del endemoniado.
  2. ¿Qué fue lo que hizo el hombre al ver a Jesús?
  3. ¿Qué le dijo Jesús?
  4. Al salir los demonios del hombre, ¿qué fue lo que sucedió?
  5. ¿En qué sentido están los no salvados en una condición parecida a la del endemoniado?

 

94 La mujer enferma

Estudio de parte del maestro: Mateo 9.20 al 22, Marcos 5.21 al 34, Lucas 8.40 al 48;

Lectura con la clase: Marcos 5.25 al 34

Texto para aprender de memoria— los menores: Lucas 8.48 ;

los mayores: Mateo 9.22

Introducción

Como ustedes se acordarán, en nuestra última lección presenciamos el encuentro que tuvo lugar entre Jesús y el endemoniado gadareno. Al separarse, éste fue a la ciudad de Decápolis donde, gozoso, proclamó a todos lo que el Salvador había hecho en su vida. Jesús y sus discípulos, atravesando el mar de Galilea, fueron a Capernaum, ciudad donde el Señor ya había efectuado algunos milagros notables.

La recepción en Capernaum

Nos dice el evangelista Lucas que al llegar Jesús, la gente le recibió, pues todos le esperaban. Así que, rechazado por los gadarenos, recibió una bienvenida de parte de los de Capernaum. Nuevamente vino un hombre y se postró a sus pies, pero era muy diferente al endemoniado, pues era un príncipe de la sinagoga. Se llamaba Jairo, y vino para rogar por una hija de doce años de edad, la cual había enfermado gravemente. Jesús, conforme era su costumbre, partió de inmediato para prestar auxilio en la hora de necesidad y angustia.

La mujer enferma

Mientras Jesús y Jairo, rodeados por una multitud de personas, iban hacia la casa, apareció una mujer de aspecto cadavérico, pues durante muchos años había padecido de una grave enfermedad. Su cuerpo estaba extremadamente flaco, su rostro demacrado, y sus ojos hundidos en sus cuencas, de manera que parecía un cadáver ambulante. Es que durante doce largos años esta pobre criatura había sufrido, yendo de médico en mé­dico, gastando dinero hasta que ya no le quedaban ni recursos ni esperan­zas. Sin embargo, en aquella hora tan negra de su existencia, ella oyó hablar de Jesús; en alguna parte le contaron de su poder y simpatía, y esto fue lo que le dio la fuerza como para salir en busca suya.

Jesús sana a la mujer

Poco a poco se fue acercando, abriéndose paso hasta que por fin exten­dió la mano y tocó el borde del vestido de Jesús. Ninguno de los circuns­tantes se dio cuenta de lo que ella hacía, ni de lo que sucedió en aquel instante, es decir, nadie fuera de Jesús y la mujer misma. Esta sintió de inmediato que estaba sana, y tímida, quiso volver sobre sus pasos sin decir nada. Pero una pregunta de los labios de Jesús la detuvo, pues dijo: “¿Quién ha tocado mis vestidos?”

Como era de suponerse, los discípulos al oir esta pregunta, se extrañaron, ya que su Señor se halla­ba rodeado por tantas personas, y tiene que haber sido una gran sorpresa para ellos ver que una mujer, temblando, se postraba a los pies de Él. Allí le contó toda la verdad: la larga enfermedad, lo que supo de Él, y ahora de la sanidad instantánea que ha sentido al ponerse en contacto con Él. Con ternura, Jesús la despidió, diciendo: “Hija, tu fe te ha hecho sal­va; vé en paz, y queda sana de tu azote”.

Aplicación

La enfermedad de la mujer es otra ilustración de lo que el pecado hace en los seres humanos. Lentamente va tomando cuerpo hasta apoderarse por completo de sus víctimas, y conducirles a la muerte. Dios nos dice que “el pecado, siendo consumado da a luz la muerte”, Santiago 1:15. Así como los médicos fueron incapaces de sanar a la mujer, los esfuerzos de los pecadores y de la religión humana son inútiles, y el que desee ser salvo tiene que acudir a Jesucristo, creyendo la verdad que se expresa en Romanos 5:6, donde leemos: “Cristo, cuando aún éramos dé­biles, a su tiempo murió por los impíos”.

Preguntas

  1. ¿Cuál fue la diferencia entre los gadarenos y la gente de Capernaum?
  2. ¿Por cuántos años estuvo enferma la mujer?
  3. ¿Cómo fue sanada ésta?
  4. Antes de despedir a la mujer, ¿en qué cosa insistió el Señor?
  5. ¿Qué es lo que nos enseña esta historia?

 

95 Jesús alimenta a cinco mil

Estudio de parte del maestro: Mateo 14.13 al 21, Marcos 6.30 al 44, Lucas 9. 10 al 17;

Lectura con la clase: Marcos 6.30 al 44, Juan 6.5 al 13

Texto para aprender de memoria— los menores: Juan 6.51, Yo soy el pan vivo que descendió del cielo.

los mayores:  Juan 6.51

Introducción

Juan el Bautista recientemente había sido muerto por el rey Herodes. Los discípulos suyos, después de enterrarlo, vinieron a Jesús para contarle lo acaecido. En esto, también llegaron los apóstoles del Señor, quienes después de una gira de predicaciones, estaban cansados. Todo esto indujo al Señor a decir: “Venid vosotros aparte a un lugar desierto, y descansad un poco”. El mismo tiene que haberse sentido muy cansado, pues hemos leído que “eran muchos los que iban y venían que ni aun tenían tiempo para comer”.

La multitud

Al subir Jesús y los suyos en el barco para atravesar el lago, la gente los vio, y adivinando el lugar adonde iban, fue rápidamente a pie hacia allá. Por el camino muchos más se juntaron a las filas, hombres, mu­jeres y niños de Capernaum, Corazín, Betsaida, y tal vez otros pueblos y aldeas, de modo que cuando arribó el Señor, halló que grandes multi­tudes ya lo esperaban. Pese a lo cansado que estaba, no les reprochó, sino que con el acostumbrado cariño se dedicó a sanar a los enfermos, y a enseñar a todos verdades que necesitaban saber para ser salvos. Todo el día estuvo ocupado, pues la gente hallaba tan diferentes sus en­señanzas a las tradiciones que sus guías religiosos les habían enseñado, y se sentía tan arrobada por la simpatía del Señor que nadie se preocupó por la comida que les hacía falta. Tampoco pensaron que al caer la no­che les iba a encontrar distantes de sus casas.

Por fin los discípulos se acercaron a su Maestro para decirle que convenía despedir a la gente para que fuesen a buscar alojamiento y comida en las aldeas. Jesús, mirando a Felipe, le preguntó: “¿De dónde compraremos pan para que coman éstos?”, a lo que Felipe respondió: “Doscientos denarios de pan no les bastarían para que cada uno de ellos tomase un poco”. Andrés, que estaba cerca y oía la conversación, dijo: “Aquí está un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos pececillos; mas ¿qué es esto para tantos?”

El milagro

En aquel lugar había mucha hierba verde, condición que Jesús aprove­chó, pues ordenó a los discípulos que hiciesen recostar por grupos a la gente. ¡Todos tienen que haber mirado extrañados hacia Él cuando, to­mando los cinco panes y dos pececillos en sus manos, miró hacia el cielo y dio gracias a Dios por ellos! Entonces Él partió los panes, como asimismo los pececillos, entregándolos a los discípulos, quienes a su vez empezaron a repartirlos a los millares de hambrientos. Pese a que había cinco mil hombres, más mujeres y niños, todos comieron hasta quedar satisfechos. Ni aún había terminado el milagro, pues Jesús dijo a los suyos que recogiesen los pedazos sobrantes a fin de que no se per­diera nada, y éstos, asombrados, llenaron doce canastos grandes.

Aplicación

Este milagro debe ser de mucha importancia, pues es el único que se narra en los cuatro evangelios. Aun los niños pequeños comprenderán que el pan que Jesús dio a la gente le representa, pues dijo: “Yo soy el pan de vida”. Al igual que el Señor miró al cielo para dar gracias a Dios por el pan, cada uno debemos aceptar a Jesús, y sabiendo que Él es el don de Dios, dar a Este las gracias por tan buen Salvador. Al partir el pan, Jesús nos recuerda que su cuerpo fue herido en la cruz, al sufrir Él por nuestros pecados. Los pececillos que habían salido de las profun­didades del mar, nos recuerdan que Jesús, después de haber muerto por nosotros, resucitó del sepulcro, tal como está escrito en Romanos 4:25. Resta que nuestros alumnos y oyentes reciban al Salvador en sus corazones.

Preguntas

  1. ¿Para qué llevó Jesús a sus discípulos a un lugar desierto?
  2. Al llegar allá, ¿qué fue lo que encontraron?
  3. ¿Qué quisieron hacer los apóstoles con la gente?
  4. Cuenten lo que hizo Jesús para alimentar a las multitudes.
  5. ¿En qué sentido los panes y los pececillos representan a Jesús?

 

96 La hija de la mujer cananea

Estudio de parte del maestro: Mateo 15.21 al 28, Marcos 7.24 al 30;

Lectura con la clase: Mateo 15.21 al 28

Texto para aprender de memoria— los menores: Mateo 15.28, Oh mujer, grande es tu fe; hágase contigo como quieres;

los mayores:  Mateo 15.28

Introducción

La lección de hoy tiene que ver con niños y perritos: éstos frecuente­mente se ven juntos, pero bien sabemos que no gozan de los mismos privilegios. Jesús, sintiendo el rechazo de los religiosos, se había apartado a las partes de Tiro y Sidón, ciudades ubicadas en una faja angosta de tierra a orillas del Mar Mediterráneo, fuera del territorio de Israel. Algunos se acordarán, tal vez, que fue allí adonde Dios en­vió al profeta Elías en el tiempo de la grande hambre.

La mujer cananea

Mientras que Jesús y los suyos iban caminando por aquellas regiones, de repente se oyó una voz: “¡Señor, Hijo de David, ten misericordia de mí! Mi hija es gravemente atormentada por un demonio”. Es que en aquellas tierras vivía una niña endemoniada, es decir, un espíritu malo moraba en ella, y muchas veces la hacía sufrir terriblemente. Aparen­temente la madre había oído hablar de Jesús, pero nunca había tenido la oportunidad de verlo. Ahora, al saber que Él andaba por allí, se acercó, y siguiéndole por el camino, le suplicaba tuviera misericordia de ella.

Seguramente aquella madre angustiada creía, por lo que le habían con­tado, que el amor de Jesús era grande, y que siempre que Él veía nece­sidades entre la gente, las suplía de inmediato. ¡Qué extraño, pues ella le suplica de todo corazón por la niña, y Él, como si no oyera, sigue su camino! Los discípulos tampoco comprenden la actitud de su Maestro, y ya que los gritos de la mujer no les agradan, se allegan a Él para decirle que la despida. “No soy enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel,» dice Jesús. La mujer, siendo cananea, no tiene ningún derecho de llamar a Jesús, “Hijo de David”: este privilegio pertenece a los israe­litas. No obstante, al oir lo que Jesús dice a los discípulos, se acerca, y postrándose a sus pies, le ruega diciendo: “¡Señor, socórreme!”

Jesús pone a prueba la fe de la mujer

Hasta aquí, Jesús ha mostrado una aparente indiferencia para con la mujer. En lo que dice ahora, pareciera querer humillarla mucho, pues uno pensara que el Señor la insultase al decirle: “No está bien tomar el pan de los hijos, y echarlo a los perrillos”, y como leemos en Marcos: “Deja primero que se sacien los hijos”. Sin embargo, la mujer no se ofende sino que estas palabras de Jesús le dan a comprender que así como los perrillos reciben algo de sus pequeños amos, puede haber también algo para ella, y por esto dice: “Sí, Señor; pero aun los pe­rrillos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos”. Es como si dijera: “Yo no soy de los hijos; soy solamente mujer cananea, pero pienso que tú que provees tan abundantemente para ellos, tendrás alguna miga para mí, y con esto me conformo y te lo agradezco”. Fue esta la respuesta que el Señor quiso obtener de ella, pues ya no se negó a concederle su petición, sino que la despidió con la confianza que la niña estaba sana. ¡Qué feliz la llegada a casa de aquella madre, pues halló a su querida hija sanita, descansando tranquilamente en la cama!

Aplicación

Los judíos eran los hijos, véase Efesios 2:11 al 15. Jesús vino para cum­plir las promesas hechas a los padres de ellos, Romanos 15:8; y los apóstoles, como vemos en el libro de Hechos, predicaron siempre primero a los judíos.

Lo que menos se comprende entre personas religiosas es el hecho de que no somos merecedores de las bendiciones de Dios. Muchos, al igual que la mujer cananea, piensan que pueden acercarse a Dios con cierto derecho porque sus padres son creyentes, o porque han practicado alguna religión. En cambio, a todo aquel que se humilla, comprendiendo que está alejado de Dios, sin esperanza, muerto en delitos, Dios le perdona y colma de bendiciones.

Preguntas

  1. ¿Para qué buscó la cananea a Jesús?
  2. ¿Por qué no pudo ella acercarse a Jesús, diciéndole “Hijo de David?”
  3. ¿Cómo hizo comprender el Señor a la mujer que ella era extraña y alejada de su pueblo?
  4. ¿Cómo manifestó ella su fe?
  5. ¿Qué debemos aprender nosotros por esta historia?

 

97 Jesús endereza a la mujer

Estudio de parte del maestro: Lucas 13.10 al 17;

Lectura con la clase: Lucas 13.10 al 17

Texto para aprender de memoria— los menores: Juan 8.34, Todo aquel que hace pecado, esclavo es del pecado;

los mayores: Juan 8.34,36

Introducción

Si hubiéramos visitado cierto pueblo de Palestina en los días cuando Jesús era joven, habríamos visto a una mujer que andaba por las calles siempre agachada. No sabemos si la enfermedad se apoderó de ella de repente, o si lentamente fue doblando su cuerpo, como si llevara a cues­tas una carga invisible, pero es el hecho que durante dieciocho años aquella mujer nunca pudo enderezarse.

El encuentro con Jesús

Es fácil comprender que la mujer del relato se sentiría siempre cansa­da, pues ya fuesen los quehaceres de casa, ya fuesen las compras, todo lo debía hacer agachada, y afín al acostarse por la noche, no podía estar cómoda. Los sábados, acostumbraría, como la mayoría de los judíos, ir a la sinagoga donde era leída la palabra de Dios. Es de suponerse que, al oir del poder y el amor de Jehová, quien antaño había efectuado muchos milagros en Israel, ella diría dentro de sí, “¡Ojalá Jehová me tuviera lástima, librándome de mi angustia!”

¡Cuánto no tiene que haber sido su sorpresa entonces aquel día cuando Jesús, viéndola en la sinagoga, la lla­mó, y poniendo las manos sobre ella, dijo: “Mujer, eres libre de tu en­fermedad!” De inmediato se enderezó, sintiendo un alivio tan grande que de su corazón agradecido prorrumpieron expresiones de gratitud para con Dios.

El enojo del príncipe de la sinagoga

El acto de Jesús ha llamado la atención de todos los circunstantes hacia su persona, pero pronto se ve que uno de ellos no está de acuerdo con el notable milagro que acaba de presenciar. Es el príncipe de la sinagoga, quien con voz áspera comienza a retar a la gente, diciéndoles que tienen seis días para trabajar y ser sanados, pero que el sábado no es el día in­dicado para ninguna de estas cosas. “Hipócrita”, responde Jesús, “cada uno de vosotros ¿no desata en el día de reposo su buey o su asno del pe­sebre y lo lleva a beber? Y a esta hija de Abraham, que Satanás había atado dieciocho años, ¿no se le debía desatar de esta ligadura en el día de reposo?” Ante esta verdad, el príncipe de la sinagoga y los que esta­ban de su parte, avergonzados, tuvieron que callar mientras que la gente común se gozaba junto con la que había sido sanada.

Aplicación

El jefe de la sinagoga daba mucha importancia al día sábado sin com­prender el significado espiritual que éste encerraba. No comprendía que la mujer necesitaba un descanso que sólo Jesús podía proporcionarle. Tal vez el Señor, al enderezar a la enferma, tenía presente las pala­bras de Isaías 58, versículo 6.

Los niños deben entender que, al igual que aquella mujer, ellos están cargados de sus pecados, los que pueden hundirles en la perdición. Tampoco pueden enderezarse, pues están sin fuerzas, Romanos 5:6, y ligados por Satanás, Efesios 2:2, 2 Timoteo 2:26, de modo que sólo al acercarse al Señor Jesús y creer en Él, serán libertados.

Preguntas

  1. Cuenten cómo era la mujer del relato.
  2. ¿Cómo la sanó Jesús?
  3. ¿Qué dijo el príncipe de la sinagoga?
  4. ¿Qué ilustración ocupó el Señor para convencer al príncipe que estaba equivocado en cuanto al sábado?
  5. ¿En qué sentido se parecen ustedes a la mujer de la historia?

 

98 Bartimeo el ciego

Estudio de parte del maestro: Marcos 10.46 al 52;

Lectura con la clase: Marcos 10.46 al 52

Texto para aprender de memoria— los menores: Marcos 10.52, Jesús le dijo, Vete, tu fe te ha salvado;

los mayores: Marcos 10.52

Introducción

La historia de hoy nos lleva a la antigua ciudad de Jericó, lugar que una vez fue destruido por los ejércitos israelitas cuando éstos, en los días de Josué, entraron a tomar posesión de la tierra de Canaán. Pese a la maldición divina que Josué pronunciara en contra de quien se atreviese a levantar dicha ciudad, Josué 6:26, después de muchos años, un varón impío llamado Hiel la reedificó, 1 Reyes 16:34. El hecho de que Jesús visitara semejante lugar demostró la misericordia infinitamente grande de su corazón.

La condición de Bartimeo

Muchos de los habitantes de Jericó estarían acostumbrados a ver a cierto mendigo llamado Bartimeo, el ciego, pues todos los días estaba sentado fuera de la ciudad, al lado del camino que conducía a Jerusalén. Sucio y malamente vestido, Bartimeo pasaba la vida en aquella tiniebla que es la triste suerte de los ciegos. Es de suponerse que no tenía ami­gos, y sólo una pequeñísima minoría de los que transitaban por el camino se apiadarían de él, dándole alguna moneda o algo de comer.

Cierto día, Bartimeo mendigando como de costumbre, sintió acercarse desde la ciudad a una multitud. Esto le motivó a preguntar qué era lo que pasaba, y al saber que Jesús se aproximaba, empezó a gritar, “¡Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí!” Sin duda, le habían contado de los mi­lagros del Señor, de modo que él se dio cuenta que aquélla era su opor­tunidad de conseguir la vista. Muchos le dijeron que callara, pues poco o nada les importaba la miseria en que vivía. Pero no haciéndoles caso, el ciego clamaba aun más fuerte: “¡Jesús, Hijo de David, ten miseri­cordia de mí!”

 

Jesús da la vista a Bartimeo

Uno pensaría que Jesús, rodeado por sus discípulos y un numeroso público bullicioso, no oiría la voz que le suplicaba, pero de repente Él se detiene, y dice que hagan venir al ciego. “Ten confianza”, dicen a Bartimeo, “levántate, te llama”, y éste, echando de sí la capa, se para al instante y se allega a Jesús. Es cuadro conmovedor contemplar al pobre ciego frente a su Hacedor, quien mirándolo con ternura, le pregunta: “¿Qué quieres que te haga?” ¿Qué pedirá Bartimeo?, pues hay tantas cosas que le hacen falta, ropa, dinero, una casa, etc. “Maestro”, contesta; “que recobre la vista”. Apenas termina de hablar cuando sus ojos son abiertos y él ve la cara de su Salvador.

¡Qué emocionante tiene que haber sido aquel momento! Podemos imaginar las lágrimas de gra­titud que derramaría Bartimeo, y las palabras de hondo agradecimiento que trataría de expresar a Jesús. Pero lo que más nos impresiona es que cuando el Señor le dice que puede irse, ya que ha sido sanado, Bar­timeo no se va, sino que anda en pos de Él, como si quisiera decir que nunca se apartaría de Aquel a quien debe tanto.

Aplicación

En la condición de Bartimeo, ciego y pobre, sentado al lado del camino junto a una ciudad maldita por Dios, vemos lo que es la situación de todo pecador no salvado. Satanás les ha cegado, 2 Corintios 4:3,4; la ley les maldice, Gálatas 3:10; y son tan pobres que no se pueden salvar, Salmo 49:6,7. Bartimeo tuvo una sola oportunidad; pues Jesús pasaba por última vez. Esto es cierto también en cuanto a ustedes, porque en 2 Corintios 6:2 Dios advierte que ahora solamente es el día de salvación. El hecho de que Bartimeo, después de sanado, siguiera al Señor en el camino nos recuerda que esto es lo que hace todo pecador verdaderamente salvado, Juan 10:27.

Preguntas

  1. Describan la condición de Bartimeo.
  2. Al saber que Jesús pasaba, ¿qué fue lo que el ciego le pidió?
  3. ¿Cuál fue la pregunta del Señor? ¿y la respuesta de Bartimeo?
  4. ¿En qué sentido es Bartimeo figura del alumno que no es salvo?
  5. ¿Qué hizo Bartimeo después de sanado?

Serie 7: Samuel y David

Ver

99 Samuel es llamado

Estudio de parte del maestro: 1 Samuel 1.1 al 3.21

Lectura con la clase: 1 Samuel 3.1 al 10

Texto para aprender de memoria— los menores: Isaías 55.3, Inclinad vuestro oído, y venid a mí; oíd, y vivirá vuestra alma.

los mayores: Isaías 55.3

Introducción

En los días de que nos habla la lección de hoy, los israelitas vivían en la tierra de Canaán. El tabernáculo estaba en el pueblo de Silo, y Elí era el Sumo Sacerdote que oficiaba allí. Tenía dos hijos que debieran haberle ayudado, pero se portaban tan mal que los israelitas temían ir a Silo con sus sacrificios. Dios necesitaba de un hombre por quien Él pudiera hablar a su pueblo, y hoy hemos de ver cómo encontró al hombre indicado.

Samuel ‑ “Pedido de Dios”

No muy lejos de Silo vivía con su esposa Ana, un israelita llamado Elcana. Eran personas muy buenas, que adoraban a Jehová, pero Ana estaba triste porque ella no tenía ningún hijo.

Un día sucedió que ella fue con su esposo al tabernáculo a ofrecer sacrificios a Dios, y estando ella allí, suplicó a Jehová que le diera un hijo.

Elí, sabiendo que Dios no suele negar las oraciones sinceras, consoló a Ana, diciendo: “Vé en paz, y el Dios de Israel te otorgue la petición que le has hecho”. Ana hizo votos diciendo que si Dios se lo diera, ella lo devolvería a Él, a fin de que le sirviera todos los días de su vida.

Después de un tiempo, Ana dio a luz a su hijo, y pensando como Dios le había contestado su oración, le puso por nombre Samuel, que quiere decir, “Pedido de Dios”. Con la llegada del niño, el hogar era muy feliz. Sin embargo, Ana no se olvidó de su voto, y sucedió que cuando Samuel tenía ya tres años, ella lo llevó a Elí, para que éste le instruyera en el servicio de Jehová. Todos los años Ana iba al tabernáculo a visitar a su hijo, llevándole ropa nueva, regocijándose mucho al ver que él crecía y aprendía a ser útil en el tabernáculo.

Dios llama a Samuel

Una noche, mientras Samuel dormía, sintió que alguien le llamaba por su nombre. Levantándose, corrió a Elí, listo a servirle, pero Elí le dijo: “Yo no he llamado; vuelve y acuéstate”. Dos veces más la voz le llamó, y cada vez Samuel corrió donde Elí. Aunque Samuel se había criado en un lugar de adoración y sacrificio, él no conocía la voz de Dios.

Por fin Elí se dio cuenta de que era Jehová quien deseaba hablar al niño, y por lo tanto le dijo que cuando sintiera la voz, respondiese: “Habla, Jehová, porque tu siervo oye”. Nuevamente vino el llamado: “¡Samuel! ¡Samuel!” y el niño, deseoso ya de recibir la palabra de Dios, pidió al Señor que le hablara. Fue un mensaje muy solemne que Dios habló al jo­ven, pues le dijo que los hijos de Elí iban a morir porque su padre no les había impedido la maldad que practicaban.

Muy de mañana Elí preguntó al niño por el mensaje de Jehová. Pode­mos imaginar el temor de Samuel, pues él no quiso revelar al anciano las tristes noticias del mensaje. No obstante le contó todo fielmente y Elí se resignó a que se hiciera la voluntad de Dios.

Samuel siguió creciendo, y nuevamente Jehová se manifestó a él. Tam­bién le utilizaba para hablar a su pueblo de manera que los israelitas le reconocieron como profeta verdadero.

Aplicación

En esta historia vemos el interés que Dios tiene en los niños. Así como Él llamó a Samuel a fin de salvarlo y después ocuparlo en su ser­vicio, de la misma manera obra Dios hoy. Tanto a los niños, como a los grandes, Él les llama de diferentes maneras: por la predicación de su palabra, por enfermedades, accidentes, y muchas veces por la muerte de algún conocido. Todo esto lo hace Dios para hacer que el pecador piense en la muerte y la necesidad que tiene de ser salvo.

Muchos hacen caso omiso del llamado del Señor. Los tales tendrán que oir un día su voz diciendo: “Apartaos de mí”. Pongan atención a la pala­bra de Dios, niños, crean ahora en el Señor Jesús y tendrán el gran privilegio de servirle en el mundo y después recibir su galardón en el cielo.

Preguntas

  1. ¿Cómo contestó Dios la oración de Ana?
  2. ¿Qué promesa había hecho ella? ¿cuándo cumplió esta promesa?
  3. ¿Dónde fue criado Samuel?
  4. Cuenten cómo Dios se reveló al niño Samuel.
  5. ¿De qué manera se nos revela Dios hoy?

 

100 Él arca es tomada y devuelta

Estudio de parte del maestro: 1 Samuel capítulos 4 al 6

Lectura con la clase: 1 Samuel 5.1 al 8

Texto para aprender de memoria— los menores: Apocalipsis 15.4 ¿Quién no te temerá,
oh Señor, y glorificará tu nombre?

los mayores: 1 Pedro 4.17

Introducción

Puesto que en la lección de hoy hemos de hablar del arca que los israe­litas tenían en el tabernáculo, conviene refrescar nuestra memoria acer­ca de ella. Era un cajón pequeño de madera, cubierto de oro. Encima, en la cubierta, había dos querubines, a saber, formas angélicas hechas de oro, uno en un extremo de la cubierta, y otro en el otro extremo. Estos extendían sus alas a fin de cubrir el arca. Allí moraba Jehová en medio de una nube de gloria. Hasta aquel lugar entraba el sumo sacer­dote una vez al año trayendo una pequeña cantidad de sangre, la cual él rociaba sobre la cubierta del arca y delante de ella. Dentro del arca es­taban las dos tablas de la ley y unas pocas cosas más que eran memoria­les de los hechos de Dios para con su pueblo.

El arca es llevada por los filisteos

En aquellos días, siendo Samuel aún joven, los israelitas se hallaron peleando contra sus antiguos enemigos, los filisteos. Algunos de ustedes se acordarán de que Sansón en parte había vencido a aquel pueblo, pero nuevamente son fuertes, de modo que han derrotado a los israelitas, y éstos, afligidos, no saben qué hacer.

Los paganos creían que sus ídolos eran capaces de protegerles, y por lo tanto los llevaban consigo al campo de batalla. Parece que los israe­litas se dejaron influenciar en este sentido, pues en la ocasión de que hablamos, pusieron su confianza en el arca y no en Dios. Debieran ha­berse humillado ante Dios, pidiendo su dirección, pero no lo hicieron, sino que, consultando con los hijos impíos de Elí, acordaron sacar el arca del lugar santísimo a fin de llevarla al lugar de batalla. Esto causó terror a los filisteos, pues siendo supersticiosos y además sabiendo de las hazañas de Jehová en tiempos pasados, se creyeron perdidos. Sin embargo, lucharon valientemente, y Dios permitió que mataran a treinta mil soldados de Israel, más los dos sacerdotes, hijos de Elí. ¡Cuán felices tienen que haberse sentido aquellos paganos al apoderarse del arca, la que llevaron al país suyo!

El arca en poder del enemigo

Los filisteos, convencidos ahora que su dios era más poderoso que el de Israel, llevaron el arca al templo de Dagón, donde con grande regocijo, la dejaron junto a aquel ídolo. Al día siguiente por la mañana hallaron a Dagón postrado ante el arca. Volvieron a poner la imagen en su sitio, pero al día siguiente Dagón no sólo estaba postrado ante el arca, sino que también su cabeza y sus manos estaban cortadas. Además de esto, Dios afligió al pueblo filisteo con tumores y con muchos ratones. Temiendo ellos estos castigos divinos, enviaron el arca de ciudad en ciudad, pero en cada lugar adonde llegó, los ciudadanos sufrieron grandemente.

Des­pués de siete meses de molestias, los jefes de los filisteos decidieron devolver el arca a Israel. Para esto hicieron un carro, pusieron el arca dentro, y unciendo al carro dos vacas que criaban, las colocaron en el camino. Esta fue una prueba que hicieron para convencerse bien, acaso no era Jehová quien les había castigado, pues decían: “Lo más natural es que las vacas no querrán apartarse de sus terneros, pero si es que se van, sabremos que es por el poder de Jehová”. De inmediato las vacas partieron por el camino, y sin apartarse para ningún lado, fueron hasta la tierra de los israelitas.

 

Aplicación

Los israelitas confiaron en el arca, no en Jehová, y por lo tanto, fue­ron vencidos por el enemigo. Asimismo hoy la mayoría no deposita su confianza en el Señor Jesús, sino en ritos y religiones que no salvan. Para ellos la paga del pecado será la muerte. Los filisteos, en lo que hicieron, nos proporcionan otras enseñanzas más, pues en el arca que ellos llevaron de pueblo en pueblo estaba la ley de Dios que decía, “No tendrás dioses ajenos delante de mí. No te harás imagen”.

Ellos vieron que su dios falso no podía mantenerse en pie ante el arca del Dios de Israel, y sin embargo no se arrepintieron, sino que rechazaron a Je­hová, y mandaron la ley de Él lejos de ellos. De la misma manera, muchos en nuestros días han escuchado la Palabra de Dios que condena su idolatría y demás pecados, pero en su rebeldía no hacen caso. Los tales serán castigados de eterna perdición.

Preguntas

  1. En aquella ocasión cuando los israelitas peleaban contra los filisteos, ¿en qué cosa confiaron?
  2. ¿Qué castigo sufrieron por su pecado?
  3. Cuenten lo que aconteció a los filisteos y a su ídolo.
  4. ¿En qué sentido siguen muchos hoy el mal ejemplo de los israelitas?
  5. ¿Cuál fue el pecado de los filisteos?

 

101 Saúl, rey de Israel

Estudio de parte del maestro:  1 Samuel 8 al 10

Lectura con la clase: 1 Samuel 9.5 al 19

Texto para aprender de memoria— los menores: Salmo 118.8

los mayores: Proverbios 11.2

Introducción

La lección de hoy introduce una nueva época en la historia de los israe­litas, a saber, el período de los reyes. Hasta este tiempo Dios había rei­nado sobre ellos directamente, revelándoles sus leyes y su voluntad por intermedio de sacerdotes, profetas y jueces. No obstante la bondad de Jehová, los israelitas se pusieron descontentos. Acudiendo a Samuel, le dijeron, “He aquí tú has envejecido, y tus hijos no andan en tus caminos; por tanto, constitúyenos ahora un rey que nos juzgue, como tienen todas las naciones”. El profeta sintió mucha pena, pero Jehová le dijo que accediera al deseo de ellos, diciendo: “No te han desechado a ti, sino a mí me han desechado, para que no reine sobre ellos”.

Ahora nos ocupa­remos de un joven llamado Saúl quien había de ser el primer rey de Israel.

Saúl y su padre

La primera vez que vemos a Saúl él está en casa con su padre, Cis, hombre valeroso de la tribu de Benjamín. El joven nos llama la atención, pues es hermoso y tan alto que al lado suyo el padre parece bajito. Sin embargo, nos agrada ver el respeto y la pronta obediencia de Saúl para con su padre cuando éste le dice que debe partir a buscar algunas asnas que se han extraviado. Junto con un siervo suyo, Saúl las buscó por tres días sin éxito, y entonces pensando que su padre estaría muy preocupado por él, dijo al siervo que debían volver a casa. Este, sabiendo que en una ciudad cercana había un varón de Dios, sugirió que sería bueno consultar con él primeramente. Entraron pues en la ciudad donde, después de pre­guntar por el profeta, se encontraron con él en la misma calle.

Saúl y Samuel

Jehová ya había avisado a su siervo que Saúl venía, de modo que no fue ninguna sorpresa cuando se encontró con él. Pero es de imaginarse que Saúl quedaría pasmado cuando Samuel, sin que se le preguntara ninguna cosa, dijo que no se preocupara por las asnas, pues ya se habían hallado. Más aumentaría la sorpresa de Saúl cuando Samuel le dijo que todos los israelitas tenían sus esperanzas puestas en él. Juntos los tres hombres subieron al alto, lugar donde el pueblo solía ofrecer sacrificios a Jehová. Entrando en una sala, Samuel les hizo sentarse a la cabecera de la mesa, dándoles el puesto de honor entre los convidados. Saúl tiene que haberse sentido algo confundido al ver que Samuel había reservado la mejor porción de la comida para él.

Una vez terminada la comida, Saúl con su siervo y Samuel bajaron a la ciudad donde alojaron en casa del profeta. Por la mañana Samuel les acompañó hasta la salida del pueblo para despedirse de Saúl. Allí mandó al criado que pasara adelante mientras conversaba a solas con Saúl. Tomando una redoma de aceite, lo derramó sobre la cabeza del joven, y le besó diciendo que lo hacía porque Jehová le ungía por príncipe sobre su pueblo.

Además, Samuel advirtió a Saúl de tres experiencias notables que él tendría ese mismo día, para comprobar que era cierto lo que le había dicho sobre el reino. La primera señal fue que cerca del sepulcro de Raquel hallaría a dos hombres quienes le dirían que las asnas se ha­bían hallado; la segunda fue que al llegar a la encina de Tabor tres hombres le darían dos panes, y la tercera que al entrar en una ciudad donde había una guarnición de los filisteos, hallaría un grupo de profetas tocan­do varios instrumentos musicales.

En aquel lugar el Espíritu de Jehová vendría sobre él con poder, de modo que él profetizaría.

Saúl es elegido rey

Cuando toda la profecía de Samuel se cumplió y Saúl llegó a la casa de su padre, el profeta mandó a las tribus de Israel a juntarse en el pueblo de Mizpa. Con sumo entusiasmo se congregaron millares de Israel a fin de elegir a su primer rey. Jehová les indicó que éste había de encontrar­se entre los de la tribu de Benjamín, manifestando también que era de la familia de Matri, y por fin dijo que se llamaba Saúl. Lo buscaron pero no lo pudieron encontrar, pues temeroso, se había escondido entre el bagaje, pero tomándolo de allí Samuel lo presentó al pueblo. Ellos, al ver su altura y buena presencia, clamaron con alegría, “¡Viva el rey!”

Aplicación

Los israelitas eligieron a Saúl a fin de que les salvara de sus enemigos. También los alumnos necesitan a un Salvador que sea capaz de librarles del pecado y de la perdición. Samuel, reconociendo que Saúl era el ungido de Dios, le besó. Del mismo modo los muchachos hoy deben aceptar al Señor Je­sucristo, recordando que en el segundo salmo Dios dice: “Honrad (Besad, en algunas versiones) al Hijo, para que no se enoje, y perezcáis en el camino …. Bienaventurados todos los que en él confían”.

Preguntas

  1. Cuando los israelitas pidieron a Samuel que les constituyera un rey, ¿por qué se entristeció?
  2. Cuenten cómo fue el encuentro de Saúl con el profeta.
  3. ¿Qué fue lo que Samuel reveló a Saúl?
  4. ¿Qué experiencias extraordinarias tuvo Saúl después de separarse de Samuel?
  5. En la actitud de Samuel para con Saúl, ¿qué pueden aprender los niños?

 

102 Saúl es rechazado

Estudio de parte del maestro:  1 Samuel 13.1 al 14, 15.1 al 35

Lectura con la clase: 1 Samuel 13.5 al 14

Texto para aprender de memoria— los menores: 1 Samuel 15.22 Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios.     los mayores: 1 Samuel 15.22

Introducción

En la última lección vimos que el joven Saúl tuvo muchos privilegios: un padre valeroso, un siervo sabio que le puso en contacto con Samuel el profeta, y finalmente los consejos y la bendición de éste cuando le ungió a fin de que fuese el rey de Israel. Hoy nos corresponde ver algo sobre el comportamiento y la desobediencia de Saúl.

Saúl y los filisteos (13:8‑13)

Cuando Saúl había reinado dos años, los filisteos, antiguos enemigos de los israelitas, quienes vivían cerca de ellos por el borde del Mar Medi­terráneo, juntaron treinta mil carros y gran número de soldados para pelear con ellos. Muchos de los israelitas, miedosos por causa de que no tenían armas, se escondieron en cuevas, y en peñascos, y algunos huyeron a lugares distantes. Conforme al mandamiento de Samuel, Saúl no salió a pelear de inmediato, sino que esperó con sus guerreros en Gilgal. A este lugar el profeta debía llegar para ofrecer sacrificios y encomendarles a Jehová para sus cuidados y ayuda.

Pasaron siete días, y viendo Saúl que muchos de sus hombres se le desertaban, cometió un gran atrevimiento, pues mandó traer víctimas, y ofreció los sacrifi­cios que sólo Samuel debía ofrecer. Apenas terminó de hacerlo, llegó el profeta y le dijo: “Locamente has hecho; no guardaste el mandamiento de Jehová … ahora tu reino no será duradero. Jehová se ha buscado un va­rón conforme a su corazón” (vv. 13 y 14).

Saúl y los amalecitas (15:1‑35)

Después, Dios puso otra vez a prueba a Saúl, enviándole contra los amalecitas, enemigos de los israelitas desde que éstos salieron de Egipto, Éxodo 17:8 al 16. Por intermedio de Samuel, Jehová mandó decir que ma­taran a todos los seres humanos y todos los animales sin salvar la vida a ninguno. Saúl, con un ejército de más de 200.000 hombres, salió al ata­que, y ganó una victoria notable. Pero, desobediente al mandamiento de Jehová, perdonó al rey Agag, y apartó lo mejor de las ovejas y del gana­do, destruyendo solamente lo que era vil y despreciable.

Al saber esto, Samuel oró a Jehová toda la noche, y entonces temprano por la mañana, salió al encuentro del rey. Este le saludó diciendo: “Bendito seas tú de Jehová; yo he cumplido la palabra de Jehová”. Sin embargo el balido de las ovejas y el bramido de las vacas contradijeron sus palabras. Luego trató de echar la culpa al pueblo, diciendo que no él, sino ellos, habían guardado los animales con vida a fin de sacrificarlos a Jehová. Tal pensamiento no era aceptable al Señor, y el profeta con fidelidad le hizo ver su pecado diciendo: “¿Se complace Jehová tanto en los holocaustos y víc­timas, como en que se obedezca a las palabras de Jehová? Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios, y el prestar atención que la grosura de los carneros”. Aun cuando Saúl reconoció haber pecado, era demasiado tarde, y Samuel tuvo que decirle que Jehová le había desecha­do para que no fuera rey.

Aplicación

En estas experiencias de Saúl vemos cuán terrible cosa es la desobe­diencia, y cuán funestas pueden ser las consecuencias que ésta acarrea. Recuerden, el pecado entró en el mundo por la desobediencia de un hombre, y si uno no es salvo, es hijo de desobediencia, Romanos 5:12, Efesios 2:2. Dios les manda que se arrepientan de sus pecados para confiar en Jesús, pues si no, también perecerán en sus pe­cados.

Preguntas

  1. ¿Cuál fue el primer acto de desobediencia de Saúl?
  2. ¿Qué le impulsó a hacer aquello?
  3. ¿Qué fue lo que Jehová mandó que Saúl hiciera a los amalecitas?
  4. ¿Cómo trató de disculparse éste ante Samuel? ¿qué le dijo el pro­feta?
  5. ¿Qué es lo que Dios exige hoy a los pecadores?

 

103 David es ungido rey

Estudio de parte del maestro:  1 Samuel 16

Lectura con la clase:  1 Samuel 16.1 al 13

Texto para aprender de memoria— los menores: Mateo 17.5  Este es mi Hijo amado, en quien tengo contentamiento; a él oíd

los mayores: Mateo 17.5

Introducción

El domingo pasado, como ustedes se acordarán, leímos algo acerca de la desobediencia de Saúl. Samuel, el profeta, al entregarle mensaje de parte de Dios, entre otras cosas le dijo: “Jehová ha rasgado hoy de ti el reino de Israel, y lo ha dado a un prójimo tuyo mejor que tú”. Es con aquel prójimo que nos vamos a ocupar ahora. A fin de fijar bien en nuestras mentes la lección de hoy, tendremos presente que la primera parte se relaciona con un cuerno, y la segunda con un arpa.

Samuel unge a David

Samuel se sentía muy triste por la situación de Saúl, pero Jehová le dijo que dejara de llorar, pues ya era tiempo de ungir a un nuevo rey. El profeta, obediente a la voz del Señor, llenó su cuerno de aceite, y partió para el pueblo de Belén. Los ancianos de la ciudad se asustaron, pensando que venía posiblemente para castigarles por alguna desobe­diencia, y le preguntaron acaso era pacífica su venida. Samuel les con­testó que venía para sacrificar a Jehová y deseaba que ellos, como tam­bién un varón llamado Isaí y sus hijos le acompañaran.

Al contemplar a Éliab, el hijo mayor, hombre de buena apariencia y gran estatura, el profeta dijo dentro de sí: “De cierto delante de Jehová está su ungido”, pero Jehová le advirtió que no debía pensar en la hermosura ni en la fuerza del hombre, pues lo de más valor era la condición del corazón. Entonces Isaí hizo acercarse a seis hijos más, pero Samuel dijo que Je­hová no había elegido a ninguno de ellos.

Cuando preguntó acaso no había ningún otro, Isaí dijo que sí, quedaba el menor quien se hallaba con las ovejas. Lo fueron a buscar, y luego entró David, un joven rubio y de hermosos ojos, y de buen parecer. Jehová dijo, “Levántate y úngelo, por­que éste es”. Tomando el cuerno de aceite, Samuel le ungió en medio de sus hermanos, y el Espíritu de Jehová vino sobre él. Seguramente ni David ni sus hermanos se dieron cuenta cabal del significado de aquel acto, ni de las palabras del profeta, pero Dios así indicó al hombre de su elección. Samuel, habiendo cumplido con su cometido, se despidió y re­gresó a su casa en Ramá.

David sirve en casa de Saúl

Mientras Jehová preparaba a David para su servicio, dándole de su Espíritu, todo lo contrario le acontecía a Saúl, pues el Espíritu de Dios se alejó de él, y Jehová mandó a un espíritu malo que atormentaba al rey desdichado. Los siervos de Saúl insinuaron que tal vez la música pudiera aliviarle, diciéndole que convenía buscar a uno que supiera tocar el arpa. Al saber que David tocaba muy bien, Saúl le mandó llamar.

Nuevamente David estaba con las ovejas, porque a pesar de que Samuel le había ungido rey, el día de la coronación no había llegado. Por otra parte Saúl, aunque rechazado, todavía ocupaba el trono. Cuando David se presentó delante del rey, éste lo quiso mucho, de manera que le hizo su escudero. Cuando el espíritu malo venía sobre Saúl, David tocaba el arpa y el rey tenía alivio. En la residencia real David aprendió a portarse como siervo, lugar donde más tarde reinaría.

Aplicación

David es figura del pecador que obedece a la voz de Dios, recibiendo así al Espíritu Santo, quien es el don de Dios a los que confían en Él. En cambio, en Saúl vemos las consecuencias funestas de la desobediencia, pues el Espíritu Santo deja de luchar con las tales personas, de modo que terminan por servir al espíritu malo. ¡Que tal cosa no suceda en la vida de ningún niño que escuche estas palabras!

Mirado desde otro punto de vista, David es un cuadro precioso del Señor Jesús, pues al igual que Él, nació en Belén. Además, David fue pastor de ovejas, como lo es Jesús de todos los salvados. Aun cuando David fuese rey ungido, tuvo que esperar por muchos años para que su reino se esta­bleciera. Actualmente sucede lo mismo en el caso del Señor Jesús quien espera el día glorioso cuando se manifestará como Rey de Reyes.

¿Quién aceptará al Salvador para servirle, tal vez sufriendo un poco por Él ahora, pero seguro de reinar con Él eternamente?

Preguntas

  1. ¿Cómo indicó Samuel que Jehová había elegido a David para que fuese rey?
  2. ¿Qué grande desgracia sucedió a Saúl?
  3. ¿Para qué fue llamado David a servir al rey?
  4. ¿Qué solemne advertencia hay para el pecador en la historia trágica de Saúl?
  5. ¿Cómo es figura David del Señor Jesucristo?

 

104 David y Goliat

Estudio de parte del maestro: 1 Samuel 17.1 al 52

Lectura con la clase:  1 Samuel 17.1 al 11

Texto para aprender de memoria— los menores: 1 Juan 3.8, Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo

los mayores: Hebreos 2.14

Introducción

Como ya hemos visto, después de ser ungido por Samuel, David fue lle­vado a la casa de Saúl, donde éste le dio el puesto de escudero. No se sabe cuánto tiempo estuvo David en el empleo del rey, pero un día regre­só a casa, volviendo nuevamente a cuidar las ovejas de su padre. Tres de sus hermanos mayores ya habían ingresado al ejército. En los días de que debemos ocuparnos hoy, ellos se hallaban en un monte donde los israeli­tas hacían frente a los filisteos quienes estaban acampados en otro monte, separados los unos de los otros por un valle.

El desafío de Goliat

Ninguno de los dos ejércitos quiso correr el riesgo de bajar de su lugar en el monte para atacar al otro, pues tal paso les dejaría expuestos a las piedras y lanzas que podrían tirar los contrarios contra ellos. Todos los días salía del campamento filisteo un gigante llamado Goliat, acompañado por su escudero. Era un hombre de unos tres metros de altura, y llevaba una lanza muy grande y pesada. Al verlo, los israelitas se atemorizaban y huían ante su desafío, pues gritaba, “Escoged de entre vosotros un hombre que venga contra mí”. Lo que el gigante proponía era que si él podía vencer al israelita, entonces los israelitas serían los siervos de los filisteos, o en caso contrario, éstos lo serían de los israelitas.

El mismo rey Saúl, pese al hecho de que era más alto que ninguno de sus soldados, y mejor armado, no se sentía capaz de pelear con Goliat. Tratando de estimular a sus hombres, mandó avisar a todos que si alguno pudiera vencer a aquel adversario tan temible, él le enriquecería con grandes riquezas, y además, le daría su hija para que se casara con ella. Ni con todo esto hubo quien se atreviese a salir a la pelea, y Goliat siguió día tras día humillando a las huestes israelitas.

David oye el desafío

Mientras estas cosas sucedían en el campo de batalla, Dios estaba obrando en Belén. Un día Isaí, preocupado por sus tres hijos que acom­pañaban al rey, mandó llamar a David, y entregándole algunos alimentos para sus hermanos y el capitán de ellos, le envió a fin de ver si estaban bien. David, al llegar al lugar del conflicto, oyó la voz ronca del gigante, y preguntó, “¿Quién es este filisteo para que provoque a los escuadrones del Dios viviente?” Luego se presentó ante Saúl, a quien dijo: “No des­maye el corazón de ninguno; tu siervo irá y peleará contra este filisteo”.

Saúl, mirándole y viendo que era aún joven, trató de disuadirlo de su noble propósito. Pero David le contó algunas experiencias suyas cuando, cuidando las ovejas de su padre, había matado leones y osos, agregando que Goliat será solamente como uno de ellos. “Bien”, dijo Saúl, “anda, pero primero te vestiremos de mis ropas de guerra, y tú llevarás mi espada”. “Yo no puedo andar con esto”, dijo David, y echándolo de sí, partió hacia el filisteo, llevando solamente su honda.

David vence a Goliat

Al bajar del cerro, David se detuvo para recoger cinco piedras lisas del arroyo, las que puso en una bolsa que traía. El gigante venía acercándose, precedido por su escudero, y al ver que el joven salía a su encuentro, co­menzó a maldecirle con palabras groseras. Lleno de confianza en el Señor, David responde que hoy se sabrá que Jehová es el verdadero Dios, y co­rriendo hacia su adversario, mete una piedra en la honda y la lanza con toda su fuerza. Los dos ejércitos contemplan la escena, los filisteos muy confiados, los israelitas con corazones sobresaltados. De repente Goliat cae sobre su rostro. La piedra ha quedado hincada en la frente del gigante, y David ya está encima del muerto. Sacando de la vaina la espada grande del filisteo, le corta la cabeza. Los filisteos quedan medio paralizados por un momento, y entonces huyen, seguidos por los israelitas, quienes alcan­zándoles, logran una gran victoria.

Aplicación

Goliat es figura del diablo, pues Jesús, al hablar de éste, le describe como a un fuerte armado quien trata de mantener en la esclavitud y el miedo a todos los pecadores. En David vemos al vencedor del diablo, el Señor Jesús, quien libra a todo pecador que le acepta. Como Goliat desa­fió a los israelitas por cuarenta días, así el diablo, que tenía el imperio de la muerte, dominó a los seres humanos por cuarenta siglos. David fue enviado por su padre a sus hermanos, y en el valle ganó la victoria, mos­trando en figura la victoria que Jesús ganaría en el valle de la muerte. Lucas 11:21,22, Hebreos 2:14,15

Preguntas

  1. ¿Cómo era Goliat?
  2. Cuenten lo que él hizo durante cuarenta días.
  3. ¿Cómo sucedió que David llegara oportunamente al lugar de la batalla?
  4. Describan lo que hizo él para vencer al gigante.
  5. ¿En qué sentido fue Goliat figura del diablo? ¿y David figura del Señor Jesús?

 

105 David y Jonatán

Estudio de parte del maestro:  1 Samuel 17.54 al 58, 18.1 al 17, 19.1 al 17

Lectura con la clase: 1 Samuel 17.54 al 58, 18.1 al 9

Texto para aprender de memoria— los menores:  1 Juan 4.19

los mayores:  1 Juan 4.9

Introducción

Al vencer a Goliat, David toma la misma espada de éste para quitarle la cabeza, y después volvió al campamento de los israelitas tra­yendo ambas cosas en sus manos. Saúl, mirando con grande admiración hacia el joven vencedor, dijo a Abner, capitán del ejército, »Pregunta de quién es hijo ese joven”, así que Abner salió al encuentro de David, y lo trajo a la presencia del rey.

La amistad de Jonatán

Mientras David conversaba con el rey, un hijo de éste llamado Jonatán lo escuchaba con vivo interés. David había expuesto su vida a grande pe­ligro a fin de salvar a Saúl, a Jonatán, y a todos los israelitas de los filisteos. Jonatán consideraba que David era su libertador, y por este motivo es que leemos que “el alma de Jonatán quedó ligada con la de David, y lo amó Jonatán como a sí mismo”. La gente que observaba se sentiría conmovida, pues el príncipe, quitándose sus ropas reales, las entregó a David, junto con otros regalos más; su espada, su arco, y su talabarte. Lo que Jonatán quiso decir con este gesto era, “David, te quiero profundamente, pues tu valentía y fidelidad para con Dios y su pueblo han cautivado mi corazón”. Sin duda, esta manifestación de afecto y gratitud tiene que haber hecho honda impresión en David.

La envidia de Saúl

Saúl también estaba muy contento, y en vez de dejar que David se fuera, le hizo capitán en el ejército, lo que agradó a toda la gente. Triunfantes emprendieron el viaje de regreso hacia el palacio. En todos los pueblos por los cuales pasaban, las mujeres salieron, celebrando la victoria con danzas y cánticos y decían: “Saúl hirió a sus miles, y David a sus diez miles”. El rey, viendo que alababan más a David que a él, se enojó gran­demente y dijo: “No le falta más que el reino”, y comenzó Saúl a mirar con envidia a David desde aquel día en adelante.

Más tarde, estando el rey en casa, el espíritu malo volvió a atormentarle, de modo que David, para tranquilizarlo como había hecho en días anteriores, empezó a to­car el arpa. Pero Saúl, en un arrebato de enojo, arrojó una lanza a fin de enclavar a David a la pared. Dos veces sucedió esto, pero en ambas ocasiones David escapó porque Dios le protegía. Saúl se esforzó más por matarle y lo mandó a pelear contra los filisteos pensando que éstos podrían matarlo. Después le dio a su hija Mical por mujer, pensando que ella le servía por lazo pero sucedió todo lo contrario, pues ella quería a David, y le libró de su padre. Más se amargó el rey, hasta tal extremo que no podía pensar en otra cosa sino en destruirlo, tal como nos cuenta la Palabra: “Saúl fue enemigo de David todos los días”.

