Confiando en Dios (#126)

 

Confiando en Dios

Biografía de Andrew Stenhouse

Los esposos Stenhouse Batstone dejaron Canadá en 1925 para invertir dos años en la evanglización en Argentina a título de preparación antes de cruzar los Andes y servir al Señor en Chile por cuarenta años. Desde la década de los 1950 su ministerio era circunscrito a la ciudad de Santiago, a la predicación por radio y a la redacción de no poca literatura para creyente y no creyente. El dominio del castellano de parte de nuestro hermano era notorio. Una de sus obras más conocidas (como la mayoría de sus títulos, escrita en inglés) es El pecado del sectarismo.

Ambos fallecieron en los Estados Unidos, ella a los 86 años y él a los 92 años. Su biógafo escribió: “Andrés no era un hombre que buscaba el aplauso de hombres ni temía su desagrado. Él andaba con un ojo singular fijado en la gloria de Dios. Practicaba la cristiandad y esperaba lo mismo de su auditorio”.

Confiando en Dios fue traducida al castellano por Paulina Avalos Q. El material presentado a continuación constituye al menos las dos terceras partes de la obra.

 

  1. R. Alves
    Valencia, Venezuela
    2005

 

ANTECEDENTES

El punto de partida

Preparación preliminar

El asunto del matrimonio

La esfera del servicio

Dependiendo de Dios

El comienzo del viaje

 

ARGENTINA

Providenciales arreglos al arribo

El viejo coche bíblico

Nuestro primer viaje

Reuniones en Morrison

Trabajo pionero en Ballesteros

Las primeras conversiones

Debate público con un sacerdote

Obra en Casilda

Dirigiéndonos hacia el norte

Río Tercero

Un capítulo de milagros

Un viaje a las sierras

De regreso a Córdoba

 

CHILE

En viaje a Chile

Los primeros contactos

Inicio de la asamblea en Santiago

Esfuerzo especial en Concepción

Un coche bíblico para Chile

Rancagua y Talca

Un largo viaje al sur

Con los pentecostales en Santiago

Ayuda oportuna en Santiago

Formación de la asamblea en Talca

Audición radial

 

ANTECEDENTES

El punto de partida

La historia comienza en una reunión realizada en Loanhead, un suburbio de la ciudad de Edimburgo, en el mes de Marzo de 1926. Los creyentes de la asamblea habían invitado a hermanos, que representaban a diversas asambleas del distrito, para despedir al autor de este libro e identificarse con él en la empresa de llevar el Evangelio a un lugar distante del continente sudamericano.

En esta reunión se esperaba que yo diera un mensaje relacionado con mi ejercicio espiritual y la guía que había recibido previamente del Señor. El pasaje de las Escrituras que tomé como base de mis reflexiones fue I Corintios 9:16,17: “Si anuncio el evangelio, no tengo por qué gloriarme; porque me es impuesta necesidad; y ¡ay de no si no anunciare el evangelio! Por lo cual, si lo hago de buena voluntad, recompensa tendré; pero si de mala voluntad, (o, más bien, “contra mi voluntad”) la comisión (o mayordomía) me ha sido encomendada.” Estos versículos se hicieron preciosos para mí y lo han sido desde entonces. En ese momento sentí que eran una expresión de mi experiencia personal y a menudo he sentido la fuerza de ellos.

Algunos años antes Dios me había dado una convicción profunda de que El me estaba obligando a ir  al extranjero con el mensaje del Evangelio. Yo podía decir con el apóstol: “No tengo mérito alguno por ocuparme en esta obra: no me ofrecí voluntariamente para hacerla, se me ha hecho sentir que no tengo opción.”

Siempre he entendido que la comisión del Señor a sus discípulos, como se dio en Mateo 28:18‑20, debía ser llevada a cabo en todo el período de la presente dispensación. Me parece algo asombroso y una cosa muy seria que alguien sugiriera algo distinto; aunque esto ha sucedido. En ese tiempo, cuando se supo mi intención de salir a la obra misionera, un hermano que pertenecía a una línea exclusivista expresó con un aire de superioridad que, “por supuesto, sabemos que éste no es el tiempo de llevar a cabo la gran comisión; eso será llevado a cabo después que sea quitada la iglesia”.

Uno sabe de dónde sacó este tipo de teología, pero no la obtuvo de las Escrituras; ni tampoco provino del texto que contiene la gran comisión; porque junto con la comisión va la promesa: “He aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”, y el fin del mundo es indudablemente el fin de la presente era o dispensación, el tiempo aceptable y día de salvación durante el cual Dios esta sacando de entre las naciones un pueblo para su Nombre (Hechos 16:14).

Debemos insistir, por lo tanto, que el mandamiento para la evangelización del mundo es imperativo para la iglesia hasta que llegue el fin del siglo y el día de la gracia haya finalizado.

Pero, al mismo tiempo, también debemos reconocer que no todos están llamados a ser evangelistas (Efesios 4:11). Para esta obra se requiere una llamada personal de Dios y esto es evidente en la Escritura citada previamente (I Corintios 9:17), donde el apóstol Pablo habla de una mayordomía del evangelio encomendada a él. La evidencia de haber recibido tal mayordomía la encontraba en el hecho de haber sido impelido antes por un poder más fuerte que su propia voluntad.

En relación a esto, también fui guiado a considerar que donde esta convicción existiera, habría necesariamente completa confianza en Dios para el sustento del siervo en cada circunstancia, cualquiera que esta fuera. Vi que esto se contemplaba en el mismo pasaje de la Escritura, y me parecía ser un principio fundamental. Si Dios encomienda a un hijo suya una mayordomía del evangelio, El es responsable del cuidado y sostén del siervo; El no sólo cuida de los bueyes (v 9).

Preparación preliminar

Durante los siete años anteriores a mi compromiso en este servicio para Dios, había tenido el privilegio de visitar varios países debido a mi empleo secular como oficial de radio en la Marina Mercante Británica, y había hecho contactos con misioneros en varios lugares. Lo que vi en ellos y en su trabajo sirvió para estimular mi interés y deseo de ser útil para Dios de la misma manera. Pero no sentí un llamado definido a servirle en ninguno de los países que había visitado hasta esos momentos y más adelante El me guió a una tierra que nunca había visto.

Aquellos siete años de viaje fueron provechosos, y principalmente porque tuve mucho tiempo para estudiar la Biblia y meditar tranquilamente en ella en los largos turnos de noche. Siempre he estado agradecido por esos momentos. Ciertamente es un privilegio poder escuchar el ministerio de parte de ministros competentes de la Palabra, pero ello aun no se compara con la oportunidad de dedicar regularmente largas horas al estudio y análisis intensivo de las Escrituras, sólo en dependencia del Espíritu Santo.

En uno de los siete años que estuve embarcado viajé varias veces a la costa atlántica de Sudamérica, y fue allí donde empecé a ser ejercitado, en forma más definida, y fue un placer visitar algunas de las asambleas, cada vez que un barco estaba en el puerto. Estaba agradecido por el interés y la hospitalidad mostrados hacia mí por varios de los hermanos dedicados a la Obra; no sólo misioneros, sino que también otros hijos de Dios, es decir, hombres de empresa que dedicaban parte de su tiempo para el trabajo evangelístico y el cuidado pastoral de las asambleas.

A través del contacto con estas asambleas, especialmente en el área de Buenos Aires, empecé a adquirir un poco de familiaridad con el idioma español, y desde el primer momento me fascinó, así que no tuve que ser persuadido para adquirir una gramática y empezar a estudiarlo. Los misioneros y otros creyentes me animaron a pensar en la posibilidad de unirme a ellos en la obra allí y algunos se aventuraron a darme algún consejo basado en su propia experiencia. El tema principal en este consejo era que si yo iba a uno de estos países de América del Sur como misionero debía tener una esposa, ya que un hombre soltero estaría en evidente desventaja. He probado que este consejo es sabio y, con frecuencia, he tenido ocasión de darlo a otros que han resuelto también servir al Señor.

El asunto del matrimonio

Sin embargo, me di cuenta de que la cuestión del matrimonio era bastante seria. No era simplemente un asunto de encontrar una compañera adecuada que congeniara conmigo. Tenía la seguridad que ella debería compartir experiencias desagradables y angustiosas, incluso en privaciones; y para esto ella tendría que compartir mis convicciones en relación a los principios divinos de la obra misionera y estar dispuesta, en todo momento, a depender de Dios y someterse a su voluntad. Así que esto fue un asunto acerca del cual sentía la necesidad de buscar una guía muy especial del Señor y no lo hice en vano.

De regreso a Gran Bretaña, después de una larga ausencia, me pidieron que abordara un barco canadiense que se dirigía a Montreal (Canadá); el arreglo era que, después de llegar allí, yo sería devuelto a mi país como pasajero en un transatlántico de línea regular. Sin embargo, este arreglo no era del Señor, pues ya estando en Montreal, me informaron que debería quedarme en el barco canadiense hasta nuevas instrucciones. Era un barco de carga y, por algún tiempo, navegó por el río Saint Lawrence, entre Montreal y Sydney, Nueva Escocia. Posteriormente esto probó que sí era un arreglo hecho por Dios.

En Montreal, conocí algunos cristianos fieles entre los cuales el que más se destacaba era el hermano F. W. Schwartz. El ya ha estado en servicio activo para el Señor como evangelista y ministro de la Palabra por unos cuantos años; pero en aquel tiempo acerca del cual escribo él trabajaba como hombre de negocios. Paralelamente, tenía un depósito de folletos en su casa. Sabiendo yo que continuaría mi viaje desde Montreal a Sydney, le consulté si tenía alguna información acerca de cristianos o asambleas en este ultimo lugar. Su respuesta fue que sólo tenía la dirección de una hermana quien ocasionalmente le mandaba pedir folletos evangelísticos, y me dio gentilmente su dirección.

Unos pocos días después me presenté en la dirección indicada, donde me informaron que la señorita Nina Batstone estaba fuera del pueblo, habiéndose ausentado para asistir a una conferencia cristiana en un lugar distante cerca de 320 kilómetros. Sin embargo, conocí a un joven y a su hermana que vivían en la misma dirección, quienes, según me informaron se habían convertido a través del testimonio de la Señorita Batstone. No había asamblea en el pueblo pero, cada primer día de la semana, iban a una pequeña localidad de Sydney Mines, distante cerca de sus empleadores para asumir mayores responsabilidades en relación con el negocio allí. De todo lo que escuché acerca de ella, pronto me fue evidente que su interés principal eran los negocios del Señor. Entre otras cosas, supe que ella había estado celebrando reuniones para mujeres en la casa de un matrimonio cristiano y que también era responsable, junto con otros creyentes de allí, del arriendo de un local, al cual su hermano era invitado a predicar el evangelio, una vez por semana.

No era extraño entonces que esta hermana tan ocupada en la obra evangelística llamara mi atención y admiración especial. Las visitas a Sydney Mines continuaron quincenalmente durante un período de aproximadamente seis meses y esto fue lo suficiente como para confirmar en mi mente y en mi corazón que el Señor me había enviado allí con un propósito especial. Pero tenía que transcurrir en un lapso de tres años antes de que estuviéramos seguros de que había llegado el momento para pensar que debíamos servir juntos al Señor en el campo misionero.

La esfera del servicio

Ya a estas alturas no había duda de cuál debería ser nuestra esfera de acción particular en la obra misionera. Ya he mencionado las impresiones recibidas en mis visitas ocasionales a la República Argentina. En ese tiempo había un buen número de obreros esforzados y competentes en ese país y se habían establecido asambleas en muchos lugares. Pero no era este lugar al que el Señor quería que fuéramos.

Nuestra lectura regular del boletín misionero Echoes of Service (“Ecos del Servicio”) nos hizo estar conscientes del hecho de que mientras los misioneros de las asambleas habían realizado un excelente servicio y habían visto abundantes resultados en Argentina y otros países en el lado Atlántico de Sudamérica, había un gran silencio en relación a tal tipo de actividad en los países de la costa del Pacifico. Supimos de hecho que, en las tierras que se extendían mas allá de la Cordillera de los Andes, no había asambleas de creyentes que se reunieran sólo en el nombre del Señor Jesús y de acuerdo al modelo escritural, ni tampoco se estaba llevando a cabo ninguna obra con el propósito de establecer tales testimonios.

La consideración de tales hechos nos llevó a un ejercicio de corazón, con el resultado de que la atención fue finalmente focalizada en Chile, como el lugar donde Dios quería que le sirviéramos. Sin embargo, consideramos que sería sabio dirigirnos primero a la Argentina, con el fin de adquirir un mejor conocimiento del español y también de beneficiarnos de las experiencias de hermanos que habían estado por mucho tiempo en el campo misionero antes que nosotros.

Dependiendo de Dios

Retrocediendo un poco, a esa reunión de despedida en Loanhead, Escocia, a principios de 1925, puedo decir que estaba satisfecho de que la asamblea me había aprobado y encomendado, y no sentía ni la necesidad ni el deseo de buscar representación alguna delante de ningún comité o grupo de hermanos encargados de recibir y distribuir fondos a favor de la obra misionera. Habiendo expresado mi convicción respecto al principio de confiar exclusivamente en Dios para mi guía y mi sustento, me parecía inconsecuente hacer algo que pudiera aparecer como contradictorio a aquella convicción. Esto no significaba, en ningún caso, que yo despreciara los servicios de aquellos excelentes hombres en Bath y otros lugares quienes actúan como agencias para reexpedir donativos misioneros y que, en otras formas, también han servido a la causa misionera fielmente, pero yo no me sentía libre para pedir su apoyo. Era suficiente para mí que los hermanos me encomendaran “a Dios, y a la palabra de su gracia.” (Hechos 20:32)

Así que fue en la ocasión de mi partida que los hermanos del lugar, de acuerdo a su capacidad, me entregaron una ofrenda de veinte libras y me fui gozoso por el camino. Navegué desde Glasgow (Escocia) hasta Halifax (Canadá) y en una sencilla ceremonia en Sydney Mines, Nina Batstone se convirtió en mi esposa. La asamblea allí, compuesta casi enteramente por mineros, estaba totalmente de acuerdo con nuestra visión misionera pero, debido a una huelga, no estaban en condiciones de cooperar financieramente. No obstante esto, nuestra fe en Dios era simple y sincera.

El comienzo del viaje

Apenas se hubo realizado la ceremonia de casamiento, pedimos a Ottawa un pasaporte a nombre de mi esposa y se estimaba que dentro de un mes deberíamos estar en camino hacia el hemisferio sur. Empezamos a hacer los arreglos correspondientes para el viaje, haciendo las reservas de pasajes desde Halifax a Nueva York en un barco que zarparía el sábado de Semana Santa. Se acercaba la fecha y el pasaporte no llegaba. Pedimos urgentemente que fuera enviado sin demora a una dirección en Halifax y nosotros mismos nos dirigimos hasta allá para esperar su llegada. Sólo lo tuvimos en nuestro poder el Viernes Santo, el día antes de la partida del barco, pero ese mismo día no era posible obtener la visa necesaria de parte del vicecónsul argentino. El barco partiría a las ocho de la mañana del sábado y la oficina del consulado no abría hasta las nueve. No podíamos hacer nada más que orar, y Dios en su gracia contestó nuestra petición, porque la hora de partida del barco fue aplazada hasta mediodía lo que nos dio suficiente tiempo para solucionar nuestro problema.

Esto puede parecer como una cosa pequeña pero, a la luz de los eventos siguientes, fue bastante importante. En sí mismo era una indicación, la primera entre muchas, de que Dios estaba dispuesto a intervenir en nuestros asuntos con “ayuda a tiempo, viniendo justo cuando lo necesitábamos” Hebreos 4:16, (paráfrasis). Fue el primer eslabón en una cadena completa de acontecimientos y de eso dependía todo lo demás. Dios sabía que era necesario que navegáramos desde Halifax ese mismo día y El arregló las cosas para que así fuera.

La visa de tránsito norteamericana que habíamos obtenido nos permitía quedarnos en Nueva York por un par de semanas, es decir, el tiempo justo para que hiciéramos la conexión con un barco que partía a la Argentina. Hicimos la reserva en ese barco depositando cierta proporción del valor de los pasajes, confiando que Dios supliría el resto antes de la fecha de embarque. En ningún momento dimos a nadie el más leve indicio siquiera de que había alguna falta de dinero en ese asunto. Era un principio personal de ambos que nuestras necesidades serían conocidas sólo por Dios.

Otra vez la “ayuda a tiempo” fue provista de maneras imposibles de prever, pero, el hecho cierto es que veinticuatro horas antes de que nuestro barco partiera, la diferencia que nos faltaba para enterar el valor de los pasajes se había reunido.

Además, gracias a la bondad de amigos cristianos de una industria textil, fuimos equipados con ropa liviana para el clima de Argentina; y estuvimos más que agradecidos por esto. ¡Nos quedó un saldo de 14 dólares en nuestros bolsillos con los cuales desembarcaríamos en Sudamérica! Catorce dólares y el Señor Dios Todopoderoso eran suficientes para cubrir nuestra necesidad.

 

 

ARGENTINA

Providenciales arreglos al arribo

Nuestro barco fondeó a tiempo en el puerto de Buenos Aires y fuimos esperados por varios de los misioneros a los cuales les habíamos anunciado nuestra llegada. No habíamos formulado ningún plan acerca de dónde podríamos ir y qué podríamos hacer mientras hacíamos tiempo en Argentina, ni revelamos a nadie que nuestro propósito era, finalmente, cruzar la Cordillera para Chile. Si esta era la voluntad del Señor para nosotros El la confirmaría. Y mientras tanto esperaríamos de El su guía.

El hermano Samuel Williams y su esposa nos recibieron amablemente en su hogar durante algunos días mientras visitábamos a algunos de los amigos con los cuales yo había tomado contacto previamente. Entre estos amigos estaba el hermano Enoch Brown y su esposa en el vecino suburbio de Avellaneda. Cuando nos preguntaron qué pensábamos hacer, simplemente contestamos que estábamos buscando la guía del Señor en eso. Esto originó en ellos la pregunta: ¿ya han visto a los Lawrie? A lo que contesté que simplemente esperábamos verlos pronto. El hermano Brown sugirió que tratáramos de verlos lo antes posible pero no nos dio ninguna razón. Esto nos hizo pensar que ellos debían haber tenido alguna razón especial para sugerirnos tal contacto y fue así como acordamos visitar a estos amigos al día siguiente.

Sin embargo, el hermano Brown, pensando y orando más sobre el asunto, sintió que el Señor ponía en su corazón el levantarse may temprano a la mañana siguiente, y atravesó una parte considerable de la ciudad para interceptar al hermano Lawrie antes de que saliera de su casa para irse al trabajo. El resultado fue que se concertó un encuentro con el hermano mencionado a la hora de almuerzo en el corazón de Buenos Aires. ¡Cuánto dependía de eso!

Yo había conocido al hermano Lawrie y a su señora unos pocos años antes, pero el trato fue sólo superficial y no habíamos intercambiado ninguna correspondencia. Lo que supimos en esa conversación a la hora de almuerzo fue lo siguiente: 1) que el hermano Lawrie y su esposa estaban pensando ausentarse del país durante unos seis meses para visitar en país nativo, Escocia, y que estaban listos para viajar dentro de una semana; 2) que necesitaban que un matrimonio cristiano ocupara su casa durante esos seis meses y al mismo tiempo que se ocupara del pequeño local evangélico que habían construido al costado de su casa; y 3) que ellos habían estado orando por meses que Dios supliera tal matrimonio y aún estaban esperando por la respuesta a sus oraciones. Y entonces vino la proposición: ¿Consideraríamos ocupar la casa por ese período?

