La razón por qué (#841)

Robert A. Laidlaw
El autor era un empresario neozelandés que preparó
esta monografía para los tres mil trabajadores de su negocio

I

Por qué                                                                Supongamos que un joven le obsequie a su novia un costosísimo anillo con diamante, presentado en un joyero que la joyerilla aportó sin recargo. Cuán decepcionado estaría él si ella le dijera, al estar juntos unos días después: “Mi amor, es muy linda esa cajita que me enviaste. Prometo guardarla en lugar seguro”.

Ridículo, ¿verdad? Pero es igual de ridículo que la gente ocupe su tiempo y sus pensamientos en sus cuerpos, que no son más que las cajas que guardan el verdadero ser, el alma que la Biblia nos informa va a existir mucho después de que nuestros cuerpos no sean más que polvo.

La vida no es un sueño hueco; es real, es apremiante. El sepulcro no es el fin; el alma no se vuelve polvo.

Por cierto, el Señor Jesucristo pregunta: “¿Qué aprovechará al hombre si ganare todo el mundo, y pierde su alma?” [1] Obviamente Él estima el alma suya como de incom-parablemente más valor que el mundo entero.

 

Preguntas básicas                             Deseo tratar de entrada tres puntos fundamentales que tienen que ver con esa preciosísima posesión suya:

Hay Dios

La Biblia es veraz

El hombre es responsable

 

Dios es                                                                 Tengo una convicción innata que Dios existe. No importa cuánto intentaba mi intelecto producir razones para probar que no, ni cuánto quería creer que no hay Dios, aquella vocecita me susurraba una y otra vez, así como lo hace a usted, en los momentos tranquilos de reflexión. Sí, sabía que para mí por lo menos hay un Dios, y al considerar a otros me di cuenta de que ellos también le estaban buscando en su así llamada religión para apaciguar esa misma voz que había dentro de mí.

Cierto, hay quienes no creen en Dios. Pero para mí los problemas de esa incredulidad son mayores  que los problemas de creer en Él. Creer que una materia muerta produjo por sí sola una mente, que esa mente produjo la conciencia y que el caos de la suerte produjo el cosmos como lo vemos en la naturaleza – creer todo eso no requiere fe sino credulidad.

 

Probar a Dios                                                        Me llama la atención las ocho razones que cierto señor de vocación científica dio para su fe en Dios. Primero, dijo, tome diez monedas idénticas y márquelas 1 al 10. Métalas en el bolsillo y saque una. Ahora cámbiela por otra, y la probabilidad de que Número 2 salga esta vez después del 1 no es una en diez sino una en cien. Con cada moneda que saque, el riesgo se multiplica por diez, de manera que la probabilidad de que el 10 siga al 9 es una en 10 000 000 000. Me parecía increíble, de manera que en seguida busqué papel y lápiz, solo para descubrir que él tenía la razón. Hágalo.

Por esto dijo Gallup, un estadístico norteamericano: “Puedo probar a Dios estadísticamente. Tome tan sólo el cuerpo humano; la posibilidad de que todas sus funciones sean producto del azar es una monstruosidad estadística”.

¿Qué persona pensativa querrá basar su futuro eterno en “una monstruosidad estadística”? Posiblemente sea por esto que la Biblia afirma: “Dice el necio en su corazón: No hay
Dios”. [2]

 

La causa primaria                               Supóngase parado en un aeropuerto observando el aterrizaje de un jet. Le digo: “Mucha gente piensa que esa nave es el resultado de un diseño bien razonado, pero yo sé mejor. En realidad nadie lo pensó. De alguna manera extraña el metal salió de la tierra y se formó en planchas. Poco a poco esas planchas se juntaron y formaron alas y una cola. Después de largo tiempo los motores empezaron a aparecer, y cierto día una gente llegó, descubrió el avión y se dio cuenta de que podía volar”.

