Leyendo día a día en los Hechos de los Apóstoles | El Día de Pentecostés | Antioquía: lecciones para hoy (#870)

Leyendo día a día en los Hechos de los Apóstoles

D. Newall, Glasgow, Reino Unido

Day by day through the New Testament
Precious Seed Publications, Reino Unido

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Introducción

El autor de este libro está identificado con el autor del tercer Evangelio, Lucas 1.14, Hechos 1.1,2, y está presente personalmente tres veces en los eventos que narra: 16.10 al 17, 20.5 al 21.25, 27.1 al 28. Se trata del “médico amado” mencionado por Pablo en Colosenses 4.14 y 2 Timoteo 4.11. Probablemente escribió entre los años 60 y 67. El libro abarca los treinta años desde Pentecostés hasta la llegada de Pablo a Roma.

El versículo clave es el 1.8, que esboza el progreso geográfico de la evangelización:  “Recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén [en los capítulos 1 al 7], en toda Judea [8.1 al 4], en Samaria [8.5 al 25], y hasta lo último de la tierra [8.26 al final]”.

Las dos secciones principales del libro son los capítulos 1 al 12, centrados en Jerusalén y Pedro, y los capítulos 13 al 28, centrados en Antioquía y Pablo.

Obsérvense los versículos que resumen el crecimiento de las asambleas:

6.7             Crecía la palabra del Señor, y el número de los discípulos se multiplicaba grandemente en Jerusalén; también muchos de los sacerdotes obedecían
a la fe.

9.31             Entonces las iglesias tenían paz por toda Judea, Galilea y Samaria; y eran edificadas, andando en el temor del Señor, y se acrecentaban fortalecidas por el Espíritu Santo.

12.24             La palabra del Señor crecía y se multiplicaba.

16.5             Las iglesias eran confirmadas en la fe, y aumentaban en número cada día.

19.20             Crecía y prevalecía poderosamente la palabra del Señor.

28.31             … predicando el reino de Dios y enseñando acerca del Señor Jesucristo,
abiertamente y sin impedimento.

 

Se distinguen cinco temas:

  1. Continuación Lucas desea hacer ver que el Señor Jesús ascendido continúa en su obra en la tierra por intermedio de su pueblo. Por lo tanto el libro ni comienza a su comienzo (porque en el 1.1 alude al evangelio existente) ni termina en su terminación (porque Pablo está predicando todavía en el 28.31). En un sentido esa obra está en marcha todavía, porque aún hay mucho que evangelizar.
  2. Glorificación Los rasgos sobresalientes de Hechos son la presencia en el cielo de un hombre glorificado, 1.2, y el poder en la tierra del Espíritu Santo, 2.4. La resurrección y exaltación del Salvador forman el núcleo de la predicación apostólica: 2.36, 3.14,15, 4.10,11, 5.30,31, etc.
  3. Transformación El Espíritu de Dios, manifiesto ya, da poder a los discípulos débiles. Por esto, enemigos violentos como Pablo son transformados en mensajeros de la cruz.
  4. Iniciación Lucas documento el origen de la Iglesia y el crecimiento de las asambleas locales dondequiera que se lleve el evangelio. La transición por pasos entre el judaísmo y el cristianismo pleno ocupa la mayor parte del libro y da lugar a muchos de los problemas inusuales que se presentaron.
  5. Proclamación Cual manual de la predicación del evangelio, Hechos incluye aproximadamente dieciocho discursos a un surtido de oyentes. Todo evangelista y maestro debería estudiarlos detenidamente.

capítulo 1
La ascensión del Señor

El segundo tomo de la historia según Lucas de los comienzos del cristianismo comienza con el clímax del ministerio terrenal del Señor. Esta es la base de todo lo que sigue, así como en su tratado anterior aquella fe está fundada sobre la roca de la certeza histórica. Le daría confianza a Teófilo saber que no había seguido “fábulas artificiosas”, 2 Pedro 1.16, al confiar en el Señor Jesucristo.

Así que Lucas resume los eventos de los cuarenta días entre la resurrección y la ascensión, eventos que garantizan la legitimidad de esa resurrección y prepara a los discípulos para la ascensión mediante la enseñanza y la comisión evangélica. Aun cuando el Señor Jesús había puesto el fundamento perfecto en la obra llevada a término en el Calvario, quedaba la tarea de difundir el mensaje de salvación a un mundo perdido que se extendía de la piadosa Jerusalén a la pagana Roma. Y aquella obra inconclusa fue encomendada a un puño de discípulos débiles entre quienes figuran Pedro el negante y Tomás el incrédulo. ¿Cómo harían?

La respuesta se encuentra en la verdad que cada vez el Señor confía una tarea a su pueblo, también les capacita para realizarla. Sólo Lucas nos cuenta que el Señor dio órdenes “por el Espíritu Santo”, introduciendo su énfasis especial sobre la obra del Espíritu en Hechos. El Espíritu Santo proporciona la enseñanza; v. 2, Juan 16.3; se involucra en aquel bautismo que incorpora a todos los creyentes en el Cuerpo de Cristo, v. 5, 1 Corintios 12.13; da el poder requerido para testificar, v. 8; e inspira las Escrituras, v. 16.

Por medio de estas Escrituras inspiradas el creyente encuentra dirección hoy en día, como hacían los discípulos primitivos, vv 15 al 26. El uso que hizo Pedro de los Salmos 69 y 109 hace ver confianza en la inhabilidad de la Palabra de Dios: “era necesario que se cumpliese la Escritura”. Hace ver su intención de consolar (por cuanto se sabía de antemano la deserción de Judas) y aconsejar (por cuanto se autoriza un reemplazo).

Tomemos aliento del hecho de que podemos proclamar el mismo mensaje histórico del evangelio, experimentar el mismo poder dinámico del Espíritu y confiar en la misma autoridad sólida de la Palabra de Dios.

capítulo 2
El nacimiento de la Iglesia

Un día natalicio es siempre una ocasión especial, y el del la Iglesia no fue una excepción. En el día de Pentecostés todos los creyentes vivos se incorporaron en la Iglesia, el Cuerpo de Cristo, por el descenso de y el bautismo en el Espíritu Santo, y por medio de esta Iglesia el Señor prosigue, en su ausencia, en su obra en el mundo. Aquel día fue caracterizado por señales milagrosas, un sermón aleccionador de parte de Pedro y la salvación de unas tres mil personas. Ciertamente Dios estaba llamando la atención al inicio de algo nuevo así como había hecho antes en la singularidad del Calvario, Mateo 27.50 al 54.

Así como la cruz y la resurrección, el Pentecostés no admite repetición. La obra expiatoria del Salvador se hizo una vez para siempre, y así también se dio un don del Espíritu. Es que el Espíritu de Dios ha venido ya y en gracia ha fijado su residencia, a partir del momento de conversión, en todos los que confían en el Salvador:

Romanos 8.9     si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él.

Gálatas 3.14       nos redimió … a fin de que por la fe recibiésemos la promesa del Espíritu.

Juan 7.37 al 39   … el Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él

Aprendemos más de su ministerio de aquellas señales pentecostales. El viento habla de su poder invisible, 2.2, Juan 3.8; el fuego sugiere su santidad intrínseca, 2.3, Hebreos 12.29; y las lenguas habladas destacan su propósito de ayudar en nuestro testimonio a Cristo, 2.4, Lucas 24.46 al 49. Las señales han pasado pero la realidad perdura y es la presencia adentro de una Persona santa que desea usarnos para glorificar al Señor Jesús.

El sermón de Pedro proporciona un patrón noble para todos los que proclaman el evangelio. Él explica lo sucedido al citar la profecía de Joel acerca del derramamiento del Espíritu, repasa ligeramente los hechos históricos acerca de Jesucristo como prueba de que el Mesías resucitará de los muertos y ascenderá al cielo, y deduce de esto que el Crucificado es por lo tanto todo lo que dice ser. Su método admite imitación: es temático, escriturario (¡once entre los veintitrés versículos son citas el Antiguo Testamento!), específico en su reto y enteramente lógico en su presentación. Por encima de todo, su mensaje se centra en Cristo.

La predicación espiritual de esta índole produce convicción y conversión genuina, la cual se caracteriza por continuidad en las cosas de Dios. ¡El patrón aplica todavía!

capítulo 3
Un cojo sanado

En el Pentecostés el  Señor había demostrado su interés en la nación de Israel y ahora manifiesta, por intermedio de los apóstoles, su compasión por el individuo. El incidente figura en dos secciones: el milagro hasta el v. 11 y luego el mensaje.

El milagro en sí tiene un significado triple. Primero, autentifica a los apóstoles y fija el sello de la aprobación divina sobre su testimonio al Señor Jesús. El Salvador mismo había apelado a sus obras como prueba de quién era, Juan 5.36, y de la misma manera sus apóstoles podían señalar a “las maravillas y señales”, por cuanto Pedro destaca que ellos no tenían poder en sí. En esto está la diferencia entre los milagros en los Evangelio y en Hechos: el Salvador los obraba por sí solo, Marcos 2.10,11, pero los apóstoles los hicieron en el nombre suyo. Así toda la alabanza asciende al Señor exaltado.

Pedro subraya en su sermón el contraste entre la estimación de Jesús de parte del hombre y de Dios. Los hombres le entregaron y le negaron al Siervo perfecto, pero Dios le glorificó. Los hombres optaron por un homicida y no por el Santo y Justo, matando al mismo Autor de la Vida. Sin embargo, Dios anuló el veredicto y le resucitó de la muerte, un hecho probado por el testimonio ocular de los apóstoles y el milagro realizado en su nombre.

Además, dice, el Salvador es el punto focal de la profecía antiguotestamentaria, la fuente de las bendiciones mesiánicas y el profeta como Moisés. En fin, es el anhelado Mesías enviado a tratar con el pecado.

Cuán apropiado es que todo esto suceda en el pórtico de Salomón, donde en una ocasión anterior los judíos habían exigido evidencia de que Jesús era el Mesías, Juan 10.23 al 25. Ahora la evidencia, un cojo sanado, estaba a la vista de todos.

Finalmente, el milagro ilustra la salvación. El cojo había estado desvalido desde nacimiento y su curación es instantánea, perfecta, por el poder de Cristo y recibida por fe. Semejante liberación produce naturalmente gozo y adoración. Y nosotros, que hemos sido rescatados del pecado, ¿no debemos ser fervorosos en nuestra alabanza al Señor?

capítulo 4
Oposición oficial

La predicación del evangelio siempre genera dos reacciones: la respuesta de fe, como en el
v. 4, y la oposición de los incrédulos, como en el v. 18. El milagro del capítulo 3 con todas sus implicaciones no ha podido pasar por desapercibido de parte de las autoridades religiosas, especialmente en vista de que los antisobrenaturalistos saduceos eran ahora el partido dominante, 4.1,2, 5.17. No obstante, el detalle más resaltante del capítulo no es el antagonismo judío hacia los apóstoles, sino la respuesta de los creyentes.

Apenas pocos meses antes Pedro colapsó ante una interrogación nada oficial (La criada portera dijo a Pedro: ¿No eres tú también de los discípulos de este hombre? Dijo: No lo soy”, Juan 18.17), pero ahora demuestra la diferencia efectuada por la venida del Espíritu Santo. Osadamente afirma sus convicciones en cuanto a la persona de Jesucristo, y cuando se le manda a desistir de predicar él responde con la afirmación irrefutable que la autoridad de Dios sobrepasa toda otra. La lección es clara: el creyente atacado puede defenderse con la ayuda del Espíritu. “Yo os daré palabra y sabiduría, la cual no podrán resistir ni contradecir todos los que se opongan”, Lucas 21.12 al 15.

Entonces Pedro y Juan regresan “a los suyos” y comparten con ellos todo lo que ha sucedido. ¡El comentario nos sugiere el valor de la comunión de la asamblea! De una vez los creyentes buscan la provisión divina para toda situación, a saber, la oración. No puede haber fruto en la evangelización, ni crecimiento en la asamblea, ni bendición auténtica, sin esta comunicación con Dios.

No hay un elemento de ritualismo en esta oración; es tan fresca, bíblica y espiritual como el testimonio de Pedro ante los líderes de los judíos. Tampoco es una solicitud que la oposición sea silenciada o que los discípulos sean eximidos de sus amarguras. Más bien es una expresión espontánea y entusiasta de alabanza a Dios su creador y omnisciente (¿acaso David no había profetizado el rechazo del Mesías?) y el Dios soberano cuyos planes nunca pueden fracasar. Gloriosamente se concede su plegaria por audacia, ya que le agrada a nuestro Dios responder a las oraciones de su pueblo. Que aprendamos a decir: “Soberano Señor”, y como aquellos discípulos primitivos, disfrutar de la paz que concede a todos los que confían en él. “Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús”, Filipenses 4.6,7.

capítulo 5
El enemigo ataca

No nos olvidemos de que tenemos un enemigo sutil con quien contender. Este capítulo contiene la primera referencia a Satanás en Hechos, porque dondequiera que Dios esté obrando, el diablo siembra semillas de odio, división y antagonismo a la verdad. En el capítulo 4 no tuvo éxito al intentar desanimar a los apóstoles por la intimidación oficial, pero ahora intenta dos tácticas nuevas: la corrupción dentro de la iglesia y la persecución desde afuera.

A veces Lucas pone a un lado su narración y da un resumen llamativo de las prácticas de la Iglesia primitiva, como en 2.41 al 47 (“perseveraban en la doctrina …”) y 4.32 al 37 (“la multitud de los que habían creído era de un corazón”). En el segundo de estos aprendemos que en Jerusalén se tomaba tan en serio la comunión que algunos creyentes vendieron sus bienes y apartaron el producto a un fondo común para los más necesitados. Esta franca demostración del amor cristiano se hizo blanco del diablo. La iniciativa abnegada de Bernabé provocó en Ananías y Safira una imitación inspirada por Satanás. Su pecado fue un engaño preconcebido, un intento a ser vistos como más bondadosos de lo que realmente eran.

El juicio fue rápido y seguro, ya que Dios debe manifestar que su Iglesia, tan recién formada, es una compañía santa de gente donde no se tolera el pecado. “El templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es”, 1 Corintios 3.17. La disciplina bíblica caracteriza la asamblea donde se honra el nombre del Señor. El ejemplo solemne de Ananías y Safira debería hacernos reconocer que la comunión es un privilegio sagrado que no se disfruta con ligereza.

La segunda línea de ataque involucra castigo físico, pero la violencia no puede parar a los apóstoles. Después de todo, han experimentado abundante corroboración divina de su mensaje en señales milagrosas, socorro angelical y ayuda personal del Espíritu Santo. Por esto, una vez flagelados, testifican con aun más gozo y vigor. ¿Nosotros tenemos propósitos tan firmes en nuestra evangelización?

El Dios del control absoluto torna en bendición cada uno de los ataques satánicos. El intento a corromper la asamblea conduce a una lección en santidad y un aumento en número. El intento a callar a los mensajeros de Dios resulta en un gozosa rededicación a la obra. “Si Dios está por nosotros, ¿quién en contra de nosotros?”

capítulo 6
El verdadero siervo

¡El libro de Hechos es lectura obligatoria para cualquiera que piensa que la Iglesia primitiva era libre de problemas! Hemos leído del ataque doble de Satanás contra la asamblea en Jerusalén, y ahora se presenta otra dificultad debida a las sospechas que existían entre los judíos en la congregación de habla griega y los de habla hebrea. Con todo, el Dios que podía atender a las primeras emergencias puede sacar bendición de esta situación potencialmente divisiva. Así que encontramos una crisis resuelta y un siervo del carácter de Cristo.

Un sabio liderazgo apostólico evita el peligro de una brecha en la asamblea y da prominencia a uno que tipifica hermosamente algunas de las características del siervo cristiano. ¿Qué podemos aprender de Esteban? Primeramente, es provisto por Dios. Aun cuando los santos le escogieron y los apóstoles le nombraron, podemos discernir una mano divina en el asunto, ya que Dios siempre levanta hombres para sí en medio de las dificultades. Moisés procedió de la opresión en Egipto; y pronto Saulo/Pablo va a salir de las filas del enemigo cual defensor de la fe; y Esteban nos es presentado en medio de una crisis interna en la congregación. Seamos agradecidos que es el mismo Señor ascendido que otorga a su Iglesia hombres dotados de dones. Efesios 4.8 al 13: “él mismo constituyó a unos, apóstoles …” En segundo lugar, es hombre de buena reputación. No puede haber servicio auténtico para el Maestro si nuestras vidas no se conforman con nuestra profesión de fe en Él.

Adicionalmente, Esteban no es ningún vaso vacío sino uno lleno del Espíritu Santo y sabiduría, de fe, gracia y poder. ¡Poco sorprende que haya hecho grandes cosas para Dios! No tiene nada que dar el que el Señor no haya llenado primero. De nuevo, este siervo es suficientemente humilde como para comenzar con la pequeña responsabilidad de atender a cosas prácticas en la asamblea. La fidelidad en una esfera secundaria abre un espacio más amplio de oportunidad. Quizás es porque hemos sido infieles en las cosas pequeñas que Dios no nos premia con mayor servicio para Él. “Yo os digo que a todo el que tiene, se le dará …”, Lucas 19.12 al 27.

Finalmente, Esteban es parecido al Siervo Perfecto, el Señor Jesús, en fidelidad, sufrimiento y falta de culpa. (“buscaban falso testimonio contra Jesús … y no lo hallaron”, Mateo 26.60). El verdadero siervo seguirá gustosamente en la senda de su Maestro. (“Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán …”, Juan 15.18 al 20).

capítulo 7
La defensa de Esteban

Todo creyente debe estar “siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros”, 1 Pedro 3.15. Sin duda Esteban estaba. Su discurso no es una defensa de sí sino del evangelio que predicaba.

Hay mucho que aprender de su manejo de las escrituras del Antiguo Testamento. Primeramente, las acepta como históricamente confiables, y habla confiadamente de personas, lugares y períodos de tiempo narrados en ellas. Ante el escepticismo moderno, queremos reafirmar nuestra confianza en “la palabra de verdad” dada por Uno “que no miente”, 2 Timoteo 2.15, Tito 1.2. Estas escrituras autorizadas anticipan proféticamente la venida del Mesías, 7.37,53, 3.22 al 26. Los cristianos primitivos se cuidaban especialmente ante sus auditorios judíos a mostrar que el evangelio de Jesucristo no se opone a las enseñanzas del Antiguo Testamento, sino es el cumplimiento divinamente inspirado de todas las promesas y ceremonias antiguas dadas a Israel.