No fue necesaria mucha consideración para llegar a la conclusión de que esto era del Señor y otro ejemplo de “la ayuda a tiempo” que ya habíamos empezado a experimentar. Cuando conversamos acerca de esto en la casa de los Lawrie esa tarde, pudimos apreciar mejor cuán “a tiempo” era. Habíamos sido invitados a ver el lugar antes de dar una respuesta definitiva y cuando finalmente dijimos “sí”, el hermano Lawrie se emocionó un poco y luego explicó el por qué. Parece que los Lawrie no habían oído que nosotros estábamos en viaje a Argentina y no tenían idea de cómo el Señor podría contestar sus oraciones. Nosotros no estábamos en sus pensamientos y les parecía como si no venía ninguna respuesta posible. Y entonces fue que cuando faltaba una semana para la salida del barco, se sintieron obligados a hacer algo más. Lo que hicieron fue poner un aviso en un diario de habla inglesa ofreciendo la casa por un período de seis meses. Ese aviso ya había aparecido publicado el día antes de nuestra conversación con el señor Lawrie esa mañana. El hermano, desde su oficina, habría contestado una de las cartas recibidas de los varios postulantes; pero sucedió que las cartas aún estaban en su bolsillo sin contestación, y la casa aún estaba disponible para nosotros. ¿Era sólo una coincidencia que el contacto fue hecho sólo una o dos horas antes de que fuera demasiado tarde?

Mientras reflexionábamos en los arreglos oportunos de Dios, nos dimos cuenta más definidamente por qué fue que El no permitió ninguna demora en nuestra partida desde Halifax en la mañana de ese sábado de Semana Santa alrededor de un mes antes y estuvimos más que nunca animados a mirar al Señor y dejar que El nos guiara y tuviera el control de todos nuestros movimientos.

Los esposos Lawrie fueron extremadamente amables con nosotros y dejaron una despensa bien provista cuando llegó el momento de su partida. El ocupar su casa por un período de seis meses significaba que podríamos dedicarnos sin distracción al estudio del idioma y las reuniones en el pequeño local vecino nos daba oportunidad para practicarlo. El hermano Brown venía semanalmente para hacer reuniones de ministerio y el hermano Lester, un hermano dedicado a los negocios, también era una visita frecuente. Cuando llegó el tiempo en que empecé a tomar parte en las reuniones, el hermano Lester fue un crítico muy provechoso para mi progreso.

El viejo coche bíblico

Mientras tanto, había llegado a nuestros oídos que existía en el país un coche bíblico, esto es, un vehiculo motorizado destinado a ser usado como lugar para vivir mientras sus ocupantes empleaban su tiempo vendiendo las Escrituras y en distribuir literatura evangélica en las provincias del país. Anteriormente, había sido usado por un período de alrededor de siete años, pero, ahora ultimo, había estado sin uso por unos cinco años y nadie parecía estar interesado en usarlo para el propósito para el cual estaba destinado. Desde el tiempo que escuchamos de él, la idea de sacarlo del garaje y ponerlo a funcionar otra vez nos pareció bien, ya que no nos interesaba tener residencia permanente un Argentina; estábamos libres para ese tipo de trabajo itinerante.

Así fue que cuando los esposos Lawrie regresaron de Escocia, nosotros nos quedamos un mes más ocupando la casa de los Brown en Avellaneda, quienes fueron a pasar unas vacaciones en Uruguay, y para ese entonces ya estábamos listos para tomar nuestro rumbo por los caminos. El hermano Nicolas Doorn, quien tenía más experiencia que nadie en el manejo del coche bíblico, se ofreció para acompañarnos hacia el norte hasta su lugar de nacimiento, la ciudad de Bell‑Ville. Nos habíamos puesto de acuerdo para tomar este pueblo como base de operaciones por algún tiempo.

El coche bíblico era todo un vehiculo, un modelo “Ford T”, con una carrocería muy adecuada para sus propósitos. En el tiempo del cual hablo, ya tenía doce años de uso y había sido mal tratado de muchas maneras. En el interior había un asiento tipo diván, cuya parte posterior podía ser doblada hacia una posición horizontal proveyendo de esta manera, teóricamente, dos camas, una arriba y otra más abajo. El tapizado era de cuero; ¡sin embargo, estaba bastante usado y los resortes tendían a salir en algunas partes no siempre los mejores lugares para corresponder a nuestra anatomía! En un rincón había una pequeña cocina y, en otro, un lavatorio plegable. Había un closet en miniatura (el diseñador tenía en mente Mateo 10:10), una mesa plegable y varias repisas para colocar Biblias y literatura evangélica; y esto era todo. Afuera había una plataforma que podía ser sacada desde abajo del chasis y levantada para colocarla en una posición que permitía predicar al aire libre. Este era el vehículo que nos iría a servir como vivienda durante los dos años que nos quedaríamos en Argentina (en un espacio de 1,8 por 2,7 metros; o sea, 4,8 metros cuadrados).

Nuestro primer viaje

El viaje hacia Bell‑Ville nos tomó varios días, y en él pudimos darnos cuenta cómo sería la vida en el coche bíblico. Iniciamos el viaje en los primeros días de enero de 1926, lo que correspondía a la mitad del verano; en esos años no había ningún camino pavimentado por lo que cualquier camino que tomáramos sería muy polvoriento.

Un día que el clima estaba excepcionalmente caluroso y después de muchas horas de viaje, nos detuvimos en un lugar que parecía apropiada para acampar, con un poco de vegetación alrededor. Debido al calor sacamos la mesa hacia afuera del coche y nos alistamos para comer la cena allí, Pero, a medida que se obscurecía tuvimos que encender una pequeña lámpara y repentinamente fuimos asaltados por un enjambre de todo tipo de insectos. Los mosquitos nos dieron una atención personal mientras una multitud de cientos de especies diferentes descendían en la mesa. Nadaban en nuestro té y gateaban en la mantequilla derretida, y aquellos que no tenían nada mejor que hacer formaron una nube alrededor de la luz. Esta era la vida misionera, pensamos. Nuestra cena esa tarde fue precipitada y escasa, y fuimos obligados a batirnos en retirada dentro de la carrocería del vehiculo. Tendríamos, sin embargo, muchas experiencias como ésta.

El día siguiente nos levantamos a las 4 a.m. y luego de un desayuno temprano regresamos nuevamente al camino. Viajamos continuamente hasta alrededor del mediodía y a esa hora empezamos a sentir hambre. Don Nicolás, que manejó la mayor parte del camino, nos aseguró que sólo un poco más adelante había un lugar adecuado para detenernos; un árbol con abundante sombra o algo parecido. Pero, en esa parte del país los árboles son muy escasos. En vez del lugar sombreado con que estábamos soñando, nos metimos en un barrial. Estos barriales, llamados pantanos, en ese tiempo eran comunes en los caminos de Argentina. Después de una buena lluvia se formaba un pantano en cada lugar donde había un hoyo en el camino y no había drenaje para el agua que se acumulaba. Tendríamos muchas experiencias con barriales en los meses por venir y esta primera experiencia no fue del todo agradable.

Para pasar por tales barriales sin dificultad, las carretas que transitaban normalmente por esos caminos eran hechas con ruedas may grandes, pero las ruedas de nuestro Ford T no solo eran pequeñas sino también angostas y frecuentemente se hundían en el barro hasta los ejes. Tuvimos que desarrollar técnicas para enfrentar tales situaciones, pero al principio, coma aún no teníamos experiencia, de vez en cuando, obteníamos la ayuda de algunos campesinos que vivían cerca, cuando los había.

Ellos, con la ayuda de tablones, ladrillos y cordeles liberaron, finalmente, el coche, pero sólo después de dos o tres horas de arduo trabajo bajo un sol ardiente. A esa hora ya teníamos hambre otra vez, ya que mientras tanto no nos había sido posible preparar un plato de comida, habiendo tornado desayuno may temprano. Aprendimos la lección de que no había que seguir y seguir hasta que ocurriese una emergencia. Al día siguiente llegamos a Bell‑Ville donde nos quedaríamos por varios meses y tendríamos nuestro centro de operaciones. Arrendamos una pieza para estar cerca de los Doorn y tener la cooperación de don Nicolás en varios esfuerzos con el coche bíblico en los pueblos vecinos.

Reuniones en Morrison

Un poco más al norte de Bell‑Ville se encontraba el pequeño pueblo de Morrison (llamado así por un inglés) donde se había llevado a cabo, en un pequeño local arrendado, un testimonio evangelístico. No había mucho interés y pensamos que los resultados mejorarían si hacíamos un esfuerzo con el coche bíblico. Entre aquellos que asistían a las reuniones se encontraba una familia holandesa y ellos nos permitieron estacionar el coche en el patio de su casa, lo que fue de gran conveniencia. Una hija de la familia era creyente y un hermano casado estaba muy interesado en el Evangelio, aunque todavía no tenía la seguridad de su salvación.

Desde el día de nuestra llegada celebramos reuniones cada noche en el pequeño local, usando el coche para efectuar reuniones preliminares al aire libre y circulando alrededor del pueblo con un letrero en el techo que anunciaba el lugar y la hora de las reuniones en el local.

También durante el día nos dedicábamos a la distribución de literatura cristiana, puerta por puerta, y a la venta de Biblias y Nuevos Testamentos. En el pequeño local cabían alrededor de 60 a 70 personas y estuvo lleno casi desde el principio. Además, un buen número de personas que no quisieron entrar al local estuvieron paradas en la puerta y otros desde la ventana escuchaban atentamente.

En conversaciones en la casa del holandés, llamado don Derco, tuvimos el gozo de escucharlo confesar que se había convertido durante las reuniones y que la lectura del pequeño librito Salvación, Seguridad y Gozo le confirmó aun más la convicción de su conversión. Un joven que era ciego, también profesó ser salvo y yo le conseguí una copia del Nuevo Testamento en Braille, enseñándole también a leerlo. Años más tarde supimos que este hermano ciego era bastante activo en las reuniones, leyendo de su Testamento en Braille y aportando sus comentarios. Ese pequeño esfuerzo en Morrison causó una gran impresión en el lugar y, cuando el sacerdote de Bell‑Ville vino para la celebración mensual de la misa, nos honró predicando un sermón en contra nuestra. El método de trabajo que adoptamos allí se convirtió en un modelo para muchos esfuerzos similares en otros pueblos. La venta de las Escrituras fue un trabajo que nos animó mucho, y tuvimos la satisfacción de saber que en cada casa del pueblo se había dejado literatura cristiana.

Trabajo pionero en Ballesteros

Pronto partimos hacia otro pueblo pequeño que quedaba a unos pocos kilómetros hacia el norte. Este era Ballesteros, un lugar del cual ahora tenemos muchos recuerdos gratos. Allí no se había comenzado ningún trabajo evangelístico y estábamos ansiosos de hacer un trabajo con azadón, es decir, iniciar el trabajo pionero. Pronto encontramos un pequeño local, cuyo dueño estuvo dispuesto a arrendarlo para reuniones y al mismo tiempo, a dejarnos usar un patio adyacente como base para nuestras operaciones locales. La fecha elegida para el inicio del esfuerzo era un día feriado y una cantidad de cristianos vinieron de las dos asambleas cercanas (Bell‑Ville hacia el sur y Villa María hacia el norte). El punto de partida fue una reunión al aire libre con el coche bíblico en el centro del pueblo que atrajo mucho la atención. La primera reunión, esa misma tarde en el pequeño local, también fue bien concurrida y a medida que continuamos durante las semanas siguientes, el interés aumentó tanto que no pudimos acomodar a todos los que vinieron.

Buscando un local más grande, encontramos uno bastante apropiado, excepto que no tenía instalación para luz eléctrica; así que hice un trato con el dueño para poner la instalación a cambio del arriendo de un mes. Este fue un arreglo satisfactorio y por un mes tuvimos reuniones repletas. Como en Morrison, trabajamos sistemáticamente de casa en casa y calle por calle, vendiendo las Escrituras y dejando literatura cristiana en cada hogar. No lo hicimos con apuro de modo que cada vez que se presentaba la oportunidad conversábamos con las personas.

Después del segundo mes de reuniones, decidimos quedarnos por un tiempo en Ballesteros y encontramos un local muy apropiado con una pieza adyacente que podía ser usada para vivienda. Había otra pieza pequeña que convertimos en una cocina y de inmediato trajimos nuestras pocas pertenencias desde Bell‑Ville, arreglando así nuestra nueva morada en ese lugar. De esta manera pudimos estar en constante contacto con las personas que se habían interesado y empezamos a ver conversiones una por una. Durante los varios meses que nos quedamos allí vimos una decena de personas verdaderamente salvas y, a su debido tiempo, se formó una pequeña asamblea.

Las primeras conversiones

Entre los que se convirtieron en ese tiempo, había un caballero llamado Francisco Zinna, que era dueño de una peluquería. Francisco estaba deseoso de aprender y venía a nuestro hogar a menudo para conversar de cosas espirituales. Ponía textos bíblicos en su peluquería y aprovechaba cada oportunidad que tenía para hablar con sus clientes acerca del camino de salvación. No nos sorprendió cuando escuchamos años después que él había dedicado todo su tiempo a la obra y en forma más reciente hemos tenido el privilegio de volver a visitarlo en Argentina y a la asamblea que había surgido como resultado de su trabajo en una ciudad de la región de Mendoza.

Otros convertidos en Ballesteros también nos dieron mucho gozo. Entre los primeros se encontraba un profesor de escuela, don Nicanor y su esposa, doña Carmen, y también una señora, doña María, que era esposa de un carpintero. Esta última tenía un testimonio bien definido por su Señor por lo cual era perseguida al punto que, al poco tiempo después, cuando ella falleció sorpresiva y misteriosamente, se pensó que se había cometido un acto criminal para deshacerse de ella.

Entre aquellos que asistían a las reuniones estaba una dama, doña Francisca, y su hija de 17 años, Crescencia. Ellas, conversando con doña María, expresaron que creían en verdad todo lo que escucharon en las reuniones pero que no podían decir que eran salvas. Doña María respondió a esto: “No es algo acerca del cual deben creer, no más; ¡tienen que poseerlo!” Ella les urgió a hablar con nosotros personalmente y así lo hicieron. El resultado de esa conversación fue que ellas se fueron totalmente convencidas de que eran pecadoras perdidas con necesidad de salvación. Ninguna expresó nada a la otra, pero ambas estaban profundamente afligidas. Esa tarde, mientras Crescencia preparaba la cena, casi no se dio cuenta de lo que hacía de tan preocupada que estaba. La madre estaba en un estado similar, pero cuando se retiraron, en la noche, cada una a su dormitorio, buscaron al Señor con gran intensidad y encontraron la paz al creer. En la mañana las dos tenían la misma historia que contar y cuando la contaron a otros, incluyéndonos a nosotros, nos causó gran regocijo. Ambas continuaron siendo fieles al Señor y más adelante Crescencia se transformó en la esposa de un evangelista.

Pronto después tuvimos la visita de un hombre de edad que era italiano. Dijo que había estado escuchando el evangelio y quería ser salvo, pero no sabía cómo. No sabía hablar muy bien el español y mi italiano era muy pobre, sin embargo, pudimos sostener una provechosa conversación y, al día siguiente, vino a decirme que todo estaba bien ahora; había entendido y creído y estaba contento por haberlo hecho. Por razones de trabajo, unos pocos días después tuvo que viajar a otra región del país, pero como el eunuco etíope, se fue por su camino gozoso.

Otro caso fue el de un alemán de mediana edad que también tenía algunas dificultades con el idioma. Venía a las reuniones regularmente, pero pasó un buen tiempo antes de que la luz del evangelio entrara a su alma. En ese tiempo, descubrí, entre mis papeles una copia del folleto El camino de la salvación en alemán y esto le ayudó mucho. Lo leyó completamente tres veces y después de una conversación pude darme cuenta de que era realmente salvo. Conseguí para él una Biblia en alemán y estuvo muy contento de disponer de una en su propio idioma.

Mientras tanto, nuestro amigo don Francisco (el que sería evangelista) estaba muy preocupado por su hermano Juan. Juan trabajaba en Bell‑Ville y sólo venía a Ballesteros los fines de semana. Una tarde de domingo, después de haber escuchado el evangelio y pareciendo estar impresionado, nos sentimos constreñidos a exhortarlo personalmente para que buscara al Señor. Unos pocos días después, Francisco recibió una carta de su hermano que decía: “Oh, mi amado hermano, ¡cuán hermoso es pertenecer a Cristo, mi Salvador! ¡Grande ha sido mi gozo al experimentar la salvación de mi alma! Gracias a mi Salvador, soy una nueva criatura”.

En ese mismo tiempo una dama joven se convirtió. Fue invitada a las reuniones por Crescencia y su madre y no pasó mucho tiempo hasta que ella expresó su deseo de ser salva. Tuvimos una conversación con ella y en la mitad de la misma, ella escondió su cara entre sus manos y permaneció en silencio por un momento. Cuando levantó su cabeza nos aseguró que se había entregado definitivamente a Cristo y desde ese momento su gozo fue completo. En la siguiente reunión dijo: “¡Cuán diferente es cuando uno se convierte!”

Ella era doña Lucía y con ella vivía un hombre de edad que era pariente suyo, llamado don Luís. El también había asistido a las reuniones y mostraba un gran interés. En esta época tuvimos que estar ausentes de Ballesteros por unos pocos días y fue allí que don Luís se puso muy ansioso por su alma. A nuestra vuelta nos informaron que había pasado toda una noche implorando al Señor que le salvara y que, finalmente obtuvo la paz y seguridad que anhelaba. El cambio era tan evidente en él que no dejaba dudas que el milagro se había realizado.

Algunos días más tarde doña Luisa nos contó de un incidente que confirmó el testimonio de este anciano caballero. Don Luís había entrado a la casa buscando un hacha y doña Luisa estaba curiosa de saber qué haría con ella. Lo siguió hasta el patio detrás de la casa y sin que su presencia se notara observó algo que le impresionó mucho. En un tronco que estaba en el suelo había amontonado cinco pipas en orden (había sido un fumador empedernido) y las rompió una por una metódicamente con el hacha, incluyendo una que era muy adornada y cara y que él usaba sólo en ocasiones especiales, como por ejemplo en días feriados y fiestas religiosas. No era posible que alguien dudara de la conversión de don Luís después de eso.

Unas pocas semanas mas tarde, este notable caballero anciano tuvo el sorpresivo deseo de ir a visitar a algunos parientes en Bell‑Ville. No podía explicar por qué sentía la urgencia de ir allí (era algo que no había hecho en mucho tiempo) pero, el deseo era irresistible; así que dejó su trabajo y fue. Al llegar encontró que una dama que había sido su amiga por mucho tiempo estaba postrada a punto de morir. Le habían mandado a él una carta pero nunca la recibió. Se ofreció para quedarse despierto esa noche y, en las largas horas, le habló de la gran salvación de Dios y le contó de su propia experiencia. Antes que su espíritu la dejara, ella le aseguró que estaba confiando en Cristo y como el ladrón moribundo, ella fue a estar con El en el paraíso.

La noche siguiente, de acuerdo con la costumbre católica, se hizo un velorio. Don Luís ocupó las largas horas de esa noche predicando a las personas que estaban presentes. Volvió a Ballesteros regocijándose de que Dios, por su Espíritu, le había dirigido a ir a Bell‑Ville en el momento preciso y que El le había usado para la salvación de a lo menos un alma y de dar testimonio del evangelio a alrededor de unas cincuenta personas más. Dios aún ordena que salga alabanza de la boca de los niños y de los que maman (Salmo 8:2).

Debate público con un sacerdote

Las reuniones que habíamos estado llevando a cabo, y las frecuentes conversiones que sucedían, habían creado un poco de agitación en el pequeño pueblo y, de acuerdo con la experiencia, se esperaba que tendríamos oposición del enemigo. Así fue que, después de unos pocos meses, llegó el tiempo en que la iglesia católica celebraba su “novena anual” en honor del santo patrono de su parroquia. Esto consistía en una serie de nueve días de servicios especiales, en los cuales un misionero católico enviado especialmente por el obispo de Córdoba, predicaba cada noche y exhortaba a la grey a ser fieles a la iglesia.

El último día de la serie, que era domingo, sucedió que llegaron unos niños a la puerta de la iglesia cuando estaban enseñando el catecismo, llevando en sus manos unos folletos que recién habían recibido en la Escuela Dominical del Local Evangélico. El misionero católico vio estos folletos y luego los examinó más cuidadosamente. Entonces, volviéndose hacia el sacerdote de la parroquia, exclamó: “¿Qué es esta? ¿Su parroquia se está volviendo protestante?” El sacerdote sintiéndose desconcertado y temeroso de que el misionero llevara un informe desfavorable al obispo decidió ahí y en ese momento que algo debía hacerse para corregir la mala impresión.