Jonatán habla por David

Un día el rey dio aviso a Jonatán y a todos sus siervos que debían matar a David, noticia que Jonatán hizo saber a éste, de manera que se fue a esconder. Aquella noche, el príncipe habló con su padre, recor­dándole la honradez y valentía de David, aconsejándole que no le hiciera daño. Saúl, cambiando de parecer, prometió no perseguir más a David; así que Jonatán salió por la mañana y convenció a su amigo que podía volver a la casa real. Sin embargo, duró poco la amistad de Saúl, pues un día, enojándose sobremanera, nuevamente trató de enclavara David con la lanza en la pared, de manera que éste tuvo que huir de su pre­sencia.

Aplicación

Contemplando la victoria de David sobre Goliat, Jonatán comprendió que debía su propia liberación a aquel joven vencedor. Por este motivo sintió gratitud hacia David y se puso bajo su mando, regalándole sus ropas y armas. El Señor Jesús ha hecho mucho más por nosotros, pues Él venció a Satanás, y muriendo por nuestros pecados, nos compró la salvación. Por lo tanto, Él merece la fe y la obediencia de todo pecador. El apóstol Juan expresó acertadamente los sentimientos de todos los creyentes cuando dijo: “Nosotros le amamos a Él porque Él nos amó primero”.

Preguntas

  1. ¿Cuáles fueron las cosas que Jonatán regaló a David? ¿por qué se las regaló?
  2. ¿Por qué se puso envidioso Saúl para con David?
  3. Cuente lo que hizo Saúl, procurando matar a David.
  4. ¿Cómo manifestó Jonatán su amor para con David?
  5. ¿Qué es lo que aprendemos por esta historia? es decir, ¿a quién representa David,
    y de quién es figura Jonatán?

 

106 David es perseguido

Estudio de parte del maestro:  1 Samuel 24.1 al 22, 26.1 al 25, Salmo 57.1 al 11

Lectura con la clase: 1 Samuel 24.4 al 10, 15 al 17, Salmo 57.1 al 3

Texto para aprender de memoria— los menores:  Salmo 34.19

los mayores: Salmo 57.3

Introducción

Cuando David huyó de la presencia de Saúl, él no tenía adónde ir, pues si iba a la casa de su padre en Belén, el rey le hallaría luego. Después de andar por varias partes, se fue a esconder en una cueva grande en los montes peñascosos de la tierra de En‑gadi. Le acompa­ñaron sus hermanos y muchos hombres más, pues leemos que “se juntaron con él todos los afligidos, y todo el que estaba endeudado, y todos los que se hallaban en amargura de espíritu, y fue hecho jefe de ellos; y tuvo consigo como cuatrocientos hombres”.

El encuentro con Saúl en En‑gadi: Llegó a saber Saúl que David estaba en el desierto de En‑gadi, así que tomando tres mil hombres, partió a buscarlo. Trepando por las cumbres de los peñascos, el rey se cansó, y al hallar una cueva, entró en ella para recostarse. Estaba oscuro, y Saúl, creyéndose muy seguro y bien res­guardado, se recostó y luego se quedó dormido. No obstante, en los cos­tados de aquella cueva estaba David con sus hombres, quienes, viendo una excelente oportunidad para que él se vengara de su adversario, le rogaron que la aprovechara.

Se levantó entonces David y cortó cautelo­samente la orilla del manto que Saúl traía puesto. Al rato, el rey se levantó para seguir su camino, pero cuando se había alejado corta distancia, sintió la voz de David, quien al salir tras él, le llamaba di­ciendo: “¡Mi Señor el rey! ¿Por qué oyes las palabras de los que dicen: Mira que David procura tu mal?” Entonces David hizo ver a Saúl que aun cuando pudo haberlo muerto, le perdonó, lo que hizo llorar al rey, quien luego después se fue para su casa.

David en el collado de Haquila

Al pasar el tiempo Saúl nuevamente sintió deseos de perseguir a David, de manera que cuando los zifeos vinieron para avisarle que David se hallaba en el collado de Haquila, él no tardó en partir con sus tres mil hombres de guerra. Llegados al collado, acamparon, pero David y los suyos estaban en el desierto desde donde éste envió espías a fin de cer­ciorarse bien del lugar de sus perseguidores. Entonces por la noche, David junto con su sobrino Abisal, entraron en el campamento de Saúl donde todos dormían, pues un profundo sueño de parte de Jehová había caído sobre ellos. “David”, dijo Abisai, “hoy ha entregado Dios a tu enemigo en tu mano; ahora, pues, déjame que le hiera con la lanza, y lo enclavaré en la tierra de un golpe”. Pero David le impidió hacer aque­llo, diciendo que más bien tomara la lanza del rey y un jarro de agua que estaban a su cabecera. Se alejaron silenciosos del campamento, subieron a la cumbre del monte, y entonces David, gritando fuertemente, despertó a Saúl. El rey conoció de inmediato su voz, y al enterarse de lo acaecido, confesó haber pecado, y nuevamente desistió de perseguirle.

Los salmos de la cueva

En los libros de Samuel leemos de las variadas experiencias que tuvo David, pero necesitamos consultar los Salmos para saber de su vida interior, a saber, su confianza en Dios que expresaba en súplicas y ala­banzas. Posiblemente los Salmos 57 y 142 hablen de las experiencias en En‑gadi, mientras que el Salmo 54 se relaciona con el collado de Haquila. Nótense los títulos de estos Salmos.

Aplicación

Aun siendo el rey elegido por Jehová, David tuvo que vagar por los desiertos, acompañado solamente por unos pocos amigos, rechazado de parte de muchos a quienes había hecho bien. En esto nos recuerda al Señor Jesús, el varón de dolores, quien, rechazado, fue condenado a muerte en la cruz, y aún sigue siendo rechazado por la mayoría. Los que confían en Él, al igual que los fieles de David, también son perseguidos, pero algún día reinarán con Él en gloria eterna. En muchos de los salmos vemos que los sufrimientos de David fueron figura de los del Señor Jesús.

Preguntas

  1. Al huir de la presencia de Saúl, ¿adónde fue David?
  2. ¿Quiénes se juntaron a él en aquel lugar?
  3. Cuenten lo que pasó en la cueva de En‑gadi
  4. ¿Qué hicieron David y Abisai en el campamento de Saúl?
  5. ¿En qué sentido es David figura del Señor Jesucristo?

 

107 David entre los filisteos

Estudio de parte del maestro:  1 Samuel 27.1 al 12, 29.1 al 11, 30.1 al 31

Lectura con la clase: 1 Samuel 30.6 al 17

Texto para aprender de memoria— los menores:  1 Samuel 30.13, Le dijo David, ¿De quién eres tú, y de dónde eres?     los mayores: Salmo 42.11

Introducción

Después del encuentro de David con Saúl cuando éste anduvo siguiéndole en el collado de Haquila, hasta los acontecimientos de la porción de hoy, transcurrieron cuatro años. Temiendo permanecer más tiempo en la tierra de Israel, David consiguió con Aquis, un rey de los filisteos, que le diera permiso para habitar en una ciudad suya que se llamaba Siclag.

La angustia de David

Aun cuando David de muchas maneras fue figura del Señor Jesús, de­bemos tener presente que, siendo hombre, tuvo sus defectos. No debiera haber ido a vivir entre los enemigos de Israel, pues a pesar de la tran­quilidad relativa que gozó allí por un tiempo, un día le sobrevino una tragedia. Estando David y sus guerreros fuera de Siclag, llegaron los amalecitas, quienes despojando las casas, quemaron la ciudad, y lleva­ron cautivas a las mujeres y los niños. A los pocos días después, llegó David con los suyos, y contemplando las ruinas de la ciudad, se sintieron tan abismados que lloraron hasta cansarse. Aun los mismos hombres que habían acudido a David en la cueva, y que muchas veces habían pe­leado fielmente a su lado, se amargaron de tal manera que quisieron apedrearlo.

David clama a Jehová

Era la hora más negra que David había vivido, pues todos los males se habían juntado a un mismo tiempo. Le quedaba un solo recurso, a saber, la oración, así que junto con el sacerdote, Abiatar, se acercó a Jehová. Este le dio la seguridad de que podría alcanzar al enemigo y librar a los cautivos. Fortalecido de esta manera, David pudo animar a sus hombres, de manera que caminaron rápidamente hasta el torrente de Besor, lugar donde doscientos de ellos, cansados, se quedaron con el bagaje mientras que los otros cuatrocientos siguieron adelante.

David derrota a los amalecitas

Habiendo atravesado el torrente, encontraron a un joven egipcio, que no habiendo comido ni bebido en tres días, estaba en lastimosa condición. Este confesó haber sido de los enemigos que habían quemado a Siclag, y consintió en guiar a David al campamento de sus adversarios con tal que ni lo matara, ni lo devolviera a su antiguo amo.

Luego llegaron y encontraron de fiesta a los amalecitas. David y los suyos, dejándose caer sorpresivamente sobre ellos, les vencieron y recobraron sus mujeres, hijos y posesiones como también grande can­tidad de animales.

Aplicación

Esta historia nos proporciona enseñanzas para creyentes e inconversos. David, al ir a vivir entre los filisteos, pecó contra Jehová, pero al vol­ver de corazón a Él, fue perdonado y ayudado a recobrar lo que había perdido.

En el joven egipcio vemos la condición del pecador: esclavo bajo el dominio de un amo cruel que lo dejó para que muriera de hambre. Aquel joven, al someterse a David, ilustra la conversión de un pecador, pues si éste renuncia a Satanás y se entrega al Señor Jesús, recibe el perdón de sus pecados, vida eterna y abundantes bendiciones.

Preguntas

  1. ¿Por qué fue a vivir David entre los filisteos?
  2. Cuenten lo que sucedió en Siclag en ausencia de David.
  3. En su necesidad y angustia, ¿qué hizo David? ¿con qué resultado?
  4. Cuenten lo que saben acerca del joven egipcio.
  5. ¿Qué nos enseña esta lección en cuanto a la salvación?

 

108 David es coronado

Estudio de parte del maestro:  1 Samuel 31.1 al 13, 2 Samuel capítulos 1 al 5

Lectura con la clase: 2 Samuel 3.17 al 21, 5.1 al 3

Texto para aprender de memoria— los menores:  Isaías 32.1  los mayores:  Apocalipsis 12.5

Introducción

Mientras David y sus compañeros batallaban contra los amalecitas que habían quemado a Siclag, los filisteos atacaron a los israelitas.

La muerte de Saúl

Samuel había muerto, y Jehová se había apartado de Saúl, de manera que aquel rey desobediente y voluntarioso se hallaba muy angustiado. Los soldados israelitas, después de resistir al primer ataque de los filisteos, se alarmaron y huyeron. Luego después los filisteos mataron a tres hijos del rey entre ellos a Jonatán, y los flecheros alcanzaron a herir a Saúl de tal manera que éste ya no pudo luchar más. A fin de no ser capturado ni muerto por los enemigos, Saúl tomó su espada y se echó sobre ella. Acabada la batalla, los filisteos salieron para despojar a los muertos, y al hallar el cuerpo de Saúl y los de sus hijos, los llevaron hasta un lugar llamado Bet‑san donde los colgaron en el muro.

David endecha a Saúl

A los tres días después de la derrota de los amalecitas, estando David y los suyos en la ciudad de Siclag, llegó del campamento de Saúl un joven que traía rasgados sus vestidos y tierra sobre su cabeza. Luego dio a saber que los filisteos habían vencido a los de Israel y que Saúl y Jonatán habían muerto. Dijo además que cuando él halló a Saúl, éste todavía no estaba muerto, así que le mató, y quitándole la corona que tenía en su cabeza y el brazalete que tenía en su brazo, los traía a David. El joven amalecita creía que David se alegraría al saber de la muerte de su adver­sario. Sucedió todo lo contrario, pues David, que siempre había manifes­tado profundo respeto para con Saúl, debido a que era el ungido de Jehová, mandó matar a su asesino. Luego endechó a Saúl y a Jonatán de una manera conmovedora, véase 2 Samuel 1:19 al 27.

David es ungido por rey sobre todo Israel

Consultando a Jehová, David llegó a saber que debía ir a vivir en He­brón. A este lugar acudieron los varones principales de la tribu de Judá, a fin de ungirle por rey sobre ellos. Por siete años y medio reinó David en Hebrón, período durante el cual las otras tribus siguieron a un hijo de Saúl llamado Is‑boset. Este, al principio, fue ayudado grandemente por Abner, capitán del ejército, pero después de la muerte de Abner, las cosas fueron de mal en peor, y un día dos oficiales del ejército entraron disfrazados en la casa real, y lo mataron.

Después, creyendo que David les daría las gracias por lo que habían hecho, le llevaron la cabeza de Is‑boset. Nuevamente David demostró su rectitud y temor de Dios, pues les dijo: “Cuando uno me dio nuevas, diciendo, He aquí Saúl ha muerto, imaginándose que traía buenas nuevas, yo lo prendí, y le maté … ¿cuánto más a los malos hombres que mataron a un hombre justo en su casa, y sobre su cama?” En seguida ordenó que fuesen muertos por su horrible crimen.

Ya que no quedaba ningún otro pretendiente al trono de Israel, se junta­ron los jefes de todas las tribus a David en Hebrón. Estos reconocieron que era la voluntad de Jehová que él reinara sobre ellos, y con grande regocijo le ungieron por rey.

Aplicación

En la historia de Saúl vemos las consecuencias de la desobediencia. Ustedes se acordarán que primeramente no esperó a Samuel, en segundo lugar, no destruyó a los amalecitas, y después envidioso de David, lo persiguió ferozmente. Como consecuencia, Dios se alejó de él, y final­mente murió en el monte de Gilboa, herido por los filisteos y un amale­cita. En verdad, ¡la paga del pecado es muerte!

Por otro lado vemos que David, el rey que Dios eligiera, después de mucha demora y abundantes pruebas, llegó al trono donde reinó por cuarenta años. Los hombres que lo acompañaron durante los años de su rechazamiento fueron ampliamente premiados. También lo serán los pecadores que hoy se convierten de corazón a Jesús.

Preguntas

  1. ¿Cómo fue la muerte de Saúl?
  2. ¿Quién trajo las noticias a David?
  3. ¿Qué hizo éste?
  4. ¿Qué tribu ungió primero a David por rey?
  5. ¿Qué lección nos enseña la historia de Saúl? ¿y la de David?

 

109 David y el arca

Estudio de parte del maestro:  2 Samuel 6.1 al 12, Números 4.5,6,15, 1 Crónicas 15.1 al 29

Lectura con la clase: 2 Samuel 6.1 al 12, 1 Crónicas 16.1 al 43

Texto para aprender de memoria— los menores:  Salmo 93.5

los mayores: Salmo 27.4

Introducción

Puesto que nos corresponde leer algo acerca del arca del pacto de Jehová, conviene recordar la primera mención de ella en la Biblia. Fue cuando Dios, habiendo librado a los israelitas de la esclavitud en Egipto, dio instrucciones para la construcción del tabernáculo. Habló primero del arca del pacto que era un cajón de madera, cubierto de oro, cuya cubierta era de oro macizo, hecha con dos querubines en las dos extremidades. Este mueble, dentro del cual guardaban las tablas de la ley, era la única cosa que se encontraba en el lugar santísimo, lugar donde moraba Jehová. Hablando con Moisés, le dijo: “De allí me de­clararé a ti, y hablaré contigo de sobre el propiciatorio”, Éxodo 25:22.

El deseo de David

Se acordarán de la última vez que leímos del arca; fue cuando los israelitas la llevaron al campo de batalla donde los filisteos se apodera­ron de ella. Después, siendo castigados ellos por Jehová, la mandaron hasta la tierra de Israel, donde llegó a la casa de un hombre llamado Abinadab. Allí permaneció durante casi cien años, pues Saúl no se preo­cupó de ella. David, en cambio, al llegar a ser rey sobre todo Israel, quiso honrar en debida forma a su Dios y Salvador. El escritor del Sal­mo 132 recuerda este hecho cuando dice: “Acuérdate, oh Jehová, de David … de cómo juró a Jehová … No daré sueño a mis ojos … hasta que halle lugar para Jehová, morada para el Fuerte de Jacob. Entraremos en su tabernáculo; nos postraremos ante el estrado de sus pies”.

La equivocación de David

Partió, pues, el rey con treinta mil hombres a buscar el arca a fin de trasladarla a la capital. Imitando el ejemplo de los filisteos, la pu­sieron en un carro nuevo, y alegres, emprendieron el viaje, tocando toda clase de instrumentos musicales. Uza y Ahío, hijos de Abinadab, guiaban los bueyes, los que por un tiempo anduvieron muy bien. Pero al llegar a cierto lugar, tropezaban, y Uza extendió su mano a fin de afirmar el arca. Inmediatamente, la ira de Jehová se encendió contra él y le hirió, de modo que murió junto al arca. Por supuesto, todos los demás se detuvieron, asombrados, y David tuvo temor de Jehová en aquel día, diciendo: “¿Cómo ha de venir a mí el arca de Jehová?” Dejaron el arca en casa de un hombre llamado Obed‑edom, y todos se dispersaron.

La felicidad de David

Es de suponer que David, llegado a casa, se puso a orar a Dios, y a inquirir en su santa palabra para saber por qué fracasaron sus planes. Era obligación que los reyes de Israel leyesen la ley de Jehová, escribiendo una copia para sí, a fin de saber la voluntad divina (véase Deuteronomio 17:18 al 20). Así sería que David llegó a saber que el arca debía ser llevada en dos varas por los levitas, y no en un carro, y que además Jehová prohibía estrictamente que persona alguna la tocara.

Enterado de estas verdades, y sabiendo que Dios había bendecido la casa de Obed‑edom, David decidió llevar a cabo sus propósitos. Esta vez lo hizo conforme a los mandamientos de Jehová, de manera que fue todo un éxito; algunos de los levitas llevaron el arca y otros dirigieron los cantos. El tabernáculo ya no existía, pero David había tendido una tienda para el arca. Allí la depositaron, dándole el lugar que le corres­pondía en medio de la nación. Con reverencia, ofrecieron sacrificios delante de Jehová, y David, repartiendo dones a los israelitas, les en­vió alegres a sus casas.

Aplicación

Esta historia nos enseña de la santidad de Dios y la necesidad de hacer las cosas conforme a la palabra suya. Nos recuerda la advertencia que dice: “Hay camino que parece derecho al hombre, pero su fin es camino de muerte”, Proverbios 16:25. Uza, acostumbrado a la presencia del arca en la casa de su padre, había perdido de vista la santidad divina, y por ese motivo se atrevió a tocar el arca. Es de temerse que muchos se equivoquen creyendo que por sus privilegios van a ser salvos cuando en verdad lo que tienen que hacer es arrepentirse de sus pecados y aceptar al Señor Jesucristo. Los privilegios, si no son aprovechados, sólo hacen más responsable a uno.

Preguntas

  1. ¿Qué cosa era el arca?
  2. Después de ser capturada el arca por los filisteos, ¿adónde la devolvieron?
  3. Cuenten lo que aconteció la primera vez que David trató de llevar el arca a Jerusalén.
  4. ¿Cómo tenía que ser llevada el arca?
  5. Citen un texto que advierte respecto de la suerte de los que andan por su propio camino.

 

110 David y Mefi-boset

Estudio de parte del maestro:  2 Samuel 4.4, 9.1 al 13

Lectura con la clase: 2 Samuel 9.1 al 13

Texto para aprender de memoria— los menores:  Romanos 5.8

los mayores:  1 Juan 4.10

Introducción

En lecciones anteriores hemos hablado acerca de un fiel amigo de David, a saber, Jonatán, quien murió junto con su padre, Saúl, cuando los filisteos los alcanzaron en el monte de Gilboa. Hoy nos ocuparemos de la historia de un hijo de Jonatán. Este se llamaba Mefi‑boset, y era cojo. Cuando llegaron las noticias de la muerte de su padre y su abuelo, su nodriza, alarmándose, lo tomó en brazos y huyó a la tierra lejana de Galaad. Mientras ella huía, dejó caer al niño de modo que quedó lisiado de los dos pies.

David llega a saber de Mefi‑boset

Mientras Mefi‑boset vivía en Galaad, David, como ya hemos visto, llegó a ser rey sobre Judá, y después sobre todo Israel. Poco a poco fue venciendo a sus enemigos, los filisteos, los moabitas, los sirios, y otros, hasta que por fin había paz y orden en todo su reino. Cierto día David estaba pensando en su antiguo amigo Jonatán, y especialmente en un pacto que hacía veinte años había hecho con éste, cuando prometió mostrar misericordia para siempre a los de su casa.

Esto motivó la pregunta de David, al decir a sus siervos: “¿Ha quedado alguno de la casa de Saúl, a quien haga yo misericordia por amor de Jonatán?” Un ex siervo de Saúl, llamado Siba, avisó al rey que aún quedaba un hijo de Jonatán, un cojo que se encontraba lejos de Jerusalén, al otro lado del río Jordán, en Lodebar. Enterado de estos hechos, David despachó gente a buscar y traer a Mefi‑boset.

Mefi‑boset se presenta ante David

Desde la muerte de Jonatán hasta la fecha de que estamos hablando, ha­bían transcurrido aproximadamente veinte años, de modo que Mefi‑boset era hombre de unos veinticinco años. Pasó su niñez y juventud es­condido de los ojos de David. Sabiendo que su abuelo había sido enemigo del rey, seguramente creía que éste, si supiera de él, querría ven­garse, matándolo. ¡Cómo no estaría de sorprendido y asustado cuando los enviados de David llegaron a la puerta preguntando por él! En todo el viaje hacia el palacio estaría preocupado, pregun-tándose qué haría David con él.

Llegados a la capital, el cojo fue llevado a la presencia del rey donde cayó sobre su rostro. Las palabras de David tienen que haber sido tan gratas como inesperadas para él, pues le dijo: “No tengas temor”. Después le dijo que le devolvería todas las tierras de Saúl, que él mis­mo comería a la mesa del rey, y que Siba, junto con sus quince hijos y veinte siervos, estarían todos a su disposición para servirle. Honda­mente emocionado ante tan magna e inmerecida manifestación de bondad de parte de David, Mefi‑boset se inclinó ante él y exclamó: “¿Quién es tu siervo, para que mires a un perro muerto como yo?” De aquel día en adelante, Mefi‑boset vivió en el palacio como uno de los hijos del rey.

Aplicación

David quiso mostrar misericordia a uno que no la merecía, pues en Mefi‑boset no había ningún mérito. Durante largos años se escondió de David, y además, siendo cojo, no podía serle útil. Sin embargo, David, por amor de Jonatán, colmó de bendiciones a Mefi‑boset. Todo esto nos revela lo que es la gracia de Dios, pues Él también nos ha buscado, pe­cadores inutilizados e indignos, a fin de perdonar todos nuestros pecados y colocarnos cual hijos delante de Él en amor. Véanse Tito 3:4, Efesios 4:32, Juan 1:12.

Al igual que Mefi‑boset, nosotros por naturaleza somos cojos: no po­demos andar, es decir, conducirnos de una manera que agrada a Dios. Él estuvo en Lodebar, nombre que quiere decir, “ningún pasto”, des­cripción acertada del mundo. El nombre del hombre en cuya casa habitó era Amiel, es decir, “vendido”, lo que nos recuerda que todo pecador no salvado está “vendido al pecado”, Romanos 7:14.

Preguntas

  1. ¿Por qué preguntó David acaso quedaba algún miembro de la familia de Saúl?
  2. Cuenten la historia de Mefi‑boset hasta el tiempo que David supo de él.
  3. ¿Cuáles fueron los privilegios que David dio a Mefi‑boset?
  4. ¿En qué sentido es Mefi‑boset figura del pecador?
  5. ¿Qué es lo que la bondad de David nos enseña acerca de la gracia de Dios?

 

111 La muerte de Absalón

Estudio de parte del maestro:  2 Samuel 15.1 al 37, 16.1 al 23, 17.1 al 29, 18.1 al 33

Lectura con la clase: 2 Samuel 18.9 al 18, 1, 31 al 33

Texto para aprender de memoria— los menores:  Éxodo 20.12

los mayores:  Efesios 6.2,3

Introducción

El tercer hijo de David, llamado Absalón, era el hombre más hermoso de Israel, pues dice la Palabra de Dios que “desde la planta de su pie hasta su coronilla no había en él defecto”, 14:25. No obstante aquella perfección física, Absalón fue un joven malo y egoísta que mató a uno de sus hermanos, y a raíz de aquel hecho, estuvo fuera del país durante tres años. Por fin David se dejó persuadir que su hijo volviera a Jerusalén, pero por espacio de dos años no quiso verlo.

La rebelión de Absalón

Lo que Absalón más deseaba era ser rey en lugar de su padre. Con este fin ideó bien lo que le convenía hacer para conquistarse el afecto del pue­blo. Primero se hizo de carros y caballos, y cincuenta hombres que co­rriesen delante de él. Entonces iba diariamente a un lugar estratégico por donde tenían que pasar las personas que venían con pleitos al rey a fin de que éste les hiciera juicio. Absalón recibía a aquellas personas aparen­temente con mucha simpatía, pues les abrazaba y besaba, diciéndoles que desgraciadamente no había quien les atendiera, pero si él fuera juez, haría justicia a todos. Leemos: “Así robaba Absalón el corazón de los de Israel”, 2 Samuel 15:6. Cuando se había conseguido muchos partidarios por este método traicionero, se sintió capaz de apoderarse del trono, y trasladándose de Jerusalén a Hebrón, se hizo proclamar rey. Al saber lo que sucedía, David, acompañado por su familia y sus valientes, partió de Jerusalén y huyó al otro lado del Jordán.

Los preparativos para la batalla

Antes de abandonar la ciudad de Jerusalén, David convenció a un amigo fiel llamado Husai que no le acompañara. Le rogó se quedara a fin de pretender adherirse a Absalón, y si fuera posible, aconsejarle de tal ma­nera que le fracasaran sus planes. Efectivamente fue así, pues Absalón escuchó a Husai y decidió no salir inmediatamente en pos de su padre, sino juntar primero un numeroso ejército. Mientras tanto, David dividió a sus seguidores en tres grupos, los que puso bajo el mando de los gene­rales Joab, Abisai e Itai. Mandó a éstos que trataran benignamente a Absalón, por amor de él.

La muerte de Absalón

La batalla tuvo lugar en un bosque más allá del río Jordán donde el ejército de Absalón fue derrotado, pues veinte mil soldados fueron muertos y muchos más se perdieron en el bosque. Absalón huyó sobre un mulo, pero pasando entre los árboles, de repente se le enredó la cabeza en las ramas espesas de una gran encina. Pasando adelante el mulo, le dejó colgado de tal manera que no se pudo librar. Un soldado, al verlo, fue y se lo contó a Joab, quien, desobedeciendo el manda­miento de David, tomó tres dardos y los clavó en el corazón del prín­cipe. Luego lo quitaron del árbol y lo echaron en un gran hoyo donde lo enterraron debajo de un montón de piedras.

La lamentación de David

Dos jóvenes, Ahimaas y un etíope, corrieron del campo de batalla a fin de hacer saber lo acaecido al rey. El primero le habló únicamente de la pelea, y al ser interrogado respecto de Absalón no supo contestar. En cambio, cuando David preguntó al segundo, le respondió: “Como aquel joven sean los enemigos de mi señor el rey, y todos los que se le­vanten contra ti para mal”. Así entendió David que su hijo estaba muerto, ¡que había muerto en abierta rebeldía! Estalló en llanto, pues mientras subía a la sala de la puerta lloraba y decía: “¡Hijo mío, Absalón, hijo mío, hijo mío, Absalón! ¡Quién me diera que muriera yo en lugar de ti, Absalón, hijo mío, hijo mío!”

 

 

Aplicación

Absalón tuvo el gran privilegio de ser criado en un hogar donde Dios era conocido y honrado. Sin embargo, violó la ley divina, quebrantó el corazón de su padre, y partió a la eternidad sin esperanza. ¡Que los alumnos de la escuela dominical no cometan semejante error, rechazando al Señor Jesús! ¡Cuán terrible cosa sería si después de conocer el evangelio, y quizás vivir con padres salvados, murieran en sus pecados y cayeran en el infierno!

Preguntas

  1. ¿Qué es lo que se sabe de la apariencia de Absalón?
  2. ¿Qué hizo él a fin de robar los corazones de los israelitas?
  3. ¿Qué hizo Husai para ayudar a David?
  4. ¿Cómo fue la muerte de Absalón?
  5. ¿Qué lección debemos sacar de esta triste historia?

 

112 Los valientes de David

Estudio de parte del maestro:  2 Samuel 19.1 al 43, 23,8 al 39

Lectura con la clase: 2 Samuel 23.8 al 21

Texto para aprender de memoria— los menores: Mateo 16.27, Él Hijo del Hombre vendrá en la gloria de su Padre con sus ángeles

los mayores:  Mateo 16.27

Introducción

Después de la muerte de Absalón, los israelitas, dándose cuenta de su equivocación en haberle seguido, mandaron decir a David que volviera para reinar sobre ellos. El rey regresó a Jerusalén donde Mefi‑boset salió a recibirlo. No había lavado sus vestidos, ni había cortado su barba, desde el día que David salió hasta que volvió. Así manifestó que echaba de menos al que le había mostrado tan grande misericordia. Muchos otros amigos también dieron prueba de su fidelidad para con el rey, so­bre todo los que él llamaba sus valientes. Hoy nos ocuparemos de algunos de ellos.

Hazañas peleando contra los enemigos

El principal de los capitanes se llamaba Adino, hombre tan valiente que en cierta ocasión mató solo a varios cientos de adversarios. Otro se lla­maba Benaía, y éste ni temía a hombre ni animal, pues mató a dos cam­peones de Moab, fieros como leones. Descendió también y mató un león en medio de un hoyo en un día de nieve. Además, al encontrarse con un guerrero egipcio, hombre de gran estatura y fuerza, Benaía descendió a él con un palo y quitándole la lanza que tenía en la mano, le mató con ella.

Hazañas guardando los alimentos

Cierta vez, aparentemente en la época de la cosecha, los filisteos su­bieron para robar alimentos a los israelitas. Estos huyeron, pero Sama se paró en medio de aquel terreno y lo defendió, de manera que Jehová dio una gran victoria. Seguramente los israelitas quedaron muy agrade­cidos a aquel valiente que les defendió y no permitió que pasaran hambre.

Hazañas por amor a David

Estando David en la cueva de Adulam, se puso a pensar en el agua que él cuando niño había tomado del pozo de Belén. Casi sin darse cuenta, suspiró, y dijo: “¡Quién me diera a beber del agua del pozo de Belén, que está junto a la puerta!” Pese a que los filisteos tenían guarnición en aquel pueblo, tres héroes se abrieron paso por en medio del ejército enemigo, y sacando agua, la llevaron a su jefe. Hondamente impresionado por aquel acto de devoción hacia su persona, David exclamó: “Lejos sea de mí, oh Jehová, que yo haga esto”. No quiso beber el agua sino que la derramó como libación delante de Dios.

Aplicación

Aunque David fue el ungido de Jehová, muchos de los israelitas no lo recibieron. No obstante, se juntó a él un gran número de seguidores fieles, y éstos primero sufrieron con él y después participaron en los honores de su reino. Igual cosa sucede hoy, pues el mundo aún rechaza al Señor Jesús, pero todo aquel que lo acepte y lo sirva fielmente será premiado en el cielo cuando Él vuelva. Tal como David tenía una lista de sus valientes, el Señor Jesús sabe quiénes son suyos y qué es lo que hacen por Él.

Preguntas

  1. ¿Cómo manifestó Mefi‑boset su amor para con David en ausencia de éste?
  2. ¿Qué fue lo que hizo Benaía?
  3. ¿Por qué no quiso beber David el agua que le trajeron los tres va­lientes?
  4. ¿Cómo han sido honrados los valientes de David?
  5. ¿Qué nos enseña esta historia con respecto a la venida del Señor Jesús?

 

113         El salmo número 23

Estudio de parte del maestro:  Salmo 23.1 al 6, 1 Samuel 17.40 al 51, 2 Samuel 17.24 al 29

Lectura con la clase: Salmo 23.1 al 6

Texto para aprender de memoria— los menores:  Salmo 3.1

los mayores:  Salmo 23.4

Introducción

Muchas veces en las Sagradas Escrituras, la primera vez que Dios nos habla de un hombre es para mostrarnos algunos de sus rasgos más carac­terísticos. Así sucede con David, pues primero aparece apacentando las ovejas de su padre, y después se ve en el palacio de Saúl tocando el arpa delante de aquel rey. Estos hechos nos conducen a la consideración de un salmo que tal vez fuera uno de los favoritos del escritor, pues lo ha sido de los creyentes a lo largo de los siglos. Además, este salmo, el 23, nos proporciona un bosquejo o resumen de la vida de David.

Un día con el rebaño

Al leer los seis versículos del salmo nos recuerdan un día típico en la vida del joven pastor con su rebaño. Apenas amanece el día, parte hacia un lugar de ricos y abundantes pastos donde las ovejas satisfacen rápida­mente su hambre, y reclinándose, comienzan a rumiar el alimento. El pas­tor, velando por el bienestar de su rebaño, no le permite ir a ningún estero turbio, sino que lo lleva a los pozos de agua limpia. Andando por las sendas, se le extravía uno que otro animal; un corderito juguetón, una oveja porfiada, pero el pastor con paciencia, los hace volver al ca­mino. Algunas veces tienen que bajar por valles obscuros donde se es­conden fieras. Allí el pastor anda armado con su honda y vara preparado para defender su rebaño, o tirando piedras con gran fuerza, o hiriendo más de cerca a las fieras. Llega la tardecita, y el pastor, juntando sus ovejas, las examina cuidadosamente para ver si algunas han quedado heridas durante el día. Si las hay, las lava y las unge con aceite. Al caer las sombras de la noche, el rebaño se siente contento y seguro, pues su fiel pastor, tocando su arpa, canta las alabanzas de Dios, a cuyo cuidado se encomienda por la noche.

 

Dos notables experiencias de David

No se sabe cuándo David escribió este precioso salmo, pues aunque la primera parte nos recuerda los días de su juventud, la última parte nos lleva a pensar más bien en sus experiencias de anciano. Ya que esta es la última lección de esta serie, será conveniente repasar algunos de los puntos más sobresalientes.

El versículo 4 nos trae a la memoria el encuentro de David con Goliat. En verdad anduvo en valle de sombra de muerte, pero no temió mal alguno, sino que desafió al gigante, diciéndole: “Yo vengo a ti en el nombre de Jehová … y Él te entregará hoy en mi mano”.

En cambio, el versículo 5 nos recuerda la huida de David en la rebelión de su hijo Absalón. Desanimado y cansado, llegó a la tierra de Galaad con sus familiares y soldados. Allí tiene que haber dado gracias a Dios, pues amigos fieles llamados Sobi, Maquir y Barzilai les trajeron camas y tazas y vasijas de barro como también alimentos en abundancia, de modo que nada les faltó.

Ya hemos visto que después de la derrota de Absalón, David volvió a ser rey sobre todo Israel, posición que ocupó hasta la vejez cuando su hijo Salomón asumió el mando. Sin duda alguna, las palabras del versí­culo 6 del salmo estarían mucho en los pensamientos del anciano rey en sus últimos días.

Aplicación

Sin duda todos miembros de la clase quisieran llegar hasta la casa de Dios en los cielos. Este salmo nos enseña que para poder llegar hasta allá uno tiene que conocer personalmente al Buen Pastor (v. 1). Sólo en este Pastor hay satisfacción, protección y amplia provisión para todas las necesida­des del pecador. ¿Qué harán los no salvados cuando tengan que andar solos sin el Pastor, por el valle de sombra de muerte?

Preguntas

  1. ¿Qué nos cuenta este salmo de la vida del pastor con su rebaño?
  2. ¿Cuáles son las dos experiencias de David que nos recuerda?
  3. En vista de la muerte, ¿cuál era la esperanza segura de David?
  4. ¿De qué lugar nos habla la casa de Jehová?
  5. Para llegar al cielo, ¿qué es lo que un niño necesita hacer?

Serie 8: La vida de Pedro

Ver

114        La conversión de Simón Pedro

Estudio de parte del maestro: Juan 1.29 al 42

Lectura con la clase: Juan 1.29 al 42

Texto para aprender de memoria— los menores: 1 Pedro 2.5, Vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual      los mayores: 1 Pedro 2.5

Introducción

La porción del cuarto Evangelio que leeremos hoy nos habla del día cuando Simón Pedro, el pescador de Betsaida, se encontró con el Señor Jesús por primera vez. En la vida de un ser humano, no puede haber momento que sea más importante que éste, el momento en que llegue a conocer al Salvador. Por lo tanto, interesémonos por saber cómo aquel hombre afectuoso fue llevado a Jesús, pues las causas y circunstancias que conducen a la conversión siempre son de mucho interés.

El mensaje de Juan el Bautista

Primeramente el evangelista Juan nos lleva hasta las orillas del histórico río Jordán donde, a cierta distancia, una grande multitud está congregada alrededor de un hombre, quien aparentemente les está predicando. Al acercarnos más hacia ellos, distinguimos claramente la figura del predicador: hombre robusto, vestido de ropas sencillas hechas de pelo de camello y con un cinto de cuero alrededor de sus lomos. Habla con mucha energía, y captando algunas de sus palabras, comprendemos que su tema es de algún reino cuyo rey deberá aparecer luego, pues dice: “Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado”. A continuación, advierte a sus oyentes de un terrible castigo que caerá sobre ellos si no abandonan sus pecados. En esto Juan, pues el que predica es Juan el Bautista, viendo que se le acerca el mismo Señor Jesucristo, le señala a las gentes, diciéndoles: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo-

Andrés sigue a Jesús

Al día siguiente del que hemos hablado, Juan se encontraba cerca del mismo lugar. Mientras conversaba con dos de sus discípulos, Jesús apareció nuevamente, y Juan, mirándolo, exclamó: “He aquí el Cordero de Dios”. Los dos hombres, impresionados por este anuncio extraordinario, se alejan de Juan y parten en pos del Señor Jesús. El Señor se vuelve a mirarles, y al enterarse del hecho de que quieren acompañarle, les invita a su habitación. Uno quisiera haber podido estar presente durante aquella visita para escuchar las preguntas de Juan y Andrés, y las respuestas de Jesús, las que satisficieron ampliamente todos sus anhelos.

Andrés trae a Simón a Jesús

Cuando Andrés salió después de aquella entrevista inolvidable, se diri­gió rápidamente a la casa de su hermano, Simón, quien, al igual que él, era pescador, y por lo tanto vivía cerca del mar de Galilea. Al ubicar a Simón, Andrés, con cara radiante, le dijo: “Hemos hallado al Mesías”. ¡Qué sorpresa para el humilde pescador! Los sacerdotes y escribas habían enseñado al pueblo que algún día el Rey de los judíos vendría para librarles de sus opresores, pero a Simón Pedro jamás se le ocurrió que tan importante personaje viniese a su pueblo. Sin embargo, no dudó del aviso que su hermano le traía, sino que partió con él, y luego llegó al lugar donde Jesús se hospedaba. Allí le aguardaba una sorpresa todavía ma­yor, pues en cuanto Jesús le vio, le dijo: “Tú eres Simón, hijo de Jonás; tú serás llamado Cefas”.

Aplicación

Todo maestro de escuela dominical debe procurar imitar el ejemplo de Juan Bautista y Andrés, dirigiendo y llevando a los niños a Jesús.

El nombre nuevo que el Señor puso a Simón quiere decir “piedra”. En muchas partes de las Sagradas Escrituras, Jesús es comparado a la pie­dra o roca, de modo que fue como si Él dijera: “Simón, tú me vas a pertenecer a mí, y hasta en alguna medida te vas a asemejar a tu nuevo dueño”. No sólo a Simón, sino que a todo pecador que se allega a Él, Jesús le cambia su nombre, y el pecador salvado llega a ser una piedra viva, pues posee vida eterna, don que Jesús le da. 1 Pedro 2:3 al 5

Preguntas

  1. ¿Cómo se llamaba el predicador que anunciaba la pronta llegada de Jesús?
  2. Cuando Juan vio a Jesús, ¿qué fue lo que dijo?
  3. ¿Cuántos de los discípulos de Juan lo dejaron para seguir al Señor? ¿cómo se llamaba uno de ellos?
  4. ¿A quién trajo Andrés a Jesús? ¿cómo saludó el Señor a éste?
  5. ¿Qué nombre nuevo pone el Salvador a los que le reciben hoy?

 

115 La consagración de Simón Pedro

Estudio de parte del maestro: Lucas 5.1 al 11

Lectura con la clase: Lucas 5.1 al 11

Texto para aprender de memoria— los menores: Marcos 1.17,18, Venid en pos de mí, y haré que seáis pescadores de hombres

los mayores: Marcos 1.17,18

Introducción

Los acontecimientos relatados en nuestro capítulo de la semana pasada evidentemente precedieron por algún espacio de tiempo a lo que hallamos en Lucas 5. No sabemos si Simón, después de su primer encuentro con el Señor, le acompañó en algunos de sus viajes, pero de todas maneras, se ve que ya había vuelto a su vida de pescador. Por un tiempo, pues, no se oye hablar de aquel discípulo, hasta que aparece aquí, en el siguiente día memorable de su vida.

Jesús habla desde el barco de Simón: Partiendo desde la provincia de Judea, Jesús dirigió sus pasos hacia Galilea, de modo que la lectura de hoy le presenta mientras andaba a la orilla del lago de Genesaret (Mar de Galilea). Era la mañana del día, y los rayos del sol danzaban sobre las aguas azules, por las cuales algunos barcos venían acercándose hacia la tierra. Este lugar quedaba cerca del pueblo de Betsaida, nombre que significa “la casa del pescado”, y en ver­dad, era allí donde vivían muchos pescadores.

Aunque la hora era tem­prana, mucha gente se reunió para escuchar las enseñanzas que Jesús solía darles. A fin de hablar para el mayor provecho de todos sus oyentes, Él buscó un sitio propicio. Unos barcos ya estaban a la ribera del lago, y los pescadores, habiendo salido de ellos, se ocupaban en lavar sus redes. Entre ellos estaba Simón Pedro, así que Jesús, subiendo en el barco suyo, le rogó que lo desviara un poco de la tierra. Sentado allí, a vista de todos los circunstantes quienes se acomodaron en el pasto y encima de las ro­cas, Jesús les habló un buen rato. Es de suponerse que había una grande muchedumbre, puesto que era una de las partes más populosas de Pales­tina, pues más al sur quedaban las ciudades de Magdala y Tiberias, y hacia el norte la ciudad de Capernaum.

La pesca milagrosa

Al terminar de hablar, Jesús miró hacia Simón Pedro y le dijo: “Boga mar adentro, y echad vuestras redes para pescar”. El hecho era que Simón y sus compañeros estaban cansados, habiendo pasado toda la noche pescando sin ningún éxito. Además, sabían que el tiempo indicado para la pesca era la noche y no el día. Sin embargo, obedeciendo la orden de Je­sús, se alejaron de la orilla y echaron la red. Inmediatamente, encerraron gran multitud de peces, de manera que la red se rompía. Simón, asustado por lo que veían sus ojos, hizo señas a sus socios, Juan y Jaco­bo, quienes se apresuraron por venir a ayudarlo. Llegados, sacaron la red del agua, llenando tanto el barco de ellos, como el de Simón Pedro, y fue tan grande la cantidad de peces que casi se hundieron.

Profunda­mente emocionado, Simón Pedro cayó de rodillas ante Jesús, diciéndole, “Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador”. Ciertamente él no quiso que Jesús se fuera, más bien fue que Pedro acababa de com­prender cuán indigno era de estar cerca del Hijo de Dios, y cuán indigno era de tan grandes bendiciones. “No temas”, le contestó Jesús; “desde ahora serás pescador de hombres”. Luego llegaron a tierra con los peces, pero Simón y sus compañeros no se preocuparon de éstos, pues leemos que, “dejándolo todo, siguieron a Jesús”.

Aplicación

Por este milagro, Jesús demostró que Él era el Hijo del Hombre de quien el Salmo 8 hablaba, pues hasta los peces le obedecieron. Demostró su poder también a través de la misión que encomendó a Simón Pedro, pues cuando aquel pescador predicó el día de Pentecostés, tomó en la red del evangelio como a tres mil personas.

El Señor desea bendecir de la misma manera a los jóvenes, salvándoles primero y después usándoles para la bendición de otras personas.

Preguntas

  1. Después de encontrarse con Jesús por primera vez, ¿qué hizo Simón Pedro?
  2. ¿Dónde halló Jesús a éste?
  3. ¿Para qué utilizó el Señor el barco de Simón?
  4. Cuenten la historia de la pesca milagrosa.
  5. Cuando los niños son salvados, ¿en qué trabajo les ocupa el Señor?

 

116 Compañerismo con Cristo

 

Estudio de parte del maestro: Marcos 1.21 al 34, 3.13 al 16, 5.21 al 24, 37 al 43

Lectura con la clase: Marcos 1.21 al 34

Texto para aprender de memoria— los menores: Hechos 10.38, Jesús anduvo haciendo bienes y sanando a todos los oprimidos por el diablo

los mayores: Hechos 10.38

Introducción

Al final de nuestra última lección, vimos a Simón Pedro y sus compañe­ros abandonar sus barcos y partir en pos de Jesús a fin de ser pescadores de hombres. Al llamar a aquellos discípulos, el Señor lo hacía con el propósito de enseñarles algunas lecciones maravillosas en el arte de pes­car, las que nosotros también podemos aprovechar mediante la narración del evangelista Marcos. Este nos conduce a Capernaum, ciudad que que­daba a corta distancia del lugar donde Jesús enseñó en el barco de Pedro. Al llegar allí, el Señor y sus nuevos discípulos entraron en la sinagoga donde muchas personas se hallaban congregadas.

El endemoniado

Jesús enseñaba de una manera tan interesante que todos le prestaban muy buena atención. Pero de repente se oyó un grito: “¡Ah! ¿qué tienes con nosotros, Jesús Nazareno?” Era un hombre en cuyo rostro se refle­jaban la miseria y la desesperación, pues era esclavo de un demonio que le atormentaba, haciéndole pensar que Jesús deseaba destruirle. Pedro, con los otros discípulos, mirando hacia el Señor, tiene que haberse pre­guntado, “¿Qué hará el Maestro ahora?” No tuvieron por qué preocupar­se, pues Jesús contestó al demonio diciendo, “Cállate, y sal de él”. Por algunos instantes el espíritu inmundo, sacudiendo con violencia al hom­bre, gritaba, y luego salió, dejándole tranquilo. Simón pensaría, “¡Qué Maestro tan maravilloso es el mío, primero le vi hacer obedecer a los peces del lago, y ahora he visto que hasta los demonios son obedientes a su voz!”

La suegra de Pedro

Jesús salió de la sinagoga, y junto con sus discípulos, fue a la casa de Pedro, donde al entrar, se fijó que la esposa de éste estaba muy triste. “Es que la madre de ella está enferma, pues le ha tomado una gran fie­bre”, dijeron al Señor, rogándole que pasara a ver a la mujer. Jesús entró en el dormitorio, se inclinó hacia la enferma, y tomándola de la mano, reprendió a la fiebre y le levantó. De inmediato, la fiebre dejó a la suegra de Simón, de manera que la que unos momentos antes estaba grave, ahora pudo servir a Jesús y a los demás. Llena de gratitud, ella ordenó la mesa, dándoles de comer, y mientras la miraba, Simón tiene que haber pensado, “En verdad, Jesús me colma de bendiciones, primero en mi barco y ahora en mi propia casa”.

La hija de Jairo

El Señor estaba empezando solamente a manifestar su amor y su poder a Simón, así que antes de dejarlo hoy, nos corresponde presenciar otro milagro más. Después de un viaje por el lago de Genesaret, Jesús llegó nuevamente a las mismas regiones cerca de Betsaida y Capernaum. Allí le salió al encuentro un caballero llamado Jairo quien era príncipe de la sinagoga. Postrándose a los pies del Señor, éste le rogó que fuera lo más rápido posible a su casa, pues su hija de doce años estaba a punto de mo­rir. “No temas”, le dijo Jesús, e invitando a Pedro, a Jacobo y a Juan a acompañarle, fue con Jairo.

La niña acababa de fallecer, y la gente que se encontraba en la casa estaba llorando. Algunos incluso se burlaron del Señor cuando dijo que ella dormía, pero Él hizo que todos saliesen, me­nos los padres y los tres discípulos. Entonces entró en la pieza de la ni­ña, y tomándola de la mano, dijo: “Niña, a ti te digo, levántate”. Como quien se despierta de un sueño, se levantó y andaba. Sin duda, Pedro, contemplando a la niña y a sus padres que la abrazaban y al mismo tiem­po expresaban sus agradecimientos al Señor, suspiraría profundamente, pensando cuán grande era el privilegio que él gozaba de conocer y acom­pañar a este bendito Dispensador de bendiciones.

Aplicación

El Señor Jesús aún llama a los pecadores a fin de que dejen sus pecados para aceptarle y andar en grato compañerismo con Él. La lección de hoy demuestra que el Señor libra del poder del diablo, sana la terrible enfermedad del pecado, y da vida a los que están muertos en delitos y pecados.

Preguntas

  1. Después de llenar con peces el barco de Simón, ¿qué misión nueva encomendó Jesús a éste?
  2. A fin de enseñar unas lecciones inolvidables a Pedro, ¿para dónde lo llevó el Señor?
  3. Cuenten de los tres milagros de que hemos hablado hoy.
  4. ¿Qué es lo que aprendemos por el caso del endemoniado? ¿de la suegra de Pedro? ¿de la niña muerta?
  5. ¿Quiénes pueden tener el gran privilegio de andar hoy con Jesús? ¿qué es menester hacer para acompañar al Salvador ahora?

 

117 Andando sobre las aguas

Estudio de parte del maestro: Mateo 14.13 al 34, 6.30 al 54, Juan 6.14 al 21

Lectura con la clase: Mateo 14.22 al 34

Texto para aprender de memoria— los menores: Hebreos 7.25, Jesús puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios    los mayores: Hebreos 7.25

Introducción

El Señor, después de sanar a la suegra de Pedro, envió a sus discípulos a predicar el evangelio. Al cumplir aquella misión, ellos volvieron a Él y le contaron de cómo habían sanado a enfermos, lanzado demonios, y sus demás actividades. Fue muy grato para el Señor escuchar todo aquello, pero Él sabía que sus discípulos estaban cansados. Por ese motivo les propuso que fueran a un lugar desierto a fin de descansar un poco. Entra­ron pues en un barco para atravesar el lago de Genesaret, pero las gen­tes, adivinando el propósito de Jesús, fueron adelante a pie y llegaron antes que Él. Al salir del barco, mirando a la multitud, el Señor se com­padeció de ellos, y en vez de descansar, les enseñó.

Les alimentó milagrosamente, usando solamente unos panes y pececillos. Acabada la comida, Él despidió a las gentes, y diciendo a sus discípulos que fueran adelante en el barco, quedó solo en el monte donde se puso a orar a Dios. Con estas palabras introductorias, llegamos al momento de la historia de hoy, de modo que ahora miraremos hacia los discípulos a fin de ver cómo les fue en su viaje.

La grande tempestad

Era la tarde del día cuando partieron, y teniendo deseos de llegar pronto a Betsaida, pueblo que distaba solamente 16 kilómetros, iban remando fuertemente. Se puso el sol y por el hecho de que el lago de Gene­saret se halla en un hoyo profundo, rodeado de cerros, los discípulos se encontraban en una oscuridad densa. Comenzó a soplar un viento helado, y ya que descendía desde la cumbre de los cerros, azotaba el agua con una fuerza espantosa. Dentro de minutos, la superficie calmada del lago fue transformada en verdaderos cerros de agua. Los discípulos en sus labores de pescadores habían llegado a conocer la furia del lago, y les parecía que su frágil barquito luego se hundiría.

La llegada oportuna de Jesús

Pensando en el peligro inminente de ellos, lo más natural sería que preguntáramos “¿Pero acaso Jesús no sabía que sus siervos iban a pere­cer?” Sí, Él todo lo sabía, y partiendo del monte se apresuró en llegar a su lado. Con paso seguro el Señor anduvo majestuosamente sobre las aguas, pues la tempestad no le infundió temor alguno. De repente, los discípulos le divisaron, pero mirándole a través de la oscuridad y las olas gigantescas, creyeron que era fantasma, y dieron voces de miedo. Dulce a sus oídos tiene que haber sido la respuesta del Maestro: “¡Tened ánimo; yo soy, no temáis!”