La atención que Esteban da a José y Moisés destaca el aspecto típico del Antiguo Testamento, ya que no sólo predice la venida del Mesías sino contiene patrones para nuestra instrucción. Por ejemplo José, rechazado por sus hermanos, fue aceptado por Dios y elevado a gran honor, ¿y esto no fue exactamente lo que sucedió al Hijo de Dios en su crucifixión y resurrección? Moisés fue enviado para rescatar a su pueblo poco dispuesto de la servidumbre egipcia, así como el Señor Jesús vino “a salvar a su pueblo de sus pecados”.

¡Cuán expresivamente testifica el Antiguo Testamento a la preeminencia del amado Hijo de Dios, y cuán honestamente testifica a la rebeldía del hombre! Aun la nación escogida rechazaba reiteradamente a los mensajeros divinos desde José hasta Esteban mismo. “Ellos hacían escarnio de los mensajeros de Dios, y menospreciaban sus palabras, burlándose de sus profetas, hasta que subió la ira de Jehová contra su pueblo, y no hubo ya remedio”,
2 Crónicas 36.16.

El resultado del discurso de Esteban es un dramático caso de estudio en contrastes y un despliegue de la misericordia de Dios. Rodeado de una turba enfurecida que era culpable de haber resistido el mismo Espíritu que le llenaba a él, el siervo se queda en calma confianza en su Señor. Así como su Maestro,  manifiesta gracia hasta el fin y termina su curso con encomendar su espíritu al Señor, a la vez orando por sus asesinos. Compárese Lucas 23.46,34: “Jesús, clamando a gran voz, dijo: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Y habiendo dicho esto, expiró. Jesús decía: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. Que nuestro mensaje sea tan auténtico como el de Esteban y nuestro comportamiento tan compasivo como el suyo

capítulo 8
Expansión evangelística

Este capítulo narra la predicación pero en el fondo hay también la planificación divina, ya que nos da un vistazo de Dios obrando todas las cosas “según el designio de su voluntad”. En la persecución, en Samaria y en el desierto Dios tenía aquí un propósito para su pueblo.

El asesinato de Esteban desató un ataque vicioso que esparció los creyentes de Jerusalén por Judea y Samaria, pero el Dios que se especializa en sacar el triunfo de la tragedia emplea este medio para realizar sus planes. Cuando el Salvador ascendido trazó el plan de acción de Hechos, comisionó a sus discípulos a predicar en precisamente esos lugares, 1.8. Hasta ese entonces habían evangelizado Jerusalén solamente, pero ahora los vientos recios de persecución los llevaron a nuevas esferas de labor, y poco a poco el mensaje se difundió más allá de los límites del judaísmo.

Felipe, uno de “los siete” del 6.5, llevó las buenas nuevas a Samaria, cuya religión híbrida era despreciada por los judíos, Juan 4.9. Fue en parte para destruir esos prejuicios que el Señor mismo había pasado por allí y profetizado la bendición por venir, 4.35 al 38. ¡Cuán perfecto el programa de un Dios que todo lo sabe! La siembra de parte del Salvador produce una cosecha abundante al responder gustosamente Samaria al evangelio, y los creyentes se someten al Señor en bautismo.

Si el capítulo enseña la importancia del bautismo, también enseña que el símbolo no puede salvar, porque Simón, aunque sumergido, no tenía el corazón “recto delante de Dios”. Tengamos cuidado para no sustituir una ceremonia, por correcta que sea, por la realidad de un nexo personal con Jesucristo.

Entonces, en medio de un reavivamiento en Samaria, viene ese llamado extraño al desierto. En todo este episodio la obediencia pronta e inequívoca de Felipe es un reto a todos los discípulos. Como siempre, el designio divino resultó enteramente acertado; el siervo dispuesto se encuentra con un hombre que está estudiando Isaías 53 (¿y qué pasaje mejor?), receptivo a ser instruido y, una vez salvo, celoso para obedecer a su Señor. Aquellos que hoy por hoy comparten el celo del etíope para honrar la Palabra de Dios ciertamente van a compartir en su regocijo también.

9.1 al 22
La conversión de Pablo

El milagro de gracia en el camino a Damasco es un gran cambio, no meramente en la vida de Pablo (“fui recibido a misericordia, para ejemplo de los que habrían de creer”, 1 Timoteo 1.12 al 15), sino en el mismo libro de Hechos, por cuanto marcó el llamamiento y la preparación del enviado especial de Dios a los gentiles. Por cuanto será más adelante el apóstol a quien de manera singular se encomendará la verdad de la Iglesia, Efesios 3.3 al 9 (“por revelación me fue declarado el misterio”), conviene combinar su conversión con algunas lecciones elementales sobre ese tema.

La primera lección involucra la persona de Cristo cual Señor vivo de la Iglesia. El que perseguía a los cristianos por adorar al nazareno se asusta al descubrir que estaba equivocado; ¡aquel que habla desde la gloria celestial, claramente Jehová mismo, se identifica como Jesús a quien Pablo odiaba! Con base en esta experiencia, Pablo se identificaba como el último de los testigos de la resurrección, 1 Corintios 15.8, cosa que por sí prueba lo genuino de su apostolado.

Pero si Pablo ve al Señor en gloria, también aprende acerca de su responsabilidad, ya que la suerte de la Iglesia sobre la tierra es servir y sufrir. Su cambio de lado querrá decir que él también sufrirá el reproche de Cristo; así como la senda del Maestro fue una de sufrimiento seguido por gloria, también la del siervo. “… los sufrimientos de Cristo, y las glorias que vendrían tras ellos. Gozaos por cuanto sois participantes de los padecimientos de Cristo, para que también en la revelación de su gloria os gocéis con gran alegría”, 1 Pedro 1.11, 4.13. “Tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse”, Romanos 8.18.

Pero esta solemne verdad se vuelve soportable por otra, a saber la unidad de Cristo y de su pueblo. La vida de la Iglesia es la vida del Señor Jesucristo mismo, y por ende perseguir a los creyentes sobre la tierra es tocar a Cristo en el cielo, ya que todo hijo de Dios es un miembro de su cuerpo, Efesios 5.29,30. ¡Cuán consolador es conocer la simpatía tierna del Señor en todo lo que experimentamos por Él!

De último, pero no de menor importancia, Pablo recibe una lección práctica sobre el amor de la Iglesia. Aun cuando el Señor ha podido instruir más a Pablo allí en el camino, escoge más bien usar a un creyente humilde de Damasco, Ananías por nombre. El poder aglutinante del amor cristiano quedó subrayado, Pablo siendo sanado y atendido cariñosamente por uno de aquellos a quienes viene a destruir. ¿Nos sorprende entonces que se apresure para identificarse con la asamblea en Damasco? Si nosotros tuviéramos tanto amor en nuestro interés por otros creyentes, nuestra asamblea prosperaría también.

9.23 al 43
El secreto de una iglesia sana

¿Qué aporta a la prosperidad de una asamblea? Este pasaje nos puede ayudar, porque su corazón espiritual es uno de los versículos de resumen del escritor Lucas: “Entonces las iglesias tenían paz por toda Judea, Galilea y Samaria; y eran edificadas, andando en el temor del Señor, y se acrecentaban fortalecidas por el Espíritu Santo”, 9.31. Sirve todavía como receta para el desarrollo de una congregación.

Las asambleas primitivas se caracterizaban más que todo por la paz, no necesariamente porque no había persecución sino porque habían aprendido a reposar en el Dios vivo. Luego viene la edificación, porque la enseñanza sana es vital para cualquier asamblea que quiere honrar la verdad. Adicionalmente, eran conocidas por su reverencia, andando en el temor del Señor. En un día de “decisiones” superficiales necesitamos una apreciación más profunda de la grandeza de nuestro Dios. Ellas experimentaban el consuelo o consejo del Espíritu Santo, el único que puede dirigir los santos en adoración y testimonio al Señor Jesús.

Finalmente, y como consecuencia, fueron multiplicadas. ¿Se puede dudar de una bendición duradera al hacer la obra de Dios en la voluntad de Dios? Un cristianismo superficial en la asamblea puede atraer la gente pero no puede cambiar las vidas.

Por supuesto, si estas cosas van a caracterizar la iglesia local donde yo me congrego, ¡primeramente tendrán que caracterizarme a mí! Lucas nos dice en este capítulo qué debe ser todo creyente: un discípulo, un hermano y un santo. El primer título enfatiza la vida disciplinada, porque el discípulo debe seguir y obedecer al Señor constantemente. “Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos”, Juan 8.31. “Hermano” sugiere la devoción que los creyentes sienten por cada cual como miembros de una familia divina, v. 17. Lo podemos ver en el interés que la asamblea en Corinto tomó en Pablo. El tercer título señala la peculiaridad: “los santos” son puestos aparte para Dios y marcados como diferentes del mundo.

Pero no es todo. Tres creyentes manifiestan la manera en que cada cristiano tiene una obra que hacer en su asamblea. Bernabé estaba a la par con su nombre, Hijo de Consolación, 4.36, al apoyar a Pablo en su deseo de juntarse con los discípulos. Dorcas abundaba en buenas obras, un ejemplo llamativo del ministerio al alcance de mujeres espirituales. Simón abrió su casa al apóstol Pedro y demuestra el valor de la hospitalidad cristiana. Si hacemos nuestra parte en la asamblea donde Dios nos ha puesto, entonces sin duda la bendición vendrá.

capítulo 10
Pedro en Cesarea

El prejuicio es difícil de vencer, especialmente si se basa en revelación divina, y esto explica el dilema de Pedro. Criado en el judaísmo, muy consciente de los tabú ceremoniales y el separatismo tradicional de su pueblo, él es el escogido para declarar que ahora los gentiles además de los judíos tienen un derecho a la plenitud de las bendiciones del evangelio.

¿Cómo se puede derrumbar el prejuicio arraigado de un judío estricto? El método de Dios, lento y afectuoso, es instructivo. Primeramente, los hechos del capítulo 8 han dejado en claro que los creyentes samaritanos de ninguna manera son inferiores a los discípulos judíos. También, la providencia divina ha guiado a Pedro a hospedarse con un curtidor, uno cuyo oficio era ofensivo a los judíos por cuanto requería contacto con los animales muertos. Este solo hecho es un paso de separación del judaísmo rígido. Luego viene la visión presentada tres veces. Notemos que ambas visiones narradas en el capítulo tuvieron lugar en momentos de oración, vv 9 y 30. La mente de Dios se revela sólo al creyente que pasa mucho tiempo a solas con el Señor.

La visión de Pedro simboliza el fin de la división judío-gentil, pero también sugiere algunos de los grandes rasgos de la Iglesia. La sábana recoge tanto lo limpio como lo inmundo, así como todos los creyentes son uno en Cristo Jesús, cualquiera su raza, Gálatas 3.28. Es posible debido al lavamiento divino, porque es sólo con base en el Calvario que recibimos el perdón y la recepción. “Nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo”, Tito 3.5,6. El origen de la sábana nos hace recordar que la Iglesia es de origen humano y está en espera de su arrebatamiento glorioso a su hogar celestial. “… nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador”,
Filipenses 3.20.

Todas estas cosas, combinadas con la llegada oportuna de los mensajeros y el informe de la visión de Cornelio, le convencen a Pedro que el Señor está obrando. Por lo tanto proclama sin reserva las buenas nuevas a un auditorio deseoso de oir, enfatizando la imparcialidad de Dios, el señorío universal de Cristo y el emocionante “todo aquel” del evangelio (“todos los que en él creyeren”).

Dios interrumpe la reunión para señalar su aprobación de la iniciativa fiel de Pedro. Que el que es “Señor de todo” nos guarde de prejuicios antibíblicos por medio de su Espíritu y nos permita, como Pedro, ver bendición refrescante en nuestro testimonio para Él.

capítulo 11
De Jerusalén a Antioquía

Este capítulo marca un gran reenfoque de la actividad cristiana de Jerusalén a Antioquía, del corazón del judaísmo a la tercera ciudad del Imperio Romano, del liderazgo de Pedro a aquel de Pablo. Hemos visto evidencia de esta transición en los tres capítulos anteriores con la conversión de los samaritanos, el llamamiento de Pablo y la salvación de Cornelio.

Desde ahora en adelante, el foco de Lucas se mueve hacia el oeste a la par con la expansión del evangelio desde Judea hacia Europa. Progresamos entonces de un informe amplio de parte de Pedro en Jerusalén al reavivamiento entre los gentiles en Antioquía.

No nos sorprende que Pedro tenga que explicar sus acciones a los creyentes judíos que son tan celosos por la ley como él había sido. Su relato es un informe misionero modelo: claro, conciso y desafiante. El hombre que está en la voluntad de Dios no tiene por qué temer decir lo que ha hecho. Su presentación ordenada de los hechos enfatiza los eventos más relevantes de su experiencia: la visión, la llegada providencial de los hombres de Cornelio y el derramamiento del Espíritu. Con esto, la conclusión es irresistible. Es bueno aprender que nuestro Dios es así mucho más grande que la visión limitada de su pueblo. Cuando Él opta por obrar de una manera que no habíamos pensado posible, tengamos cuidado para darle todo la alabanza.

Mientras tanto, hay avivamiento entre los griegos de Antioquía. Estos creyentes forman una asamblea autónoma, responsable solamente al Señor, Aquel a quien han buscado, ¡Cuán cuidadosamente el Espíritu guarda la preeminencia del Señor! La salvación no se encuentra en secta, ni sociedad, ni asamblea, sino en la permanencia fiel del Señor con propósito de corazón.

Pero aun cuando esta congregación es independiente de la iglesia en Jerusalén, hay una hermosa comunión entre ellas: Jerusalén envía a Bernabé para animar a los creyentes nuevos, y Antioquía envía de regreso donativos para ayudar a los santos en Judea que están en apuros. Este ejemplo tan llamativo de interés espiritual y material debe retar la relación entre asambleas hoy en día.

capítulo 12
Pedro en la cárcel

¿Por qué permite Dios que muera uno de sus hijos y que viva otro? Nuestro capítulo formula la pregunta implícitamente, por cuanto registra tanto el martirio de Jacobo como el rescate sobrenatural de Pedro. La respuesta está en la verdad maravillosa que nuestro Dios no se equivoca; es glorificado por su pueblo en vida y en muerte. “… será magnificado Cristo en mi cuerpo, o por vida o por muerte. Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia”, Filipenses 1.20,21.  Nuestra parte es confiar en que Él sabe mejor.

La historia de Pedro nos enseña acerca de la fe, responsabilidad y oración. Aquí está un hombre vigilado por dieciséis soldados, atado con cadena y en espera del amanecer del día de su ejecución, pero con todo duerme tan profundamente que un ángel tiene que despertarlo. Sólo uno confiado en la bondad de Dios puede dormir en esas circunstancias. “En paz me acostaré, y asimismo dormiré; porque solo tú, Jehová, me haces vivir confiado”, Salmo 4.8. Hay una serenidad bajo presión para todos aquellos que cumplen con la condición establecida en Filipenses 4.6,7: “… sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús”.

La manera de su excarcelación ilustra un principio que va a lo largo de las Escrituras. El ángel rompe la cadena y abre las puertas, pero Pedro tiene que vestirse y encontrar el camino a casa. Dios hará lo imposible, pero deja el resto para nosotros. Hagamos lo mejor que podamos en nuestro servicio cristiano, confiando en Él para los resultados.

Entonces viene una lección sobre la oración. Quizás los discípulos esperaban tan sólo la muerte para Pedro y le pedían a Dios fortalecerle; lo cierto es que no estaban preparados para una fuga milagrosa. No obstante, le plugo a Dios honrar la oración de una manera inesperada porque Él guarda para sí el derecho de darnos mejores cosas que nos hemos imaginado. Es de modo tranquilizante saber que las respuestas a la oración no dependen en última instancia de la fe nuestra sino de la fidelidad suya.

Mientras que la muerte de Jacobo y la libertad de Pedro cumplen el propósito del Señor en gracia, el juicio sobre Herodes da la razón a la honra divina, ya que este hombre “no dio la gloria a Dios”. Aquí un acusado contraste con Jesucristo. El blasfemador engreído muere para dar fe a que es un mero hombre; el Salvador, siempre humilde en su senda terrenal, es resucitado de los muertos para dar fe a que es Dios. “… le resucitó de los muertos y le ha dado gloria, para que vuestra fe y esperanza sean en Dios”, 1 Pedro 1.21. “Fue declarado Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por la resurrección de entre los muertos”, Romanos 1.4. Y por cuanto es quien vive por los siglos de los siglos, su Palabra perdura y se multiplica.

Las esferas de servicio
de Pedro y de Pablo     por John Heading

Es obvio que el comienzo del capítulo 13 representa la próxima etapa en el plan de Dios para el mundo. En Marcos 16.15 el Señor había dicho: “Id por todo el mundo”, pero en Hechos 1.8 esto iba a ser realizado por etapas: primeramente la evangelización cercana en Samaria, y luego la obra lejana “hasta los fines de la tierra”.

Pedro y otros eran los evangelistas locales; ellos laboraron donde el Señor les mandó, “cada uno como el Señor le repartió”, 1 Corintios 7.17,20. Por cierto, Pedro era el apóstol a los judíos, Gálatas 2.8; esta era la esfera esencial de su ministerio, “al judío primeramente”, Romanos 1.16. No era de su propia elección que por medio de él “Dios visitó por primera vez a los gentiles, para tomar de ellos pueblo para su nombre”, 15.14. Dios mismo hizo todos los arreglos para la visita de Pedro a Cesarea, de esta manera dándole la segunda llave de Mateo 16.19, cuando el Espíritu Santo fue derramado sobre Cornelio y sus amigos.

Después de Hechos 12 Pedro casi desaparece de la narración, excepto en 15.17, Gálatas 2 y sus dos cartas.

La razón es que la esfera de “los fines de la tierra” estaba reservada para otro siervo de Dios, el apóstol Pablo. Le “había sido encomendado el evangelio de la incircucisión”, Gálatas 2.7,8. Esta obra especial no se abrió inmediatamente con la conversión de Pablo (Saulo); él fue preparado en Damasco, Jerusalén, Cesarea, Tarso y Antioquía, pero no en un ministerio a los gentiles.

El Señor había dicho que Pablo llevaría su nombre “en presencia de los gentiles”, 9.15; “te enviaré lejos a los gentiles”, 22.21; “los gentiles, a quienes ahora te envío”, 26.17. Es  especí-ficamente de la palabra griega para “envío” (porque hay otras) que se deriva la palabra “apóstol”.

Así que Pablo era un apóstol por llamamiento de sus experiencias tempranas en Cristo, pero en la práctica su apostolado fue manifestado cuando fue “enviado por el Espíritu Santo” a los gentiles en el 13.4. Ahora adquiere su nombre nuevo de Pablo, 13.9, reconociendo que Cristo le había enviado; “me envió Cristo a … predicar el evangelio”, 1 Corintios 1 .17.
Él llevaba esta nueva denominación solamente después del comienzo del primer viaje, y hasta el fin.

