Mayormente los pergaminos (#132)

Mayormente  los  pergaminos

 

D.R.A.

 

Creo, muy respetado señor, que usted sabrá qué se ha resuelto acerca de mí. Por esto suplico a su señorío, y por el Señor Jesucristo, que si es que voy a quedarme aquí durante el invierno, que usted le pida al comisario que tenga la bondad de enviarme, de entre las pertinencias mías que obran en su poder, un bonete más grueso, ya que sufro grandemente de un resfriado en la cabeza y me aflige un catarro perpetuo, el cual va en aumento en este calabozo.

El año fue 1536; el país, Bélgica; el preso, uno de los grandes del reino de Dios. A quién fue dirigida esta solicitud, no se sabe por cierto, ni se sabía durante trescientos años que Guillermo Tyndale había redactado este ruego en latín, encarcelado él por haber “dado testimonio de la Palabra de Dios, y del testimonio de Jesucristo”, Apocalipsis 1.2.

Prosiguió ese héroe de la Reforma :

Mi túnica está gastada ya; mis camisas igualmente. Él tiene una camisa mía de lana, si está dispuesto a dejarme usarla. Poseo a la vez sobrecalzas más eficaces, y él guarda entre lo mío un gorro de dormir que me permitiría cierto calor. A la vez pido permiso para contar con una lámpara cada tarde; de veras, es tedioso estar aquí solo en la oscuridad.

Pero por encima de todo ruego y suplico la clemencia suya en urgirle al comisario, que manifieste la gracia de concederme contar con mi Biblia en hebreo, como también mi libro de gramática hebrea y mi diccionario hebreo, para que yo pase el tiempo en ese estudio. Por su parte, usted puede disponer de lo que más desee, con tal que sea para la salvación de su alma.

Pero si es que se ha decidido otra cosa tocante a mí, para ser realizada antes del invierno, yo seré paciente, sometiéndome a la voluntad de Dios, para la gloria de la gracia de mi Señor Jesucristo, cuyo Espíritu, ruego, dirija siempre el corazón de usted. Amén.

  1. Tindalus

 

El año anterior, Lutero había terminado su traducción de la Biblia entera al alemán; otros estaban atendiendo a otros idiomas. (El español llegaría más tarde, cuando Casiodoro de Reina terminaría su traducción de las Escrituras en 1569).

Tyndale no estaba contento con tan sólo haber hecho un enorme impacto con su edición del Nuevo Testamento en inglés unos años antes. Él quería cumplir de un todo con el reto que había lanzado osadamente a un clero en su tiempo de libertad y vigor: “Si Dios me concede vida, antes que corran muchos años, yo haré que el muchacho que anda tras el arado sepa más de las Escrituras que vos”.

Pero los obispos ingleses no querían semejante cosa. El varón de Dios huyó al continente europeo, continuó con la traducción del Antiguo Testamento al idioma del pueblo común, vivió perseguido, logró buena parte de su misión, y cayó preso. No volvió a ver el país al cual él cambiaría radicalmente por dar las Sagradas Escrituras “al muchacho que anda tras el arado”.

Se requiere poca imaginación para sentir lástima por su deseo de vestimenta adecuada; una celda húmeda y expuesta a las corrientes de aire frío no es un lugar para concentrar la mente en las cosas de Dios ni consolar el cuerpo. Pero nos da la sensación que su solicitud de ropa fue sólo un medio para lograr un fin más noble. Quería terminar su obra, y no podía con cuerpo trémulo y sin la Biblia en el idioma original.

“… concédeme contar con mi Biblia …”

Así no fue. El 6 de octubre de 1536 sus verdugos le sacaron del calabozo, le ataron a un palo y le estrangularon parcialmente. Cuando consideraron oportuno hacerlo, prendieron fuego a la leña, y la mañana siguiente los aldeanos de Vilvorde le escucharon a Tyndale – las llamas lamiendo su cuerpo – suplicar a gran voz: “Señor, ¡ábrele los ojos al rey de Inglaterra!” Y con esto otro Esteban fue a estar con su Señor.

 

No podemos leer su carta sin acordarnos de una solicitud sorprendentemente parecida de parte del Apóstol Pablo, escrita en circunstancias muy similares. Fue inmediatamente antes del último invierno de la vida suya, preso en Roma y en espera de la sentencia de muerte (no su encarcelamiento de Hechos 27, sino el posterior) cuando pidió: Procura venir pronto a verme … Trae, cuando vengas, el capote que dejé en Troas en casa de Carpo, y los libros, mayormente los pergaminos, 2 Timoteo 4.9,13. Hay quienes cuestionan esta traducción capote. Algunos creen que Pablo estaba pidiendo la tradicional tela con que envolver los pergaminos. O, como otros resuelven la discusión a satisfacción de todos, ¡quería una tela para proteger su cuerpo de día y los cueros de noche!

¿Y qué eran “los pergaminos?” Sencillamente, porciones de las Sagradas Escrituras. Un libro como Levítico o Jueces, por ejemplo, ocuparía un rollo entero; otros cabrían en medio cuero. Así, poco nos cuesta saber dónde estaba el interés de Pablo cuando encarcelado. Otro preso, Jeremías, había tenido ese mismo afán: “Fueron halladas tus palabras, y yo las comí; y tu palabra me fue por gozo y por alegría de mi corazón; porque tu nombre se invocó sobre mí, oh Jehová de los ejércitos”, Jeremías 15.16.

 

Bien, ¿pero qué de nosotros? Gracias a Dios si no nos encontramos presos, ni ahora ni más adelante. ¿Cuál ha sido nuestro interés hasta ahora? Podríamos vivir sin el texto de gramática y el diccionario en hebreo que Tyndale solicitaba, ¿pero nuestro mayor interés sería por bonete y capote, o por nuestra Biblia? Y al no disponer de ella, ¿qué haríamos?

Quizás podemos estructurar la pregunta de otra manera, pensando en un hombre de nuestro propio tiempo. Nos referimos a Geoffrey Bull, un misionero de las asambleas de Inglaterra que cayó en manos de los comunistas chinos a los 29 años de edad, cuando invadieron a Tibet en 1950. Ese señor pasó tres años en cárceles, sujeto a un intenso lavado de cerebro.

Los párrafos que vamos a citar se refieren a cuando fue trasladado a una celda sin Biblia, sin compañero, sin nada, pero con la amenaza de una pronta muerte. Suponiendo que la experiencia fuese nuestra, ¿podríamos escribir en nuestra autobiografía lo que él relató?

 

Sin nada que hacer, y sabiendo que nada ganaría con reflexionar sobre mis circunstancias, resolví repasar las Escrituras sistemáticamente en mi mente. Comenzando con el Génesis, me acordé de cada historia en todo el detalle que me fue posible. Primeramente, reconstruía el pasaje; después, meditaba en su mensaje para mí; hecho esto, me entregaba a la oración.

Poco a poco, cubrí toda la Biblia de la mejor manera que supe hacer. Pero con el correr de los meses, empecé a olvidarme de algunas secciones. Así que, comencé de nuevo a “leer” la Palabra de Dios en mi mente. Creo que ese ejercicio fue usado de Dios para guardarme sano de mente y firme en la fe hasta el fin.

 

O sea: “En mi corazón he guardado tus dichos …”, Salmo 119.11. Que nos aprovechemos de los “pergaminos” mientras estén a nuestro alcance.

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