Pedro anda sobre las aguas

Las palabras de Jesús llegaron de tal manera hasta el corazón afectuoso de Pedro que éste sintió deseos de trasladarse inmediatamente al lado de su Salvador. Por esto fue que dijo: “Señor, si eres Tú, manda que yo vaya a ti sobre las aguas”. Jesús respondió, “Ven”, y Pedro, abandonando el barco, andaba sobre las aguas para ir a Él. Podemos imaginarnos la sorpresa de los otros discípulos, y el susto de ellos cuando Pedro, dejando de mirar hacia Jesús, y mirando más bien las olas, em­pezó a hundirse. “¡Señor, sálvame!” gritó, y Jesús, listo como siempre para socorrer, extendiendo la mano, trabó de él, y ambos subieron en el barco. Inmediatamente, el viento se sosegó, y pronto llegaron a la tierra adonde iban.

Aplicación

Desde el monte alto, Jesús vio el peligro en que se hallaban sus discí­pulos y les fue a socorrer y salvar. De la misma manera hoy Él mira desde el cielo a los pecadores que están a punto de perecer en sus peca­dos. Mediante el evangelio se acerca para quitarles su temor y librarles de la tempestad en que Satanás les tiene medrosos. Extendiendo aún su mano potente, Él salva a todo pecador que le clama diciendo, “Señor sálvame”.

Preguntas

  1. Después de alimentar a los cinco mil en el monte, ¿para dónde en­vió Jesús a sus discípulos?
  2. Entre tanto que los discípulos iban en el barco, ¿qué hacía el Señor en el monte?
  3. Cuenten de la tempestad que azotó el barco y la manera en que Jesús llegó hasta los suyos.
  4. ¿Por qué empezó a hundirse Pedro después de haber andado sobre las aguas?
  5. ¿En qué sentido está todo pecador en un caso parecido al de Pedro? ¿Por qué medio se acerca el Señor a nosotros hoy?

118 La confesión de Pedro

Estudio de parte del maestro: Mateo 16.1 al 23

Lectura con la clase: Mateo 16.13 al 20

Texto para aprender de memoria— los menores: 1 Corintios 3.11

los mayores: 1 Pedro 2.6

Introducción

En la lección de hoy, no nos ocuparemos de un milagro hecho por Jesús, sino de un gran secreto que Él reveló a Simón Pedro. Puesto que los ju­díos lo rechazaban con indiferencia, Jesús se alejó de ellos. Después de largo viaje hacia el norte, salió fuera de los términos de Israel a una parte que correspondía a los gentiles. Aquel lugar que el Señor escogiera estaba muy cerca del Monte Hermón, cuya cumbre estaría cubierta de nieve; cerca también del origen del histórico río Jordán cuyas aguas co­rrían hacia las tierras áridas del sur.

Las dos preguntas de Jesús

A fin de revelar el secreto a Pedro, Jesús preguntó primero a todos los discípulos sobre las opiniones que la gente tenía acerca de su persona, diciendo: “¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?” Ellos contestaron que había muchos pensamientos diferentes, pues algunos opinaban que Él podía ser Juan el Bautista, o Elías, o Jeremías, o algún otro de los profetas. Esto demostraba que había mucha indiferencia entre el pueblo pese a que Juan Bautista, hacía un año y medio, había declarado abiertamente que Jesús era el Mesías. También Jesús mismo había cami­nado por todas las ciudades y aldeas anunciando el evangelio, Lucas 8:1.

Dirigiéndose nuevamente a los discípulos, Jesús formuló otra pregunta, diciendo: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?” Esta vez Simón Pedro estaba listo para responder, pues el Padre celestial ya le había hecho comprender quien era su Señor, de modo que dijo: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”. Contestándole, Jesús le dijo: “Yo también te digo, que tú eres Pedro”, así confirmando lo que le había dicho en su pri­mer encuentro con Él, cuando en forma profética le dijo: “Tú serás llama­do Cefas” (forma aramea del nombre Pedro, y que quiere decir “piedra”).

El nuevo edificio

En seguida el Señor habló de otra piedra, una roca grande en ver­dad, sobre la cual Él iba a edificar un templo para Dios. Este templo, llamado la iglesia, sería fundado no sobre Pedro, como muchos creen, sino sobre la piedra grande. Esta es Jesús como Hijo del Dios viviente, quien después de muerto sería resucitado triunfante sobre todo el poder de Satanás. Es como si Jesús dijera a Pedro: “Yo voy a edificar un gran templo y te voy a poner en él. Este templo será compuesto de piedras, pero serán piedras vivas, es decir, las personas que me acepten a mí como a su Salvador. Todo el poder de Satanás (las puertas del Hades) no prevalecerá contra mi iglesia”.

Además, le dice el Señor, te voy a entregar algunas llaves, no llaves literales por supuesto, sino llaves que usarás para admitir personas al reino de los cielos. Estas llaves eran las predicaciones que Pedro ha­bía de hacer. Más tarde, cuando estudiemos acerca del día de Pentecos­tés, veremos cómo Pedro utilizó la primera llave para abrir la puerta del reino de los cielos a los judíos. Después, al ir a la casa de Cornelio, hizo igual cosa para los gentiles.

Aplicación

Jesús, y no los hombres, edifica su iglesia. Esta iglesia no es un edi­ficio de madera, de adobes, ni cosa semejante, sino que se compone de almas salvadas por la obra de Jesús, las cuales se describen como pie­dras vivas. Una vez que el último pecador que ha de pertenecer a este edificio haya sido salvado, el Señor vendrá al aire para llevar su iglesia al cielo. Los no salvados serán dejados en sus pecados. Hoy la puerta de salva­ción está abierta para todos, pero de un día a otro Dios la cerrará. ¿Cuáles de los alumnos son piedras vivas, y cuáles aún están muertos en sus delitos y pecados? (Véanse 1 Pedro 2:5, Efesios 2:21,22).

Preguntas

  1. ¿A qué parte del país llevó Jesús a sus discípulos?
  2. ¿Cuáles fueron las dos preguntas que el Señor hizo a ellos?
  3. Cite la declaración o confesión de Pedro.
  4. ¿Qué cosa iba a edificar el Señor según lo que manifestó a Simón Pedro? ¿Qué cosas iba a entregar a éste?
  5. ¿Quiénes son los miembros de la iglesia del Señor Jesús? ¿A qué cosa son comparados éstos?

 

119 Pedro en el monte

Estudio de parte del maestro: Mateo 16.24 al 28, 17.1 al 9, Marcos 9.1 al 9, Lucas 9.27 al 36

Lectura con la clase:  Mateo 17.1 al 9, 2 Pedro 1.16 al 18

Texto para aprender de memoria— los menores: Mateo 17.5, Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia, a Él oíd

los mayores: 2 Pedro 1.16

Introducción

Como veíamos en la última lección, Jesús, rechazado ya por los judíos, acababa de explicar a Pedro que Él iba a tener un pueblo nuevo, a saber, su iglesia que estaría compuesta de piedras vivas. En los últimos versí­culos del capítulo 16 de Mateo leemos algunas advertencias que Jesús hacía a sus discípulos, manifestándoles que ellos también serían rechaza­dos y perseguidos. A la vez les animó con promesas de premios preciosos que Él les daría cuando volviera para establecer su reino.

Finalizó su mensaje con las siguientes palabras: “De cierto os digo que hay algunos de los que están aquí, que no gustarán la muerte, hasta que hayan visto al Hijo del Hombre viniendo en su reino”. Pasó toda una semana después que Jesús hizo aquella declaración sorprendente, declaración que los discípulos no comprendieron, pero que nosotros llegaremos a comprender siguiendo el relato del capítulo siguiente.

Los discípulos suben al monte con Jesús

El primer cuadro que se nos presenta es de cuatro hombres que van su­biendo hacia la cumbre de un monte; son el Señor Jesús, Pedro, Juan y Jacobo. Habiendo expresado su deseo de apartarse de la gente a fin de ocuparse en la oración, el Señor invitó a estos tres discípulos a acompa­ñarle. Aunque ellos no lo sabían, el propósito de Jesús en llevarles a aquel lugar solitario era para mostrarles la gloria de su reino venidero en el cual ellos participarían. El monte era muy alto, así que el día ya declinaba y el sol estaba por ponerse cuando por fin llegaron al sitio adon­de Jesús les llevaba. Aun cuando ninguno de los evangelistas dice que la transfiguración tuvo lugar de noche, Lucas lo insinúa en el versículo 37 del capítulo 9. Allí dice “Al día siguiente, cuando descendieron del monte”.

Jesús es transfigurado

Era la costumbre del Señor pasar largos ratos, a veces noches enteras, en oración delante de su Padre. En esta ocasión, mientras Él oraba, los tres discípulos, cansados después de la subida, se quedaron dormidos. Entre tanto que Jesús oraba, la apariencia de su rostro se hizo otra, y sus vestidos se pusieron blancos y resplandecientes. Aparecieron dos va­rones, a saber, Moisés y Elías, quienes conversaban con Él acerca de su muerte que debía realizar dentro de poco en la cruz. Era un cuadro pre­cioso, y una conversación de sumo interés y provecho, pero los discípu­los nada vieron, pues dormían.

Se despiertan los discípulos

De repente los tres se despertaron. Donde leemos en Lucas 9:32, “Mas permaneciendo despiertos”, otras versiones dicen, “Al despertar”, “y como despertaron”, “mas habiendo sacudido el sueño”. Asustados, vieron la majestad de su Señor y a los dos varones que estaban con Él. Inmediatamente los conocieron, y Pedro, casi sin saber lo que decía, dijo: ‘Señor, bueno es para nosotros que estemos aquí; si quieres, hagamos aquí tres enramadas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.’ Antes que Pedro terminara de pronunciar estas palabras, una nube cubrió, en forma repentina, a Moisés y Elías, quitándoles de vista. Desde la nube se dejó oir la voz de Dios Padre quien exclamó: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oíd”. Los tres discípulos, llenos de miedo, cayeron sobre sus rostros, pero Jesús les levantó, y al mirar a su alrededor, vieron que solamente Él estaba con ellos.

Aplicación

Jesús quiso animar a sus discípulos, haciéndoles ver en miniatura lo que sería la gloria futura, hecho que también sirve para nuestra enseñan­za. Vemos que los salvados se conocerán en el cielo. En Apocalipsis 21:23 leemos que la ciudad celestial no tendrá necesidad de sol ni de luna, porque la gloria de Dios la ilumina, y el Cordero es su lumbrera.

Moisés es figura de los creyentes muertos que serán resucitados, mien­tras que Elías, que fue trasladado al cielo sin morir, es figura de los creyentes que estarán vivos cuando Jesús venga a llevarles a la gloria. El gran tema del cielo será el Señor Jesús y su muerte, pues los salvados cantarán alabanzas a Él, Apocalipsis 5:9 al 10. Es de notar que ninguna per­sona no salvada vio la transfiguración en el monte, hecho que nos recuer­da que ningún pecador no perdonado verá el cielo.

Preguntas

  1. ¿A quiénes llevó Jesús al monte?
  2. Nombren a los dos varones que aparecieron en el monte. ¿De qué cosa conversaron con Jesús?
  3. ¿Qué fue lo que Pedro quiso hacer en el monte?
  4. ¿Qué es lo que nos enseña esta escena en cuanto al cielo y el reino futuro de Jesús?
  5. ¿De quién es figura Moisés? ¿y Elías?

 

120 Zarandeado como a trigo

Estudio de parte del maestro: Mateo 26.57 al 75, Lucas 22.31 al 62, Juan 18.15 al 27

Lectura con la clase: Lucas 22.31 al 34, 54 al 62

Texto para aprender de memoria— los menores: Romanos 5.9, Justificados en su sangre, por Él seremos salvos de la ira

los mayores: Romanos 5.10

Introducción

Vamos a pasar por alto algunos capítulos en la vida de Simón Pedro desde aquella noche memorable cuando, junto con Juan y Jacobo, él vio la majestad de su Señor en el monte de la transfiguración. Llegó la noche anterior a la crucifixión de Jesús, y Él, en compañía con sus discípulos, celebró la pascua, a saber, aquella fiesta en la que los israelitas conme­moraban su liberación de la esclavitud en Egipto. Uno de los discípulos, llamado Judas Iscariote, ya se había comprometido de entregar a Jesús a sus enemigos, y éstos le iban a pagar treinta piezas de plata. Terminada la pascua, el traidor se levantó de la mesa y salió a fin de llevar a cabo su designio malvado.

Jesús advierte a Pedro

Jesús, que desde antes conocía los tristes acontecimientos de aquella noche, miró a Simón Pedro y le dijo: “Simón, Simón, he aquí Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo; pero yo he rogado por ti, que tu fe no falte; y tú, una vez vuelto, confirma a tus hermanos”. Pedro no se daba cuenta de su propia debilidad, ni del poder del diablo, y lleno de con­fianza en sí mismo, él contestó diciendo que estaba dispuesto a acompa­ñar al Señor a la cárcel y aun hasta la muerte. Jesús le advirtió que esa misma noche iba a sufrir una grave caída, pues por tres veces negaría conocerlo.

El Señor condujo a sus once discípulos al huerto de Getsemaní, lugar adonde Él solía acudir para orar. Llegados allí, Je­sús dejó a ocho discípulos a esperarle, permitiendo que Pedro, Juan, y Jacobo fueran más adentro. Entonces, separándose un poco de éstos, se postró en oración a Dios. Al dejar de orar, Jesús volvió a los suyos, y en esos momentos llegó Judas, el traidor, con un grupo de hombres armados para prender al Señor.

Jesús es prendido y Pedro lo niega

Pedro llevaba una espada y deseó proteger con ella a su Maestro, pero Jesús se lo prohibió, y entregándose en manos de los malvados, fue lle­vado al palacio del pontífice. Los discípulos, aterrados, huyeron, pero después Juan que conocía al pontífice, fue y entró en el palacio. Pedro amaba a Jesús en verdad, y aunque tenía mucho temor, dijo dentro de sí: “Yo le voy a seguir para ver qué es lo que le va a pasar”. De lejos, pues, siguió al Señor, y al llegar a la puerta del palacio, Juan consiguió que lo admitieran. Desde su puesto, Pedro alcanzaba a ver a Jesús, pero tal vez por falta de valentía no se acercó a Él.

Siendo helada la noche, tomó asiento cerca del fuego que habían prendido los servidores del pon­tífice. Allí fue donde Pedro empezó a sufrir las burlas de los enemigos de Jesús. Uno tras otro se mofaron de él, profiriéndole palabras de des­precio hasta que por tres veces él negó ser de Jesús, diciendo que ni le conocía. De repente oyó cantar el gallo, y ya que esta era la señal de que Jesús le había hablado, Pedro se acordó de las palabras de su amante Salvador, y tornando su vista hacia Él, vio que Jesús le miraba. Fue una mirada de tierno amor que quebrantó el corazón de Pedro. Ya no podía soportar más; acababa de negar por tres veces a su amado Señor, así que humillado y contrito, salió del palacio llorando amargamente.

Aplicación

Pedro negó a su Señor, pero éste, manifestando su amor, murió por su discípulo. Aparte de aquella muerte de Jesús, Pedro nunca podría haber sido salvado ni restaurado. Lo mismo hizo Jesús por nosotros, pues tam­bién murió por nuestros pecados. Aun cuando fue traicionado por un amigo falso, negado por un amigo verdadero, y abandonado por todos, no vaciló sino entregó su vida a fin de proveer salvación para los pecadores. Los jóvenes que se reconozcan por pecadores perdidos y deseen tener a este Salvador, pueden saber que Él murió por ellos. Creyendo en Él, serán salvados con una salvación perfecta y eterna.

Preguntas

  1. Mientras los discípulos comían la pascua con Jesús, ¿qué adverten­cia hizo Este a Pedro?
  2. Después que los malvados habían prendido a Jesús en el huerto de Getsemaní, ¿para dónde lo llevaron?
  3. ¿Quiénes eran los dos discípulos que siguieron al Señor al palacio del pontífice?
  4. Cuenten lo que sucedió allí.
  5. Después que Pedro había negado a su Maestro, ¿qué hizo Jesús por él? ¿y por nosotros?

121 Una nueva misión es encomendada a Pedro

Estudio de parte del maestro: Marcos 16.1 al 7, Juan 20.1 al 10, Juan 21, 1 Corintios 15.5

Lectura con la clase: Juan 21.1 al 19

Texto para aprender de memoria— los menores: Apocalipsis 3.20, He aquí, yo estoy a la puerta y llamo

los mayores: Apocalipsis 3.20

Introducción

Bien podemos imaginarnos la angustia de Pedro, pues de ninguna ma­nera quiso negar a su amado Salvador. Él pasaría la noche sin dormir, y al día siguiente, cuando Jesús fue crucificado, Pedro sería uno de aque­llos que contemplaban la cruz desde lejos. Jesús murió, y los días siguientes tienen que haber sido casi insoportables para Simón Pedro, tan grande era su remordimiento. Pero al amanecer del tercer día, María Magdalena llegó con noticias sorprendentes. Ella había salido muy tem­prano a la tumba, de donde volvió inmediatamente diciendo que alguien había quitado la piedra grande del sepulcro, y que el cuerpo de Jesús no estaba dentro.

Al saber esto, Pedro, acompañado por Juan, corrió al sepulcro, miró adentro, y después, entró. “Es verdad”, dijo dentro de sí, “Jesús no está”. Puesto que no lo hallaba, volvió con Juan a juntarse con los demás discípulos. No sabemos a qué hora ni dónde, pero en aquel mismo día de la resurrección, Jesús apareció a Pedro. En la entrevista que sostuvieron, éste confesó su pecado al Señor, y fue perdo­nado, de manera que volvió a gozar de la comunión con Él.

Los discípulos esperan a Jesús en Galilea

El Señor Jesús mandó a sus discípulos que fueran al norte hasta Galilea, a fin de esperarle allá. Por este motivo, ellos se hallaban a la ribera del mar de Tiberias, lugar donde Jesús había efectuado grandes milagros. Parece que se cansaron esperando la llegada de su Señor, pues por fin Pedro, siempre el más impetuoso, les dijo, “Voy a pescar”, a lo que contestaron, “Vamos nosotros también contigo”. Entraron en un barco y trabajaron toda la noche sin pescar nada.

Tiene que haber sido grande su sorpresa cuando temprano por la mañana una voz desde tierra les alcanzó con la siguiente pregunta, “Hijitos, ¿tenéis algo de comer?” Era el Señor que había llegado, y ellos no estaban esperándole. Con vergüenza tuvieron que confesarle que no tenían nada. En vez de reprocharles, les dijo que echaran la red a la mano derecha del barco, y allí hallarían. Al ver la grande cantidad de peces, Simón Pedro recordaría la pesca milagrosa que Jesús le dio unos años antes, y deseoso de ponerse al lado de su Sal­vador, se echó al mar y luego llegó a la orilla. Con más lentitud vinieron los otros discípulos, trayendo la red llena de peces.

Al llegar, vieron que Jesús no necesitaba de éstos, pues Él ya había preparado un buen desa­yuno para ellos. Es muy posible que Pedro, al sentarse a orillas del fuego, se acordara de aquella noche negra cuando se sentó con los siervos del pontífice. Cuán agradecido estaría por el hecho de estar nuevamente al lado de su Señor.

Las tres preguntas de Jesús

Terminado el desayuno, Jesús miró a Pedro, y delante de todos los discípulos, le preguntó acaso le amaba más que ellos. Es que antes de negar al Señor, Pedro había afirmado que aun cuando todos los demás podrían negarle, él no lo haría nunca. Pedro negó a su Salvador por tres veces; Jesús le pregunta por tres veces sobre su amor. Por fin Pedro, entristecido y humilde, exclama, “Señor, tú lo sabes todo; (pese a haber­te negado tan infielmente) tú sabes que te amo”. A este siervo, contrito y sumiso, Jesús le encomienda una misión nueva, a saber, de apacentar sus corderos y ovejas, labor que estudiaremos más adelante si Dios lo permite. Terminando la conversación, el Señor advierte a Pedro de la muerte de mártir que un día sufrirá con fidelidad. Indudablemente estas palabras tienen que haber sido de gran estímulo a aquel apóstol en los años de su servicio.

Aplicación

El Salvador que murió por nuestros pecados resucitó al tercer día. Aun­que no aparezca hoy como apareció a Pedro, sin embargo, por medio del evangelio se acerca al pecador. Le cuenta de su amor y sufrimientos, rogando a éste que le dé cabida en su corazón. Lo que Jesús desea es cautivar los afectos del pecador a fin de salvarle, y a continuación usarle para esparcir el evangelio y cuidar de los corderos y las ovejas de su re­baño. Los que confiando en Él, le sirven fielmente, serán premiados cuando Él aparezca cual Príncipe de los pastores, 1 Pedro 5.4

Preguntas

  1. En el día de la resurrección, ¿a cuál de los apóstoles apareció el Señor Jesús?
  2. ¿En qué parte debieron los apóstoles esperar a Jesús?
  3. Mientras esperaban al Señor, ¿qué hicieron los discípulos? Cuente lo que pasó cuando Jesús llegó.
  4. ¿Cuál fue la pregunta que Jesús hizo por tres veces a Pedro? ¿Cuál fue la última respuesta de éste?
  5. ¿De qué manera nos aparece y nos habla hoy el Señor?

 

122 Pentecostés: Pedro utiliza sus llaves

Estudio de parte del maestro: Hechos capítulos 1 y 2

Lectura con la clase: Hechos 2.1 al 8, 14 al 16, 22 al 24, 36 al 42

Texto para aprender de memoria— los menores: Marcos 1.15, El reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio

los mayores: Hechos 17.30

Introducción

El último encuentro nuestro con Simón Pedro fue cuando le vimos a orillas del Mar de Tiberias, lugar donde Jesús le encomendara la labor de apacentar sus corderos y ovejas. Después el Señor acompañó a los suyos por algún tiempo, y antes de ascender al cielo, les mandó que no se fuesen de Jerusalén hasta que descendiese el Espíritu Santo, a quien Él enviaría a ellos. Obedientes a este mandamiento de su Señor, los discípulos esperaron, aprovechando bien el tiempo en la oración. Diez días después de la ascensión de Jesús llegó el día de Pentecostés, uno de los días festivos de los judíos. Es con aquel día que nos ocuparemos hoy.

Viene el Espíritu Santo

Estando todos los discípulos juntos, de repente se oyó un ruido fuerte como de un viento recio que entró en la casa. En el mismo instante, se aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, que se asentaron sobre cada uno de los discípulos. Si hubiéramos sido espectadores de aquel mi­lagro, sin duda nos habríamos asustado un poco, dándonos cuenta de lo sobrenatural del suceso, especialmente al ver los resultados. Precisa­mente en aquellos días había millares de judíos del extranjero, quienes, pese al hecho de vivir fuera de los límites territoriales de Israel, habían acudido a Jerusalén a fin de celebrar la fiesta de Pentecostés. Al saber que algo muy extraordinario sucedía, éstos se juntaron, quedando perple­jos ante las palabras de los discípulos, pues uno tras otro se levantaron para hablar las maravillas de Dios.

Podemos imaginarnos lo que tiene que haber sucedido: uno de los oyentes, muy agitado, tomaría a su com­pañero del brazo, diciéndole, “Oye, ¿te das cuenta? Ese hombre está hablando en nuestro idioma”. De veras”, contestaría el otro, “pero, ¿cómo puede ser, pues él no es de Mesopotamia, y cómo sabe hablar así?” Al dejar de hablar el primer discípulo, se levantaría otro para ha­blar en el idioma de los medos, y así por el estilo los discípulos, uno tras otro, hablaron hasta que todos los representantes de las diferentes naciones oyeron la Palabra de Dios. También estaban presentes algunos judíos de Jerusalén y Judea, y puesto que éstos no entendieron lo que se decía, se burlaron de los discípulos diciendo que estaban ebrios.

El mensajero

Ahora es cuando Simón Pedro se levanta, su cara radiante, y en pocas palabras les hace ver que los discípulos no están ebrios, sino llenos del Espíritu de Dios. Nos causa admiración la facilidad con que este fer­viente discípulo cita profecías del Antiguo Testamento. Su valentía es sobresaliente, pues muchos de sus oyentes son los mismos que siete se­manas antes pidieron la muerte de Jesús. Sin embargo, Pedro, culpán­doles de la crucifixión, les predica tan solemne y convincentemente que se alarman, y compungidos de corazón, dicen a Pedro y a los demás apóstoles, “Varones hermanos, ¿qué haremos?” Pedro les dice que tie­nen que arrepentirse y ser bautizados para que sean perdonados. Pedro, el pescador de hombres, tomó muchos peces aquel día, pues leemos que como tres mil personas recibieron su palabra.

Aplicación

Hace algunas semanas leímos las palabras de Jesús donde dijo que iba a edificar su iglesia. Aquí vemos el comienzo de aquel trabajo, el que dependía de la venida del Espíritu Santo quien solo podía unir a los cre­yentes en un solo edificio espiritual.

Aquí vemos también el cumplimiento en parte de las palabras de Jesús a Pedro acerca de las llaves del reino de los cielos. Empleando la llave llamada “el arrepentimiento”, aquel apóstol abrió la puerta para los judíos, y tres mil personas entraron. Desde aquel día, millones de pe­cadores han pasado dentro, pero sabemos que el Señor viene luego y al venir, cerrará la puerta dejando los no salvados fuera para siempre.

Preguntas

  1. Cuenten cómo fue el descenso del Espíritu Santo en el día de Pente­costés.
  2. ¿Para qué quiso Dios que los discípulos hablaran diferentes idiomas aquel día?
  3. Después que Pedro había terminado su predicación, ¿qué pregunta hicieron las multitudes?
  4. ¿Cuántos judíos fueron salvados? ¿cómo manifestaron su fe en Jesús?
  5. ¿Cuándo va a ser cerrada la puerta de salvación?

 

123 Pedro y el cojo

Estudio de parte del maestro: Hechos 3.1 al 26, 4.1 al 31

Lectura con la clase: Hechos 3.1 al 11

Texto para aprender de memoria— los menores: Hechos 3.19, Así que, arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados

los mayores: Hechos 5.31

Introducción

Nuestra última lección nos contaba cómo tres mil personas se convir­tieron al Señor Jesús por la predicación que hizo Pedro en el día de Pen­tecostés. Hoy nos corresponde leer de un cojo que este siervo del Señor sanó, milagro que le proporcionó otra oportunidad magnífica para pre­dicar el evangelio.

La escena

Cierto día mientras Pedro y Juan subían al templo donde solían orar todas las tardes, se encontraron con un hombre de unos cuarenta años que jamás había andado, pues nació cojo. Este se hallaba al lado de la puerta llamada la Hermosa, puerta de 18 metros de ancho y 24 de alto, hermosamente revestida de bronce costoso de Corinto, de oro, y de plata. Esto acentuaba la pobreza y miseria de aquel enfermo que pedía limosnas a la gente que entraba en el templo.

Viendo a Pedro y a Juan que se acer­caban, puede haber pensado que le darían algo, pero al oir las palabras de Pedro, se desvanecerían sus esperanzas. Aquel apóstol le dijo: “No tengo plata ni oro”. Sin embargo, en el mismo momento volvería a cobrar ánimo porque Pedro, extendiéndole la mano, dijo: “Pero lo que tengo te doy: en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda”. De inme­diato el hombre se puso en pie, y entró con ellos en el templo, saltando y alabando a Dios. Naturalmente, tan sorprendente milagro llamó la atención de las multitudes que acudían al templo, y dentro de pocos mi­nutos éstas se congregaron alrededor de los dos apóstoles y su nuevo compañero.

El sermón en el pórtico de Salomón

El lugar en donde se hallaban era llamado el pórtico de Salomón. Era un corredor alto y espacioso, con una doble hilera de columnas corintias de mármol blanco. Pocas semanas antes, Jesús mismo había predicado allí y los judíos habían tratado de apedrearlo, Juan 10:23,31. Ahora es Pedro quien tiene la oportunidad de presentar el mensaje de salvación. Lo hace con claridad y valentía, diciendo a sus compatriotas que el milagro no se debe a ninguna virtud propia de él ni de Juan, sino que es por la fe en el nombre de Jesucristo, a quien ellos rechazaron y mataron, pero a quien Dios resucitó de los muertos. “Así que”, dice Pedro, “arrepentíos y convertíos para que sean borrados vuestros pecados. A vosotros primeramente, Dios habiendo levantado a su Hijo, lo envió para que os bendi­jese, a fin de que cada uno se convierta de su maldad”.

Los resultados de aquel mensaje fueron grandes, pues en el capítulo que sigue leemos que muchos creyeron, y fue el número de los varones como cinco mil. Tam­bién se suscitó una persecución en contra de los apóstoles, de modo que los adversarios del Señor echaron a Pedro y Juan en la cárcel. Pero al día siguiente éstos, después de predicar el evangelio a sus jueces, fueron sueltos y volvieron a los suyos con quienes alabaron a Dios por su cuida­do.

Aplicación

Al igual que el cojo, nosotros nacimos pecadores, con una naturaleza que nos incapacita para servir a Dios. Indignos de sus bendiciones, habríamos quedado para siempre excluidos de la gloria a no haber sido por la muerte y resurrección de Jesús. Una conversión verdadera muchas veces sirve para despertar interés en otros, atrayéndoles al Salvador. Tal como sucedió cuando el cojo creyó a Pedro, el pecador es salvado cuando cree el evangelio.

Preguntas

  1. ¿Qué fue lo que el cojo pensó recibir de parte de Pedro y Juan?
  2. ¿Qué le dijo Pedro?
  3. A raíz del milagro, ¿qué fue lo que sucedió en el templo?
  4. En su predicación, ¿qué cosa anunció Pedro que debían hacer sus oyentes a fin de ser perdonados?
  5. ¿De qué manera es el cojo figura del pecador?

 

124 Pedro en la casa de Cornelio

Estudio de parte del maestro: Hechos capítulo 10 y 11.1 al 18

Lectura con la clase: Hechos 10.1 al 16, 19, 23 al 27, 34, 35, 42 al 44

Texto para aprender de memoria— los menores: Hechos 10.43, Dan testimonio todos los profetas, que todos los que en Él creyeren, recibirán perdón de pecados

los mayores: Hechos 10.43

Introducción

El Señor Jesús llamó a Simón Pedro para ser pescador de hombres. Al comienzo, pescaba en Judea, Galilea y Samaria, pero hoy veremos cómo fue enviado hasta la ciudad de Cesarea para echar la red del evangelio en aguas gentiles.

Cornelio, el centurión romano

Puesto que los romanos habían conquistado la tierra de Palestina, ellos dejaron allí un ejército de ocupación. Hoy vamos a conversar acerca de un oficial llamado Cornelio quien, siendo centurión, tenía bajo su mando a cien sol­dados. El hecho de que pertenecía a la compañía que se llamaba la Italiana indica que era de la nobleza. Por lo que Lucas nos relata, compren-demos que era una muy buena persona, pues oraba siempre, hacía obras de caridad, y temía a Dios.

Cierto día este caballero se encontraba orando en su casa a las 3:00 p.m. cuando se le apareció un ángel con vestido resplandeciente. Atemorizado, Cornelio le preguntó qué era lo que desea­ba. El ángel respondió, diciéndole que debía enviar por Pedro quien le explicaría el evangelio a fin de que él y su familia pudieran ser salvos. Obediente a la voz de Dios, Cornelio llamó inmediatamente a tres siervos suyos, les contó lo que había sucedido, y los envió a Jope por el apóstol.

La visión de Pedro

Antes que esto sucediera, Pedro ya había llegado a Jope, pueblo situado en la costa a unos 65 kilómetros de Cesarea. Los siervos de Cornelio tie­nen que haber pasado la noche en alguna parte, siguiendo su camino al día siguiente. Antes que llegasen, el Señor debía enseñar una lección inol­vidable a Pedro, de modo que nos trasladaremos ahora a la casa en donde él se hospedaba. Quedaba a orillas del Mar Mediterráneo, y era de techo plano. Cerca del mediodía, Pedro subió a la azotea para orar. Estando allí, a solas con Dios, vio una visión de las más extraordinarias. Descendió del cielo algo semejante a un gran lienzo que, pendiente de sus cuatro puntas, bajaba a la tierra. En este lienzo había toda clase de ani­males, de reptiles y de aves.

Mientras Pedro, extrañado, lo contemplaba, oyó una voz que le mandaba matar y comer. Según la ley de Moisés, era inadmisible que un judío comiera ciertas clases de carne, pues algunos animales eran considerados inmundos. No obstante, la voz dijo a Pedro que él no debía llamar común aquello que Dios había limpiado. Dos veces más él vio descender el extraño lienzo. Pedro aún no comprendía la vi­sión, pero en esto llegaron los tres siervos de Cornelio, y bajando por la escala, él les introdujo en la casa. El Espíritu dijo: “No dudes de ir con ellos”, así que al día siguiente, acompañado por seis hermanos de Jope, emprendió el viaje a Cesarea.

Pedro usa otra llave: los gentiles son admitidos al reino

Al otro día, llegaron a la casa de Cornelio donde hallaron que éste había juntado a sus parientes, amigos y siervos, muy deseosos todos de oir la palabra de Dios. Pedro saludó a Cornelio, entró con él en la casa, y des­pués de una breve introducción, presentó el evangelio al auditorio. Estos ya sabían algo acerca de Jesús, pero nunca antes habían escuchado el mensaje que explica la salvación que Él ha provisto mediante su muerte. Todos escuchaban con tanto interés que cuando Pedro finalizó su mensaje diciendo: “De éste (Jesús) dan testimonio todos los profetas, que todos los que en Él creyeren, recibirán perdón de pecados”, todos creye­ron de corazón en Jesús, y fueron salvos y llenos del Espíritu Santo.

Aplicación

Acabamos de ver como Pedro abrió la puerta del reino de los cielos para los gentiles. Antes vimos como él, después de su predicación en el día de Pentecostés, utilizó la llave llamada el arrepentimiento, y tres mil judíos, cruzando el umbral, aceptaron al Señor. Ahora la llave que el apóstol usa se llama la fe, pues él dice: “Todos los que en Él creyeren, recibirán perdón de pecados”, y sus oyentes, depositando su fe en Jesús, entran en el reino, consiguiendo la salvación de sus almas. Es de notar que Cornelio no fue salvado por la visión que tuvo, mucho menos por alguna confesión que hiciera delante del apóstol, ni tampoco por hacer obras de penitencia como hace la gente hoy. Además de esto, cuando Cornelio se postró a los pies de Pedro, éste le levantó, pues rehusó recibir su veneración.

Preguntas

  1. ¿De qué manera habló Dios a Cornelio? ¿qué le dijo que hiciera?
  2. ¿Cómo mostró el Señor a Pedro que él debía acompañar a los siervos del centurión?
  3. Antes que llegara Simón Pedro, ¿qué preparativos había hecho Cor­nelio?
  4. ¿Cómo explicó Pedro del perdón de los pecados? ¿cuántos de sus oyentes creyeron el mensaje?
  5. ¿Cuál fue la llave que Pedro usó? Cite un texto para comprobar esto.

125         Pedro en la cárcel

Estudio de parte del maestro: Hechos 12.1 al 25

Lectura con la clase: Hechos 12.1 al 7

Texto para aprender de memoria— los menores:  Salmo 40.2, Jehová me hizo sacar del pozo cenagoso

los mayores: Salmo 40.1,2

Introducción

En nuestra última lección, vimos como un centurión noble, oyendo el evangelio por boca de Pedro, se convirtió al Señor Jesús. Hoy nos toca ver todo lo contrario; una feroz persecución que suscitara el rey Herodes en contra de los creyentes, y especialmente en contra del apóstol Pedro. Este Herodes era nieto de aquel que mató a los niños de Belén después del nacimiento de Jesús. Tenía muchas de las malas cualidades de su abuelo, y su ambición máxima era de ser popular. Por este motivo Herodes ob­servaba el ceremonial religioso de ellos, cosa que les agradaba mucho. Para congraciarse más con ellos, él suscitó una nueva persecución con­tra los cristianos, en la que mató a Jacobo, hermano de Juan. Podemos imaginarnos la tristeza de los creyentes, ya que Esteban había sido ape­dreado; muchos de los hermanos habían tenido que huir de Jerusalén y Judea, y ahora su amado Jacobo estaba muerto.

Pedro es encarcelado

Viendo que los judíos están muy contentos por el asesinato de Jacobo, Herodes dijo dentro de sí: “Es a Pedro a quien debo matar ahora, porque él es uno de los caudillos de estos cristianos”. Mandó a algunos soldados a buscar al apóstol, y hallado, lo metieron en la cárcel. No fue primera vez que él había estado en aquel lugar, pues dos veces antes fue encarce­lado, y todo el mundo sabía que de alguna manera milagrosa había esca­pado. Herodes resolvió que esto no acontecería por segunda vez, y tomó grandes precauciones. Dieciséis soldados fueron encargados de guardar al preso. Cuatro lo guardaban durante seis horas, luego cuatro más, y así por el estilo durante las 24 horas del día. Pedro estaba enca­denado a dos de sus guardas, el tercero estaba fuera de la puerta, y el cuarto se encontraba en el patio. Pese a circunstancias tan penosas, Pe­dro se acostó muy tranquilo, y se quedó dormido, sabiendo que su Señor cuidaría de él.

Las oraciones son contestadas

Mientras Pedro dormía, sus hermanos en Cristo velaban, habiéndose juntado en una casa para rogar que Dios interviniera para librarle. No se sabe qué fue lo que dijeron en sus peticiones, pero Dios les oyó y se las contestó. Envió a un ángel que descendió rápidamente del cielo, y entrando en la cárcel, despertó a Pedro, diciéndole: “Levántate pronto”. Este, abriendo los ojos, vio una luz resplandeciente y creyó que era una visión, pero obediente, se levantó. Se le cayeron las cadenas, pero los guardas no sintieron el ruido, tan profundo era su sueño.

El apóstol se puso sus sandalias, se vistió y salió en pos de su guía celestial. Los otros soldados tampoco les divisaron mientras salían, y al llegar a la puerta de hierro que conducía a la ciudad, ésta se les abrió de suyo. Aquí el ángel dejó solo a Pedro. Este, como conocía la calle y sentía el aire fresco de la noche, pronto se dio cuenta de que no era visión, sino que Dios le había librado por segunda vez de las asechanzas del enemigo. Di­rigiendo sus pasos hacia la casa de María, la madre de Marcos, relató a los creyentes que se encontraban allí de cómo el Señor le había sacado de la cárcel. Enviando saludos a los demás hermanos, se fue a otro lugar.

Aplicación

Este episodio en la vida de Simón Pedro nos demuestra la confianza que tenía en su Señor, puesto que la noche anterior al día en que iba a mo­rir, Pedro pudo acostarse y dormir sin temor. Tal vez él pensaría en la profecía de Jesús tocante a la muerte de mártir que él debería soportar cuando fuere viejo, Juan 21. De todos modos, su actitud es un vivo ejem­plo del Salmo 4:8 y del Salmo 23:4.

Este pasaje también encierra una lección para el pecador no salvado. Toda persona tal se halla en la cárcel del pecado. Sus pecados le tienen encadenado, su mente está entenebrecida, y Satanás le hace dormir in­consciente del peligro que se cierne sobre él. El ángel que descendió es figura de Jesús, pues vino del cielo trayendo luz y libertad. El pecador es librado del dominio del pecado y del juicio cuando, como Pedro, se levanta de su sueño de pecado para obedecer al Señor y seguirle.

Preguntas

  1. ¿Quiénes fueron los dos primeros mártires de la iglesia?
  2. Al encarcelar a Pedro, ¿qué precauciones tomó Herodes?
  3. ¿Por qué no sintió miedo el apóstol?
  4. Cuente lo que Dios hizo para librar a su siervo.
  5. ¿Qué enseñanza contiene este acontecimiento para los
    que no son salvos?

Serie 9: Los reyes

Ver

126 El reino glorioso de Salomón

Estudio de parte del maestro: 1 Reyes 1.32 al 40, 3.1 al 15

Lectura con la clase: 1 Reyes 1.32 al 40

Texto para aprender de memoria— los menores: Proverbios 29.25, El que confía en Jehová será exaltado

los mayores: Proverbios 27.12

Introducción

Comenzando desde hoy, volveremos a estudiar en el Antiguo Testamento, donde las últimas lecciones que tuvimos eran sobre la vida de David. En el tiempo de que habla la lección de hoy éste era ya viejo y no podía gobernar al pueblo como había hecho durante cuarenta años. Dios había indicado que Salomón debía ser el sucesor de David, 1 Crónicas 22:9, pero Adonías, otro hijo de David, deseaba ser rey, y con la colaboración del general Joab y el sacerdote Abiatar, él tramó apoderarse del trono.

Salomón es coronado rey 1:32 al 40, 3:5 al 14

Un día mientras David descansaba tranquilamente en su cama, llegaron de repente dos visitas: primero entró la madre de Salomón, después el profeta Natán. Ambos deseaban hablar con el rey, para advertirle del plan de Adonías. Actuando con energía, David mandó al profeta Natán y al sacerdote Sadoc que fueran a ungir a Salomón en lugar suyo. Esto dio motivo a una grande celebración, pues al son de trompetas las multitudes desfilaron, cantando, tocando flautas, y gritando “¡Viva el rey Salomón!”

Al poco tiempo después de ser coronado, el nuevo rey tuvo una experiencia extraordinaria. Mientras dormía, Dios se le apareció en una visión en la cual le dijo que pidiera lo que más quisiera. Salomón pidió sabiduría a fin de saber gobernar bien al pueblo. Esta petición agradó mucho a Jehová quien le concedió “corazón sabio y entendido”, haciéndole así llegar a ser el más sabio de todos los hombres. Además, Dios le aumentó grandemente sus riquezas y honor, hasta que su fama era conocida aun en tierras lejanas.

Salomón edifica el templo capítulos 5 al 8

La obra más grande que efectuó Salomón fue la construcción del templo. Por años David había deseado edificar casa para Dios. Cuando este privilegio le fue negado, almacenó gran cantidad de materiales para el uso de su hijo. Salomón compró cedros a Hiram, rey de Tiro, y los obreros suyos sacaron grandes piedras de las canteras. Cortaron toda la madera y las piedras antes de llevarlas al monte de Moríah en Jerusalén, donde levantaron el templo, de modo que no se oyó el sonido de martillo ni serrucho durante la construcción. Al cabo de siete años quedó terminado el magnífico edificio: era el doble del tabernáculo construido por Moisés, tanto en el largo como en el ancho.

La gloria de Jehová llena la casa 8:1 al 11

Frente al gran pórtico pusieron el altar y el mar de fundición. Dentro del lugar santo colocaron el candelero de oro purísimo, el altar sobre el cual debían ofrecer incienso, y la mesa en que colocaban los panes de la proposición. Hecho esto, los sacerdotes trajeron el arca que había acom­pañado a los israelitas en sus peregrinaciones en el desierto, introdu­ciéndola en el lugar santísimo, donde la colocaron bajo los querubines, cuyas alas de oro se extendían de pared a pared, 6:23 al 28. Estando todo puesto en su sitio, los sacerdotes se retiraron del lugar santísimo, y entonces la gloria de Jehová —aquella nube gloriosa que los israelitas habían visto en el desierto— llenó la casa de Jehová, de tal manera que Él se manifestó en medio de su pueblo nuevamente.

Aplicación

El reino de Salomón tipifica el reino milenario del Señor Jesucristo, tiempo futuro cuando Dios morará entre su pueblo, y el divino Rey estará sobre el trono de David. Cuando Salomón empezó a reinar, lo primero que hizo fue quitar de su reino a sus enemigos, lo que Jesús también hará cuando venga en su gloria, 2 Tesalonicenses 1:7 al 10. En aquel día que ya se avecina, ¿serán nuestros alumnos amigos o enemigos de Jesús? ¡Oja­lá, cuanto antes depongan las armas de rebeldía, entregándose a Él, y aceptándole como a su Salvador!

Preguntas

  1. ¿Cómo contrarrestó David el plan de Adonías?
  2. Cuando Salomón llegó a ser rey, ¿qué petición hizo a Jehová?
  3. ¿Qué más le dio Dios?
  4. ¿Cuál fue la obra más grande que Salomón hizo?
  5. ¿De qué cosa es figura el reino de Salomón?

 

127 La visita de la reina de Sabá

Estudio de parte del maestro: 1 Reyes 10.1 al 13

Lectura con la clase: 1 Reyes 10.1 al 13

Texto para aprender de memoria— los menores: Mateo 12.42, La reina vino de los fines de la tierra para oir la sabiduría de Salomón, y he aquí más que Salomón en este lugar

los mayores:  Mateo 12.42

Introducción

Durante el reino de Salomón, el comerció prosperaba, pues sus navíos llegaban a tierras lejanas, desde donde traían tesoros preciosos, 9:26, 10:22, y sus caravanas compraban y vendían mercadería en Egipto. Dios bendijo al rey con inmensa sabiduría, de tal manera que leemos: “Así excedía el rey Salomón a todos los reyes de la tierra en riquezas y en sabiduría”, y su fama era conocida en todas partes.

La reina de Sabá oye de Salomón

Noticias de la sabiduría de Salomón y del esplendor que rodeaba su corte llegaron a oídos de la reina de Sabá, quien vivía en el lejano sur. Pare­cían cuentos fantásticos, sin embargo, le impresionaron de tal manera que sintió grandes deseos de ir hasta Jerusalén a fin de cerciorarse por sí misma acaso era cierto. No fue sencillamente un deseo de pasear, ni una curiosidad de visitar el palacio. Más bien lo que le impulsaba era lo que le habían contado de la fama de Salomón en relación con el nombre de Jehová. ¿Acaso la sabiduría suya estaba íntimamente relacionada con el nombre de Jehová? ¡Bueno, ella iría a verle!

El viaje a Jerusalén

Hizo los muchos preparativos para el viaje, juntando también una dádiva para Salomón: ciento veinte talentos de oro, lo que representa una suma fabulosa de dinero, abundancia de especiería escogida, y piedras precio­sas. Todo preparado, la caravana emprendió el largo y peligroso viaje, llevando a la reina, su séquito de siervos y la dádiva. Día tras día aque­llos “navíos del desierto” siguieron su camino a través de la arena hasta que por fin divisaron los muros y las torres de Jerusalén. Allá, en la ca­pital de los judíos, la reina recibió una cordial bienvenida de parte del rey Salomón.

Uno se imagina cómo tiene que haber sido aquel encuentro, de la grande caravana de la reina de Sabá ante el rey Salomón y sus mi­nistros. De momento en momento aumentaría su admiración mientras contemplaba a los oficiales y ministros del Estado en sus magníficos uni­formes. Su admiración se cambiaría en asombro cuando, sentada a la mesa de Salomón, ella vio las comidas suntuosas que se servían en el pa­lacio, 1 Reyes 4:22,23. Pero el punto culminante fue cuando contempló la gloria de la casa de Jehová y los holocaustos que el rey ofrecía allí. Estas cosas eran muy superiores a las que ella creía hallar, de modo que, asombrada, exclamó: “Verdad es lo que oí en mi tierra de tus cosas y de tu sabiduría; pero yo no lo creía, hasta que he venido, y mis ojos han visto que ni aun se me dijo la mitad”.

 

La entrevista con Salomón

Desde que la reina oyó hablar de la sabiduría de Salomón, ella deseaba hacerle preguntas. Seguramente quería saber mucho acerca de la vida, la muerte, y el más allá, y tal vez ella le preguntaría en cuanto al perdón de los pecados. Salomón escuchó mientras su visita manifestaba sus dudas y problemas. Entonces con palabras aclaratorias le contestó, satisfacién­dole completamente en todo detalle, pues Dios le había dado grande sabi­duría. Sumamente agradecida, la reina hizo traer las dádivas, presentán­dolas a Salomón. Este las recibió con agrado, y a su vez también dio a ella presentes de mucho valor. Contenta, la reina de Sabá se despidió, y con su caravana emprendió el viaje de regreso, y es de creerse que lle­garía muy cambiada, como mujer que ya conocía al Dios y Salvador de Salomón. Sus súbditos se fijarían en el cambio, y ¡quién sabe cuántos de ellos aprenderían del Dios vivo y verdadero por los mismos labios de ella!

Aplicación

Dios tiene otro Rey, a saber el mismo Señor Jesucristo quien excede a Salomón en sabiduría, en riquezas, en poder y en gloria, y quien puede resolver todos los problemas de los seres humanos. Él hace muchas cosas que Salomón no pudo hacer: perdona los pecados, escribe los nombres de sus salvados en el Libro de la Vida, y con los que le aceptan Él comparte las riquezas y la gloria de su reino eterno.

Jesús nos dice en Mateo 12:42 que en el día del juicio la Reina del Sur será testigo en contra de aquellos que no creen en Él, pues ella vino des­de lejos para conocer la sabiduría de Salomón, y cuando le vio, creyó y se fue gozosa. En cambio, muchos no se esfuerzan por ir a Jesús cuando Él les invita, aun cuando les espera y promete que “al que a Mí viene no le echo fuera”.

Preguntas

  1. Mencione dos cosas por las cuales la fama de Salomón fue conocida en otras tierras.
  2. ¿Por qué vino la Reina de Sabá a visitar a Salomón?
  3. ¿Qué impresión recibió la reina en Jerusalén?
  4. ¿Qué dijo ella acerca de Salomón y la sabiduría de él?
  5. Según las palabras de Jesús, ¿qué podrá hacer
    la Reina del Sur en el día del juicio?

 

128 El reino dividido

Estudio de parte del maestro: 1 Reyes 12.1 al 33

Lectura con la clase: 1 Reyes 12.1 al 5, 12 al 15

Texto para aprender de memoria— los menores: Proverbios 13.20, El que se junta con necios será quebrantado

los mayores: Proverbios 13.20

Introducción

Salomón se distinguió por su gloria y mucha sabiduría, de manera que la Reina de Sabá, al verlo y escuchar sus palabras, dijo que en su tierra no le habían contado ni la mitad. Sin embargo, Salomón en sus últimos días pecó contra Jehová, practicando la idolatría, 1 Reyes 11:7, y afli­giendo al pueblo con cargas pesadas, 12:4.

La petición

Cuando Salomón murió, su hijo Roboam heredó su trono. A fin de ganar el apoyo de los súbditos del norte de su reino, Roboam fue a Siquem, la primera ciudad de ellos, para la coronación, en vez de exigir que ellos viniesen a Jerusalén. El pueblo se congregó bajo la dirección de un hom­bre llamado Jeroboam y pidió a Roboam que disminuyera las cargas pesa­das que Salomón les había impuesto, versículos 1 al 5. Dijeron que si él lo hiciera, le acep­tarían como a su rey y le servirían. Roboam les rogó que le diesen tres días para considerar su petición.

El consejo de los jóvenes

Roboam consultó primero con los ancianos que habían sido los conse­jeros de su padre. Estos le aconsejaron que hablara con tino al pueblo, y que gobernara con bondad y cariño ya que así conseguiría la lealtad de sus súbditos. Este sabio consejo no le agradó a Roboam, pues era arro­gante y no quiso ceder a la petición del pueblo. Por lo tanto buscó otro consejo, esta vez de parte de algunos jóvenes a quienes había juntado como compañeros en su corte. Estos hombres sin experiencia, deseosos solamente de agradar al rey, le hablaron palabras de acuerdo con sus ambiciones, diciéndole que en vez de disminuir los impuestos, debía aumentarlos, y en vez de dar más libertad al pueblo, le convenía escla­vizarlo todavía más.

La contestación del rey 12.12 al 15, 16 al 20

Al tercer día, Jeroboam y el pueblo de Israel se congregaron para sa­ber la decisión del rey. Rechazando el consejo acertado de los ancianos, él había optado por el de los jóvenes. Así que con palabras duras e inju­riosas, amenazó al pueblo, diciéndoles que el yugo de él iba a ser más pesado que el de su padre, y que la opresión que antes soportaban no era de compararse con lo que tendrían que soportar en el futuro. ¡Qué anuncio tan necio! Roboam quería ser rey poderoso, sin embargo por un discurso perdió la mayor parte de su reino, pues la gente, viendo que no había comprensión ni simpatía para ellos de parte del rey, se enojó en gran manera y gritaron que no servirían más a la casa de David. Abandonando a Roboam, mataron a uno de sus oficiales, y él mismo se vio tan apurado que huyó a Jerusalén.

Unánimes las diez tribus del norte eligieron por rey a Jeroboam, quedando solamente dos tribus con el hijo de Salomón. De este modo el reino quedó dividido hasta cuando los asirios llevaron cautivos a los del norte, y más tarde los caldeos hicieron igual cosa con las dos tribus del sur.