13.1 al 13
Una iglesia modelo

La segunda mitad de Hechos hace un seguimiento de la difusión del evangelio en el mundo gentil, y por esto leemos de la recomendación de Pablo y Bernabé a la obra y el comienzo del primer viaje misionero. Pero no pasemos por alto la iglesia que dejaron atrás.

“La iglesia que estaba en Antioquía” es claramente una congregación especifica de gente distinta del resto de la ciudad, así como una asamblea hoy en día debe ser distinta del mundo en derredor. Es también una congregación dotada de dones. En el 9.31 aprendemos la importancia de la edificación (“eran edificados, andando en el temor del Señor … fortalecidos por el Espíritu Santo”) y aquí encontramos su fuente humana (en los “profetas y maestros”). El profeta hablaba la Palabra de Dios antes de haber Nuevo Testamento y el maestro la explicaba. Obviamente esto no es un ministerio para uno solo, ni para cualquiera; Dios proporciona diversos maestros para edificar a su Iglesia.

¿Reconocemos y respetamos el don en nuestra asamblea? Obsérvese su calor de corazón. Entre los maestros hay un levita, un negro, uno del África de Norte, un noble y un fariseo,
v. 1. ¡Esta diversidad de raza color, clase social y preparación no puede dañar la comunión cuando hay este disfrute de la unidad de Cristo!

Además, la iglesia reconoce la libertad del Espíritu Santo en la conducción de sus asuntos. En nuestro pasaje el Espíritu habla, envía y fortalece; habrá verdadero progreso solamente en la medida en que una asamblea le permite libertad. Finalmente, observamos un interés genuino en los hombres que han sido llamados de Dios para servicio a tiempo completo. La identificación con aquellos que sirven al Señor de maneras especiales involucra una responsabilidad de compartir con sus necesidades espirituales y materiales. ¿Manifestamos un compromiso real para con nuestros hermanos y hermanas misioneros?

Al comenzar sus labores Pablo y Bernabé, hay un traslado gradual del liderazgo de los mayores a los menores. Hasta ahora se ha hablado de “Bernabé y Saulo”, pero ahora comenzamos a leer de “Pablo y Bernabé”. Aquel que en gracia animó a Pablo en el pasado, 9.27, 11.25,26, nos enseña ahora una lección en humildad al asumir un lugar secundario.

13.14 al 52
El primer sermón de Pablo registrado

Antioquía en Pisidia es el escenario para el primer sermón de Pablo que está narrado. Por cuanto es de todas maneras tan notable como el de Pedro en Pentecostés, vamos a considerar algunos puntos de mayor relevancia.

Ante todo, Pablo destaca la fidelidad de Dios en su trato con Israel. Desde el principio Él escoge, exalta, condujo y cuidó a su pueblo especial, y es todavía el Dios dador que atiende tiernamente a las necesidades de su pueblo, no según la medida débil de nuestra fe sino conforme con su fidelidad eterna. Una verdad relacionada es el cumplimiento asegurado de sus promesas. Desde la caída de Adán en adelante, Dios ha aludido a la venida de su Hijo amado, y siempre cumple su palabra. ¡Aquellos que dicen conocerle deberían ser igualmente confiables!

El Señor Jesús está en el corazón del discurso, vv 27 al 37. Debido a su santidad y su resurrección, su muerte resulta ser la más significativa en la historia de la humanidad, y todavía es el meollo de la proclamación del evangelio, porque en nada han cambiado la necesidad del hombre y el remedio de Dios. Por lo tanto la conclusión de Pablo presenta al Señor resucitado como la única fuente de perdón. Hoy día los mensajes evangélicos comienzan muchas veces con la necesidad del hombre y regresan a la provisión de Dios. Pablo procede en la dirección opuesta: procede del carácter de Dios y la obra del Salvador al problema del pecado humano. Pedro y Esteban hicieron lo mismo por lo menos quince años antes:

2.22    Jesús nazareno … entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios, prendisteis y matasteis por manos de inicuos, crucificándole;

3.13    Dios … ha glorificado a su Hijo Jesús, a quien vosotros entregasteis …

4.11    Este Jesús es la piedra reprobada por vosotros los edificadores, la cual ha venido
a ser cabeza del ángulo.

7.2       El Dios de la gloria apareció a nuestro padre Abraham

En nuestro afán por alcanzar a un mundo perdido por todas las maneras posibles, no seamos culpables de comprometer la gloria de Dios en el mensaje de la salvación; Él debe ocupar el primer lugar. Ahora hay el perdón para todos los que creen, sin distinción alguna, junto con la libertad de la ley de Moisés, porque la ley no puede salvar. Pero el llamado final incluye una advertencia; un predicador fiel debe contar siempre las consecuencias de rechazar además de las bendiciones de la salvación.

¿Los resultados? Interés, oposición y rechazo siguen la predicación de la Palabra, así como harán dondequiera que se la proclame fielmente. Dice en v. 52: “los discípulos estaban llenos de gozo y del Espíritu Santo”. Oremos que sea la descripción acertada de nuestra propia asamblea.

capítulo 14
El método de evangelización de Pablo

Viajando con Pablo, podemos percibir algunas características de su ministerio. Cada una de las tres secciones de este capítulo – Iconio, Listra y el regreso a Antioquía – llama la atención a los principios que gobernaban su obra evangelística. Quizás podemos aprender ponerlos por obra en nuestro testimonio personal y corporativo.

El primero es el de la concentración. En vez de intentar alcanzar cada municipio en una zona, Pablo se enfoca sobre las ciudades principales, intentando hacer verdaderos discípulos que proseguirían en la obra. El Salvador mismo pasó tres años en la instrucción de un grupito de hombres quienes, como resultado de esta preparación a fondo, “trastornaron al mundo entero”, al decir del 17.6. No se olvide de que la Gran Comisión incluye el bautismo y la enseñanza sistemática de los nuevos creyentes, Mateo 28.18 al 20, para que ellos a su vez llegasen a ser “pescadores de hombres”.

El principio de la consolidación se relaciona con esto. Pablo regresa por la misma ruta con el fin de estimular a los creyentes, señalando a aquellos que ya están manifestando tener dones de liderazgo, y encomendándoles a un Dios que preserva. ¿Demostramos un cuidado proactivo y continuo del recién convertido?

Por lo general Pablo y Bernabé inician su predicación en la sinagoga. Los antecedentes de Pablo le dan tanto un amor profundo por su nación como una habilidad para alcanzarla. “Ciertamente el anhelo de mi corazón, y mi oración a Dios por Israel, es para salvación”, Romanos 10.1. Gustosamente se aprovechó de un auditorio hecho a la medida. Es el sentido común en operación. El testigo celoso irá adonde está la gente y también sentirá una responsabilidad especial por sus familiares inconversos.

El interés de Pablo por los judíos dio lugar al antagonismo, y esto nos lleva a un principio final: el coraje. No obstante amenazas, ataques y apedreamiento, ellos prosiguen en la obra. El contraste entre los vv 2 y 3 resalta su reacción asombrosa a la persecución: “por tanto, se detuvieron allí mucho tiempo, hablando con denuedo, confiado en el Señor”. A veces nos desanimamos y nos callamos ente el menor contratiempo, ¡pero no así Pablo y Bernabé! El secreto, por supuesto, está en su disfrute de la presencia d Dios. Así, al dar su informe en Antioquía, todo el crédito y la alabanza van a Aquel que en gracia tuvo a bien obrar “con ellos”. “Predicaron en todas partes, ayudándoles el Señor y confirmando la palabra con las señales que la seguían”, Marcos 16.20.

capítulo 15
La conferencia en Jerusalén

“Los gentiles, oyendo esto, se regocijaban y glorificaban la palabra del Señor, y creyeron todos los que estaban ordenados para vida eterna”, 13.48. La expansión del evangelio a los gentiles no tardó en provocar la animosidad satánica, así como había hecho la predicación de los apóstoles en los días siguientes al Pentecostés. Primero viene la presión desde afuera, y cuando esta falló (porque las iglesias de Dios siempre han prosperado bajo la persecución) el enemigo se vale de tácticas más viles, infiltrando y corrompiendo desde adentro. Un problema doctrinal y una solución escrituraria dan lugar al segundo viaje misionero de Pablo a los gentiles, prueba en sí de que había fracasado el intento a dividir el Cuerpo de Cristo. “… los gentiles son coherederos y miembros del mismo cuerpo, y copartícipes de la promesa en Cristo Jesús por medio del evangelio”, Efesios 3.6.

Una de las enseñanzas fundamentales de la Palabra de Dios es que la salvación es por gracia, mediante la fe, más nada; Efesios 2.8,9. Esta verdad preciosa, que da el golpe de muerte a todo esfuerzo humano y orgullo, es un blanco especial del diablo. Hacer concesiones aquí es destruir aquella característica del evangelio que tan obviamente magnifica la gloria de Dios. Pero el error es siempre sutil. Los fariseos creyentes no niegan que la salvación se encuentra en Cristo, ni se oponen a la salvación de los gentiles. Su tesis es que un gentil debería convertirse en judío para ser verdadero cristiano. En otras palabras, ¡la fe en el Salvador no basta! Ellos enseñaban que, para ser salvo, uno necesita a Cristo y a la ley. ¡Cuán estrictamente debemos guardar contra añadir a la perfecta Palabra de Dios! “No añadas a sus palabras, para que no te reprenda, y seas hallado mentiroso”, Proverbios 30.6.

Sin embargo, el Señor omnipotente es de un todo capaz para preservar su verdad. Obsérvese cómo se frenó el error. Se lo enfrentó en la fuente, Jerusalén, así como se debe hacer con todo mal. Hombres respetados, espirituales, se pronunciaron. Pedro hace constar que Cornelio fue salvo de manera tan convincente que cualquiera en Pentecostés, y magnánimamente coloca a los gentiles delante de los judíos. Pablo y Bernabé declaran que Dios prosigue en la salvación de los no judíos. Y Jacobo, hermano del Señor, concluye con mostrar que todo esto concuerda con las profecías del reino en el Antiguo Testamento acerca de la bendición para los gentiles.

De esta manera, mediante una exposición clara, ordenada y cortés de la Palabra de Dios, quedó refutado el abuso de las Escrituras de parte de los judaizantes. El capítulo 15 enseña que la verdad divina debe ser defendida a cualquier costo. Cuando enseñanza falsa entra en la asamblea, debe ser respondida de las Escrituras de una manera amable y coherente.

capítulo 16
Pablo en Filipos

La adición de nuevos colaboradores favoreció el segundo viaje misionero, 15.36 al 18.22. El regreso a Listra nos introduce a Timoteo, quien iba a ser un consiervo amado, mientras que el llamado macedonio marca la incorporación de Lucas. De mayor importe, notamos el derecho soberano del mayor de los ayudantes, el Espíritu Santo, a dirigir a sus siervos adonde le plazca. Cuando Dios cierra algunas puertas, siempre abre otras para aquellos que tienen la fe y paciencia para conocer su voluntad, v. 9.

El resto del capítulo nos ocupa con Filipos y hace ver cuán variadas y apropiadas son las maneras en que Dios trata con las almas. Lidia, a la sazón una devota adoradora del Dios de Israel, es convertida mientras Pablo está hablando y demuestra la realidad de su fe por bautismo y hospitalidad. Una mujer devota fue el primer testigo de Jesucristo resucitado,
y ahora una mujer es el primer discípulo de la iniciativa europea en el evangelio. ¡Cuán tierna y calladamente el Señor obra en ella, abriendo su corazón al evangelio!

El carcelero romano, en cambio, requiere un terremoto. Aquel fuerte soldado recibe un despliegue supremo de poder divino que le convence de su profunda necesidad, y, por supuesto, el Señor lo ha planificado todo. El testimonio y la liberación asombrosa de la muchacha poseída de demonio; la conducta de Pablo y Silas en la cárcel; un terremoto que afloja cadenas pero no causa daños – todo esto se combina para dar fe al mensaje de Pablo: “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa”.

Es deleitoso para el cristiano mirar atrás y ver cuán cuidadosamente Dios le condujo al momento de su conversión. Así como con Lidia, la obra de gracia se prueba por el bautismo, el amor y el gozo, porque la fe auténtica  siempre se manifiesta por una feliz obediencia.

El comportamiento de los discípulos en la cárcel ilustra hermosamente la respuesta correcta al sufrimiento injusto. “¿Qué gloria es, si pecando sois abofeteados, y lo soportáis? Mas si haciendo lo bueno sufrís, y lo soportáis, esto ciertamente es aprobado delante de Dios. Pues para esto fuisteis llamados; porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas”, 1 Pedro 2.20,21. Lejos de lamentar su suerte, como nosotros somos prestos a hacer, estos queridos hombres se quedan donde Dios les ha puesto. Y se regocijan. En vez de aprovecharse de la primera oportunidad para escapar, ellos se quedan para alcanzar al carcelero. Que nosotros también busquemos la mano de Dios en nuestras circunstancias, por difíciles que sean, y nos sometamos a sus propósitos benévolos para nosotros.

capítulo 17
Pablo en Atenas

¿El evangelio de Jesucristo puede tratar con el intelectual tan poderosa y eficazmente como ya ha satisfecho las necesidades de otros? Pablo prueba que sí. Habiendo pasado a través de Tesalónica y Berea, llega al centro de la antigua cultura y ciencia, Atenas. Allí él demuestra que no se puede hacer concesiones con el mensaje, pero su presentación puede ser adaptada a un auditorio en particular. Así, al proclamar al Señor resucitado en tanto la sinagoga como en el Areópago, él entra en esta gran verdad por vías distintas.

En cada caso Pablo empieza de dónde están sus oyentes. Los judíos aceptan la autoridad del Antiguo Testamento; ante ellos, por lo tanto, razona en detalle con base en las Escrituras, mostrando que el recién crucificado y resucitado cumple con todas las promesas de Dios acerca del Mesías.

Debemos escudriñar cuidadosamente cualquier enseñanza que dice ser basada en la Palabra de Dios, y los de Berea son un ejemplo desafiante de cómo hacerlo, v. 11. “No menospreciéis las profecías. Examinadlo todo; retened lo bueno”, 1 Tesalonicenses 5.20,21. Que sepamos nosotros rechazar el error y abrazar la verdad con ese ánimo.

Los griegos, sin embargo, son indiferentes ante las Escrituras judaicas y el concepto de un Mesías. Allá en Listra, Pablo y Bernabé habían confrontado a los paganos supersticiosos con tres grandes verdades acerca del Dios vivo: su grandeza, gracia y bondad, 14.15 al 17. Con los atenienses educados él parte desde sus inclinaciones religiosas y procede a una declaración tajante de quién es Dios. Nuestra sociedad, tan influenciada por un humanismo evolucionario que rechaza a Dios y exalta al hombre, requiere oir de nuevo la verdad vital que Dios es Creador, Conservador y Juez.

Luego viene la conclusión majestuosa, resumida en tres palabras: •  rectitud, o justicia, el carácter de Dios; •  resurrección, la garantía de un juicio venidero; •  arrepentimiento, la demanda de Dios ante el hombre. Aquí no hay un llamado sentimental, sino una exigencia clara del soberano Señor de todo. Gloriosamente, algunos son salvos. Regocijémonos en que el evangelio no está limitado por linderos de cultura y educación; es para todos los que están dispuestos a creer en el victorioso  Señor del Calvario.

capítulo 18
Aquila y Priscila

Pablo viaja ahora de un centro mundial de cultura a una ciudad hundida en el pecado. La condición moral de la notoria Corinto está descrita por Pablo mismo en 1 Corintios 6.9 al 11 (“Esto erais algunos de vosotros …”), pero la gracia de Dios puede salvar perpetuamente a todos los que acuden a Jesucristo, ¡sean filósofos o prostitutas! Este viaje misionero ha demostrado ya varias reacciones al evangelio entre los gentiles, y no obstante todas las dificultades, más almas preciosas son salvas en los capítulos 16 al 18.

Es un tanto extraño que, en medio de una Corinto inmoral, el Espíritu de Dios nos haya dado un vistazo de un verdadero matrimonio cristiano manifestándose en Aquila y Priscila. ¡Cuán brillante su luz contra un trasfondo tan oscuro! Es digno de observar que siempre se les menciona juntos en las Escrituras; no leemos de uno sin el otro. Esto de por sí testifica al ideal divino. Así como Eva fue hecha de Adán y para Adán, también Priscila está perfectamente adaptada a las necesidades de Aquila, y Aquila, por su parte, aporta a su esposa las cualidades que de otra manera le harían falta a ella. La enseñanza de la Biblia en cuanto a los sexos es que son distintos pero complementarios, y esto no está mejor ilustrado en otra parte que en un matrimonio planeado por Dios.

Adicionalmente, encontramos que esta pareja ministra juntos. Se ven primeramente cuando abren su hogar al pueblo del Señor, y prosiguen en esa buena costumbre, ya que Pablo menciona dos veces que la iglesia se reúne en su casa, Romanos 16.3 al 5, 1 Corintios 16.19. ¿Podemos dudar de que semejante bondad abnegada haya ganado la aprobación del Señor y el galardón prometido a aquellos que brindan hospitalidad a los santos? “Dios no es injusto para olvidar vuestra obra y el trabajo de amor que habéis mostrado hacia su nombre, habiendo servido a los santos y sirviéndoles aún”, Hebreos 6.10. Lo cierto es que aprenden mucho en la estadía de Pablo con ellos, ya que ambos están en condiciones de exhortar e instruir a Apolos cuando llega a Éfeso. Requiere tiempo, esfuerzo y paciencia promover el bienestar espiritual y físico de un creyente nuevo, pero podemos imaginar la satisfacción con que ellos se fijan en el progreso y oyen de su ministerio en Acaya.

Nuestro mundo y nuestra asamblea están muy necesitados de parejas espirituales como Aquila y Priscila, dispuestas a atender a las necesidades de la gente que les rodea, sin egoísmo y sin consideración de sí mismos.

capítulo 19
Pablo en Éfeso

En 18.20,21 Pablo se cuidó de la manera en que prometió volver a Éfeso (“otra vez volveré a vosotros, si Dios quiere”), pero con todo lo hizo en su tercer viaje misionero. Lucas da mucho detalle acerca de su visita prolongada a esa ciudad de magia y superstición, y al hacerlo nos ayuda con ilustrar las características de aquellos que respondieron a la verdad del evangelio.

