El que me amó y se entregó por mí (#843)

El que me amó y se entregó a sí mismo por mí

la muerte de cristo no es de compararse con ninguna otra

 

Arthur Custance; Ottawa, Canadá

 

Es imposible hacer una comparación entre la muerte del Señor Jesús y la de cualquier otro ser humano. No obstante, hay la esperanza de que entendamos, en la medida en que el Espíritu Santo nos capacite, algo de la naturaleza real del sacrificio del Señor. Nuestra comprensión será por medio de contrastes y no por analogías o paralelos.

Vamos a considerar unas pocas situaciones en que hombres han dado su vida, voluntariamente o no, por cuenta de otros. Habiendo pensado en estos ejemplos, veamos en qué sentido ellos deben ser contrastes con, y no ejemplos de, la muerte del Señor Jesucristo. Es absolutamente esencial tener claro que estamos tratando estos sacrificios netamente desde el punto de vista de la muerte física. El otro lado del asunto no está comentado a continuación.

 

1.

La famosa novela de Charles Dickens, Historia de Dos Ciudades, se basa en la Revolución Francesa al final del siglo XVIII.  El protagonista es un abogado inglés de poco éxito en su carrera, quien resuelve redimir su vida infructuosa con una gran hazaña. No vamos a entrar en los detalles del renombrado libro; basta con decir que él llega a saber que un amigo suyo está preso en París, víctima de la sublevación del pueblo, y que le espera la guillotina. El héroe llega al calabozo una hora antes de que el amigo muriera con otros muchos.

Cayendo sorpresivamente sobre el hombre condenado, el visitante le inyecta cloroformo, sustituye la ropa del uno por la del otro, persuade a una gente a sacar el inconsciente de la cárcel y despacharle de París a vivir seguro en Inglaterra. Una hora después el protagonista responde como si fuera el otro, y muere bajo el cuchillo sin que nadie supiese del canje. En la flor de la vida, no condenado por sí, tomando el lugar de otro, él se sacrifica sin haber sido obligado a hacerlo. El amigo goza de la libertad.

Viendo la cosa superficialmente, hay aquí varios puntos que parecen ilustrar la muerte del Señor Jesús en el lugar de cualquiera de nosotros: cortado en el vigor de la vida, sin culpa, sustituto por otro, y felicidad para el que había sido condenado. No obstante estos paralelos, la similitud es completamente falsa en un aspecto fundamental.

 

2.

Considere otra ilustración. En las primeras de sus muchas guerras, en 1796, Napoleón permitió a los reclutas franceses a enviar un sustituto como soldado asignado a una campaña. Se requería simplemente que el reclutado pagara el precio a su sustituto, y que éste aceptara servir no por sí sino por cuenta del primero.

Parece que cierto barbero en Francia tenía un negocio próspero y por lo tanto contrató a un joven para servir en Italia por cuenta suya. El joven murió en la guerra y el aviso correspondiente fue enviado a París. El barbero tuvo cuidado de no perder el oficio. Años después, cuando las cosas iban mal para Napoleón, hubo una recluta masiva y el barbero fue exigido de nuevo a servir en el ejército. El objetó, ¡explicando que él había muerto ya en el servicio de la patria! Las autoridades se molestaron, pensando que se trataba de un chiste vulgar, pero el hombre presentó el oficio que hacía constar que el reemplazo suyo había muerto en una de las primeras guerras napoleónicas. Nunca fue llamado de nuevo al servicio militar.

Este relato sirve para ilustrar otro aspecto de la muerte sacrificante. Si un hombre puede probar que un sustituto, reconocido legalmente, ha dado su vida por cuenta suya, la tal persona puede ponerse a salvo de la ley en ciertas circunstancias. La ley no tiene más poder sobre él que tiene sobre un cadáver.

Desde luego, esta forma de sacrificio como sustituto tiene algo de parecido a lo que nos interesa. Sí, es una ilustración de una faceta de la muerte del Señor en lugar mío; a saber, que soy contado como muerto y fuera del alcance de la ley del pecado. Pero tampoco es una ilustración adecuada. Hay un sentido en que la muerte de ese joven difiere radicalmente de la de Cristo, y de esa gran deficiencia en el paralelo vamos a hablar más adelante.