Esa misma tarde, cuando la iglesia estaba llena hasta desbordar (era el día de la fiesta de San José, el santo patrono) y cuando el misionero había predicado su sermón, el sacerdote de la parroquia se levantó e hizo una aseveración al público. Anunció que, ya que algunos misioneros protestantes habían venido al pueblo, había sabido con tristeza que una parte de su grey se había ido donde ellos, dejando la “verdadera Madre Iglesia” y exhortó a la gente a no dejarse engañar por los argumentos de estas extranjeros. Ellas eran herejes y sus argumentos podían ser refutados fácilmente. “Que vengan donde mí”, dijo, “y me enfrentaré en un debate público con ellos y con cuatro preguntas les haré tomar sus sombreros y salir por la puerta.”

El día siguiente supimos acerca del desafío. Algunos hombres habían estado presentes en el servicio de la iglesia la noche anterior y vinieron a la peluquería de nuestro joven amigo Francisco para contarle todo acerca de esto, y agregaron “ahora vamos a ver lo que sus evangelistas harán con esto”.

Sentimos que el desafío no debía dejarse pasar. Si fuera así, los cristianos se sentirían mal y estarían expuestos a la mofa de todos sus conocidos católicos. Además, sentimos que teníamos un deber con el público católico de testificar acerca de la verdad. ¿No era su mismo sacerdote el que nos estaba dando una excelente oportunidad de presentarles el evangelio y hacer temblar su fe en la iglesia infalible?

Al mismo tiempo, no confiábamos mucho en nosotros mismos para entrar en una controversia pública con el hombre que nos había desafiado y que evidentemente tenía una gran seguridad de que nos dejaría callados. Nosotros éramos jóvenes y sin experiencia y él era un hombre de lucha desde su juventud. Pero, a medida que oramos por el asunto, Dios nos dio coraje para aceptar el desafío. Las palabras de David vinieron a nosotros: “¿Quién es este filisteo incircunciso, que desafíe los ejércitos del Dios vivo?” Esto nos indujo a decir: “El siervo irá y peleará contra este filisteo”.

En ese mismo tiempo mientras orábamos y pensábamos acerca de esto, los textos que aparecían en nuestro calendario en inglés Cheering Words (Palabras de Ánimo) parecían apropiados. Una de sus hojitas decía: “No temas delante de ellos, porque contigo estoy para librarte, dice Jehová” (Jeremías 1:8). Otra decía: “Y temerán desde el occidente el nombre de Jehová, y desde el nacimiento del sol su gloria: porque vendrá el enemigo como río, mas el Espíritu de Jehová levantará bandera contra él” (Isaías 69:19). Y otro: “No temas porque yo estoy contigo; no desmayes porque yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia” (Isaías 41:10). Así que informamos a los hermanos que nuestra intención era aceptar el desafío y les pedimos que oraran especialmente intercediendo por nosotros.

El siguiente paso era escribir una carta al sacerdote informándole de nuestra disposición a tener una reunión con él. En respuesta nos invitó a su casa para conversar sobre el asunto. Encontramos que se comportaba en cierta forma a la defensiva. La intrepidez que había mostrado la noche en que lanzó el desafío parecía haberle dejado y pensó que la discreción era una mejor forma de mostrar su valor. Nos explicó que había hablado en forma precipitada cuando se dio cuenta de que las cosas no marchaban bien “en su casa”, pero lamentó haberlo hecho porque no sería apropiado, según dijo, que dos cristianos aparecieran en público, oponiéndose el uno al otro. Le pregunté entonces si estaría dispuesto a hacer una declaración pública retratando las acusaciones que había hecho en contra de nosotros pero como no estaba dispuesto a hacerla, entonces yo insistí en la necesidad de seguir adelante con el debate.

Entonces él apeló a la táctica de llegar a algún acuerdo amistoso de lo que nos diríamos el uno al otro y me preguntó acerca de qué pensaba hablar. Le recordé que fue él quien lanzó el desafío y que había propuesto hacernos cuatro preguntas: preguntas que había dicho nosotros no podríamos responder. Mis observaciones dependerían, en consecuencia, de las preguntas que él me iba a formular. El hecho de que yo estuviera dispuesto a contestar sus preguntas sin conocerlas de antemano lo hizo sumamente incómodo pero, sin embargo, llegamos a un acuerdo. El acuerdo era que nos reuniríamos el domingo siguiente a las 4 p.m. en un local neutral. El sacerdote insistió en que la discusión no debía durar más de una hora. Le pedí que trajera una Biblia para chequear cualquier cita o referencia que yo pudiera hacer y estuvo de acuerdo en ello.

Me encargué de hacer todos los arreglos necesarios y tuve que moverme rápido para poder lograrlo. Primero, conseguir permiso para usar el local del teatro y el dueño, cuando supo el propósito para el cual se solicitaba el permiso, lo hizo con agrado. Luego, tuvimos que preparar una gran cantidad de folletos con un aviso apropiado estampado en el dorso. La Imprenta Evangélica de Quilmes (Buenos Aires) que inicialmente fue operada por el señor Drake y últimamente por el señor Jorge McCulloch, nos mantuvo bien provisto de folletos, pero éstos venían en rollos, es decir no doblado, y se requería tiempo y paciencia para doblarlos y timbrarla. Mi esposa merece un reconocimiento especial por esta parte del trabajo, como asimismo por otros muchísimos más.

En el momento oportuno miles de folletos estuvieron listos, con un timbre especial en el dorso, que decía DEBATE PUBLICO entre EL SACERDOTE CATOLICO Y EL Evangelista, el domingo 3 de abril a las 4 p.m. en el Teatro de la ciudad.

La noticia de que el sacerdote nos había desafiado ya había circulado por el pueblo, así que este aviso fue bien comprendido, creándose un enorme interés. El domingo en la tarde alrededor de 600 personas se reunieron en el pequeño teatro; muchos de ellos debieron permanecer de pie.

El sacerdote empezó con una conversación amigable para ganar la simpatía de la gente ¡y después me presentó como un colega que había venido a discutir de religión con él! Yo le recordé a él y a la gente el desafío que se había propuesto y le pedí que procediera, sin demora, a hacer sus cuatro preguntas. La primera fue: “¿Quién es el fundador de su religión?” Parecía que el esperaba que yo le dijera: “Martín Lutero” y él sabría donde dirigir la conversación desde allí. Pero yo simplemente le respondí que nuestra religión era el puro y primitivo cristianismo como se encuentra en las Escrituras del Nuevo Testamento. Todas las personas que asistían a nuestras reuniones sabían que todo lo que nosotros predicábamos y enseñábamos era sacado sólo de la Biblia; por lo tanto, no podíamos acudir a nadie más como fundador de nuestra religión que a Jesucristo nuestra Señor.

El sintió que esto merecía una réplica; así que dijo, al efecto: “Esto esta todo bien pero nosotros tenemos más que eso. Dios escogió a su siervo Moisés y dio la ley a través de él; después envió a su hijo Jesucristo que confirmó la ley. Luego Jesucristo escogió apóstoles y designó a uno de ellos, Simón Pedro, para ser cabeza sobre la iglesia. Pedro se fue a Roma y llegó a ser obispo de Roma. Posteriormente se convirtió en el primer Papa y sus sucesores fueron las verdaderas cabezas de la iglesia hasta el tiempo presente. Uno de ellos, el Papa Pío IX nombró un obispo para la diócesis de Córdoba y ese obispo me nombró a mí para que fuera el sacerdote de la parroquia de Ballesteros”. Luego añadió, en forma triunfante: “Ahora ¿qué puede decir contra esto?”

Esto estaba calculado para hacer gran impresión, porque él hablaba no sólo de Pedro sino también de Moisés. Mientras él hablaba yo estaba buscando una oportunidad para introducir de alguna manera el evangelio, así es que volví atrás, a lo que había dicho acerca de Cristo que había venido para confirmar la ley de Moisés. Cristo, dije, no vino meramente a confirmar la ley de Moisés (cité Juan 1:17) y expliqué brevemente la diferencia entre la ley y la gracia, insistiendo en que la salvación no se conseguía guardando la ley (cualquier clase de ley) sino por la gracia de Dios y por la fe en el Salvador que murió por nosotros.

Luego me preocupé de tratar sobre todo el asunto de la primacía de Pedro y la tradición que concierne su supuesto obispado y residencia en Roma. Le pedí al sacerdote que tuviera su Biblia abierta y verificara las referencias que haría a distintos pasajes y esto simulaba hacer, a pesar de que mi esposa y otros observaron que casi nunca encontraba el pasaje. Mostré que Cristo no contempló nunca, en su iglesia, la existencia de jerarquía (Mateo 20:25‑26) o que sus discípulos debieran ser llamados “Santo Padre” (Mateo 23:9-12); que los apóstoles nunca reconocieron que Pedro tuviese algún tipo de supremacía sobre ellos (Hechos 8:14; 15:13‑19; Gálatas 2:9) y que Pablo incluso lo reprendió porque no estaba caminando de acuerdo con la verdad del Evangelio. (Gálatas 2:11‑14).

Además demostré que Pedro era un apóstol, no un sacerdote y ciertamente no era un sumo sacerdote: que sólo Cristo es descrito como un sumo sacerdote para los suyos (Hebreos 7:24‑27). Pedro es descrito como apóstol de la circuncisión (eso es, para los judíos), como Pablo fue apóstol para los gentiles (Gálatas 2: 6‑9). Por lo tanto, no hubo oportunidad de que Pedro pudiera ir a Roma; además, no hay ninguna evidencia en las Escrituras, de que alguna vez hubiera ido allí. Todas las evidencias están en contra de tal suposición. Los primeros quince capítulos de Hechos de los Apóstoles demuestran que Pedro estuvo en Judea y Samaria hasta el año 50 después de Cristo. Desde allí fue a Antioquía (Gálatas 2:11) y después de esto su trabajo apostólico entre los judíos le llevó a Capadocia, Galacia, Asia, Bitinia y el Ponto (1 Pedro 1:1). Desde allí se dirigió al este, a la gran colonia judía en Mesopotamia y desde allí escribió sus dos epístolas cuando ya era un hombre viejo, listo para dejar su tabernáculo (II Pedro 1:14; 3:1; I Pedro 5:13).

Pablo había escrito a los cristianos en Roma (60 d.C.) enviando saludos a muchas personas respetables (Romanos 16); pero Pedro no estaba entre ellos. Pablo mismo llegó a Roma (63 d.C.) y se reunió con los hermanos (Hechos 28:15), pero Pedro no es mencionado. Pablo estuvo dos años completos en su casa arrendada en Roma, (Hechos 28:30) pero Pedro no se menciona. Escribió varias epístolas allí en las cuales menciona una cantidad de personas que estuvieron en contacto en él, pero Pedro nunca es mencionado. En el ocaso de su vida, en el martirio de Pablo, él pudo decir: “sólo Lucas está conmigo” (II Timoteo 4:11). Por lo tanto, la tradición católica acerca de que Pedro residió en Roma es enteramente ficticia y, además, está reñida y es contraria a lo que establecen las Escrituras.

Por el tiempo que este tema había tomado, el sacerdote se estaba sintiendo notoriamente incómodo. Los observadores dijeron que estaba constantemente ocupado sacudiéndose el cabello como si tuviera una mosca imaginaria. Si sus partidarios esperaban una réplica se quedaron completamente decepcionados porque él, otra vez, decidió que la discreción era la parte de mayor valor. El, amigablemente, señaló que era evidente que los evangélicos conocían más las Escrituras que ellos, los católicos, pero si alguien quería leer acerca de la presencia de Pedro en Roma, ellos podían hacerlo en la popular novela Que Vadis. Esto fue lo más asombroso de todo. Esmeradamente demostramos la evidencia de la Escritura para refutar la tradición católica y el sacerdote, en respuesta a nuestra pretendida herejía, había referido a su audiencia a una obra popular de ficción.

A las cinco de la tarde nos recordó que el tiempo acordado había terminado y que debíamos terminar la reunión. Agradeció a la audiencia por su bondadosa y amable atención y luego, yo me levanté para hacer lo mismo pero, al hacerlo, les recomendé que obtuvieran y leyeran ellos mismos una copia de la Palabra de Dios. También dije que lamentaba no poder continuar la discusión por más tiempo, pero si alguno estuviera interesado en el tema, sería bienvenido a la reunión esa misma tarde en el Local Evangélico a las ocho. Varios hombres profesionales y otras vinieron luego a expresar su aprecio de lo que habían escuchado y a indagar por Biblias.

Esa tarde aumentó considerablemente la asistencia a la reunión de predicación. En esa reunión se demostró que no era Pedro sino Cristo quien era la roca y el fundamento de la iglesia, no Pedro sino Cristo el sumo sacerdote de su pueblo y el único mediador entre Dios y el hombre. Un hermano que venía de visita, don Blas Bonino, un evangelista de Villa María, luego tomó la plataforma y predicó el evangelio fielmente. Fue un día para ser recordado por mucho tiempo por los cristianos de Ballesteros. Un tiempo después supimos que el sacerdote en cuestión había sido honrado con el título de Monseñor por el Papa, pero estamos seguros de que esto no fue un reconocimiento a su competencia como un buen apologista.

Obra en Casilda

Un poco antes de estas cosas, el hno. George Spooner, un siervo de edad, había conversado con nosotros sobre la posibilidad de ir con el coche bíblico al pueblo de Casilda, donde él vivía, con el propósito de trabajar en alguno de los pueblecitos y villas de los alrededores; cuando llegó el momento oportuno, nos pusimos de acuerdo para ir allí. Durante nuestra ausencia los hermanos de Bell‑Ville y Villa María, especialmente los hermanos Doorn, Baker y Bonino, quedaron como responsables de las reuniones en Ballesteros.

Casilda queda alrededor de 180 kilómetros al sur y después de pasar por Bell‑Ville, en el camino no tuvimos más contacto con asambleas cristianas hasta que llegamos a los alrededores de Casilda. Sin embargo, tuvimos muchas dificultades y algunos problemas. Primero estaba el problema de cómo salir de los pantanos. En un lugar nos encontramos, no precisamente con barriales con los cuales lidiar, sino que con lugares blandos en el camino que estaban cubiertos de tierra seca, que aparentemente parecían inocentes. Supusimos que eran trampas preparadas para choferes desprevenidos los que se verían obligados a buscar ayuda de los campesinos que vivían en las casas cercanas. Sea como fuere, estuvimos detenidos en ese lugar por bastante tiempo y, finalmente, nos sacó de allí un tractor agrícola. Luego explicamos a los hombres que nos ayudaron que no estábamos en condiciones de pagar su ayuda tan valiosa con dinero pero que les daríamos a cada uno, un ejemplar de la Biblia, el libro más precioso del mundo y más valioso que el dinero que ellos esperaban recibir. Ellos quedaron muy satisfechos con este arreglo.

Debido a que fuimos mal informados, más tarde nos perdimos y tuvimos que pasar la noche en un fundo, devolviéndonos hastiados posteriormente por el mismo camino. En ese tiempo no existían mapas de carreteras.

Antes de llegar a Casilda paramos en varios pueblos y aldeas para distribuir literatura cristiana y llevar a cabo reuniones al aire libre. Pasamos un fin de semana en un lugar llamado Cruz, donde vivía una familia cristiana y el lunes, que era un día festivo religioso, hicimos una reunión al aire libre en el centro de la ciudad. Primero que nada, preparamos un letrero de género grueso para anunciar la reunión y lo pusimos sobre la cabina del coche bíblico. Así recorrimos el pueblo varias veces y como resultado tuvimos 200 personas reunidas a la hora y en el lugar que habíamos anunciado.

Esto se convirtió en algo habitual y llevábamos un par de estos letreros con nosotros; uno anunciaba una reunión en la plaza y el otro decía que sería al otro lado de la estación de ferrocarril. La mayoría de las ciudades tenían una plaza central donde la gente se juntaba en las tardes; en los pueblos más pequeños, “al otro lado de la estación de ferrocarril” era un lugar fácil de identificar. En todas esas ocasiones distribuíamos literatura evangélica y vendíamos ejemplares de las Escrituras; en la ocasión que citamos fue notable la demanda por Biblias.

Después de unas pocas paradas parecidas, finalmente llegamos a Casilda y, en las siguientes semanas fue un privilegio cooperar con el hermano Spooner. El ya había hecho contactos con familias y grupos de personas en los pueblos y aldeas vecinas y fuimos con él a todos estos lugares a hacer reuniones con variados resultados.

En cierto lugar, tuvimos reuniones cada noche en la casa de un caballero que era dueño de un pequeño grupo de empresas. Las personas que asistieron demostraron bastante interés. Una dama de edad mostró especial interés, así es que averiguamos donde vivía y la visitamos. Ella dijo que había estado tratando de entender el Evangelio, pero no lo había podido aceptar para sí. Entonces usamos una pequeña ilustración para ayudarle. Sabíamos que a menudo estas personas obtenían crédito en el almacén del pueblo y tenían una cuenta que pagaban cuando podían vender algo de su producción agrícola, así es que le dije: “Doña Margarita, supongamos que usted tiene una deuda con el dueño del almacén y que no puede pagarla. Usted ha tenido un mal año y no ve ninguna posibilidad de pagar sus obligaciones. ¿Qué debe hacer? Ella no supo responder. Le pregunté: “¿Podría ir donde el dueño del almacén y pedirle que se olvide de la deuda, prometiéndole que desde ahora en adelante usted le pagará al contado?” “Oh no”, respondió ella. “él no aceptaría eso y diría que está bien que le pague al contado en el futuro, pero primero tengo que pagar lo que debo ahora”.

Nos sentamos en pequeños pisos al lado de un brasero y le dimos tiempo para pensar. Después dije: “Usted sabe, algunas personas piensan que pueden hacer esta proposición a Dios. Ellos dicen que si El se olvida de sus errores pasados, ellos tratarán de hacerlo mejor en el futuro; pero, ese no es ningún arreglo, ¿verdad?” Ella entendió que no lo era y luego continué: “pero suponga que usted tiene un amigo bondadoso que llega a saber de su problema y va donde el dueño del almacén y paga todo lo que usted debe, ¿qué le parecería?” Mientras esperaba su respuesta sus ojos se llenaron de lágrimas y exclamó, “¡Oh sí! … sé quién es el Amigo que pagó mi deuda con Dios. Gracias por explicármelo. Está todo arreglado ahora”.

No hay nada más precioso que ser testigo de la entrada de un alma al reino de Dios al apreciar y aceptar la obra del Salvador. Durante el tiempo del cual escribo Dios nos dio este gozo en forma bastante frecuente. En total, pasamos unos dos meses en los alrededores de Casilda y después decidimos que era tiempo de dirigirnos de regreso a Ballesteros.

En el camino, paramos en Cruz, donde habíamos visto antes mucho interés y una fuerte lluvia hizo que prolongáramos nuestra estadía por uno o dos días más, ya que sabíamos que los caminos no estarían en buenas condiciones. Un día un joven, que nos había visto antes con el coche bíblico, nos paró en la calle. El pertenecía a una familia cristiana de un pueblo distante, pero dijo que no era convertido. Su esposa también pertenecía a una familia cristiana pero tampoco era convertida, de modo que convinimos una visita en su casa y ese día tuvimos una conversación sería y larga con ellos, que, hasta cierto punto, pareció impresionarlos. También nos pusimos de acuerdo para visitarles la tarde siguiente y otro matrimonio que había mostrado interés en las reuniones previas también fue invitado a estar presente. Les presentamos el Evangelio en forma detallada, en una larga sesión que duró hasta la medianoche; pero, no tuvimos, en ese momento, ningún resultado definitivo. Sin saber que la joven dueña de casa estaba bajo profunda convicción, nos fuimos temprano a la mañana siguiente.

Unos pocos días después, cuando estábamos de retorno en Ballesteros, recibimos una preciosa carta de ella contándonos de la angustia que experimentó el día de nuestra partida y el gran alivio que tuvo, algunas horas más tarde, cuando se entregó al Salvador “en un torrente de arrepentimiento y gozo”. ¡Cuán agradecidos estábamos, entonces, que la lluvia nos hubiera demorado dos días más en el pequeño pueblo de Cruz!