El pecado de Jeroboam 12.25 al 33

Aunque las diez tribus de Israel se habían revuelto contra Roboam, no se habían apartado de la religión de sus padres. Siendo Jerusalén el cen­tro adonde debían llevar sus sacrificios y el lugar en donde debían cele­brar las fiestas, seguían visitando aquella ciudad. Jeroboam, el nuevo rey, se preocupó mucho por esta situación, pues decía dentro de sí: “Si mi pueblo sigue yendo a la misma capital de mi rival, es muy posible que él logre conquistarse la amistad de ellos nuevamente”.

Decidiendo que a todo costo tenía que evitar aquello, hizo dos becerros de oro, colocando uno en Bet‑el en el sur de Israel, y el otro en Dan, un pueblo en el norte de su reino. “He aquí”, dijo él, “tus dioses, oh Israel, los cuales te hicieron subir de la tierra de Egipto”. Luego mandó a sus súbditos que los adora­sen, les proveyó de sacerdotes e instituyó una fiesta parecida a la de Je­hová. En las Sagradas Escrituras, Dios se refiere a Jeroboam y su grave pecado por veintitrés veces, diciendo: “Jeroboam, hijo de Nabat, que hizo pecar a Israel”.

Aplicación

Las decisiones que hacen los seres humanos traen a veces graves con­secuencias: Roboam, por una decisión necia, perdió la mayor parte de su reino. Hoy Dios llama a todos los pecadores, hombres y mujeres, niños y niñas, a que acepten a su Hijo Jesús. Algunos lo reciben y son salvos, pero muchos lo rechazan y perecerán para siempre.

Preguntas

  1. ¿Cómo se llamaba el hijo de Salomón que fue rey después de él?
  2. ¿Qué petición hizo el pueblo a Roboam?
  3. Describa la manera en que Roboam contestó al pueblo y lo que suce­dió.
  4. ¿Qué hizo Jeroboam a fin de evitar que las diez tribus volviesen a Roboam?
  5. ¿Cuál es la decisión fatal que hacen algunos pecadores?

 

129 Elías en el tiempo de la grande hambre

Estudio de parte del maestro: 1 Reyes 17.1 al 24

Lectura con la clase: 1 Reyes 17.1 al 9

Texto para aprender de memoria— los menores: Salmo 7.11, Dios está airado contra el impío todos los días

los mayores: Romanos 2.2

Introducción

Después de Jeroboam, hubo varios reyes malvados en Israel. Hoy es­tudiaremos algo acerca de Acab, el octavo de ellos, de quien leemos que “él hizo lo malo ante los ojos de Jehová, más que todos los que reinaron antes de él”, 1 Reyes 16:30. Se casó con una princesa pagana, llamada Jezabel, quien le excedía en su pecaminosidad, pues está escrito que “Jezabel su mujer lo incitaba”, 1 Reyes 21:25. Se necesitaba un hombre de Dios que fuese intrépido para advertir al rey y al pueblo de su pecado.

El profeta llega con el mensaje de Jehová

Dios tenía a tal hombre en la tierra de Galaad, al oriente del río Jordán. Se llamaba Elías tisbita, y parecía haber participado del áspero y mon­tañoso carácter de la tierra donde vivía, pues era velloso y traía un cinto de cuero ceñido a sus lomos.

La primera vez que aparece en la Biblia es cuando, presentándose delante del rey Acab, le dice: “Vive Jehová Dios de Israel, en cuya presencia estoy, que no habrá lluvia ni rocío en estos años, sino por mi palabra”. Acab había tratado de borrar el nombre de Jehová de entre los israelitas, obligando a sus súbditos a adorar a Baal, el dios del sol, al cual muchos paganos adoraban. El mismo nombre del profeta serviría para redargüirle de su pecado, pues quería decir, “mi Dios es Jehová”. Además las palabras que pronunció proclamaban la existencia y la autoridad del Dios verdadero. Fue como si Elías dijera, “Tú has querido adorar al dios del sol, bueno, por el sol serás castigado, pues ni habrá lluvia ni rocío”. Este anuncio significaba un desastre para aquella tierra, donde la agricultura dependía de las lluvias tempranas y tardías. Por boca de Moisés, Jehová había advertido que tal sería la mal­dición de los israelitas si éstos se rebelasen contra Él, Deuteronomio 28:15, 23, 24, 11:13 al 17.

Jehová cuida a su siervo 17.2 al 16

Después que Elías advirtió del castigo, el que debía durar más de tres años, Jehová le envió más allá del Jordán, al arroyo de Querit, donde se quedó aproximadamente un año escondido de Acab y su mujer Jezabel. Dios le mandó los cuervos con pan y carne por la mañana y en la tarde, y Elías bebía del agua del arroyo. Por fin éste se secó, y Jehová dijo a su siervo que fuera a Sarepta, una ciudad en la costa del mar Mediterráneo donde una mujer viuda, le proveería de alimentos.

Al llegar a dicha ciu­dad, el profeta se encontró con la mujer que recogía leña a fin de prender fuego. Al pedirle que le diera un poco de pan, supo que no le quedaba, pues tenía solamente un puñado de harina en la casa. Se había resignado a morir junto con su hijo ya que no les quedaba recurso alguno. “No ten­gas temor”, dijo Ellas, “porque Jehová ha dicho así: La harina de la tinaja no escaseará, ni el aceite de la vasija disminuirá”. Manifestando tener fe en la palabra de Dios, la mujer se apresuró en preparar una tor­tilla para el profeta. Después hubo alimento suficiente para los tres du­rante todo el tiempo que Elías permaneció con ella.

Ellas y el hijo de la viuda 17.17 al 24

Un día el hijo de la viuda se enfermó de repente y murió. La mujer, re­cordando sus pecados pasados y sabiendo que Elías era un varón santo de Dios, creyó que sería un castigo de parte de Dios, y se lo dijo al profeta. Este rogó a Jehová por ella, pidiendo que hiciera volver al hijo, petición que Jehová no tardó en contestar. Entonces la mujer confesó su fe en Dios, diciendo: “Ahora conozco que tú eres varón de Dios, y que la palabra de Jehová es verdad en tu boca”.

Aplicación

Esta lección acentúa el hecho de que aun cuando Dios castiga a las per­sonas o naciones que viven en el pecado, Él nunca permite que aquellos que confían en Él perezcan, sino que les cuida y les da vida. ¡Acordé­monos que el Dios de Elías aún vive! Tengamos presente también que el mundo se divide en dos bandos, a saber, los que son de Él, y los que le son contrarios.

Preguntas

  1. ¿Qué clase de rey fue Acab?
  2. ¿Quién le incitó a pecar contra Jehová?
  3. ¿De qué manera castigó Jehová a los israelitas?
  4. Cuente cómo Jehová cuidó de su siervo.
  5. ¿Qué es lo que debemos aprender por esta historia?

 

130 Elías y los profetas de Baal

Estudio de parte del maestro: 1 Reyes 18.1 al 46

Lectura con la clase: 1 Reyes 18.1, 2, 17 al 24

Texto para aprender de memoria— los menores: Isaías 45.22, Mirad a mí, y sed salvos, todos los términos de la tierra

los mayores: 1 Reyes 18.21

Introducción

Cuando la gran hambruna había durado tres años y medio, Dios envió a Elías a hablar nuevamente con Acab. Pese a que los israelitas creían que Baal era el dios del sol y de la cosecha, él había fracasado; pues durante todo ese tiempo no habían tenido ninguna cosecha. Jehová les mostraría que Él era el Dios verdadero, y que Baal no era ningún dios.

El encuentro con Acab 18.17 al 20

La larga duración de la sequía había quemado los pastos y secado los ríos de Israel, de tal manera que los mismos caballos del rey estaban en peligro de perecer. Él andaba buscando pasto, habiendo enviado a Abdías, su mayordomo, por otro camino. Mientras Elías venía de regreso de Sa­repta, se encontró con Abdías, a quien mandó que dijera al rey que ese mismo día se iba a mostrar a él.

Cuando el profeta y el rey se encontra­ron, éste culpó a aquél de haber causado la grande hambre en la tierra. Elías, intrépido como siempre, hizo ver a Acab que él mismo tenía toda la culpa, y le mandó que juntase a todos los profetas falsos en el monte Carmelo, proposición a que accedió el rey. Ahora nos trasladaremos en nuestros pensamientos a aquel lugar para presenciar el encuentro del varón de Dios con sus adversarios.

La confusión de los falsos profetas 18.21 al 29

En la cumbre del monte, a plena vista de las multitudes, se juntaron los cuatrocientos profetas de Baal, y posiblemente cuatrocientos profetas más de los que eran mantenidos por Jezabel. Luego después se acercó el profeta de Dios al pueblo, y mientras todos lo miraban atentos les preguntó en alta voz, diciendo: “¿Hasta cuándo claudicaréis vosotros entre dos pensamientos? Si Jehová es Dios, seguidle; y si Baal, id en pos de él”.

Nadie le contestó, así que desafiando a los falsos profetas, les dijo que colocasen un buey sobre leña, sin prenderle fuego, cosa que él también haría. Luego verían cuál Dios contestaría, enviando fuego que consumiera el sacrificio. Los devotos de Baal, aceptando el desafío, pre­pararon un buey. En seguida, colocándolo en el altar, empezaron a saltar alrededor del sacrificio, gritando, “¡Baal, respóndenos!” Al medio día, Elías les insinuó con cierta ironía que a lo mejor su dios estaba durmiendo y que deberían gritar más fuerte para despertarlo, lo que hicieron, saltando y cortando sus cuerpos con cuchillos hasta que la sangre cho­rreaba sobre ellos.

El triunfo de Jehová 18.30 al 40

No hubo quién contestara a los enloquecidos profetas de Baal, así que a las tres de la tarde, hora cuando debía ser ofrecido el sacrificio de la tarde conforme a la ley de Moisés, Elías se puso a trabajar. Valiéndose de doce piedras, reparó el altar de Jehová, e hizo una zanja alrededor de él. Compuso la leña, cortó el buey en pedazos, lo colocó sobre la leña, y consiguiendo que le diesen doce cántaros de agua [El Mediterráneo quedaba muy cerca.], la derramó encima de todo hasta que quedó completamente mojado. Entonces, hablando con cal­ma y reverencia, el profeta se dirigió a Dios, diciendo: “Respóndeme, Jehová, respóndeme …”, vs. 37. Cayó fuego de parte de Dios que consumió el sacrificio, la leña, el polvo, y hasta las piedras y el agua que había en la zanja. Las multitudes que presenciaban el milagro caye­ron sobre sus rostros, exclamando: “¡Jehová es el Dios, Jehová es el Dios!” Prendiendo a los falsos profetas que les habían hecho extraviar de los caminos de Dios, les degollaron.

La abundancia de lluvia 18.41 al 46

Dirigiéndose a Acab, Elías le advirtió que pronto iba a llover torren­cialmente, aviso por demás sorprendente pues aún no se divisaba ninguna nube en los cielos. Entonces, acompañado por su siervo, el profeta subió a la cumbre del monte donde pidió a Jehová que enviara la lluvia. Envió siete veces a su siervo para que mirara hacia el mar a ver si aparecía alguna nube, y la séptima vez éste volvió diciendo que ya se divisaba una nube pequeñísima. Luego los cielos se oscurecieron con nubes, y hubo un gran viento, lo que demostró que aún vivía el Dios de Elías, el Dios ver­dadero de Israel.

Aplicación

El sacrificio ofrecido por Elías tipificaba la muerte de Jesús en la cruz, el único sacrificio que Dios ha aceptado por nuestros pecados. Aquel día de decisión fue un acontecimiento de suma importancia en la historia de los israelitas. También lo es el día cuando un pecador se convierte de sus pecados al Señor Jesús, 1 Tesalonicenses 1:9.

Preguntas

  1. ¿A quién culpó Acab por la grande hambre?
  2. ¿Qué fue lo que Elías mandó hacer a Acab?
  3. Cuente lo que hicieron los profetas de Baal.
  4. ¿Qué aconteció en el altar que hizo Elías?
  5. ¿Qué nos enseña el sacrificio de Elías?
    ¿y la decisión que hizo el pueblo de Israel?

 

131 Elías sube al cielo

Estudio de parte del maestro: 1 Reyes 19.19 al 21, 2 Reyes 2.1 al 25

Lectura con la clase: 2 Reyes 2.1 al 11

Texto para aprender de memoria— los menores: Mateo 24.42

los mayores: Mateo 24.44

Introducción

Elías llama a Eliseo, 1 Reyes 19:19 al 21.

Elías fue uno de los siervos más fieles de Jehová. En el pasaje que vamos a estudiar hoy vemos que su vida de servicio estaba por termi­nar, pues le quedaba solamente un día en la tierra antes de ascender al cielo. Quien sabe qué haríamos nosotros si supiéramos que nos quedaba tan solamente un día sobre la faz de la tierra. Interesémonos, pues, por saber qué fue lo que hizo Elías y cómo partió a la eternidad.

Las historias acerca de Elías nos han mostrado que si él tenía enemigos acérrimos, también tenía amigos fieles. Hoy hablaremos de uno de éstos; Eliseo, quien al aparecer por primera vez, está arando con doce yuntas de bueyes. ¡Seguramente no hemos visto jamás a un hombre que ara con tantos bueyes! Mientras trabajaba así, Elías llegó y echó sobre él su manto, gesto extraño que Eliseo comprendió: significaba que él debía de­jar el campo a fin de dedicar su vida a la obra de Dios de una manera es­pecial. Despidiéndose de sus padres, acompañó a Elías en calidad de sirviente.

El compañerismo de Elías con Eliseo 2 Reyes 2:1 al 5

Es conmovedora la escena que nuestro capítulo presenta, pues describe el último día que Elías iba a vivir en la tierra. Él sabía esto, sin embargo no estaba afanoso, sino que fue de un lugar a otro como de costumbre, muy ocupado en la obra de Jehová. Primero caminó a Gilgal, en seguida a Bet‑el, y después a Jericó, lugares en donde dio sus últimos consejos a los profetas jóvenes que vivían allí. Eliseo le acompañó en todo momento, pese a que el profeta anciano le rogara que no lo hiciese, pues seguramente comprendía que de esa manera ponía a prueba su fidelidad. Sobre el compañerismo de los dos leemos las siguientes expresiones: descendieron, vinieron, se pararon, fueron, pasaron ambos, yendo ellos y hablando, frases descriptivas de un compañerismo es­trecho y agradable.

Elías es transportado al cielo 2:6 al 15

Después que partieron del último lugar nombrado, a saber, Jericó, fueron al río Jordán. Al llegar a la orilla, Elías dobló su manto e hirió con él las aguas, las cuales se apartaron, de manera que los dos hom­bres pasaron en seco hasta la ribera opuesta. Elías, dándose cuenta que dentro de pocos momentos iba a ser separado de su joven compañero, le dijo: “Pide lo que quieras que haga por ti, antes que sea quitado de ti”. Eliseo contestó: “Te ruego que una doble porción de tu espíritu sea sobre mí”. “Si me vieres cuando fuere quitado de ti, te será hecho así”, dijo Elías.

Siguieron su camino conversando, cuando de repente se les apare­ció un carro de fuego con caballos de fuego; los dos amigos fueron sepa­rados, y Elías subió al cielo en un torbellino. Eliseo, viéndole irse, re­cibió lo que había pedido, como tal vez veremos en alguna lección futura. Rasgando sus vestidos, manifestó el dolor que sentía al ser apartado de él su maestro y amigo. Entonces, recogiendo el manto de Elías que se le había caído, lo utilizó para partir de nuevo las aguas del Jordán, y cruzó al otro lado. Los profetas jóvenes de Jericó, al salir a su encuentro, se inclinaron hacia tierra delante de él, demostrando que le reconocían como sucesor de Elías.

 

 

Aplicación

En la ascensión de Elías al cielo, vemos un cuadro del arrebatamiento, o rapto, de los sal­vados cuando el Señor Jesús venga. Al igual que Elías, los santos de Dios serán arrebatados a su presencia y transformados a la semejanza de Cristo. Los que no sean del pueblo del Señor serán castigados por Él, así como aquellos burladores en los días de Eliseo.

Preguntas

  1. ¿Qué hizo Elías el último día de su vida?
  2. ¿Qué petición hizo Eliseo al profeta viejo?
  3. ¿Cómo subió al cielo Elías?
  4. ¿De qué manera manifestó Eliseo que había recibido poder de parte del Señor?
  5. ¿Cuál es la lección que aprendemos del arrebatamiento de Elías?

 

132 Eliseo y el hijo de la sunamita

Estudio de parte del maestro: 2 Reyes 4.8 al 37

Lectura con la clase: 2 Reyes 4.8 al 17

Texto para aprender de memoria— los menores: Romanos 6.23, La dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro

los mayores: Romanos 6.23

Introducción

Después del arrebatamiento de Elías al cielo, la obra de Jehová en Is­rael fue llevada a cabo por intermedio de Eliseo. Aunque éste fue menos austero y abrupto en su manera que su predecesor, no fue menos fiel en su testimonio a aquella nación pecaminosa. Dios acreditó su ministerio como profeta suyo, concediéndole poder para efectuar muchos milagros; 2:19 al 25, 4:1 al 7. En esta lección presenciaremos un milagro sobresaliente.

La hospitalidad de la sunamita 4.8 al 10

En sus viajes, Eliseo pasaba con frecuencia por la ciudad de Sunem que estaba situada no muy distante del pueblo de Nazaret. En aquella ciudad vivía una mujer bondadosa quien le invitaba siempre a comer en su casa. Luego, dándose cuenta de que su huésped no era un viajero común, sino un santo varón de Dios, la mujer pensó que sería bueno proveerle de una pieza que tuviese algunas comodidades para cuando les visitara. No le sobraba ninguna cámara, o habitación, en la casa, por lo tanto ella propuso a su marido que hicieran una, a lo cual él accedió. Una vez terminada la pieza, la mujer puso en ella una cama, una mesa, una silla, y un candelero. Fue un lindo gesto de hospitalidad hacia el varón de Dios.

La gratitud de Eliseo 4.11 al 17

Durante una de sus visitas en Sunem, Eliseo manifestó su gratitud para con la mujer, ofreciendo conseguirle de parte del rey cualquier favor que ella quisiera. La sunamita, muy contenta de morar entre su propio pueblo, no quiso pedir ninguna cosa. Entonces Eliseo consultó con Giezi, su siervo, preguntándole acaso había alguna cosa que hiciera falta a su bienhechora. Giezi recordó al profeta el hecho de que no había ningún niño en el hogar, y que seguramente la buena mujer se gozaría mucho si tu­viera un hijo. Así fue que Eliseo prometió a la mujer que al año siguiente Dios le daría un hijo. Tiene que haber sido muy grande el gozo de ella cuando al tiempo señalado Dios dio fiel cumplimiento a las palabras del profeta.

El niño muere y es revivido 4.18 al 31

Varios años más tarde, el niño salió un día al campo donde su padre estaba trabajando. De repente gritó: “¡Ay, mi cabeza, mi cabeza!” Fue herido de insolación. Lo llevaron rápidamente a la casa donde su madre hizo todo lo posible por mejorarle, pero no reaccionó y al medio día murió. La madre lo llevó a la pieza de Eliseo donde lo dejó acostado en la cama del profeta. ¡Cuán triste se sentía mientras contemplaba a su hijito muerto! Ahora, ¿qué podría hacer? Ella iría a buscar a Eliseo. Su marido trató de persuadirle que no fuera, pero ella, sin avisarle que el niño había muerto, insistió en ir, y acompañada por un siervo, em­prendió el viaje.

Cuando Eliseo le vio acercándose, él envió a Giezi, pero ella no dio ninguna explicación a éste, sino que siguió andando hasta llegar donde el profeta a quien le contó todo. Elíseo, entregando su bordón a su siervo, le dijo que se apresurara en llegar a la casa, donde debía poner el bordón sobre el rostro del niño. Esto no satisfizo a la mu­jer, ni tampoco produjo ningún efecto en el muerto.

Cuando llegó Eliseo con la madre, Giezi salió a su encuentro, diciendo: “El niño no despier­ta”. Entrando en el dormitorio, el profeta cerró la puerta tras sí y oró a Jehová. Como próximo paso, se tendió sobre el niño, de modo que su cuerpo entró en calor; ¡estornudó siete veces el niño, y abrió sus ojos! Hicieron entrar a la madre, quien al ver que su hijo había vuelto a vivir, se postró a los pies del profeta, agradeciéndole hondamente, y luego después, en­derezándose, tomó a su querido hijo en sus brazos.

Aplicación

Todos los seres humanos que no han nacido otra vez por la fe en el Se­ñor Jesucristo están en la misma condición del hijo de la sunamita, a saber, muertos ¾ muertos en sus delitos y pecados. Así como el bordón no pudo hacer revivir al niño, tampoco pueden dar vida eterna los reme­dios humanos, tales como la religión, los rezos, las penitencias, y cosas por el estilo. Tal como lo expresa nuestro texto para el domingo próximo, “La paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna”.

Preguntas

  1. ¿Qué bondad demostró la sunamita hacia Eliseo?
  2. ¿De qué manera fue premiada ella por su hospitalidad?
  3. ¿Qué grande prueba le sobrevino a aquella buena mujer?
  4. Cuente lo que hizo Giezi al niño y el resultado, y lo que hizo Eliseo y el resultado.
  5. ¿En qué sentido están muertos algunos alumnos de esta escuela? y ¿cómo pueden éstos obtener vida eterna?

 

133 Naamán, el leproso

Estudio de parte del maestro: 2 Reyes 5.1 al 27

Lectura con la clase: 2 Reyes 5.1 al 8

Texto para aprender de memoria— los menores:  1 Juan 1.7, La sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado

los mayores: Isaías 1.18

Introducción

En los tiempos de Eliseo hubo guerras igual como las hay en nuestros días. Entonces, como ahora, los ejércitos victoriosos llevaban prisione­ros a algunos de los vencidos. Durante una de las guerras entre Siria e Israel, una niña israelita fue llevada cautiva al país de Siria donde llegó a ser sierva de la mujer de un militar que se llamaba Naamán.

 

El célebre general Naamán

Este Naamán, siendo comandante en jefe de las fuerzas armadas de Si­ria, gozaba de mucha fama, pues había tenido grande éxito en las bata­llas, y por su intermedio los sirios habían obtenido su independencia. ¡Cuán feliz tiene que haberse sentido Naamán por los grandes honores con que el rey le colmaba! Por lo menos esto es lo que sus amigos pen­sarían, pero Naamán no era feliz pues había algo en su vida que todo lo tornaba en amargura: él era víctima de la terrible enfermedad de la lepra.

La esclava habla del profeta de Jehová

La mujer de Naamán sabía de la enfermedad de su marido, y la niña israelita también llegó a saber. Pese a que padecía injustamente en una esclavitud forzada, ella no guardaba rencor para con sus amos. Deseaba más bien que Naamán visitara a Eliseo, el varón de Dios, pues por el poder de Dios éste había efectuado grandes milagros, y ella creía que también podría sanar al general. Por lo tanto, habló con su señora, quien a su vez dio aviso a Naamán. De esta manera las noticias llegaron a oí­dos del rey, quien inmediatamente hizo los preparativos para enviar al enfermo para ser sanado.

Pero equivocándose, no le envió al profeta, sino a Joram, rey de Israel. ¡Con qué deseos Naamán emprendería el viaje, llevando una carta para el rey, y un regalo de inmenso valor! Des­pués de algunos días llegó al palacio, donde presentó la carta. El rey la leyó, y al enterarse del contenido, la expresión de su rostro cambió grandemente, y él exclamó: “¿Por qué Ben‑adad me envía a un leproso? Yo no tengo poder para sanarlo; tiene que ser que busca un pretexto para pelear conmigo”. De alguna manera las noticias de la llegada de Naamán, y de la resultante confusión del rey llegaron a oídos de Eliseo, de modo que mandó decir que no tardara en ir a él. De inmediato Naamán se dirigió a la casa del profeta, adonde llegó con sus elegantes carros y hermosos caballos.

Pensaba dentro de sí: “Saldrá luego el profeta, in­vocará el nombre de su Dios, pondrá su mano sobre el lugar, y sanará la lepra”. En esto se equivocó grandemente, porque el que salió a su en­cuentro no era el profeta, sino solamente el siervo de éste. Dirigiéndose al gran general le dijo que fuera al río Jordán donde debería lavarse siete veces. Ante esta palabra Naamán se enojó sobremanera: él no se humi­llaría de esta manera, ni por nada, y por lo tanto se marchó. Estaba muy deseoso de ser sanado, sí, pero en ese momento, más que nada estaba enojado con Dios, y Dios no sana a personas que se enojan con Él.

Naamán es limpiado

Los siervos del general parecen haber tenido más inteligencia que él, pues rogándole con palabras suaves, dicen: “Si el profeta te mandara al­guna gran cosa, ¿no la harías? ¿Cuánto más, diciéndote: lávate, y serás limpio?” Por fin Naamán se dejó convencer, y dominando su orgullo, des­cendió a las aguas del Jordán, donde se zambulló siete veces. Al salir, su carne estaba tan suave y limpia como la de un niño.

Aplicación

Dios emplea la enfermedad de la lepra como figura del pecado. Comienza como cosa pequeña, tal vez en la forma de una ampolla gris, de modo que solamente el enfermo sabe que es lo que tiene. Después se extiende por el cuerpo: el pelo se pone quebradizo, las uñas descoloridas, y la carne queda manchada. En aquellos tiempos no tenía remedio, sino que tarde o temprano resultaba en la muerte. [Hoy día la mayoría de los casos admiten cura si se atienden a tiempo.] Así también pasa con la terrible enfermedad del alma, el pe­cado, pues “la paga del pecado es muerte”. Pero tal como Dios sanó a Naamán, también puede sanar al desahuciado pecador, limpiándole con la sangre de Jesucristo, de la cual está escrito que “la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado”.

 

 

Preguntas

  1. ¿Cómo llegó a estar en la tierra de Siria la niña israelita?
  2. ¿De qué manera manifestó ella que conocía a Dios y a su profeta?
  3. ¿Cuáles fueron las grandes equivocaciones de Naamán?
  4. Cuente como éste fue sanado.
  5. ¿De qué cosa es figura la lepra? ¿de qué nos hablan las aguas del Jordán?

 

134 La liberación de Samaria

Estudio de parte del maestro: 2 Reyes 6.24 al 33, 7.1 al 20

Lectura con la clase: 2 Reyes 6.24, 7.3 al 9

Texto para aprender de memoria— los menores: Romanos 3.24

los mayores: Isaías 55.1

Introducción

Después que la nación de Israel fue dividida en dos reinos, una larga sucesión de reyes malvados gobernaron las diez tribus que eran llamadas Israel. Hemos leído de Acab que “hizo lo malo ante los ojos de Jehová más que todos los que reinaron antes de él”, 1 Reyes 16:30. De la misma manera está escrito de Joram su hijo que “hizo lo malo ante los ojos de Jehová, 2 Reyes 3:2. Este Joram era rey en Israel cuando Ben‑adad envió a Naamán a Samaria, el cual fue limpiado de su lepra por interme­dio de Eliseo.

Sufrimientos en Samaria

El primer cuadro que nos presenta la lección de hoy es de una ciudad que sufre. Dios, a fin de castigar a los israelitas por sus pecados, había enviado las huestes sirias bajo el mando de Ben‑adad. Al sitiar la ciudad, éste lo hizo de tal manera que nadie podía llevar cosa alguna a la gente que vivía dentro del muro. Los ricos pagaron precios fabulosos por cual­quier alimento, y los pobres murieron de hambre. El rey Joram, angus­tiado a causa de las circunstancias, andaba vestido de saco, lo que sim­bolizaba el arrepentimiento. Pero en verdad no había en él tal condición de espíritu sino que más bien él culpaba a Eliseo por toda la desgracia que les había sobrevenido, y en su ira mandó matar a aquel fiel siervo de Jehová.

Pese a las circunstancias adversas y el peligro que corría, Elí­seo se levantó entre el pueblo para anunciar que al día siguiente habría abundancia de alimentos. Estos según palabra de Jehová se venderían a precios muy rebajados en la misma puerta de la ciudad. Un príncipe del rey, oyéndole decir esto, se burló de él, diciendo que aunque Jehová abriera ventanas en el cielo no podría suceder tal cosa. El profeta res­pondió que ciertamente esto sucedería, pero que aquel burlador no par­ticiparía de los alimentos.

La huida de los sirios

Dejemos de contemplar la miseria de la ciudad, y a través de la oscuridad parcial de la tardecita, miremos hacia el campamento de los sirios. Allí los soldados demuestran estar muy agitados, pues unos a otros están ha­blando de ruidos extraños que se sienten. Oyen el estruendo de carros, el galopar de caballos, todo lo que les causa la impresión de que un ejército numeroso avanza. Se les ocurre que el rey de Israel ha conseguido con los heteos y los egipcios que le ayuden. Aterrados, los sirios huyen, dejando sus carpitas tal como están, con los caballos y asnos amarrados fuera de ellas. Corren con toda prisa, dejando caer sus ropas que llevan en la ma­no, tan aterrados que no se detienen a recogerlas. ¡Qué necios son, pues no viene nadie! Es que Dios les hizo sentir esos ruidos a fin de dar liber­tad a los israelitas, ya que éstos han sido suficientemente castigados.

Lo que hallaron los leprosos

Mientras huían los sirios, cuatro leprosos se habían juntado fuera del muro de Samaria, y conversando entre sí, dijeron: “¿Qué haremos? Si entramos en la ciudad, moriremos; si nos quedamos aquí, también mo­riremos. Vamos mejor al campamento de los sirios, pues no pueden más que matarnos”. Temblando de miedo, caminaron hasta llegar a la prime­ra carpa, donde sorprendidos por el silencio y la falta de guardas, se atrevieron a entrar. Encontrando alimentos en abundancia, los hambrien­tos se sirvieron una buena comida, y luego después hallando plata, oro y vestimentas, fueron a esconder estos tesoros. Al penetrar en otra carpa donde encontraron las cosas en la misma condición, se dieron cuenta de que el enemigo, por algún motivo que aún no comprendían, se había ido. Deseosos de compartir los despojos con la gente necesitada de la ciudad, partieron para allá, donde avisaron a los guardas. Estos a su vez dieron aviso dentro, y el rey, mandando gente a caballo, hizo averiguar las ex­trañas noticias que le trajeron los leprosos. “Entonces”, leemos, “el pueblo salió, y saqueó el campamento de los sirios”.

La muerte del incrédulo

Los siervos del rey llevaron gran cantidad de alimentos a la puerta de la ciudad, lugar en donde se debían vender bajo la vigilancia del mismo príncipe que el día anterior se había burlado de la profecía de Eliseo. Tal como éste dijera, el burlador vio los alimentos, pero no comió de ellos, pues la gente le atropelló y murió bajo los pies de ellos.

Aplicación

Tal como Dios proveyó alimentos para la gente hambrienta de Samaria, Él ahora ofrece salvación gratuita a todos los pecadores que acuden a Él. Pero los que se burlan de la gracia divina morirán sin misericordia. Juan 5:24 y 3:36

Preguntas

  1. ¿Qué castigo sufrieron los de Samaria a causa de sus pecados?
  2. ¿Qué causó que los sirios huyesen?
  3. Cuente lo que hicieron los leprosos.
  4. ¿Qué aconteció al príncipe incrédulo?
  5. ¿Qué hace Dios hoy para el pecador hambriento? ¿y qué sucederá al incrédulo?

 

135 Joás el joven rey

Estudio de parte del maestro: 2 Reyes 11.1 al 21

Lectura con la clase: 2 Reyes 11.1 al 4, 9 al 16

Texto para aprender de memoria— los menores: Hechos 2.36, A este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo

los mayores: Hechos 2.36

Introducción

Después que Ocozías, rey de Judá, fue muerto, su madre Atalía, siendo mujer impía, tramó la muerte de todos sus nietos a fin de apoderarse del trono.

El príncipe Joás

Si hubiésemos mirado dentro del palacio, habríamos visto allí a un niño de apenas un año, el cual se llamaba Joás. Este, como nada sabía del peligro que pendía sobre él y sus hermanos, reía y jugaba como siempre con ellos.

 

La protectora

Si la abuela del príncipe Joás era malvada, no así la tía Josaba, pues esta buena mujer, viendo lo que iba a suceder, y obrando con tino y va­lentía, entró en el palacio donde arrebató al niñito junto con su ama que lo cuidaba. El marido de Josaba era Joiada, el sumo sacerdote. Puesto que vivía en el mismo recinto del templo, Josaba pudo esconder a su sobrino y su ama allí en una pieza que en el pasaje leído se llama “la cá­mara de dormir”. Era un cuarto pequeño, en el cual se guardaban duran­te el día los colchones y otros objetos que se usaban para dormir. Tal cuarto sería muy indicado como escondite para el niño real y su ama.

Durante seis años, mientras la impía Atalía gobernaba el país, el pequeño príncipe gozó del cuidado y cariño de sus tíos que lo amaban mucho. Nos recuerda el caso de Moisés cuando la hija de Faraón lo prohijó, y tam­bién el de Jesús cuando fue llevado a Egipto para que el rey Herodes no lo matase.

La coronación

Fueron pasando los años, y Joás, seguro en su escondite, crecía y ju­gaba bajo la vigilancia de su ama. Cuando cumplió siete años, su tío Joiada, comprendiendo que era tiempo de actuar, habló en confidencia a los capitanes del ejército, a los cuales mandó en una misión secreta para juntar a los hombres principales de Judá. En cuanto llegaron éstos a Je­rusalén, el buen sacerdote les mostró al hijo del rey. Ciertamente tiene que haber sido muy grande su admiración, pues para ellos aquel joven príncipe sería como uno que hubiera sido resucitado de entre los muertos.

Bajo la dirección de Joiada todos se prepararon para coronar al nuevo rey, de modo que al amanecer el día sábado, algunos soldados se pusie­ron en la puerta del templo, y otros más se agruparon alrededor del niño, todos bien armados y listos para protegerlo. Mientras tanto los demás del pueblo que sabían lo que acontecía entraron en los patios de la casa de Dios. Emocionados, miraban hacia el sacerdote cuando éste, sacando al hijo del rey, le puso la corona en la cabeza, y un ejemplar de la ley en las manos y le ungió delante de todos. Batiendo con entusiasmo las manos, gritaron: “¡Viva el rey!” Nuevamente había rey en Judá, y la impía Atalía fue muerta.

Aplicación

Esta historia nos ilustra lo que ha sucedido, y lo que sucederá aún con Jesús. Él fue muerto en este mundo, aun cuando fue resucitado por el poder de Dios y actualmente está escondido en los cielos, desde donde volverá, coronado con muchas diademas, y rodeado de los suyos. Enton­ces, castigando de eterna perdición a sus enemigos, Jesús reinará en paz y justicia, derramando abundantes bendiciones tanto en la tierra como en los cielos.

Preguntas

  1. ¿Por qué mató Atalía a sus nietos,
  2. ¿Cómo fue salvado el riño Joás?
  3. Cuente lo que hizo el sacerdote Joiada para poder efectuar la coro­nación.
  4. Describa la coronación.
  5. ¿Qué es lo que nos enseña esta historia en relación con Señor Jesús?

 

136 La rebelión del rey Uzías

Estudio de parte del maestro: 2 Crónicas 26.1 al 23

Lectura con la clase: 2 Crónicas 26.1 al 5, 16 al 21

Texto para aprender de memoria— los menores: Lucas 18.14, Cualquiera que se enaltece, será humillado    los mayores: Lucas 18.14

Introducción

Nuestra última lección nos relató la historia del niño Joás, quien a la edad de siete años llegó a ser rey. Hoy nos ocuparemos de un nieto suyo quien también fue coronado cuando aún era joven, pues sólo tenía 16 años.

La prosperidad de Uzías

Al asumir el mando de Judá, Uzías halló el país en mal estado. Su padre había peleado sin motivo con el rey de Israel, con el resultado que éste le derrotó, derribó también el muro de Jerusalén, y tomó todo el oro y plata y todos los tesoros que pertenecían a la casa de Dios y la del rey. Pese a circunstancias tan adversas, el joven rey prosperó, pues se nos dice que persistió en buscar a Dios y en estos días que buscó a Jehová, Él le prosperó. Luego se hizo famoso como comandante del ejército, ven­ciendo a los filisteos, árabes y amonitas, antiguos enemigos de su nación.

Organizó un ejército de 307.500 guerreros poderosos, a quienes equipó de escudos, lanzas, yelmos, coseletes, arcos, y también hizo inventar para ellos máquinas que arrojaban saetas y grandes piedras. Construyó torres fortificadas en el muro de Jerusalén y también en el desierto donde algu­nas tienen que haber servido para centinelas y otras para señalar pozos de agua donde viajeros sedientos podían beber. Además Uzías se destacó como agricultor: tuvo muchos ganados en los valles y en las vegas, y viñas y labranzas en los montes y en los llanos fértiles.

La presunción de Uzías

Entre el pueblo judío un hombre no podía ser rey y sacerdote: éste tenía que ser descendiente de Aarón, aquél de David. Sin embargo Uzías quiso entrar en el templo para quemar incienso sobre el altar de oro. Aun cuando Azarías, el sumo sacerdote acompañado por ochenta sacerdotes, se opusieron a su atrevimiento él insistió en entrar. Llegó cerca del altar, teniendo un incensario en la mano, pero de repente la lepra le salió en la frente. ¡Dios le había herido por su pecado! Viendo esto, los sacerdotes le echaron de aquel recinto sagrado a toda prisa, y de aquel día en ade­lante el rey tuvo que vivir apartado de su casa y de sus familiares.

Aplicación

Pese a que Uzías fue un rey sabio y poderoso, cayó en el pecado de la presunción, creyéndose apto para entrar en el templo de Dios. Del mis­mo modo hoy muchas personas se creen con derecho para entrar en el cielo, pero sabemos que solamente aquellos que nacen otra vez por la fe en Cristo podrán llegar a tan santo lugar, Juan 3:3. Todos los que han nacido otra vez son sacerdotes, 1 Pedro 2:5,9, y como tales tienen li­bertad para entrar en la presencia de Dios, Hebreos 10:19.

Preguntas

  1. ¿En qué condición estaba el reino cuando Uzías llegó a ser rey?
  2. ¿Qué se sabe de su interés por la agricultura y la ganadería?
  3. Relate algo acerca del ejército de Uzías.
  4. ¿Cuál fue el pecado que cometió el rey?
  5. ¿Qué lección nos enseña el castigo que recibió Uzías?

 

137         Ezequías es sanado

Estudio de parte del maestro: 2 Reyes 20.1 al 11, Isaías 38.1 al 22

Lectura con la clase: 2 Reyes 20.1 al 11

Texto para aprender de memoria— los menores: Isaías 38.17, Tú echaste tras tus espaldas todos mis pecados

los mayores: Isaías 38.17

Introducción

Hoy hablaremos algo sobre la vida de Ezequías, el mejor de los reyes de Judá. Leemos en
2 Reyes 18:5. “En Jehová Dios de Israel puso su esperanza; ni después ni antes de él hubo otro como él entre todos los reyes de Judá”. Este rey hizo tanto bien en su vida que Dios ocupa tres capítulos en el libro de los Reyes, cuatro capítulos en Crónicas y cuatro en el libro del profeta Isaías para contarnos de sus hechos. Todo esto nos proporciona muchos temas, pero nos limitaremos a hablar de una experiencia inolvidable que tuvo Ezequías, a saber, su grave enfermedad, de la cual Dios le sanó.

La enfermedad de Ezequías

Durante muchos años Ezequías llevó una vida muy activa, pero en el tiempo de que nos habla la porción de hoy, lo vemos enfermo de muerte, padeciendo de una úlcera maligna. Mientras yacía, dolorido, en su cama, llegó a verlo su amigo, el profeta Isaías. Este, al acercarse al enfermo, le dijo en tono solemne: “Jehová dice así: Ordena tu casa, porque mori­rás, y no vivirás”. Sin duda, Isaías se sintió triste al pronunciar estas palabras, pues era muy amigo del rey, y parece que al cumplir con su cometido, salió inmediatamente del dormitorio. Ante tan desconcertante noticia, Ezequías volvió su rostro hacia la pared, y mientras copiosas lágrimas corrían por sus mejillas, oró a Jehová.

Dios perdona y ampara a Ezequías

Dios, siempre atento a los que le claman con sinceridad, volvió a ha­blar a Isaías, quien aún no ha salido fuera del palacio. Le dice que vuelva al rey para decirle que Él le va a sanar de su enfermedad, y que además le va a añadir a su vida quince años, durante los cuales le protegerá de sus poderosos enemigos que traman su destrucción y la de la ciudad de Jerusalén. Como para infundir un máximo de confianza en el enfermo, Dios le dio una señal extraordinaria. Impidiendo el avance del día, hizo que la sombra que marcaba las horas en el reloj real, volviera diez grados atrás, hecho tan grande que llamó la atención aun en la lejana tierra de Babilonia, 2 Crónicas 32:31.

El cántico de Ezequías

En Isaías capítulo 38 se encuentra un himno que escribió Ezequías después de ser sanado, en el cual hace ver que la enfermedad inesperada le produjo grande tristeza: “He aquí, amargura grande me sobrevino en la paz”. Manifiesta los pensamientos serios que tuvo respecto de la muerte, diciendo: “Yo dije: A la mitad de mis días iré a las puertas del Seol: privado soy del resto de mis años”. Recuerda también la angustia que sintió tanto en su alma como también en su cuerpo, al decir: “Como la grulla y como la golondrina me quejaba; gemía como la paloma”. Ter­mina alabando a Jehová por su amor y misericordia para con él, pues dice: “A ti agradó librar mi vida del hoyo de corrupción; porque echaste tras tus espaldas todos mis pecados …. ¡Jehová me salvará; por tanto cantaremos nuestros cánticos en la casa de Jehová todos los días de nuestra vida”.

Aplicación

La enfermedad “de muerte” de Ezequías nos habla de la enfermedad del pecado, la cual está conduciendo multitudes de personas hacia la muerte segunda en el lago de fuego. La tristeza de Ezequías sugiere el arrepentimiento de personas sinceras, quienes al creer a la palabra de Dios, se vuelven contritas a Él. El mismo Dios que dio quince años de vida al rey hoy da vida eterna a todo aquel que cree en Jesús como en su Salvador personal. También pone en los creyentes una señal cierta, a saber, su Espíritu Santo quien es la garantía de su protección, Romanos 8:16, Efe­sios 1:13,14.

 

Preguntas

  1. ¿Qué sabemos de la vida del rey Ezequías?
  2. ¿Qué hizo éste al saber que iba a morir?
  3. Nombre las tres cosas que Dios dio al rey.
  4. ¿Cómo manifestó Ezequías su gratitud a Dios?
  5. ¿Qué lecciones provechosas podemos sacar de esta historia?

Serie 10: La vida de Pablo

Ver

138         La conversión de Saulo de Tarso

Estudio de parte del maestro: Hechos 7.58 al 60, 9.1 al 25, 22.3 al 16, 26.4,5, 9 al 18

Lectura con la clase: Hechos 8.1 al 9

Texto para aprender de memoria— los menores: 1 Timoteo 1.15

los mayores: 1 Timoteo 1.15

Introducción

Con esta lección comenzaremos a estudiar la vida del gran apóstol Pablo, quien, al mismo tiempo que Jesús vivía en Nazaret, era niño en la ciudad de Tarso. Al principio se llamaba Saulo. Siendo hijo de padres muy religiosos, desde pequeño éstos le enseñaron la historia de su nación, de manera que conocía de memoria las mismas historias del Antiguo Testamento que nosotros hemos estudiado.

Saulo en Jerusalén

Cuando Saulo era muy joven, su padre le envió a la ciudad de Jerusalén donde tuvo el privilegio de tener por maestro al célebre Gamaliel. Fue a los pies de éste que aprendió las leyes y tradiciones de su pueblo. Era muy correcto en su vida, y muy fiel y celoso en cuanto a sus creencias, pero no era cristiano. No creía que Jesús era el Hijo de Dios, sino más bien un blasfemo y usurpador. Deseoso de borrar el nombre de Jesús de entre los hombres, Saulo empezó a perseguir a los cristianos, y respaldado por los hombres principales en Jerusalén, los encarcelaba y aun los mataba como se ve en el caso de Esteban en el capítulo 7.

La ciudad de Damasco

Antes de continuar con la lección de hoy, conviene consultar un mapa a fin de ubicar la ciudad de Damasco. Se encuentra en Siria, aproximadamente 260 kilómetros al norte de Jerusalén. Se conoce como la ciudad más antigua del mundo, y en la Biblia se menciona por primera vez en relación con Abraham, Génesis 14:15. Aún llegan hasta ella caravanas de camellos, pero también desde allá se extienden carreteras para vehículos motorizados, y constantemente aterrizan y despegan aviones, de tal manera que se ve en vivo contraste lo antiguo y lo moderno.

Santo es arrestado y convertido al Señor

Saulo, persiguiendo cada día más a los discípulos de Jesús, al saber que había algunos de ellos en Damasco, consiguió de parte de los sacerdotes autorización para viajar hasta allá a fin de prenderles y traerles encadenados a Jerusalén. Emprendió, pues, el viaje que en aquel entonces era de diez días, y pareciera que todo anduvo bien hasta que él y sus compañeros llegaron cerca de su destino.

Entonces al medio día una luz que sobrepasaba el resplandor del sol les rodeó repentina-mente, haciendo que todos cayesen en tierra. Una voz, hablando en lengua he­braica, dijo: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?” “¿Quién eres, Señor?” preguntó Saulo, y al saber que era Jesús, comprendió su tre­mendo error. Los cristianos tenían razón: Jesús no sólo había muerto, sino que también había resucitado. Entregándose de corazón al Señor, Saulo se puso inmediatamente a sus órdenes, dispuesto a servirle en todo.

Sumiso a las instrucciones de su nuevo Señor, Saulo, cegado aún por la potencia de la luz celestial, se dejó guiar por sus compañeros quienes le condujeron a la casa de un tal Judas, donde pasó tres días orando y meditando en lo que le acababa de acontecer. Al tercer día el Señor envió a Ananías, fiel creyente, por intermedio de quien le volvió a dar la vista. Inmediatamente Saulo fue bautizado, y allegándose a los creyentes, predicaba el evangelio, de tal manera que todos estaban atónitos.

Aplicación

Al igual que Saulo, todo ser humano necesita experimentar una con­versión a Cristo. Saulo nunca se cansó de relatar cómo el Señor le al­canzó. Sabía bien cuando fue salvado y dónde pasó a ser hecho hijo de Dios, hechos que también sabe todo verdadero creyente.

Preguntas

  1. ¿Aproximadamente en qué tiempo nació Saulo de Tarso?
  2. Cuente como fue la vida de Saulo cuando joven.
  3. ¿Cómo manifestó éste su enemistad para con los cristianos?
  4. Relate los detalles más importantes acerca de la conversión de Saulo.
  5. ¿Qué es lo que todo cristiano genuino sabe en cuanto a su con­versión?

 

139 Pablo y Bernabé en Chipre

Estudio de parte del maestro: Hechos 13.1 al 13

Lectura con la clase: Hechos 13.4 al 13

Texto para aprender de memoria— los menores: Proverbios 22.3, El avisado ve el mal, y se esconde

los mayores: Proverbios 22.3

Introducción

Al final de nuestra última lección, dejamos a Saulo en Damasco, donde, en compañía de los creyentes, predicaba el evangelio con éxito. Después, los enemigos de Cristo suscitaron una grande persecución contra el nuevo predicador, de modo que éste se vio obligado a huir de Damasco a Jerusalén. Después de estar allí algún tiempo, volvió a suceder lo mis­mo, y los hermanos, a fin de librar a Saulo de la muerte, lo enviaron a su pueblo natal de Tarso donde permaneció hasta que Bernabé lo fue a buscar. Estos dos siervos del Señor pasaron un año en la ciudad de Antioquía en Siria, lugar en donde vieron abundantes bendi­ciones.

La despedida y el viaje a Chipre

Los primeros versículos de nuestro capítulo nos presentan el cuadro de una reunión de despedida. Saulo y Bernabé, llamados por el Señor para llevar el evangelio a otras tierras, están a punto de partir de An­tioquía. Orando por ellos, los hermanos rogaron a Dios que les guiara en sus nuevas labores, protegiéndoles de todo mal, y para manifestar su comunión con ellos, pusieron sus manos sobre ellos. Hecho esto, los dos misioneros, acompañados por Juan Marcos, sobrino de Bernabé, fueron al puerto de Seleucia, donde subieron en un barco que iba a Chipre, una isla en el Mar Mediterráneo que quedaba a unos 100 kiló­metros de distancia. Bernabé era de Chipre, así que es de suponer que estaría muy contento que Dios los hubiese llamado para llevar el evan­gelio hasta allá. Al llegar, a la parte occidental de la isla, visitaron las sinagogas de los julios donde pudieron predicar la palabra. Después, viajando hacia al oeste, llegaron a Pafos, donde encontraron fuerte oposición de parte de Satanás.

Un hombre y prudente y un hijo del diablo

En Pafos residía un procónsul llamado Sergio Paulo, quien era un oficial romano, el segundo en categoría en la isla. Siendo serio y prudente, quiso saber del evangelio, y por lo tanto mandó por Bernabé y Saulo. Sin duda estos se sintieron felices de poder hablar de Jesús a un hombre tan eminente. Sin embargo, hallaron en la misma casa del procónsul a un falso profeta, hombre perverso e instrumento de Satanás. Éste, temiendo que su patrón pudiera convertirse al Señor Jesús, discutía con los apóstoles y trataba de convencer a Sergio Paulo que no era verdad el nuevo mensaje a que él escuchaba con tanto interés.

Saulo, aquí llamado Pablo por primera vez (es la forma griega de su nombre), fijando sus ojos en su adversario, le dijo que era un hijo del diablo, y enemigo de toda justicia, y le advir­tió que el Señor le iba a castigar por un tiempo. Inmediatamente aquel hombre perdió su vista. El procónsul, contemplándole, atónito, se dio cuenta de que todo lo que Pablo y Bernabé le anunciaban era cierto, de manera que plenamente convencido, creyó en el Señor Jesús, y fue salvado.

Aplicación

El texto que se debe aprender para el domingo próximo dice: “El avisado ve el mal, y se esconde; mas los simples pasan y reciben el daño”. Ciertamente Sergio Paulo fue prudente, pero Elimas fue un simple. Leemos que los salvados verán la cara de Jesús en el cielo, Apocalipsis 22:4, pero del incrédulo está escrito que “nunca más verá la luz”, sino que estará en las tinieblas de afuera, Salmo 49:19, Mateo 22:13. ¡Ojalá que nuestros alumnos imiten el ejemplo de Sergio Paulo, y no el del falso profeta!

 

Preguntas

  1. Después que Saulo se convirtió, ¿a qué lugar fue?
  2. ¿Quién lo llevó a Antioquía?
  3. ¿Cómo manifestaron los creyentes de Antioquía su interés en las labores de Bernabé y Saulo?
  4. Cuente las experiencias que tuvieron estos misioneros en Chipre.
  5. ¿Qué advertencia nos proporciona el castigo que le sobrevino a Elimas el falso profeta?

 

140 Pablo es apedreado

Estudio de parte del maestro: Hechos 13.13 al 52, 14.1 al 28

Lectura con la clase: Hechos 14.8 al 20

Texto para aprender de memoria— los menores: Hechos 14.15, El Dios vivo, que hizo el cielo y la tierra, el mar, y todo

los mayores: Hechos 14.15, Os anunciamos que de estas vanidades os convirtáis al Dios vivo, que hizo el cielo y la tierra, el mar, y todo lo que en ellos hay

Introducción

Después de haber predicado en la isla de Chipre, donde el procónsul se convirtió a Cristo, Pablo y sus compañeros viajaron nuevamente por el Mar Mediterráneo hacia el norte hasta arribar al puerto de Perge. En este lugar Juan Marcos, separándose de ellos, volvió a Jerusalén. Par­tiendo de Perge, los dos intrépidos misioneros caminaron más de 150 kilómetros por sendas que serpenteaban entre montañas y cerros donde habitaban bandidos de la peor especie. A esta experiencia Pablo parece hacer referencia en la primera parte de
2 Corintios 11:26. Al final de aquel viaje inolvidable llegaron a una ciudad que se llamaba Antioquía de Pisidia. Allí también tuvieron el gozo de ver la mano del Señor bendi­ciendo su palabra, pero nuevamente fueron perseguidos de tal manera que, abandonando aquella provincia, caminaron a Iconio.