 

3.

Considere conmigo otro tipo de muerte como sustituto. En el noroeste del Canadá hay una tribu de indios llamada los Tlinglt. Son, o eran, muy primitivos. Cada varón recibe un valor. Este valor le es asignado por la comunidad según la estima que tiene de él como miembro de la sociedad. Él puede ser una persona muy valiosa por las habilidades que posee, por tener riquezas, por ser de tina familia prestigiosa, etc. Tan extenso es este sistema de contabilidad social que aun la lápida de un difunto puede indicar su valor. Hay inscripciones como: “Aquí yace Juan Tlingit, valor $ 12.000 canadienses”.

Ahora, esta estimación no indica directamente el dinero poseído, pero tiene gran importancia delante de la ley de la tribu, y especialmente en su efecto sobre la familia de uno. Si un hombre qué vale $ 6.000 mata a otro que vale $12.000, no sería adecuado exigir simplemente la muerte del primero. La justicia no quedaría satisfecha; quedan otros $ 6.000 por cancelar. Tal vez el hermano del homicida valga $ 6.000; en este caso, él podría morir también para saldar así la cuenta. El sistema nos suena increíble, pero los antropólogos dicen que funciona bien. Los rezagados en la tribu, probablemente los más dispuestos a causar problemas, reconocen que deben conducirse con cuidado; si no, a lo mejor toda su familia tendría que morir para satisfacer un solo crimen contra una persona de alto valor.

Es interesante estudiar las complicaciones de la administración de esta justicia. Las reglas se aplican a cualquier ofensa. No es simplemente ojo por ojo y diente por diente. Es un ojo de oro por un ojo de oro, o tres dientes de plata por un diente de oro. Es más: la muerte de una sola persona de alto valor podría satisfacer las demandas de un gran sector de la tribu que se siente agraviado.

Una vez más tenemos un paralelo. Un hombre “pequeño” puede satisfacer las demandas por otro “pequeño”. Uno “grande” vale por otros muchos. Ahora no es solamente uno por uno, sino uno por muchos. Todo depende del valor de la víctima. Pero el paralelo es sólo parcial cuando lo comparamos con la muerte de Cristo. Hay un elemento en la muerte del Señor que hace toda la diferencia, y no está presente en nuestro relato le los indios. La ilustración queda corta, y veremos por qué.

 

4.

Veamos una ilustración final del sacrificio de un sustituto. Es algo parecido al caso indígena, pero contiene un elemento, ausente en los otros ejemplos, que sirve para ilustrar la muerte de Jesús. Entre las tribus nómadas de los árabes que ambulan por los desiertos en el Norte del África, hay una forma de venganza por sangre que no se encuentra en otras sociedades. Se puede llamarla el factor tiempo; o sea, la venganza demorada.

Vamos a suponer que yo tenga un hijo de 19 años, y en una escaramuza él muere a manos de otra tribu. Yo puedo exigir venganza, a saber, la sangre de otro. Pero mi tribu no libra guerra de nuevo para satisfacer mi demanda, ya que esto implica mucha interrupción en la vida de dos tribus. La regla de juego es más bien que se escoja a uno de aproximadamente 19 años, hijo de un hombre de aquella tribu de más o menos el rango mío. Su tribu va a protegerle, y la mía hará lo posible para matarle con prontitud. Si logramos hacerlo, el problema está resuelto, y todos lo reconocen así.

Pero, ¿qué y si ese hombre cuenta con sólo un hijo varón, un niño de seis años, y las varias hijas? Es sencillo. El muchacho puede vivir en paz por doce o trece años, y tampoco tiene que haber problemas entre las tribus durante este lapso. El comercio y los matrimonios, etc., pueden seguir, pero sólo hasta que ese joven cumpla los 19 años. Si no le entregan a la muerte, la tribu mía declarará guerra. El tiempo ha llegado, y me corresponde la sangre de aquél.