Dirigiéndonos hacia el norte

En nuestro regreso a Ballesteros nos esperaba una grata sorpresa. Cuando inicialmente nos instalamos en el local de predicación que habíamos arrendado allí, los asientos consistían en largos tablones soportados por cajones de madera. Fue lo mejor que pudimos hacer por el momento. Pero ahora, a nuestro regreso desde el sur, los tablones se habían transformado en cómodas bancas. Esto fue obra de don Derco, el holandés que se había convertido recientemente.

Después de unos pocos meses, decidimos que podíamos dirigirnos hacia el noroeste y hacer contactos en lugares donde no se había intentado ninguna obra evangélica. Antes de hacerlo, necesitábamos hacer importantes reparaciones al coche bíblico. El chasis mostraba signas de haberse doblado y tenía que ser reforzado. También, necesitábamos poner un nuevo eje. Estos y otros gastos disminuyeran nuestros fondos. Hacía tiempo que el coche había estado mostrando señales de vejez y necesitaba un nuevo juego de neumáticos, pero, en ese momento, no estábamos en condiciones de adquirirlos. Escribiré más sobre esto después.

El pensamiento dominante en nuestras mentes era de que tan pronto como el Señor abriera las puertas nos dirigiríamos hacia Chile; pero parecía que su pensamiento era que siguiéramos usando el auto viejo por un tiempo más. Entonces vendimos unos pocos enseres que poseíamos y otra vez seguimos viajando.

El arreglo que teníamos para recibir correspondencia era como sigue. El hermano Enoch Brown tenía una casilla de correos en la ciudad de Buenos Airee y, amablemente, nos ofreció la posibilidad de usarla. Le mantuvimos informado de todos nuestros movimientos y él nos mandaba la correspondencia a las direcciones que le proveíamos cada cierto tiempo. Pero, de la época que ahora escribo, nos dirigíamos hacia un área donde no teníamos contactos y por lo tanto, no podíamos darle una dirección. El último lugar donde tuvimos contactos con creyentes conocidos fue en el pueblo de Oliva que se encuentra en el camino principal que lleva a Córdoba. Desde allí le escribimos a los hermanos en Córdoba que estaban deseosos de tener un esfuerzo evangelístico en una nueva ciudad (Río Tercero) que quedaba hacia el oeste. Habíamos quedado de acuerdo en que nos encontraríamos allí cierto día festivo con los hermanos que venían desde Córdoba por un camino diferente.

Nuestra ruta quedaba lejos de la línea del tren, pero esa era toda la información que pudimos obtener. La gente nos indicaba la dirección general y nos decía que preguntáramos otra vez cuando estuviéramos “cinco leguas más adelante” (una legua equivale a 6,572 kilómetros). Nos habíamos quedado unos pocos días en Oliva, vendiendo Biblias de puerta en puerta para obtener dinero para comprar gasolina y otras cosas necesarias, y después seguimos viaje. Pero, debido a las condiciones del camino y a que la distancia era más larga de lo que creíamos, avanzamos lentamente. Para aumentar nuestros problemas, el radiador empezó a gotear y teníamos que parar donde había señales de vida para pedir un poco de agua. Finalmente, pudimos obtener una semilla de linaza que, puesta en el radiador, paraba la gotera satisfactoriamente, por algún tiempo. También tuvimos problemas con los neumáticos y tuvimos que usar los dos repuestos.

Después de un largo día de viaje, llegamos finalmente a una pequeña aldea donde había una bomba de gasolina y pudimos llenar el estanque. Pero esto consumió todo nuestro dinero. Más adelante, en la tarde llegamos a una villa en la línea del tren que lleva a Río Tercero y decidimos pasar la noche allí. Teníamos suficientes alimentos para cenar y tomar desayuno, pero no sabíamos de dónde vendría el resto. Antes de instalarnos para pasar la noche caminamos por el lugar y distribuimos algunos folletos. Luego nos encomendamos al Señor y le pedimos que Él se encargara de nosotros. Y El lo hizo y bastante pronto.

Todavía era temprano en la mañana cuando golpearon la puerta del coche bíblico. Aquí estaba un mensajero que nos había sido enviado y que nos dijo que una dama que vivía en el pueblo estaba ansiosa por vernos. El mensajero nos llevó a ver a esta dama, que era una creyente ferviente. “Pero” dijimos, “entendíamos que no había creyentes en esta región”. “Es verdad” dijo ella, “no había ninguno hasta hace pocas semanas, cuando yo llegué aquí, junto a mi esposo”. Su esposo trabajaba en el ferrocarril y había sido transferido a este lugar. Especialmente, la señora que se menciona, se había estado sintiendo mal por haber tenido que estar alejada de la comunión cristiana. Alguien le había informado de nuestra llegada al lugar, y no perdió el tiempo en mandarnos a buscar. “Ahora”, dijo, “tienen que quedarse todo el día conmigo y he pensado darles una comida agradable”.

En las circunstancias en que nos encontrábamos esto sonó como muy interesante pero, le explicamos que teníamos que apurarnos para llegar a nuestro destino, ya que habíamos convenido con otros misioneros que nos encontraríamos el día jueves siguiente que era feriado, para tener una gran reunión al aire libre en ese lugar. Generalmente en días festivos, la gente viajaba desde los pequeños pueblos alrededor hacia las grandes ciudades. “Muy bien”, dijo nuestra amiga, “si ustedes no pueden quedarse más tiempo tendrán que llevarse todas las provisiones que yo voy a utilizar para preparar la comida”. Y después de decir esto ella cocinó un ave grande que había faenado, la limpió y preparó, agregándole, además, una gran cantidad de verduras frescas. Sería difícil decir cuán agradecidos estábamos nosotros por esta mesa dispuesta en el desierto. (Salmo 75.19)

Pero eso no era todo. Necesitábamos dinero para gasolina y otras necesidades, pero nosotros jamás íbamos a mencionar eso. Ni necesitábamos hacerlo. Antes de irnos, mi esposa invitó a esta hermana para mirar por dentro este vehículo extraño que literalmente era una casa sobre ruedas. Ella le mostró la pequeña cocina, el lavatorio y otras partes pero, la atención de la mujer fue atraída hacia los estantes donde había filas de Biblias. “¿Y todos estos libros, para que son?”, preguntó. Y mi esposa le explicó: “Estas son Biblias y nosotros las vendemos”. “¿Qué? ¿ustedes venden Biblias?”, preguntó asombrada. “Sí, ¿por qué?” Y luego contó la razón de su interés.

Ella desde el tiempo de su llegada al lugar, cerca de seis semanas antes, había estado reuniendo a algunas damas en su casa para hablarles del Evangelio. Algunas de ellas se habían interesado en adquirir Biblias, así es que había estado recolectando el dinero de ellas y estaba a punto de enviar una orden a la Sociedad Bíblica en Buenos Aires para adquirirlas. “Pero vean lo que el Señor ha hecho por mí”, exclamó ella. “Él ha enviado las Biblias a mi puerta. ¿No es bueno El conmigo?” Estuvimos de acuerdo en que El es muy bueno y, al mismo tiempo, le agradecimos a Él por su bondad para con nosotros.

Río Tercero

La distancia desde allí hasta Río Tercero no era muy grande pero, había tres pantanos imparables en el camino y tuvimos que desviarnos por caminos rurales. A veces teníamos que seguir una huella angosta, a lo largo de los bordes de los campos, pero finalmente, llegamos a nuestro destino. Ahí encontramos un caballero creyente que, por razones de trabajo, se había venido recientemente desde Villa María con su familia, así es que de inmediato tuvimos un punto de contacto. Este hermano deseaba que tuviéramos reuniones en su casa, así es que nos pusimos a confeccionar algunas bancas con este propósito.

Mientras tanto habíamos enviado un telegrama a los hermanos en Córdoba para avisarles de nuestra llegada sin problemas y para decirles que les esperábamos para los días feriados. Los que vinieron fueron James Clifford, James Russell, un hermano árabe llamado Hani y un joven argentino. En resumen, un grupo de cristianos vino en tren para aumentar el número de creyentes y el resultado fue que hicimos en el centro de la ciudad, una reunión al aire libre bastante grande. Varios hermanos se turnaran para predicar desde la plataforma del coche. También nos dieron permiso para usar un café‑teatro para realizar una reunión más tarde, la que fue muy concurrida. Fue un buen día y muchos la recordaron después como el inicio de la obra en esa ciudad.

Los hermanos de Córdoba nos desearon bendiciones y volvimos a casa. Pero antes de irnos nos dijeron que fuéramos a esa ciudad y nos prometieron brindarnos cooperación en cualquier esfuerzo que quisiéramos hacer con el coche en esa área. Entretanto, continuamos con las reuniones cada noche por dos semanas, teniendo una asistencia regular de cerca de 30 personas. En este tiempo, tuvimos el gozo de ver a dos personas salvadas. Una era una dama francesa que espontáneamente confesó había sido salvada en una de las reuniones. La otra era una dama alemana que había sido una protestante nominal, pero que nunca supo qué era realmente la salvación.

Durante las reuniones ella fue despertada a la realidad, y dándose cuenta de su necesidad estaba deseosa de ser salvada, así es que la visitamos en su casa. Ella escuchó atentamente mientras le explicamos el Evangelio y pareció comprender y aceptar todo lo que le dije, pero aún estaba dudosa de decir que era salva. Le dije, otra vez, todo lo que Cristo había hecho por ella y que toda lo que Dios quería era que ella lo aceptara por fe. Sostenía el Nuevo Testamento en mi mano y le pregunté: “Suponga que yo le ofrezco este pequeño libro, ¿qué tiene que hacer usted para poseerlo?” “Aceptarlo y darle loe gracias”, contestó ella. Y siguiendo la acción a la palabra, tomó el Nuevo Testamento de mi mana y dijo: “Este será un recuerda para mí del momento cuando acepté la salvación de Dios.”

Un capítulo de milagros

Alrededor de este tiempo, hubo un gran cambia en el clima. Se puso muy frío y los caminos se pusieron difíciles con el hielo. En particular, recordamos una fría mañana cuando nos despertamos y encontramos que en el interior del coche había un jarro de agua que tenía una capa de hielo encima. Pero pensamos que los duros caminos eran preferibles a los caminos suaves y barrosos, así que partimos con el pensamiento de estar en el pueblo de Alta Gracia, en la dirección de Córdoba, para un importante feriado nacional. Pero no habíamos avanzado mucho cuando comenzaron nuestros problemas otra vez. Primero un neumático y luego otro reventaron, y no había ningún lugar cerca donde pudiéramos mandarlos a vulcanizar. Decidí que sería necesario sacar los dos neumáticos traseros y andar sobre los aros de las ruedas hasta el pueblo más cercano. Pero, en el proceso de levantar el eje trasero “la gata” no resistió y se negó a seguir funcionando. Así es que, en ese momento decidimos que teníamos que parar definitivamente.

Pensé en la posibilidad de poner una viga de madera bajo el eje y cavar bajo la ruedas para sacar los neumáticos. Pero, el terreno estaba muy duro y mi pequeña pala (una amiga fiel en muchas ocasiones anteriores) poco podía hacer. Mi buena esposa se sentó en el asiento delantero del vehículo y oró. Le pregunté qué pensaba de esta situación y ella dijo: “Debe ser Romanos 8:28 pero no lo veo tan claramente.” Nos preguntamos que haría Dios ahora.

Después de un rato, apareció un vehículo a la distancia. Era un camión de la ciudad de Córdoba que se acercó y paró frente a nosotros. La primera cosa que el chofer hizo fue traer un poco de fruta y ofrecérsela a mi esposa y luego de este gesto amistoso, nos informó que era un creyente. El no había sido bautizado aún, pero había estado asistiendo a reuniones en una asamblea en Córdoba y se había convertido poco tiempo atrás. Además, había escuchado acerca del maravilloso coche bíblico y fue capaz de reconocerlo inmediatamente. ¿Qué podía hacer él por nosotros?

No tomó mucho tiempo explicarle nuestras intenciones y de inmediato se dio cuenta qué era lo que se debía hacer. Extrayendo una “gata”, rápidamente sacó los neumáticos y se hizo cargo de ellos, junto con el repuesto que también necesitaba reparación. “Ahora”, dijo, “hay una pequeña aldea sólo dos kilómetros más allá. Tendrán que manejar hasta allí lentamente, pero iré delante de ustedes para arreglar con el dueño de una pequeña posada para que reciba el auto en custodia por unos pocos días. Luego, ustedes tomarán el tren a Córdoba, y llevarán los neumáticos para mandarlos a vulcanizar”. Luego, mirando su reloj, dijo: “pero no pueden perder tiempo; el tren llegará diez minutos para las siete y si lo pierden, no habrá otro hasta el lunes a la misma hora”. (Era sábado en la tarde alrededor de las seis veinte).

Dejando dos surcos en el camino detrás de nosotros, llegamos al lugar donde nuestro amigo, el buen samaritano, nos estaba esperando, y el coche fue debidamente instalado, en el patio interior de la posada. Yo todavía estaba con overall y bastante desastrado así es que en los pocos momentos disponibles tuve que bañarme cambiarme ropa y arreglar una pequeña maleta con la ayuda de una lámpara porque, ya estaba bastante oscuro. La lámpara chisporroteó y se apagó y la operación finalizó más por fe que por vista. No perdimos tiempo y nos fuimos rápidamente a la estación de ferrocarril. El tren ya estaba allí y nuestro amigo estaba reteniéndolo. Había puesto los neumáticos en el maletero y cuando llegamos nos entregó nuestros boletos y se despidió de nosotros. Pagó todos los gastos y estuvo contento de hacerlo, lo cual fue muy bueno, porque contábamos con muy poco dinero.

Mientras nos acomodamos para el viaje de dos horas a Córdoba nos maravillamos de las obras del Señor y reflexionamos que “el Omnipotente tiene siervos por doquier”. El lugar donde ocurrió nuestro contratiempo era una parte desolada del país, con muy poco tráfico vehicular en el camino, y nuestro amigo nos contó que él casi nunca tenía ocasión de viajar por allí. Y a pesar de eso, había pasado en el día y a la hora señalada, en el momento preciso.

Ahora íbamos viajando hacia Córdoba más temprano que lo esperado y ¿qué haríamos al llegar allí? Era el fin de semana de un gran feriado nacional (el 9 de Julio). En esa fecha habría una conferencia en Tucumán (mucho más al Norte) y entendíamos que los hermanos Clifford y Russell (residentes en Córdoba) planeaban estar presentes en esa conferencia. En Córdoba no teníamos otras direcciones que las de ellos, así es que ¿adónde iríamos? No teníamos dinero para ir a un hotel (la razón de ésta constante escasez de fondos se explicará más adelante), pero habíamos experimentado suficiente de la bondad de nuestro Dios, aun ese día, para confiar que El se haría cargo de cualesquiera futuras emergencias.

Ese sábado, llegamos a Córdoba alrededor de las nueve de la noche y después de dejar los tres neumáticos en custodia en la estación, nos dirigimos a la calle. Nos habían informado que los Clifford vivían en Bulevar Guzmán, al lado del local evangélico y no lejos de la estación del ferrocarril. Así es que primero pensamos ir para allá a ver si alguno de los Clifford estaba en casa. No hubo respuesta al timbre pero, cuando tocamos la puerta, alguien salió de la casa vecina y nos informó que toda la familia se había ido y estaría ausente por varios días.

¿Y ahora que? Nos devolvimos en dirección a la estación y nos paramos en una esquina para pedir la dirección del Señor. En la calle donde nos habíamos parado pasaban tranvías frecuentemente y uno que pasaba tenía un letrero que decía: “San Vicente”. Esto pareció prender en nuestras mentes una verdadera ampolleta y luego recordamos que el hermano árabe que acompañaba a los hermanos Clifford y Russell nos había dicho que vivía en San Vicente. Su nombre era Hani pero, no teníamos su dirección, y San Vicente era una extensa área suburbana de Córdoba. Buscar a un hombre llamado Hani en esa área a las diez de la noche sería como buscar una aguja en un pajar. No parecía razonable.

Dejamos que pasara este tranvía pero mientras esperábamos, tuvimos la impresión de que debíamos tomar el siguiente en esa dirección y ver qué sucedía. Después de todo, Dios nos trajo a Córdoba de una manera providencial y no nos iba a dejar abandonados en una esquina. Así que cuando vino el próximo tranvía nos subimos. Estaba bastante lleno pero, cuando miramos al pasillo vimos un de asientos y fuimos a ocuparlos mi esposa a un lado y yo al otro. ¡Cuál no sería nuestra sorpresa al descubrí que yo iba sentado al lado del hermano Hani, el hermano que justamente queríamos encontrar!

El hermano Hani estaba tan sorprendido de vernos como nosotros a él. Nos dio una calurosa bienvenida en su hogar y cuando le contamos la historia de los eventos del día él lloró. Luego nos contó su historia. El había ido al pueblo y estaba a punto de subirse a un tranvía para regresar a casa cuando de repente se acordó de comprar algo para llevar, así que entró a una tienda cercana y salió antes de que el próximo tranvía llegara. El tranvía del que se bajó fue el que nosotros dejamos pasar; al tranvía que subió nosotros subimos en la parada siguiente.

Pero hay más que contar. La casa de los Hani era pequeña. Estaba compuesta sólo de un living y un dormitorio y ellos nunca habían podido recibir visitas. Pero, poco tiempo antes de nuestra llegada el hermano Hani había sido ejercitado en esto. Como anciano de la asamblea él sabía que debía mostrar hospitalidad, y esto era lo que quería hacer. Así que se había puesto a trabajar y había levantado una pequeña pieza en el rincón del patio trasero y esa pieza, nos dijo con alegría, estaba lista para ser ocupada; la pintura acababa de secarse. Nos dijo que nos sintiéramos como en casa y nosotros estuvimos contentos de hacerlo así.

Al día siguiente, el día del Señor, él anunció a la asamblea la razón de nuestra inesperada llegada a Córdoba y exhortó a los cristianos en relación a su responsabilidad con el trabajo del coche bíblico. También se puso en contacto con otra asamblea cercana sobre lo mismo y como resultado, fueron provistos dos neumáticos nuevos para el coche. De los tres viejos, dos fueron desechados y el otro fue vulcanizado.

Antes de que nos fuéramos de San Vicente para volver al vehículo abandonado, el hermano Hani nos hizo una calurosa invitación para volver pronto y hacer completo uso de la “pieza del profeta” por todo el tiempo que quisiéramos usarla como nuestra base de operaciones en el área de Córdoba. No podíamos estar más agradecidos al Señor por esta invitación por una razón muy especial que ahora voy a explicar.

Por un tiempo habíamos sentido la total falta de correspondencia desde nuestros países de origen y ni siquiera podíamos adivinar la razón de ello. No sabíamos por qué nuestro arroyo tenía que secarse tan completamente. Pero en el viaje de regreso a Córdoba supimos la verdad. Como fue mencionado previamente, nuestra correspondencia del extranjero llegaba a la casilla de Enoch Brown en Buenos Aires y era enviada por él a las direcciones que nosotros le proveíamos cada cierto tiempo. No obstante vino una época cuando las autoridades postales de Buenos Aires pusieron en vigencia una nueva reglamentación que tenía que ver con la propiedad de las casillas de correo; ellas podían ser usadas única y exclusivamente por quienes las arrendaban. Entonces sucedía que las cartas dirigidas “a cargo de tal y cual casilla” eran devueltas al remitente. El resultado de esto fue que, durante un período de varios meses nosotros prácticamente no recibimos ninguna correspondencia. En estas circunstancias, era necesario proveer a nuestros amigos en el exterior una nueva dirección para que las cartas devueltas pudieran ser enviadas a nosotros.

En esos días nadie pensaba en correo aéreo, así es que las cartas que venían desde Gran Bretaña o desde los Estados Unidos de Norteamérica se demoraban como un mes en llegar. Y aquellas que habían sido devueltas a los remitentes se demoraban, en realidad, tres meses en llegar nuevamente a nosotras. Así es que necesitamos tener mucha paciencia y confianza en el Dios de Elías. En vez de proveer una mujer viuda, El nos proveyó esta pareja útil que nos dio hospitalidad ilimitada. Debido a las circunstancias especiales de nuestro encuentro ese sábado en la noche, el hermano Hani estaba convencido de que Dios nos había enviada a su casa para que pudiera asumir la responsabilidad de nuestro bienestar.