El cojo es sanado

Los apóstoles se detuvieron mucho tiempo en este pueblo, pues muchí­simas personas creyeron el evangelio. Por fin se suscitó en su contra una persecución tan feroz que se vieron obligados a huir a Listra y Derbe, ciudades de la misma comarca, donde continuaron sus labores. Fue en el primero de estos lugares que la atención de Pablo fue llamada poderosamente a uno de sus oyentes, un hombre cojo desde su naci­miento. El rostro de éste reflejaba el genuino interés de su corazón de tal manera que el apóstol se convenció que tenía fe en la palabra de Dios. Viendo esto, le dijo que se levantara, lo que hizo de inmediato, dejando atónitos a todos los circunstantes. Siendo paganos, sacaron por conclu­sión que los apóstoles eran dioses que habían bajado de los cielos para visitarles.

Los de Listra intentan adorar a los apóstoles

La gente, obrando conforme a sus ideas idolátricas, puso por nombre a Bernabé, Júpiter, y a Pablo, Mercurio. Luego llegó el sacerdote de ellos trayendo toros y guirnaldas, deseoso de ofrecer sacrificios delante de los siervos del Señor. Uno se imagina la escena: el populacho bulli­cioso que grita: “Son dioses, adorémosles”. Pablo y Bernabé, rasgando sus ropas salieron apresuradamente al gentío para decirles que no cometiesen semejante insensatez, pues habían llegado a su ciudad precisa­mente para dar a conocer al único Dios Creador de todas las cosas, a quien solo debían adorar. Tiene que haberles costado mucho convencer a aquellas gentes ignorantes y supersticiosas, pues hemos leído: “Y diciendo estas cosas, difícilmente lograron impedir que la multitud les ofreciese sacrificio”.

Pablo es apedreado

Pronto se vio la inestabilidad de las multitudes, pues al llegar algunos adversarios de los apóstoles desde las ciudades de Antioquía e Iconio, éstos pudieron persuadirles a que persiguiesen a los misioneros. Con­centrando su furor en Pablo, lo apedrearon sin piedad, y luego después lo sacaron violentamente fuera de la ciudad donde le botaron, creyendo que estaba muerto. Es de suponerse que los creyentes nuevos que se hallaban alrededor del apóstol estarían llorando y tal vez pensando cómo y en qué parte deberían sepultarlo, pero de repente él abrió los ojos, y levantándose, volvió con ellos a la ciudad.

Aplicación

Esta lección nos presenta una fuerte advertencia sobre la inestabilidad de la opinión popular, un peligro peculiar de los niños y jóvenes, quienes fácilmente se dejan llevar. Demuestra cuán fácil cosa es para Satanás engañar a todos cuantos no basan su fe en la palabra de Dios.

En el caso del cojo que fue sanado, vemos una ilustración clara de lo que es la fe, a saber, la creencia en la palabra de Dios sin que el individuo sienta nada, y sin que se le dé señal alguna. Este hecho nos recuerda las palabras de Romanos 10:17.

Preguntas

  1. Nombre tres lugares visitados por Pablo y Bernabé.
  2. ¿Qué fue lo que provocó a la gente de Listra a presentar sacrificios a los apóstoles?
  3. ¿Qué dijeron éstos a los fanáticos idólatras?
  4. Cuente lo que pasó a Pablo.
  5. ¿Qué lección podemos sacar de este pasaje para nuestras vidas?

 

141 Timoteo y Lidia

Estudio de parte del maestro: Hechos 16.1 al 15

Lectura con la clase: Hechos 16.1 al 3, 9 al 15

Texto para aprender de memoria— los menores: 2 Timoteo 3.15, Las Sagradas Escrituras te pueden hacer sabio para la salvación

los mayores: 2 Timoteo 3.15

Introducción

Pablo, después de ser apedreado en Listra, volvió a visitar con Bernabé las ciudades donde habían predicado. Después de enseñar a los recién convertidos en estos lugares, navegaron a Antioquía en Siria, desde donde habían salido. Allí juntaron a los creyentes, los cuales se regoci­jaron al saber de las grandes cosas que Dios había hecho por intermedio de sus hermanos.

Timoteo acompaña a Pablo

Pasado algún tiempo, Pablo quiso visitar de nuevo los lugares donde el Señor había bendecido sus labores. Así que, acompañado por un fiel siervo de Dios llamado Silas, partió en su segunda gira misionera. Al llegar a la ciudad de Listra tiene que haberse sentido gozoso, pues allí se encontró con un joven que aparentemente se había convertido en su primera visita, ya que le llama su “hijo” en 1 Timoteo 1:2 y en 2 Timoteo 1:2. Este desde pequeño había conocido la palabra de Dios, pues su ma­dre, Eunice, y su abuela, Loida, siendo mujeres piadosas, le habían enseñado las historias del Antiguo Testamento, 2 Timoteo 1:5, 3:15. Los evangélicos en Listra y en Iconio daban buen testimonio de Timoteo, y Pablo, viendo que un compañero joven podría ser de mucha ayuda, le rogó que lo acompañase. Timoteo hizo esto de buena gana, y sabemos que durante largos años él sirvió fielmente al Señor, Romanos 16:21, 2 Corintios 1:19, 1 Tesalonicenses 3:2.

Los misioneros llegan hasta Europa

Siendo impedidos de Dios para que no predicasen el evangelio en las provincias de Asia y Bitinia, Pablo, Silas y Timoteo llegaron al puerto norteño de Troas. En este lugar el médico Lucas, el escritor del Libro de los Hechos, se juntó con ellos según indica el versículo 10 donde se incluye a sí mismo en la narración. Sin duda Pablo estaría orando mucho, pidiendo a Dios su dirección. Estando en Troas recibió una contestación extraña pero clara. En visión vio a un hombre de Macedonia, la parte superior de Grecia, el cual le rogaba que pasara hasta su país a fin de ayudarles. Inmediatamente los cuatro misioneros atravesaron el mar, y desembarcando en Neápolis, caminaron a Filipos, la cual era la primera ciudad de Macedonia.

La conversión de Lidia

Parece que había pocos judíos en Filipos pues no se menciona ninguna sinagoga. No obstante había algunas mujeres, quienes, al igual que Cor­nelio, deseaban conocer a Dios, y éstas se reunían los días sábado para orar junto al río. Hacia aquel lugar Pablo y sus compañeros dirigieron sus pasos, y luego tuvieron el gozo de celebrar su primera reunión de evangelización en el continente de Europa. Entre las mujeres que escu­chaban con interés se encontraba una llamada Lidia, oriunda de Tiatira en Asia Menor, quien por motivo de trabajo se había radicado en Filipos donde vendía púrpura. Junto con todos los de su casa creyó el evangelio, y cuando todos eran bautizados, la buena mujer constriñó al apóstol y sus amigos a hospedarse en su casa. De esta manera manifestó la sinceridad de su fe, pues identificándose con los aborrecidos embajadores del Señor Jesús, se exponía a cualquiera persecución que se levantase contra ellos.

 

Aplicación

Al igual que Timoteo, algunos de nuestros alumnos han tenido conoci­miento de las cosas de Dios desde pequeños. Ya es tiempo que deben abrir sus corazones para confiar en el Señor Jesús. Entonces cual Timo­teo y Lidia podrán servir al Salvador, y no perder sus vidas en el servi­cio de Satanás.

Preguntas

  1. ¿Quién acompañó a Pablo al iniciar él su segundo viaje misionero?
  2. ¿Qué es lo que sabemos de Timoteo?
  3. ¿Qué indujo a Pablo a atravesar el mar hasta Europa?
  4. Cuente de la conversión de Lidia.
  5. ¿Cuáles privilegios gozaron Timoteo y Lidia después de converti­dos?

 

142 El carcelero de Filipos

Estudio de parte del maestro: Hechos 16.16 al 40

Lectura con la clase: Hechos 16.22 al 32

Texto para aprender de memoria— los menores: Hechos 16.31, Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo

los mayores: Hechos 16.30,31

Introducción

La ciudad de Filipos se encontraba en el camino principal entre Roma y Constantinopla. Fue edificada originalmente por Filipo de Macedonia, padre de Alejandro Magno, y reedificada por Augusto César, quien hizo de ella una colonia romana de importancia. En los cerros cercanos los mineros sacaban oro, y los campos alrededor de la ciudad daban abun­dantes cosechas para la manutención de los habitantes. Como ya hemos visto, Lidia se radicó allí por motivos de trabajo, y aparentemente prosperaba.

La muchacha adivinadora

Satanás emplea muchos ardides para impedir el avance de la obra de Dios. En Antioquía, Iconio y Listra persiguió a los misioneros, pero en Filipos obró de una manera muy diferente. Utilizando a una muchacha adivinadora que no era más que una esclava suya, la enviaba tras Pablo y sus compañeros gritando en alta voz que eran siervos de Dios, y que anunciaban el camino de salvación. Era del todo imposible que Dios apro­bara semejante propaganda, ya que la obra de Él se identificaría en los pensamientos de la gente con las prácticas engañosas de Satanás. Por lo tanto, Pablo, volviéndose hacia la muchacha, mandó al espíritu pitónico que saliera de ella. Hecho esto, la niña ya no podía servir más a sus amos, los cuales habrán ganado mucho dinero por su intermedio. Así que, enojados sobremanera con Pablo y Silas, los llevaron al magistrado donde, acusándoles de muchas cosas falsas, consiguieron que fuesen heridos de muchos azotes.

Los apóstoles son encarcelados

Habiendo azotado a los apóstoles, los magistrados y alguaciles, acompañados por la turba, los condujeron violentamente a la cárcel, donde, entregándolos al carcelero, mandaron a éste que los guardase con toda diligencia. Aquel hombre endurecido por el pecado no faltó en cumplir al pie de la letra sus órdenes. Llevó a los apóstoles hasta la cárcel de más adentro donde metió sus pies en el cepo ¾ un marco pesado de madera con agujeros para sujetar los tobillos. Se puso el sol, y los demás presos seguramente se prepararon para dormir como mejor podían.

Pero Pablo y Silas, doloridos, sangrando y en todo sentido incó­modos, elevando sus voces en oración a Dios, se encomendaron a su cuidado, y es de suponerse que también suplicaron por sus angustiadores. Tal vez los otros presos gritarían a los misioneros, diciéndoles que se callasen, profiriéndoles palabras groseras. O quizá, extrañados ante las oraciones que escuchaban se sintieron conmovidos, sobre todo cuando Pablo y Silas se pusieron a cantar himnos de alabanza a Dios.

El carcelero es salvado

Mientras los habitantes de Filipos dormían aquella noche, Dios se acercó para librar a sus siervos. Contestando a sus oraciones, mandó un terremoto que sacudió tan fuertemente la cárcel que todas las puertas se abrieron, y a todos los presos se les soltaron las prisiones. ¡Cuán alarmado tiene que haberse sentido el carcelero! pues despertado en forma tan repentina e inesperada, viendo que las puertas estaban abier­tas, calculó que todos se habían fugado. Sacando la espada, estaba a punto de matarse cuando la voz de Pablo le alcanzó, diciéndole que no se hiciera ningún mal puesto que todos aún estaban dentro.

Aquellas palabras tocaron el corazón del carcelero, pues manifestaron el amor de Pablo para con él, su enemigo que le había hecho sufrir tan injustamente. Así que entró, y temblando, cayó a los pies de Pablo y Silas. Luego, sacándoles fuera, les dijo: “Señores, ¿qué debo hacer para ser salvo?” a lo que ellos contestaron: “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa”. Uno quisiera haber estado presente en la reunión que se celebró aquella noche, pues los apóstoles, ayudados grandemente de Dios, predicaron el evangelio a todos los de casa, con el resultado que todos sin excepción se convirtieron de corazón al Señor Jesús. El mismo carcelero, demostrando su sinceridad, les lavó las heridas, y junto con todos los de casa, fue bautizado.

Aplicación

La pregunta del carcelero sugiere que él ya sabía algo respecto del mensaje del evangelio. Tal vez había escuchado alguna predicación de los apóstoles, o puede ser que éstos hubiesen hablado personalmente con él. De todos modos, al encontrarse frente a la muerte, se dio cuenta de su necesidad, y al comprender el evangelio, no tardó en entregarse al Salvador, ni en obedecer al mandato de éste.

Preguntas

  1. ¿Cuál fue la táctica que Satanás empleó en Filipos?
  2. ¿Por qué echó fuera Pablo al espíritu pitónico?
  3. Cuente lo que hicieron los amos de la muchacha.
  4. ¿Qué fue lo que sucedió en la cárcel?
  5. ¿Cómo manifestó haberse convertido el carcelero?

 

143 Pablo en Tesalónica y Berea

Estudio de parte del maestro: Hechos 17.1 al 14

Lectura con la clase: Hechos 17.1 al 5, 10 al 12

Texto para aprender de memoria— los menores: Juan 5.39, Escudriñad las Escrituras, porque ellas dan testimonio de Mí

los mayores: 1 Tesalonicenses 2.13, Recibisteis no palabra de hombres, sino según es en verdad, la palabra de Dios, la cual actúa en vosotros los creyentes

Introducción

Hoy iremos en nuestros pensamientos a la ciudad de Salónica, la cual en los días del apóstol Pablo era muy próspera, pues al igual que Filipos, se encontraba en el camino principal que conducía a Roma. Trescientos años antes del nacimiento de Jesús, un rey de Macedonia y Grecia edificó extensamente en la ciudad, y le puso el nombre de su mujer, Tesalónica, quien era hermana de Alejandro Magno.

Pablo halla a un pariente en Tesalónica

De Filipos, los misioneros viajaron unos 150 kilómetros hacia el oeste para llegar a Tesalónica, ciudad donde vivían muchos judíos en la época que trata nuestra lección. Pese a que se encontraban a 1500 kilómetros de Palestina, se habían edificado una sinagoga. Estaban muy acostum­brados a la vida en el extranjero, y muchos de ellos llevaban nombres griegos. Tal era el caso del varón a cuya casa Pablo y sus compañeros llegaron, pues se llamaba Jasón, nombre asociado con el héroe griego del vellocino de oro. A juzgar por la referencia que se halla en Romanos 16:21, parece haber sido pariente de Pablo. Esto podría indicar que el apóstol, al llegar a Tesalónica, buscó primero a su primo, y consiguió hospedarse en su casa.

Pablo anuncia a otro rey, Jesús

Por tres semanas, los días sábado, Pablo fue a la sinagoga. Utilizan­do el Antiguo Testamento que allí tenían, razonaba con los circunstantes, haciendo ver que el Mesías, al cual ellos esperaban, tenía que ser un Mesías que muriera y resucitara. Seguramente él leería con ellos tales pasajes como Isaías 7:14 y Miqueas 5:1,2 sobre el nacimiento del Me­sías; Salmo 22 e Isaías 53 sobre su muerte, y Salmo 16 tocante a su resurrección. Tal vez leería el Salmo 72 que describe la gloria del rey venidero, y haría ver que todos aquellos pasajes hablaban de Jesús, al­gunos habiendo sido cumplidos ya.

De todos modos tiene que haber pre­sentado a Jesús como Rey, pues al suscitarse una persecución en su contra, sus adversarios le acusaron ante las autoridades, diciendo: “Estos contravienen los decretos de César, diciendo que hay otro rey, Jesús”. Muchas personas creyeron el evangelio, de manera que una iglesia fue formada en aquella ciudad. Es de interés notar que más tarde cuando Pablo les escribió dos cartas, en todos los capítulos de éstas les expli­caba detalladamente sobre la segunda venida del Señor Jesús, tanto en la primera fase por su iglesia, como en la segunda cuando se manifestará cual Rey de Reyes en la tierra.

Berea, la semilla cae en buena tierra

Al producirse un gran alboroto en la ciudad, los creyentes inmediata­mente, de noche, enviaron a Pablo y Silas a Berea. Encontrando una sinagoga de los judíos, se pusieron a sembrar la semilla incorrup­tible que es la Palabra de Dios. En aquel lugar tuvieron por oyentes a personas serias, pues todo lo predicado lo comprobaron por las Sagradas Escrituras. Así, plenamente convencidos por ellas, muchos creyeron en el Señor Jesucristo. ¡Ojalá nuestros alumnos hicieran igual cosa, pues así Satanás no tendría éxito, quitándoles la palabra que trae vida eterna a todo aquel que cree!

Aplicación

Tal como muchas profecías se cumplieron en la vida, muerte y resu­rrección del Señor Jesucristo, muchas otras se cumplirán cuando Él vuelva. Para ser salvo es necesario reconocer que Jesús es Rey, es decir, aceptarlo como al Señor de uno, y no simplemente tener el vago conocimiento de la mayoría que “Él murió por nosotros”, Romanos 10:9, 1 Tesa-lonicenses 1:9.

Preguntas

  1. ¿Cómo sabemos que los judíos en Tesalónica se habían acostum­brado allí?
  2. ¿A casa de quién fue el apóstol Pablo?
  3. ¿Cuál fue el gran tema que él predicó en aquella ciudad?
  4. En sus dos cartas a los Tesalonicenses, ¿qué es lo que más explica el apóstol?
  5. ¿Por qué decimos que los de Berea eran como la buena tierra de la parábola?

144 Pablo predica en el Areópago

Estudio de parte del maestro: Hechos 17.13 al 34

Lectura con la clase: Hechos 17.22 al 34

Texto para aprender de memoria— los menores:  Hechos 17.31, Dios ha establecido un día, en el cual juzgará al mundo con justicia

los mayores: Hechos 17.31, Dios ha establecido un día, en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a quien designó, dando fe a todos con haberle levantado de los muertos

Introducción

Dejando a Silas y Timoteo en Berea, Pablo viajó más de 300 kilómetros hacia el sur, hasta llegar a la gran ciudad de Atenas. Era famosa como centro de la sabiduría humana, y también por su arte y arquitectura. Al llegar, el apóstol tiene que haber visto una eminencia llamada el Acró­polis, roca de 150 metros de alto, cubierta de templos. El más renom­brado era el Partenón, pues tenía la célebre estatua de Atena, de doce metros de alto y hecha de oro y marfil. No muy distante quedaba una colina denominada el Areópago, donde la Corte Suprema de Atenas se reunía bajo la bóveda del cielo.

Pablo se encuentra con los filósofos atenienses

La historia nos relata que en Atenas había treinta mil imágenes, así que por donde Pablo miraba veía una idolatría espantosa, lo que hacía que su espíritu se enardeciese. El resultado fue que pronto empezó a predicar en la sinagoga a los judíos y prosélitos que se congregaban allí. También, a fin de alcanzar a la demás gente, acudió a la plaza, o el foro, en donde podía razonar con todos cuantos se interesaban por saber de su mensaje.

Aquí discutían con él algunos filósofos epicúreos quienes eran muy ma­terialistas y enseñaban que el ser humano no tenía que hacer más que divertirse. Él apóstol también se encontró con algunos filósofos estoi­cos, cuya doctrina era muy diferente, pues decían que no había que hacer caso al placer ni al dolor, sino que el ser humano debía soportarlo todo con indiferencia y llevar una vida virtuosa. Jamás habían escuchado las cosas que Pablo anunciaba, y quedando perplejos ante la proclamación de la muerte y resurrección de Jesús, decidieron llevar al apóstol al Areó­pago.

El Dios no conocido

El mensaje que Pablo presentó aquí fue muy diferente de los que pre­dicaba en las sinagogas. Los atenienses no poseían las Sagradas Escri­turas, y por lo tanto el apóstol apeló más bien al testimonio universal de la naturaleza, la cual proclama elocuentemente a todos los hombres la existencia, sabiduría y potencia del Creador. Mientras Pablo andaba por las calles de Atenas se había fijado en un altar, cuya inscripción decía: Al dios no conocido.

Aprovechando la ventaja que esto le pro­porcionaba, dijo a sus auditores: “Al que vosotros adoráis, pues, sin conocerle, es a quien yo os anuncio”. No se amedrentó el fiel siervo de Cristo aun cuando se hallaba solo ante tantos sabios, y rodeado de her­mosos templos paganos. Advirtió que el Dios vivo y verdadero no habi­taba en templos hechos por manos humanas. Si bien era cierto que en siglos anteriores toleró los tiempos de ignorancia (vs. 30), ahora con la proclamación del evangelio, exigía a los seres humanos que todos, en todas partes, se arrepintiesen, por cuanto Él había determinado un día de juicio.

El apóstol llegó solamente hasta aquí en su mensaje, pues al mencionar el hecho de que Dios había resucitado a Jesús de entre los muertos, al­gunos comenzaron a burlarse de él, y otros dijeron que le escucharían más en otra ocasión. Sin embargo, algunas personas creyeron el evan­gelio, entre ellos un juez del mismo Areópago, llamado Dionisio.

 

 

Aplicación

Hoy también nos hallamos rodeados de la idolatría. No obstante los hombres hayan cambiado los nombres de las imágenes, sigue siendo una abominación delante de Dios. La mayoría aún no conoce al Dios vivo y verdadero de la Santa Biblia, ni tampoco está dispuesta a arrepentirse. ¡Que nuestros alumnos sean sabios, obedeciendo a la voz de Dios con­forme a los versículos 30 y 31! Pues escrito está que “nuestro Señor Jesucristo se manifestará en llama de fuego, para dar retribución a los que no conocieron a Dios, ni obedecen al evangelio”.

Preguntas

  1. ¿Por qué era muy famosa la ciudad de Atenas?
  2. ¿Cuáles serían algunas de las cosas que Pablo vio al llegar a dicha ciudad?
  3. ¿En qué inscripción se fijó mucho el apóstol?
  4. ¿Sobre qué hechos importantes predicó Pablo?
  5. ¿Por qué es tan necesario y válido hoy como en aquel entonces el mensaje del apóstol?

 

145 Crispo: conversiones en Corinto

Estudio de parte del maestro: Hechos 18.1 al 17

Lectura con la clase: Hechos 18.7 al 17

Texto para aprender de memoria— los menores: 1 Corintios 15.3, Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras

los mayores: 1 Corintios 15.3,4

Introducción

En nuestros viajes con Pablo, hemos llegado a conocer a varias perso­nas en los diferentes lugares: a Lidia y el carcelero en Filipos, a Timo­teo en Listra, a Jasón en Tesalónica, a Dionisio y Dámaris en Atenas. Ahora que él visita Corinto, el número de nuestros conocidos aumentará aún más. En esta grande ciudad mercantil con sus dos puertos donde entraban navíos de los mares del oriente y del occidente; en esta ciudad famosa tanto por su pecaminosidad como por su sabiduría, Pablo se quedó por un año y medio, asegurado por Dios que Él tenía mucho pueblo allí.

Pablo llega a Corinto

Pablo llegó a Corinto solo, y tal vez se sintió algo triste y temeroso mientras andaba por las calles del puerto. Sin embargo, luego se encon­tró con un caballero judío llamado Aquila, quien con su esposa, Priscila, tenía una fábrica de carpas. Por ser del mismo oficio, Pablo entabló conversación con ellos, y luego le invitaron a entrar y alojarse con ellos. Durante los días de la semana, el apóstol trabajaba haciendo carpas de pelo de cabras, un material que se usaba mucho en aquellas regiones. Los días sábado acompañaba a sus nuevos amigos a la sinagoga. Allí le concedieron el privilegio de hablar a la gente, privilegio que Pablo aprovechó bien por unos cuantos sábados. Entonces cuando llegaron Silas y Timoteo, el apóstol, consolado y lleno de entusiasmo, testificó con poder que Jesús era el Mesías a quien sus oyentes debían aceptar. Algunos de los que le escuchaban suscitaron una oposición tan decidida y feroz que Pablo, sacudiendo su ropa, les dijo, “Vuestra sangre sea sobre vuestra propia cabeza; yo, limpio; desde ahora me iré a los genti­les”.

En la casa de Justo

Los misioneros salieron de la sinagoga, y muy cerca encontraron otra sala para la predicación del evangelio, pues al lado de la sinagoga vivía un hombre llamado Justo. Abriendo de par en par las puertas de su casa, éste les invitó a entrar, oferta que Pablo aceptó con gratitud. Podemos imaginarnos su gozo al ver que entre los que le siguieron, venía Crispo, el mismo prepósito, o presidente de la sinagoga. Este hombre sincero se convirtió luego a Cristo, junto con toda su casa. Otros más aceptaron a Jesús, se bautizaron, dando testimonio de su fe a sus conocidos, y siguieron fielmente con el apóstol en sus labores.

La persecución ‑ Galión

Sóstenes, el nuevo prepósito de la sinagoga, parece haber sido un ver­dadero agitador. Cuando Pablo había estado dieciocho meses en Corinto, este enemigo, enfurecido sobremanera, juntó a los judíos inconversos, y llevó al apóstol ante Galión, el juez. Este no les hizo caso, sino que los echó del tribunal, donde los simpatizantes de la obra misionera de Pablo, dejaron herido a Sóstenes. A pesar de este incidente, es de notar que el nombre de Sóstenes aparece en la carta a los Corintios. Si es el mismo hombre, indicaría que más tarde él se arrepintió y fue salvado.

Aplicación

Es una grande bendición cuando, como en el caso de Crispo, una fa­milia entera acepta al Señor Jesús. Sin duda hay entre nuestros alumnos varios cuyos padres son salvados, y no obstante, ellos aún están expues­tos a la ira de Dios. ¡Qué caso más triste fue el de Galión! Podría haber escuchado el evangelio por los labios de Pablo, pero no quiso, y no le permitió hablar. Indiferente a la necesidad de su alma y al amor de Dios, él no quiso “ser juez de estas cosas”. La indiferencia es un pecado que conduce a millones a la perdición.

Preguntas

  1. ¿Qué recuerdan ustedes de la ciudad de Corinto?
  2. ¿Quién era el principal de la sinagoga allí?
  3. ¿Cómo se llamaba el hombre que prestó su casa a Pablo para la predicación del evangelio?
  4. ¿Qué le pasó al enemigo de Pablo?
  5. ¿Cuál es la solemne lección que aprendemos por la actitud de Galión?

 

146 Pablo en Éfeso

Estudio de parte del maestro: Hechos 18.18 al 28, 19.1 al 41

Lectura con la clase:  Hechos 19.8 al 20

Texto para aprender de memoria— los menores: Efesios 2.5, Aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo

los mayores: Efesios 2.4,5

Introducción

Al partir de Corinto, Pablo atravesó el mar Egeo a Éfeso, la ciudad más grande de la provincia proconsular de Asia. Allí se detuvo muy poco tiempo, pero después de visitar Jerusalén, volvió y pasó tres años (20:31), predicando en esta ciudad renombrada por la práctica de la magia y el culto de Diana. Era un fuerte de Satanás, y la gente andaba conforme al príncipe de la potestad del aire (Efesios 2:2), hasta que Pablo llegó con el evangelio que es el poder de Dios para salvación (Ro­manos 1:16). Hoy veremos algo sobre la lucha que allí se verificó, y los triunfos que hubo para la gloria de Cristo.

 

Los milagros contra la magia versículos 11 al 20

En Éfeso, donde la gente era la misma personificación de las tinieblas (Efesios 5:1), Dios efectuó milagros extraordinarios por las manos de Pablo, de manera que muchos enfermos y endemoniados eran sanados. Siete hijos de un sacerdote llamado Esceva, vagabundos que pretendían tener el poder de la magia, viendo los sorprendentes resultados del mi­nisterio de Pablo, decidieron que ellos también invocarían el nombre del Señor Jesús sobre los que tenían espíritus malos. Pero al intentar hacer­lo, el endemoniado, saltando sobre ellos, les hirió de tal manera que huyeron de su presencia desnudos. Luego que se supo lo que había acon­tecido, cayó temor sobre la gente, y muchos se convirtieron al Señor Jesús. Manifestando el cambio operado en sus vidas, juntaron sus libros de magia que eran de un alto valor, y los quemaron públicamente. “Así”, leemos, “crecía y prevalecía poderosamente la palabra del Señor”. ¡Qué contraste entre los libros de los efesios y el Libro de Dios!

Jesús y Diana versículos 23 al 40

El orgullo de los efesios era su magnífico templo dedicado al culto de Diana, su diosa, que según creían, había caído del cielo. Aquel templo que demoró 220 años en construirse era considerado como una de las siete maravillas del mundo antiguo. Según nos relata la historia, era de mármol blanco, de más o menos 130 metros de largo y 65 metros de ancho. Tenía 127 columnas, cada una de 18 metros de alto, ricamente adornadas, pues eran todas dones de diferentes reyes. Los efesios esta­ban tan entregados a sus prácticas idolátricas que llevaban miniaturas de su diosa y templo en sus viajes, y solían tenerlo en sus casas como talismanes para protegerles del mal. Pero cuando muchos de ellos cre­yeron el evangelio, bajó la venta de los templecillos, los fabricantes de éstos se alarmaron, e incitados por un platero llamado Demetrio, susci­taron un tumulto muy grande. Mientras gritaban por las calles: “¡Grande es Diana de los efesios!” multitudes se agregaron a ellos, dirigiendo sus pasos hacia el teatro, lugar a donde dos compañeros de Pablo fueron lle­vados. La mayoría ni sabía para qué se habían juntado, sin embargo par­ticiparon en la gritería, la que duró casi dos horas. Por fin el escribano logró apaciguar a las gentes.

Aplicación

El arrepentimiento sincero de los efesios se manifestó cuando, juntando los libros que les habían enseñado a pecar, ni los vendieron ni los rega­laron, sino que los quemaron. ¡Cuán felices tienen que haberse sentido viendo como las llamas destruían aquellas enseñanzas pecaminosas! Hoy también los seres humanos tienen que elegir entre los libros de Satanás y el de Dios, pues aún continúa la lucha entre el Espíritu de Dios y el espíritu que ahora obra en los hijos de desobediencia (Efesios 2:2).

Preguntas

  1. Cuente lo que sucedió cuando algunos incrédulos trataron de lanzar un demonio en el nombre del Señor Jesús.

2 ¿Qué creían los idólatras de Éfeso?

  1. ¿Cómo manifestaron su arrepentimiento los creyentes en Éfeso?
  2. ¿Por qué se enojó Demetrio y sus colegas?
  3. ¿Qué lección importante nos proporciona esta historia?

147 Pablo es prendido en Jerusalén

Estudio de parte del maestro: Hechos 21.1 al 40

Lectura con la clase: Hechos 21.17, 26 al 34

Texto para aprender de memoria— los menores: 2 Timoteo 1.12, Yo sé a quién he creído, y estoy seguro que es poderoso      los mayores: 2 Timoteo 1.12

Introducción

Después del alboroto que hubo en Éfeso, Pablo volvió a visitar las asambleas en Macedonia. Habiendo enseñado y exhortado en forma abundante a los creyentes, viajó al sur donde pasó tres meses ocupado en las mismas labores. Entonces, emprendiendo viaje para Jerusalén, fue a Troas, lugar en donde pasó un fin de semana con los hermanos. Después, haciendo escala en el puerto de Mileto, hizo llamar a los an­cianos de Éfeso, a quienes encargó solemnemente que cuidasen con todo esmero a la grey del Señor. Continuando viaje, luego llegó a Cesarea, ciudad de la cual ya tenemos conocimiento, pues allá fue donde Pedro, años antes, había predicado en casa de Cornelio.

En casa de Felipe el evangelista

Seguramente muchos de los alumnos se acordarán del evangelista Felipe quien vio convertirse al eunuco etíope mientras viajaban en el coche de éste. En el tiempo cuando Pablo llegó a Cesarea, Felipe vivía allí con su familia. Manifestando su acostumbrado cariño cristiano, hospedó al apóstol y a sus compañeros en su hogar. Es de creerse que en los muchos días que estuvieron juntos Pablo y Felipe contarían el uno al otro de sus muchas y variadas experiencias en el servicio del Señor. Tal vez se acordarían de Esteban, a quien ambos habían conocido veinticinco años atrás, aun cuando había sido bajo muy diferentes condiciones (6:5 y 7:58).

Disfrutando Pablo aún de hospitalidad tan grata, llegó desde Judea un profeta llamado Agabo, quien, tomando el cinto de Pablo y atándose los pies y las manos, dijo: “Esto dice el Espíritu Santo: Así atarán los judíos en Jerusalén al varón de quien es este cinto, y le entregarán en manos de los gentiles”. Esto hizo que todos rogasen a Pablo que desis­tiera de su viaje. Pablo les contestó que no sólo estaba presto a ser atado sino también a morir en Jerusalén por el nombre del Señor Jesús. Así que no trataron más de convencerle, sino que dijeron: “Hágase la voluntad del Señor”.

Pablo es prendido en Jerusalén

Al llegar a Jerusalén, el apóstol recibió una bienvenida cordial de parte de los hermanos, pues éstos, al saber de las bendiciones que Dios había derramado sobre sus labores, se alegraron grandemente. Sin em­bargo, había algunos judíos de Jerusalén que aún practicaban la ley. A fin de ganar a éstos y convencerles que Pablo no era un hereje como algunos suponían, los ancianos le pidieron que entrara en el templo junto con cuatro hombres que tenían cierto voto. Aun cuando Pablo no hubiera de­seado hacer semejante cosa, accedió a los deseos de sus hermanos.

Ciertos judíos de Asia ya le habían visto en la ciudad con un hermano gentil de Éfeso. Pensando que a lo mejor Pablo lo había hecho entrar en el mismo templo, alborotaron al pueblo de tal manera que prendieron a Pablo y trataron de matarlo. En esto fue dado aviso al tribuno romano, el cual tomando soldados y centuriones, acudió rápidamente al lugar en donde estaban. Librando a Pablo de sus manos, le mandó atar con dos cadenas, ordenando además que fuese llevado a la fortaleza.

Aplicación

Con algunos años de anticipación a la fecha de la cual estamos hablando, Jesús había puesto su rostro como un pedernal para ir a Jerusalén (Isaías 50:7). Aun cuando sabía que su pueblo lo rechazaría, entregán­dole a los romanos para ser crucificado, Jesús, a causa de su inmenso amor, fue hasta aquella ciudad. Del mismo modo. Pablo, advertido repetidas veces de cuál sería su suerte, siguió adelante (20:23 y 21:11). Hacía poco que había escrito las palabras de Romanos 9:1‑3, las cuales muestran cuán grande era su amor para con su propio pueblo.

Preguntas

  1. ¿Qué recuerda usted acerca de Felipe?
  2. ¿Qué hizo Agabo?
  3. ¿Quiénes alborotaron al pueblo de Jerusalén?
  4. Cuente lo que sucedió a Pablo.
  5. ¿De qué manera se parece Pablo a Jesús?

 

148 Pablo en Cesarea

Estudio de parte del maestro: Hechos 23.12 al 35, 24.1 al 27

Lectura con la clase: Hechos 24.10 al 16, 22 al 27

Texto para aprender de memoria— los menores:  Hechos 24.25, Félix dijo, Ahora vete; pero cuando tenga oportunidad te llamaré

los mayores: Hechos 24.25

Introducción

Después que Pablo fue librado de los judíos por la intervención opor­tuna del tribuno Claudio Lisias, compareció ante el sumo sacerdote y su concilio. Cuando éstos no llegaron a ningún acuerdo para condenarle, más de cuarenta hombres de los más fanáticos, juntándose, hicieron voto de maldición, diciendo que no comerían ni beberían hasta que hu­biesen muerto al apóstol.

Librado de los asesinos

Dios obró de tal manera que un hijo de la hermana de Pablo supo lo que tramaban aquellos malvados. Este, mostrando valor y también amor para con su tío, entró en la fortaleza donde le advirtió del peligro que se cernía sobre él. Pablo, llamando a un centurión, envió con él al niño a fin de que avisara al tribuno, quien era el comandante de la guarnición romana. Este decidió que debía enviar inmediatamente a su preso a la ciudad de Cesarea donde podría comparecer ante el gobernador. Así fue que Pablo, escoltado por 200 soldados, 70 de a caballo, y 200 lanceros, emprendió el viaje de 100 kilómetros. Al salir de la fortaleza en las altas horas de la madrugada, tiene que haberse maravillado de los cui­dados de Dios. Tal vez haría suyas las palabras de Daniel 6:26,27, a saber, “El Dios viviente … salva y libra y hace señales, y me ha li­brado del poder de los leones”.

Pablo comparece ante Félix

Cinco días después de la llegada del apóstol, llegó el sumo sacerdote y algunos de los ancianos acompañados por un orador llamado Tértulo. Este acusó a Pablo de muchas graves faltas: que era una plaga promotor de sediciones, y que había intentado profanar el templo. La actitud de Pablo frente a estas acusaciones nos despierta sentimientos de admira­ción, pues con breves palabras demuestra que son falsedades. Luego después expone su firme creencia en la palabra de Dios, haciendo espe­cial hincapié en el hecho de la resurrección, tanto de los injustos como de los justos.

Félix es redargüido de pecado

Aun cuando Félix sabía que Pablo era inocente, no quiso dar su senten­cia, sino que puso dilación a los judíos, diciendo que necesitaba con­sultar con el mismo tribuno. Parece que las palabras de Pablo alcanza­ron hasta el corazón del gobernador, pues después de algunos días, lo llamó a su presencia, y juntamente con su mujer, Drusila, le oyó hablar de la fe que es en ,Jesucristo. Es evidente que Pablo aprovechó bien la oportunidad de hablar a aquel libertino romano y a su mujer, que era una perdida princesa judía, pues leernos que mientras disertaba de la justicia y de la continencia, (cosas que ni las conocían en su vida de pecado de­senfrenado) y del juicio venidero, Félix espantado respondió: “Ahora vete; pero cuando tenga oportunidad te llamaré”.

Aplicación

Félix fue hecho convicto de pecado: se encontró aquel día en la más grande encrucijada de su vida. Pero amando el pecado, despidió al apóstol, y aunque después conversó muchas veces con él, no leemos que llegase otra vez a sentir el poder del Espíritu Santo. Deseoso de recibir el dinero que según creía. Pablo podía darle, le guardó en la cárcel durante dos años.

¡Ojalá ningún alumno imite tan desastroso ejemplo, haciendo esperar al Salvador, quien insiste que ahora es el tiempo aceptable, y que ahora es el día de salvación!

Preguntas

  1. ¿Qué tramaron algunos de los enemigos de Pablo?
  2. Cuente cómo él fue librado de las manos de ellos.
  3. ¿Qué fue lo que hizo temblar a Félix?
  4. ¿Por qué no quiso soltar éste a Pablo?
  5. ¿Qué advertencia hay para ustedes en las palabras de Félix a Pablo? (versículo 25)

 

149 Pablo ante Agripa

Estudio de parte del maestro: Hechos 25.1 al 27, 26.1 al 32

Lectura con la clase: Hechos 26.19 al 29

Texto para aprender de memoria— los menores:  Hechos 26.28

los mayores: Hechos 26.27,28

Introducción

Durante dos largos años, Pablo permaneció en Cesarea. Aun cuando no tuvo que padecer las torturas a que eran sometidos los criminales, pare­ce que estuvo ligado por cadenas a sus guardas (En el 24:27 la palabra “preso” equivale a “en prisiones”, en 26:29). No obstante, sus amigos podían venir a verlo, y posiblemente Pablo escribiría muchas cartas a las diferentes iglesias que había fundado. De todos modos, el apóstol no pa­saría ocioso, y Dios al permitir tan largo cautiverio, tiene que haber tenido algún propósito bien definido; algunas lecciones importantes que sólo de esa manera podían aprenderse.

Pablo apela a César

Félix por fin entregó su puesto a su sucesor, Porcio Festo, y deseando ganarse el favor de los judíos, dejó preso a Pablo. A los tres días de asumir su oficio, Festo subió a Jerusalén donde los enemigos acérrimos de Pablo aprovecharon para rogarle que lo trajese hasta allí. Festo con­testó con firmeza, diciendo que pronto partiría para Cesarea, y que los que desearan acusar a Pablo deberían ir hasta dicha ciudad. Así fue que el apóstol se halló nuevamente frente a sus adversarios, y tal como su­cediera antes, no pudieron comprobar las falsas acusaciones que le ha­cían.

Festo, astuto político, sabiendo que legalmente no podía forzar a su preso a acceder al deseo de los judíos, pero queriendo congraciarse con éstos, le preguntó si quería subir a Jerusalén para allá ser juzgado delante de él. Pablo, comprendiendo bien el peligro que correría si hi­ciese semejante viaje, hizo valer sus derechos de ciudadano romano, y contestó: “A César apelo”. Con sólo pronunciar aquella frase, se libraba de toda autoridad que no fuese la del Tribunal Supremo del Imperio Ro­mano. Ante esta palabra tal vez inesperada, Festo consultó con su conse­jo, y entonces volviéndose hacia Pablo, le dijo: “A César has apelado; a César irás”.

 

El rey Agripa

Pasados algunos días, el rey Agripa vino a saludar a Festo, y éste le mencionó el asunto de su preso famoso. “Yo también quisiera oir a ese hombre”, dijo Agripa, así que acordaron juntarse al día siguiente. Antes que contemplemos al grupo que escuchara el mensaje de Pablo, debemos pensar un poco en la persona de Agripa. Era hijo de aquel que mató a Jacobo y quien quiso matar también a Pedro (Hechos 12). Su abuelo fue aquel Herodes que mató a los niños de Belén (Mateo 2), y su tío fue quien degolló a Juan el Bautista y condenó a Jesús (Mateo 14, Lucas 23). Agripa conocía muy bien la historia de su familia, una historia de continua opo­sición a la voluntad de Dios. Sin embargo sintió vivos deseos de escuchar el evangelio por los labios de uno que antes también había sido persegui­dor de los cristianos.

El mensaje y la decisión

Agripa y Berenice, su hermana, se sentaron en la sala de audiencia con los oficiales del ejército y los hombres principales de la ciudad, quienes conversaban con liviandad mientras esperaban la llegada del prisionero. Luego entró Pablo con las manos encadenadas. Festo habló algunas pala­bras de introducción, y entonces Agripa dio permiso a Pablo para que hablara. Después de dirigirse a su distinguido auditor, Pablo se refirió a la promesa de Dios tocante al Mesías. Contó su propia conversión al Señor Jesucristo, y luego después anunció a aquel rey pecaminoso el per­dón de pecados mediante la muerte y resurrección de Jesús.

Festo, que no comprendía estas cosas y pensaba que Pablo estaba loco, le interrum­pió. Pablo, después de responderle cortésmente, se dirigió nuevamente a Agripa rogándole que depositara su fe en la palabra de Dios, de la cual tenía tanto conocimiento. El rey estaba interesado pero también era or­gulloso. Sus pecados le tenían amarrado, así que contestó en palabras tal vez calculadas para ridiculizar al apóstol, pero que a la vez eran memo­rables y tristes, diciendo: “Por poco me persuades a ser cristiano”.

Aplicación

Félix, Festo y Agripa, todos oyeron el evangelio por los labios de Pablo Los tres lo rechazaron pero, ¡cuánto no darían hoy para cambiarse de lugar y estar en la gloria con aquel que siendo prisionero suyo, les advir­tió con tanta fidelidad! Nuestros alumnos también son privilegiados, pues saben el evangelio, pero, ¿cuándo lo van a aceptar para ser salvos? Triste será si llegan a estar convencidos solamente y no salvados, pues estarán en el infierno con los tres individuos que se acaban de mencionar, perdidos eternamente.

Preguntas

  1. ¿Por qué dejó Félix preso a Pablo?
  2. ¿Qué indujo al apóstol a apelar a César?
  3. ¿Qué saben del rey Agripa?
  4. ¿Cuál fue la respuesta que el rey dio al mensaje de Pablo?
  5. ¿De qué manera es la historia de Agripa una especial advertencia para los alumnos de la escuela dominical?

 

150 El naufragio

Estudio de parte del maestro: Hechos 27.1 al 44

Lectura con la clase: Hechos 27.13 al 25

Texto para aprender de memoria— los menores: Hechos 27.25, Yo confío en Dios que será así como se me ha dicho

los mayores: Proverbios 12.15

Introducción

Con anterioridad a la fecha que deberemos estudiar hoy, Pablo escribió a los Corintios diciéndoles que entre otras cosas, había padecido naufra­gio tres veces. En la lección de hoy, el médico Lucas nos cuenta de la cuarta ocasión, de la que fue testigo ocular. Es una historia no solamente de una grande tempestad, sino también de una extraordinaria tranquilidad. Pablo, al igual que su Señor (Mateo 8:23 al 27), no perdió su calma, y tal como Jesús en aquella ocasión, Pablo era la única persona a bordo que sabía lo que debía hacerse.

Pablo emprende el viaje para Roma

Nada se nos dice de la partida de Pablo desde Cesarea, pero bien pueden haber estado en el muelle algunos de los creyentes de aquel puerto. De todos modos sabemos que Lucas y Aristarco lo acompañaron. El centu­rión, a cuyo cargo viajaba el apóstol, lo trató con mucha consideración, pues al arribar al pueblo de Sidón, le permitió ir a sus amigos y recibir sus atenciones. De allí navegaron hacia el norte, de modo que pasaron entre la isla de Chipre y la tierra natal de Pablo. Entonces virando hacia el oeste, continuaron hasta llegar a Mira, lugar en donde el centurión, hallando un barco egipcio que navegaba a Italia, puso a bordo a sus pri­sioneros. Navegaron lentamente muchos días hasta arribar por fin a un pueblo en el sur de Creta que se llamaba Buenos Puertos.

La tempestad

No era un puerto cómodo para invernar, pero Pablo, previendo grave peligro, advirtió que si continuaban viaje, sería con mucho perjuicio. Pero el centurión tenía más confianza en el piloto y en el patrón de la nave, quienes no quisieron quedarse allá. Consintió pues en que partie­sen, así que viendo que el viento les favorecía, alzaron velas. A los pocos días dio contra la nave un viento repentino y tempestuoso del nordeste, de manera que, impotentes ante el asalto de las olas, eran llevados violenta­mente por el mar. Asegurando el esquife, ciñeron la nave por debajo con cables para reforzarla, pues así acostumbraban hacer bajo tales circuns­tancias. Luego después echaron los aparejos de la nave en la mar. Día y noche se confundieron, pues se sucedieron sin que viesen ni sol ni estrellas, y ya que la tempestad no menguaba, perdieron toda esperanza de salvarse.

El naufragio

Desde el cielo el Señor cuidaba a su siervo, y llegado el momento propicio, envió para consolarle a un ángel quien le dijo: “Pablo, no temas; es necesario que comparezcas ante César; y he aquí, Dios te ha concedido todos los que navegan contigo”. Con esta convicción, el apóstol animó a los demás, diciendo que aun cuando la nave sería des­truida, ellos no perecerían, sino que serían echados en una isla. A la medianoche del decimocuarto día, los marineros se dieron cuenta que se aproximaban a tierra. Temerosos de caer en escollos, echaron de la popa cuatro anclas. Entonces, intentando escaparse de la nave, bajaron el esquife. Pablo, comprendiendo su plan, se lo impidió, avisando al centurión que si no permanecían en la nave, los demás no se salvarían. Este hizo cortar las amarras del esquife dejándolo perderse.

Llegado el amanecer, cortaron también las anclas, y alzada la vela mayor, acer­caron la nave hacia la playa hasta que dieron en una parte donde se en­contraban dos mares. Desde allí los que podían nadar se arrojaron al agua, y los demás, algunos en tablas y otros en diferentes despojos de la nave, lograron llegar a tierra, de manera que ni una sola de las 276 per­sonas se perdió.

Aplicación

Esta historia encierra un mensaje para nosotros. Nos enfatiza el hecho de que todos viajamos en el mar de la vida en dirección hacia la eterni­dad. Así como Pablo advirtió que había peligros, los salvados, padres, amigos, los maestros de la Escuela Dominical advierten a los niños y jóvenes que no deben dejar pasar más tiempo sin convertirse.

También Pablo señaló una sola manera en que podrían salvarse, y todos sus compañeros de viaje, creyéndole, llegaron sanos y salvos a tierra. Del mismo modo hoy señalamos a Jesús, el único por quien el pecador puede llegar al cielo. (Juan 14:6 y Hebreos 7:25)

Preguntas

  1. ¿Quiénes acompañaron al apóstol en este viaje?
  2. Cuente lo que sucedió después que partieron de Buenos Puertos.
  3. ¿Cómo fortificó Dios la fe de su siervo?
  4. Describa la llegada a tierra.
  5. ¿De qué manera nos habla este viaje de nuestra vida en el mundo?

 

151 Pablo en Malta

Estudio de parte del maestro: Hechos 28.1 al 10

Lectura con la clase: Hechos 28.1 al 10

Texto para aprender de memoria— los menores: Salmo 145.20, Jehová guarda a todos los que le aman

los mayores: Salmo 145.20

Introducción

Al final de nuestra última lección, vimos que Pablo y sus compañeros de viaje llegaron todos a tierra. Siendo aún temprano por la mañana, un día nublado y lluvioso, los marineros no supieron donde se encontraban, pero luego llegaron a comprender que estaban en Malta. Es una isla de aproximadamente 32 kilómetros de largo y 20 de ancho. Debido a su ubicación central en el mar Mediterráneo, tiene mucha importancia comercial y militar. A corta distancia hacia el noroeste de su capital, hay una pequeña bahía en cuya entrada se halla una islita que hace un lugar de dos aguas (27:41). Se conoce como la bahía de San Pablo, y según dicen, es el punto donde éste sufrió naufragio.

La víbora

Uno se imagina ver el arribo de aquellos 276 hombres mojados, muchos tiritando de frío, pero contentos de encontrarse nuevamente en tierra y con vida. Luego se acercaron a ellos algunos indígenas, quienes sin duda habían presenciado las últimas maniobras de los marineros, seguido por la destrucción de la nave, y finalmente los esfuerzos de todos por ganar la playa. Manifestando un espíritu de hospitalidad, quizá inesperado, juntaron leña y prendieron fuego a fin de aliviar los sufrimientos de los visitantes. Pablo, activo como siempre, ayudaba a recoger ramas secas. Al echar éstas en el fuego, una víbora, despertada de su letargo por el calor de las llamas, se lanzó a la mano del apóstol e introdujo en ella sus colmillos. La gente de la isla, viendo lo que pasaba a Pablo, llegó a la conclusión que tenía que ser un homicida a quien, escapado del mar, la justicia no dejaba vivir. Pablo, en cuanto vio la víbora, la echó en el fuego, y no se preocupó más de ella, pues sabía que el Señor lo cuidaba. Pasado un buen rato, la gente, viendo que no le sucedía nada, quedó con­vencida que era un dios y no un criminal como habían creído.

Tres meses en Malta

Por lo que sucedió después, comprendemos que Dios había deseado lle­var a su siervo a aquella isla, pues un hacendado llamado Publio recibió a los náufragos, hospedándolos durante tres días. Pablo llegó a saber que el padre de éste estaba gravemente enfermo, así que pidiendo permiso para entrar a verlo, oró por él y lo sanó. Esto motivó que muchos enfermos viniesen de diferentes partes de la isla, los que sin duda no solamente fueron sanados, sino que oyendo el evangelio por los labios de Pablo, se convertirían al Señor Jesús. De esta manera el naufragio sirvió para la bendición de muchas personas, las cuales manifestaron su gratitud entregando muchos obsequios al apóstol y a sus compañeros.

Aplicación

Esta lección nos ha demostrado que Dios pudo proteger a su siervo del poder de una víbora venenosa tal como lo había protegido de la furia de los elementos. Además, si le salvó de aquel peligro, fue para utilizarle para la bendición de las personas que le rodeaban. Igualmente hoy Dios desea salvar a nuestros alumnos, tanto del poder de Satanás, la serpien­te antigua (Apocalipsis 20:2, Hechos 26:18), como de la muerte y la condenación eterna, a fin de usarlos en un servicio que es a la vez feliz y beneficioso para los demás.

Preguntas

  1. ¿Qué hicieron los indígenas de Malta para mitigar los sufrimientos de los náufragos?
  2. Al ver la víbora en la mano de Pablo, ¿qué pensó la gente?
  3. ¿Qué creyeron después?
  4. ¿Cómo ocupó el Señor a Pablo en Malta?
  5. ¿Cuáles son los deseos de Dios para con todos nosotros?

 

152 Pablo en Roma

Estudio de parte del maestro: Hechos 28.11 al 31

Lectura con la clase: Hechos 28.16 al 24, 30, 31

Texto para aprender de memoria— los menores: Hechos 28.28

los mayores: Hechos 28.28,29

Introducción

Partiendo desde Malta en la primavera, Pablo viajó nuevamente en una nave de Alejandría hasta Italia, donde desembarcó en el puerto de Puteo­li, lugar en donde pudo pasar siete días con un grupo de creyentes. Es de suponerse que el apóstol y los hermanos que le acompañaban cele­brarían la cena, pues el mismo lenguaje del versículo 14 nos recuerda lo que leemos en Hechos 20:6,7. Emprendieron la última etapa del largo viaje hacia Roma, y al llegar a un lugar denomi­nado el Foro de Apio que quedaba a 65 kilómetros de dicha ciudad, se encontraron con varios hermanos que habían salido para esperar a Pablo. Es muy grato siempre, al final de un viaje, ser recibido por amigos, y cuánto más lo sería en el caso de Pablo quien había deseado ver a los creyentes de Roma durante muchos años (Romanos 1:11, 15:23). Tal vez algunos de ellos le conocían personalmente; todos le conocían por inter­medio de la carta que les había enviado, en la cual mencionó por nombre a muchos. Según demuestran los versículos 3 y 4 de Romanos 16, Priscila y Aquila ya vivían otra vez en Roma, así que pueden haber estado entre aquellos que recibieron al apóstol, o en el Foro de Apio, o más cerca de la ciudad, en el lugar llamado las Tres Tabernas.