Nos extraña en verdad que semejante sistema funcione. Sin embargo, uno debe llevar en mente que esa gente vive de día a día. Lo que va a suceder, sucederá. Está ordenado. ¿Por qué preocuparse o procurar evitar el futuro? Claro, nuestra sociedad reconoce también que un criminal puede ser juzgado años después de haber cometido el crimen, aun si los acontecimientos en el intervalo posiblemente se mitiguen en su favor. Lo que es un poco diferente en el caso relatado es que entre las tribus árabes el muchacho se madura en completa inocencia. Al cabo del tiempo señalado él sacrifica su vida para poner fin a una querella que desconocía, y sólo porque es la persona que satisface las demandas en cuanto al sexo, edad y posición social. “A su tiempo” él es sacrificado para que los demás tengan paz.

 

5.

En cada una de estas situaciones se observa alguna faceta del significado total del sacrificio de sí mismo que hizo el Señor en la cruz del Calvario. Su sacrificio fue como sustituto, voluntario, en inocencia, precio justo ante la ley, de valor suficiente, y en la debida oportunidad. Cada una de estas situaciones es verídica. Cada una implica pagar con vida. No obstante todo esto, el sacrificio del Señor fue completamente diferente de todas ellas por separado o en conjunto.

¿Qué es la diferencia fundamental? Es ésta: Cada uno de esos hombres en mis ilustraciones era criatura mortal; cada uno moriría tarde o temprano. En cambio, el Señor Jesucristo era inmortal y no tenía que morir nunca. Esta diferencia —y estamos hablando sólo de la muerte física de Jesús— está a la raíz de todo el asunto. Es tan así que su muerte está en una categoría completamente diferente. Veamos si puedo cristalizar la diferencia esencial entre la muerte de Jesucristo y la de todos los demás seres humanos.

Primeramente, nacimos cual hijos de Adán y en una condición tal que la muerte es inevitable. Cualquier sacrificio de nuestra vida que hagamos nosotros sería mera-mente el sacrificio de una parte, o sea, del lapso de vida que nos quedaba. Realmente, no sería cuestión de sacrificar la vida sino de acortarla.

Jesucristo, concebido por el Espíritu Santo y nacido de una virgen, no era como nosotros con respecto a esto. Él no fue constituido conforme a la ley del mandamiento acerca de la descendencia, sino según el poder de una vida indestructible, Hebreos 7.16. Al morir, El no entregó una parte de su vida; no la acortó. Lo que no tiene fin no puede ser achicado. Lo que El hizo fue dar la vida en sí.

 

6.

Permítame una ilustración tomada de la matemática.  La distinción entre un número muy grande y un número infinito es ésta: Si uno resta algo de un número finito, por grande que sea, ese número se reduce; en cambio, si uno resta algo de un número infinito, todavía es infinito. Así, puede que la infinidad parezca ser simplemente una extensión del concepto de un número muy grande, pero no lo es. Hay algo fundamentalmente diferente entre los dos. Y, hay algo fundamentalmente diferente entre una vida mortal y una vida inmortal. La vida mortal —la suya, la mía— está sujeta a la muerte. El sacrificio de una vida mortal meramente la reduce; la medida en que la reduce es un indicio del valor del sacrificio.

El sacrificio de la inmortalidad no tiene nada por lo cual puede ser medido para estimar su valor. Lo sacrificado es infinito. Cuando el Ser inmortal se sacrificó a sí mismo, ¿cuánto de su vida dio? La respuesta es que dio toda su vida. Dio un tiempo infinito, una suma inmensurable; dio la vida en sí. Por esto dije ahí un poco atrás que el sacrificio que un hombre puede hacer es de sólo una parte de su vida, mientras que Jesús sacrificó la vida. El sacrificio de un ser mortal tiene un valor medido, pero el sacrificio del Señor inmortal tiene un valor inmensurable.

 

7.

Pero la pregunta es: ¿Cómo es posible que muera un Ser inmortal? La respuesta realmente no es tan difícil una vez que se reconozca qué significa la inmortalidad en el sentido bíblico en lo que se refiere al hombre. Quizás la manera como lo dijo Agustín, 1500 años ya, sea todavía la más satisfactoria. Él explicó que la inmortalidad no quiere decir que es imposible morir, sino que es posible no morir. No es necesario que la muerte se presente.