Un cristiano, aprendemos, es uno que ha recibido al Espíritu Santo. Estos discípulos fuera de lo común no son cristianos en todo el sentido novotestamentario del término, sino seguidores de Juan el Bautista. Cuando Pablo suple lo faltante en el mensaje de Juan y les señala a Cristo, ellos creen, se bautizan y reciben el Espíritu Santo. Así como ciertos eventos anteriores en Jerusalén, Samaria y Cesarea, esto es de un todo fuera de serie y no admite repetición. Hoy todos reciben el Espíritu en el momento de creer. “¿Recibisteis el Espíritu por las obras de la ley, o por el oír con fe?” Gálatas 3.2. “Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él”, Juan 7.39.

Segundo, un cristiano es un recipiente de poder divino. Los milagros de Pablo, mencionados después de su prédica, se ven claramente secundarios a su propósito principal de la evangelización. Ahora que han cesado las señales, el poder del Espíritu se manifiesta en la vida y el testimonio del creyente.

Tercero, un creyente reverencia el nombre del Señor Jesús, vv 13 al 17. Tanto los extorsionistas falsos como el demonio hablan casualmente de “Jesús”, pero el historiador inspirado guarda cuidadosamente su señorío. Aquellos que se someten a la autoridad suya lo reconocen gustosamente en su propia manera de hablar, ya que deleita al corazón de Dios oir a sus hijos referirse reverente y amorosamente a “el Señor Jesús”. “Ofrezcamos siempre a Dios, por medio de él, sacrificio de alabanza, es decir, fruto de labios que confiesan su nombre”, Hebreos 13.15. “…  y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre”, Filipenses 2.11.

Un cristiano ha sido redimido de su antiguo modo de ser. 1 Pedro 1.18,19. Por cuanto son del Señor ahora, estos discípulos efesios están dispuestos a romper claramente con las prácticas malas del pasado, por mucho que cueste. ¿Y nosotros?

Finalmente, dado que un creyente rechaza los valores falsos de la sociedad, debe esperar sufrir, como vemos en el alboroto en Éfeso, porque el mundo no puede tolerar gente que no se somete a sus ídolos del materialismo y de religión. Invariablemente, el pueblo del Camino encuentra hostilidad de parte de aquellos del camino a la destrucción, Pero regocijémonos en que Dios puede guardar a los suyos: vv 30 al 41.

capítulo 20
Un reto para los ancianos

Probablemente el episodio más conmovedor de la vida de Pablo sea su despedida tierna de los ancianos de Éfeso, el clímax de un capítulo que le presenta muy deseoso de llegar a Jerusalén. Después del alboroto en el teatro, el apóstol visita de nuevo a los creyentes en Macedonia, regresando por vía de Troas, donde vista la iglesia local para luego proceder a Mileto donde hace su gran discurso a los ancianos de la asamblea en Éfeso.

La mención breve de su estadía de una semana en Troas hace ver el profundo aprecio que Pablo tenía no sólo de la comunión cristiana sino de la cena del Señor también. Parece claro en el v. 7 que demoró deliberadamente en su viaje para poder estar con los santos para hacer memoria del Señor. Si un apóstol apurado para llegar a Jerusalén puede encontrar tiempo para la adoración, no hay excusa para nosotros al perder esta reunión preciosa en el día del Señor.

Pero lo que debe captar nuestra atención es su último discurso a los ancianos. ¿Cuántos de nosotros somos uniformemente un buen ejemplo al pueblo del Señor? Pablo, sin embargo, es una ilustración llamativa de precisamente las verdades que enseñaba. “Por tanto, os ruego que me imitéis. Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo”, 1 Corintios 4.16, 11.1.

Su estilo era siempre de humildad, como corresponde a un hombre consciente de las profundidades de las cuales la gracia le ha sacado. “Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero”, 1 Timoteo 1.15. Su servicio no admitía temor, no obstante la hostilidad persistente y fanática de los judíos, ya que era mensajero enviado por el Rey de Reyes. Su enseñanza era detallada, abarcando “todo el consejo de Dios”, y poco sorprende que ministraba “de noche y de día” y con lágrimas, ¡habiendo sido encomendado un pensum tan extenso! Su enseñanza era provechosa también, sin evitar pasajes difíciles de la Palabra ni insistir en lo que no era de consecuencia. Adicionalmente, ni se escondía ni se avergonzaba, sino predicaba abierta y públicamente.

Con todo, esto no retardaba de un ministerio personal entre los santos cual demostración de un cuidado pastoral por el individuo. Finalmente, su evangelio era universal y gratuito, porque había recibido de balde del Señor y gustosamente se gastaba en el servicio del Maestro. Con ancianos de este calibre, sin duda la grey de Dios será protegida, alimentada y ampliada.

capítulo 21
Pablo en Jerusalén

Es cosa triste que la mayoría de los cristianos poseen una disposición para la crítica, especial-mente en asuntos que no están revelados claramente en las Escrituras. La visita de Pablo a Jerusalén es un caso relevante porque nos presenta a un campeón de la gracia dispuesto a ceder terreno al judaísmo. Con todo, en vez de asignar elogio o culpa según nuestra evaluación del gran apóstol, notemos sencillamente algunos hechos dignos de nuestra atención.

Primeramente, la infalibilidad apostólica abarca tan sólo las Escrituras que ellos redactan y no a todo aspecto de su conducta, porque aun los apóstoles podían equivocarse; considérense 23.1 al 5 (Pablo ante el sumo sacerdote) y Gálatas 2.11 (Pedro con los judaizantes). En gracia soberana, Dios escoge débiles instrumentos humanos por medio de quienes comunicar su Palabra intachable.

Segundo, Hechos es histórico a diferencia de doctrinal, y por esto no tiene el propósito de establecer un código de conducta enteramente fijo; se limita a registrar la historia de la Iglesia. Además, Hechos trata de una época única de transición del judaísmo al cristianismo pleno del Nuevo Testamento, cosa que explica muchos de sus problemas. Finalmente, y lo más importante, la Palabra de Dios es siempre acertada, como se ve en el cumplimiento de la profecía de Agabo, vv 11, 33.

Más estimulante que los eventos en Jerusalén misma es el viaje narrado en los primeros diecisiete versículos, que evidencian una vez más el interés de Pablo en las asambleas en su ruta. El v. 4 da a entender que buscó deliberadamente a los creyentes en Tiro, y el calor de su comunión se capta en la amorosa despedida que le dan después de haberle conocido por sólo siete días.

En Cesarea, Felipe el evangelista abre su hogar y revela que no sólo ha continuado firme en la fe, sino también que ha levantado una familia en el temor de Dios. El hecho de poseer buenos dones espirituales no le quita a un hombre cristiano una responsabilidad especial a los que dependen de él; Felipe es un buen padre además de un buen predicador.

No hay nada en el mundo como el afecto familiar que existe entre cristianos, cosa que es un sí un testimonio a la gracia de Dios. “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros”, Juan 13.35. Que lo atesoremos y lo manifestemos en nuestro hogar y nuestra asamblea. Aun cuando preso, esta comunión de parte de Pablo seguía vigente:

27.3    le permitió [a Pablo en el viaje a Roma] que fuese a los amigos, para ser atendido por ellos.

28.14,15,30   habiendo hallado hermanos, nos rogaron que nos quedásemos con ellos siete días; y luego fuimos a Roma, de donde, oyendo de nosotros los hermanos, salieron a recibirnos … Pablo permaneció dos años enteros en una casa alquilada, y recibía a todos los que a él venían,

Filipenses 2.25, 4.18   tuve por necesario enviaros a Epafrodito, mi hermano y colaborador y compañero de milicia … estoy lleno, habiendo recibido de Epafrodito lo que enviasteis; olor fragante, sacrificio acepto, agradable a Dios.

capítulo 22
Testimonio a una turba

No es cosa fácil enfrentar una turba hostil y hablar por el Maestro. Pablo puede, porque posee al Espíritu morando en él con todo su poder habilitante para testificar en las circunstancias más difíciles. Así que, aquí cuenta su conversión por la primera de las veces que está registrada, y es un excelente modelo de testimonio no obstante haber sido rechazado por los judíos.

Primeramente, Pablo es conciso. Toda su intervención ocupa pocos minutos, pero dice mucho. Repasa su vida de antes, su encuentro con el Señor ya resucitado y los cambios dramáticos que esto originó. Su concepto de él cambia al descubrir que es el Señor y el Justo, vv 8, 14. Su actitud hacia los cristianos ya no es de un odio a muerte sino de amor hermanable, inspirado por la bondad de Ananías.

Habiendo sido un celoso defensor de la ley, es tornado en el delegado nombrado específicamente para ser embajador del Señor Jesús a los gentiles. La transformación entera de un hombre como este es una validación irrefutable de su mensaje; sólo una intervención sobrenatural ha podido convertir este archifariseo. Posiblemente podremos aprender a ser tan incisivos como él al contar lo que el Señor ha hecho por nosotros.

Segundo, es honesto. Pablo reconoce plenamente la medida de su anterior oposición al evan-gelio, pero no lo trata de una manera indigna. El cristiano no cuenta con mandato para esconder ni exagerar su experiencia cuando inconverso, por bien intencionada que haya sido. Cualquier intención a gloriarse en los pecados de los cuales hemos sido rescatados debe ser anulada por el reconocimiento de que la meta de todo testimonio es la de exaltar al Señor Jesús y nadie más.

Tercero, Pablo es de un todo sereno. Además, ninguna carga de culpabilidad oscurece su plática; habiendo sido limpiado por la sangre preciosa de Cristo, no tiene más conciencia del pecado, como lo expresa Hebreos 10.2. Que la paz interior que está detrás de la predicación de Pablo, y hace ver que es un pecador perdonado, caracterice también nuestro testimonio al Salvador.

capítulo 23
De Jerusalén a Cesarea

La defensa de Pablo por Cristo en Jerusalén parece producir tan sólo un tumulto. En la escalera a  Fuerte Antonia se le dejaron hablar solamente hasta mencionar su misión especial a los gentiles, y su defensa ante una reunión ad hoc de la Sanedrín termina en un conflicto violento entre rivales, los fariseos y los saduceos.

Esta clase de antagonismo hacia el gran apóstol sólo subraya el prolongado rechazo de Israel de su Mesías y los mensajeros suyos. “… llamando a los apóstoles, después de azotarlos, les intimaron que no hablasen en el nombre de Jesús”, 5.40. “No tenemos más rey que César”, Juan 19.15. También confirma la intención del apóstol a dirigirse a los gentiles. “A vosotros a la verdad era necesario que se os hablase primero la palabra de Dios; mas puesto que la desecháis, y no os juzgáis dignos de la vida eterna, he aquí, nos volvemos a los gentiles”, 13.46,47. Por esto las dos secciones de nuestro capítulo – el concilio hasta el v. 10 y luego la conjura – señalan un alejamiento de Jerusalén a favor de Roma.

Hay un contraste agudo entre el comportamiento de Pablo ante el concilio y el comportamiento de su Maestro. El mejor de los hombres sólo puede reaccionar con un estallido de justa indignación, y luego una disculpa ante el abuso injustificado del sumo sacerdote. El Hijo del Hombre, en cambio, guardó un silencio digno ante una provocación peor, Mateo 26.57 al 68. En su mansedumbre divina Él manifestó la plenitud de su perfección moral. “Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca”, Isaías 53.7.

A la vez Pablo proclama firmemente lo esencial que es la resurrección. Uniformemente, ha testificado a un Señor crucificado, resucitado y glorificado, sin quien no hay salvación. “Si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana; aún estáis en vuestros pecados”, 1 Corintios 15.17. Más que nunca, esta verdad debe ser enfatizada ante la incredulidad moderna.

Bien podemos pensar que Pablo estaba cansado, desanimado y solitario después de disturbio, su mensaje rechazado por su propio pueblo y sin evidencia de fruto por sus labores. Pero sólo el Señor conoce las tristezas de su siervo y por esto ha podido consolar con su presencia y promesa. Sea lo que fuere lo que pensemos de las actividades del apóstol en Jerusalén, su Maestro le da sólo encomio y estímulo. Es bueno saber que un Dios omnisciente se da cuenta plenamente de todo lo que su pueblo hace por él, por débil o imperfecto que sea. Aquí, su promesa de servicio en Roma es oportuna porque disipa cualquier ansiedad que Pablo haya sentido al oir de un complot judío. ¿Nosotros gozamos de la cercanía de este Dios tierno?

capítulo 24
Pablo ante Félix

La audiencia preliminar de Pablo ante el gobernador de Judea es singularmente parecida al juicio del Señor Jesús, cuando un hombre inocente es llevado ante un juez corrupto y acusado por testigos falsos. ¿Pablo se dio cuenta de que andaba en la senda del Salvador al soportar este abuso de la justicia?

Grande es el consuelo en saber que el Señor en el cielo compadece con su pueblo por haber sufrido lo mismo. “Gozaos por cuanto sois participantes de los padecimientos de Cristo, para que también en la revelación de su gloria os gocéis con gran alegría. Si sois vituperados por el nombre de Cristo, sois bienaventurados”, 1 Pedro 4.12 al 16.

Vamos a resaltar ahora tres contrastes en las aspiraciones, la conciencia y los conocimientos del juez y del prisionero que están cara a cara.

La esperanza segura de Pablo está en el hecho de la resurrección, una verdad del Antiguo Testamento confirmada en el Nuevo; Félix, en cambio, fija su esperanza en riquezas pasajeras, v. 26. ¡Qué diferencia entre la aspiración celestial y la lascivia terrenal! El Señor Jesús enseñó que nuestro corazón está donde está nuestro tesoro, Mateo 16.19 al 21. Por esto un hombre con su hogar en la gloria puede disfrutar de paz divina aun en medio de la adversidad. Contamos con “la esperanza bienaventurada” del pronto regreso del Salvador, no para separarnos de nuestras riquezas sino para llevarnos adonde están. “… aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo”, Tito 2.13.

Mientras que la conciencia del apóstol está “sin ofensa”, la del gobernador está sobre-manera perturbada. Normalmente esperamos que un acusado tiemble ante un juez, ¡pero en este caso es exactamente lo opuesto! La verdad divina que consuela al creyente también convence al pecador. Pablo predica sobre justicia, control propio y juicio venidero, y Félix, tan carente de los primeros dos, seguramente temblaba ante el tercero. Pero el cristiano puede oir de estas cosas con gozo, porque “ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús”, Romanos 8.1. El juicio ha pasado porque el Salvador ha muerto.

El contraste final está entre el conocimiento meramente intelectual que Félix tenía del cristia-nismo y la experiencia personal de Pablo con el Camino Vivo. Un verdadero conocimiento del Señor Jesús se apoderará del corazón de uno y moldará su vida, porque nuestro Dios exige realidad. El amor genuino de Pablo por el Salvador produce adoración bíblica y un andar diario sostenido por su esperanza futura.

capítulo 25
Pablo ante Festo

Los dos años de encarcelamiento en Cesarea, y la negativa de tanto Félix como Festo a tratarle justamente, sirven para probar dos cosas en torno de Pablo: la pecaminosidad del hombre y la fe firme del apóstol.

El odio por el evangelio que Pablo predicaba no se atenuado en nada; los hombres siguen engañosos y asesinos, mentirosos, corruptos e intrínsecamente orgullosos, vv 3 al  9 y 23. El hombre no ha mejorado, no obstante los intentos del filósofo evolucionario para decirnos que sí. Posiblemente la educación y la cultura cubran cosméticamente el cáncer del pecado, pero lo pueden curar. No nos olvidemos nunca de que todo hombre y mujer necesita deses-peradamente al Salvador del mundo, y que Dios ha designado a los creyentes como el medio para alcanzarles.

En contraste, Pablo, siempre mucho más recto y osado que sus jueces, no manifiesta amargura ni descreimiento. ¿Qué era su secreto? Ciertamente estaba aprendiendo disfrutar de la paz interior que no depende de las circunstancias terrenales sino de los propósitos inequívocos de un Dios amoroso. “He aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación”, Filipenses 4.11 al 13.

Más de dos años antes, el Señor reveló benignamente una parte de su plan para Pablo: “Como has testificado de mí en Jerusalén, así es necesario que testifiques también en Roma”, 23.11. Aun cuando parecía que nada había sucedido en el intervalo, Pablo nunca perdió su confianza en la Palabra de Dios. La lección es clara: nunca dude en la oscuridad de lo que Dios le ha mostrado en la luz. El mismo hecho de que estemos vivos es evidencia de que Dios tiene una obra que hagamos; como Pablo, entonces, aferrémonos pacientemente a las promesas divinas de la Palabra de Dios, sabiendo que no puede fallar.

Debido a su confianza en Dios, Pablo no teme la muerte. Cualquier otra cosa que el cristiano sepa o no sepa, esto es seguro: al abandonar su cuerpo terrenal, él va inmediata y consciente-mente a estar con el Señor Jesucristo. “De ambas cosas estoy puesto en estrecho, teniendo deseo de partir y estar con Cristo, lo cual es muchísimo mejor …”, Filipenses 1.23. “… quisiéramos estar ausentes del cuerpo, y presentes al Señor”, 2 Corintios 5.8. ¡Con razón no tenemos por qué tener miedo!

Aun Festo entiende que el meollo del evangelio está en la muerte y resurrección del Señor Jesús. Un Cristo resucitado y glorificado quiere decir para el creyente que la muerte ha sido derrotada una vez para siempre. Vivos o dormidos en el momento del regreso del Señor, iremos para estar para siempre con Él. Y eso compensa todo lo demás. “Tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse”, Romanos 8.18.

capítulo 26
Un rey desafiado

Nuestro Dios nunca se equivoca. Desde el punto de vista humano, el regreso de Pablo a Jerusalén ha sido un desastre; su obra misionera ha cesado, los judíos le han rechazado y parece que él está al final de su carrera. Con todo, Dios le ha usado para predicar ante auditorios compuestos de revoltosos y de gobernantes, cada vez exaltando al Señor Jesús. Este testimonio final es una afirmación magnífica de la verdad cristiana que revela el carácter de Dios en salvación.

Los vv 16 al 19 forman el corazón de la presentación, tratando de la especial comisión apostólica en el camino a Damasco. Notamos el plan de Dios en que Pablo fue librado (mejor, tomado) de su pueblo y de los gentiles.  La salvación ubica al creyente en aquel número donde no hay judío ni gentil, ya que todos son uno en Cristo Jesús, Gálatas 3.28. ¿Cuánto apreciamos el plan para la obra maestra de Dios, la Iglesia? La salvación quiere decir también un alumbramiento espiritual, y en esto la gracia de Dios está obrando. Sin embargo, todo el cumplimiento religioso de Pablo fue realizado en una ceguera absoluta, y en esto él hubiera continuado si Dios no hubiera abierto los ojos. Tengamos gratitud que la gracia libre haya alumbrado nuestro entendimiento del evangelio.