A lo mejor pensaría que soy lunático y se alejaría para no tener que oir mi parloteo insensato. ¿Por qué? Usted sabe que donde hay diseño, debe haber diseñador, y habiendo visto otros productos de la mente humana parecidos a ese avión, está convencido de que fue planeado por inteligencia humana y construido por habilidad humana.

Con todo, hay hombres bien preparados, letrados, que nos dicen que el universo entero llegó a existir por mera causalidad, sin ninguna obra de una inteligencia superior. Profesan no conocer ningún Dios aparte de la naturaleza.

Por otro lado hay mucha gente pensativa que cree que Dios es trascendente. Es decir, se revela en la naturaleza – sus leyes y principios expresan su poder y sabiduría – pero Él mismo es mayor que el universo. Pero todo lo que el ateo nos puede ofrecer es el enigma de un diseño sin un diseñador, una creación sin un creador y un efecto sin una causa.

Pero toda persona meditabunda cree en una serie de causas y efectos en la naturaleza, cada efecto a su vez la causa de otro efecto. Aceptar esto como un hecho le obliga a uno por lógica a reconocer que cualquier serie tiene que tener un comienzo; jamás ha podido existir un primer efecto sin que haya una Primera Causa. Y es la Deidad.

 

¡Creer es ver!                                                        Aun cuando el hombre haya descubierto muchas de las leyes que gobiernan la electricidad, ni siquiera los científicos más destacados pueden definirla adecuadamente. ¿Entonces por qué creemos que existe? Porque en nuestros hogares, industrias y calles vemos la manifestación de su existencia. Yo no sé de dónde procede Dios, pero estoy obligado a creer que Él es porque veo por dondequiera las manifestaciones de su existencia.

Cito: [3]  “En nuestro mundo moderno mucha gente parece sentir que nuestros avances acelerados en el campo de la ciencia dejan anticuada o irrelevante una fe religiosa. Cuestionan que debemos estar satisfechos con ‘creer’ algo cuando la ciencia dice que ‘sabemos’ tanto. La respuesta sencilla a esta postura es que se nos confrontan hoy muchos más misterios de la naturaleza que cuando comenzó la era del alumbramiento científico. Con cada respuesta que se presenta, la ciencia ha descubierto uniformemente por lo menos tres interrogantes nuevos”.

“Las respuestas señalan que todo tan bien ordenado y perfectamente creado como son nuestra tierra y nuestro universo tiene que tener un Hacedor, un Diseñador Maestro. Cualquier cosa tan ordenada, tan perfectamente equilibrada, tan majestuosa como es esta creación puede ser tan solo el producto de una idea divina”.

Otro ha dicho acertadamente que el problema de la vida originándose en un accidente es comparable con la probabilidad de que un diccionario haya sido consecuencia de una explosión en un taller de imprenta.

 

La revelación de Dios                         Dios existe, quiera o no el hombre creerlo. La razón por qué tantos no creen no es que sea intelectualmente imposible creer en Dios, sino porque creerlo obliga a uno a reconocer que debe dar cuenta de sí a ese Dios. Muchos no están dispuestos a reconocer esto. La mayoría de aquellos que se refugian en el ateismo o el gnosticismo lo hacen porque es un escape conveniente de la severa realidad de que el hombre está sujeto a su Creador. Generalmente no es tanto un caso de “No puedo creer” como de “No quiero creer”.

Sé de solamente dos maneras en que uno puede conocer el propósito y la persona de Dios. Primeramente hay el proceso del razonamiento. Un detective competente, por ejemplo, puede decir mucho acerca de mis habilidades, hábitos y carácter sólo por examinar algo que he hecho o manejado, y así también mucho se puede aprender de Dios con tan sólo examinar el universo, obra de sus manos.

Pero el detective que examina sólo lo que hago nunca puede decir que me conoce. Puede que sepa algunas cosas de mí, pero tiene que haber un proceso de revelación. Tengo que comunicarme con él. Debo decirle lo que pienso, cómo me siento y qué quiero hacer. Esta revelación de uno mismo puede ser por conversación, escritura u otro medio, pero solo con ella se hace posible que él me conozca. Y así también, si alguna vez Dios va a ser conocido, y sus pensamientos, deseos y propósitos percibidos, Él debe tomar la iniciativa y revelarse por lo menos en parte a la humanidad.