Nosotros somos mortales, de manera que nos es establecido morir. El Señor Jesucristo era —y es— inmortal, constituido con el poder de vivir para siempre. El murió, pero no porque su constitución, su cuerpo, lo exigía. Veamos qué dice el Nuevo Testamento al respecto.

Es curioso como un pasaje de las Escrituras con un significado profundo puede llegar a ser tan familiar como para que ese significado se nos escape hasta que nos veamos obligados a repasar el versículo que pensábamos conocer. Reflexione por ejemplo en Juan 10.17,18, donde el Señor dice explícitamente: “Me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo”. Tal vez estemos prestos a interpretar esta declaración como para decir que se sometería a la crucifixión al estar listo El, y no antes. Reforzando esta interpretación, nos acordamos de la afirmación que ninguno le echó mano, porque aún no había llegado su hora. Cuando llegó, anunció. “La hora ha venido”, dijo en Getsemaní, y las autoridades romanas dieron curso a su funesta tarea.

Así, sin reflexionar mucho, podríamos concluir erróneamente que el Señor Jesús no hizo nada más profundo en cuanto a su muerte que escoger la oportunidad en que se sometería a los hombres. Pero si ponemos lado a lado dos pasajes, quizás veremos cuán equivocados estamos. En Isaías 53.7 se nos informa que Él fue llevado al matadero como una oveja. Esta fue la obra de hombre. Pero en Hebreos 7.27 se nos informa que se ofreció a sí mismo. 0 sea, se sometió a ser llevado, pero cuando llegó la hora El mismo realizó el sacrificio de su propia vida. En el sentido más literal que puede haber, nadie le quitó la vida; Él la puso.

 

8.

No son pocos los pasajes bíblicos que declaran que el ser mortal no puede postergar su muerte, y Eclesiastés 8.8 es un buen ejemplo: “No hay hombre que tenga potestad sobre el espíritu para retener el espíritu, ni potestad sobre el día de la muerte”. El hombre está humillado en la muerte. Pero en Filipenses 2.8 el Señor Jesús se humilló a sí mismo. Esta es una circunstancia única, y está reforzada en el mismo versículo al describir el acontecimiento en palabras ligeramente diferentes. El hombre es obediente a la muerte; el Señor Jesús se hizo obediente. Es decir, no simplemente optó cuándo morir —cosa que el hombre puede hacer dentro de ciertos límites— sino que El eligió morir, cosa que nosotros nunca podríamos hacer.

En la cruz Cristo Jesús puso su vida. No fue, como comúnmente se piensa, que meramente se sometió a que los hombres le matasen. La historia habla así, y así se dice en Hechos 2.23, por ejemplo: “Matasteis por manos inicuas, crucificándole”.  El caso es que El murió en o sobre la cruz, pero no murió a causa de la cruz. Por un acto de voluntad, y en el momento de elección divina, despidió su vida como un amo podría despedir a un siervo. Dijo: “Vida, vete”, y el Hijo del Hombre dejó suspendido del madero de la cruz a ese cuerpo muerto.

 

9.

Las palabras griegas que se emplearon en el texto original al describir estas últimas escenas son muy reveladoras.  El castellano nos dice que Jesús entregó su espíritu, pero tenemos que estar seguros de entender que no se trata de una entrega sino una despedida. El despachó su espíritu. Es significativo que la misma palabra figure dos veces en Juan 19; en el versículo 16 Pilato “lo entregó para que fuese crucificado”, pero en el versículo 30 Jesús inclinó la cabeza y “entregó el espíritu”. Pilato entregó a Jesús pero hasta allí llegó su poder.  Jesús tenía poder, como dijo en 10.18, para poner su vida, o sea, a despedir el espíritu. El misterio es profundo; reflejemos reverentemente sobre qué significa despedir la vida.