Entonces viene la santidad del Dios que convierte a la gente “de las tinieblas a la luz”. El resplandor deslumbrante que le tumbó a Pablo le enfrentó a él con Uno que demanda de los creyentes un cambio radical de vida. ¿Procuramos en aquella luz? 1 Juan 1.5 al 7. El poder de Dios se manifiesta en la libertad de la servidumbre de Satanás; rescatados de ella, podemos estar confiados de que nuestro Libertador nos guardará seguros por la eternidad. El amor de Dios se ve en “el perdón de los pecados”, cosa estimada especialmente por uno que había abusado tan gravemente al pueblo de Dios. De último viene el divino propósito: la herencia que espera a los santos. Junto con Pablo, esperamos el clímax de nuestra salvación en el regreso del Señor Jesús.

Festo cataloga a esta gran enseñanza como locura y Agripa esconde su pena con una broma. Sólo Pablo ilustra la respuesta correcta de una sencilla obediencia, y queremos tomarle a él como modelo.

capítulo 27
El viaje a Roma

Una cosa se destaca en esta historia emocionante: ¡Dios puede proteger a los suyos! Su mano invisible está siempre guiando y guardando a su pueblo, porque nada les sucede sin el permiso suyo. El relato de Lucas, técnicamente excelente, es más que una descripción gráfica de tempestades y naufragio, sino destaca la providencia divina en su preservación de Pablo. También, ilustra la exactitud de las Escrituras (en su uso autorizado de la jerga náutica), la benevolencia de Dios (en la preservación de todos los que estaban en la nave) y la fe del apóstol (en mantener su confianza en el Señor ante la amenaza de una muerte inminente). ¿Qué podemos aprender acerca de la fe del apóstol?

Es una fe basada en revelación, vv 23 al 25. Pablo no simplemente acepta la existencia de Dios; él cree a un Dios que ha hablado. El verdadero cristianismo afirma que el Creador todopoderoso se ha revelado al hombre en gracia a través de su Hijo amado. “Dios … en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo”, Hebreos 1.1,2. Si estamos confiando en su Palabra, nosotros también podemos confesarle como Aquel “de quien soy y a quien sirvo”.

Es una fe que se regocija aun en medio de las circunstancias más adversas. Aquellos redimidos por Cristo tienen toda razón para estar felices por las bendiciones que Dios ha derramado sobre ellos. “Nos gloriamos en Dios por el Señor nuestro Jesucristo, por quien hemos recibido ahora la reconciliación”, Romanos 5.11. El gozo de Pablo, manifestado en una confianza serena, se extiende a sus compañeros. Que el nuestro sea así de contagioso.

Es una fe que conlleva responsabilidad, vv 21 al 26. Lejos de esconder su conocimiento de Dios, Pablo enseña a todos en la nave. Por cierto, el v. 24 hace entender que había estado orando por su seguridad. El evangelio no es un tesoro a ser acaparado, sino una semilla a ser sembrada en fe y regada con oración.

Es una fe que quiere reconocimiento. Hay algo atrayente y convincente en el porte de Pablo, porque es en las tempestades de la vida que la fe del cristiano brilla más. Como resultado, Dios le da favor con el centurión, asegurando por esto comunión en Sidón y seguridad en Malta. ¿Y nuestra fe atrae la atención de la gente?

capítulo 28
El fin del viaje

Ni pompa ni ceremonia acompañaron a Pablo al entrar en Roma; al contrario, el apóstol a los gentiles llegó en calidad de preso. Aun así, todos los acontecimientos de este capítulo final de Hechos son un testimonio llamativo a la confiabilidad de la Palabra de Dios y la culminación de sus propósitos para la vida de Pablo.

Los milagros en Malta cumplen la garantía de Marcos 16.18 (“estas señales seguirán a los que creen: … tomarán en las manos serpientes, y si bebieren cosa mortífera, no les hará daño”) y sirven como señal para llamar la atención al mensaje de Pablo. La llegada a Roma justifica la promesa que él iba a testificar allí (“como has testificado de mí en Jerusalén, así es necesario que testifiques también en Roma”, 23.11). La reacción mixta de los judíos no sólo cumple una advertencia anterior que la nación rechazaría la verdad (“sal prontamente de Jerusalén; porque no recibirán tu testimonio acerca de mí”, 22.18) sino también confirma la profecía del Antiguo Testamento de juicios sobre un Israel indiferente (“Engruesa el corazón de este pueblo, y agrava sus oídos, y ciega sus ojos, para que no vea con sus ojos, ni oiga con sus oídos, ni su corazón entienda, ni se convierta”, Isaías 6.9,10).

Finalmente, la prédica persistente del apóstol es tanto una evidencia de su amor por las almas como de su deseo celoso a obedecer al mandamiento del Señor en Mateo 28.18 al 20. (“Id por todo el mundo y predicad …”) ¡Es un gran estímulo ver que la palabra de Dios es sin lugar a dudas digna de nuestra confianza y obediencia!

Como vimos en el capítulo anterior, el Maestro se deleita en vigilar a sus siervos en sus labores para Él. La benevolencia de Dios se despliega aquí en la bondad poco común del pueblo de Malta y la protección sobrenatural que Pablo experimentó. Hay también la oportunidad de comunión con los creyentes en la marcha a Roma. Para estos no era cosa de consecuencia caminar unos setenta o más kilómetros para recibir a un hermano en Cristo, y nada nos sorprende que Pablo haya dado gracias a Dios por ese estímulo. ¿Estamos dispuestos a molestarnos por el bien de otros creyentes, y mostrar agradecimiento a aquellos que nos ministran la Palabra de Dios?

Pero Hechos no sólo nos deja con una conciencia de la bondad divina, sino también hace ver cuán plenamente Pablo estaba comprometido con el evangelio. Siempre dispuesto a servir aun en una capacidad menor, como en el v. 3, la gran misión suya era honrar al Señor en la enseñanza de su Palabra. Al terminar este gran libro, asegurémonos de que su último versículo sea cierto en cuanto a nosotros hasta que el Señor venga: “predicando el reino de Dios y enseñando acerca del Señor Jesucristo, abiertamente y sin impedimento”.

El  día  de  Pentecostés

William Hoste; The Witness; 1908

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Contenido

1              El cumplimiento de la promesa del Padre

2              El cumplimiento de la Fiesta de Pentecostés

3              Un cumplimiento parcial de la profecía de Joel

4              El cumplimiento de las promesas del Señor Jesucristo

5              El advenimiento personal del Espíritu

6              El don de lenguas

7              El bautismo en el Espíritu Santo

8              La plenitud del Espíritu Santo

 

Vivimos en días de confusión; el aire está cargado de informes raros de movimientos en los cuales la obra de Dios parece estar mezclada con la del enemigo. Tenemos que orientarnos siempre por la Palabra de Dios, si es que no vamos a deslizarnos peligrosamente de la senda acertada.

Se suele hacer caso omiso del carácter peculiar de los postreros días, como está profetizado en 2 Timoteo 3.8: “Hombres corruptos de entendimiento, réprobos en cuanto a la fe”. La gente habla como si la impiedad a la vista fuera una señal especial de los postreros días, ¿pero cuándo no la hubo? Leemos en este versículo de una disfrazada oposición a la verdad. “De la manera que Janes y Jambres resistieron a Moisés, así también éstos resisten a la verdad”.

¿Y cómo fue que estos dos magos se opusieron al varón de Dios? Con producir por el poder de Satanás los mismos resultados que Moisés realizó por el poder de Dios. Él produjo serpientes, sangre y ranas por intermedio de Aarón, “y los hechiceros hicieron lo mismo con sus encantamientos”, Éxodo 7.22.

Los falsos cristos y falsos profetas de Satanás de los tiempos postreros “harán grandes señales y prodigios, de tal manera que engañarán, si fuere posible, aun a los escogidos”, Mateo 24.24. Es decir, las señales no serán meramente maravillas físicas para provocar la admiración de los impíos, sino prodigios espirituales que incitarán al pueblo de Dios a exclamar, “¡Dedo de Dios es éste!” Creo que 2 Timoteo 3.8 enseña que debemos esperar en estos postreros días del período de la Iglesia la metodología reseñada con referencia al futuro en Mateo 24.24.

Se ha dicho que Satanás siempre procura robar al pueblo de Dios de la verdad más elevada que posean en el momento, o lo que se podría llamar su herencia característica:

  • En Edén, Él les quitó de nuestros primeros padres la posesión más valiosa que tenían: la comunión con Dios.
  • Cuando se le encomendó a Noé el gobierno terrenal, el diablo le robó de la capacidad de gobernarse a sí mismo y a su casa.
  • Cuando la gran verdad de la unidad de la Deidad fue revelada a Israel en el Sinaí,
    Satanás no perdió tiempo en seducir al Israel de Dios por medio del becerro de oro.
  • Cuando Dios se reveló a sí en la persona de su amado Hijo, Satanás sembró la idea
    que los hombres deberían matar a Aquel que había venido a hacerles bien.

La verdad característica de la dispensación actual es la presencia personal y continua del Espíritu Santo en este mundo, para testificar a favor de un Cristo glorificado que está a la diestra de Dios. El Espíritu ha venido morando en el pueblo de Dios desde Pentecostés en adelante, con base en el valor perdurable y bendito, precioso a Dios, de la sangre de Cristo. Esta realidad, y sólo esta realidad, le permite al Espíritu constituir a los creyentes en templo suyo. Por la gracia divina, en estos últimos años se ha recuperado la doctrina legítima de su presencia personal en relación con la gloria de Cristo.

Si Satanás está intentando embestir de una manera especial las relaciones dentro de la Trinidad, es solamente porque se ha dado cuenta de que sería la manera más exitosa de desprestigiar la obra de Cristo y deshonrar esa santa Persona.

Pero no es que él niegue abiertamente el poder del Espíritu, sino que socava la verdad en cuanto a Él, aun conduciendo a creyentes concienzudos a hacer caso omiso de su presencia en persona. Estamos escuchando expresiones como, “¡Volvamos a Pentecostés!” y  “¿Has reci-bido tu Pentecostés?” Se ha llegado a afirmar que si fuera factible reconstruir el escenario del Pentecostés, reuniendo a unos 120 creyentes “selectos” en algún “aposento alto” de estos tiempos, el Espíritu volvería a efectuar los prodigios descritos en Hechos 2 como respuesta a oración y fe.

Difícilmente se negará que nos convenga averiguar en la Palabra de Dios qué fue aquello en verdad, y si es lícito esperar en esta dispensación una repetición de los grandes eventos de aquel día.

 

1        El cumplimiento de la promesa del Padre

 

“Este Jesús … exaltado por la diestra de Dios, y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado sobre vosotros esto que vosotros veis y oís”, Hechos 2.33. Este versículo proporciona una ojeada de eventos acaecidos en el cielo entre el ascenso del Señor y el descenso del Espíritu. Afirma dos hechos trascendentales:

  • que Cristo se ubicó a la diestra del Padre
  • que recibió el Espíritu de una manera no conocida antes.

Bien hemos podido esperar el primero al haber tenido en mente cuán perfectamente había glorificado al Padre aquí. El segundo ha podido causarnos profunda reflexión al recordar que esta unión fue con miras a enviar el Consolador a testificar en gracia del Señor ascendido, en el mismo lugar donde había sido rechazado y crucificado.

El Hijo de Dios nació cual Ungido de Dios: “Os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor”, Lucas 2.11. Había sido ungido para ministerio en su bautismo: “Dios ungió con el Espíritu Santo y con poder a Jesús de Nazaret”, Hechos 10.38. Fue una unción personal que no ha podido ser transferido.

La unción que recibió sobre el trono de Dios correspondió a aquella otra unción simbólica descrita en Salmo 133.2: “… el buen óleo sobre la cabeza, el cual desciende sobre la barba … y baja hasta el borde de sus vestidos”. No hemos debido sorprendernos que haya recibido las copas de ira para vaciarlas sobre un mundo rebelde, pero sí nos causa profunda reflexión de que haya recibido “dones para los hombres, y también para los rebeldes, para que habite entre ellos Jah, Dios”, Salmo 68.18.

Cuando nuestro Señor estaba aquí abajo, podía comunicar vida, sanidad, poder para obrar milagros y autoridad sobre el poder del enemigo. Aun podía soplar sobre sus discípulos el influjo del Espíritu, pronunciando, “Recibid al Espíritu Santo”, pero el tiempo no había llegado para darles ese Espíritu, cual comunicación de unión consigo mismo.

El poder para compartir con los suyos su vida de resucitado, y formar así de ellos un cuerpo junto con él, parece haber sido reservado como el galardón especial de su propia obediencia a lo último. En Hechos 2 vemos el óleo sagrado de la unción descender hasta el borde de sus vestidos.

 

2        El cumplimiento de la Fiesta de Pentecostés

 

La llegada del Espíritu no tomó por sorpresa a los discípulos, ya que el Señor había prometido que serían bautizados en Él. Pero no esperaban que sucediera cuando sucedió, ya que el Señor no había especificado fecha. Se limitó a decir que sería dentro de no pocos días.

Pero Dios dispuso que fuera así. Tal como el Calvario fue “Cristo nuestra Pascua”, encontramos en Hechos 2 el antitipo —el cumplimiento— de la variada ceremonia de la Fiesta de Primicias que Levítico 23 describe. La mayoría estamos conscientes de que pentecostés es una adaptación del griego para cincuenta. El día siguiente al sábado de la semana pascual, una gavilla de los primeros frutos de la cosecha de cebada era mecida delante de Jehová, 23.11. Es figura del Jesucristo en resurrección, “primicias de los que durmieron es hecho”, en lenguaje de 1 Corintios 15.20.

A partir de aquel día se contaban siete semanas; el día después, el primero de la octava semana, era el día pentecostal. Entre el día de la gavilla y este día número 50, se terminaba la cosecha. Podemos mencionar de paso que en Palestina la cosecha no sigue al verano, como en países occidentales, sino que lo precede. Este hecho explica la idea de Jeremías 8.20: “Pasó la siega, terminó el verano, y nosotros no hemos sido salvos”.

La Fiesta de Pentecostés se caracterizaba por:

  • ser una santa convocación, cuando no se hacía ningún trabajo de siervos
  • ofrecer dos panes para ofrenda mecida, hechos de las primicias de la cosecha de trigo (“el nuevo grano”, literalmente “los primogénitos”) y cocidos con levadura
  • el sacrificio de siete corderos, un becerro, dos carneros como holocausto, “ofrenda encendida de olor grato a Jehová” (ya que todos hablan de Cristo en su ofrenda de sí mismo
    a Dios en el Calvario), además de un macho cabrío como sacrificio por el pecado del pueblo y dos corderos en ofrenda de paz, y de éstos participaban tanto Jehová como los sacerdotes
  • preceptos en cuanto a dar al pobre y el extranjero

Podemos esperar encontrar paralelos a estas características como realidades espirituales en el antitipo, a saber, el Día de Pentecostés en Hechos capítulo 2:

  • El pueblo de Dios se congregó en uno para formar el cuerpo único de Cristo, cual “santa convocación” de la fiesta judía.
  • Los tres mil convictos y convertidos presentados a Dios en el poder del Espíritu Santo, culpables de haber crucificado a su Mesías, con pecado aún sobre ellos pero ya no en ellos, hacen recordar los panes con levadura que se mecían en antaño. Aseguradamente esos tres mil fueron testimonio cabal de la cosecha a recoger si su nación hubiera hecho caso del testimonio del Espíritu a su Mesías.
  • Aquellos corderos y carneros han podido ser llevados de regreso a sus pastos, por cuanto ya se había realizado en el Calvario el sacrificio que ellos ilustraban, por Uno “entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios”. Por cierto, podemos decir que el testimonio de Pedro al sacrificio y glorias de Cristo tomó el lugar de aquellos sacrificios que le habían señalado a Él a lo largo de los siglos.
  • La responsabilidad para con el pobre y el extranjero fue cumplida maravillosamente
    como consecuencia de los eventos espirituales de aquel Día. No sólo se dejó unas espigas
    en los rincones del campo, sino que los creyentes en Hechos 2 vendieron sus bienes
    y los repartieron según la necesidad de cada cual.

 

3        Un cumplimiento parcial de la profecía de Joel

 

Joel dirigió su profecía a la nación de Israel. El escenario es indudablemente Jerusalén y la tierra es la de Palestina, donde se nos presenta el pueblo como una nación.

El tema del libro de Joel es el trato de Jehová con su pueblo terrenal, cuyos pecados están trayendo sobre ellos el juicio divino por medio de hombres. Pero los juicios y la advertencia divina llevan el pueblo al arrepentimiento y por consiguiente a salvación del ejército del norte, sus opresores. Viene luego una temporada de ricas bendiciones temporales, seguida de una gran manifestación de bendición espiritual que está acompañada de señales, visiones, sueños y prodigios en el cielo arriba y la tierra abajo. Toda la humanidad va a participar en esta bendición, pero los dones del Espíritu serán encomendados a los hijos e hijas de Israel, ya que ellos serán los instrumentos en las manos de Dios para una bendición en escala mundial.

Es evidente que los acontecimientos de Hechos 2 no alcanzaron todo lo que Joel profetizó. Todo el mundo no participó en aquello, ni se vieron todos los milagros que el profeta anunció. A todas luces las lenguas —no mencionadas específicamente por Joel— fueron milagrosas, pero nada se dice de profecías, visiones y sueños. No hay en Hechos de los Apóstoles —ni en el capítulo 2 ni en ningún otro— algo que corresponda a las señales y prodigios en la naturaleza que están predichas en Joel.

La explicación de todo esto es que, aun cuando la llegada del Espíritu Santo ha podido introducir todo lo que el profeta describió, el episodio en el Día de Pentecostés fue más bien un presagio, o de carácter tentativo.

Cuando un evento especial en el Nuevo Testamento constituye el cumplimiento exhaustivo de una profecía en particular, se emplea la frase que encontramos, por ejemplo, en Mateo 1.22, “Esto aconteció para que se cumpliese lo dicho …”, asegurándonos que las palabras del profeta habían encontrado su plena realización. En el caso de Mateo 1, las palabras de Isaías no van a requerir que suceda más nada; el Hijo de Dios se encarnó. En Hechos 2, en cambio, Pedro no dice que lo acontecido cumplió una profecía, sino sólo que fue “lo dicho por el profeta Joel”. El Espíritu que inspiró al apóstol sabía bien que la nación dura de cerviz persistiría en rechazar al Bendito que ellos habían crucificado.