En pocos días pudimos volver a la pequeña ciudad donde habíamos dejado el coche y continuar el interrumpido viaje a Alta Gracia. Al llegar allí, empezamos con reuniones al aire libre en la plaza central. Los hermanas Clifford y Hani vinieran desde Córdoba para ayudar y las reuniones llamaron bastante la atención. Había un pequeño grupo de creyentes allí y con el objeto de animarles, realizamos reuniones en sus casas durante la primera semana. Luego anunciamos una semana especial de reuniones en el local. Supimos, al menos, de una dama que fue salva durante aquellas reuniones. Ella era la esposa de un árabe educado, el hijo de un distinguido sacerdote de la iglesia ortodoxa en Córdoba. Este caballero, junto con su esposa, asistió a todas las reuniones y pareció convencido de la verdad de todo lo que escuchó pero, cuando su esposa hizo confesión de su fe, el permaneció silencioso. Parecía que temía desagradar a sus parientes ortodoxos, pero su esposa dio un testimonio brillante.

Un viaje a las sierras

De vuelta en Córdoba, pero esta vez con el coche, llevamos a cabo reuniones al aire libre en diferentes localidades, apoyadas por creyentes de varias asambleas. El hermano James Russell sugirió entonces hacer un viaje hacia las sierras de Córdoba y nos expresó que estaba dispuesto a ir con nosotros. Había una pequeña asamblea en un lugar aislado llamado Dean Funes y sería provechoso, dijo, para animar a los creyentes de allí y también para desarrollar en el camino un trabajo evangelístico. Así que hicimos los arreglos necesarios y salimos.

Dean Funes quedaba alrededor de 100 kilómetros hacia el norte y el camino era más bien malo pero, finalmente, después de parar en varios lugares para distribuir literatura, llegamos allí. La pequeña asamblea en Dean Funes nos recibió muy cordialmente y llevamos a cabo reuniones tanto para los creyentes como para inconversos. El pequeño local era bastante respetable, pero el letrero era muy rústico. Obtuve el permiso de ellos para sacarlo y pintarlo otra vez. En varios de los locales que visitamos y especialmente en las aldeas rurales, desafortunadamente tenían letreros poco dignos y se convirtió en un hobby mío hacerlos nuevos. De esta manera, dejamos recuerdos nuestras en diversos locales.

Los hermanos de Dean Funes sugirieron que nos devolviéramos a Córdoba por un camino distinto con el propósito de visitar varios pueblos que no habíamos visitado en nuestro viaje de ida. También nos dijeron que nos desviáramos de esa ruta para aprovechar de visitar una granja donde había ido a trabajar uno de los hermanos. A él le gustaría mucho que lo visitaran, dijeron, y quizás se podrían hacer los arreglos necesarios para tener una reunión con los obreros agrícolas. Intentamos seguir con las instrucciones recibidas, pero muy pronto nos dimos cuenta que estábamos en caminos y senderos con un vehículo que jamás estuvo preparado para atravesar tales terrenos. El sendero nos llevó por bosques y matorrales donde abundaban las piedras y los hoyos en el camino, pero seguimos adelante con la esperanza de que las cosas mejoraran. Además, la huella era tan estrecha que parecía imposible volver atrás. En un lugar, llegamos a un arroyo con un descenso pronunciado por un lado y un ascenso más pronunciado aun en el otro, y nos preguntamos si el viejo Ford modelo “T” podría llegar al otro lado. Pero las oraciones de mi esposa prevalecieron y pudimos proseguir. Después de esto, obviamente, no podíamos pensar en volver atrás.

En otro lugar, tuvimos que detenernos completamente al darnos cuenta de que el camino desembocaba en un lago, sin otra alternativa excepto una extensión de agua ante nosotros, sin saber cómo proseguir. El viejo Ford había pasado a través de varios hoyos de barro antes, pero no era exactamente un anfibio, y lo único lógico que debíamos hacer era parar. Parecía como que necesitábamos al Dios de Moisés esta vez.

Después de un largo rato pasó un vehículo campesino y entrando en el agua sin vacilación avanzó unos pocos metros y luego rodeó unas rocas que estaban dentro del lago a nuestra izquierda y desapareció detrás de ellas. Concluimos que había llegado a la orilla en el otro lado de las rocas e inmediatamente lo seguimos. Un gramo de ejemplo valía más que un kilo de teoría en ese lugar y pronto estábamos en tierra firme otra vez para continuar nuestro viaje. La huella angosta y pedregosa continuó por una larga distancia a través de cerros y valles y casi todo el tiempo usamos los frenos o la primera marcha mientras el radiador hervía constantemente. Así que sentimos gran alivio cuando dejamos el sendero atrás y empezó un camino más decente que nos llevaría a los pueblos que nuestros amigos de Dean Funes tenían en mente.

Pero primero teníamos que localizar la granja que ellos nos dijeron era el lugar donde trabajaba el creyente. Llegamos allí en la tarde y el hermano y su esposa estuvieron encantados de darnos la bienvenida. Primero que nada, mataron un cabrito y lo asaron sobre una fogata y nosotros, sin duda, disfrutamos de la rica comida. Después de esto nuestros anfitriones quisieron que les habláramos hasta avanzada la noche.

El hogar de esta gente humilde realmente era una pieza circular grande construida como un cobertizo y servía como living, comedor y dormitorio a la vez. El número de camas nos llamó la atención ya que la familia misma no era muy numerosa, pero supimos que otros miembros de la comunidad de la granja también dormían allí. Sin embargo, la dueña de la casa nos aseguró que dos de las camas esa noche estarían vacantes para hospedarnos.

Mi esposa, siempre rápida en captar la situación y actuar de acuerdo con ella, salió sorpresivamente de la pieza instruyéndome a que siguiera con la conversación. Ella fue al coche y rápidamente hizo una cama de dos plazas combinando los camarotes superiores e inferiores con sábanas y frazadas limpias e hizo que todo se viera lindo. Luego volvió y sugirió, casualmente, que quizás los amigos querrían ver el interior del vehículo. Las exclamaciones de sorpresa y admiración fueron unánimes y todos estuvieron de acuerdo en que quizás sería mejor para nosotros que usáramos nuestro propio dormitorio. Nosotros no estuvimos en desacuerdo con ellos.

Al día siguiente, fuimos a una villa cercana y distribuimos folletos de puerta en puerta. También pudimos vender algunas Biblias y Nuevos Testamentos. Era un lugar donde nunca antes se había predicado el evangelio y las Escrituras eran bastante desconocidas. Podría decirse lo mismo de otros lugares que visitamos en ese mismo viaje.

En un lugar, sin embargo, en forma providencial, conocimos a un matrimonio que era creyente. Habíamos estado trabajando de puerta en puerta en su pueblo y habíamos obtenido permiso policial para realizar una reunión al aire libre el día siguiente. (Era necesario obtener este permiso veinticuatro horas antes de la hora de la reunión). Luego, como la noche estaba cayendo, empezamos a buscar un lugar apropiado para instalarnos, para no quedarnos en la calle durante la noche. Estábamos a punto de darnos por vencidos de encontrar un lugar, cuando de repente, un hombre se paró en el camino y, apuntando hacia un portón abierto, dijo con una voz amigable: “¡Entre aquí, hermano!” Estábamos más que sorprendidos y muy agradecidos por la oportunidad de pasar una noche tranquila.

Este hombre ya sabía de nuestra presencia en el pueblo aunque no habíamos llamado a su puerta: él había salido con la intención de buscar el vehículo que se le había descrito. Fue un encuentro muy oportuno, porque un momento más tarde habríamos tomado otra ruta; así que tuvimos una buena razón para estar agradecidos el día siguiente.

Ese día el hermano Russell y yo completamos el ciclo de las visitas de casa en casa y volvimos al coche alrededor de mediodía. Cuando lo hicimos, una terrible tempestad de polvo se empezó a levantar y aumentó en intensidad a medida que las horas pasaban. Nos refugiamos en el coche, el cual estaba protegido en un cobertizo grande y otra vez tuvimos razón para agradecer a Dios por su misericordia que nos cobijó en este lugar provisto tan oportunamente. Estábamos bien protegidos mientras el pequeño tornado desató toda su furia, pero éste se llevó consigo toda posibilidad de realizar la reunión para la cual se había obtenido el permiso.

Prosiguiendo nuestro viaje, llegamos a un pueblo más grande llamado Jesús María. (¡Cómo es profanado el nombre del Salvador en los países católicos!) Llegamos la tarde del viernes y decidimos quedarnos el fin de semana para llevar a cabo una reunión al aire libre en el Día del Señor. Lo primero que teníamos que hacer era preparar grandes cantidades de folletos evangelísticos. Como en otras ocasiones los folletos debían ser desenrollados, doblados y luego timbrados con el anuncio de la reunión a llevarse a cabo en la plaza. Mi esposa hizo la mayor parte de este pesado trabajo, mientras el hermano Russell y yo nos ocupábamos en la distribución. El domingo vino una cantidad considerable de gente para escuchar la palabra de Dios. Sin embargo no supimos de la existencia de ningún creyente en ese pueblo.

De regreso a Córdoba

El día siguiente, regresamos a Córdoba y usamos el coche por varias semanas para realizar reuniones al aire libre con las diferentes asambleas. Algunas de las reuniones se realizaron en distritos turbulentos y el auditorio tendió a ser un poco rudo y bochinchero pero, de todas maneras, sentimos que valía la pena haberlas realizado. En una ocasión visitamos la parte árabe de la ciudad y el hermano Hani estuvo contento de poder predicar el Evangelio en su propio idioma.

Hacia el mes de Noviembre (1927), tuvimos indicaciones bien definidas que se nos estaban abriendo las puertas para emprender el largo y esperado viaje a través de las montañas hacia Chile. Por un lado, el viejo coche bíblico estaba ahora en tal estado de desgaste que sentimos que había llegado al limite de su vida útil. Por otro lado, sentimos que no debíamos abusar de la amable hospitalidad del matrimonio Hani, cuya casa había sido nuestra base de operaciones por cerca de dos meses. Y, en tercer lugar, la correspondencia que no habíamos estado recibiendo por varios meses debido a que era devuelta a los remitentes, ahora estaba llegando a nuestra dirección en Córdoba. Una parte de las cartas que estaban perdidas llegaron todas al mismo tiempo y, entonces, nos dimos cuenta de lo que Dios había estado haciendo.

A menudo estamos inclinados a preguntarnos por qué Dios permite esto o aquello. “La ciega incredulidad con seguridad se equivoca” con relación a tales materias. Ciertamente, cuando el viejo coche nos estaba dando tantos problemas, no parecía el momento adecuado para disponer de poco dinero, pues lo necesitábamos para pagar las reparaciones y los repuestos. Pero tal como ese viejo vehículo estaba determinado a mantenernos con escasos recursos, así también el Señor, había determinado que ahorráramos dinero para otro propósito. Luego, cuando todo el dinero llegó junto, solo pudimos agradecerle a El por lo que había hecho.

Así que empezamos a hacer los preparativos para el largo viaje a través de la cordillera a Santiago de Chile. Lo primero que debíamos hacer era devolver el coche bíblico al hermano Nicolás Doorn de Bell‑Ville y ya, en el viaje, pudimos hacer una breve visita, por última vez a Ballesteros, donde Dios, en su gracia, nos había permitido ver una pequeña asamblea formada un año antes.

Estábamos agradecidos de ver que todos estaban bien y fuimos animados a pensar que lo que Dios había hecho por nosotros en Argentina, Él podía hacerlo también en Chile.

 

CHILE

En viaje a Chile

En la tarde del martes 29 de Noviembre de 1927, nos despedimos de todos los amigos en Córdoba y nos subimos al tren hacia Mendoza, la ciudad que queda más al oeste en Argentina. El trabajo de las asambleas no se había extendido aún hasta esa parte del país pero supimos que un joven hermano argentino (Daniel Somoza) había sido enviado a Mendoza por la empresa donde él trabajaba para establecer una sucursal del negocio allí. Siendo un hermano muy activo y capaz, ya había arrendado un pequeño local para realizar reuniones y empezar a predicar. Debido a que tomaríamos el Tren Transandino en Mendoza, nos pusimos en contacto con el hermano Somoza y él sugirió que nos quedáramos unas dos emanas para ayudar en la obra que él recién estaba comenzando hacerlo. Estuvimos contentos de hacerlo.

El hermano Somoza y su esposa nos recibieron muy cordialmente en su pequeño hogar y disfrutamos de mucha comunión con ellos. No tenían lugar extra para visitas, pero llevábamos con nosotros un catre de campaña y una hamaca marinera (una reliquia de la primera Guerra Mundial). El catre de campaña era armado cada noche para mi esposa en el comedor y la hamaca era colgada afuera, al aire libre, bajo las estrellas. Fue durante una de esas noches afuera que tuve mi primera experiencia con los temblores. Desperté bajo le impresión de que el contramaestre estaba moviendo bruscamente la hamaca para despertarme, pero no había nadie alrededor; en la mañana siguiente supe que había habido un pequeño temblor. Era lo que tendríamos que experimentar, en forma bastante frecuente, en Chile.

A las 7 de la mañana del día 17 de diciembre nos subimos al tren que nos llevaría a través de las montañas, hasta Santiago. Un viaje de 17 horas nos quedaba por delante y sabíamos que era muy cansador. Era una línea de ferrocarril muy angosta y los asientos no eran muy amplios. Aun la primera clase era bien incómoda y la segunda clase lo era más aún, con asientos de madera, planos, diseñados para cualquier cosa menos que para ser confortables. Debido al elevado costo de construcción de esta línea de ferrocarril y también al costo de su manutención, unido al hecho de que el número de pasajeros que usaban el servicio era relativamente pequeño, habiendo sólo tres trenes a la semana en cada dirección, el precio del pasaje era bastante alto. Sin embargo, para que mi esposa tuviera algún grado de comodidad, había pensado viajar en la así llamada “primera clase”. Pero mi esposa tenía otra idea.

Antes de que llegara el momento de nuestra partida, ella me había hecho la siguiente pregunta: “Si yo decido viajar en segunda clase, ¿puedo hacer lo que quiera con el dinero que ahorremos?” “Bueno, por supuesto que puedes,” respondí, sin tener ideas de sus intenciones. Luego, ella hizo algunos negocios con el hermano Somoza. El negocio que este hermano representaba se especializaba en equipos de oficina y sucedió que él acababa de vender una máquina de escribir nueva y había recibido una usada en parte de pago. La usada estaba en muy buenas condiciones y cuando mi esposa la vio, decidió que nos sería muy útil en Chile. Era una robusta máquina de escribir marca Underwood que probablemente daría un buen servicio por varios años más, mientras que la incomodidad del viaje sólo duraría 17 horas. Así fue como mi esposa había pensado y así es como también llegué a ser dueño de una maquina de escribir.

Sin embargo, a pesar de lo incómodo que pudiera ser el viaje, era más que interesante. Pronto las cumbres nevadas de la cordillera de Los Andes se pudieron ver y nuestro tren comenzó a escalarlas. La línea férrea había sido construida a los lados de las montañas y seguía los valles, así es que generalmente teníamos un río unos cientos de metros más abajo de nosotros, y al otro lado, una montaña que se elevaba tan alto que no podíamos ver su cima. Había varios túneles y puentes que cruzar y que nos llevaban sobre cataratas de agua y profundos barrancos. A medida que ascendíamos dejamos todo vestigio de vegetación atrás, pero aunque las montañas eran bastante áridas estábamos impresionados por su grandeza. A veces se veía un camino en ciertos lugares, siguiendo la misma ruta que el tren y reflexionamos con admiración sobre el hecho de que el valeroso capitán Allen Gardiner había atravesado estas montañas con su esposa y familia a lomo de mula unos noventa años antes. Algunas partes de esta línea de tren son tan empinadas que se emplea un sistema de cremalleras entre los rieles. En las partes altas hay unos techos artificiales construidos sobre la línea férrea para protegerlas de las avalanchas de nieve. Estábamos viajando en la mitad del verano, pero aún así, había abundancia de nieve en la cima de las montañas; el paisaje era precioso.

A 4.200 metros de altura entramos al túnel internacional y luego de 7 minutos de oscuridad emergimos en el lado chileno. Y ahora empezamos a observar la diferencia entre el ascenso y el descenso. Los asientos planos de madera no eran tan objetables en la subida, pero ahora había una tendencia a deslizarse fuera de ellos, lo cual hacía que fuera necesario acomodarnos continuamente. Eran las cuatro de la tarde y nos conformábamos con el pensamiento de que la segunda mitad del viaje nos ocuparía dos horas menos que la primera.

Dentro de poco tiempo empezamos a observar que el clima de Chile era bastante diferente al de Argentina. Había bastante vegetación aun antes de que dejáramos atrás las montañas y, a medida que descendíamos al valle, notábamos que la tarde estaba agradablemente fresca. En Argentina, un día muy caluroso generalmente es seguido por una noche muy calurosa y húmeda, donde en relación a la ropa de cama, aún una sola sábana es mucho; pero en Chile no es así. El clima puede estar caluroso, pero no es húmedo y las temperaturas bajan considerablemente en la tarde, así es que una o dos frazadas son bienvenidas durante la noche. Estos y otros cambios fueron bien recibidos por nosotros.

Los paisajes de Chile eran más agradables a la vista. Los árboles abundaban en todas partes, especialmente los álamos y sauces, porque aunque no hay lluvias durante la estación de verano (unos cinco meses) hay sistemas de riego que mantienen la vegetación verde donde quiera que haya canales. Los canales son alimentados por los ríos que, a su vez, se alimentan de los deshielos de las montañas. Nuestro tren llegó a Santiago, la capital de Chile, alrededor de la media noche y fuimos al hotel más cercano para un necesitado descanso. Aquí comienza un capítulo totalmente nuevo de nuestra historia.

Los primeros contactos

Como mencionamos anteriormente, en esos años (1927), no había en Chile asambleas de cristianos que sólo se reunieran en el nombre del Señor Jesús, de acuerdo con las instrucciones y ejemplos del Nuevo Testamento. No teníamos punto de contacto alguno en el país. Como es de imaginarse sólo dependíamos de Dios para su guía.

En pocos días encontramos una pequeña casa, bastante limpia, y nos cambiamos a ella, antes de adquirir algunos muebles. Las únicas pertenencias que habíamos traído desde Argentina eran un par de maletas con enseres personales, un baúl con ropa de cama, dos cajas de libros, un canasto con loza, un catre de campaña y la hamaca ya mencionadas.

Lo primero que me sucedió en esa casa fue contraer una insolación. Mi esposa me cuidó en ese período y después, empezaron a suceder varias cosas simultáneamente. En ese tiempo, pudimos arrendar una casilla postal, la número 2039, que continuó siendo nuestra dirección postal por muchos años.

El primer creyente con el cual tuvimos contacto fue el secretario de la Sociedad Bíblica Británica y Extranjera, quien nos dio información acerca de los grupos religiosos que existían y el trabajo evangelístico que había sido hecho en el país. Antes que nos despidiéramos dijo: “A propósito, hay un matrimonio norteamericano de edad que probablemente esté interesado en conocerles. Ellos distribuyen literatura de puerta en puerta, pero no pertenecen a ninguna iglesia”.

Pronto hicimos contacto con el matrimonio mencionado, los esposos Rigg, de Los Ángeles, California. ¿Qué estaban haciendo ellos aquí? Ellos tenían una pequeña historia que contar. El hermano Rigg había trabajado en Los Ángeles, por muchos años como relojero y optómetra. Aunque se había convertido en su juventud, había permitido que su lámpara de testimonio estuviese escondida bajo un almud (Mateo 5:14,15). Se casó con una mujer inconversa y nunca intentó hablarle del evangelio, pero Dios, en su gran misericordia intervino y, de alguna manera, en algún lugar, la señora Rigg escuchó el evangelio y se convirtió. Lo primero que pensó hacer fue evangelizar a su esposo. Le contó lo maravilloso que es ser salvo y saberlo. Y para sorpresa de ella, se quebró y confesó que había sido un discípulo secreto todos esos años y nunca antes había tenido el coraje de decírselo.