La reunión con los judíos

Al llegar a la capital del imperio, Julio, el centurión, entregó a su preso inolvidable a las autoridades. Estas no lo encarcelaron junto con los demás prisioneros, sino que le permitieron habitar por sí solo, con un soldado que le guardaba. A los tres días de su llegada, convocó a los principales de los judíos a quienes expuso las razones de sus prisiones. Les habló de las falsas acusaciones de los judíos de Jerusalén, y luego después manifestó que él creía firmemente en las promesas tocantes al Mesías, hechas por Dios en el Antiguo Testamento. Ya que sus oyentes deseaban escuchar más sobre este tema, Pablo les señaló un día, y cuando se congregaron, les habló desde la mañana hasta la noche, demos­trando por la palabra de Dios que en la vida, muerte y resurrección de Jesús, profecías maravillosas se habían cumplido.

Uno se imagina es­cucharlo mientras cita pasajes como los siguientes: Isaías 7:14 y Miqueas 5:2 acerca del nacimiento de Jesús; Isaías 61:1,2 sobre su vida de ser­vicio; Salmo 22 que relata la crucifixión y el abandono de parte de Dios; Isaías 53:9 acerca de su sepultura en la tumba del rico; y Salmo 16:10,11 que predecía la resurrección. Algunos convencidos creyeron, pero otros rechazaron el mensaje.

Hemos indicado algunos pasajes que Pablo tal vez ocupó; ahora podemos decir con toda seguridad que citó de Isaías 6:9,10. Este pasaje se menciona por siete veces en el Nuevo Testamento. En la ocasión que estamos comentando fue interpretado por el apóstol como un juicio solemne que iba a caer sobre la mayor parte de la nación judía a causa de su incredulidad.

Los soldados

¿Qué habrán pensado los soldados que se turnaban custodiando al após­tol? Si bien es cierto que éste había perdido su libertad, no menos cierto es que sus propios guardas sirvieron para protegerle de sus adversarios. Preso, aún podía predicar a todos cuantos se allegaban a su casa. Sabe­mos que en esta época fue cuando escribió a Filemón, a los Colosenses, a los Efesios y a los Filipenses. Mientras él dictaba tan preciosas pala­bras, los soldados estarían escuchando, y el Espíritu Santo llene que haber aplicado las verdades divinas a sus corazones poderosamente, pues leemos de conversiones en la casa de César (Filipenses 4:22 y 1:12,13).

Aplicación

A través del libro de Hechos de los Apóstoles, desde el capítulo 2 que nos relata del día de Pentecostés, vemos como Dios, primeramente por Pedro y des­pués por Pablo, presentó el evangelio a los judíos. Muchos lo creyeron, pero la mayoría lo rechazaron, y por las palabras solemnes de Pablo, vemos que semejante incredulidad tenía que acarrear el juicio más seve­ro de Dios. Hoy sucede lo mismo, como podemos demostrar a nuestros alumnos por algunos versículos como Juan 3:18 y 3:36. Enfaticemos el hecho de las dos clases de personas, las dos condiciones en que se en­cuentran, y los dos destinos en donde van a estar eternamente.

Preguntas

  1. Al llegar a Italia, ¿qué sorpresa aguardaba a Pablo?
  2. ¿Qué privilegio gozaba éste en Roma?
  3. Cuente del mensaje que predicó Pablo a los judíos.
  4. ¿Qué resultados hubo entre los soldados que guardaban al apóstol?
  5. ¿De qué manera es advertencia el castigo qué cayó sobre los judíos?

 

153 Los últimos días de Pablo

Estudio de parte del maestro: Filemón 1 al 25, 2 Timoteo 4.1 al 22

Lectura con la clase: Filemón 10 al 12, 15 al 18, 2 Timoteo 4.6 al 11

Texto para aprender de memoria— los menores:  Filemón 18

los mayores: Filemón, 18,19

Introducción

Aunque con nuestra última lección llegamos al final del libro de Hechos, nos falta una lección más sobre la vida del gran apóstol a los gentiles. En la primera parte de ella leeremos acerca de una experiencia que tuvo durante los dos años que pasó en su casa de alquiler (Hechos 28:30), y en la segunda parte meditaremos en algunas de las últimas pa­labras que él escribió a Timoteo, su amado hijo en la fe.

La conversión de Onésimo

De los diferentes amigos que ayudaron al apóstol en Roma, ninguno tuvo experiencia más interesante que un esclavo llamado Onésimo. Este era de la lejana ciudad de Celosas, donde servía a un amo creyente a quien, por motivos que ignoramos, robó, y luego después fugándose, llegó por fin a la gran capital del mundo. Solo podemos imaginarnos las experiencias por las que pasaría el ex esclavo, pues la historia nos re­vela que hasta la gente más educada era sumamente inmoral y corrupta. Es de creerse que Onésimo se hallaría en asociación con los más impíos y degenerados.

Quizá algún creyente de Asia; habiéndole visto antes en casa del amo, le vio hambriento y necesitado en las calles de Roma, y compadeciéndose de él, lo llevó a la casa de Pablo. Pudiera ser que ya hubiera conocido a éste por intermedio de su amo, quien, comprendemos haber sido convertido por el ministerio del apóstol (Filemón 19). Como quiera que fuese, sabemos que en la providencia de Dios, Onésimo entró en contacto con Pablo, y por su intermedio aceptó al Señor Jesús. Con­vertido, confesó al apóstol como había pecado contra Filemón, y Pablo, diciendo que tenía que ir a hacer restitución, bondadosamente ofreció pagar su deuda.

Así fue que cuando Tíquico partió de Roma llevando la Epístola a los Colosenses, Onésimo partió con él. Es de creerse que al acercarse a la casa del amo, su corazón latiría más rápidamente, y que con vergüenza se presentaría ante él. No tardaría en entregarle la carta del apóstol, y sin duda el rostro de Filemón cambiaría grandemente de aspecto al leer las palabras cariñosas de su padre en la fe. Perdonando de todo corazón al que había sido un siervo inútil, le haría muchas pre­guntas sobre el estado de Pablo, y sobre todo desearía saber cuándo podría esperar a éste (versículo 22).

Últimas palabras a Timoteo

Parece que Pablo, después de pasar dos años en su casa de alquiler, compareció ante César, quien por razones desconocidas, le absolvió. Se cree que el apóstol realizó los deseos recién expresados en Filemón 22 y Filipenses 2:24. También por otros pasajes que fueron escritos más tarde, se deduce que visitó Macedonia (1 Timoteo 1:3), Creta (Tito 1:5), y después por vía de Corinto, parece haber seguido viaje a Roma (2 Timo­teo 4:20). Bien puede ser que Pablo también realizara sus deseos de ir hasta España, deseos que mencionara aproximadamente cinco años antes, en su Epístola a los Romanos (15:24,28).

Al escribir la Segunda Epístola a Timoteo, Pablo se encontraba preso nuevamente, y con esta diferencia que ya no le permitían habitar en una casa, sino que estaba en la cárcel donde guardaban a los criminales (2 Timoteo 2:9). Ahora no esperaba ser librado como en la primera oca­sión, pues dice claramente: “Yo ya estoy para ser ofrecido, y el tiempo de mi partida está cercano”. Frente a la muerte no siente ningún temor; puede mirar hacia atrás, pasando revista a sus muchos años en el servi­cio del Señor y decir, “He peleado la buena batalla, he acabado la carre­ra, he guardado la fe”. De la misma manera puede mirar hacia adelante y añadir: “Me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día”.

Varios de sus consiervos estaban lejos, ocupados en la obra del Señor, otros le habían abandonado y sólo Lucas, el médico amado estaba a su lado. Así termina el último relato sobre, este gran siervo de Dios, cuadro que de veras nos emociona, viendo como él deseaba que Timoteo llegara luego, antes del invierno si fuera posible, pues le hacía falta su capote y deseaba sus amados libros.

Aplicación

La historia de Onésimo nos proporciona una oportunidad excelente para presentar la condición del pecador: inútil, descarriado y endeudado para con Dios. También, nos permite explicar la obra de Jesús en la cruz donde cual substituto del pecador pagara lo que éste debía, haciendo posible que Dios lo recibiera en su familia.

La última parte de esta lección se presta para hablar con los alumnos de la muerte; la seguridad que tienen los creyentes en Cristo, y los ga­lardones que su Señor tiene para ellos si son fieles a Él.

Preguntas

  1. Cuente lo que hizo Onésimo.
  2. En la carta que Pablo envió a Filemón, ¿qué le rogaba que hiciera?
  3. Cite algunas de las últimas palabras de Pablo.
  4. ¿De qué manera Onésimo es figura de nosotros?
  5. ¿Qué nos enseña Pablo en cuanto a los creyentes fieles?

Serie 11: Los profetas

Ver

154 La visión de Isaías

Estudio de parte del maestro: Isaías 6.1 al 13

Lectura con la clase: Isaías 6.1 al 8

Texto para aprender de memoria— los menores: Isaías 6.3, Santo, santo, santo, Jehová de
los ejércitos, toda la tierra está llena de tu gloria

los mayores: Isaías 6.5

Introducción

Casi siempre, al recordar acontecimientos importantes de nuestra vida, los asociamos con ciertas épocas o circunstancias. Así es en el pasaje de hoy, pues Isaías, meditando en la ocasión cuando vio la gloria de Dios, dice: “Fue en el año que murió el rey Uzías”. Algunos de nuestros alumnos se acordarán de aquel rey, quien al desobedecer la palabra de Jehová, penetrando en el templo, fue castigado por la enfermedad de la lepra.

La santidad de Dios

En visión pues Isaías fue llevado al templo donde se le apareció el Señor, quien sentado en un trono alto y sublime, le manifestó su gloria. Serafines, seres angelicales que tenían seis alas, volaban alrededor de su Creador. Cubriendo reverentemente sus rostros y sus pies, cantaban en tono solemne el uno al otro, diciendo: “Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria”. Indudablemente Isaías pensaría en la experiencia de Uzías cuando este se atrevió a presentarse ante semejante santidad, y el profeta se sintió igualmente indigno. Más honda se hizo su convicción de pecado al ver que hasta los quiciales de las puertas se estremecían y que la casa se llenaba de humo. “¡Ay de mí!” exclamó, “soy digno de muerte pues soy un pobre leproso moral y todos aquellos en cuyo medio habito son iguales a mí”.

Isaías es limpiado

Tan pronto reconoció su indignidad para la augusta presencia divina, Isaías halló que Dios tenía muy a mano el remedio adecuado. Uno de los serafines, allegándose al altar de oro donde los sacerdotes quemaban el incienso, tomó de allí un carbón encendido. Acababan de traerlo del altar del patio donde ofrecían los sacrificios. Volando velozmente hacia Isaías, el serafín tocó con el carbón sobre sus labios. En seguida le dijo: “He aquí que esto tocó tus labios, y es quitada tu culpa, y limpio tu pecado”.

Isaías es enviado al pueblo

Ahora por primera vez Isaías oye la voz del Señor. Él pregunta diciendo: “¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros?” El profeta sabiéndose limpio y perdonado se apresura a contestar, “Heme aquí, envíame a mí”.

Aplicación

La primera lección que este pasaje nos proporciona es que el ser huma­no no debe compararse con sus semejantes ya que todos son pecadores, Isaías 64:6. Más bien debe colocarse ante la santa presencia de Dios, a fin de comprender su verdadera condición y reconocer su inmundicia espiritual. Sólo cuando hace esto Dios le aplica la virtud de la sangre que Jesús vertió en el altar del Calvario, la cual limpia de todo pecado a todo aquel que confía en Él,
1 Juan 1:7, Isaías 1:18.

La segunda enseñanza que se desprende de esta porción de las Sagradas Escrituras es que sólo después de ser perdonado y lavado puede el ser humano servir a Dios. Dios salva al pecador sin obras para que después de salvado haga las obras que agradan a él. (Véase Efesios 2:9,10, “no por obras”, pero “para buenas obras”).

Preguntas

  1. ¿Qué impresión causó a Isaías la muerte del rey Uzías?
  2. ¿De qué manera manifestaban los serafines su reverencia para con Dios?
  3. ¿Qué efecto produjo la visión en Isaías?
  4. Explique cómo éste fue hecho limpio.
  5. ¿Cuáles son algunas de las enseñanzas que esta historia nos pro­porciona?

 

155 Jonás y el gran pez

Estudio de parte del maestro: Jonás 1.1 al 17, 2.1 al 10

Lectura con la clase: Jonás 1.3 al 12, 17, 2.10

Texto para aprender de memoria— los menores: Jonás 2.9, La salvación es de Jehová

los mayores: Mateo 12.40

Introducción

En los días de los reyes de Israel, de quienes estudiábamos hace algu­nos meses, vivía en Galilea un profeta llamado Jonás. Hablando con él, Dios le mandó que fuese a la gente de Nínive a fin de advertirles que pronto serían castigados por sus pecados. Aquella ciudad quedaba muy lejos al noreste, a orillas del río Tigris, y siendo la capital de Asiria, era grande. Se nos dice que era de tres días de camino lo que indica, según los entendidos, que tenía una circunferencia de aproximadamente 75 kilómetros, ya que consideraban que la jornada de una caravana era de 25 kilómetros.

Jonás intenta huir

Jonás no quiso ir a aquellas gentes extrañas para advertirles del juicio inminente. Pensando que se podría esconder de la faz del Señor, huyó a Jope, puerto del mar Mediterráneo, donde halló un navío que partía para Társis. Pagando el pasaje, subió a bordo y, encontrando donde acostarse, se quedó dormido.

Dios levanta una grande tempestad

Dios no se había olvidado de Jonás, ni tampoco iba a permitir que fallara en su deber de ira Nínive. Luego hizo levantar un gran viento en el mar de modo que la nave era tirada de acá para allá y todos pensaron que luego habrían de perecer. Los marineros, todos idólatras supersti­ciosos, clamaban a sus dioses mientras echaban al mar los enseres que había en el barco. El capitán, quizá preguntándose qué clase de pasajero era Jonás, ya que no se veía con los demás, fue abajo, y hallándolo, le despertó diciendo que orara a su Dios a ver si tendría compasión de ellos. En esto los marineros, creyendo que alguna persona que iba a bordo tenía la culpa de todo lo que pasaba, echaron suertes para determinar quién era. Como Jonás fuera tomado, le hicieron toda clase de preguntas.

Este no se limitó a contestar a sus interrogaciones, sino que también les contó como él huía de la presencia de Jehová. “Bueno, pero ¿qué tenemos que hacer para que el mar se nos aquiete?” le preguntaron, a lo que respondió: “Tomadme, y echadme al mar”. Naturalmente no quisieron hacer esto, así que nuevamente trabajaron con todas sus fuerzas por dirigir el barco hacia la tierra, pero fue inútil. Viendo que no les quedaba más que obedecer a su extraño compañero, y rogando a Dios tuviese piedad de ellos, lo echaron al mar. Hecho esto, el recio viento cesó y las aguas se tran­quilizaron. Los marineros se llenaron de asombro y convencidos de la grandeza del Dios de Jonás, le ofrecieron sacrificios.

Tres días y tres noches en el pez

Sin duda alguna, todos los espectadores creyeron que Jonás murió. Pero no fue así, pues Dios tenía un gran pez preparado en el lugar pre­ciso, el cual le tragó sin hacerle ningún daño. En tan terrible prisión permaneció durante tres días y tres noches. El profeta se dio cuenta del rápido descenso del pez hacia el fondo del mar, y horrorizado le parecía que había bajado hasta los cimientos de los montes donde todas las olas de la ira divina pasaban sobre su persona. Reconociendo su pecado de desobediencia a la voz de Jehová, oró a Él, diciendo, “La salvación es de Jehová”. Dios no tardó en contestar tan sincera expresión, pues mandó al pez que lo depositara en la playa.

Aplicación

Jonás, en esta parte de su vida, es figura del pecador y también del Salvador. Tal como él intentara huir de la presencia de Dios, todo ser humano, en mayor o menor grado, ha hecho lo mismo, Romanos 3:12. Si no fuera porque el Señor obra fielmente haciendo convicto de pecado al rebelde transgresor, ninguno sería salvo.

Antes que los marineros pudieran ser salvados de la tempestad, Jonás, el profeta de Galilea,
2 Reyes 14:25, tuvo que morir, aparentemente. En esto es figura del Señor Jesús quien dijo, “Porque como estuvo Jonás en el vientre del gran pez tres días y tres noches; así estará el Hijo del Hombre en el corazón de la tierra tres días y tres noches”.

Preguntas

  1. ¿Por qué intentó huir Jonás?
  2. ¿Qué hicieran los marineros por conseguir que se aquietara el mar?
  3. ¿Cómo llegaron a saber éstos del pecado de Jonás?
  4. ¿De qué manera es él figura del pecador?
  5. ¿Cómo era su extraña experiencia una profecía acerca de Jesús?

 

156 Jonás predica en Nínive

Estudio de parte del maestro: Jonás 3.1 al 10, 4.1 al 11

Lectura con la clase: Jonás 3.4 al 10

Texto para aprender de memoria— los menores: Jonás 4.2, Tú eres Dios clemente y piadoso,
tardo en enojarse, y de grande misericordia

los mayores: Mateo 12.41

Introducción

El domingo pasado veíamos cómo Jonás en vez de dirigir sus pasos hacia el este, huyó al oeste, donde se embarcó en una nave. Por su de­sobediencia tuvo que pasar tres días y tres noches dentro de un gran pez, lugar en donde aprendió a someterse a la voluntad de Dios. Preparado así, ahora es enviado a Nínive con un mensaje solemne acerca de un juicio inminente de parte de Dios.

Jonás predica

Una vez llegado a su destino, Jonás comenzó a entrar por una de las calles principales de la ciudad. Tal vez con cierto temor, abrió su boca para predicar el corto mensaje, “De aquí a cuarenta días Nínive será destruida”. No hizo ninguna propaganda en cuanto a la extraña experien­cia que había tenido recientemente; simplemente presentó el mensaje de Dios con mucha sinceridad y sencillez. La atención de la gente era diri­gida no a él, sino al juicio que pendía sobre sus cabezas.

Nínive se arrepiente

A la medida que el profeta avanzaba por las calles, repitiendo vez tras vez su singular mensaje, pequeños grupos de personas comenzaron a juntarse. El relato bíblico pone en claro que la gente de Nínive tomó a pecho la advertencia que Dios les enviaba. Nos imaginamos como los hombres tienen que haber conversado con sus esposas, éstas con las vecinas, y hasta los niños estarían todos muy preocupados. Una profunda convicción de pecado se apoderó de sus corazones, de tal manera que andaban con cara seria, preguntándose el uno al otro qué debían hacer. En esto les llegó otro mensaje de gran solemnidad que venía de parte del rey. Este al saber del pregón de Jonás, quedó hondamente conmovido. Levantándose de su trono, se desvistió sus ropas reales, poniéndose saco en su lugar, y ahora mandaba a todos sus súbditos que hiciesen igual cosa.

¡Qué cambiada tiene que haberse visto aquella enorme ciudad! Por todos los barrios desde el más alto hasta el más humilde, las personas llevaban solamente aquel género tosco y negro, señal de su arrepenti­miento: Además, se tornaron de sus malos caminos y actos de violencia, clamando de todo corazón a Dios que tuviese piedad de ellos. En los almacenes no había quien comprase, ni iba nadie a los lugares de entrete­nimiento, y todas las industrias cerraron sus puertas. A través de la ciudad tanto los animales como los seres humanos dejaron de comer. Dios, viendo la sincera tristeza de sus corazones, les perdonó.

Jonás se enoja

Pobre Jonás. No le agradó que Dios hubiese perdonado a Nínive. Así que, enojado, salió de la ciudad, y haciéndose una choza, se sentó debajo de ella, pensando quizá que Dios aún pudiera cambiar de parecer y des­truir a la gente. Había aprendido una lección dentro del pez, ahora tenía que aprender otra. Para este fin Dios preparó una calabacera que hizo sombra sobre Jonás, defendiéndole del calor del sol. Al día si­guiente Dios preparó un gusano que destruyó la calabacera, y además hizo correr un recio viento caluroso, de manera que Jonás se sentía muy en­fermo y lamentaba grandemente que la calabacera hubiese sido destruida. “¿Tú sientes lo de la calabacera?” le dijo el Señor. “Entonces, ¿cuánto más debía yo querer a la gente de Nínive, teniendo piedad de ellos, sobre todo sabiendo que entre ellos había muchos millares de niños?”

Aplicación

En las dos frases “los hombres de Nínive creyeron a Dios”, y “vio Dios lo que hicieron”, tenemos la fe, y la manifestación de ésta. Estas dos cosas no pueden ser separadas, pues somos justificados por la fe, Roma­nos 4, y después, en la obediencia a la palabra de Dios hemos de mani­festar nuestra fe a los hombres, Santiago 2.

Aun cuando la gente de Nínive sabía que les quedaban varias semanas de vida, no tardaron en arrepentirse. Con cuánta más razón deberían las personas arrepentirse hoy, pues nadie sabe el día ni la hora cuando el Señor Jesús vendrá.

Preguntas

  1. ¿Qué predicó Jonás en Nínive?
  2. ¿Cuál fue la reacción de la gente?
  3. ¿Qué orden dio el rey?
  4. ¿Por qué se disgustó Jonás?
  5. ¿Qué enseñó Dios a éste por medio de la calabacera?

 

157 El rey que quemó la Palabra de Dios

Estudio de parte del maestro: Jeremías 36.1 al 32

Lectura con la clase: Jeremías 36.4, 10 al 16, 22 al 25

Texto para aprender de memoria— los menores:  Isaías 40.8, La palabra del Dios nuestro permanece para siempre

los mayores: Isaías 40.8

Introducción

En la lección de hoy nuestra atención es dirigida a tres lugares que son la cárcel en donde se encontraba el profeta Jeremías, el templo, lugar de congregación para la gente de Judea, y la casa de invierno del rey Joacim. Nos ocuparemos primeramente de las actividades del profeta.

Jehová entrega un mensaje a Jeremías

Éste recibió orden de parte de Jehová que escribiera en un libro todas las palabras que a lo largo de muchos años le había hablado en contra de la idolatría y demás pecados de Israel y otras naciones. Ya había llegado el momento propicio cuando todos tenían que ser advertidos a fin de ver si se arrepentirían.

Obedeciendo a la voz de Jehová, Jeremías llamó a Baruc, su fiel com­pañero y escribiente. Este proveyéndose de un libro típico de aquel en­tonces, a saber, una tira larga de papel que tenía en cada extremo un palito y que era llamado un rollo, escribió a mano todas las palabras que el profeta le dictara.

Baruc da lectura pública al libro

Terminado el libro, Baruc, aprovechando una reunión especial que se celebraba en el templo, se levantó entre la gente que se había juntado de muchas ciudades de Judea. A oídos de todos leyó las palabras de Dios que advertían de un juicio inminente para el cual los caldeos serían los ins­trumentos de Jehová que Él utilizaría para llevarles en cautiverio a leja­nas tierras. Entre los oyentes estaba un varón llamado Micaías, y cuando Baruc terminó de leer, éste partió para dar aviso a los príncipes. Estos mandaron traer a Baruc, de modo que él volvió a leer las solemnes pala­bras. Espantados ellos, le dijeron: “Sin duda contaremos al rey todas estas palabras. Vé y escóndete, tú y Jeremías, y nadie sepa dónde estáis”.

El rey quema la palabra de Dios

Debido al frío que hacía, el rey se hallaba en su casa de invierno donde habían prendido fuego en un brasero. Sentado allí, y rodeado por sus príncipes, escuchó una parte de las profecías. Entonces rasgando el libro con un cortaplumas, lo echó en el fuego, y con mucha indiferencia lo miró hasta que todo se consumió. Tres de los príncipes rogaron a su soberano que no lo hiciera, pero todos los demás, tan endurecidos por el pecado como él, se mostraron muy contentos con lo que hacía. Naturalmente el rey se enojó con Jeremías y Baruc, pero cuando quiso prenderles no pudo hacerlo porque Dios los escondió. Tampoco quedó destruida la palabra divina, pues bajo orden e inspiración de Jehová, Jeremías volvió a escri­bir todo de nuevo. Por lo tanto, el rey Joacim no logró nada con su atre­vimiento sino que sólo aumentó su pecado y el castigo correspondiente que después recibió como consecuencia.

Aplicación

El cambiar o torcer la palabra de Dios es un pecado muy antiguo. Co­menzó en el huerto del Edén cuando Eva primero añadió a ella, después quitó una parte, y finalmente cambió otro tanto. Por tres veces Dios advierte sobre tan tremendo pecado, véanse Deuteronomio 4:2, Prover­bios 30:6 y Apocalipsis 22:18,19.

Seguramente el rey Joacim, al quemar el rollo, quiso demostrar que no temía la llegada de las huestes caldeas. Sin embargo vinieron y destru­yeron Jerusalén. Del mismo modo, la incredulidad del pecador no le librará del juicio de Dios, sino que le sobrevendrá indefectiblemente.

Preguntas

  1. ¿Cómo era el libro que escribió Jeremías?
  2. ¿Con qué propósito entregó Dios aquel mensaje a su siervo?
  3. Cuando Baruc leyó el libro en el templo, ¿qué sucedió?
  4. Cuente lo que hizo el rey.
  5. ¿Cuál es nuestro deber para con la palabra de Dios? Citen una de las advertencias que Dios nos hace.

 

158 Jerusalén es destruida

Estudio de parte del maestro: 2 Crónicas 36.1 al 21, 2 Reyes 23.34 al 37, 24.1 al 20, 25.1 al 21

Lectura con la clase: 2 Crónicas 36.5 6, 14 al 21

Texto para aprender de memoria— los menores: Isaías 59,12, Nuestras rebeliones se han multiplicado delante de ti

los mayores: Isaías 59.12

Introducción

El pasaje de hoy nos relata de la destrucción de Jerusalén tal como lo había predicho Jeremías. Todavía reinaba Joacim, el rey que quemó la palabra de Dios, y pese a que Nabucodonosor rey de Babilonia ya había lle­vado a algunos judíos a aquella tierra lejana, seguía indiferente a toda amonestación.

Joacim y su hijo son llevados a Babilonia

¡Cómo tiene que haberse puesto pálido Joacim cuando supo que las huestes caldeas se acercaban! Dios había mostrado grande paciencia, pero ya no esperaría más. Había llegado el momento cuando debía casti­gar por el pecado, y aquel rey, burlador e incrédulo, atado con cadenas fue llevado a Babilonia. También llevó Nabucodonosor parte de los vasos del templo de Jehová y los puso en su templo pagano. El hijo de Joacim ocupó el trono de su padre durante algo más de tres meses, entonces Nabucodonosor envió y le llevó a Babilonia juntamente con diez mil cau­tivos, de manera que solamente quedaron en la tierra de los pobres del pueblo. Se llevó también todos los tesoros que quedaban en la casa de Jehová, y los tesoros de la casa real, y quebró en pedazos todos los utensilios de oro que había hecho Salomón.

La última invasión de los caldeos

Quedó de gobernante sobre la tierra el tío de Joaquín (véase 2 Reyes 24:17), pero éste, tan malo como sus predecesores, no hizo caso de los juicios de Dios. Tampoco guardó su juramento de servir fielmente a Na­bucodonosor. Así que este rey, enojándose en gran manera, vino con todo su ejército y cercando la ciudad de Jerusalén, edificó torres alrededor de ella. Duró el sitio hasta que prevaleció el hambre en la ciudad, enton­ces abriendo una brecha en el muro, los caldeos entraron, cometiendo toda clase de atrocidad mientras mataban a todos cuantos hallaron. Que­maron el magnífico templo que Salomón había edificado, rompieron el muro de la ciudad, y consumieron a fuego todos los palacios y destruye­ron los muebles más preciosos. Los que escaparon de la espada fueron llevados en cautiverio a Babilonia.

Sedequías y sus guerreros, al ver que no podían defenderse, optaron por huir, pero sus adversarios les alcanzaron y prendieron al rey en los llanos de Jericó. Primero degollaron a sus hijos delante de él, luego después le sacaron los ojos, y entonces sujetándole con grillos de bronce, le llevaron a Babilonia. Así se cumplieron dos profecías que aparente­mente estaban en desacuerdo, a saber, las que se encuentran en Ezequiel 12:13 y Jeremías 32:4. Esta decía que Sedequías sería entregado en mano del rey de Babilonia de tal manera que sus ojos verían los ojos de él, mientras que aquélla decía que Sedequías sería llevado a Babilonia, pero que no vería aquella tierra. Cumplidas estas y muchas otras profecías de Dios, solamente unos pocos de los más pobres quedaron en Judea durante los setenta años que duró la cautividad.

Aplicación

Tal como hemos leído en los versículos 15 y 16, Dios tuvo larga pacien­cia con los judíos y sus reyes, pero por fin se hizo tan grave la situación que “no hubo ya remedio”. ¡Dios nos ayude a hacer comprender a nues­tros alumnos que si ellos no se convierten al Señor Jesús tampoco esca­parán! Escrito está que “El hombre que reprendido endurece la cerviz, de repente será quebrantado, y no habrá para él medicina”. En otra parte se nos dice: “¿Cómo escaparemos nosotros, si descuidamos una salva­ción tan grande?”

Preguntas

  1. ¿Cuál fue la suerte del rey que quemó la palabra de Dios
  2. Cuando los caldeos entraron en la ciudad de Jerusalén, ¿qué hicie­ron allí?
  3. ¿Qué decían dos profecías acerca de Sedequías?
  4. ¿Por cuántos años duró la cautividad?
  5. Cite un texto que a manera de advertencia habla hoy a los no salva­dos.

 

159 Daniel y sus compañeros

Estudio de parte del maestro: Daniel 1.1 al 21

Lectura con la clase: Daniel 1.3 al 15

Texto para aprender de memoria— los menores:  Salmo 1.1, Bienaventurado el varón que no anduvo en consejo de malos         los mayores: Salmo 1.1

Introducción

En la primera parte del reinado de Joacim, aparentemente antes que él quemara la palabra de Dios, Nabucodonosor ya había llevado a algunos judíos en cautiverio a Babilonia. Entre éstos se encontraban algunos príncipes, jóvenes de doce a dieciséis años, y es acerca de cuatro de ellos que vamos a estudiar hoy.

El plan de Nabucodonosor

Ya que Nabucodonosor deseaba educar a algunos de estos cautivos, or­denó al principal de sus siervos que seleccionara a los más inteligentes, de buena salud y hermosa apariencia. Durante un período de tres años deberían seguir un curso de enseñanza a fin de aprender el idioma y las ciencias de los caldeos, las que consistían principalmente en la interpre­tación de sueños y la predicción de eventos futuros. Ninguna cosa les haría falta, pues el mismo rey proponía alimentarles de la comida y bebida que se servía. Al final de los tres años, los más destacados pasarían a ser del Consejo Real.

Daniel y sus compañeros son elegidos

Los jóvenes de quienes nos ocuparemos tenían todos nombres hermosos: Daniel significa Dios es mi Juez; Ananías quiere decir Protegido por Dios; Misael, ¿Quién es como Dios?; y Azarías, Quien el Señor sostiene. En lugar de estos nombres, el eunuco de Nabucodonosor les puso otros, nombres rela­cionados con la religión idolátrica de Babilonia, nombres que les identificaban con el dios principal, el dios del sol, de la tierra y del fuego. Seguramente Aspenaz pensó que de esta manera podría apar­tarles de la religión y del Dios de ellos, pero luego había de aprender una lección sorprendente en cuanto a la fe que ellos tenían en el Dios vivo y verdadero.

Se pone a prueba la obediencia de los cuatro jóvenes

Los reyes paganos acostumbraban ofrendar parte de sus alimentos y vino a ídolos. Además, comían carne de animales ahogados y de ciertas clases que Dios había prohibido para los judíos bajo la ley de Moisés. Pese a que se encontraban en tierra extranjera, Daniel y sus compañeros determinaron obedecer a Dios, confiando en que Él podía cuidar de ellos.

Así fue que Daniel habló con el príncipe de los eunucos, rogándole que no se le obligase a contaminarse. Aspenaz, temiendo lo que pudiera suce­derle si desobedeciera a la palabra del rey, no quiso acceder a esta petición. Daniel, animándose al ver que existía buena voluntad para con ellos, habló en seguida con Melsar, el mayordomo que tenía a su cargo a los cuatro jóvenes. Le pidió que hiciera una prueba con ellos por diez días, alimentándoles solamente de cosas sencillas como trigo, cebada, arvejas y agua. Melsar consintió con él en esto. Al final de los diez días halló que los cuatro jóvenes estaban en mejores condiciones que los otros, así que durante los tres años pudieron evitar de contaminarse con la co­mida y la bebida del rey.

Dios, que honra a los que le honran, ben­dijo grandemente a los cuatro cauti­vos, pues les dio conocimiento e in­teligencia en todas las letras y ciencias, y a Daniel dio especial entendi­miento en toda visión y sueños. Al ser presentados ante Nabucodonosor, éste los halló superiores a todos los demás, por lo cual ellos permane­cieron en su presencia. Hemos leído que “en todo asunto de sabiduría e inteligencia que él les consultó, los halló diez veces mejores que todos los magos y astrólogos que había en todo su reino”.

Aplicación

Esta lección es de especial importancia para los alumnos salvados, pues también pueden tener que soportar dificultades y persecución en las escuelas o colegios debido a que muchas veces imperan o las ideas de profesores mundanos e incrédulos, o las enseñanzas de la religión popular. Se ne­cesita primeramente el conocimiento de la Palabra de Dios, la que se adquiere por la lectura privada y por la asistencia a las reuniones, y después un firme propósito de corazón para obedecerla en todo.

Preguntas

  1. ¿Cómo llegaron a estar en Babilonia Daniel y sus compañeros?
  2. ¿Qué propuso hacer con ellos Nabucodonosor?
  3. ¿Qué fue lo primero que hizo el príncipe de los eunucos?
  4. ¿Por qué no comieron estos jóvenes de la comida real?
  5. ¿Cómo les premió Dios?

160 El sueño de Nabucodonosor

Estudio de parte del maestro: Daniel 2.1 al 49

Lectura con la clase: Daniel 2.26 al 36

Texto para aprender de memoria— los menores: Daniel 2.28, Hay un Dios en los cielos, el cual revela los misterios

los mayores: Daniel 2.44

Introducción

Daniel y sus compañeros habían honrado a Dios al rehusar comer la comida que les proveía Nabucodonosor. Hoy veremos como Dios les bendijo por su fidelidad a Él.

El sueño de Nabucodonosor

Cierta noche Nabucodonosor tuvo sueños que le inquietaron de tal mane­ra que no pudo dormir. Por la mañana mandó llamar a los magos, a los encantadores, a los hechiceros y a los caldeos para que le dijesen qué fue lo que él había soñado, como también el significado del sueño. Ninguno de ellos pudo hacerlo, así que el rey, dándose cuenta de que eran engañadores, se enfureció y dio orden que todos los sabios de Babilonia fuesen muertos.

La valentía de Daniel

Junto con los demás, Daniel y sus tres compañeros iban a ser muertos, pero Daniel consiguió con el capitán de la guardia real que le permitiera entrar a la presencia del rey. Dijo a este que si le diese tiempo, le mos­traría el sueño y la interpretación de él. Nabucodonosor accedió a esta petición, y aquella noche Daniel, Ananías, Misael y Azarías oraron a Dios, pidiéndole misericordias en cuanto al secreto del sueño. Él se lo reveló a Daniel en visión de noche.

Daniel declara el sueño

Habiendo dado las gracias a Dios por su pronta respuesta a sus ora­ciones, Daniel se dirigió nuevamente al capitán de la guardia, quien a su vez le llevó al rey. Allí el joven cautivo habló con respeto, pero a la vez con valentía. Manifestando su fe en el solo Dios vivo y verdadero, dijo: “El misterio que el rey demanda, ni sabios, ni astrólogos, ni magos, ni adivinos lo pueden revelar al rey. Pero hay un Dios en los cielos, el cual revela los misterios”. Luego después le dijo que lo que había visto era una gran imagen cuya cabeza era de oro, el pecho y los brazos de plata, el vientre y los muslos de bronce, las piernas de hierro, y los pies en parte de hierro y en parte de barro cocido. Además, en el sueño había visto una piedra que hirió a la imagen en los pies, desme­nuzándola toda, y entonces la piedra vino a ser un gran monte que llenó toda la tierra.

Nabucodonosor tiene que haberse quedado asombrado mientras Daniel le recordaba el sueño en todos sus detalles.

El significado del sueño

Iluminado por Dios respecto del significado del sueño, Daniel dijo al rey que representaba cuatro imperios que iban a existir en el mundo. La cabeza de oro representaba a los caldeos, encabezados por Nabucodono­sor mismo. Después de él se levantaría otro reino inferior al suyo, y luego un tercer reino de dominio universal. Existiría un cuarto reino muy fuerte que en su forma final sería compuesto por diez reyes. Entonces Dios, destruyendo todos estos reinos, levantaría el reino suyo propio, el cual permanecería para siempre.

Aplicación

Todo lo que Nabucodonosor vio en aquella visión se ha cumplido menos la parte final, es decir, la parte prefigurada por los diez dedos de los pies. Después del reino de los caldeos, se levantó el de los medos y per­sas, 5:31. Después de ellos existió el reino de los griegos, capítulo 8, especialmente los versículos 20 y 21. El cuarto reino se levantó en el período entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. Lo encontramos dominando al mundo cuando leemos en Lucas 2:1, 3:1, etc.

En el tiempo del fin de que Dios nos habla en el Apocalipsis 17.12, 19.19, el Señor Jesús vendrá del cielo, cual la piedra cortada del monte, no con mano, para destruir todo el poder de sus ene­migos, a fin de establecer su reino. (Véanse Mateo 21:44 y 2 Tesalonicenses 1:7 al 9, 2:8)

Preguntas

  1. ¿Por qué motivo se enojó Nabucodonosor con todos los sabios de Babilonia?
  2. ¿Qué hicieron los cuatro jóvenes?
  3. Describa la imagen que vio Nabucodonosor.
  4. ¿Cuál era el significado de esta imagen?
  5. ¿Qué parte de esta profecía aún está por cumplirse?

161 El horno de fuego

Estudio de parte del maestro: Daniel 3.1 al 30

Lectura con la clase: Daniel 3.19 al 27

Texto para aprender de memoria— los menores:   Salmo 56.11

los mayores: Daniel 3.17

Introducción

Cuando Daniel terminó de contar el sueño y su significado a Nabucodo­nosor, éste se postró sobre su rostro ante él. También engrandeció a Daniel, dándole muchos y grandes dones, y le puso por gobernador de toda la provincia de Babilonia. Ananías, Misael y Azarías también fueron honrados, pues Daniel habló al rey por ellos y él los puso sobre los nego­cios de la provincia de Babilonia.

La estatua de oro

La gran imagen de la visión y la maravillosa interpretación que Daniel le diera sobre ella impresionaron hondamente a Nabucodonosor, sobre todo la cabeza de oro que era figura de su persona. Sin embargo, aparen­temente le preo­cupaba el hecho de que su reino iba a dar lugar a otro. “¿Por qué no podrá continuar el mío indefinidamente?” dijo él. “¿Por qué no consolidarlo mediante una sola religión, obligando a todos mis súbditos a practicarla?”

Seguramente tal fue su motivo al hacer una tremenda esta­tua de oro que medía aproxi­madamente tres metros de ancho y treinta de alto. La levantaron en el campo de Dura, que parece ser la misma región donde muchos siglos antes la torre de Babel había sido edificada. Enton­ces el rey envió a juntar a todos los hombres principales de su reino a fin de que estuvieran presentes para la dedicación de esta gran imagen. En presencia de todos, el heraldo pregonó en alta voz que al oir el sonido de los diferentes instrumentos musicales, deberían caer en tierra y adorar la imagen, pues quien no lo hiciera, en aquella misma hora sería echado en medio de un horno de fuego ardiendo.

La fidelidad de los tres jóvenes

Al sentir la música, toda la gente se postró y adoró la estatua de oro, es decir, todos menos Sadrac, Mesac, y Abed‑nego. Ellos conocían la pala­bra de Dios donde decía, “No te harás imagen, no te inclinarás a ellas, ni las honrarás”, Éxodo 20:4,5, y fieles a Él, se mantuvieron de pie. Los caldeos de inmediato les acusaron al rey quien, muy enojado, dijo que tra­jesen a los tres jóvenes. “Es verdad”, les dijo, “¿que vosotros no honráis a mi dios, ni adoráis la estatua de oro que he levantado?” Les ofreció una oportunidad más para obedecer a su decreto, amenazándoles que de no postrarse ante la estatua, serían muertos. Luego desafiando a Dios mismo, dijo: “¿Y qué dios será aquel que os libre de mis manos?”

Dios protege a los tres jóvenes

¡Qué noble respuesta dieron los jóvenes al rey! Le dijeron que el Dios de ellos podría librarles, pero si por algún motivo Él no quisiera hacerlo, ni aun así adorarían la estatua de oro. Esta respuesta llenó de ira a Nabu­codonosor, de manera que ordenó que calentasen el horno siete veces más de lo que solían calentarlo. Entonces mandó a ciertos hombres de los más poderosos de su ejército que atasen a Sadrac, Mesac y Abed‑nego para echarles en medio del horno. Estos le obedecieron, pero al acercarse al horno, la llama del fuego los mató, y los tres jóvenes cayeron atados en medio del horno.

Nabucodonosor tiene que haberse sentido chasqueado al ver que sus propios soldados fueron muertos. Al ver lo que sucedía dentro del horno, se asombró sobremanera, pues Sadrac, Mesac y Abed‑nego, sueltos de sus prisiones, se paseaban libremente entre las llamas y ¡he aquí! otro hombre les acompañaba. ¿Quién podría ser? Nabucodonosor, llamando la atención a sus príncipes, les dijo: “El aspecto del cuarto es semejante a hijo de los dioses”. ¡El mismo Señor Jesucristo había venido para librar a sus siervos fieles!

Frente a esta manifestación del poder di­vino, Nabucodonosor se acercó a la puerta del horno y llamó a los jóvenes, diciendo que saliesen. Más asombrado quedó al examinarlos, pues no sólo el fuego no se había enseñoreado de ellos, sino que ni un cabello de sus cabezas se había quemado, sus ropas estaban intactas, y ni siquiera olor de fuego tenían.

El testimonio de Nabucodonosor

¡Qué Dios tan maravilloso tenían estos hebreos! Nabucodonosor confesó que Él era el Dios verdadero y mandó decreto a todas partes de su reino advirtiendo que no toleraría que ninguno hablara en contra del Dios de Sa­drac, Mesac y Abed‑nego. También engrandeció a los tres en la provincia de Babilonia.

Aplicación

Esta historia fidedigna deberá estimular a los alumnos salvados para que obedezcan siempre a su Salvador, pues hoy como ayer, Él protege y cuida a los suyos. La experiencia de los tres hebreos nos recuerda palabras que Dios había hablado más de cien años antes por boca de Isaías, las que se encuentran en el capítulo 43, versículo 2.

Esta lección nos hace ver también que todo ser humano tiene que hacer una decisión o para aceptar y servir al Señor Jesús, o para someterse al dominio de Satanás.

Preguntas

  1. ¿Qué obligación impuso Nabucodonosor a sus súbditos?
  2. ¿Por qué se negaron a obedecerle Sadrac, Mesac y Abed‑nego?
  3. ¿Qué sucedió a los hombres que les echaron en el horno?
  4. ¿Quién acudió para librarles?
  5. ¿Qué efecto produjo en el rey este milagro?

 

162 El banquete del rey Belsasar

Estudio de parte del maestro: Daniel 5.1 al 31

Lectura con la clase: Daniel 5.1 al 6, 17, 25 al 31

Texto para aprender de memoria— los menores: Daniel 5.27

los mayores: Eclesiastés 12.14

 

Introducción

Nabucodonosor hizo de Babilonia una de las ciudades más magníficas del mundo; medía aproximadamente 22 kilómetros de ancho por 22 de largo, y las calles cruzaban de un extremo hasta el otro. Se dice que los muros eran de 105 metros de alto y tan anchos que hasta seis carros podían co­rrer a la vez sobre ellos. Encima de los muros había grandes torres que resguardaban las entradas que conducían a las puertas de bronce, de las cuales había veinticinco por cada lado, y finalmente, fuera de los muros había grandes fosos llenos de agua.

El banquete

Dos años antes del tiempo de que nos habla la porción de hoy, los persas habían llegado para sitiar a Babilonia. Pese a tan prolongado sitio, Belsa­sar creía que los enemigos no podían tomar su ciudad, pues era tan bien fortificada y dentro de ella tenían toda clase de provisiones. Le parecía que no había causa de alarma, ni aun de estar muy alerta; todo estaba bien. Por lo tanto hizo preparar un gran banquete al cual invitó a mil de sus príncipes. Emborrachado, el rey mandó a sus siervos que trajesen los vasos de oro y de plata que su abuelo, Nabucodonosor, había traído del templo de Jerusalén. Llenando éstos de vino, él, sus príncipes y sus mujeres bebieron y alabaron a los ídolos de ellos. De repente se les apa­reció una cosa extraña en la pared del palacio. Cesó la música, los con­vidados quedaron confundidos, y mirando al rey, vieron que se había pues­to muy pálido y que sus rodillas se batían la una contra la otra.

La escritura en la pared

Se veían algunos dedos, como de mano de hombre, que escribían enfren­te del candelero, sobre la superficie de la pared, y las palabras eran: mene, mene, tekel, uparsin. Gritó el rey que hicieran venir magos, caldeos y adivinos. Al presentarse éstos delante de él, prometió enriquecer y honrar grandemente al que le mostrara el significado de aquellas cuatro palabras caldeas, pero ninguno de ellos pudo comprender el mensaje.

Llegó a saber lo que sucedía la reina madre, y acudiendo a Belsasar, in­sinuó que debería llamar a Daniel, pues sabido era que él tenía grande sa­biduría y además, él había interpretado el sueño que tuvo Nabucodonosor.

Lo que motivó la escritura

Cuando el rey ofreció sus honores a Daniel, éste respondió: “Tus dones sean para ti, y da tus recompensas a otros. Leeré la escritura al rey, y le daré la interpretación”. Primero Daniel recordó a Belsasar cómo Dios había humillado a su abuelo Nabucodonosor, deponiéndole de su trono, y haciéndole vivir en el campo como una bestia durante siete años hasta que se arrepintió de su orgullo y maldad. “Y tú, su hijo Belsasar”, dijo Da­niel, “no has humillado tu corazón, sabiendo todo esto; sino que contra el Señor del cielo te has ensober­becido … y al Dios en cuya mano está tu vida, nunca honraste”. También le reprendió por haber profanado los vasos sagrados de la casa de Dios, usándolos para una orgía idolátrica. Por esto, Dios le hablaba, pues era la mano divina la que escribía sobre la pared.

El mensaje de la escritura

¿Cuál era el significado de las palabras que de manera tan extraña e inesperada aparecieron en la pared?

mene: Contado. Dios había contado los días del reino de Belsasar; el que no podía continuar por más tiempo. La repetición de la palabra era para darle más énfasis.

tekel: Pesado. Pesado en la balanza de Dios, Belsasar fue hallado falto, no le había honrado.

uparsin: Otra forma de peres: Partido. Dios dividiría el reino entre los medos y los persas.

Aquella misma noche los enemigos, aprovechando el descuido ocasio­nado por el banquete, capturaron la ciudad y mataron a Belsasar.

Aplicación

Belsasar se rió del peligro que le rodeaba. También desafió a Dios, usando los vasos de su casa para una fiesta impía. No obstante Dios le advirtió por su abuelo, 4:37, le reprendió por el profeta Daniel, y le habló, escribiendo sobre la misma pared del palacio. Belsasar no se arrepintió, y por lo tanto, fue muerto. ¡Que todos los alumnos no salva­dos tomen a pecho esta advertencia! pues Dios no puede ser burlado:

Preguntas

  1. ¿Por qué no temió Belsasar a las huestes enemigas?
  2. ¿Qué pecados cometió aquella noche?
  3. Cuente lo que sucedió en el palacio y el efecto que produjo en los circunstantes.
  4. ¿Qué quería decir la escritura en la pared?
  5. ¿Cómo se cumplió aquella advertencia?

 

163 Daniel en el foso de los leones

Estudio de parte del maestro: Daniel 6.1 al 28

Lectura con la clase: Daniel 6.16 al 24

Texto para aprender de memoria— los menores:  Salmo 34.7

los mayores: Salmo 34.15

Introducción

Darío, el conquistador de Babilonia, dividió su reino en ciento veinte provincias, colocando sobre cada provincia un gobernador. Sobre éstos puso tres presidentes, de los cuales Daniel era el primero, pues halló que él era superior a todos.

Los enemigos de Daniel traman su muerte

Envidiosos de la autoridad y preeminencia que Daniel gozaba, los pre­sidentes y gobernadores se juntaron para ver si pudieran hallar alguna falta en su vida a fin de acusarle ante el rey. Pero ningún pretexto ni fal­ta pudieron hallar por cuanto era fiel, y aun ellos tuvieron que decir que no hallarían ninguna falta contra él a menos que la encontrasen en rela­ción con la ley de su Dios. Así fue que, acudiendo a la presencia de Darío le dijeron que habían acordado que él promulgara un edicto que en efecto le convertiría en un dios. El resultado sería que durante un período de treinta días ningún súbdito de su reino debería hacer petición a ningún dios que no fuera él mismo. Si alguno desobedeciera al decreto, debería ser echado en el foso de los leones. Sintiéndose muy complacido, el rey firmó el edicto.

Daniel es echado en el foso de los leones

Daniel, al saber que la escritura estaba firmada, fue a su casa y confor­me solía hacer, tres veces al día hincaba sus rodillas para orar a Dios. Sus enemigos, conociendo sus costumbres, aprovecharon de espiar, y como lo hallaron orando y rogando delante de Dios, fueron presurosos a la presencia del rey. Recordán­dole acerca del edicto que él había firmado recientemente, acusaron a Daniel.

En aquel momento, el rey se dio cuen­ta que había caído en una trampa, y sumamente indignado, se esforzó hasta la puesta del sol por librar a Daniel. Todo fue inútil, pues los go­bernadores malvados se reunieron nuevamente insistiendo en el cumpli­miento de la sentencia, ya que las leyes de Media y Persia eran inmuta­bles. Víctima de su propio edicto, Darío mandó que Daniel fuese echado dentro del foso de los leones. Hablando con él, el rey dijo, “El Dios tuyo, a quien tú continuamente sirves, Él te libre”. Entonces colocaron una piedra sobre la puerta del foso y la sellaron.

Dios libra a Daniel

Aquella noche el rey no comió ni escuchó música como solía hacer, sino que se acostó muy triste. Tampoco durmió, y tan pronto amaneció el día siguiente, se levantó y fue apresuradamente al foso de los leones. Llegado allí, llamó con voz triste diciendo: “Daniel,… el Dios tuyo, ¿te ha podido librar de los leones?” ¡Qué confortado tiene que haberse sentido al oir la voz de Daniel, quien desde la penumbra del foso le contestó: “Mi Dios envió su ángel, el cual cerró la boca de los leones, para que no me hicie­sen daño”? Lleno de alegría, el rey Darío mandó sacar a Daniel, y al verlo pudo comprobar que nada le había acontecido. Con esto, el rey mandó traer a aquellos hombres que habían acusado a Daniel, a quie­nes, junto con sus mujeres e hijos, echaron en el foso. Esta vez los re­sultados fueron muy diferentes, pues aun antes que llegaran al suelo del foso, los leones se apoderaron de ellos y quebraron todos sus huesos.

Aplicación

Esta historia nos recuerda lo que leemos en Gálatas 6:7 como también lo que dice en Proverbios 26:27. En el versículo 23 dice que a Daniel no le aconteció nada “porque había confiado en su Dios”. ¡Que cada alumno se pregunte acaso confía en el Señor Jesús! Esto es lo que significa el verbo creer en tales pasajes como Juan 3:36, 14:1, etc.

Preguntas

  1. ¿Quién era Darío?
  2. ¿Cómo manifestaron los gobernadores y presidentes su envidia para con Daniel?
  3. Al saber del edicto, ¿qué hizo Daniel?
  4. ¿Por qué no pudo el rey librara Daniel?
  5. Cuente lo que sucedió primero a Daniel y después a sus enemigos.