Ahora, vayamos a Joel. Es de esperar que hayamos sido enseñados de Dios a distinguir entre la Iglesia e Israel. La primera no es tema de las profecías del Antiguo Testamento. ¿Qué creyente así enseñado esperaría encontrar la Iglesia en el corazón de una profecía judaica como la de Joel?

El párrafo 2.1 al 11 encierra una solemne advertencia de juicio; 2.2 al 17, un llamado al arrepentimiento; 2.18 al 27, una promesa de restauración nacional y bendición temporal; 2.28 al 32, una promesa de avivamiento nacional y espiritual, y capacitación para testificar en escala mundial.

El goce anticipado de esto en Hechos 2 hubiere sido una experiencia generalizada al haberse dado las condiciones de arrepentimiento y conversión a Dios. Véase Hechos 3.1 al 9; “todo el pueblo” a la puerta del templo vio al ex-cojo andar y alabar a Dios, pero “se llenaron de asombro y espanto por lo que había sucedido”. O sea, “los tiempos de la restitución de todas las cosas” (la bendición milenaria para Israel y las naciones sobrevivientes de la tierra), 3.21, hubiesen comenzado en la forma del reino benévolo del Rey cuyo es el derecho, el Varón de Calvario.

La Fiesta de Pentecostés se celebraba temprano en el tercer mes, el 6 de Niván, que para nosotros sería fines de mayo. La temporada de lluvia comienza en noviembre y siempre termina antes del final de abril. Se divide en dos:

  • La “lluvia temprana”, llamada moreh en hebreo, es la más pronunciada; es necesaria para que se are y siembre la tierra.
  • La “lluvia tardía” cae hace el final de la temporada; no es tan acentuada, pero estimula la maduración del grano. Es la malkosh.

Encontramos estas dos expresiones en Joel 2.23: “Vosotros también, hijos de Sion, alegraos y gozaos en Jehová vuestro Dios; porque os ha dado la primera lluvia a su tiempo, y hará descender sobre vosotros lluvia temprana y tardía como al principio”. De manera que Joel promete abundante prosperidad nacional después de un arrepentimiento en escala nacional, y luego un gran avivamiento que conllevaría un derramamiento del Espíritu Santo.

En Hechos de los Apóstoles la secuencia es al revés. El Espíritu “cayó”, como diría Pedro más tarde, y en el capítulo siguiente se habla de los tiempos de la restitución, o de bendición en extremo. ¿Acaso esto no sea indicio de que la venida del Espíritu fue sólo un cumplimiento parcial de lo que Joel profetizó? Por cierto, en los días cuando Israel figure de nuevo en el escenario como nación y los israelitas piadosos testifiquen en toda la tierra en sustitución de la Iglesia (arrebatada ya), lo dicho por Joel será cumplido, y la lluvia temprana y tardía caerá en abundancia.

 

4        El cumplimiento de las promesas del Señor Jesucristo

 

  • Yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre; el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros, Juan 14.16,17
  • Cuando venga el Consolador, a quien yo os enviaré del Padre, el Espíritu de verdad,
    el cual procede del Padre, Él dará testimonio de mí, Juan 15.26
  • El Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre,
    él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os de dicho, Juan 14.26
  • Si no me fuere, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré,
    Juan 16.7
  • Seréis bautizados con el Espíritu Santo dentro de no muchos días, Hechos 1.5.

Al colocar estas promesas en columnas paralelas con las profecías anunciadas en Joel, bien podríamos cuestionar la posibilidad de que predicciones tan desparejas hayan sido cumplidas, aun parcialmente, en un mismo día.

Prodigios, señales, visiones, sueños y profecías caracterizan el mensaje en Joel. Promesas espirituales, dentro de un contexto de normalidad en la esfera física, caracterizan las promesas citadas del Nuevo Testamento: la morada del Espíritu y su obra de enseñar, testificar, convencer y glorificar. En Hechos 2 se alude a la condición anterior de cosas —lo anormal—  en sólo tres fenómenos:

  • “un estruendo como de un viento recio”, sin que se      haya sentido un soplo de viento
  • la apariencia de lenguas de fuego, pero sin fuego
  • la señal de hablar y oir en lenguas. Nadie habló disparates; nadie habló nada que otros no pudieron entender. Las lenguas se expresaron en los idiomas propios de los oyentes de diversas partes.

Los tres figuran en la primera parte del capítulo. Fueron anuncios del advenimiento del Espíritu, y con razón suscitaron la curiosidad y asombro de la multitud de judíos piadosos allí presentes. ¿Y el resultado? Se despertó atención entre ellos, pero hasta donde sabemos ni un solo hombre o mujer quedó convicto o convertido a Cristo.

La segunda parte del capítulo contiene el discurso de Pedro. Está lleno del Espíritu, pero habla como hombre. No habla ahora en una lengua que solamente algunos entenderían, sino en el idioma común a todos, probablemente el arameo (sirio). Si bien no había nada anormal, o milagroso, en su mensaje, percibimos la obra del Espíritu conforme a los principios que el Señor Jesús prometió en el Evangelio según Juan. Él emplea la Palabra de Dios; entiende su sentido; testifica a Cristo; glorifica a Jesús como Señor; convence de pecado. No dudamos de que los que creyeron aquel día hayan sido bautizados en el cuerpo único conforme a la promesa de Hechos 1.5 citada arriba.

Al hablar del Día de Pentecostés en nuestros tiempos, la gente suele pensar en lo anormal e incidental, o sea, los milagros. Pero lo que es propio a la dispensación en curso, y es esencial para todos nosotros, es el aspecto del Pentecostés que tiene que ver con las promesas que el Señor les dio a sus discípulos al despedirse; a saber, lo normal y natural.

Esta es, ciertamente, nuestra herencia gloriosa. El Espíritu Santo está morando en nosotros para siempre; nos enseña todas las cosas; nos recuerda las palabras de Cristo; convence al mundo de pecado; nos guía a toda verdad; nos muestra las glorias del porvenir y las glorias de Cristo. Es para nosotros considerar esta galaxia de promesas y tomar posesión de una y todas ellas.

 

5        El advenimiento personal del Espíritu

 

Mientras el Señor estaba aquí había un impedimento a la venida del Espíritu. Leemos en Juan 7.39: “Aún no había venido el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido aún glorificado”, y posteriormente les dijo a sus discípulos, “Si no me fuere, el Consolador no vendría a vosotros”.

Ahora el impedimento había sido quitado; Jesús había ascendido a lo alto y el Espíritu se hizo presente aquí personalmente como nunca antes. Esto no quiere decir, por supuesto, que nunca había obrado sobre la tierra; al contrario, Él había obrado poderosamente de diversas maneras en los hijos del hombre, aun en tiempos del Antiguo Testamento. Cuando Dios estaba por preparar la tierra, fue el Espíritu que se movía sobre la faz de las aguas, Génesis 1.2. Fue el Espíritu que le llenó a Bezaleel de sabiduría para construir el tabernáculo, Éxodo 31.3, y le comunicó a David el diseño del templo, 1 Crónicas 28.12. Fue el Espíritu que contendía con los hombres aun antes del diluvio, y sin duda fueron sus operaciones que dieron vida a los redimidos en todo tiempo. Fue por este mismo Espíritu que hombres como Moisés y Juan el Bautista fueron capacitados para su servicio, y por cuya dirección los profetas de antaño hablaron de Dios, 2 Pedro 1.21. Todo esto, y mucho más, las Escrituras revelan claramente, pero aun así el Día de Pentecostés figura marcada definitivamente como una crisis en el trato de Dios con los hombres, así como el día cuando el Señor Jesús nació en Belén.

El Espíritu vino en respuesta a la oración de nuestro Señor, quien prometió en Juan 14.16: “Yo rogaré al Padre …” Al principio esta intercesión parece estar supeditada a la obediencia de los discípulos; el versículo anterior reza, “Si me amáis, guardad mis mandamientos”. Pero al haber sido así, el Día de Pentecostés hubiera pasado en silencio, ya que uno de ellos negó a su Señor y los demás, “dejándole, huyeron”.

Creo que el Yo del 16.14 es enfático: “Por mi parte, voy a rogar al Padre, y les dará otro Consolador”. Tenemos aquí la promesa básica. La manera en que fue cumplida difirió en diversas partes de Hechos de los Apóstoles, un período de transición hasta cierto punto. La norma para el tiempo presente se encuentra tan sólo con una comparación cuidadosa entre Hechos y las Epístolas. Este estudio mostrará cuán desorientados están aquellos que pueden tomar un caso como aquél de los samaritanos en Hechos 8 —sin paralelo en las Epístolas— e intentar usarlo como la regla para el tiempo presente.

Había existido por siglos la bien conocida barrera entre judíos y samaritanos. ¿Continuaría bajo este nuevo régimen? ¿Una cristiandad judía y otra samaritana? Hacía falta dejar muy en claro que semejante estado de división no podía existir entre hermanos en Cristo. No había mejor manera de comunicar este mensaje que la imposición de manos, a la vista de todos, de parte de los apóstoles, señalando que el Espíritu de Dios se haría presente.

Pero nuestra posición hoy por hoy sería desesperante si para nosotros fuera necesaria la imposición de manos apostólicas, porque ¿dónde encontraríamos a esos hombres?
¡Y la imposición de cualesquier otras manos sería una impostura!

Desde luego, no debemos concluir que donde faltaban los dones milagrosos del Espíritu, de hecho no se había concedido el don del Espíritu. Si así fuera, uno dudaría que los tres mil creyentes que fueron bautizados en el Día de Pentecostés hayan recibido el Espíritu. Pero de esto hablaremos más abajo.

Toda la fábrica de la enseñanza basada en Hechos 8 es deficiente, ya que en ninguna parte de las Epístolas se exhorta a los creyentes recibir el Espíritu Santo, y por la sencilla razón que en las Epístolas no se concibe de ninguno que no le haya recibido:

  • Si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él, Romanos 8.9
  • Sois templo de Dios, y … el Espíritu de Dios mora en vosotros, 1 Corintios 3.16
  • Andad en el Espíritu … para que no hagáis lo que quisiereis, Gálatas 5.16,17

 

Volviendo a las palabras de nuestra Señor transcritas en Juan 14 al 16, vemos que cinco veces emplea el pronombre demostrativo masculino ekeinos (14.26, 15.26, 16.8,13,14) para señalar la personalidad de Aquel que vendría. Si el Espíritu fuera tan sólo una influencia, como algunos han enseñado erróneamente, ¿cómo ha podido uno mentir a Él (Hechos 5.3), tentarle (5.9), o contristarle (Efesios 4.30)?

No podemos aferrarnos en demasía a que se trata de una Persona, pero por otro lado debemos tener en mente que la personalidad suya no es para nublar nuestra visión de la personalidad de Cristo. Mucha de la enseñanza sobre el Espíritu en estos días tiene esta tendencia. El verdadero ministerio del Espíritu es más bien el de manifestar y magnificar la Persona del Señor.

Hablando del Espíritu, Jesús no dijo en Juan 14.17, “le veis”, sino, “le conocéis;” pero de sí mismo dijo en el 14.19, “me veréis”, dando a entender que en su ausencia El sería visible porque el Espíritu le presentaría por fe. Más adelante, leemos en Hechos 2.33: “Jesús … exaltado por la diestra de Dios, y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros veis y oís”.

 

6        El don de lenguas

 

Sin lugar a dudas las lenguas fueron milagrosas, pero con todo comprensibles a los oyentes que estaban de visita, procedentes de los respectivos países donde se las hablaban. Esta manifestación audible fue bien calculada para exigir la atención en aquella ocasión, y de allá para acá ha captado la imaginación de la mayoría de los lectores de la narración. Pero no fue un detalle esencial del Día. Por ejemplo, no fue imprescindible para el cumplimiento de la profecía de Joel, ya que éste nada había dicho de tal cosa. Y, después del Día de Pentecostés, las lenguas iban a jugar un papel muy secundario en el nuevo testimonio.

Veamos seis razones para esta afirmación.

 

  1. El don de lenguas figura muy poco en Hechos de los Apóstoles.

Se encuentra este don tan sólo tres veces en los veinte y ocho años de historia narrada en Hechos. Cada ocasión fue de crisis:

2.4, Pentecostés, en Jerusalén

10.46, conversión inicial de gentiles, en Cesarea

19.6, el grupo no enseñado, en Éfeso

En el capítulo 2 el don fue concedido para señalar la llegada del Espíritu por vez primera. Fue concedido a creyentes judíos, moradores de la Tierra Santa, como señal para los visitantes. ¿Qué ha podido llamarles la atención más que oir su propia lengua en la metrópolis del judaísmo? En el capítulo 10, en Cesarea, el don señaló el hecho de que el Espíritu ya había sido dado en la Tierra Santa, como sobre los apóstoles al principio, 11.15.

En la tercera ocasión, capítulo 19, fue dado a discípulos fuera de la Tierra, en Éfeso, pero pertenecientes a Israel. (Gentiles no eran, porque habían sido bautizados).  Ellos habían recibido el bautismo de Juan extemporáneamente; a saber, cuando el Señor ya se había resucitado. Mal han podido ser fieles seguidores del Bautista, ya que éste había sido decapitado por lo menos veinte y seis años antes.

La pregunta del apóstol fue: “¿Recibisteis el Espíritu Santo cuando creísteis?” La verdadera falla en estos discípulos parece haber sido que su fe era defectuosa. Para ellos el Señor Jesucristo era poco más que el sucesor de Juan, “aquel que vendría después de él”. Nada en la narración muestra que tenían fe en Él como el Resucitado. Ninguna otra fe que ésa podría justificar el Espíritu en un reconocimiento público de sus poseedores por su dones milagrosos. Una vez bautizados en el nombre del Señor Jesús, fueron reconocidos como tales.

Eran discípulos fuera de la Tierra Santa. Creo que es una grave confusión sostener que creyentes en estos tiempos pueden estar en la posición de estos discípulos en Éfeso. Al escribir lo que llamamos la Epístola a los Efesios, Pablo no hace mención alguna del don de lenguas, sino dice, “fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa”, 1.13, dando a entender claramente que Hechos 19 trata de un evento fuera de serie. Recibir el Espíritu al creer, sin señales al estiló de Hechos 2 y sin ser bautizados aún (no obstante la importancia que tiene el bautismo), es la norma que rige hoy en día.

Aunque sea tristemente cierto que somos demasiado propensos a contristar al Espíritu y entorpecer su obra a causa de pecado no juzgado, con todo, el intento a crear una clase de creyentes post-pentecosteses que reciban “una bendición pentecostal” por medio de un acto de consagración y un paso de fe, es tan anti-bíblico y anti-histórico como imaginarse un tipo de discípulos a ser tildados como “creyentes pre-Cristos” y necesitan recibir al Señor Jesús como Salvador.

 

  1. El don de lenguas figuró muy poco en el Día de Pentecostés.

Se ha llegado al extremo de afirmar últimamente que la única prueba de que uno hay recibido la bendición pentecostal es su posesión del don de lenguas. Quien lo dijo, ha debido haberse olvidado de los tres mil aquel Día que recibieron el don del Espíritu Santo, 2.38, como lo reciben los creyentes hoy por hoy, pero en ningún caso los dones milagrosos de ese mismo Espíritu.

 

  1. El don de lenguas no era evidencia de una gracia sobresaliente
    de parte del que lo recibía
    .

Todo lo contrario. Es posible ejercer lenguas con una marcada falta de gracia cristiana. ¿Qué iglesia local parece haber estado en una condición más insatisfactoria que la de Corinto?  Sufrían divisiones carnales; sus relaciones sociales eran erradas; estaban desviados moral y doctrinalmente; pero, con todo, ¿de dónde leemos más acerca del ejercicio estos dones? Nada les faltaba en ningún don, 1 Corintios 1.7, pero les faltaba mucho para llegar a donde estaban los filipenses, por ejemplo, de quienes nada leemos acerca del ejercicio de este tipo de dones. Dones milagrosos  —”los poderes del siglo venidero”— han podido ser concedidos a un Judas o a un hebreo apóstata, pero del gran precursor de Cristo, Juan el Bautista, leemos que no hizo milagro alguno.

 

  1. Pablo no resalta el don de lenguas a expensas
    de las gracias comunes del cristiano.

Al referirse en 2 Corintios 12.11,12 a los prodigios que había realizado como prueba de su apostolado, Pablo se cuida de dar la preeminencia a la paciencia, como si fuera mayor cosa para un hombre disciplinar su propio espíritu que echar afuera un espíritu inmundo, o una mayor señal refrenar la lengua que hablar en lenguas. Por cierto, aprendemos de 1 Corintios 13 que uno podría hablar con “lenguas humanas y angélicas”  y, a falta del amor, “ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe”.

A menudo se alude a 1 Corintios 12.31 —”Procurad los dones mejores”— como una exhortación a desear las señales mencionadas en los versículos anteriores —sanidad, lengua, interpretación— pero la idea es la opuesta. Se trata de procurar los mejores, o los mayores: probablemente la palabra de sabiduría o palabra de ciencia del 12.8, ya que éstas edifican más a la iglesia y glorifican más a Cristo.

Creo que las palabras del 14.19 apoyan esta interpretación; “En la iglesia prefiero hablar cinco palabras con mi entendimiento, para enseñar también a otros, que diez mil palabras en lengua desconocida”. El mismo pensamiento queda reforzado por las palabras del Señor a sus discípulos eufóricos en Lucas 10.20: “No os regocijéis de que los espíritus se os sujetan, sino regocijaos de que vuestros nombres están escritos en los cielos”. Importantes son los milagros de gracia que nos hicieron suyos, y no nuestros milagros de poder.

 

  1. En la Iglesia primitiva, el don de lenguas no resultó ser
    un instrumento tan eficaz como hemos podido esperar.

Este es un punto importante en el tema que estamos examinando. En Isaías 28.11 el profeta dice que Jehová iba a emplear “lengua de tartamudos y … extraña lengua” con miras a la restauración de su pueblo alejado de Él. Pero estas medidas resultarían vanas, ya que el versículo siguiente dice que “no quisieron oir”.

Ahora, en 1 Corintios 14.21 al 23 se cita este pasaje en relación con el efecto del don de lenguas sobre el mundo incrédulo en derredor: “En otras lenguas y con otros labios hablaré a este pueblo; y ni aun me oirán”. Y luego dice: “Las lenguas son por señal, no a los creyentes, sino a los incrédulos”. Pero, ¿qué será el efecto sobre un inconverso que llegue a una reunión donde todos están hablando en lenguas? ¡Aseguradamente se quedará convencido! No, todo lo contrario; dirá que todos están locos.