Bueno, la señora Rigg no tenía la intención de quedarse callada. Empezó a ser muy activa en las cosas del Señor y con su entusiasmo el hermano Frank tuvo un avivamiento personal hasta que, posteriormente, él sintió que debía dedicar los años restantes de su vida al servicio del Señor y así compensar, de alguna manera, los años que había perdido. Había tenido éxito en sus negocios y había adquirido algunas propiedades que, al arrendarlas le darían suficientes ingresos para dedicarse a la obra misionera y vivir con su esposa y su hijo, Donald, que era estudiante. Decidió viajar a un país necesitado, dedicándose a tiempo completo a la obra misionera de acuerdo con sus habilidades. Y ese país fue Chile.

En Los Ángeles, ellos habían estado relacionados con varias misiones e iglesias pero, no sabían nada de los principios de las asambleas de creyentes. Ellos habían llegado a Chile bajo los auspicios de una sociedad misionera pero, sin apoyo económico; sin embargo, se habían desligado de ella por motivos de conciencia. Su método de trabajo era distribuir folletos del Evangelio y porciones de las Escrituras, casa por casa. Pero, ninguno de ellos tenía un dominio adecuado del español para explicar el evangelio a las personas que pudiesen estar interesadas. Tampoco conocían un lugar en Santiago adonde pudieran enviar a aquellas personas interesadas, con la certeza que escucharían el Evangelio presentado con toda su pureza.

Ésta fue entonces la situación de estos hermanos cuando les invitamos, por primera vez, a nuestra casa a conversar y leer la Biblia. Encontramos que estaban deseosos de aprender y apreciaban grandemente cualquier cosa que se les pudiese mostrar de las Escrituras. Habiendo tenido experiencias previas de prácticas denominacionales, rápidamente captaron el concepto de una asamblea escritural, la que no reconoce ninguna otra autoridad sino la Palabra de Dios y que no acepta ningún otro nombre que el de cristianos.

Pronto pudimos unir fuerzas yendo a una plaza cercana para realizar reuniones al aire libre. Primeramente, fuimos objeto de la rudeza y de la burla de algunos jóvenes que frecuentaban la plaza. Esto nos sorprendió ya que, en Argentina, habíamos estado acostumbrados a una actitud de más respeto por parte de los oyentes. Posteriormente, supimos que esta actitud diferente era debida al hecho que en Chile las únicas personas que predicaban al aire libre eran los pentecostales.

Los pentecostales chilenos estaban desprestigiados y eran considerados por el pueblo en general, como fanáticos y supersticiosos. Esta rama criolla del pentecostalismo tuvo su origen en el país cuando un antiguo misionero metodista permitió y animó a la gente a dar rienda suelta a todo tipo de impulsos extravagantes haciéndose particularmente detestables. Debido a la existencia de esta denominación, el Evangelio mismo había sido repudiado de modo que muy pocas personas estaban dispuestas a tomar las predicaciones callejeras en forma seria. Sin embargo, persistimos en ir a la plaza y pronto observamos que la hostilidad cesaba a medida que la gente se daba cuenta de la diferencia de nuestra predicación.

En aquellos días también supimos un poco más acerca de las iglesias más fundamentalistas. Había dos grupos denominacionales principales que habían estado activos en el país mucho antes que nosotros llegáramos, habiendo establecido muchas congregaciones. Me preguntaba cuán evangélicos o evangelísticos eran y no pasó mucho tiempo hasta que obtuve la respuesta. Descubrí que, en el corazón de Santiago, había una Librería Evangélica y entrando en ella un día para conocerla, recibí una copia de una revista que era el órgano oficial de los dos grupos religiosos aludidos. Se habían puesto de acuerdo en trabajar juntos, de modo que la revista satisfacía los intereses de ambos. En esa revista, en la página editorial decía en efecto: “Debemos esforzarnos para trabajar y aumentar y si es posible, doblar el número de miembros de nuestras iglesias. Algunos piensan que es necesario que la gente se convierta antes de que sean miembros. ¡Eso no es cierto! Primero hagamos que se hagan miembros y luego será más fácil que se conviertan”.

Con semejante declaración oficial nos dimos cuenta de que había una gran distancia entre nosotros y las personas que hacían estos planteamientos. Si su pensamiento estaba tan lejos de la enseñanza de la Escritura ¿qué comunión podíamos tener con ellos? Según su propia confesión, sus congregaciones estaban compuestas principalmente por personas inconversas y nuestros contactos posteriores sólo confirmaron esto. Nuestra política, por lo tanto, ha sido mantener una completa separación de tales grupos y creemos que a esto se debe que se haya mantenido la pureza y espiritualidad de las asambleas en Chile. El principal error del ecumenismo es que no toma en cuenta el hecho que la mayoría de los miembros de las denominaciones, vistas en general, no son miembros del cuerpo de Cristo. Es un principio de las Escrituras que los verdaderos cristianos no tienen comunión con los inconversos (II Corintios 6:14‑18).

Poco después de nuestro primer encuentro con el matrimonio Rigg, tuvimos contacto con otros creyentes. Sorpresivamente, una tarde recibimos la visita del señor William Currie y su esposa, de la comunidad británica. El señor Currie estaba relacionado con la Union Church de Santiago y ésta era la razón de su visita: nos explicó que la Union Church existía para las personas de habla inglesa, fueran éstos británicos o norteamericanos, y ellos tenían un pastor que no estaba interesado en predicar el Evangelio. El señor Currie reconoció que la mayoría de los miembros no eran convertidos (de hecho, él sólo sabía de otros dos o tres aparte de él mismo que si lo eran) y esta situación le preocupaba. El y otros se preguntaban si podrían hacer una reunión un domingo en la tarde en su iglesia para predicar, pero no sabían a quién podían invitar a predicar el evangelio. Alguien les había sugerido mi nombre, de modo que él se acercó a mí con la invitación para hacerlo.

Bien, yo había venido a Chile a predicar el evangelio, pero no me sentía libre para hacerlo bajo los auspicios de la Union Church de Santiago, y se lo dije. Al principio, nuestro hermano estaba muy sorprendido por qué no aceptaba la oportunidad, y me preguntó las razones para ello. Le dije que para mí la Union Church, en el sentido del término usado en el Nuevo Testamento, realmente no era una iglesia. Estaba compuesta casi enteramente por personas inconversas. Incluso el mismo ministro y los oficiales de la iglesia eran hombres inconversos con una o dos excepciones. Era mantenida por las ofrendas y ayudas de personas inconversas. ¿Podía yo entrar entre ellos, aceptando las facilidades que me ofrecían, y decirles que, aunque habían sido bautizados (o, más bien rociados) cuando niños y se habían hecho miembros de esta iglesia, en realidad no eran cristianos y necesitaban “nacer de nuevo”? Si yo aceptaba sus atenciones ¿me sentiría libre para hablar de todas las verdades que ellos necesitaban conocer, pero que seguramente encontrarían objetables?

Les expliqué que estaría contento de predicar a estas mismas personas, sin ninguna reserva, en un recinto neutral, como un siervo libre de Dios, pero que no quería ser asociado con una institución religiosa que, en realidad, no era cristiana, sino que era mundana. Un predicador del Evangelio siempre debe estar consciente de estar siendo guiado por el Espíritu Santo y debe sentirse libre para anunciar “todo el consejo de Dios.” (Hechos 20:27). Estos pensamientos eran nuevos para los Currie, pero no los rechazaron. Por el contrario, pidieron permiso para volver la tarde siguiente, y de hecho regresaron cada tarde durante una semana. Al final de la semana, el señor Currie dijo: “Hermano, sus razones para no asociarse con la Union Church son buenas, y si son buenas para usted, son buenas para nosotros también, y nos vamos a salir de allí”. Y se salieron.

Al mismo tiempo, nos contaron acerca de dos personas más, don Carlos Smith y su esposa, la señora May, quienes asistían a la Union Church, pero que no eran miembros. El hermano Smith durante su juventud había estado asociado a una asamblea de creyentes en Londres y estaba muy interesado al saber de nuestra llegada a Santiago y de la posibilidad de que se formara una asamblea. Sin embargo, algunos asuntos debían ser aclarados previamente.

Inicio de la asamblea en Santiago

Durante un tiempo, los Rigg y los Currie venían a nuestra casa cada semana para leer la Biblia, y uno de los temas principales fue la asamblea cristiana; su constitución, su gobierno su adoración, etc. El matrimonio Rigg y su hijo Donald habían sido bautizados como creyentes, pero no así los Currie, que habían sido presbiterianos. Sin embargo, todo el tema del bautismo fue tratado y tanto el Sr. Currie como su esposa expresaron el deseo de estar sujetos a la enseñanza de la Escritura en relación a esta ordenanza.

Mientras tanto los Rigg y nosotros habíamos comenzado a partir el pan en nuestro hogar y, después de que los Currie se bautizaron en el río Mapocho, a una corta distancia de la ciudad, se unieron a nosotros en estas reuniones. La madre de la señora Currie, una querida y respetable anciana, también fue bautizada un poco después y estuvo contenta de unirse a nosotros en la reunión de la recordación del Señor. Más o menos fue en ésta época cuando cambiamos la lectura semanal de la Biblia a la casa del matrimonio Smith. La señora May no había profesado ser salva previamente pero, en estas reuniones de estudio de la Biblia y también en conversaciones personales, ella escuchó el evangelio y creyó. Después de su bautismo, ella y su esposo fueron recibidos a la comunión. Y así fue como dentro de unos pocos meses después de nuestra llegada a Chile una pequeña asamblea consistente en diez creyentes estaba funcionando normalmente de acuerdo con las Escrituras. Y esto antes de que viéramos alguna conversión entre los chilenos. Nosotros no lo planeamos de esta manera, pero indudablemente era una gran ventaja tener varios cristianos maduros para apoyarnos al principio de la obra en Santiago.

Teniendo el apoyo de otros miembros ahora era posible pensar en arrendar un pequeño local para reuniones en una calle con acceso directo al público. El lugar adonde nos cambiamos estaba ubicado en una calle principal de un área populosa y había un flujo constante de personas pasando por la acera. También había un pequeño parque cerca donde podíamos ir a realizar reuniones al aire libre. Las reuniones al aire libre demostraron ser un buen método para hacer contactos con personas nuevas, pero durante un tiempo fue difícil conseguir que las personas entraran al local arrendado.

Cuando se acercaba la fecha de los feriados de las Fiestas Patrias, 18 y 19 de Septiembre, nos preguntamos si emplearíamos la ocasión para realizar reuniones especiales. Algunos de nosotros estábamos acostumbrados a los eventos conocidos como “Conferencias” y si nosotros íbamos a comenzar la práctica de celebrar una Conferencia Anual, con reuniones especiales para el Ministerio de la Palabra, el momento lógico iba a ser en el día festivo, cuando todos iban a estar libres.

Éramos, por supuesto, pocos en número, pero los hermanos ya mencionados expresaron que tenían contactos con cristianos en las denominaciones, a los cuales se les hicieron invitaciones para que asistieran y escucharan mensajes de la Palabra de Dios. Varios respondieron y demostraron aprecio por la invitación recibida.

Después de almuerzo, en el patio de atrás de nuestra casa, donde había un césped verde, se llevó a cabo la conferencia y a continuación, se sirvió té a todos los que asistieron. En los años siguientes el té probó ser una gran atracción.

La reunión de la tarde se hizo en el local y fue difícil acomodar a todos los que asistieron. Recuerdo esa reunión muy bien debido a una experiencia única en relación con el ministerio. En la reunión que se realizó después de almuerzo uno de los hermanos había dado un mensaje corto y después yo prediqué un mensaje más largo acerca de un tema que se prestaba para la ocasión. Esperaba que el mismo orden se observara en la reunión de la tarde. El hermano ya mencionado y también otros que ocasionalmente “daban una pequeña palabra” sabían que eran libres para tomar parte si eran guiados a hacerlo. Pero después que la reunión había comenzado con himnos y oración ninguno de estos hermanos hizo algún ademán para cooperar. Yo no estaba preparado para esto y no sabía bien acerca de qué tema hablaría, pues esperaba que el “primero que hablara” me ayudaría a formar mis pensamientos para el mensaje. Busqué la dirección del Señor de una manera bien definida, y como resultado toda mi meditación previa de temas adecuados pareció esfumarse, y un tema distinto se mantuvo insistentemente en mi mente. Yo no me sentía preparado para hablar de ese tema, pero no me podía escapar de él; así que después de una embarazosa pausa subí a la plataforma y anuncié que íbamos a leer en Ezequiel 47.

No creo que antes hubiera hablado acerca del río de Dios emergiendo debajo del umbral del templo y llevando bendición donde quiera que fuera pero, previamente había disfrutado la meditación de esto en conexión con Juan 7:38,39 y confié que Dios me restauraría estos pensamientos. Estaba consciente de que El lo estaba haciendo. Cuando el mensaje terminó se pidió un himno y mientras se cantaba, una mujer que había sido invitada de una de las denominaciones se acercó a la hermana que estaba a su lado y le preguntó: “¿Puedo pararme para decir algunas palabras?”. La hermana, en respuesta, le mostró I Corintios 14:34 y la cosa quedó ahí por el momento; pero, cuando la reunión hubo terminado, la mujer contó su historia.

Dos semanas antes, esta mujer y su sobrina, en su lectura sistemática diaria de la escrituras habían llegado al capítulo 47 de Ezequiel. “Explícame lo que significa” le dijo la sobrina. “Pero yo no lo entiendo”, le dijo su tía; “pidámosle a Dios que nos dé una explicación”. Y estas dos almas queridas habían estado orando diariamente durante dos semanas para obtener una explicación de Ezequiel 47. Me sentí algo reprendido cuando me di cuenta que había estado muy cerca de apagar el Espíritu cuando el tema fue sugerido a mi mente. Deseé rehusarme porque sentí que no era muy apropiado para el tipo de oyentes que tenía ante mí. Pero Dios insistió.

Desde ese momento nosotros empezamos a ver más personas en las reuniones. Estábamos particularmente agradecidos por un hombre que asistía a las reuniones con regularidad. El era un tosco herrero quien nos contó que asistía a las reuniones por las invitaciones que una respetable dama, una de nuestras hermanas, le había hecho pasándole una tarjeta de invitación y hablándole algunas palabra, amable. Yo le visité un día en su humilde hogar y lo encontré sentado en una rústica mesa con la Biblia abierta en frente de él. El estaba leyendo Juan capítulo 1 acerca de “el cordero de Dios que quita el pecado del mundo” y comenzando desde esta escritura le prediqué el evangelio. Antes de que hubiésemos ido muy lejos, grandes lágrimas corrieron por sus mejillas, y yo no necesité que me dijeran que él estaba experimentando el milagro de la conversión.

Don Lucas, como se llamaba ese hermano, estuvo con nosotros por cerca de seis años y demostró ser muy útil en su humilde manera de ser. El asumió la responsabilidad de abrir el local antes de la hora de reunión, desempolvar las bancas y de tener todo en orden antes de la llegada de los creyentes. El fue un verdadero trofeo de la gracia ya que supimos que antes de su conversión tenía un carácter un tanto violento. En ese mismo año 1929, se convirtieron otros dos matrimonios, y los cinco fueron bautizados al mismo tiempo. Desde entonces, muchos más fueron añadidos cada año.

Mientras tanto, constantemente estábamos buscando nuevas maneras y métodos para lograr que las personas se interesaran en el evangelio y en las reuniones. El 1 de noviembre de 1928 en las puertas del Cementerio General, esto es el “Día de todos los Santos”, cuando los católicos van a los cementerios a “orar” por los muertos y adornar sus sepulturas, distribuimos varios miles de folletos. Como resultado de esa distribución un matrimonio comenzó a asistir a las reuniones, convirtiéndose poco después. Año tras año el mismo esfuerzo ha sido repetido muchas veces al llegar el 1° de noviembre.

Esfuerzo especial en Concepción

En ese mismo tiempo, una oportunidad especial se presentó en Concepción, una ciudad que queda cerca de 540 kilómetros al sur de Santiago. Nosotros supimos que una exposición nacional iba a tener lugar allá para publicitar y vender todo tipo de productos. Un creyente que residía en Concepción con quien habíamos llegado a ser conocidos, me sugirió que si se arrendaba un estand, podía ser usado para publicitar, y promover la lectura y venta de la Biblia. La idea nos llamó la atención y aunque quedaban solamente tres semanas para hacer los preparativos, nos ocupamos para tener todo listo oportunamente.

Primeramente, enviamos un S.O.S. a la Imprenta Evangélica en Argentina para que nos enviasen folletos. Nos respondieron que nos ayudarían inmediatamente. Antes del día de la apertura de la exposición nos habían impreso y enviado 60.000 folletos de tres tipos. Por alguna razón la apertura de la exposición fue postergada por una semana y esto nos dio tiempo para doblar y timbrar los folletos. Nosotros siempre timbrábamos todos los folletos con nuestra dirección postal en Santiago y una invitación a escribirnos solicitando más literatura.

También hicimos un arreglo con la Sociedad Bíblica para que nos enviaran una gran cantidad de Biblias, Nuevos Testamentos y Evangelios. Además de las escrituras en español también teníamos en otros idiomas. El sitio fue preparado con textos en las paredes, cuadros bíblicos, etc., y afuera un gran letrero que anunciaba: LA BIBLIA, EL LIBRO DE LOS LIBROS, LA REVELACIÓN DIVINA. También hicimos uso de un aparato para proyectar fotos sobre un telón.

La exposición duró sólo una semana, pero fue una semana de esfuerzos concentrados. Aunque estuvimos ocupados desde las 9 de la mañana hasta la media noche, fue una experiencia gozosa. En las tardes, cuando el público no era tan abundante, nos dimos tiempo para conversar con las personas interesadas. Estas personas incluían a un número de estudiantes de un Seminario Católico cercano; ellos venían repetidamente a hacernos preguntas, las que respondíamos con las Escrituras. Muchas veces les mostramos los pasajes de su propia Biblia Católica. En una oportunidad uno de ellos exclamó asombrado, “Esto significa que hay errores en la Iglesia”.

En tres ocasiones hablamos con un judío instruido que compró una Biblia en hebreo. Le dimos el Evangelio sacado de las Escrituras del Antiguo Testamento y él escuchó con profunda atención. También le dimos alguna literatura en hebreo y yiddish.

Otro interesado fue un bien conocido abogado de la ciudad. El quería comprar una Biblia e insistió que fuese una Biblia Católica de modo que le mostramos la que teníamos de muestra. El quiso que le explicáramos la diferencia y lo hicimos enfatizando que la Biblia Católica (versión de Scío) era una traducción de la Vulgata Latina (es decir, una traducción de una traducción), mientras que la versión de Valera, la cual estábamos interesados en venderle, era hecha directamente del original hebreo y griego. El apreció la diferencia y terminó comprando esta última.

En las tardes, el lugar estaba constantemente lleno y desde una pequeña plataforma hablé de la Biblia y de su contenido haciendo frecuentes intervalos para dar la oportunidad para que mi esposa vendiera copias del maravilloso libro del que estábamos hablando. Los coloridos cuadros de un pintor de cuadros ilustrativos de pasajes bíblicos,  proyectados sobre el telón hicieron que muchos pararan y escucharan. Era como una reunión continua al aire libre que duraba cinco horas cada tarde. En las tardes y como resultado de este esfuerzo vendimos cerca de 1000 libros incluyendo Biblias, Nuevos Testamentos, Evangelios y copias del libro Guía del viajero de muerte a vida (el cual contiene historias e ilustraciones del evangelio). También distribuimos gratuitamente cerca de 5000 folletos de las Escrituras provistos por la Sociedad para la Distribución de las Sagradas Escrituras (S.C.M.) de Londres, además de los 60.000 folletos que nos habían sido enviados desde Argentina. Tuvimos la satisfacción de saber que miles de personas habían escuchado el mensaje del Evangelio mientras lo predicamos diariamente. También sabíamos que gran parte de la literatura distribuida y los libros vendidos llegarían a muchas partes de la zona sur del país.

Un coche bíblico para Chile

Al mismo tiempo, tuvimos conciencia de que solamente estábamos tocando el borde de las nece-sidades espirituales de este país. Las conversaciones en la exposición nacional nos impresionaron por la tremenda ignorancia de la multitud respecto de la Biblia y de su precioso contenido.

Muy a menudo escuchábamos a las personas decir: “La Biblia, ¿qué es la Biblia?” y con esto en mente vino a nosotros el deseo de ir por todas partes del país distribuyendo las Escrituras y contando a la gente acerca de ella.