164 Ester es nombrada reina

Estudio de parte del maestro: Ester 1 y 2

Lectura con la clase: Ester 2.5 al 8, 15 al 18

Texto para aprender de memoria— los menores: Salmo 75.7

los mayores: Salmo 75.6,7

Introducción

La historia que nos corresponde hoy se halla en el libro de Ester, uno de los dos libros bíblicos que llevan nombres de mujeres. Si bien es cierto que el nombre de Dios no se menciona en todo este libro intere­sante, no menos cierto es que su poder y protección se ven en forma clara y convincente. El relato atañe a los días de Asuero, rey de Persia, cuyo imperio abarcaba 127 provincias, y se extendía desde la India hasta la Etiopía. Sin embargo, no nos ocuparemos de aquel gran monarca pa­gano, sino más bien de una joven judía que vivía en su reino, y quien, debido a circunstancias extrañas, llegó a ser reina.

Vasti es depuesta

El primer capítulo del libro nos cuenta de un gran banquete que Asuero hizo para sus gobernadores y príncipes, banquete que duró seis meses, pues el rey quiso mostrarles todas las riquezas y la gloria de su reino. Al cabo de los seis meses, el rey hizo un banquete general para toda la gente de Susa, ciudad capital del reino. Vasti, la reina, también hizo banquete aparte para las mujeres, pues así era la costumbre de los per­sas. Al séptimo día, cuando el corazón del rey estaba alegre del vino, mandó que viniera Vasti engalanada con la diadema real, para mostrar a los pueblos y a los príncipes su belleza. La reina Vasti, indignada que el rey la humillara así, rehusó obedecerle. Asuero, muy enojado, preguntó a sus sabios qué se debía hacer con la reina, y habido consejo, le dijeron que la depusiera de su dignidad y que no la permitiera entrar más en su presencia.

Ester es llamada a ser reina

Ya que Asuero necesitaba otra reina que reemplazara a Vasti, mandó juntar a las jóvenes más hermosas de todas las provincias de su reino a fin de escoger a la más bella. Entre éstas fue tomada Ester, una huér­fana judía que había sido criada y educada por un primo llamado Mardo­queo. Este ya había vivido largos años entre los persas, pues cuando muy niño había sido llevado en cautividad desde Jerusalén. Poco sabemos de la vida de él, pero a juzgar por su cuidado cariñoso para con Ester, y el alto puesto que desempeñó en el gobierno de Asuero, tiene que haber sido un caballero bondadoso y de mucha sabiduría. Tampoco se nos dice mucho acerca de la juventud de Ester, pero en el versículo 7 leemos que era joven de hermosa figura y de buen parecer; en el 20 que era obediente a Mardoqueo, y en el 15 se ve que no era pretenciosa.

Ester es coronada

Ester fue llevada a la casa real donde en conformidad a las costumbres orientales, pasó un largo período de preparativos para entrar a la pre­sencia del rey. Llegó el día cuando debía decidirse su suerte. Leemos que “el rey la amó más que a todas las otras mujeres, y puso la corona real en su cabeza, y la hizo reina en lugar de Vasti”. Entonces Asuero hizo un gran banquete a todos sus príncipes y sus siervos; también dismi­nuyó tributos a las provincias e hizo regalos con real munificencia. A todo esto Ester no había dado a saber que era judía, pero sobre esto no hablaremos hoy, pues las próximas lecciones nos informarán amplia­mente sobre la importancia que tuvo la nacionalidad de la nueva reina.

Aplicación

La historia de hoy nos presenta el evangelio, pues vemos como una cautiva fue buscada y llevada a la presencia del rey quien a su vez la amó y la honró, haciéndola reina. De la misma manera, no es el pecador que busque a Dios, sino Dios que busca primero al pecador. Le llama por su gracia, y cuando éste se acerca, Dios le perdona todos sus pecados, provee para todas sus necesidades, y le constituye hijo suyo y cohere­dero con su bendito Hijo el Señor Jesucristo.

Preguntas

  1. ¿En días de qué rey vivió Ester?
  2. ¿Qué sabemos de la vida y el carácter de ella?
  3. ¿Cuáles fueron las circunstancias que motivaron al rey Asuero a elegir una nueva reina?
  4. ¿Cómo celebró el rey la coronación de Ester?
  5. ¿De qué manera nos ilustra el evangelio esta historia de Ester?

165 Amán y Mardoqueo

Estudio de parte del maestro: Ester 3 y 4

Lectura con la clase: Ester 3.5, 6, 8 al 15

Texto para aprender de memoria— los menores: Mateo 23.12

los mayores: Hebreos 2.14

Introducción

Amán, el protagonista principal de la historia de hoy, se menciona primeramente en el primer versículo del capítulo tres donde se nos habla de su genealogía. Este asunto es importante, pues el escritor vuelve a mencionarlo por cuatro veces más en el libro, 3:10, 8:5, 9:10,24. Su padre fue agagueo, es decir, de una tribu de los amalecitas quienes eran los enemigos acérrimos de los israelitas. Algunos de los alumnos se acordarán de como salieron a pelear contra éstos cuando subían de Egipto, y también del pecado que cometió el rey Saúl cuando no destruyó a todos los amalecitas, 1 Samuel 15:3.

El rey engrandece a Amán

Al poco tiempo después de la coronación de la reina Ester, Amán de quien hemos hablado, conquistó la amistad del rey de tal manera que éste le engrandeció mucho, ensalzándole por sobre todos sus príncipes. Ade­más, Asuero mandó a todos sus siervos que se arrodillasen ante la pre­sencia de Amán. Esto le agradó mucho, pues su corazón se henchía de orgullo al ver que la gente le hacía reverencia como si fuera un dios. Mardoqueo, de quien hablábamos el domingo pasado, venía frecuente­mente a la puerta del palacio para saber de su prima. Los demás siervos del rey luego se dieron cuenta que él no hacia reverencia delante de Amán, y al ver que de día en día se negaba a postrarse, se lo denunciaron. Sin duda, Mardoqueo tenía conocimiento de las maldades cometidas en contra de los israelitas por el pueblo de Amán, y sabía que Jehová había jurado castigarlos. Por lo tanto prefirió correr el riesgo de una persecución humana antes que ser infiel a su Dios.

La intriga de Amán

Amán, al saber de la actitud de Mardoqueo para con él, se llenó de ira y quiso matarlo. Pero como le habían dicho ya que Mardoqueo era judío, pensó que sería preferible vengarse haciendo destruir a todos los judíos. Llegado un día que él estimó propicio, habló con el rey diciéndole que los judíos no servían para nada y que sería mejor acabar con ellos. Dijo ade­más que él mismo estaría dispuesto a pagar una grande suma de dinero para efectuar la destrucción de ellos. Asuero, accediendo a la petición de su príncipe predilecto, hizo venir a los escribanos quienes escribieron a los sátrapas y capitanes que estaban en todas las provincias del reino, mandándoles que en el día trece del mes decimosegundo matasen a todos los judíos. Las cartas, debidamente firmadas y timbradas con el timbre real, fueron entregadas a los correos, y éstos salieron prontamente a fin de llegar cuanto antes a los diversos puntos del vasto imperio de los persas. Aman y el rey, muy contentos con lo que hacían, se sentaron a beber.

La aflicción de los judíos

Los primeros que supieron lo que Amán había tramado contra ellos fue­ron los judíos que vivían en la misma ciudad de Susa, pues luego vieron una copia del decreto. Hondamente conmovidos, rasgaron sus vestidos y con amarga lamentación, clamaron a Dios, rogando que tuviese piedad de ellos. A la medida que los correos avanzaban con las cartas, lo mismo sucedía en todas las provincias, y una ola de angustia fue invadiendo los corazones de todos los judíos. Al principio, Ester ignoraba lo que suce­día, pero luego llegó a saberlo, pues su primo Mardoqueo, vestido de sa­co y ceniza, y clamando con grande y amargo clamor, vino por las calles de la ciudad y llegó hasta la puerta del palacio donde se detuvo.

Al saber lo que él hacía, Ester tuvo gran dolor y envió vestidos para que quitasen el cilicio que llevaba, pero Mardoqueo rehusó ponérselos. Entonces la reina envió a un eunuco que le servía a quien Mardoqueo contó lo que su­cedía, entregándole también una copia del decreto por el cual la reina pudo enterarse del asunto. Además, Mardoqueo le mandó decir que ella tendría que entrar a la presencia del rey a fin de interceder por su pueblo, pues si no, ella también sufriría la misma pena. Mardoqueo le dijo, “¿Y quién sabe si para esta hora has llegado al reino?”

La decisión de Ester

Según las leyes de los persas, nadie era permitido entrar a la presencia del rey a menos que éste le llamara. Si se atrevía hacerlo, moría, salvo en algún caso extraordinario, si el rey le extendiera la mano con el cetro de oro. Ester no había sido llamada durante treinta días, así que si entra­ba, corría el peligro de perder su vida. No obstante, contestó al ruego de Mardoqueo diciendo. “Entraré a ver al rey; y si perezco, que perezca”.

Aplicación

Amán, el enemigo de los judíos, es figura de Satanás, el enemigo de todos los seres humanos, quien se esfuerza por conducirlos en sus peca­dos a la muerte. Ester nos representa al Señor Jesús quien no sólo se expuso al peligro de la muerte, sino dio su vida por nosotros, Hebreos 2:14,15.

Preguntas

  1. ¿Qué sabemos acerca del pueblo de Amán?
  2. ¿Cuál fue el plan que éste tramó en contra de los judíos?
  3. ¿En qué condición vino Mardoqueo ante la puerta del rey?
  4. ¿Por qué temió entrar la reina Ester a la presencia del rey?
  5. ¿Qué enseñanza encierra para nosotros esta historia?

 

166 Ester intercede ante Asuero

Estudio de parte del maestro: Ester 5 al 8

Lectura con la clase: Ester 5.1 al 4, 7.2 al 7

Texto para aprender de memoria— los menores: 1 Corintios 10.12

los mayores: Salmo 145.20

Introducción

Ester, al mandar decir a Mardoqueo que ella entraría a la presencia del rey Asuero, le rogó que juntara a todos los judíos que vivían en Susa a fin de ayunar por tres días. Dijo que ella y sus doncellas harían igual cosa.

El valor de Ester

El tercer día la reina, vistiéndose su vestido real, entró en el patio de adentro del palacio a un lugar donde el rey la vería. Sin duda su corazón palpitaba fuertemente, pues no sabía si su presencia le sería grata o si más bien, enojado, la mataría, pues antaño aquellos reyes eran muy violentos. Asuero estaba sentado en su trono cuando, extrañado, vio a la hermosa reina. Comprendiendo que algún motivo muy especial la había hecho entrar hasta allí, le extendió el cetro de oro, gesto que demostró su agrado, y Ester, acercándose, tocó la punta del cetro.

La petición de Ester

“¿Qué tienes, reina Estar?” dijo el rey, “¿y cuál es tu petición? Hasta la mitad del reino se te dará”. No obstante esta generosa oferta, Ester no dio a conocer su deseo sino que invitó al rey para que, junto con Amán, asistiera a un banquete. Asuero aceptó la invitación, y nuevamente pre­guntó cuál era la petición de su reina. Ester le rogó que viniera también al día siguiente, y entonces le descubriría su secreto. Naturalmente, Amán, al ser invitado por segunda vez al banquete, se sintió altamente agradado. Hablando con su mujer, le dijo: “La reina Ester a ninguno hizo venir con el rey al banquete que ella dispuso, sino a mí; y también para mañana estoy convidado por ella con el rey”. Por segunda vez el rey y Amán se sentaron con la reina, y nuevamente Asuero le dijo: “¿Cuál es tu petición, reina Estar, y te será concedida?”

“Oh rey”, contestó ella, “si he hallado gracia en tus ojos … séame dada mi vida por mi petición, y mi pueblo por mi demanda. Porque hemos sido vendidos, yo y mi pueblo, para ser destruidos, para ser muertos y exterminados”. El rey la miró asombrado, pues aún no sabía que su amada reina era judía, y por lo tanto no comprendía sus palabras. “¿Quién es?” preguntó “¿y dónde está el que ha ensoberbecido su corazón para hacer esto?” Estar contestó diciendo: “El enemigo y adversario es este malvado Amán”. Ante esta acusación Amán quedó aterrado, y Asuero, levantándose en ira del banquete, salió al jardín donde, muy agitado, se paseó un rato mientras se le ordenaban sus pensamientos. Recordó el complot de Amán; sintió enojo por el des­cuido que le había permitido autorizar el decreto por el cual se exigía la destrucción de los judíos.

Tomando una determinación, volvió al aposento del banquete donde halló a Amán, quien había rogado por su vida a Ester, postrado delante de ella. En este momento uno de los siervos del rey le informó que Amán había hecho preparar una horca con intenciones de matar a Mardoqueo. Asuero respondió diciendo que colgaran a Amán en ella. Así fue que aquel malvado cayó en la misma trampa que había pre­parado para el primo de la reina.

El triunfo de Ester

Muerto Amán, el rey entregó a Ester todos los bienes que le habían per­tenecido, y al saber que Mardoqueo era pariente de ella, le constituyó en primer ministro suyo. Sin embargo, Ester no pudo contentarse con estas bendiciones, pues aún estaba expuesto a muerte todo el pueblo judío. Así que cayendo a los pies del rey, le rogó con lágrimas que hiciera nula la maldad de Amán. Asuero respondió a Ester: “Escribid, pues, vosotros a los judíos como bien os pareciere, en nombre del rey, y selladlo con el anillo del rey”.

De nuevo fueron llamados los escribanos para preparar las muchas cartas que debían ser enviadas a los judíos, sátrapas, capi­tanes y príncipes de las ciento veintisiete provincias. Selladas con el anillo del rey, estas cartas que autorizaban a los judíos a defenderse fue­ron entregadas a los correos, los cuales salieron “a toda prisa por la orden del rey. “ Leemos que “en cada provincia y en cada ciudad donde llegó el mandamiento del rey los judíos tuvieron alegría y gozo, banquete y día de placer. Y muchos de entre los pueblos de la tierra se hacían judíos, porque el temor de los judíos había caído sobre ellos”.

Aplicación

Ciertamente dentro de esta historia se descubre otra historia, la de aquel bendito Salvador que no sólo dio su vida por los pecadores, sino que también resucitó de entre los muertos, haciendo posible para todos la vida eterna y la felicidad celestial. Los judíos de los días de Ester no se olvidaron de la fecha cuando les llegó el segundo edicto con sus buenas nuevas. Del mismo modo los que son salvados por Jesús recuerdan la ocasión cuando aceptaron las buenas nuevas de salvación.

Preguntas

  1. ¿Por qué era muy peligroso que Ester entrara a la presencia del rey?
  2. ¿Qué hizo éste al verla en el patio?
  3. Cuente cómo fue descubierta la maldad de Aman.
  4. ¿Cómo premió Diosa Mardoqueo por su fidelidad a Él?
  5. ¿Qué fue lo que cambió la tristeza de los judíos en alegría?

167 Los cautivos vuelven a Judá

Estudio de parte del maestro: Esdras 1.1 al 11, 2.64 al 70, 3.1 al 13

Lectura con la clase: Ester 1.1 al 11

Texto para aprender de memoria— los menores: Salmo 103.8

los mayores: Salmo 103.9,10

Introducción

En nuestras lecciones sobre Daniel y Ester hemos visto que Dios pro­tegió y bendijo maravillosamente a su pueblo durante el período de su cautividad bajo los caldeos y persas. La historia de hoy nos ilumina en cuanto al cumplimiento de la palabra de Jehová respecto de la vuelta de los israelitas a la tierra de ellos tal como Él había predicho por Isaías y Jeremías. Véanse Jeremías 25:11, 29:10, y especialmente Isaías 44:24 al 28.

El decreto de Ciro

Sabemos que Daniel estudiaba estas profecías en el mismo tiempo que Babilonia fue tomada, Daniel 9:2, y tiene que haber conocido personal­mente a Ciro debido al alto puesto que ocupaba en el gobierno de Darío. Es muy lógico pensar que a lo mejor él mostró a aquel rey la palabra de Jehová. Con 175 años de anticipación, Dios le había nombrado haciendo ver que Él ayudaría a los israelitas a regresar a su tierra. De todos mo­dos, Ciro accedió prontamente a la voluntad de Dios, pues hizo proclamar en todo su reino que todos los judíos que quisieran volver a su patria tenían amplia libertad para hacerlo.

Los preparativos

Es fácil imaginar los grandes preparativos que los judíos harían para el largo viaje, juntando sus ropas, enseres de casa, animales, etc. Pero el historiador sagrado no habla de tales cosas, sino más bien de lo que pre­pararon para la casa de Dios. Setenta años antes Nabucodonosor había quemado ésta después de haber sacado todos los vasos de oro y plata, vasos que su nieto Belsasar usó años más tarde para un banquete impío la noche que fue muerto. Ciro entregó todos estos vasos a Sesbasar, prín­cipe de Judá, 5.400 en total, diciéndole que los llevase para el servicio del templo que deberían edificar para Jehová Dios de los cielos. Los judíos que acompañaban a este príncipe también llevaron consigo dones valiosos que les dieron sus hermanos que permanecían en la tierra de los persas, oro, plata, bestias y toda clase de regalos.

El viaje

Llegó el día tan anhelado cuando, estando todo listo, emprendieron el viaje. Había ancianos que recordaban el tiempo cuando Nabucodonosor les había arrebatado de su tierra, y es de creerse que asomarían lágrimas a sus ojos al comprender que Dios en su infinita misericordia ahora les permitía volver a ella. Había muchos niños también quienes sólo sabían de Canaán por lo que sus padres y abuelos les habían contado. Estos es­tarían muy entusiasmados, gritando los unos a los otros, deseosos de partir en lo que para ellos iba a ser la aventura más grande de sus vidas.

 

Muchas veces durante el largo cautiverio los judíos habían llorado al recordar su tierra (Salmo 137) y al regresar hacia ella les parecía que soñaban (Salmo 126). Era grande la caravana pues viajaban aproximada­mente 50.000 personas, incluyendo los hombres, mujeres, niños y sacer­dotes, y había más de 8.000 animales. Uno se imagina que muchas veces durante el viaje tienen que haber cantado, ya que había entre ellos dos­cientos cantores y cantoras. Cuando estaban cansados o rodeados de peli­gros y enemigos, expresarían su confianza en su Dios, alabándole con los salmos de David. Él, favoreciéndoles en todo momento, les hizo llegar por fin a la tierra que había prometido a Abraham y a sus descendientes. Allí se repartieron a fin de que cada grupo fuese a su ciudad o pueblo para edificar de nuevo sus casas.

El altar y el templo son reedificados

En el mes séptimo, mes de especial importancia para los israelitas, pues en él celebraban tres fiestas de Jehová (Levítico 23:23 al 44), se junta­ron como un solo hombre en Jerusalén. Aún no habían empezado a recons­truir el templo, pero en medio de las ruinas buscaron el sitio del altar anterior. Sobre la base que todavía existía, edificaron un altar nuevo, en el cual ofrecieron sacrificios por la mañana y la tarde. Luego después comenzaron los preparativos para edificar el nuevo templo, y leemos que trabajaron “como un solo hombre”. Cuando echaban los cimientos de este edificio, los sacerdotes se vistieron sus ropas, los cantores y la demás gente se reunieron para alabar a Dios por su misericordia, y todo el pue­blo aclamaba con gran júbilo de tal manera que se oía el ruido hasta de lejos.

Aplicación

Ciertamente aquí hay enseñanza para los alumnos salvados, pues si han perdido el gozo de la salvación, Dios puede restaurarles tal como hizo para con los israelitas. Véase 1 Juan 1:7 al 9.

La enseñanza para los no salvados es que al igual que Dios intervino en favor de los cautivos, impotentes en sí, y operó en el corazón del rey Ciro para su bendición, del mismo modo Él ha provisto la salvación en Jesús. Ciro no obligó a nadie a volver a Canaán; dio permiso e hizo pro­visión para los que deseaban hacerlo. Así Jesús no salva a viva fuerza, sino que llama al pecador para que éste se le acerque, Mateo 11:28, Juan 10:9.

Preguntas

  1. ¿Cómo se llamaba el rey que exhortó a los judíos a que edificasen el templo?
  2. ¿Qué les dio para ayudarles con este trabajo?
  3. ¿Para qué se juntaron los judíos en Jerusalén en el séptimo mes?
  4. Cuente lo que hicieron al ver que se echaban los cimientos del templo.
  5. ¿De qué manera es Ciro una figura del Señor Jesús?

 

168 Nehemías edifica los muros de Jerusalén

Estudio de parte del maestro: Nehemías 1 al 4 y 6

Lectura con la clase: Nehemías 4.1,2, 9 al 21

Texto para aprender de memoria— los menores: Romanos 8.31

los mayores: 2 Pedro 2.9

Introducción

Pese a que Dios había permitido que muchos israelitas volviesen a Jeru­salén donde reedificaron el templo, la ciudad aún estaba en malas condi­ciones, y hacía falta quien se interesara por trabajar enérgicamente en ella.

La oración de Nehemías

En esos mismos tiempos se encontraba en la ciudad de Susa un israelita llamado Nehemías quien ocupaba un alto puesto en el palacio, pues era el copero del rey. No obstante las ventajas que gozaba allí, continuamente pensaba en sus hermanos que habían regresado a Jerusalén, preguntándose cómo les había ido. Cierto día llegaron algunos varones de Judá, y éstos le dijeron que el muro de Jerusalén todavía estaba derribado y sus puer­tas quemadas a fuego. Al recibir esta noticia, Nehemías, hondamente conmovido, lloró, y después comenzó a orar, confesando a Dios que todo lo que había acontecido era por causa del pecado de su nación. Al mismo tiempo le recordaba que Él había prometido perdonarles y restaurarles a su tierra con tal que, arrepentidos, clamasen a Él.

Artajerjes envía a Nehemías a Jerusalén

Durante cuatro meses Nehemías continuó orando hasta que un día el rey se fijó en la tristeza que se reflejaba en su rostro. Le preguntó cuál era la causa de ella. Nehemías respondió que era por la condición en que se encontraba la ciudad de sus antepasados. Aprovechando la oportunidad, pidió al rey que le diera permiso para ir a reedificarla. Artajerjes acce­dió luego a la petición de Nehemías, entregándole además partes para los gobernadores a fin de que le ayudasen en todo lo que fuese menester. Pro­visto de una escolta militar, Nehemías hizo el largo viaje sin novedad, llegando a Jerusalén a mediados de verano. Por una breve gira de inspec­ción, se enteró de la terrible condición en que habían quedado los muros. Haciendo juntar a los hombres principales de los judíos, les dio a conocer sus planes, y al saber cómo Dios le había pros­perado dándole favor con el rey, ellos dijeron: “Levantémonos, y edifiquemos”.

Los israelitas edifican los muros

En el capítulo 3 de este libro se nos presenta un cuadro gráfico y comprensivo de aquellos que cooperaron para volver a edificar los muros. Por ejemplo, leemos del sumo sacerdote, Eliasib, quien junto con los demás sacerdotes edificaron la puerta de las Ovejas, por la cual solían entrar los animales que debían ser ofrecidos en sacrificio. Después se nos habla de los hombres de Jericó, de los plateros, de un gobernador de Jerusalén a quien ayudaban sus hijas, y de los levitas. También se mencio­nan grupos grandes y pequeños que de diferentes maneras cooperaron para quitar los escombros, levantar los muros, hacer las puertas y colocar éstas junto con sus cerraduras y sus cerrojos.

Los enemigos amenazan a los edificadores

Los israelitas tenían muchos enemigos que vivían alrededor de ellos, y en todo el libro leemos de los caudillos de éstos: Sanbalat, Tobías y Gesem. Al principio se limitaban a burlarse de los esfuerzos de Nehemías y sus compañeros, diciendo: “¿Qué hacen estos débiles judíos? … Aun lo que ellos edifican del muro de piedra si subiere una zorra lo derribará”, pero Nehemías no les hizo caso, sino que se encomendó a Dios y siguió trabajando. Después, cuando los enemigos vieron que la obra avanzaba rápidamente, conspiraron todos a una para venir a comba­tir a Jerusalén, y los judíos que vivían entre ellos mandaron avisar diez veces que luego iba a haber un ataque.

Para hacer frente a este peligro constante, Nehemías organizó a sus trabajadores, colocándoles por fa­milias en lugares estratégicos donde, armados con espadas, lanzas y arcos, podían defenderse. También confortó sus corazones con las palabras: “No temáis delante de ellos; acordaos del Señor grande y temible, y pelead por vuestros hermanos, por vuestros hijos y por vuestras hijas, por vues­tras mujeres y por vuestras casas”.

Estas medidas sirvieron para desa­nimar suficientemente a los enemigos, pues comprendiendo la determina­ción de Nehemías desistieron de sus planes. No obstante, de aquel día en adelante los israelitas no se descuidaron sino que la mitad trabajaba en la obra y la otra mitad, bien armada, estaba de guardia. No contentos con estas precauciones, aun aquellos que trabajaban en el muro tenían sus es­padas ceñidas a sus lomos. Al cabo de cincuenta y dos días la ciudad quedó circundada por un muro completo con todas sus puertas.

Aplicación

Pese a que los israelitas habían sido libertados de la cautividad aún se encontraban rodeados por fuertes enemigos que se oponían a la obra que ejecutaban. Lo mismo sucede en la experiencia de un pecador que, con­vertido al Señor Jesús, desea vivir para Él, pues Satanás le tienta y de muchas maneras trata de desanimarle. Sin embargo, por la oración y la meditación en la palabra de Dios, el creyente puede vencer al adversario. Al igual que los nombres de aquellos edificadores fieles han quedado con­signados en las Sagradas Escrituras, los nombres de los creyentes que sirven a Dios hoy están inscritos en el cielo, y ellos serán premiados ricamente cuando Jesús vuelva a buscarlos.

Preguntas

  1. ¿Quién fue Nehemías?
  2. ¿Qué fue lo que le impulsó a ir a Jerusalén?
  3. ¿Cómo respondió la gente a los planes de él?
  4. ¿Quiénes se opusieron a la obra?
  5. ¿De qué manera hizo frente Nehemías a los adversarios?

 

169 Josué ante el ángel de Jehová

Estudio de parte del maestro: Zacarías 3.1 al 10

Lectura con la clase: Zacarías 3.1 al 7

Texto para aprender de memoria— los menores: Isaías 64.6, Todos nosotros somos como suciedad, y todas nuestras justicias como trapo de inmundicia

los mayores: Isaías 64.6

Introducción

Zacarías fue uno de los profetas que ayudó a los judíos que volvieron a Judea después de la cautividad en Babilonia. Cierta noche Dios dio ocho visiones a este siervo suyo por medio de las cuales le enseñó acerca del porvenir de la nación de Israel. La porción de hoy nos describe lo que el profeta vio en la cuarta visión.

Satanás acusa a Josué

Me mostró, dice el escritor, “el sumo sacerdote Josué, el cual esta­ba delante del ángel de Jehová, y Satanás estaba a su mano derecha para acusarle”. Por supuesto este Josué no es el mismo que fue el sucesor de Moisés; es otro que vivió aproximadamente novecientos años más tarde. Generalmente al pensar en los sacerdotes judaicos, se nos figura un hombre vestido de ropas limpias y hermosas, pero cuando Zacarías vio en visión a Josué, éste estaba vestido de vestimentas sucias. A su mano derecha estaba Satanás para acusarle al ángel de Jehová. Ciertamente aquellos vestidos no eran los que él llevaba cuando entraba en el templo. Más bien representan lo que él era en sí mismo, a saber, un pecador cuyas justicias propias eran como trapos inmundos y quien por lo tanto necesitaba que Dios le limpiara y le vistiera. No sabemos qué fue lo que dijo Satanás pero nada logró en su contra, pues había quien defendiera al acusado como veremos en seguida.

Josué es vestido de ropas de gala

Para sorpresa de Satanás, él fue reprendido por Jehová, el mismo Juez, quien a continuación mandó a los circunstantes que quitasen a Josué las vestimentas sucias. Entonces, dirigiéndose a éste, le hizo ver que le había quitado sus pecados y que le daba ropas nuevas. La palabra usada aquí significa hermosamente bordadas. El profeta Zacarías, admi­rado y encantado por lo que estaba presenciando (pues según las mejores traducciones él es quien habla) dijo: “Pongan mitra limpia sobre su cabe­za”. Esto también lo hicieron, de manera que aquel que momentos antes se había visto tan sucio, ahora estaba resplandeciente en sus vestidos nuevos. Sin duda su rostro reflejaba el gozo que rebosaba su corazón al saber que sus pecados le habían sido quitados.

Aplicación

En primer término Josué es figura del pueblo judío al cual representaba delante de Dios cuando entraba en el templo. Llegará el día cuando Dios les limpiará de todos sus pecados, haciéndoles aptos para su presencia. Los capítu­los 12, 13 y 14 nos iluminan en cuanto a aquel tiempo futuro, manifestando que se arrepentirán de su pecado de haber rechazado a Jesús, 12:10; que serán lavados, 13:1; y que Jesús vendrá personalmente a Jerusalén para establecer su reino entre ellos, 14:4,9.

En segundo lugar, la aplicación de especial importancia para nosotros es que en Josué vemos cual es nuestra condición por naturaleza; sucios por el pecado y expuestos a perdernos en el infierno (“un tizón arrebatado del incendio”). Después que Josué fue vestido de nuevas ropas, podía en­trar cual sacerdote en la presencia de Dios. De la misma manera el pe­cador, hecho limpio por la sangre de Cristo, es constituido un sacerdote santo y puede presentar sacrificios espirituales delante de Dios, 1 Pedro 2:5, y en cuanto al porvenir, sabe que al morir irá para estar con el Señor en el cielo.

Preguntas

  1. ¿Quién era Josué?
  2. ¿En qué condición estaba cuando lo vio Zacarías?
  3. ¿Quién se opuso a que Dios lo bendijera?
  4. Cuente lo que el Señor hizo.
  5. ¿De qué manera nos es figura Josué?

170         La visión de los huesos

Estudio de parte del maestro: Ezequiel 37.1 al 14

Lectura con la clase: Ezequiel 37.1 al 14

Texto para aprender de memoria— los menores:  Juan 3.7

los mayores: Juan 3.3

Introducción

Hoy retrocederemos en cierto sentido para ocuparnos de una visión que Jehová dio al profeta Ezequiel. Este fue llevado a la tierra de los caldeos poco después de Daniel. Allá profetizó durante veintiún años, terminando sus labores antes de lo que hemos estudiado acerca de Esdras y Nehe­mías. Sin embargo, la profecía que deberemos estudiar hoy nos habla acerca de bendiciones que los israelitas aún han de gozar en un glorioso futuro que Dios ha prometido conce­derles. Por este motivo hemos dejado esta porción del Antiguo Testamento para esta ocasión.

Ezequiel es llevado al campo de los huesos

¡Qué extrañado tiene que haberse sentido Ezequiel cuando Jehová, por medio de una visión, le hizo salir a un valle lleno de huesos! El profeta anduvo alrededor por todo el valle y no vio otra cosa sino huesos, muchos en verdad y todos muy secos. Esto le hizo comprender que allí había muerto gran cantidad de seres humanos, y además que hacía mucho tiem­po que habían muerto. Mientras contemplaba tan inesperada escena, oyó la voz de Jehová que le preguntaba: “Hijo de hombre, ¿vivirán estos huesos?” a lo que respondió que sólo Dios sabía acaso podrían vivir. Entonces Jehová le mandó predicar sobre ellos para decirles que volve­rían a vivir. ¡Qué mensaje tan extraño, decir a huesos que nuevamente serían revestidos de carne, nervios, piel, y que recobrarían la vida!

Ezequiel predica sobre los huesos

Ezequiel comenzó a predicar y he aquí sintió un ruido seguido por una conmoción, y se acercaban los huesos cada hueso a su hueso correspon­diente. Luego después sucedió otro gran milagro ante los ojos del profeta, pues nervios y carnes crecieron sobre ellos, y la piel los cubrió por en­cima; pero aún no había en ellos aliento. Nuevamente le habló Jehová mandándole que hablara al Espíritu para que soplara sobre aquellos muertos. Ezequiel obedeció a la voz del Señor con el resultado sorpren­dente que todos los muertos recibieron vida y se pararon ante él, un ejército grande en extremo.

El significado de la visión

¿Qué quiere decir la visión? ¿De quiénes eran los huesos? ¿Cuándo y cómo serán avivados? Todo esto se lo explicó Jehová a su siervo diciendo que representaban a toda la nación de Israel, pueblo muerto en delitos y pecados. Esparcidos por todo el globo terrestre, se encuentran actual­mente en la condición de una nación sepultada, pero Dios propone resuci­tarles y llevarles nuevamente a la tierra de ellos. Ya han vuelto muchos, lo que se puede comparar a los huesos cuando se juntaban unos a otros. Los grandes esfuerzos que están haciendo por afirmarse nacionalmente nos recuerdan la carne, los nervios y la piel que cubrieron los huesos. Pero los judíos que se encuentran en Palestina aún son incrédulos, no tienen vida espiritual. No obstante, Dios obrará en su medio por su Es­píritu, y llegado el momento propicio, naciendo de nuevo, recibirán al Mesías, antes rechazado, y con Él reinarán por mil años.

Aplicación

La visión que tuvo Ezequiel no nos habla solamente de la nación de Israel, sino también de la condición de cada ser humano, pues por natu­raleza todos están muertos en sus pecados. Por la predicación del evangelio Dios presenta un mensaje de esperanza a los tales. Primero produce una conmoción en sus conciencias despertándoles a la realidad de su condición. Entonces el Espíritu Santo les imparte vida eterna, de manera que nacen otra vez por la fe en Cristo.

Preguntas

  1. ¿Qué mostró Dios a Ezequiel?
  2. ¿Qué significaba aquella visión en relación con Israel?
  3. ¿En qué sentido hay un movimiento de los huesos en Palestina?
  4. ¿De qué otra cosa nos hablan los huesos secos?
  5. ¿Qué hace Dios para dar vida a pecadores muertos en sus pecados?

Serie 12: El Evangelio de Juan

Ver

171 Jesús y Juan el Bautista

 

Estudio de parte del maestro: Juan 1. 1 al 34

Lectura con la clase: Juan 1.19 al 34

Texto para aprender de memoria— los menores: Juan 1.1

los mayores: Juan 1.14

Introducción

Hoy iniciamos una serie de lecciones que tratan sobre encuentros que el Señor Jesús tuvo con diferentes personas. El nombre de la primera per­sona aparece en el versículo 6 del primer capítulo del Evangelio según Juan, don­de leemos: «Hubo un hombre enviado de Dios, el cual se llamaba Juan”.

En los cinco versículos anteriores Dios nos habla de su Hijo, el Señor Je­sús, y nos hace ver que Él es mucho más que hombre. Primeramente nos dice que en el principio Él ya era, por lo tanto Él es eterno. Luego dice que Él es Dios, que moraba en comunión con su Padre, 1:1, 17:5, y que es el Creador de todas las cosas. Más abajo, en el versículo 14 nos habla de la misión de su Hijo al venir a la tierra, diciendo: «Y aquel Ver­bo fue hecho carne”. La misión de Juan el Bautista fue la de anunciar a Jesús para que todos creyesen en Él.

La predicación de Juan el Bautista

Juan el Bautista no fue criado en alguna ciudad sino en lugares desier­tos, Lucas 1:80, y allí permaneció hasta el día cuando Dios lo envió a pre­dicar. Su presencia era tosca, pues vestía ropa hecha de pelo de camello, y tenía un cinto de cuero alrededor de sus lomos. Sus predicaciones eran muy sencillas, muy directas y fuertes, pues denunciaba el pecado, llamaba a sus oyentes a arrepentirse, y les advertía del juicio divino, diciendo: «El hacha está puesta a la raíz de los árboles; por tanto, todo árbol que no da buen fruto es cortado y echado en el fuego”. Las personas que creían a Juan manifestaban su arrepentimiento siendo bautizadas en el río Jordán. Al ser sumergidas bajo el agua reconocían que merecían morir por sus pecados.

Las preguntas de los judíos

Los líderes religiosos en Jerusalén estaban molestos a causa de las pre­dicaciones de Juan, y se sentían envidiosos al ver a las multitudes que iban a escucharle. Decidieron investigar los hechos, y enviaron a algunos sacerdotes y levitas para averiguar quién era Juan y cuáles eran sus pre­tensiones. «¿Tú, quién eres?» le dijeron, a lo que Juan les contestó, «Yo no soy el Cristo». Al decir: «el Cristo», Juan quiso decir que él no era el Mesías, el Rey que Dios había prometido enviar a su pueblo Israel.

Siguieron indagando los enviados: «¿Qué pues? ¿Eres tú Elías?» «No soy», dijo Juan. «¿Eres tú el profeta?» le preguntaron, y otra vez Juan respondió: «No». Es que Dios había prometido enviarles al profeta Elías antes de que viniera el Mesías para reinar, Malaquías 4:5. Y Moisés, en Deuteronomio 18.15, había hablado de un Profeta que Dios levantaría en medio de Israel. Los sacerdotes, sintiéndose un tanto confundidos y frustrados, hacen una pregunta más, al decir a Juan: «¿Pues quién eres? ¿Qué dices de ti mismo?» Responde Juan: «Yo soy la voz de uno que clama en el desierto: Enderezad el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías”.

Juan sabe por la palabra de Dios quién es él

Juan conocía el pasaje en Isaías capítulo 40 donde Dios, centenares de años antes, había hablado de él y de la misión que él iba a cumplir cual precursor del Salvador. De ahí, pues, que él contestó: «Yo no soy el Mesías, ni Elías, ni el profeta: Yo soy la voz de uno que clama en el desierto». Nosotros también, por la misma palabra de Dios, debemos saber quiénes somos. A cada niño, a cada joven, conviene aplicar la pregunta que hicieron los sacerdotes a Juan: «¿Tú, quién eres? ¿Qué dices de ti mismo?» El alumno que conoce y cree la palabra de Dios, contestará: «Yo soy pecador, porque Dios dice que todos pecaron, que todos nosotros nos descarriamos como ovejas, y cada cual se apartó por su camino, que no hay justo, ni aun uno».

Juan también sabe por la misma palabra quién es Jesús

Para ser salvo cada alumno necesita saber quién es Jesús y porqué Él puede salvar a los pecadores. Juan el Bautista nos enseña algunas lecciones muy importantes. Primeramente dice: «El viene después de mí, pero es antes de mí; porque era primero que yo». «Jesús es Dios», dice Juan: «Él era primero que yo». Como Hombre Jesús nació después que Juan, pero Juan dice: «Antes que naciera en el mundo Él era, siempre era, pues es el Hijo eterno de Dios, mientras que yo soy solamente hombre». Es que Dios le había dicho: «Sobre quien veas descender el Espíritu y que permanece sobre Él, ése es el que bautiza con el Espíritu Santo».

Juan sabía, pues, por la palabra de Dios Quién era Jesús, y dio su testimonio, diciendo: «Este es el Hijo de Dios». Otra importante declaración hace Juan. En el versículo 29 leemos: «El siguiente día vio Juan a Jesús que venía a él, y dijo: «He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo». El pueblo judío acostumbraba ofrecer dos corderos todos los días en el altar del templo, corderos cuya sangre nunca pudo quitar el pecado de nadie. Dice Juan: «Jesús es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo».

Aplicación

Para ser salvo cada persona necesita comprender quién es delante de Dios. Necesita creer que, según la palabra de Dios, su nombre es «pecador». Lucas 18:13; «rebelde», Tito 3:3; «impío», Romanos 5:6; «hijo de desobediencia», Efesios 2:2. También debe comprender que Jesús, además de ser Hombre sin pecado, es el Creador, Juan 1.,3; el Hijo de Dios, Juan 1:34; y el inocente y santo Cordero que derramó su sangre para librarnos del pecado y del juicio, Juan 1:29 y 1 Pedro 1 : 18 y 19.

Preguntas

  1. ¿Qué preguntas hicieron los judíos a Juan el Bautista?
  2. ¿Cómo supo contestarles Juan?
  3. Cuenta dos cosas que Juan dijo acerca de Jesús.
  4. Según la palabra de Dios, ¿quién, o qué cosa, es cada ser humano?
  5. ¿Qué hizo Jesús para salvar a cada uno de nosotros?

 

172  Jesús y sus primeros discípulos

Estudio de parte del maestro: Juan 1.35 al 51

Lectura con la clase: Juan 1.35 al 51

Texto para aprender de memoria— los menores: Juan 1.49: Rabí, tú eres el Hijo de Dios; tú eres el Rey de Israel

los mayores: Juan 1.51

Introducción

El tema de nuestra última lección fue Jesús y Juan el Bautista. Nos in­teresó especialmente lo que Juan dijo de sí y lo que él dijo acerca de Je­sús. Dijo que no era el Mesías, ni Elías, ni el profeta a quien esperaba el pueblo judío, sino que era solamente la voz de uno que clamaba en el de­sierto: «Enderezad el camino del Señor». En cambio, hablando de Jesús, Juan dijo que era el Hijo de Dios, y el Cordero de Dios que había venido para quitar el pecado del mundo.

Juan el Bautista señala nuevamente a Jesús

Al día siguiente después de decir: «He aquí el Cordero de Dios que qui­ta el pecado del mundo», Juan vio nuevamente a Jesús que andaba por allí, y dijo: «He aquí el Cordero de Dios». Esta vez dos hombres, discípulos de Juan, le oyeron, e interesándose por conocer a Jesús, se separaron de Juan para seguir al Señor. Viendo Jesús que le seguían, les dijo: «¿Qué bus­cáis?», a lo que ellos respondieron: «Maestro, ¿dónde moras?» «Venid y ved», fue la cariñosa invitación del Señor. Así fue que Andrés y Juan, quien nunca menciona su nombre en este libro que él escribió, pasaron las horas restantes del día con Jesús.

Andrés y Juan buscan a sus hermanos

Acerca de Andrés hemos leído en el versículo 41: «Este halló primero a su her­mano Simón», frase que no indica que le buscó antes de hacer otra cosa sino que lo buscó y lo encontró antes de que Juan lograra hallar a su her­mano Jacobo. Ambos fueron a buscar a sus hermanos, y es muy posible que aquel día Jacobo también haya sido llevado al Señor. Sabemos que los cuatro hombres eran compañeros de labores, siendo pescadores, Ma­teo 4:18 y Lucas 5:10.

Nunca leemos de predicaciones hechas por An­drés, aunque debió haber predicado muchas veces, pero lo vemos hacien­do trabajos similares a los de maestros de escuela dominical, conversando con personas y acercándoles al Salvador. Véanse Juan 6:8,9 y 12:20 al 22. ¡Que cada maestro procure llevar a sus alumnos a Jesús, y que no se conforme con presentarles una lección! Andrés no convencía a base de argumentos; simplemente daba su testimonio de haber hallado al Sal­vador, y después ponía a las personas en contacto con Jesús.

Jesús llama a Felipe

El Señor había ido a Judea para ser bautizado por Juan, y ahora está por emprender el viaje de regreso a Galilea. Hallando a Felipe, le dice: «Sígueme». Uno se pregunta, ¿qué sabia Felipe de Jesús? Es más que se­guro que él había escuchado predicar a Juan el Bautista, y siendo del mis­mo pueblo de Andrés y Pedro sin duda los conocía bien. «La fe es por el oir», leemos, «y el oir, por la palabra de Dios».

Felipe oyó la palabra del Señor y le obedeció. Este nuevo discípulo tenía un íntimo amigo llamado Natanael quien vivía en Caná de Galilea, Juan 21:2, un pueblo cercano a Nazaret donde fue criado Jesús. Felipe, pues, muy contento de conocer a Jesús, partió a buscar a Natanael y lo encontró sentado debajo de una hi­guera adonde había ido posiblemente para orar o leer, costumbre común entre hombres temerosos de Dios. Natanael se extrañó mucho cuando es­cuchó las palabras de Felipe, pues éste le dijo: «Hemos hallado a aquel de quien escribió Moisés en la ley, así como los profetas: a Jesús, el hijo de José, de Nazaret». Natanael esperaba la venida del Mesías y sabía que se­gún la promesa de Dios, el Salvador debía nacer en Belén, y he aquí su amigo le está hablando de una persona de Nazaret.

José, el carpintero de Nazaret, era muy conocido, y es posible que Natanael ya conocía a Jesús como también a los hijos e hijas de José y María, pues en las peregrina­ciones a Jerusalén cuando la gente iba a celebrar la Pascua muchas familias viajaban juntas. «¿De Nazaret puede salir algo de bueno?» dijo Na­tanael. Pareciera que había un dicho entre los judíos en el sentido de que nunca se había levantado profeta de Galilea. Juan 7:52. La respuesta de Felipe fue muy sencilla pero convincente, pues dijo: «Ven y ve».

Natanael confiesa que Jesús es el Hijo de Dios y el Rey de Israel

¡Qué sorpresa siente Natanael cuando, acercándose hacia Jesús, le oye decir: «He aquí un verdadero israelita, en quien no hay engaño”! Por estas palabras el Señor declara saber cómo es Natanael. «¿De dónde me conoces?» exclama Natanael. La respuesta de Jesús es para hacerle saber que aun cuando estaba lejos, en su casa, y cuando salió a sentarse debajo de una higuera, Él lo había visto. Natanael comprende que si Jesús fuese solamente un hombre esto sería imposible. Tiene que ser cierto lo que Felipe le dijo, Jesús es el Mesías. «Rabí» le dice: «Tú eres el Hijo de Dios; tú eres el Rey de Israel».

El asombro de Natanael va en aumento cuando Jesús le dice: «Cosas mayores que estas verás», y le habla del tiempo que llamamos el milenio, cuando el cielo y la tierra estarán en es­trecha comunión. Los ángeles de Dios subirán de la tierra al cielo de don­de también descenderán cual siervos de Dios en bien de los seres humanos. Esto será cuando Jesús reine, no sólo como Rey de los judíos sino como el Hijo del Hombre, cuyo dominio será universal. Daniel 7:13,14; Salmo 8.

Aplicación

Cada vez que nos juntamos en la escuela dominical es con el pro­pósito de hacer lo que hicieron Juan el Bautista, Andrés, Juan y Felipe, a saber, señalar a Jesús como el único Salvador, e invitar a los alumnos a confiar en Él. Hablando con Natanael, Jesús le hizo ver que Él es cual ca­mino colocado entre el cielo y la tierra, verdad que Él expresaría más tar­de al decir en el capítulo 14: «Yo soy el camino; nadie viene al Padre sino por mí».

Preguntas

  1. ¿Qué dijo Juan el Bautista acerca de Jesús?
  2. ¿Qué dijo Felipe a su amigo Natanael?

3 ¿Cómo convenció Jesús a Natanael que Él es Dios?

4 ¿Acaso Jesús nos ve y sabe lo que nosotros hacemos?

5 ¿De qué manera hizo comprender el Señor que es por Él que pode­mos llegar al cielo?

 

 

173  Jesús y Nicodemo

 

Estudio de parte del maestro: Juan 3:1 al 21, 7:45 al 52, 19:38 al 42

Lectura con la clase: Juan 3.1 al 16

Texto para aprender de memoria— los menores: Juan 3.18; El que en él cree, no es condenado

los mayores: Juan 3.16

Introducción

En la parte final del capítulo anterior leemos que muchas personas que se hallaban en Jerusalén creyeron en Jesús, «viendo las señales que Él hacía». «Pero», dice el escritor, «Jesús mismo no se fiaba de ellos, porque conocía a todos». El Señor sabía que aquellas personas profesaban creer en Él solamente a causa del efecto de los milagros que Él efectuaba, que eran muy volubles, y que sus corazones eran como la tierra de poca pro­fundidad donde la semilla brotó pronto y luego se quemó por cuanto no tenía raíz.

Las presuntas del maestro Nicodemo

En el capítulo donde hemos leído nos encontramos con un hombre sin­cero y no variable, hecho que confirma convincentemente su historia pos­terior. Se llamaba Nicodemo, y él había meditado mucho en los milagros del Señor, y deseando conocerlo, decidió ir a entrevistarse con Él. Era de noche cuando llegó al lugar donde se encontraba Jesús. Saludando res­petuosamente al Señor, le dijo: «Rabí, sabemos que has venido de Dios como maestro; porque nadie puede hacer estas señales que tú haces, si no está Dios con él». Nicodemo era un caballero de edad, muy respetado por sus conocidos, y tenía amplios conocimientos de la palabra de Dios que en aquel tiempo consistía en los treinta y nueve libros del Antiguo Testamento. Estaba convencido que Jesús era un gran maestro enviado por Dios, y tal vez abrigaba en su corazón el deseo de hacerle algunas preguntas, pero no es­taba preparado para la respuesta del Señor.

«De cierto, de cierto te digo», le respondió Jesús, «que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios». Asombrado Nicodemo dice al Señor: «¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo?» Y cuando Jesús vuelve a insistir en el hecho de que Nicodemo, y todo ser humano, necesita nacer de nuevo, Nicodemo sólo atina a decir: «¿Cómo puede hacerse esto?»

La lección que Jesús enseñó a Nicodemo

Fue como si Jesús dijera a Nicodemo: «No, tú no tienes que volver a ser niño otra vez. Pero, sí, tienes que nacer otra vez, de una manera nueva, pues Yo te estoy hablando de un nacimiento espiritual. Hace mu­chos años naciste de la carne: necesitas nacer del Espíritu». Pero Nico­demo no entiende lo que el Señor le dice. Por lo tanto Jesús lo lleva en sus pensamientos a un acontecimiento en la historia del pueblo de Israel que a Nícodemo le es muy familiar. Le dice: «Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado, para que todo aquel que en Él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna».

¡Cuántas veces Nicodemo ha leído aquella historia! La ha leído sin darse cuenta que encierra una lección espiritual. Por primera vez un rayo de luz comienza a iluminar su mente. Quizás piense: «Nuestros ante­pasados, envenenados por las serpientes estaban muriendo. Les hacía falta una vida, una vida nueva que les librase de la muerte, y esa vida Dios se la dio por medio de la serpiente de bronce que Moisés levantó en el de­sierto». Pero Nicodemo aún no alcanza a comprender la parte final del mensaje de Jesús donde dice: «… así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna».

 

Aplicación

Nicodemo tenía muchos conocimientos pero ignoraba la verdad del nuevo nacimiento. En esto se parece a muchos niños y jóvenes que escuchan mensajes y cantan himnos y coros. Los más piensan que Dios es el Padre de todos y muchos rezan el Padre Nuestro. Todos necesitan escuchar lo que Jesús dijo a Nicodemo, a saber: «El que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios». Nadie puede tener la salvación de su alma ni llegar al cielo si no nace de nuevo.

Para hacer comprender su mensaje el Señor usó dos veces la misma expresión «es necesario». Primeramente dijo: «Os es necesario nacer de nuevo». Luego, hablando de su propia persona y la muerte que Él iba a sufrir en la cruz para poder salvarnos de la condenación, dijo: «Es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna».

El día que Jesús murió Nicodemo lo vio levantado en la cruz, y comprendió que Jesús había muerto por él. Junta­mente con José de Arimatea tomó el cuerpo de su Salvador, lo embalsa­mó envolviéndolo en una gran cantidad de especias aromáticas, y ayudó a José a sepultarlo en la tumba nueva de éste. ¿Quién de ustedes aceptará hoy al Señor Jesús, creyendo que Él fue levantado para poder perdonarle y salvarle? Todo aquel que en Él cree no se perderá, sino que tendrá vida eterna.

Preguntas

  1. Para ser salvo, ¿es suficiente creer que Jesús vino del cielo e hizo milagros?
  2. ¿Cuáles fueron las primeras palabras de Jesús a Nicodemo?
  3. ¿Qué preguntó Nicodemo al Señor?
  4. ¿Qué ejemplo puso Jesús a Nicodemo para ayudarle a comprender su mensaje?
  5. ¿Qué tiene que hacer uno para nacer de nuevo?

 

174   Jesús y la mujer samaritana

Estudio de parte del maestro: Juan 4.1 al 42

Lectura con la clase: Juan 4.5 al 19

Texto para aprender de memoria— los menores: Juan 4.14; El que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás.

los mayores: Juan 4.10

Introducción

La vez pasada estuvimos con el Señor Jesús en la ciudad de Jerusalén donde presenciamos su encuentro con Nicodemo. Hablando con aquel distinguido caballero, Jesús le dijo: «Os es necesario nacer de nuevo». Y cuando Nicodemo manifestó su falta de comprensión el Señor le habló de la muerte que Él iba a sufrir en la cruz, diciendo: «Es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna».