Así que, lo que tenía más de todo el propósito de ser una señal a judíos, pero no surtió efecto, resultó igualmente ineficaz entre los gentiles incrédulos. Es más: resultó en satisfacción propia para sus poseedores y dio por resultado desorden en la asamblea. Vemos que la experiencia no nos hace esperar que el don de lenguas, deseado ardientemente por muchos y supuestamente recibido por otros, será un instrumento eficaz. No lo fue; no lo será.

La atención de los que estaban presentes en Pentecostés fue despertada cuando oyeron hablar “las maravillas de Dios”, cada cual en el idioma que conocía, pero hasta donde sabemos esto no resultó en la conversión de una sola alma. Pero cuando Pedro predicó a Cristo en arameo ante la muchedumbre bilingüe, en un idioma que todos conocían, tres mil entre ellos fueron conmovidos y exclamaron, “Varones hermanos, ¿qué haremos?”

Hasta donde yo sepa, en estos tiempos modernos ninguno que dice contar con el don de lenguas ha podido predicar al pagano en su propio idioma. Parece que la regla universal para adquirir un idioma ajeno es el estudio intenso fortalecido por la oración.

 

  1. El don de lenguas no fue dado en respuesta a oraciones especiales ni como galardón por una fe sobresaliente.

“… testificando Dios juntamente con ellos, con señales y prodigios y diversos milagros y repartimiento del Espíritu Santo según su voluntad”, Hebreos 2.4. Al haber sido ser la voluntad suya continuar este testimonio milagroso, ¿no lo hubiera hecho a lo largo de los siglos?

Los dones de apóstol y profeta correspondían al fundamento, Efesios 2.20, y por ende eran temporales en carácter, pero ninguna incredulidad le ha quitado de la Iglesia los tres grandes dones de evangelista, pastor y maestro. Nunca fue dicho que éstos dependían de una fe especial con oración intensiva, aunque nadie va a cuestionar que una falta de fe y oración será la causa principal cuando no se desarrollan por falta de poder en su uso.

Entre las interpretaciones de Marcos 16.17,18, creo que es errónea la común entre ellas; a saber, que se dio esta comisión con miras a la predicación durante el reino. (“Estas señales seguirán a los que creen: En mi nombre echarán fuera demonios; hablarán nuevas lenguas”.)

¿Se nos dirá que la abundancia del evangelio de Cristo desde Jerusalén y por los alrededores de Ilírico, Romanos 15.19, fue una declaración del reino, cuando en ese versículo el apóstol hace mención específica de las señales y prodigios en el poder del Espíritu de Dios que acompañaron este testimonio? ¿Se puede sostener que la asamblea en Corinto fue fundada sobre “la predicación del reino?”  Pero, “señales, prodigios y milagros” formaron una parte significativa del ministerio de Pablo en aquella ciudad; 2 Corintios 12.12.

 

 

7        El bautismo en el Espíritu Santo

 

Nunca leemos en el Antiguo Testamento ni en los Evangelios de alguien que haya sido bautizado en el Espíritu. No había posibilidad para semejante cosa hasta que Él fuera dado. Pero en la última entrevista del Señor con sus discípulos, había dicho: “Seréis bautizados con el Espíritu Santo dentro de no muchos días”, Hechos 1.5.

Es uno de las grandes prerrogativas del Cristo ascendido bautizar a los suyos en el Espíritu. Sin duda la promesa del Hechos 1.5 fue cumplida para ellos en el Día de Pentecostés. Ahora, hay quienes reconocen esta realidad pero cuestionan que la Iglesia haya comenzado en esa ocasión. Creo que no debe haber duda. 1 Corintios 12.13 dice que el bautismo en el Espíritu Santo es “en un cuerpo”, y el apóstol agrega, “sois el cuerpo* de Cristo”, 12.27. Ahora bien: Efesios 4.4 afirma que hay “un cuerpo”, y Colosenses 1.24 que aquel cuerpo es la Iglesia.

*  Literalmente: sois cuerpo de Cristo. Desde luego, no constituían todo el cuerpo de Cristo, pero lo que les caracterizó a todo el cuerpo, les caracterizó a ellos, y así debería ser con toda asamblea.

Queremos guardarnos de la extraña jactancia que, por cuanto le complace al Espíritu de Dios revelar plenamente en la Epístola a los Efesios el “misterio” del cual la Iglesia es el tema, la Iglesia de la cual leemos en epístolas anteriores y en Hechos era algo muy distinto. Leemos en los Evangelios —Mateo 3.11, por ejemplo— de un bautismo con fuego, donde el contexto hace ver que se refiere al juicio divino, y sólo al juicio divino, pero en ninguna parte leemos de un bautismo de poder, un bautismo de amor, o un nuevo bautismo del Espíritu. Frases como éstas son peligrosas; no nos corresponde emplearlas.

Un bautismo no es recibir algo, sino ser sumergido en algo. Se les mandó a los apóstoles esperar al Espíritu. Él esperar en Dios es siempre un ejercicio santo y siempre el precursor de bendición, pero ni en Hechos ni en las Epístolas se manda a los creyentes a esperar el Espíritu, ni a buscar su Pentecostés.

El bautismo en el Espíritu no es tanto una experiencia de la cual uno es consciente, como una bendita realidad para todo creyente en esta dispensación. En el Día de Pentecostés el Señor glorificado envió el Espíritu Santo a este mundo para bautizar en su cuerpo místico a todos aquellos que creían. Así comenzó “la iglesia que es su cuerpo”.

En Hechos 5.14 leemos que “en mayor número fueron añadidos al Señor creyentes, multitudes de hombres y mujeres”.**  Así es todavía.

** Versión Moderna de 1893. La traducción difiere de la de Reina-Valera, y corresponde al texto en inglés que el autor de este escrito citó.

 

8        La plenitud del Espíritu Santo

 

“De repente”, leemos en Hechos 2.2,4, “vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados … y fueron llenos del Espíritu Santo”. Es decir, no sólo fueron todos bautizados en un mismo cuerpo, sino bebieron todos de un espíritu en la terminología de 1 Corintios 12.13. A los apóstoles se les dio de beber del Espíritu en Pentecostés por un acto soberano de la gracia de Dios, pero se les renovó la experiencia posteriormente en respuesta a su oración; “Cuando hubieron orado, el lugar en que estaban congregados tembló; y todos fueron llenos del Espíritu Santo …”, 4.31. Así es todavía; si queremos continuar en la plenitud del Espíritu, debemos acudir continuamente a Cristo y beber de Él.

El bautismo en el Espíritu no es cuestión de medida ni de grado. Un cristiano nunca puede ser más bautizado en el Espíritu, ni menos, que lo fue en el momento que fue hecho miembro de Cristo por creer. Pero la plenitud, o llenado, del Espíritu es en esencia una cuestión de medida y grado, ya que lo que es plenitud para uno no necesariamente lo sea para otro. Lo que era plenitud para ese mismo creyente años atrás, no debería ser ahora, porque ha habido más oportunidad para vaciarse a sí mismo y más capacidad para conocer a Cristo.

El bautismo en el Espíritu no se puede renovar ni se puede perder. El llenado del Espíritu sí fluctúa, y por esto debe ser renovada continuamente. La forma original de las palabras en Efesios 5.18 (“Sed llenos del Espíritu”)  no indica un hecho consumado una sola vez, sino un estilo de vida. “No se encuentren embriagándose con vino … sino llenándose del Espíritu”. ¡Que sea esta nuestra experiencia continua!

¿Y qué será el resultado de esta plenitud? Para Dios, habrá la realización de un propósito divino y la gloria de Cristo. Para uno mismo, habrá a veces triunfo a la vista, y otras veces una apariencia de fracaso.  Tenemos no más que leer Hechos de los Apóstoles para ver que es así. Cuán variadas las experiencias de un Pedro, un Esteban y un Pablo: piedras, señales, latigazos, éxito, reveses. Pero nadie va a decir que Esteban era menos lleno del Espíritu que Pedro lo era en el Día de Pentecostés. El predicador lleno del Espíritu puede dejar los resultados con Dios.

Veamos tres características de un hombre lleno del Espíritu.

 

  1. Un hombre lleno del Espíritu es también uno lleno de Cristo.

No se trata de uno lleno de sí mismo, ni dirá que él es uno lleno del Espíritu. Si lo es, es posible que no lo sepa, pero de todos modos no hará falta decirlo. Los primeros testigos predicaron a Jesús sin llamar la atención a sí ni intentar ponerse por encima de sus oyentes. “¿Por qué ponéis los ojos en nosotros, como si por nuestro poder o piedad hubiésemos hecho andar a éste?” “Nosotros también somos hombres semejantes a vosotros”, Hechos 3.12, 14.15. Ellos no tenían tiempo para estar hablando de sí mismos; Cristo llenaba sus corazones.

El hombre lleno del Espíritu tendrá tal concepto de sí mismo que andará humildemente delante del Señor. Como dijo uno que ya está con Cristo, el que anda con Dios tiene un concepto más bajo de sí cada vez que el sol se pone que cuando se había levantado.

En el Día de Pentecostés Pedro usó la manifestación del Espíritu en la profecía de Joel al explicar el don de lenguas, pero de una vez dejó este punto para dirigir la atención a la persona y obra del Señor Jesucristo. Terminó su discurso con decir que “a este Jesús … Dios le ha hecho Señor y Cristo”. ¿Y qué fue su discurso ante los ancianos en el capítulo 4, sino un noble testimonio al Señor Jesús como el fundamento único y el nombre que salva? Toda la prédica de Esteban fue diseñado para conducir el oyente a Cristo; la mención de José y Moisés es solamente ilustración de cómo Jesús había sido rechazado, pero ahora Esteban le veía a la diestra de Dios. Esteban mencionó el Espíritu una sola vez, pero estaba lleno del Espíritu.

En 1 Juan 4.1 se nos advierte no creer a todo espíritu, y en los versículos que siguen se explica cómo probarlos. A veces se ha interpretado esto como para decir que, si en respuesta a un reto de frente, alguien admite los derechos de Cristo, entonces el espíritu que le controla debe ser el Espíritu Santo de Dios. Creo que se trata de más que un mero reconocimiento de paso. El verbo es “está confesando”. El hombre lleno del Espíritu no guardará su testimonio a la persona y obra de Cristo para alguna ocasión especial, sino lo tendrá como elemento común en sus mensajes. No nos basemos en preguntas que insinúan respuestas ortodoxas; observemos más bien si el Señor es tema de confesión constante; si en efecto hablan del Señor;  si su confianza está en la obra expiatoria.

 

 

  1. Un hombre lleno del Espíritu será siempre un hombre bajo control.

(a)  Será controlado por el Espíritu.

“Comenzaron a hablar en otras lenguas”, pero fue “según el Espíritu les daba testimonio”. Él fue quien dirigió lo que cada lengua iba a decir  y cómo, conforme al principio de 1 Corintios 12.11: “… repartiendo a cada uno en particular como él quiere”. Todo verdadero siervo de Dios tiene que responder directamente a Dios. Un Apolos no permitiría que ni un Pablo se meta entre él y su Maestro; 1 Corintios 16.12. Ninguno puede servir a dos maestros.

(b)  Tendrá dominio propio.

La plenitud del Espíritu no es una “inflación” del Espíritu. Un hombre poseído de un espíritu inmundo pierde el control propio y es “llevado” por fantasías; 1 Corintios 12.2, Mateo 12.15, Marcos 5.4. El Espíritu divino, en cambio, respeta nuestra personalidad:*  Él actúa sobre nuestra voluntad de manera que hagamos la suya. Ezequiel 1.20 es una ilustración: “Hacia donde el espíritu les movía que anduviesen, andaban”.

*  No me refiero a casos como el de Ezequiel 3.14, 2 Corintios 12.2,4, o Apocalipsis 4.1. Me parece que se refieren a otro orden de operación espiritual.

Obsérvese con qué dominio propio Pedro rechaza la acusación de los burladores. Apela a su sentido común, afirmando que las 9:00 a.m. no es una hora cuando los hombres se emborrachan. En 1 Corintios 14 se supone que el hombre lleno del Espíritu cuente con un dominio propio como para evaluar cinco preguntas: Ÿ ¿Basta ya de intervenciones? 12.27. Ÿ ¿Lo que quiero decir está de conformidad con las Escrituras? 12.36. Ÿ ¿Será edificante? 12.5,12,26. Ÿ ¿Lo puedo expresar de tal manera que me entiendan? 12.6,9,19. Ÿ ¿Puede resultar en confusión? 12.31,33.

(c)  No será exento de control de parte de sus hermanos.

Aun cuando puede haber ocasiones cuando no consultará “con carne y sangre”, como Pablo en Gálatas 1.16, él consultará gustosamente con otros en la fe cuando la oportunidad se presente, como el mismo apóstol hizo luego según Gálatas 2. Por regla general un hombre lleno del Espíritu no va a dedicarse a la obra del Señor contra el consejo —y menos aun sin la aprobación— de aquellos que están calificados para evaluar. La norma es: “Someteos unos a otros en el temor de Dios”, Efesios 5.21. Y otra: “… y los demás juzguen”, 1 Corintios 14.29.

Dios no es Dios de confusión sino de paz; 14.33. Si se da el caso que dos hermanos se levanten simultáneamente en una reunión, probablemente se sentará el que más tiene del Espíritu, ya que la plenitud del Espíritu no le conduce a uno a confiar en sí ni buscar lo suyo. Aun bajo el régimen de los dones en forma se señales, la norma era: “Si algo le fuere revelado a otro que estuviere sentado, calle el primero”, 14.30. Si aquellos hermanos no han debido hablar más de uno a la vez, ¡cuanto más nosotros en el ejercicio de dones convencionales!

Cuando la gente alega que no pueden refrenarse de actuar desordenadamente porque el Espíritu les impulsa, sólo podemos concluir que no es el Espíritu de Dios, sino su propio espíritu inquieto, o algo peor. Fue para corregir nuestro carnal espíritu impulsivo que se mandó: “Todo hombre sea pronto para oir, tardo para hablar”, Santiago 1.19.

(d)  Será controlado por la Palabra de Dios.

De los veintidós versículos que componen el discurso pentecostal, once son citas sencillas del Antiguo Testamento. En el discurso de Esteban, cincuenta y dos vesículas entre los cincuenta y cuatro consisten en relatar la historia de Israel, aun cuando todos los oyentes la conocían. Si él hubiera dado un sermón tan “ordinario” (dirían algunos) en una campaña de alta presión como las que se están presentando, a lo mejor el auditorio desordenado le hubiera vencido con cantos poco edificantes.

Lo mismo se puede decir de la prédica de Pablo en Antioquía de Pisidia; fue llena de la Palabra de Dios. Las Escrituras eran para los apóstoles su corte de última instancia, ya que éstas están llenas de Aquel que dijo que las Escrituras no pueden ser quebrantadas. Nada sabían los apóstoles de que “el Espíritu está por encima de la Biblia”. Más bien, Dios ha engrandecido su nombre, y su Palabra sobre todas las cosas; Salmo 138.2.

La prueba de una legítima espiritualidad es sujeción a la Palabra. “Si alguno se cree profeta, o espiritual”, escribió el apóstol al haber expuesto principios divinos en cuanto al orden en la asamblea, “reconozca que lo que os escribo son mandamientos del Señor”, 1 Corintios 14.37. La Palabra es clara en cuanto a cómo se salva el pecador; no  podemos permitir que sea considerada menos clara, o menos vinculante, al exponer cómo uno deber conducirse en la casa de Dios.

 

 

  1. Un hombre lleno del Espíritu es uno controlado por la Palabra de Dios.

Desde luego, sería imposible enumerar todas las consecuencias que fluirán de esta plenitud, ya que incide en todos los lados de la vida cristiana. Tocaremos cuarto no más.

(a)  Será de carácter santo.

No es que ese principio inicuo en él llamado “la carne” va a ser mejorado a causa de la presencia del Espíritu, y mucho menos que va a ser erradicado, ni que el deseo de la carne dejará de ser contra el Espíritu, Gálatas 5.17. Al contrario, ese deseo de la carne será dominado por el deseo del Espíritu, de manera que el creyente no hará lo que su carne pecaminosa le incita hacer; en otras palabras, no satisfará los deseos carnales. El Espíritu producirá en él su fruto que consiste en nueve elementos: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza.

(b)  Será una persona agradecida.

En Efesios 5 la primera consecuencia de ser lleno del Espíritu es la de “hablando entre vosotros con salmos, con himnos y cánticos espirituales”, acompañados del canto en el corazón y luego la sumisión uno a otro (“la armonía de vida”) que figura en el 5.21.

El hombre lleno del Espíritu será como ese hombre bueno y lleno del Espíritu Santo, Bernabé. O sea, se regocijará al ver la gracia de Dios en operación, aunque tal vez él mismo no sea el canal de bendición. No será uno que menosprecie a otros porque “no andan con nosotros”. Será más bien como Pablo, quien se contentaba que se estaba predicando el evangelio aun cuando lamentaba algunas de las circunstancias de la predicación. “Si entresacares lo precioso de lo vil, serás como mi boca”, pronunció Jehová en Jeremías 15.19.

(c)  Será fiel en su testimonio.

Todo lo que sabemos de la predicación apostólica evidencia que no era una proclama unitemática del amor de Dios aparte de la cuestión del pecado y juicio. Pedro, lleno del Espíritu en el Día de Pentecostés, insistió ante sus oyentes que ellos habían rechazado a Cristo, y así de nuevo en Hechos 3 y 4. De la misma manera Pablo no rehusó anunciar al pueblo del Señor todo el consejo de Dios. Los ancianos en el capítulo 4 se sorprendieron ante el denuedo de Pedro y Juan.

El predicador lleno del Espíritu no temerá el desagrado ni buscará el agrado de sus oyentes. Su testimonio abrazará toda la verdad divina para creyente y no creyente “en su sazón”. Pablo estaba lleno del Espíritu al tildar a Elimas como hijo del diablo, 13.10, como lo estaba Esteban al orar por el perdón de sus enemigos, 7.55.

(d)  Tendrá una conducta sana.

En la Iglesia primitiva, con el fin de asegurar una distribución ordenada del subsidio para las viudas, era necesario que hombres llenos del Espíritu fuesen designados a esta función. Es una triste espiritualidad que busca tratamiento preferido para sí como si fuera la cancelación de obligaciones.  El hombre espiritual será cuidadoso en extremo en el cumplimiento de sus compromisos financieros. Nunca esperará que se confíe en él a ciegas, sino compartirá sus deberes fideicomisos con otros, “procurando hacer las cosas honradamente, no sólo delante del Señor sino también delante de los hombres”, 2 Corintios 8.21.

Los hombres que no pueden costear su propia vida o cumplir los compromisos que hayan asumido, deben abstenerse del ministerio público, por el momento cuando menos. Bien podemos reconocer y agradecer a todos aquellos que tienen conciencia en estas cosas, ya que “todo aquel que hace justicia es nacido de él”, 1 Juan 2.29, y “hacer justicia y juicio es a Jehová más agradable que sacrificio”, Proverbios 21.3.