Desde el momento de nuestra llegada a Chile, el pensamiento persistente en nuestras mentes era usar un vehículo similar al coche bíblico que habíamos utilizado en Argentina con el propósito de evangelizar. De modo que empezamos por orar por un coche bíblico para Chile.

Nosotros no declaramos nuestro proyecto en forma alguna sino que solamente oramos al Señor por él. Un día, recibimos un donativo de 10 chelines (media libra esterlina) de una dama viuda en Escocia. Este dinero representaba el primer pago de su pensión de viudez, y ella estaba muy agradecida, por lo que quería dárselo al Señor. Por lo tanto, lo envió como un donativo para la obra del Señor en América del Sur. Tal ofrenda sentimos que era digna de un uso especial, de modo que nosotros comenzamos a reunir un fondo para el coche bíblico, de tal forma que añadíamos dinero a esta cuenta en la medida de nuestras fuerzas. Durante algún tiempo el crecimiento de este fondo fue lento, hasta que, sorpresivamente, recibimos un gran donativo de una procedencia inesperada, que nos permitió comprar el chasis e inmediata-mente ordenar la construcción de la carrocería.

Este vehículo resultó ser superior en muchas maneras al que habíamos utilizado anteriormente, y tuvimos el privilegio de usarla en las carreteras y caminos de Chile por nueve años seguidos. Nos llevó a un gran número de pueblos y ciudades y así continuamos viajando tan lejos como las condiciones de los caminos nos permitían. En esos años los caminos no eran pavimentados pero, en contraste con los caminos de Argentina, tenían una buena cantidad de piedras, de modo que nunca tuvimos problemas con los pantanos. En la misma época que nosotros adquirimos este coche, tuvimos la visita de Francis Brading de la Sociedad para la Distribución de las Sagradas Escrituras (S.G.M.). Se impresionó mucho con el vehículo y con la visión que teníamos de llevar las Escrituras a los hogares de una gran cantidad de personas en diferentes partes del país, por lo que prometió atender la necesidad de proveernos una gran cantidad de literatura para ese propósito.

También alrededor de este mismo tiempo, ocurrió un incidente que tiene importancia en relación con este trabajo. Todos los folletos de S.G.M. eran hechos en un tamaño uniforme (7,6 x 12,1 cm.) y para llevar una buena cantidad de puerta a puerta y de calle en calle, sin necesidad de regresar a menudo al coche para reabastecerse, decidí que necesitaba un maletín de cuero con una correa que me permitiera colgarlo al hombro. Sin embargo, no existía en los negocios de Santiago, ningún bolso con tales características. Tendría que mandarlo a hacer, me dijeron, y el precio estimado era exorbitante. Por otra parte, no podíamos darnos el lujo de perder el tiempo requerido para el trabajo, pues estábamos a punto de iniciar un nuevo viaje.

Pero, justo en ese momento, pasé por otra tienda de artículos de cuero y entré. No, dijeron, no tenían nada que correspondiera a la descripción que les di, de modo que me acerqué a la puerta para salir cuando el hombre que estaba detrás del mostrador me indicó que regresara, solicitándome que le esperara un momento. Fue detrás de la tienda y regresó con un bolso de cuero negro al que sacudía laboriosamente el polvo. “Este es el maletín que un caballero encargó hace algún tiempo. Lo necesitaba para una cámara fotográfica de tamaño especial, pero nunca regresó. Ahora, si usted lo puede usar, puede llevárselo por un precio muy módico”. ¡Allí estaba! Era un bolso tal como yo lo había dibujado en un papel y con todas las medidas exactas. Era capaz de cargar tres paquetes de folletos y Nuevos Testamentos por cada lado. La única diferencia de mis especificaciones era que estaba forrado con felpa por el interior. ¿Mandado a hacer? Sí, pero ¿por quién?

Nuestro método de trabajo con el coche bíblico era similar al que habíamos usado en la Argentina, sólo que era más sistemático. Chile es un país que consiste en una larga faja de tierra de Norte a Sur con un sistema de caminos que consiste en una carretera central, llamada longitudinal, que corre por el centro del país, con caminos más cortos que se internan hacia la costa y hacia la cordillera. Gran cantidad de las ciudades están ubicadas sobre la carretera principal donde realizamos la mayor parte de nuestro trabajo. Nosotros salíamos de Santiago por un tiempo entre uno a tres meses, cada vez, yendo en una misma dirección, generalmente hacia el Sur, pasando por cada ciudad, aldea o villorrio que estuviera en el camino, distribuyendo folletos y porciones de la Escritura de casa en casa y calle por calle.

En las ciudades programamos tener una o más reuniones al aire libre en la plaza principal. Nuestro método era ir hasta allí en el frescor de la tarde cuando la gente se reunía a escuchar la banda, o simplemente para mirar la “retreta”, es decir, a la juventud caminando. Además, se junta un gran número de jóvenes que caminan alrededor de la plaza para hacer vida social. Si la banda estaba tocando esperábamos hasta que terminara su intervención para posteriormente tener nuestra audiencia. Abríamos la puerta trasera del coche, prendíamos las pequeñas luces interiores y la curiosidad hacía el resto. Mi esposa iniciaba conversaciones con las señoritas explicándoles lo que contenía el coche. Este pequeño grupo atraía un grupo más grande de modo que, en ese momento, yo subía a la plataforma y empezaba a predicar. Generalmente anunciábamos que nuestro propósito era hablar acerca de la Biblia y de su contenido, mostrándoles un ejemplar del Evangelio con un dibujo en colores en la tapa, prometiendo regalar uno de éstos a aquellos que esperaran hasta el final de nuestra charla. Muchos oyentes esperaban y algunos estaban lo suficientemente interesados para comprar una Biblia.

Después de cada viaje nos abastecíamos nuevamente de libros y folletos y empezábamos de nuevo desde el lugar donde habíamos quedado en el viaje anterior y así, cada vez, nos íbamos alejando más y más de la capital. En ninguna parte los caminos podían describirse como buenos. Generalmente viajábamos en el verano ya que no había lluvias, y los caminos estaban cubiertos de varias pulgadas de polvo fino que se levantaba, al avanzar, en densas nubes detrás de nosotros. También se filtraba hacia el interior del vehículo de modo que su limpieza era una necesidad constante. Al llegar a cada nuevo lugar, era necesario colocarse al lado de un canal de riego y lavar el coche antes de presentarnos en público.

A veces nos colocábamos al lado de un camino rural para estar lejos del polvo de la carretera y allí, a la sombra de un amigable árbol, mi esposa preparaba la merienda, tal como lo hacen los gitanos, sobre un pequeño fuego de carbón. En las zonas rurales era difícil encontrar provisiones frescas. Era casi imposible obtener verduras, excepto algunos tipos de calabazas o zapallos que eran fáciles de cultivar y no demandaban gran trabajo. Nuestras comidas, alternadamente, eran papas y zapallos y zapallos y papas, para acompañar algunos trozos de carne asada a modo de brochetas sobre un fuego de carbón de leña. Yo no sé como nos habríamos arreglado si no hubiese tenido una esposa que se adaptara a todo tipo de circunstancias.

En algunas aldeas no había almacenes de ningún tipo, pero nosotros aprendimos que cuando había una bandera blanca flameando en una casa, significaba que allí se vendía pan y cuando había una bandera roja, había carne a la venta, para señalar que habían faenado un vacuno de modo que la carne debía venderse rápidamente. En años anteriores, mi esposa había adquirido en Escocia una sartén gruesa para hacer panqueques lo que probó, en ese momento, ser una gran adquisición. Estos panqueques escoceses cocinados por una canadiense aliviaron grandemente la monotonía de las comidas en el coche.

Además de la cocina a parafina que usábamos comúnmente en el interior del vehículo, también contábamos con un mecanismo para cocinar sin fuego. Estaba construido en el piso del coche y tenía la forma de una caja con una cámara interior cilíndrica rodeada de material aislante. Dentro de esto se colocaba un depósito de aluminio con una tapa especial. Tanto por encima como por debajo del depósito había una gruesa plancha de fierro la que antes de instalarse se había calentado tanto como fuese posible. El contenido del depósito que había sido llevado previamente al punto de ebullición, era dejado en esta cámara para que se cocinara lentamente mientras proseguíamos el viaje.

El lavado y planchado de la ropa era otro problema especialmente en viajes largos, pero mi fiel compañera, en sus ajetreos, era capaz de asumirlo todo, aun cuando ello le significara lavar todo el día a la orilla del río.

Rancagua y Talca

Uno de nuestros primeros viajes hacia el Sur nos llevó a la ciudad de Rancagua. Al abandonar la ciudad después de distribuir, como era usual, literatura, llegamos a un reducto rodeado por árboles a corta distancia del camino, donde había un gran molino harinero y adonde nos dirigimos buscando un lugar adecuado para acampar en la noche. En la cercanía de este lugar, había unas caballas ocupadas por trabajadores del molino. Primeramente distribuimos literatura a ellos, y como resultado de las conversaciones, llegamos a conocer un hombre que declaraba ser un creyente.

Este hombre se regocijaba de conocer a personas con quienes poder conversar temas escriturales. Había pertenecido a un grupo pentecostal local, pero se había retirado recientemente junto con otros cuatro debido a la dominación tipo “Diótrefes” de un hombre que se autodenominaba pastor. Ese tal pastor les había prohibido involucrarse en cualquier tipo de actividad religiosa, aun en actos caritativos, sin darles razones explícitas. También les había prohibido hacer cualquier tipo de estudio bíblico; era suficiente, dijo que escucharan lo que él tenía que decirles.

Supimos que estos cinco hombres albergaban el pensamiento de formar un nuevo grupo, de modo que les sugerí la conveniencia de reunirnos para considerar cómo debería ser una asamblea verdaderamente escritural.

Nuestro amigo reunió a los otros y después de una conversación me pidieron que me quedara una semana para explicarles qué había de malo con el pentecostalismo que ellos conocían. Estuve contento de hacerlo y ellos unánimemente estuvieron de acuerdo en dejar atrás los errores para reunirse solamente sobre una base bíblica. Pero, no era suficiente darles a ellos instrucciones en el sentido negativo, sino que ellos necesitaban más ser enseñados en los principios positivos de las asambleas según la Escrituras. Hice los arreglos necesarios para viajar en tren desde Santiago una vez por semana, después que se hubiera terminado la temporada de viajes en el coche bíblico. Ellos apreciaron grandemente la instrucción recibida.

Sobre todas las cosas enfaticé la importancia de estar seguro que el nuevo grupo o asamblea estuviese compuesto exclusivamente de personas convertidas y sólo después de un cuidadoso examen de algunos, estuve de acuerdo en bautizarles. El bautismo de los creyentes por inmersión era completamente nuevo para ellos, del mismo modo que la observancia semanal de la Cena del Señor. Cerca de una docena de personas formaron el núcleo de la asamblea en ese lugar. Además de las reuniones para instrucción de los creyentes tuvimos reuniones para la predicación del evangelio, y algunos recibieron la seguridad de su salvación en aquellas reuniones.

En un viaje posterior al sur con el coche bíblico, llegamos hasta la ciudad de Talca. Era una ciudad bastante grande y poco antes de nuestra primera visita había sido azotada por un severo terremoto. Muchos edificios habían sido destruidos y muchos más habían sido dañados, por lo que había un aire de solemnidad alrededor de toda esa zona. Pasamos muchos días distribuyendo literatura y el primer Domingo en la tarde hicimos una gran reunión al aire libre en la plaza de la ciudad. Invitamos a todos los interesados a mantener contacto con nosotros, dándoles copias del Nuevo Testamento. Sostuvimos conversaciones en la misma plaza en las sucesivas tardes con los que se reunían alrededor nuestro para hacer preguntas. Con un hombre sostuvimos una conversación particularmente larga y aunque no profesó convertirse allí, supimos, al contactarlo en un viaje posterior, que había obtenido la seguridad de la salvación a través de la lectura de las Escrituras. Algún tiempo después, cuando se formó la asamblea en Talca, llegó a ser uno de los miembros más fieles.

Un largo viaje al sur

En el verano del año siguiente, abordamos el coche bíblico para un nuevo viaje al sur. Un joven llamado Carlos que estaba de vacaciones en ese tiempo nos acompañó. Dormía todas las noches en el interior de la cabina delantera. Fue muy útil de muchas maneras. El y sus padres se habían convertido el año anterior y habían sido recibidos a la comunión de la iglesia.

Este viaje fue bastante largo, llevándonos hasta Concepción, unos 540 kilómetros al sur de la capital. Visitamos cerca de 40 ciudades y aldeas, trabajando metódicamente en la distribución de literatura puerta a puerta y sosteniendo reuniones al aire libre, en cualquier lugar donde se reuniera un auditorio. En algunos lugares tuvimos experiencias bastante inusuales.

Al pasar por la ciudad de Curicó, nos encontramos con un ancho río que tenía un puente bastante respetable, al parecer, sobre él. Sin embargo, al comenzar a cruzar el puente, éste parecía hundirse, y luego la parte que faltaba cruzar empezó con un movimiento ondulatorio que continuó todo el tiempo que lo atravesábamos. No nos habíamos dado cuenta de que era un puente colgante de un tipo peculiarmente flexible, algo parecido a una hamaca que se columpiaba; y yo no voy a tratar de describir la sensación que sentimos cuando nuestro vehículo se movía hacia arriba y hacia abajo.

En otro lugar llegamos a un puente que estaba construido sobre caballetes para ser usado solamente durante el verano, cuando el río llevaba poca agua. Para evitar que el río se llevara el puente en el invierno, la estación de las lluvias, todo el puente era removido de su lugar. Después de mirarlo dos veras, decidimos que sería más seguro vadear el río con el coche. Era un cruce áspero y rocoso con el agua sobre los ejes del vehículo, pero finalmente lo logramos.

En nuestra segunda visita a Talca hicimos unos pocos contactos más, pero decidimos predicar el evangelio en lugares nuevos. Linares, que es una ciudad de bastante población, nos trató muy bien. Las autoridades fueron muy respetuosas y nos dieron el permiso necesario para realizar reuniones al aire libre en la plaza. En la primera reunión, asistió el reportero de un periódico y al día siguiente apareció una narración completa de la reunión en el diario local, con una descripción detallada del vehículo sorprendente que usábamos (una casa sobre ruedas) y otros detalles, como la habilidad singular de mi esposa para tocar un pequeño armonio portátil para atraer la atención de la gente. También se anunció que habría otra reunión esa misma tarde y, con esta publicidad extraordinaria, se juntó una gran multitud. Entre las personas que asistieron, estaba el alcalde de la cárcel, que nos pidió visitáramos ese establecimiento y habláramos a los reos. Estuvimos contentos de hacerlo. Sin embargo, supimos después que el sacerdote local había enviado una carta de protesta, publicada en el diario, en contra de la práctica de dejar que evangelistas pudieran realizar servicios religiosos en la cárcel. “Después de todo,” “dijo, ninguno de los presos pertenece a esa religión. Ellos son todos católicos”. (!)

Continuamos nuestro viaje hacia el sur, trabajando firmemente en todas las ciudades, villas y aldeas hasta que llegamos a Concepción. En Longaví hablamos a un gran número de personas sin trabajo que estaban alojadas en un gran galpón y eran alimentadas con fondos del gobierno. Era una época de depresión en Chile y ésta había sido una de las causas de la reciente revolución. Tratamos de dar a estas personas un mensaje de esperanza y distribuimos algunas frutas entre ellos. En ese mismo lugar, el párroco advirtió a su feligresía para que no recibieran nuestra literatura, pero, al contrario, su advertencia sólo sirvió para estimular su curiosidad, porque tuvimos una reunión bastante concurrida en la plaza, esa misma tarde.

En Chillán, que es una ciudad bastante grande, nos quedamos varios días en el trabajo de distribución y también hicimos una reunión al aire libre. No sucedió nada inusual en ese momento, pero, siete años después muchos lugares en el área fueron devastados por un terremoto; estuvimos agradecidos que Dios nos hubiera dado esa oportunidad para dejar su Palabra en muchos hogares. Para muchos, esa puede haber sido la única oportunidad de conocer la verdad del Evangelio.

Desde Chillán nos dirigimos a Bulnes y en ese punto nos desviamos de la carretera longitudinal hacia el oeste para ir a Concepción. Nos informaron que el viejo camino estaba malo y el nuevo, que estaba en proceso de construcción, no estaba mucho mejor. Decidimos irnos por el nuevo y pronto nos metimos en dificultades. Era tan nuevo que algunas partes de él no existían. También faltaban algunos puentes. De vez en cuando, fuimos obligados a desviarnos hacia el campo y en un lugar nos fue imposible volver al camino de nuevo. Habíamos caminado alrededor de dos horas. La mayor parte fue a través de gravilla y arena y el avance fue muy lento. Cuando se oscureció, nos vimos obligados a pasar la noche en el lugar donde nos encontrábamos, que era muy solitario. Al día siguiente cuando nos cruzamos con un grupo de trabajadores, ellos querían saber de dónde habíamos venido. Al ser informados acerca del lugar donde nos habíamos detenido, exclamaron con horror, “Pero, ¿no saben que algunos bandidos armados han estado robando por varios días en este camino y que asesinan gente cada noche?” Bueno, no sabíamos eso, pero sabíamos que El que guarda a Israel no dormita ni duerme (Salmo 121:4)

Habiendo llegado a Concepción, trabajamos nueve días en esa ciudad y sus alrededores; luego nos preparamos para volver hacia el norte. Concepción es la tercera ciudad de Chile y una ciudad universitaria. La tarde del domingo tuvimos una reunión grande en la plaza principal a la que, asistieron muchas personas de clase acomodada. Los libros y los folletos que ofrecimos fueron bien recibidos. Por supuesto, fue ésta la misma ciudad donde hacía justamente tres años, con ocasión de la feria nacional, habíamos vendido y distribuido bastante literatura evangélica.

En el viaje de regreso hacia el Norte, pasamos a visitar a las personas con las que anteriormente habíamos hecho contacto. Estábamos muy impresionados con la tremenda necesidad que existía en ciudades donde no había un real testimonio del evangelio. Aquí y allá nos encontrábamos con algún representante de una u otra de las denominaciones, pero desgraciadamente pocos de ellos parecían tener una clara comprensión del evangelio y de la necesidad de predicarlo.

Pasamos tres días en Rancagua para ayudar a la asamblea recién formada. Había mucha necesidad. Viendo la necesidad estuve de acuerdo en volver en tren una vez por semana para continuar con la instrucción. Estas reuniones continuaron por varios meses.

Con los pentecostales en Santiago

A nuestra vuelta a la capital había noticias frescas. Un pastor pentecostal de apellido Clavo, había ido de Santiago a Rancagua a visitar a algunos de sus hermanos de la misma denominación y para su sorpresa supo que alguno de estos hermanos, sus mejores amigos entre ellos, ya no pertenecían a la iglesia pentecostal. Habían dejado esa denominación, primero que nada debido a que había un “Diótrefes” entre ellos y en segundo lugar, porque se les había estado exponiendo “más exactamente el camino de Dios” (Hechos 18:26). El pastor fue invitado esa tarde para visitar la asamblea recién formada, no a predicar sino simplemente a escuchar y a observar. El estaba muy impresionado por el orden y reverencia, en marcado contraste con todas las reuniones pentecostales, y aún más, por todos los conceptos expresados por estos hermanos en relación a las verdades que habían estado aprendiendo recientemente.

Había sucedido que este hombre se había separado de la gran denominación de pentecostales en Santiago un poco antes, debido a que el obispo tenía una manera arbitraria e irrazonable de gobernar. (Esta denominación tiene una organización episcopal de gobierno porque su fundador fue originalmente un misionero Metodista). Su congregación le había seguido, así que ahora estaba en una posición independiente. Lo que vio y escuchó en el grupo de expentecostales en Rancagua le hizo querer imitar su ejemplo, así es que a su regreso a Santiago, me buscó y me pidió darle a su congregación el mismo tipo de instrucción, y mostrarles todo lo que estaba mal en el pentecostalismo. Estuve de acuerdo en hacerlo y cada semana efectué una reunión sobre un tema diferente.