Hoy vamos a encontrar nuevamente la misma frase «es necesario», pues el evangelista Juan dice en el 4.4: «Y le era necesario pasar por Samaria». Es que el Salvador había de viajar desde la capital, Jerusalén, a la provincia nortina de Galilea don­de Él había pasado su niñez y juventud. Entre Jerusalén y Galilea estaba la parte llamada Samaria, habitada no por israelitas sino por gentes que un rey extranjero había traído muchos años antes. Practicaban una religión pagana junto con una mezcla de creencias basadas en el Antiguo Testa­mento, y los israelitas evitaban viajar por su tierra, prefiriendo ir por, otra ruta aun cuando era más larga. Pero para Jesús era necesario pasar por Samaria debido a que Él había de tener un encuentro allí con una mujer que necesitaba del perdón suyo, una mujer que, una vez que fuese salva, serviría para traer muchas personas al Salvador.

Jesús ofrece agua viva a la mujer samaritana

De la ciudad Sicar sale una mujer en busca de agua. No hay agua de­ntro de la ciudad sino que en las afueras se encuentra un pozo muy anti­guo, pues durante cientos de años la gente de Sicar ha acudido al pozo que Jacob abrió en sus tiempos. Al acercarse al pozo la mujer divisa a un hombre sentado, hombre extraño y obviamente judío. Su sorpresa es grande cuando el Hombre le dice: «Dame de beber». Ella responde: «¿Cómo tú, siendo judío, me pides a mí de beber, que soy mujer samarita­na?» Las siguientes palabras del Señor le causan sorpresa aun mayor, pues le dice: «Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Da­me de beber; tú le pedirías, y Él te daría agua viva».

Jamás nadie había dicho a la mujer samaritana que Dios tenía un regalo para ella. La religión de los samaritanos no tenía conocimientos del Dios verdadero que amaba a sus criaturas y que perdonaba y salvaba a todo aquel que se arrepentía de sus pecados y confiaba en su Hijo. Lo único que la mujer sabía era que algún día vendría el Mesías. No soñaba con verlo, menos que Él se interesara por hablarle y salvarle de sus pecados. Sin embargo allí estaba Él conversando con ella. Pensando que era un hombre nada más, le di­jo que Él no tenía con que sacar el agua del pozo que era muy profundo. Va de sorpresa en sorpresa cuando Jesús añade: «Cualquiera que bebiere de esta agua, volverá a tener sed; mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna».

 

La mujer samaritana pide el agua viva

Al saber del agua que satisface plenamente la mujer piensa: ¡Que bue­no sería no tener que caminar tanto ni tener que seguir haciendo el duro trabajo de elevar el agua del pozo! Dice a Jesús: «Señor, dame esa agua, para que no tenga yo sed, ni venga aquí a sacarla. Si las palabras anterio­res del Señor le han asombrado, cuanto más ahora cuando Él dice: «Ve, llama a tu marido, y ven acá». Por años la mujer ha vivido en el pecado; todo el mundo sabe que ella es pecadora. Nunca pensó que Jesús le diría: «Ve, llama a tu marido, y ven acá». Pero, tratando de encubrir su pecado, responde: «No tengo marido».

Las siguientes palabras del Señor le traspa­san el corazón, convenciéndole en un instante que Él conoce todos los pe­cados de su vida, pues le dice: «Bien has dicho: No tengo marido; porque cinco maridos has tenido, y el que ahora tienes no es tu marido; esto has dicho con verdad». Finalmente la mujer dice: «Sé que ha de venir el Mesí­as, llamado el Cristo; cuando él venga nos declarará todas las cosas”, a lo que Jesús dándose a conocer, le contesta: «Yo soy, el que habla contigo».

Es suficiente: la mujer, dejando su cántaro, va a la ciudad y dice a los hombres: «Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho. ¿No será éste el Cristo?» A continuación leemos que muchos de los samaritanos de aquella ciudad creyeron en él por la palabra de la mu­jer, que daba testimonio diciendo: Me dijo todo lo que he hecho».

Aplicación

En la hermosa historia de hoy podemos apreciar el gran amor de Jesús para con una persona que nada sabía de Él y que jamás lo hubiera conoci­do si Él no la hubiese buscado. El mismo Salvador busca hoy a los peca­dores jóvenes y de edad. Les muestra el mismo cariño y les ofrece la vida eterna cual don de Dios. Tal como hizo consciente de su vida de pecado a la mujer samaritana, en el día de hoy exige que cada persona reconozca sus pecados y se arrepienta de ellos para ser perdonado. Luego los salva­dos por Él buscan a sus amigos para contarles el evangelio, tal como su maestro de la escuela dominical lo está haciendo en estos momentos.

Preguntas

  1. ¿Por qué era necesario que el Señor Jesús pasara por Samaria?
  2. ¿Qué pidió Jesús a la mujer samaritana?
  3. ¿Qué clase de agua ofreció el Señor a la mujer?
  4. Cuando la samaritana pidió el agua a Jesús, ¿qué le dijo Él?
  5. ¿Qué le sucede a una persona cuando recibe el agua viva?

 

175  Jesús y el paralítico de Betesda

Estudio de parte del maestro: Juan 5.1 al 24

Lectura con la clase: Juan 5.1 al 14

Texto para aprender de memoria— los menores: Juan 5.17

los mayores: Juan 5.24

Introducción

En el trozo de la palabra que hemos leído vemos que Jesús está nueva­mente en la ciudad de Jerusalén donde tiempo atrás lo vimos cuando Ni­codemo lo fue a ver de noche. Alrededor de Jerusalén había un muro alto y grueso que servía de defensa a los habitantes de ella. El muro tenía va­rias puertas grandes por las que la gente entraba y salía. En el libro de Ne­hemías, en el capítulo 3, leemos de aquellas puertas, y el escritor menciona primeramente la misma puerta que nos señala aquí el apóstol Juan, la puerta de las ovejas. Parece haber sido la puerta por donde entraban con los animales que iban a ser ofrecidos en el altar del templo. Pero en lo que nosotros debemos fijar nuestra atención es en un hombre que durante mu­chos años ha sido cual una oveja descarriada. Hoy hemos de ver como el buen Pastor lo busca y lo salva.

El estanque de Betesda

En Jerusalén había varios estanques donde se almacenaba agua, pero el estanque de Betesda era diferente de los demás. Parecía una clínica pues en los cinco pórticos que lo rodeaban había muchos enfermos; ciegos, co­jos, y personas paralizadas que no podían movilizarse. Diferente de nues­tras clínicas, no había doctores ni enfermeras, ni tampoco se entregaban remedios. La razón porque los enfermos se hallaban allí era que de tiem­po en tiempo Dios enviaba a un ángel para agitar el agua. El primer enfer­mo que entraba en el agua después del movimiento de ella quedaba sano. Para los más no había mucha esperanza, pero era el único lugar donde es­to sucedía y por lo tanto los enfermos se habían juntado allí.

El paralítico es sanado

Dice el apóstol Juan: «Y había allí un hombre que hacia treinta y ocho años que estaba enfermo». Treinta y ocho años es mucho tiempo para es­tar enfermo. Quizás el papá o la mamá de algún alumno tenga esa edad, o tal vez tengan un abuelito o una abuelita a quien hayan visto siempre en cama o en silla de ruedas. Así podrían formarse una idea de cuán larga enfermedad había sufrido el paralítico. ¡Pobre hombre! no le quedaba es­peranza de recobrar la salud porque estaba tan débil, tan incapacitado que cuando el ángel agitaba el agua y él trataba de acercarse, arrastrando su cuerpo quizás, no podía llegar a tiempo, y siempre otra persona llegaba antes que él. Y para peor, no tenía quien le ayudara.

«Cuando Jesús lo vio acostado», dice el evangelista Juan, «y supo que llevaba ya mucho tiempo así, le dijo: ¿Quieres ser sano?» «Señor”, contestó el enfermo, «no tengo quien me meta en el estanque cuando se agita el agua; y entre tanto que yo voy, otro desciende antes que yo». Con estas palabras el enfermo lo ha dicho todo a Jesús, «Yo no soy capaz de hacer nada, y no tengo quien me ayude». Pero el hombre tiene quien le ayude, el buen Pastor lo ha venido a buscar y salvar. «Levántate”, dice Jesús, «toma tu lecho, y anda». «Y al instante», leemos, «aquel hombre fue sanado, y tomó su lecho, y anduvo».

Aplicación

Vamos a volver a pensar en la gente que yacía en los pórticos del es­tanque de Betesda. En sus enfermedades se parecían a todos los seres humanos que se encuentran en el mundo, pues todos padecen de la terri­ble enfermedad del pecado que tarde o temprano resulta en la muerte. No ven, es decir, no entienden la palabra de Dios. Son cojos, no andan, no se comportan como Dios quiere que se comporten. Son paralíticos, no tienen fuerzas para salvarse, ni tienen quien les ayude.

El estanque de Betesda donde un ángel descendía a agitar el agua nos recuerda que antaño Dios dio su santa ley a la nación de Israel, ley que decía: «Haz esto y vivirás». Es buena la ley de Dios pero no nos salva porque, al igual que el paralíti­co no podemos guardarla. Era imposible que la ley nos salvara, dice el apóstol Pablo, «por cuanto era débil por la carne». Pero también escribió en otra parte, diciendo: «Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos».

Hoy el Señor Jesús se acerca a cada niño, a cada joven, para decirle: «¿Quieres ser salvo? ¿Quieres tener vida eterna?» «El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida». Dichosa la persona que, al igual que el paralítico, hace caso de la palabra del Salvador. Él creyó a Jesús, tuvo fe en su palabra, de modo que se levantó, tomó su lecho, y anduvo.

Preguntas

  1. ¿Quiénes se encontraban en las cercanías del estanque de Betesda?
  2. ¿Por qué razón estaban allí?
  3. ¿Qué pregunta hizo el Señor Jesús al paralítico?
  4. ¿De qué manera las personas no salvadas se parecen a aquellos en­fermos?
  5. Cuenta lo que Jesús dijo al paralítico, y la reacción de éste.

 

176         Jesús en la fiesta de los tabernáculos

Estudio de parte del maestro: Juan 7.1 al 52

Lectura con la clase: Juan 7.1 al 6, 14 al 15, 37 al 39

Texto para aprender de memoria— los menores: Juan 7.46: ¡Jamás hombre alguno ha hablado como este hombre!

los mayores: Juan 7.38,39

Introducción

Quizás varios de los alumnos han acampado alguna vez, o en una cordi­llera o cerca de la playa. El pueblo de Israel acostumbraba hacer esto to­dos los años cuando celebraba la fiesta de los tabernáculos. No era una fiesta en el sentido en que nosotros pensamos, sino que más bien era una gran concentración de gente que dejaba sus ciudades y pueblos para con­gregarse en Jerusalén a fin de alabar al Señor y ofrecerle ofrendas sobre el altar frente al templo. No alojaban en carpas sino en enramadas que hací­an de ramas de palmeras, sauces, y otros árboles frondosos. Ya que cele­braban esta fiesta al final de la cosecha, todos estaban libres y gozosos de haber terminado sus labores de campo.

La razón porque Dios les hacía acampar en enramadas era para recordarles que cuando sus antepasados eran esclavos en Egipto Él les había libertado, y que durante cuarenta años les había cuidado en el desierto, donde vivieron en carpas hasta cuando llegaron finalmente a la tierra en que ahora vivían. De esta fiesta habla el apóstol Juan cuando nos dice que «estaba cerca la fiesta de los tabernáculos;» y los hermanos de Jesús le dijeron: «Sal de aquí, y vete a Judea, para que también tus discípulos vean las obras que haces». Estos eran los hijos de José y María, y pese al hecho de que vivieron en el mis­mo hogar con Jesús por muchos años, no creían en Él.

Jesús va a la fiesta

Cuando estudiamos acerca de Nicodemo leímos que Jesús ya había hecho grandes milagros en Jerusalén. Ahora hay multitudes acampadas en todas partes, y echando de menos al Señor comienzan a buscarle, dicien­do: «¿Dónde está aquél?» «Y había gran murmullo acerca de él entre la multitud”, dice Juan, «pues unos decían:

Es bueno; pero otros decían: No, sino que engaña al pueblo. Pero ninguno hablaba abiertamente de él, por miedo a los judíos».

En el tercer o cuarto día de la fiesta Jesús sube al templo, tal vez al pórtico de Salomón donde Él solía hablar a la gente, y allí Él enseña. «Se maravillaban los judíos», dice el escritor, pues sabiendo que Jesús nunca estuvo en los colegios de los rabinos, se sorprenden de la enseñanza del Señor, y dicen: «¿Cómo sabe éste letras, sin haber estudiado?» Estos, llamados los judíos, son los enemigos de Jesús que viven en Jerusalén o en la provincia de Judea don­de está Jerusalén, y han estado enojados con Él desde el día cuando sanó al paralítico en día sábado. Jesús les hace ver que Él está enseñando la palabra de Dios su Padre, mientras que ellos, cegados por la in­credulidad para con Él sólo desean matarle. Hay cada vez más co­mentarios entre la multitud, pues unos dicen: «¿No es éste a quien buscan para matarle?» Y otros dicen: «El Cristo, cuando venga, ¿hará más señales que las que éste hace?»

El último día de la fiesta

Llegó el último día de la fiesta de los tabernáculos, día cuando, según la historia del pueblo judío, había una gran procesión. El pueblo acompa­ñaba al sacerdote hasta el estanque de Siloé donde el sacerdote llenaba de agua un jarro de oro. De allí volvían al templo y el sacerdote vertía el agua sobre el holocausto delante de la multitud. Esto lo hacían conmemo­rando la ocasión cuando Moisés golpeó la peña en el desierto y salieron aguas para los sedientos israelitas.

Según creían, el acto de derramar el agua simbolizaba también el derramamiento del Espíritu de Dios de que habló el profeta Joel, y que ha de suceder cuando venga el Mesías. Termi­nado aquel acto, el pueblo cantaba las palabras del capítulo 12 del libro de Isaías: «Sacaréis con gozo aguas de las fuentes de la salvación». ¡Pobre gente! El Mesías estaba presente y no lo conocían. Cantaban palabras de Dios sin comprenderlas.

Jesús se proclama fuente de agua viva

Fue entonces cuando Jesús se puso en pie, y alzando la voz, dijo: «Si alguno tiene sed, venga a mí y beba». La gente estaba pensando en un acontecimiento pasado que era solamente una figura de lo que el Salvador haría: Jesús les habló de la realidad. Ellos no tenían por qué pensar en símbolos o figuras pues el Salvador estaba presente. Tampoco tenían por­que pensar en profecías tocante a eventos futuros: El Mesías estaba en su medio, invitándoles a creer en Él, a recibirle como el todo suficiente Sal­vador. «Si alguno tiene sed”, predicaba Jesús, «venga a mí y beba». Les ofrecía abundante salvación por la fe en Él, una salvación tan amplia que les satisfaría completamente y haría que ellos llegasen a ser de mucha bendición para los demás. «El que cree en mi”, les decía el Señor Jesús, «de su interior correrán ríos de agua viva».

Aplicación

Las palabras de Jesús son para todas las personas en el día de hoy que no son salvas. Es posible tener conocimientos de la Biblia como también es posible cantar himnos y coros y sin embargo no tener gozo ni la seguridad de la salvación. «Venga a mí, » es lo que el Señor Jesús dice. Esto quiere decir acercarse de corazón a Él, así como uno se acercaría con sus pies si Él estuviera cerca de nosotros en la tierra. «Venga a mí y beba», dice el Salvador. Beber es recibir, participar.

Cada alumno necesita hacer esto; recibir a Jesús como su Salvador personal. ¿Quién, teniendo sed, no ha bebido un vaso de agua fría? ¡Qué refrescante es! «Él que en mí cree», dice Jesús, «no tendrá sed jamás». En esta vida el creyente vive gozoso, y sabe que nunca estará en el infierno donde no hay agua. Tan pronto el pecador confía de corazón en el Salvador entra en él el Espíritu Santo, llenándole de paz y satisfacción.

Preguntas

  1. ¿Qué hacían los israelitas todos los años para la fiesta de los tabernáculos?
  2. ¿Por qué motivo Dios les mandó celebrar aquella fiesta?
  3. ¿Qué sabemos de los hermanos de Jesús?
  4. ¿Cuál fue la invitación y la promesa que Jesús hizo a la multitud?
  5. Explica lo que quiere decir venir a Jesús y beber el agua viva.

 

177         Jesús y la pecadora

Estudio de parte del maestro: Juan 7.53, 8.1 al 20

Lectura con la clase: Juan 7.53, 8.1 al 12

Texto para aprender de memoria— los menores: Juan 8.11: Jesús le dijo: Ni yo te condeno; vete, y no peques más.

los mayores: Juan 8.7

Introducción

Si hubiéramos estado en Jerusalén podríamos haber visto a Jesús cuan­do, por la mañana, abandonó el monte de los Olivos donde había pasado la noche, cruzó el valle que lo separa de la ciudad, y ascendió al templo a fin de seguir enseñando a la gente. Muchas personas se congregaron en el lugar de las ofrendas donde había arcas en las que depositaban los dineros destinados para el servicio del templo. Sentándose en medio de la gente, Jesús comenzó a hablar, pero de repente entraron algunos hombres e inte­rrumpieron la enseñanza.

La pregunta de los fariseos

Estos hombres son religiosos, conocidos como escribas y fariseos, y desde que Jesús sanó al paralítico del estanque de Betesda están enojados con Él y tratan por todos los medios de hacerle mal. Después que el Señor predicó en la fiesta de los tabernáculos, ocasión cuando Él clamó, dicien­do: «Si alguno tiene sed, venga a mí y beba”, enviaron alguaciles a pren­derle, pero éstos, admirados de las palabras de Jesús, no le hicieron nada. Ahora estos enemigos de Jesús traen a una mujer a quien ponen frente al Señor, acusándola de haber cometido un grave pecado. Dicen: «En la ley nos mandó Moisés apedrear a tales mujeres. Tú, pues, ¿qué dices?»

La acción de Jesús

El Señor sabe que sus enemigos no son sinceros; sabe que le hacen esta pregunta solamente porque buscan pretexto de acusarle. Ellos piensan: Si Él no acata la ley de Moisés, podemos acusarle que es un desobediente, un rebelde, y como tal no debe enseñar más sino que debe morir por su peca­do. Pero si dice que la mujer debe ser apedreada, no podrá más preten­der ser el Salvador ni hablar del amor de Dios. Están seguros que Jesús no tiene escapatoria, que de este dilema no se va a librar. Pero leemos que «Jesús, inclinado hacia el suelo, escribía en tierra con el dedo».

La respuesta de Jesús

Los escribas y fariseos están enojados. Siguen preguntando al Señor, insistiendo que les diga qué deben hacer con la mujer. Está tenso el am­biente, pues toda la gente espera respuesta, sus ojos clavados en Jesús, preguntándose tal vez qué está escribiendo con su dedo en tierra. El Señor se endereza, mira a sus enemigos, y les dice: «El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella». ¿Quién hubiera esperado semejante respuesta? Jesús no ha contradicho la ley, ni ha dicho que la mujer debe ser apedreada. Sus palabras, cual espada, han traspasado las conciencias de los tramposos religiosos. Nuevamente Jesús se inclina hacia el suelo y sigue escribiendo. Con su dedo Él podría acusar a la mu­jer, pues tiene cabal conocimiento de su vida, pero no lo hace; con su de­do escribe en tierra.

Se alejan los hipócritas

Antaño el profeta Isaías escribió: «Los pecadores se asombraron en Sion, espanto sobrecogió a los hipócritas». Nunca fue más evidente este hecho que cuando el Señor dijo: «El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella”, pues comenzando desde los más viejos hasta los postreros, dice Juan, salían uno a uno. Se sintieron desnudos y abiertos a los ojos del Señor, comprendieron que Él conocía sus vidas pecaminosas, y que les había arrancado el disfraz con que trataban de ocultar sus hechos. Todos, acusados por sus conciencias, se apresuraron a abandonar el recinto del templo. Ninguno tuvo la honradez de reconocer su pecaminosidad delante del Salvador, quien gustoso le hubiera perdonado. Todos se alejaron del único Salvador.

La mujer es perdonada

«Enderezándose Jesús, y no viendo a nadie sino a la mujer, le dice: Mu­jer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Ninguno te condenó?» Le acusaron sí, diciendo que tenían pruebas fehacientes de su culpabilidad. Pero ninguno le condenó, pues condenados por su propia conciencia, se alejaron rápida­mente de la presencia del Hijo de Dios. «¿Ninguno te condenó?» le dijo Jesús, vete, y no peques más».

Aplicación

Todos somos pecadores; todos hemos sido desobedientes a la santa ley de Dios, y la paga del pecado es muerte. Los hipócritas no tendrán nunca perdón, pero la persona que acude sinceramente al Señor Jesús recibe per­dón, y junto con el perdón recibe poder para no seguir pecando. Jesús no pasó por alto el pecado de la mujer, pues en la cruz Él sufrió por ella, y también sufrió por los pecados de todos los pecadores que lo reciben co­mo su Salvador y Señor.

En Juan 3:17 Él dice: «No envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él». El hecho de que Jesús se inclinó dos veces hacia el suelo nos recuerda su descenso a Belén y a la cruz. Antaño Él escribió la ley con su dedo, Éxodo 31:18. Solamente los pecadores perdonados saben que sus nombres están escritos en el cielo, y que sus pecados fueron bo­rrados por la sangre de Jesús.

Preguntas

  1. ¿En qué sentido fue la pregunta de los fariseos una trampa?
  2. ¿Qué dijo el Señor a sus enemigos?
  3. ¿De qué manera manifestaron ellos su temor y su hipocresía?
  4. ¿Por qué no condenó el Señor a la mujer?
  5. Cuando el Señor perdona a un pecador, ¿en qué se ve
    que la persona ha sido perdonada?

 

178  Jesús y el ciego de nacimiento

 

Estudio de parte del maestro: Juan 9

Lectura con la clase: Juan 9.1 al 12, 24 al 28

Texto para aprender de memoria— los menores: Juan 3.20: Todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no viene a la luz.      los mayores: Juan 3.19

Introducción

Por algún tiempo después de la fiesta de los tabernáculos el Señor Jesús permaneció en la ciudad de Jerusalén enseñando a la gente que acudía al templo. En una ocasión les dijo: «Yo soy la luz del mundo; el que me si­gue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida». Los judíos se enojaron y le dijeron que Él mentía. Otra vez les dijo: «Si no creéis que Yo soy, en vuestros pecados moriréis». Los judíos se llenaron de ira para con Él, y cuando Jesús insistía en el hecho de que era Dios, diciendo: «De cierto, de cierto os digo: Antes que Abraham fuese, Yo soy», ellos tomaron piedras para arrojárselas. «Pero», leemos, «Jesús se escondió y salió del templo; y atravesando por en medio de ellos, se fue».

Jesús ve al ciego de nacimiento

Mientras el Señor se alejaba de sus adversarios Él vio a un hombre cie­go de nacimiento. Algunas personas pierden la vista debido a alguna en­fermedad o algún accidente, pero conservan el recuerdo de los rostros de sus parientes y amigos como también de todo lo que vieron alrededor; los árboles, las flores, las casas; y también las hermosas cosas de los cielos como una puesta de sol, la luna y las estrellas.

Pero el hombre que Jesús vio nunca había visto la cara de sus padres; nunca había visto nada, pues desde que nació todo era cual noche sin ninguna luz. ¿Qué habrá pensado, qué habrá sentido, cuando oyó las palabras de Jesús: «Entre tanto que estoy en el mundo, luz soy del inundo»? Los judíos se enojaron frente a esta declaración del Señor, pero el ciego no, sino que parece haber nacido en su corazón una gran esperanza.

Jesús sana al ciego

Apenas termina de decir: «Luz soy del mundo» el Señor escupe en tie­rra, prepara un poquito de barro con la saliva, y lo pone sobre los ojos del ciego. Ustedes dirán: «Pero el hombre quedó más ciego todavía». Sin duda que fue así, y el hombre se sintió peor que antes, pues ya no llegaba nin­gún rayo de luz. «Ve a lavarte en el estanque de Siloé, » le dijo Jesús, refi­riéndose al mismo estanque de que hablábamos en la lección sobre la fiesta de tabernáculos. Con esto el Señor pone a prueba la fe del ciego, pues el estanque de Siloé, queda lejos, fuera del muro de la ciudad por el lado sur. (Véase un mapa). Estaba probando si aquel estaba dispuesto a caminar hasta allá y de­mostrar que realmente tenía fe en la palabra del Señor. Dice el apóstol Juan: «Fue entonces, y se lavó, y regresó viendo». Nosotros recordamos lo que está escrito en Romanos 10.17: «Así que la fe es por el oir, y el oír, por la palabra de Dios».

El testimonio del que había sido ciego

Imaginémonos el gozo del que nació ciego. Obedece al Señor Jesús, y al instante recibe el precioso don de la vista. Está viendo la tierra, los ár­boles, las casas, las calles, la gente. Mira asombrado hacia arriba y ve la inmensidad de los cielos y el sol que brilla en ellos. Echa a andar, pero qué diferentes son sus pasos. Ahora camina derecho, con confianza, y en su rostro se refleja la seguridad y el gozo que siente. Cuando los veci­nos y demás conocidos vuelven a verlo le miran atónitos. Dicen: «¿No es éste el que se sentaba y mendigaba?» Algunos dicen: «Él es», y otros: «A él se parece». El hombre dice: «Yo soy».

Entonces todos le preguntan: «¿Cómo te fueron abiertos los ojos?» Respondiendo, él les dice: «Aquel hombre que se llama Jesús hizo lodo, me untó los ojos, y me dijo: Vé al Siloé, y lávate; y fui, y me lavé, y recibí la vista». Primeramente les había de Jesús, luego les cuenta lo que Jesús hizo, lo que Jesús le dijo, y final­mente dice que él obedeció al Señor: «Fui, y me lavé, y recibí la vista».

El que había nacido ciego ve a Jesús

«Llevaron ante los fariseos al que había sido ciego», dice Juan. Estos estaban indignados porque nuevamente el Señor había realizado un mila­gro en día sábado, cosa, según ellos, incorrecta. Por lo tanto acusan al Se­ñor de ser pecador. El recién sanado sabe muy poco de Jesús; lo que sabe es que Jesús le dio la vista, así que responde a sus acusadores: «Una cosa sé, que habiendo yo sido ciego, ahora veo». Y cuando siguen preguntán­dole y hablando mal de Jesús él responde: «Sabemos que Dios no oye a los pecadores. Si éste (Jesús) no viniera de Dios, nada podría hacer». Para aquellos religiosos es el colmo; no toleran más. Le dicen: «Tú naciste del todo en pecado, ¿y nos enseñas a nosotros?» Dicho esto, lo echan fuera, prohibiéndole que asista a las reuniones de la sinagoga.

Al saber Jesús que han expulsado al hombre, le busca, y hallándole, le dice: «¿Crees tú en el Hijo de Dios?» «¿Quién es, Señor?”, responde el hombre, «para que crea en él» Jesús le dice: «Pues le has visto, y el que habla contigo, él es». Termina el relato Juan, diciendo: «Y él dijo: Creo, Señor; y le adoró». ¡Qué momento tan emocionante; el que nació ciego está mirando a Jesús; está adorando a su Salvador!

Aplicación

Todos nosotros somos como el hombre que nació ciego, pues la Biblia dice que nacimos pecadores. También dice que Satanás hace todo lo posi­ble por impedir que la luz del evangelio resplandezca en nuestros corazo­nes. El Señor Jesús, por su palabra, nos dice que necesitamos nacer de nuevo y nos indica el lugar donde podemos lavarnos. Siloé quiere decir Enviado, y representa a Jesús quien vino a hacer la purificación de nues­tros pecados. Acuda cada uno a Jesús para confiar en El, y entonces podrá decir: «Una cosa sé, que habiendo yo sido pecador, ahora soy salvo».

Preguntas

  1. Cuando Jesús vio al ciego, ¿qué dijo Él?
  2. ¿Qué hizo el Señor al ciego?
  3. ¿Cómo manifestó el ciego que él tenía fe en la palabra de Jesús?
  4. ¿De qué manera nosotros nos parecemos al ciego de nacimiento?
  5. Cuando preguntaron al hombre: «¿Cómo te fueron abiertos los ojos?»
    ¿cuál fue su respuesta?

 

179  Jesús y las ovejas

Estudio de parte del maestro: Juan 10.1 al 40

Lectura con la clase: Juan 10.7 al 16, 27 al 29

Texto para aprender de memoria— los menores: Juan 10.11

los mayores: Juan 10.27,28

Introducción

El capítulo 10 del Evangelio según Juan, al igual que el Salmo 23 de David, ha sido uno de los trozos predilectos de la Biblia en todos los tiempos. En ambos leemos del Pastor y sus ovejas. David escribió de las provisiones que le hacía su Pastor y de la protección que te proporciona­ba. En Juan capítulo 10 el divino Pastor habla, y también se refiere a los ene­migos de las ovejas y de los cuidados y la protección que gozan las suyas.

Jesús llama a sus ovejas

Recientemente leíamos acerca de una oveja de Jesús que los fariseos insultaron y echaron del redil, el hombre que nació ciego, y vimos que Jesús le buscó y se dio a conocer a Él. Hablando en relación con esta labor de buscar las ovejas, el Señor dice: «El Pastor a sus ovejas llama por nombre, y las saca». Desde el primer capítulo del Evangelio según Juan, Jesús está haciendo esto, pues en ese capítulo leemos de Andrés, Juan, Simón Pedro, Felipe y Natanael. Todos ellos estaban dentro de un redil. No un redil hecho de piedras como los que se ven en muchas partes del campo sino un redil espiritual, el redil de los judíos. Es que por muchos años Dios tuvo al pueblo de Israel dentro de los muros de la ley con sus mandamientos y ritos, pero como hemos de ver hoy, el Pastor ha llegado, y está llamando a la gente a confiar en Él y a seguirle.

En Juan 10 dice: «Y cuando ha sacado fuera todas las propias, va delante de ellas». De esta manera los pastores de Oriente, yendo delante de sus ovejas, les buscan buenos pastos, y vigilan por si hay animales enemigos del rebaño. En el Antiguo Testamento leemos de diferentes pastores (que los alumnos nombren a algunos); en Génesis 31:38 al 40 vemos que Jacob fue un fiel pastor; en 1 Samuel 17:34 al 36 vemos que David fue un pastor valiente. Aquellos pastores fueron figura de Jesús y nos ayudan a com­prender con que amor y fidelidad Él cuida a todos los que confían en Él para la salvación de sus almas.

El Buen Pastor da su vida por las ovejas

Dice Jesús: «El ladrón no viene sino para hurtar y matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia. Yo soy el buen pastor; el buen pastor su vida da por las ovejas». Nadie iba a poder matar al buen Pastor. Sin embargo, Él iba a morir por sus ovejas. Debía hacerlo porque sus ovejas eran seres humanos, pecadores, y había venido no solamente para buscarlas y cuidarlas en el mundo sino, muy especialmente, para salvarlas de la condenación y llevarlas al cielo para vivir eternamente con Él.

Sigue hablando de su muerte a favor de las ovejas, diciendo en el versículo 18: «Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar. Este mandamiento recibí de mi Padre». Así fue la muerte de Jesús: Él su­frió por causa de nuestros pecados, y cuando terminó de sufrir Él dijo: «Consumado es. Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu», y murió. Cuando más tarde se acercaron los soldados con intención de quebrarle las piernas para apresurar su muerte, hallaron que Él estaba ya muerto. El Buen Pastor, por amor a sus ovejas, entregó su vida. Con razón el apóstol Pablo, oveja antes descarriada pero ahora salvada por Jesús, exclamó: «El Hijo de Dios me amó, y se entregó a sí mismo por mí.

Hay un rebaño y un Pastor

Jesús vino al redil de Israel; de allí sacó las primeras ovejas suyas. Pero Él pensaba en otras ovejas, otros seres humanos que vivían, y que vivirían en tierras muy lejanas, a quienes debía librar del pecado, del poder del diablo, y de la condenación. Pensaba en nosotros, y dijo: «También tengo otras ovejas que no son de este redil; aquéllas también debo traer, y oirán mi voz; y habrá un rebaño, y un pastor». En el mundo entero hoy día existe un solo rebaño, el rebaño que el Señor Jesús en otra parte llama «mi igle­sia”, y Él es el Pastor del rebaño.

Muchas personas son miembros de di­ferentes denominaciones o congregaciones, pero solamente las personas salvadas por Jesús son del rebaño suyo. El apóstol Pedro escribió a los salvados de su tiempo, diciendo: «Erais como ovejas descarriadas, pero ahora habéis vuelto al Pastor». Y nosotros sabemos por Isaías 53:6 que «todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino».

El Buen Pastor da vida eterna a sus ovejas

Las ovejas tienen muchos enemigos. La Biblia habla de los lobos, los leones, los osos, y los ladrones, pero el Buen Pastor defiende siempre a los suyos. Leemos en Hebreos 7:25 que el Señor Jesús «puede salvar per­petuamente a los que por Él se acercan a Dios, viviendo siempre para in­terceder por ellos». Es cierto que murió una vez, pero es igualmente cierto que resucitó y vive, de modo que puede cuidar en todo mo­mento de todos los que confían de Él. En Juan 10.27,28, Jesús dice: «Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vi­da eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano».

Aplicación

La Palabra de Dios dice: «Todos nosotros nos descarriamos como ove­jas». La oveja es un animal, que cuando se aleja, no vuelve, no tiene ese instinto que tienen algunos animales como el perro que les permite encon­trar el camino para regresar a casa, sino que el pastor tiene que salir a buscarla. El Señor Jesús dijo: «El Hijo del Hombre vino a buscar y a sal­var lo que se había perdido». Hoy Él desea salvar a los niños y a los jóve­nes, tomarles en sus brazos, y llevarles sobre sus hombros. Lucas 15:14 al 17. ¿Quién dejará de alejarse de Dios para entregarse en los brazos del Buen Pastor? Él llama a cada uno por nombre. Cada uno debe recibir­le como a su propio Salvador.

Preguntas

  1. Cuando Jesús vino a la tierra, ¿en qué redil estaban los judíos?
  2. ¿Para qué va el pastor delante de las ovejas?
  3. ¿Por qué Jesús se llama el Buen Pastor?
  4. ¿Quiénes pertenecen al rebaño del Señor Jesús?
  5. ¿Por qué no pueden perderse los salvados por Jesús?

 

180  Jesús resucita a Lázaro

Estudio de parte del maestro: Juan

Lectura con la clase: Juan 11.32 al 44

Texto para aprender de memoria— los menores: Juan 11.26: Todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente.

los mayores: Juan 5.28,29

Introducción

Los enemigos de Jesús procuraron otra vez prenderle, «pero él se esca­pó de sus manos», dice el apóstol Juan, «y se fue de nuevo al otro lado del Jordán, al lugar donde primero había estado bautizando Juan; y se quedó allí». (Véase un mapa). Estando Jesús allá, se enfermó su amigo Lázaro de Betania, y las hermanas de éste, María y Marta, enviaron a decirle: «Señor, he aquí el que amas está enfermo. Jesús amaba mucho a los tres hermanos, y sin duda ellos esperaban que Él fuera cuanto antes para ayu­darles. Pero el Señor, hablando a sus discípulos, les dijo: «Esta enferme­dad no es para muerte, sino para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella”, y se quedó dos días más en el lugar donde estaba.

Lázaro muere

Cuánta no sería la sorpresa de los discípulos cuando el Señor les dijo: «Nuestro amigo Lázaro duerme, mas voy para despertarle». Como ellos no comprendieron estas palabras, Jesús les volvió a hablar, diciendo: «Lázaro ha muerto». Se habrán extrañado al escucharlas siguientes pala­bras del Señor, pues Él les dijo: «Me alegro por vosotros, de no haber estado allí, para que creáis; mas vamos a Él”. ¡Qué manera tan extraña de hablar acerca de una persona muerta!: «Vamos a él”.

Hoy, pues, vamos a acompañar a Jesús y a los discípulos en su viaje a Betania. La salud de Lázaro empeoró rápidamente y él murió. Marta y María, desoladas por la no llegada del Señor, acompañaron los restos mortales de su hermano al cementerio donde le sepultaron en una cueva cuya entrada quedó tapada con una piedra grande. Fueron llorando a casa, una casa tan diferente ahora, pues faltaba aquel ser querido. Fueron pasando los días, y lo que más sen­tían las hermanas fue la aparente indiferencia de Jesús.

Jesús llega a Betania

Cuando Jesús llegó hacía ya cuatro días que Lázaro estaba en el sepul­cro. Primeramente supo Marta que el Salvador venia acercándose, y pare­ciera que ella avisó a su hermana María, pero ésta se quedó en casa.

«Señor”, dijo Marta, al encontrarse con Él, «si hubieses estado aquí, mi hermano no habría muerto». Jesús le respondió: «Tu hermano resucitará». Marta le dijo: «Yo sé que resucitará en la resurrección, en el día postrero». Como todo creyente en Israel, Marta creía en la resurrección de los muer­tos; lo que no comprendía era que Jesús tenía poder para resucitar a Láza­ro de entre los muertos. Ella tiene que haber sabido como Jesús dio vida a la hija de Jairo poco después que ésta falleció, y sin duda sabía también del hijo de la viuda de Naín, a quien dio vida al encontrarse con la gente que lo llevaba hacia el cementerio.

«Yo soy la resurrección y la vida», di­jo Jesús a Marta, «el que cree en mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto? Le dijo: Sí, Señor; yo he creído que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, que has venido al mundo». Entonces, pensando en su hermana María, fue a decirle que el Señor había llegado. Las palabras de María fueron las mis­mas de Marta, pues dijo a Jesús: «Señor, si hubieses estado aquí, no habría muerto mi hermano». Lloraba María; también lloraban los judíos que la acompañaban. Conmovido Jesús preguntó, «¿Dónde le pusisteis?», a lo que le contestaron: «Señor, ven y ve». Entonces, dándose cuenta de que Él también lloraba, exclamaron: «Mirad cómo le amaba.

Jesús resucita a Lázaro

Dice el apóstol Juan: «Jesús, profundamente conmovido otra vez, vino al sepulcro. Era una cueva, y tenía una piedra puesta encima. Dijo Jesús: Quitad la piedra». Nadie tenía la menor idea de lo que el Señor estaba por hacer, de ahí que Marta, expresando el pensamiento de todos, dijo: «Señor, hiede ya, porque es de cuatro días». Ni ella, ni nadie, comprendió la respuesta de Jesús cuando Él dijo: «¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?» Sin embargo quitaron la piedra. Es el momento que todos hemos estado esperando: Jesús está parado frente al sepulcro. Mira hacia el cielo; se dirige a su Padre, dándole gracias por haberle oído, y ruega por la gente que le rodea en el cementerio para que crea que verda­deramente fue Dios Quien le envió al mundo. Luego clama a gran voz: » «¡Lázaro, ven fuera!» Qué asombroso es lo que vemos ¾ ¡Lázaro sale de la cueva! Tanto sus manos como sus pies están atados con vendas, y su rostro está envuelto en un paño. «Desatadle», dice Jesús, «y dejadle ir».

Aplicación

La muerte es siempre motivo de tristeza aun cuando la persona que muere es salva y parte para estar con el Salvador en el cielo, pues los que quedan le echan de menos. Quizás todos los alumnos recuerdan la muerte de algún ser querido, una abuelita, un hermanito, o algún vecino. La resu­rrección de Lázaro demostró que Jesús tiene poder no sólo sobre las en­fermedades sino también sobre la muerte.

Dios nos dice en su Palabra que todos los muertos van a ser resucitados. Los que reciben a Jesús como su Salvador serán resucitados con cuerpos perfectos cuando Él venga a llevarlos a la casa del Padre celestial. Juan 14:2,3; 1 Corintios 15:23,42,43 Los no salvados también serán resucitados en la resurrección de con­denación, y tendrán que presentarse ante el Juez. Juan 5:29; Apocalipsis 20:12.

 

 

Preguntas

  1. ¿Qué dijeron Marta y Marta en el recado que enviaron al Señor?
  2. Cuando Jesús avisó a los discípulos de la muerte de Lázaro, ¿qué les dijo?
  3. ¿Cómo supieron los judíos que Jesús amaba mucho a Lázaro?
  4. Cuando el Señor dijo: «Lázaro, ven fuera», ¿qué sucedió?
  5. ¿Qué nos enseña la Biblia acerca de la resurrección de los muer­tos?

 

181         Jesús y los suyos

Estudio de parte del maestro: Juan 13.1 al 19

Lectura con la clase: Juan 13.3 al 15

Texto para aprender de memoria— los menores: Juan 15.3

los mayores: Juan 15.13.10

Introducción

Se acercaba la fecha cuando el pueblo judío debía celebrar la pascua, aquella fiesta que les recordaba anualmente la liberación de sus antepasa­dos de la esclavitud en Egipto. También era figura de la muerte del Salva­dor, quien, como el Cordero de Dios, debía morir por los pecados de ellos a fin de libertarles del dominio del pecado y de la condenación. Pero no comprendían esto y por lo tanto la pascua era simplemente una ceremonia tradicional.

Jesús celebra la pascua con sus discípulos

El Señor envió a Pedro y a Juan temprano a la casa de un amigo quien ya tenía preparado un gran aposento alto, y allí ellos hicieron los prepara­tivos para la pascua. «Cuando era la hora, dice uno de los evangelistas, el Señor «se sentó a la mesa, y con Él los apóstoles, y les dijo: ¡Cuánto he deseado comer con vosotros esta pascua antes que padezca!» Ni aun los apóstoles habían comprendido que su Señor iba a morir; solamente Él sabía que aquella noche comía la pascua por última vez, que al día siguiente moriría en una cruz, donde derramaría su sangre cual el Cordero sin mancha y sin contaminación. A todo esto Judas Iscariote está pensando otra cosa. Está pensando en la plata que han prometido darle los sacerdo­tes con quienes él hizo convenio de entregar a Jesús. Judas está celebran­do la pascua, pero en su mente está lejos, esperando el momento oportuno para salir a juntarse con los enemigos de Jesús.

Jesús se levanta de la mesa

¡Cuánta no sería la sorpresa de los apóstoles cuando Jesús se levantó de la mesa, se quitó el manto, y tomando una toalla, se la ciñó! Luego echó agua en un lavatorio y comenzó a lavarles los pies. Sólo los sirvientes hacían aquel trabajo; Jesús nunca lo había hecho antes, y todos lo miraban asombrados, pero nadie dijo nada hasta que Él llegó a donde estaba Simón Pedro. Este, siempre más impulsivo, exclamó: «Señor, ¿tú me lavas los pies?» Y no haciendo caso de la explicación del Señor, en el sentido de que aquel acto era algo que él entendería después, Pedro dijo: «No me la­varás los pies jamás». «Si no te lavare, no tendrás parte conmigo”, le res­pondió Jesús, respuesta que provocó una fuerte reacción en el apóstol.

“Señor”, dijo, «no sólo mis pies, sino también las manos y la cabeza». De­bemos meditar en las siguientes palabras del Señor. Dijo: «El que está la­vado, (bañado), no necesita sino lavarse los pies, pues está todo limpio; y vosotros limpios estáis, aunque no todos». Añade el evangelista: «Porque sabía quién le iba a entregar; por eso dijo: No estáis limpios todos».

La lección que Jesús enseñó a los apóstoles

En esta sección del Evangelio según Juan vemos a los apóstoles en ínti­ma comunión con el Señor. En el versículo 30 sale Judas Iscariote y Jesús queda a solas con sus amigos. En el transcurso del lavado de los pies Él les en­señaba de la necesidad de mantener limpias sus vidas. Antaño los sacer­dotes, para poder entrar en el templo, casa de Dios, debían acercarse a la fuente para sacar de ella agua y con ella lavarse las manos y los pies.

Los once apóstoles, siendo verdaderos creyentes, estaban limpios delante de Dios, pero para entrar a su presencia deberían tener mucho cuidado de mantenerse limpios en un mundo hecho sucio por el pecado. Si hay en la clase algunos creyentes ellos comprenderán que es muy fácil contaminar­se, pues muchas veces las conversaciones de los compañeros de estudios son muy sucias. También saben que cuando se enojan, o deso­bedecen a los padres, hacen y dicen cosas que ofenden al Señor. Sus con­ciencias les acusan, se sienten mal, y algunos hasta dudan si son salvos. Pero si realmente nacieron de nuevo alguna vez lo que necesitan es acercarse al Señor Jesús, confesarle su pecado, y Él, a través de su palabra les limpiará. En el caso de haber en el grupo alumnos creyentes, conviene leer en 1 Juan 2.1 y 1.9.

En la segunda parte de la lección del Señor para los suyos. Les exhorta a preocuparse los unos por los otros, a fin de que todos juntos puedan disfrutar de la cercanía de Él. De ahí que dice: «Ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis». ¡Qué bueno es cuando los creyentes, jóvenes o mayores, hacen esto en vez de criticar los unos a los otros!

Aplicación

Según la primera parte de los versículos 1 y 3, el Señor está pensando en su muerte, resurrección y ascensión al cielo. Él está preocupado por los suyos que van a quedar sin Él, y quiere hacerles comprender que aun cuando esté en el cielo, seguirá cuidándoles. Él ocupó agua para lavar­les los pies, pero después dijo: «Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado”, 15.3. Les lavó solamente los pies, pues estan­do éstos en contacto con el polvo y la tierra, se ensuciaban con más facili­dad.

Pero era una enseñanza simbólica, y quería decir que en el mundo donde abunda la maldad, y se ensucian las mentes y los corazones de los salvados, hay un medio de purificación, algo que quita la contaminación interior de la manera como el agua quitó la contaminación exterior en los pies. Ese algo es la palabra del Señor. Antaño el salmista dijo: «¿Con qué limpiará el joven su camino?» Y contestando su propia pregunta, dijo: «Con guardar tu palabra». También leemos que el Señor Jesús purificó su iglesia «en el lavamiento del agua por la palabra”. Efesios 5:26

Preguntas

  1. Mientras comía la pascua con sus apóstoles, ¿qué cosa extraña hizo Jesús?
  2. ¿Qué dijo Simón Pedro al Señor?
  3. ¿Cuál de los discípulos no estaba limpio? ¿Por qué no estaba limpio?
  4. ¿Qué debe hacer una persona salvada cuando se contamina con el pecado que le rodea en el mundo?
  5. ¿Cuál es el agua que el Señor emplea para limpiar a los suyos?

 

182  Jesús y la casa de su Padre

Estudio de parte del maestro: Juan 14.1 al 5, 1 Tesalonicenses 4.16,17, 1 Corintios 15.51,52

Lectura con la clase: Juan 14. 1 al 6

Texto para aprender de memoria— los menores: Juan 14.3; “Vendré otra vez, y … también estéis.

los mayores: Juan 14.2

Introducción

A una persona le llamó mucho la atención el hecho de que cada vez que veía a cierto caballero, éste estaba leyendo la Biblia. Le preguntó por qué leía con tanto deseo y el caballero le contó la siguiente y conmovedora historia: Hacía algún tiempo se le había muerto su único hijo, un niñito querido. Primeramente el padre quedó completamente desconsolado, pero después, al saber que su hijo estaba en el cielo con el Señor Jesús, se sintió menos triste y comenzó a leer la palabra de Dios. Ahora la leía constantemente, porque decía: «Yo quiero saber todo cuanto pueda acerca del lugar donde está mi hijo”. Sin duda todos nosotros también tenemos interés en saber de la hermosa casa del Padre celestial que será el destino eterno de los salvados por Jesús.

Lo que hay, y lo que no hay, en la Casa del Padre

El Señor no habla tanto del tamaño de la casa como del cariño que hay en ella: «En la casa de mi Padre», dice, «hay muchas moradas”. En esta casa reina el amor, pues es la casa de quien «de tal manera amó al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito”. En esta casa hay gozo: los ángeles se gozan cuando pecadores se arrepienten; y acerca de los salvados que habrán de llegar allá, leemos que tocan arpas y cantan, Apocalipsis 5:8, 14:2. Hay un paraíso que, cual hermoso jardín, será lugar de grato compañerismo para el Salvador y los salvados por Él, Apocalipsis 2:7 y Lucas 23:43.

Es muy cierto lo que dijo un niño una vez cuando, explicando cómo es el cielo, dijo: «Es el lugar donde todos quieren a todos”. Y hablando de niños, debemos decir que en el cielo hay muchos niños. El Señor Jesús manifestó su gran cariño por los pequeños cuando dijo a sus discípulos: «Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de Dios”. Los padres lloran cuando mueren sus bebés o niños de corta edad, pero todos los tales están en el cielo con Jesús y nunca sufrirán sino que están, y siempre estarán, contentos. En la Biblia leemos que en aquella casa celestial no hay lágrimas, muerte, llanto, clamor, ni dolor.

Hay moradas en la Casa del Padre celestial

No podemos imaginarnos cuán grande es la casa de Dios. En ella hay moradas, no sólo para todas las personas que desde la muerte de Jesús han confiado en Él, sino también para toda la gente que creyó a la palabra de Dios antes. Los niños y los jóvenes saben de muchos nombres que aparecen en el Antiguo Testamento. Antes del diluvio sabemos de Abel, Enoc y Noé; después vivieron Abraham, Isaac, Jacob y José, y después que salió la nación de Israel de Egipto tenemos conocimiento de Moisés, Aarón, María, Josué, Samuel, David, y muchos más.

Cuando Jesús vino al mundo había personas que le esperaban, como por ejemplo, Zacarías, Elísabet, los pastores, el anciano Simeón. Muchos más creyeron en el Se­ñor durante su vida; el malhechor confió en Él estando cerca de él en la cruz, y después, continuando hasta el día de hoy, cuántos millones han sido salvos.

¿Y qué de los alumnos que están escuchando en estos mo­mentos, acaso van a estar en la hermosa casa del Padre celestial? Pasando al último libro de la Biblia, leemos de millones de millones de ángeles que viven allí y aparte leemos de quienes se llaman «los siervos de nues­tro Dios», y sentimos sus voces que son «como estruendo de muchas aguas, y como la voz de grandes truenos» cuando alaban al Señor.

La promesa del Señor Jesús

Ahora el Señor hace una gran promesa, diciendo: «Voy a preparar lugar para vosotros. Y vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que don­de yo estoy vosotros también estés”. Por esta palabra sabemos que el Se­ñor Jesús tiene un lugar especial para su iglesia, y además sabemos que Él va a venir a buscarla. Por primera vez aparece en la Biblia el gran secreto de que el Señor, antes de descender a la tierra en su gloria, va a llevar al cielo a los creyentes que componen su Iglesia, a un lugar preparado para ella en la casa del Padre. El día que Jesús ascendió leemos: «Viéndolo ellos, (los discípulos), Él fue alzado, y te recibió una nube que le quitó de sus ojos”.

Sintiendo la separación tan repentina, ellos quedaron con los ojos puestos en el cielo. No vieron llegar a los dos ángeles que se pusie­ron junto a ellos, así que su sorpresa fue grande, y a la vez grata, pues los ángeles les dijeron: «Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo así vendrá como le habéis visto ir al cielo”. Aquel día Jesús se fue solo, y solo va a venir otra vez. Cuando Él se fue, solamente los suyos le vieron ascender al cielo; cuando venga por los salvados, solamente ellos lo verán; solamente ellos serán tomados y llevados a la casa del Padre celestial.

Cosas que van a suceder

Grandes milagros van a suceder cuando el Señor venga en busca de los suyos. La palabra de Dios dice: «Los muertos en Cristo resucitarán prime­ro. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor”. Y que esto se va a realizar rápidamente no cabe duda, pues en 1 Corintios capítulo 15 leemos que los muer­tos serán levantados sin corrupción, y los cuerpos de los creyentes vivos serán transformados, «en un momento, en un abrir y cerrar de ojos”. Lue­go todos ellos serán «arrebatados», otra palabra que sugiere la rapidez con que el Señor quitará del mundo a los que le pertenecen.

Aplicación

En el pasaje que estudiamos hoy el Señor está hablando solamente a hombres salvados, hombres limpios, como vimos la vez pasada. Es im­portante fijarse en este hecho, pues acerca de la casa de Dios está escrito que «no entrará en ella ninguna cosa inmunda, sino solamente los que es­tán inscritos en el libro de la vida del Cordero”. Cuando Jesús dijo: «Yo os tomaré a mí mismo» Él usó la misma palabra que aparece en Juan 1.11, donde se traduce «recibir». Para que el Señor reciba al ser humano y lo lleve al cielo éste tiene que recibir a Jesús como su Señor y Salvador.

Preguntas

  1. ¿Cómo es la casa de Dios?
  2. ¿Quiénes viven en aquella casa?
  3. ¿Qué promesa hizo el Señor a los suyos?
  4. ¿Podría venir hoy el Señor en busca de los salvados?
  5. ¿Cuánto tiempo va a demorar el Señor en quitar del mundo a su pue­blo?
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