Ahora, al terminar: ¿Cómo podemos experimentar más de la plenitud del Espíritu? Respuesta: Al acercarnos más a Cristo, la fuente de agua viva, Jeremías 2.13, quien dice, según el griego: “Si alguno tiene sed, que esté viniendo a mí y que esté bebiendo”, Juan 7.37. La Palabra de Dios es el canal que nos trae la corriente viva, pero tiene que ir acompañada de fe en los que la oyen; Hebreos 4.2.

Esto produce el juicio propio, ya que la Palabra discierne los pensamientos y las intenciones del corazón; 4.12. Uno pierde el gusto de lo que el mundo da, así como el nazareo se abstenía de vino y de sidra; Números 6.3. Cristo llega a ser el objeto que satisface los afectos del alma; el Espíritu glorifica a lo de Él, y se nos hace saber; Juan 16.14.

Antioquía:  Lecciones  para  hoy

Robert Surgenor
Cleveland, Estados Unidos

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En el libro de Hechos está el registro divino de la continuación de la obra que Cristo comenzó durante su estadía aquí. Así declara Hechos 1.1. Efectuada una transferencia del medio, los apóstoles y los discípulos fueron utilizados para llevar a cabo la voluntad y sentir del Cristo glorificado, de manera que Él, estando en los cielos, continuara su obra en la tierra. Esto está confirmado en Marcos 16: “Ellos, saliendo, predicaron en todas partes, ayudándoles el Señor y confirmando la palabra”.

En Hechos 2 encontramos el nacimiento de la Iglesia por medio de la venida del Espíritu Santo, dando así poder a los suyos para realizar la obra del Señor durante su ausencia física. Con el progreso de la obra, había más de cinco mil varones creyentes en Jerusalén, Hechos 4.4, dándonos evidencia del poder otorgado al testimonio de la Iglesia primitiva.

Junto con esto, la persecución se hizo patente contra la Iglesia, con la consecuencia de que no pocos discípulos fueron esparcidos. Con celo evangelístico, “iban por todas partes anunciando el evangelio”, 8.1,4. Así fue la primera proyección de la Iglesia a territorio nuevo, y es algo que necesitamos desesperadamente en el día de hoy.

Ahora bien, los que habían sido esparcidos a causa de la persecución que hubo con motivo de Esteban, pasaron hasta Antioquía, 11.19. Es maravilloso pensar que Saulo de Tarso haya sido la causa indirecta de que el evangelio llegara a Antioquía, ya que su persecución esparció a los creyentes, y que más adelante sería usado para edificar la asamblea en Antioquía por la enseñanza de la sana doctrina. ¡Dios es supremo en sus obras tan maravillosas!

La obra comenzada en Antioquía 11.19 al 21

Antioquía queda a unos 550 kilómetros al norte de Jerusalén. Esta ciudad sería la cuna del cristianismo en lo que se refiere a nosotros los gentiles, y sería el punto de partida en los esfuerzos misioneros. La asamblea en Antioquía tendría estas distinciones:

  • fue la primera iglesia o asamblea compuesta de gentiles (o sea, no judíos)
  • no fue fundada por apóstoles
  • los creyentes allí fueron los primeros a ser llamados “cristianos”

Dice el 11.19 que los perseguidos llegaron, “no hablando a nadie la palabra, sino sólo a los judíos”. En cambio, el 11.20 relata que había entre los emigrantes otros varones que “hablaron también a los griegos, anunciando el evangelio de Jesús”. Algunos hoy día parecen estar bajo la impresión que no es posible establecer asambleas sin la presencia de aquellos que sirven al Señor a tiempo completo. No fue así en Antioquía.

Se observa en el versículo 19 que los judíos que habían sido víctimas de la persecución en Jerusalén, hablaron sólo con los judíos, pero en el 20 otros “hablaron también con los griegos”. Ahora, las palabras originales son diferentes. Los del 19 conversaron. Esos creyentes de Jerusalén comenzaron a platicar acerca de Cristo dondequiera que fuesen en Antioquía. Relataron su testimonio de cómo habían encontrado a Cristo. Estas conversaciones impresionaron; Dios las usó, y almas fueron convertidas. El traslado de creyentes desde Jerusalén hasta Antioquía resultó fructífero. ¿Usted conversa con los inconversos acerca de Cristo? Nadie necesita un don para la plataforma pública para realizar esta forma de evangelización en su vecindario.

Se ve también que el versículo 20 representa otro paso. Los hermanos de la isla de Chipre y de la ciudad de Cirene (en Libia, en el norte del África) también llegaron Siria, y predicaron a los griegos acerca de Jesús. Donde dice que “hablaron” es que “anunciaron las buenas nuevas”. Aquí tenemos hombres capacitados para la reunión pública. Estos de Chipre, y del África tuvieron al aire libre por plataforma y las esquinas de la ciudad por salón evangélico. ¡Y almas fueron convertidas! En su predicación ellos presentaron a Cristo como Señor; esta clase de predicación produce menos profesiones falsas.

Así, Dios honró las labores del que conversaba y del que predicaba. “La mano del Señor estaba con ellos, y gran número creyó, y se convirtió al Señor”. La asamblea fue establecida, no por medio de un apóstol, y no por medio de un siervo a tiempo completo, sino por medio de creyentes que trabajaron y tenían a Dios y el evangelio en el corazón.

La obra examinada en Antioquía 11.22 al 24

La asamblea en Jerusalén tenía oídos prestos a recibir buenas noticias. No dudo de hubo cierta conmoción cuando los hermanos de esa ciudad supieron de la obra nueva, porque nada como esto había sucedido antes. No siendo egoístas, “enviaron a Bernabé que fuese hasta Antioquía”.

La iglesia local en Jerusalén manifestó sabiduría, por cuanto envió al hombre idóneo. Era del mismo país, Chipre, que algunos de los que estaban predicando en Antioquía; 4.36, 11.20. Esto permitiría una relación más fluida entre el representante de la iglesia original y los hermanos en la obra nueva. El caso es que, “cuando llegó, y vio la gracia de Dios, se regocijó, y exhortó a todos a que con propósito de corazón permaneciesen fieles al Señor. Porque era varón bueno, y lleno del Espíritu Santo y de fe. Y una gran multitud fue agregada al Señor”.

Toda la obra en Antioquía se describe en cuatro palabras: “la gracia de Dios”. Bernabé era hombre con discernimiento. Al ver la gracia de Dios, se regocijó, no sintiendo celos ni envidia. Espero, hermanos, que nosotros también podamos regocijarnos al oir de que otros están viendo la bendición de Dios sobre sus labores en algún lugar, aun cuando no estemos allí. Con frecuencia hay un espíritu envidioso, y vemos la obra fructífera de otro con sospecha cuando lo que debemos hacer es alabar a Dios.

Nada dice aquí de la capacidad del predicador; se habla más bien de la gracia de Dios. ¿No es conforme a las Escrituras dar a Dios todo el crédito? Cuántas veces un siervo del Señor se ha echado a perder a causa de un exceso de elogio, simplemente porque ha placido a Dios usarle en una u otra ocasión. La lisonja de los hombres y el orgullo propio van mano en guante. Que el Señor nos dé sabiduría y gracia, salvándonos de ambos peligros y pecados.

¡Qué surtido de dones ha dado la Cabeza por intermedio del Espíritu! Bernabé era un exhortador. Él presentó a los nuevos creyentes su responsabilidad delante de Cristo y la necesidad de asirse de Él. Apeló al corazón de los hermanos en Antioquía, y no a su intelecto. El objetivo y política de su predicación era el de hacerles resueltos a cumplir los buenos propósitos de corazón. Un verdadero exhortador provoca, protege, propala y proyecta a uno a seguir, salir y ser algo para la gloria del Señor.

Bernabé “exhortó a todos a que con propósito de corazón permaneciesen fieles al Señor”. La idea es la de estar apegado al Señor, como en Mateo 19.5; al hablar allí del matrimonio, dice que la pareja se une. ¡Oh! ¿estamos cerca del Señor? ¿Estamos tan apegados como cuando nuevos en la fe?

En cuanto a Bernabé, era varón bueno: generoso, dadivoso, benévolo y honroso moralmente. Vemos esto en 4.36,37 donde leemos de su conducta. Semejante carácter daría peso a su ministerio. No fue sólo esto, sino que estaba “lleno del Espíritu Santo”. Era uno controlado espiritualmente a diferencia de ser animado por deseos carnales, controlado por apetito de animal, o gobernado en función de la naturaleza humana. Contando con la mente de Cristo,
1 Corintios 2.16, él estaría muy al tanto del propósito e intento del Señor, procurando vivir y trabajar piadosamente. Leemos además que estaba lleno de fe, de manera que no se desanimaría fácilmente.

Así, la nueva asamblea en Antioquía fue altamente favorecida, contando con un hombre de este timbre en su medio. La consecuencia fue una congregación saludable. ¡Oh, por más Bernabé entre nosotros hoy en día!

La obra fortalecida en Antioquía 11.25,26

Lleno del Espíritu Santo, Bernabé reconoció dones en los demás. Por muchos días él había continuado con la nueva asamblea, exhortando a los creyentes a apegarse al Señor, pero ahora llegó el tiempo cuando sentía que necesitaban enseñanza más profunda de la que él podía dar. Pudo llevarlos sólo hasta donde él mismo había llegado, y aparentemente este punto había sido alcanzado. Reconociendo la autoridad apostólica y profunda capacidad didáctica de Pablo, este siervo se marchó de Antioquía y fue a Tarso para buscar a Saulo. Él nunca consideraba que Saulo fuese un competidor suyo, sino un hombre más capaz que él. Lo que llamamos hoy “celos ministeriales” entre predicadores no era una característica de Bernabé.

El buscar del versículo 25 es una palabra que da a entender un esfuerzo necesario para encontrar a alguien o algo. Vemos tres cosas en esto:

Primero, Bernabé estaba dispuesto a sacrificar tiempo y recursos para ayudar a la asamblea. El verdadero sobreveedor es un hombre quien está enteramente dispuesto a sacrificarse en pro de la Iglesia de Dios. Él tiene la disposición de visitar a los creyentes en su casa; de dedicar tiempo al estudio del Libro con el fin de recibir algo allí que él podría dar; de usar su vehículo, casa y dinero para el bien del testimonio. Bernabé era un varón con corazón de pastor.

Segundo, la asamblea estaba dispuesta a mandar a buscar a un hombre que podría venir a ayudar. Hay entre algunos de nosotros una teoría rara que es sólo el predicador que debe avisar que está dispuesto a realizar una serie de reuniones. Así no fue en Antioquía; ellos buscaron a Pablo. Cierto es que Pablo escribió a Roma en otra ocasión, Romanos 1.10, diciendo que esperaba visitarles. Se ve que ambos procedimientos son correctos.

Recuerdo una ocasión cuando visité a cierta asamblea y encontré que los hermanos estaban quejándose de que los siervos del Señor no les visitaban para ayudar. Cuando pregunté si alguna vez habían escrito a alguien para invitarle, me contestaron, “¡Oh, no; no creemos en eso!” Qué ridículo. Muchos somos los siervos que hemos sido guiados por Dios por medio del ejercicio de otros. Así fue en Antioquía.

Tercero, los hombres buenos son escasos y difíciles de conseguir. Estoy seguro que usted estará de acuerdo conmigo si reflexiona por un momento. ¿Cuántos maestros hay entre nosotros actualmente? ¿Cuántos hay que pueden realmente exponer las profundidades divinas en la Palabra de Dios y abrirnos las verdades escondidas allí?

No me refiero a hombres con sermoncitos, sino aquéllos cuyos mensajes tienen verdadera sustancia. No tienen que ser exhortadores, pero sí tienen que ser expositores. Serán hombres que por años en su juventud probaron a Dios en lugares lejanos, arando con el evangelio; ahora, con experiencia y estudio, han llegado a ser maestros capaces de alimentar la grey de Dios.

Uno encuentra esta secuencia en Lucas 17.7: “un siervo que ara o apacienta ganado”. Arar primero, apacentar luego. Aquellos que llegaron a ser maestros en el Nuevo Testamento parecen haber sido hombres que se dedicaron activamente a la evangelización primeramente, y ese espíritu evangelístico se quedó aun en sus años de enseñanza. Por esto encontramos hombres bien equilibrados. Podían compartir los sentimientos de la gente porque tenían experiencia tratando con las almas. Reconocemos la diversidad de los dones expuesta en Efesios 4.11: evangelistas, pastores y maestros. Con todo, las Escrituras dan testimonio de que la labor de la evangelización constituye buena base y buena escuela para el que va a ser maestro en sus días de madurez.

Acordémonos también de que no todo evangelista es llamado a ser maestro. Una carta de recomendación a la obra del Señor no es un pasaporte a la plataforma en una conferencia. Tampoco es necesaria una carta de recomendación a servicio a tiempo completo para que uno sea maestro. Dios ha capacitado a hombres en las diferentes asambleas para que enseñen al pueblo del Señor. Observo en nuestras conferencias que algunos hermanos maduros que vienen de las asambleas del área, y que son maestros, resultan más calificados para instruir al pueblo de Dios que algunos evangelistas que no son maestros.

Hermanos, estemos en guardia contra un espíritu del clero.

“Fue Bernabé a Tarso para buscar a Saulo; y hallándole, le trajo a Antioquía. Y se congregaron allí todo un año con la iglesia, y enseñaron a mucha gente; y a los discípulos se les llamó cristianos por primera vez en Antioquía”.

¿Saulo estaba capacitado para enseñar? Salvado en el camino a Damasco, se arrimó a los creyentes en aquella ciudad y “en seguida predicaba a Cristo en las sinagogas”, 9.19,20. Entre 9.21 y 22 hubo la estadía en Arabia, de la cual leemos en Gálatas 1.16,17. Él tuvo su período fuera de la vista de los demás, aprendiendo acerca de cómo obra Dios. Volvió a Damasco, con capacidad y fuerza para confundir a los judíos. Más adelante estuvo en Jerusalén, “y entraba y salía”, 9.28. “Entraba” en las reuniones de la asamblea y “salía” para testimonio público en la ciudad. Después, hubo el tiempo en Tarso para aprender más de la obra de Dios y trabajar sin publicidad en su propia ciudad.

Estos movimientos le ocuparon durante unos ocho años. Ahora Saulo está equipado por Dios para enseñar en la asamblea recién formada en Antioquía. La escuela de Dios es lenta. Los años de oscuridad en la vida de un siervo son vitales, y Pablo los experimentó. He aquí una buena lección para los hermanos menores.

Pablo ciertamente no se encontró excesivamente comprometido para otras visitas como para no atender a una necesidad como ésta. “Se congregaron allí todo un año con la iglesia”. Me gusta más la traducción que da “en la iglesia”. Pablo y Bernabé simplemente perdieron su carácter de visitantes y se hicieron parte de la asamblea. La idea es que no haya creyentes que no pertenezcan a una iglesia local. Dios desea que los suyos se identifiquen con una asamblea bíblica del pueblo de Dios en el vecindario. Así, Saulo llegó a formar parte del testimonio en Antioquía e instruyó a sus miembros.

¡Qué privilegio fue el de tener a estos hermanos en el seno de la congregación! Como consecuencia de la enseñanza que dieron, los creyentes cantaban, hablaban, proclamaban y “vivían” a Cristo. Y así fue que la gente les llamó cristianos. Este nombre vino de afuera. No vino de los judíos, porque ellos no incorporarían el nombre del Mesías / Cristo en un nombre dado a aquella gente. Los judíos hablaban despectivamente de los nazarenos.

Creo que esos hermanos de Antioquía manifestaban tanto a Cristo en sus vidas, resultado de las enseñanzas de Saulo, que Dios puso en el corazón de la población asociarlos con Cristo por medio del nombre cristianos. La palabra quiere decir simplemente “seguidores de Cristo”. Los inconversos estaban reconociendo que si alguien pertenece al Señor, es esa gente que se congrega en su nombre en nuestra ciudad. ¡Qué testimonio resonante mantenía aquella asamblea en sus primeros tiempos!

Ahora, hagámonos una pregunta: ¿Cuánto impacto tiene en la comunidad la asamblea donde yo estoy? ¿Está llegando a la gente? ¿O estamos contentos con meramente cumplir con una formalidad, con la excusa que estamos en los postreros días y es poco lo que se puede hacer? Acordémonos que la Palabra de Dios no ha cambiado; sus propósitos son los mismos. Debemos ser lumbreras en nuestro testimonio colectivo, resplandeciendo en el mundo y asidos de la palabra de vida.

La obra probada en Antioquía 11.27 al 30

La iglesia local en Jerusalén ha podido decir a la asamblea en Antioquía, lo mismo que Pablo escribió a los corintios: “Si nosotros sembramos entre vosotros en lo espiritual, ¿es gran cosa si segaremos de vosotros en lo material?” 1 Corintios 9.11. O sea, el valor de los beneficios materiales recibidos fue poco en relación con el valor de los beneficios espirituales impartidos.

La iglesia que se interesó en Antioquía, y que aportó su ayuda espiritual, se encontraba ahora necesitada de bienes materiales. Los profetas de visita en Antioquía hacen saber la necesidad: “uno de ellos … daba a entender por el Espíritu, que vendría una gran hambre …” El reto estaba allí, y fue aceptado. “Los discípulos, cada uno conforme a lo que tenía, determinaron enviar socorro a los hermanos que habitaban en Judea; lo cual en efecto hicieron, enviándolo a los ancianos por mano de Bernabé y Saulo”.

Una asamblea bien enseñada es una asamblea liberal. Cuando Dios convierte a un alma, convierte a un billetero (una cartera) también. Aquí tenemos registrada la primera ocasión en la historia en que la gente reunía sus fondos para ayudar al pueblo de otra nación. Algunos contaban con más recursos que otros, pero todos colaboraron. Habían recibido ministerio de un carácter espiritual, y ahora les correspondía ministrar de una manera temporal.

Examinémonos todos en cuanto a nuestra responsabilidad en este tipo de ministerio. Nos corresponde dar al Señor su debida porción: para que los enfermos, discapacitados y mayores en edad encuentren alivio; para que los obreros en la obra del Señor sean mantenidos mientras cosechan almas para el Señor; para que nuestros salones de reunión sean adecuados; para que …

Viene el día cuando escucharemos la voz. Subiremos junto con los santos de Jerusalén y los cristianos de Antioquía; seremos reunidos con nuestro bendito Señor a quien amamos, y a quien procuramos servir ahora de la manera expuesta en su Palabra.

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