Al morir uno de nosotros, el cuerpo obliga al espíritu a huir. El cuerpo rehúsa seguir proveyendo morada para el espíritu. Pero cuando Jesús murió, su espíritu venció su cuerpo. Esto es exactamente lo opuesto al proceso normal. Cuando el hombre “expira”, se trata de un acto pasivo; pero cuando el Señor Jesucristo despidió a su espíritu, el verbo está en la forma activa, por la misma razón que lo es al referirse al hecho de que Pilato entregó a Jesús. A diferencia de la muerte nuestra, la del Señor fue el triunfo supremo del espíritu sobre el cuerpo. El Señor —no el hombre— ha hecho esto, y es cosa maravillosa a nuestros ojos.

 

10.

Aun la propia cruz tenía un significado especial como escenario. Los romanos disponían de varios procedimientos para tratar a un criminal. Entre ellos, le han podido ahorcar, estrangular, ahogar, empalar, envenenar o degollar. Al haber usado una de estas tácticas, sólo un milagro ha podido mantener vivo al Cristo. Pero “optaron” por crucificarle, y este procedimiento no significaba la muerte rápida. Reflexione un momento, y verá que es así.

Tratándose de una crucifixión, el milagro es que El haya muerto cuando lo hizo. No estamos diciendo que la crucifixión no mata a uno, sino que es una forma de matar muy lentamente. Es bien sabido que un hombre crucificado puede agonizar por tres días antes de que su vida se apague. Por esto Pilato se sorprendió de que Jesús hubiese muerto, Marcos 15.44. Es verdad, pues, que Pilato le entregó como cordero al matadero, pero ninguno le tomó la vida; É la dio cual ofrenda propia.

 

11.

Conviene enfatizar un punto más, acaso quede la más mínima duda sobre el evento.   Dos veces hemos hablado del poder del cual dispuso Jesús, de tal forma que su espíritu podía triunfar sobre su cuerpo. No se trata simplemente del poder de prolongar la vida, ya que los hombres pueden tener la voluntad de vivir por un tiempo después de fracasar todos los medios conocidos para realmente salvar esa vida. Hablamos más bien del poder de disponer de la vida.

Él es la vida, Juan 14.6, y esa vida eterna se humanó. Entrando en el mundo, Cristo dijo al Padre, “Me preparaste cuerpo”, Hebreos 10.6. La raza humana, en cambio, fue hecha cuerpo en Adán antes de que fuese ser viviente. Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, Génesis 2.7.

De nuevo, uno debe pararse un momento a reflexionar. No es posible que el hombre común exija al espíritu una obediencia inmediata de tal manera que el cuerpo quede sin vida instantáneamente.  Puede que uno carezca de la voluntad de seguir viviendo, y por esta razón el cuerpo desvanezca progresivamente y la muerte se presente al fin. Pero esto es un proceso, y es consecuencia de una falta de voluntad, del deseo de escapar.

Sabemos por el Getsemaní que no había absolutamente nada de esto en lo que el Señor hizo. El pidió que la muerte fuese evadida, con tal que la voluntad divina fuese cumplida, pero sabía que no podría ser; Lucas 22.42. Esta es muerte vicaria. La elección de morir deliberada y voluntariamente, sin obligación alguna. No debe ser confundida con ninguna clase de sacrificio que una criatura puede hacer. Esa criatura tiene que morir algún día de todos modos; a veces puede adelantar la fecha, pero generalmente no tiene voluntad ni para esto.

Estamos contemplando a Uno, verdadero hombre, no sujeto a la muerte física, quien por una voluntad que dio expresión a su divinidad, despidió adrede una vida que ha podido ser sostenida por tiempo indefinido. (Del aspecto físico es que hablo.) La inmortalidad se hizo mortalidad; la fría muerte tocó al que la vida dio. ¿Por qué? Entre otras razones, porque Él es el Buen Pastor, y el buen pastor la vida da por sus ovejas. Pero es a la vez el Cordero. “Cordero, Tú, de Dios, bebiendo Tú por nos la copa amarga en triste cruz, salvástenos”.

He aquí el que me amó y se entregó a sí mismo por mí. Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí. Lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios. La posteridad le servirá; esto será contado hasta la postrera generación. Vendrán, y anunciarán su justicia; a pueblo no nacido aún, anunciarán que El hizo esto. O sea: Consumado es.

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