Debo explicar aquí que en el pentecostalismo chileno, existe todo tipo de errores y extravagancias entre ellos; difiere mucho del que se encuentra bajo el mismo nombre en otros países. Así que tuve que empezar desde el principio y explicar lo que es el evangelio y qué significa la verdadera conversión. Desde allí seguí con el tema de la morada permanente del Espíritu Santo dentro del creyente, luego les expliqué el verdadero concepto de la vida cristiana y después les hablé de todos los errores de la secta a la cual habían pertenecido y de todas sus extravagantes prácticas. Todo fue tratado a la luz de las Escrituras y yo estaba esperanzado que, al menos algunas de estas personas, serían libradas de sus errores.

Desde el principio, el pastor Clavo mostró una disposición a aceptar todo lo que fue presentado de la Palabra y muy pronto removió la palabra “pentecostal” de su letrero de noticias. Pero, después que había expuesto los errores principales del sistema, llamé a las personas presentes a definir su posición a la luz de todo lo que habían estado escuchando. ¿Estaban dispuestos a aceptar corrección y someterse a la Palabra de Dios? Hubo un corto silencio y luego un hombre se levantó y dijo, en efecto: “Hermanos, estamos agradecidos por todo lo que ha sido presentado ante nosotros. No podemos negar que todo es cierto porque nuestro hermano nos ha hablado de las Escrituras. Pero, nuestras costumbres ya están formadas y nos sería muy difícil cambiarlas ahora”.

El pastor Clavo no sentía de esa manera pero, no tenía firmeza en sus convicciones y escogió quedarse con la congregación que no estaba dispuesta a obedecer la verdad. Sin embargo, no estuvo todo perdido, porque muchos años más tarde un hijo de este mismo hombre vino a nuestras reuniones y se convirtió. Y nos dijo, en ese tiempo, que su padre nos debía mucho a nosotros por esas reuniones y que más adelante, cuando empezamos con las audiciones, había aprendido por este medio cómo presentar el evangelio de una forma mucho más clara y efectiva. Pero en general, nuestra experiencia con los pentecostales es que muy pocos de ellos son capaces de cortar completamente con sus errores originales.

Ayuda oportuna en Santiago

Nosotros estábamos obligados no sólo a cambiar de vez en cuando nuestro lugar de reuniones, sino que debíamos, además, cambiar frecuentemente nuestro domicilio; la mayoría de las veces por causa de los arrendadores inescrupulosos y, en otras ocasiones, por otras razones. No siempre esto era agradable, pero nunca perdimos de vista el hecho de que Dios estaba en su trono y que El cuidaría de los suyos. Cuando Gran Bretaña abandonó el patrón de oro (con la resultante caída del valor de la libra esterlina), esto se hizo más evidente para nosotros. Estábamos llegando a fines de mes cuando por primera vez, en nuestra experiencia, nos dimos cuenta que no teníamos dinero para pagar el arriendo.

En Chile, cuando se arrienda una casa, la costumbre es pagar el arriendo mes a mes en forma anticipada, y el arrendador que teníamos en ese momento, era muy puntual en pedir su dinero el primer día del mes. Nos sentiríamos muy desconcertados si no podíamos pagarle como acostumbrábamos y ¿no sería esto un mal testimonio?

En ese tiempo, nuestra correspondencia desde Inglaterra venía por vía marítima y sabíamos, con certeza, cuándo debían fondear los barcos. Uno había llegado hace poco y no había traído correspondencia para nosotros. No esperábamos ninguno hasta dos semanas más tarde. No había nada que hacer sino esperar en Dios. Pasó el primero del mes, pero el arrendador no llegó a cobrarnos ese día ni tampoco lo hizo en los días siguientes. Pasó una semana y todavía no aparecía, ¿qué significaba todo esto? ¿Podría ser que él hubiera tenido impedimentos para venir hasta que llegase el próximo barco? Apenas nos atrevíamos a esperar aquello, pero pasó la segunda semana y aún no venía por su arriendo. El barco llegó y al día siguiente fuimos expectantes a la oficina del correo para retirar cualquier carta que hubiera en la casilla. Pero esa casilla estaba tan vacía como había estado dos semanas antes. Apenas estábamos preparados para esto. Dios nos había estado enseñando, de vez en cuando, que El era suficiente para cada situación. El no nos iba a dejar esta vez. Nuestra mirada debía estar en El y no en los barcos.

En el día siguiente de esta desilusión, fuimos otra vez al correo y en la casilla estaba esperándonos una carta aérea. Era la primera carta por correo aéreo que recibíamos v contenía un cheque por el monto que necesitábamos. ¿Era ésta una coincidencia? No precisamente. En ese tiempo nadie pensaba en usar el correo aéreo; recién se estaba poniendo de moda. Pero había una historia detrás de la carta aérea y es una historia con una lección.

El hermano que envió esa carta actuó bajo la guía especial del Señor. Acababa de escribir una carta a nombre de la asamblea en la cual él actuaba como corresponsal y, habiendo incluido la ofrenda de la asamblea, la despachó en forma normal, con franqueo de correspondencia corriente al extranjero. Pero, después que la había puesto en el buzón, se dio cuenta que se demoraría un mes o más en llegar a su destino y `alguien’ le dijo que los Stenhouse necesitaban dinero “ahora”. ¿Que podía hacer? Trató de razonar consigo mismo. El no tenía trabajo en esos momentos y estaba en circunstancias bastante precarias pero, Dios le habló en forma bien clara y él no fue “rebelde ala visión celestial.” Escribió una segunda carta, incluyendo la misma cantidad de dinero que había colocado en el primer sobre, ahora como ofrenda personal, y lo despachó por correo aéreo. Al día siguiente del que la carta llegó, vino nuestro arrendador a buscar el arriendo. “¿Tiene Dios cuidado de los bueyes?” (I Corintios 9:9).

Pero ¿cuál es la lección? Ese hermano fue sensible a la guía del Señor. Muchos no lo habrían sido. También fue obediente. Muchos no lo son y ¡cuánto pierden! Había muchas viudas en Israel en el tiempo de Elías, pero el profeta fue enviado a una viuda de Sarepta, de escasos recursos. La Palabra del Señor para ella era que hiciera provisión, primero que nada para su siervo, y no salió ella perdiendo. Así que Pablo también pudo decir a los filipenses que ofrendaron: “Mi Dios suplirá todo lo que os falta conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús” (Filipenses 4:19), una promesa que no todos pueden reclamar.

Formación de la asamblea en Talca

Todos los creyentes eran muy pobres y poco sabían de asuntos espirituales. Ninguno tenía habilidad para ayudar en las reuniones. Pensaron que si yo nombraba cinco ancianos que tomaran la responsabilidad de la asamblea, de alguna manera, ellos podrían seguir. Les solicité que se fueran a sus casas y leyeran cuidadosamente 1 Timoteo, capítulo 3 y que luego en la próxima reunión, me informaran cuántos de ellos tenían las cualidades necesarias para ser ancianos. En forma unánime decidieron que ninguno reunía estas cualidades y yo confesé mi incompetencia para fabricar ancianos si no había materia prima disponible.

Otro asunto que surgió fue el del apoyo financiero. Ninguno de los creyentes había contribuido con nada para los gastos de la asamblea. Donald había pagado el arriendo del local, las cuentas de la luz y otros gastos, de su propio bolsillo. Habían celebrado reuniones de partimiento del pan, pero no se había recogido ninguna ofrenda. Así que, en ese momento, les enseñamos que, desde ese instante en adelante, ellos iban a tener el privilegio de dar, de acuerdo a sus diversas capacidades.

Algunos de ellos protestaron que eran muy pobres para dar, así que les dije: “Está bien, ¿cuánto costaría arrendar y mantener un pequeño local para reuniones?” Ellos dijeron que costaría tanto. Luego, sentados en semicírculo, interrogué a cada uno acerca de cuánto habían gastado semanalmente en vino, cigarrillos, películas, partidos de fútbol y cosas como éstas, antes de convertirse. El detalle de los gastos fueron listados uno por uno y se demostró que el total excedía lo que se les pedía que dieran al Señor, y se les preguntó: “¿No estarían dispuestos a invertir en sus intereses lo que anteriormente gastaban en vanidades?” “Sí,” dijeron y “deberíamos estar dispuestos a invertir mucho más”. Desde ese momento no hubo más dificultades con los gastos.

A medida que las circunstancias nos lo permitían, acordamos hacer visitas a Talca y, por varios años, el testimonio se mantuvo en esa forma. En muchas ocasiones mi esposa me acompañaba y recordamos particularmente una de las primeras visitas. Habíamos viajado en tren y habiendo reservado habitación en un hotel no muy adecuado (no había mejores en ese tiempo) nos fuimos al lugar de reunión. Estaba empezando a llover y, a medida que la reunión proseguía, comenzó a llover más fuerte. Era tarde cuando volvimos al hotel y mientras íbamos a nuestra habitación nos dimos cuenta que estaba lloviendo adentro y afuera. Había varios agujeros en el techo y goteaba por todas partes. Primero, tratamos de solucionar la situación poniendo palanganas y baldes en lugares estratégicos y moviendo las camas en diferentes posiciones, pero el ruido de las goteras cayendo sobre los baldes metálicos hacía que fuera imposible dormir. Así es que recurrimos al nochero, quien vino en nuestro auxilio proveyéndonos abundante cantidad de aserrín, que puesto en montones por distintos lugares absorbía tanto el agua como el ruido. Después de diversas experiencias de este tipo y otras que no sería de buena educación mencionar, decidimos que en el futuro, si viajábamos juntos, usaríamos el coche bíblico.

Cuando no nos fue posible seguir haciendo estas visitas, adopté la práctica de escribir una carta semanal de instrucción y exhortación a la asamblea de Talca, la que era leída todos los domingos, después del partimiento del pan.

Durante una de nuestras vacaciones, una seria situación se produjo en la asamblea de Talca, por la llegada de ciertos predicadores que se presentaron a sí mismos como misioneros no sectarios (llamados en inglés Cooneyites o Go‑Preachers). Estos lograron arrastrar tras sí a algunos de los discípulos, especialmente algunas de las mujeres. Cuando volvimos de nuestro viaje al extranjero, fui especialmente a Talca acompañado por el hermano Allan McLeod Smith que, mientras tanto, había llegado al país  y enfrentamos a estas personas en presencia de los creyentes, haciéndoles varias preguntas que les fueron muy difíciles de contestar. Los creyentes fueron fortalecidos por nuestra exposición de los errores de estas personas y con el tiempo todas las almas engañadas volvieron a la asamblea.

Transcurrieron varios años durante los cuales los creyentes de Talca continuaron orando para que un obrero capacitado les fuera enviado en su ayuda, y a la larga, sus oraciones fueron contestadas con la llegada del hermano Guillermo McBride y Sra. Doris, su esposa, en 1945.

Audición radial

Anteriormente mencioné que nos estábamos ejercitando con el propósito de iniciar audiciones radiales destinadas a evange-lización. Se trataba de un país católico donde existía amplia libertad para dar a conocer el evangelio por todo tipo de medios, in-cluyendo éste; aun así, en la época de la cual escribo no existía nada conocido como una audición radial para dar a conocer las verdades bíblicas. Tuvimos la seguridad que debíamos seguir adelante en esto. Consulté con las tres principales radios que existían en ese tiempo. Las tres que transmitían tanto en onda larga para audiciones locales como onda corta para llegar a lugares lejanos. Dos de las estaciones no nos aceptaron debido a prejuicios religiosos, pero la tercera nos aceptó y firmamos un contrato por un año. En ese tiempo, no teníamos ingresos extras para destinar a audiciones radiales de elevado precio, pero teníamos tal seguridad que esto era la voluntad de Dios que no dudamos en firmar el contrato, seguros que El pagaría los gastos. Y El no nos falló.

Así fue que empezamos con una audición semanal en el mes de Septiembre de 1942 y ésta ha continuado con muy pocas interrupciones, a lo largo de los años. Ha sido un medio de bendición y salvación para muchas almas.

Debería mencionar que, cuando recién llegamos a Chile, supusimos que muchos más obreros se unirían con el tiempo a nosotros y ocuparían posiciones estratégicas en diferentes lugares del país. Pero, muy pocos lo hicieron y nos dimos cuenta de que Chile no estaba siendo evangelizado tan rápidamente como nos hubiera gustado que fuera. Además, nos dimos cuenta que la tarea más importante de la iglesia en la presente dispensación es la evangelización de las naciones; y en vista de esto, el ministerio radial ha sido una gran fuente de contentamiento para nosotros pues, significa que se está haciendo un esfuerzo serio para extender el evangelio “a toda criatura”, en este país al menos.

A medida que recorríamos el país con el coche bíblico, frecuentemente nos dábamos cuenta que una gran proporción de la población al interior del país era analfabeta. ¿Qué valor tenía la literatura para ellos si no podían leerla? Pero todos podían escuchar la palabra hablada; y esa era una de las razones por qué tantas personas pobres poseían receptores radiales. Observábamos que, en forma bastante frecuente, aún una pequeña casa de adobe en el campo tenía una antena de radio en el techo.

Los resultados del trabajo con la radio han sido muchos y variados. Aquí mismo en la ciudad de Santiago de tres millones de habitantes, muchos miles escuchan el evangelio el día del Señor, en sus propias casas y, como resultado, frecuentemente vienen personas nuevas a las reuniones. De vez en cuando, algunas de ellas se convierten y esto es un resultado que, por sí solo, nos hace sentir que este trabajo es una buena siembra. Pero, la gente no sólo escucha en la ciudad. La onda corta es transmitida hacia el norte y hacia el sur y, como resultado, recibimos cartas de todo el país y también desde la República Argentina. Muchas cartas piden una copia del Nuevo Testamento, los que son provistos por la Scripture Gift Mission.

Algunas de las cartas traen noticia de bendiciones recibidas por los oyentes y les voy a mencionar algunas a continuación:

  1. Al principio de las audiciones radiales recibimos una carta desde un lugar campestre muy al sur. Estaba escrita en forma muy cruda y la ortografía era tan mala que tomó tiempo descifrarla. En efecto decía, “escribo en representación de un grupo de veinticinco personas de este pueblo que nos juntamos todos los domingos alrededor de una radio para escuchar sus mensajes. En esta área no hay local de predicación así es que dependemos de usted para recibir la Palabra de Dios. No nos desamparen. Yo soy el único del grupo que sabe leer y escribir. Pero si ustedes, amablemente, me mandan una copia del Nuevo Testamento como lo ofrecen les prometo que se los leeré a los demás”.
  2. Una mujer ciega en la ciudad nortina de Tocopilla escribió, dictándole una carta a su sobrina, y dijo: “estoy escuchando sus mensajes semana tras semana y obtengo gran beneficio de ellos. El sacerdote dice que debería ir a misa pero, no me reporta ningún beneficio, así es que me siento mucho mejor aquí en mi casa, escuchando la Palabra de Dios. Si ustedes me envían un Nuevo Testamento, mi sobrina me lo va a leer”.
  3. Un caballero de edad, de cierta educación, escribió para agradecernos por la ayuda que había recibido. Él dijo: “Al principio escuché con mucho escepticismo, pero a medida que continué escuchando semana tras semana, estuve en condiciones de entender lo sublime del mensaje del evangelio, al punto de estar profundamente conmovido. El clímax fue cuando usted dio el mensaje acerca del ladrón moribundo. Entonces ahí me di cuenta que si ese pecador pudo ser salvado y tener la seguridad de ir al paraíso simplemente arrepintiéndose y creyendo, yo podría ser salvo de la misma manera. Esto me ha hecho mucho bien”.
  4. Otra carta desde la ciudad sureña de Valdivia vino de una mujer inválida que había estado confinada a su cama por alrededor de dos años. Ella dijo: “Antes era muy ignorante y creía en sacerdotes y santos, pero escuchando esta audición, ahora me doy cuenta que debería creer en el evangelio. Por favor, envíenme una copia del Nuevo Testamento”. Se lo enviamos y un año más tarde nos escribió otra vez para contarnos que ahora ella sabía que era salva. Y añadió que Dios, en su misericordia, le había sanado completamente de su enfermedad.
  5. Además, había otra carta, venida desde muy al sur, de la lejana ciudad de Puerto Montt. Un hombre joven escribió para pedir un Nuevo Testamento. Se lo enviamos y también le mandamos literatura evangélica de vez en cuando. Después de alrededor de un año, este hombre escribió otra vez para decirnos que era salvo y que, por favor, le mandáramos literatura para ayudarle en su vida cristiana. También hicimos esto y después nos escribió para decirnos: “He aprendido mucho y es tiempo que lo ponga en práctica, ¿cuándo vendrán para bautizarme?”. Dos hermanos hicieron el largo viaje especialmente para bautizarlo y después de eso empezó a trabajar para el Señor, distribuyendo literatura y llevando a cabo reuniones en una casita de campo. El resultado final de esta actividad fue que se formó una pequeña asamblea.
  6. Un poco tiempo después que empezamos con las audiciones radiales, una señora que vivía en uno de los distritos periféricos de Santiago, nos escribió para contarnos que no sólo escuchaban la audición ellos y sus familiares cada domingo, sino que uno de sus hermanos, que era electricista, había colocado un altavoz en la muralla de la casa y conectándolo al receptor de radio pudo hacer escuchar la audición a mucha gente en el barrio. Un día, cuando tuvimos la oportunidad de estar en ese barrio visitamos a esta señora y supimos que ella y su esposo habían pertenecido a cierta denominación, pero recientemente se habían alejado por lo que consideraron que era un serio desorden. Los invitamos a nuestras reuniones y estuvieron contentos de asistir. Se impresionaron mucho por lo que vieron y escucharon, especialmente cuando asistieron al partimiento del pan. El esposo de ha señora dijo en esa oportunidad: “¡Esto es! Así debería hacerse”. Y no pasó mucho tiempo hasta que ambos fueron bautizados y fueron recibidos en la asamblea.

Este nuevo hermano, don Aurelio Fredes, era militar y un domingo nos trajo algunas noticias. Recién había estado hablando por radio con la guarnición militar en la Antártica y cuando estaba a punto de cortar la comunicación el oficial en el otro extremo de la línea dijo: “A propósito, Fredes, te va a interesar saber que recién estábamos escuchando esa audición desde Santiago que anuncia las reuniones a las que asistes en la Alameda”. Nuestro hermano estuvo encantado de pensar que el evangelio estaba llegando, por este medio al continente Antártico y lleno de emoción dijo: “¿Saben qué veo en esto? Veo el cumplimiento de Hechos 1:8, ‘y me seréis testigos … hasta lo último de la tierra’ y añadió: “si la Antártica no es lo último de la tierra, me gustaría saber ¡qué lo es!”

De paso puedo mencionar que el hermano Fredes, al retirarse del ejército, unos pocos años más tarde, se dedicó a tiempo completo a la obra del Señor, como evangelista.

  1. De todas las historias que podrían contarse acerca de los resultados de las audiciones radiales, ninguna es más interesante que la de una monja que escuchó la audición desde su propia celda en el convento. En ese tiempo se transmitían algunas audiciones católicas y era bastante común que los sacerdotes y monjas tuvieran receptores de radio. Esta monja obviamente sintonizó, sin quererlo, nuestro programa y habiendo escuchado la introducción y un lindo himno decidió seguir escuchándola. Ella estaba muy impresionada y de ahí en adelante, la escuchó cada día domingo. Cuando llegó el turno de confesarse frente a su sacerdote ella dijo: “Padre, debo decirle que he estado escuchando una audición evangélica que se llama audición Campanas del Evangelio”. “¡Ah, sí! dijo el sacerdote.

“Bueno, sigue escuchándola, yo la escucho también, es lo único que vale la pena escuchar.” Esto le sorprendió mucho y se animó a añadir: “Ellos ofrecen enviar una copia del Nuevo Testamento a cualquiera que lo pida, y yo pensé pedir uno. El contestó: “Ni siquiera necesita hacer eso, yo le voy a conseguir uno”. Así que ella consiguió su Nuevo Testamento y empezó a leerlo. Pronto se dio cuenta que lo que escuchaba en las audiciones concordaba con lo que leía en el libro y no pasó mucho tiempo hasta que ella realmente se convirtió. Lo próximo que supimos acerca de ella fue cuando apareció en nuestras reuniones vestida de civil habiendo abandonado la vida del convento para siempre.

 

 

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