 

II

 

El libro de los libros                            De todos los libros en el mundo, hay uno solo que dice ser una revelación directa de Dios y nos divulga a Él y su propósito para nosotros. Ese libro es la Biblia. La Biblia es un libro de tanta importancia que sin lugar a duda amerita una investigación concienzuda. Entonces, sin el ánimo de aceptar o rechazar, sino con el deseo de sopesar, acerquémonos a este libro con sus afirmaciones inusuales.

Para ser justos con nosotros mismos y con la Biblia, debemos leerla de tapa a tapa. Un juez no debe sentenciar cuando se ha ventilado sólo la mitad del caso, ni debemos nosotros. Más bien, como el juez, debemos cotejar la evidencia de los testigos y ponderar cada obra, buscando su significado más profundo en vez de aceptar su sentido superficial. Ciertamente, la importancia de lo que la Biblia afirma justifica el tiempo necesario para estudiar los sesenta y seis “libros” que la compone.

Llevemos en mente que sus libros fueron escritos por cuarenta o más autores sobre un lapso de 1600 años y en lugares tan distantes entre sí como Babilonia en Asia y Roma en Europa. Con semejante autoría uno esperaría encontrar una colección de declaraciones contradictorias. Por esto, su uniformidad es impactante, ya que cada aporte es el complemento de otros.

Al considerar todo este asunto, vi lentamente una gran verdad que no admitía ninguna otra explicación razonable: “Los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo”. [4]  Encontré confirmación de esto al leer profecía tras profecía en el Antiguo Testamento con su cumplimiento al pie de la letra, siglos después. Por ejemplo, en el capítulo 53 de su profecía Isaías predijo acertada y detalladamente la muerte de Cristo, ¡setecientos años antes de su crucifixión! Efectivamente, me parecía que mayores serían las dificultades para dudar de este libro que para creerlo. ¡Los problemas estaban todos por el lado de la incredulidad!

 

La norma divina                                 Sin embargo, el hecho de aceptar la Biblia me puso frente de una dificultad seria, porque ella fijaba una norma de rectitud muy superior a la mía. Pronunciaba que cualquier conducta debajo de ese nivel es pecado. Llevando en mente usted que Dios conoce todos sus pensamientos secretos, mídase según esta norma divina: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y gran mandamiento”. [5]

Enfrentado a una declaración como esta, ¿puede alegar que ha cumplido con esa norma toda su vida? ¿Ha puesto a Dios primero en todo? Ningún hombre puede profesar honestamente ser perfecto; cada corazón honesto se dobla ante el decreto: “No hay justo, ni aun uno. Todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios”. [6]  Todo el mundo ha fracasado ante la norma divina.

Cierto joven me preguntó una vez: “¿Cree que es justo que Dios fije una norma de santidad tan alta que nadie puede alcanzarla, y luego juzgarnos por no cumplir con ella?”

Respondí: “Dios no ha fijado una norma de santidad arbitraria como un funcionario fija una altura mínima para sus guardaespaldas. En un caso tal, uno podría cumplir con todos los demás requisitos, pero quedar descalificado por faltarle un centímetro de estatura. En realidad no ha fijado ninguna norma; Él es la norma. Es la esencia de la santidad, y para resguardar su propio carácter, debe guardarse enteramente santo en todo su trato con el hombre. Él mantiene esa norma sin contemplar las enormes consecuencias que puede tener para sí mismo y para nosotros”.

 

Todos hemos pecado                        Mi conciencia y mi sentido común me obligaron a reconocer que no cumplía con la norma de una santidad absoluta que Dios había fijado y que, por lo tanto, era un pecador a su modo de verme. Este reconocimiento de haber pecado me exponía a la condenación: “El alma que pecare, esa morirá”. [7]

Me parecía así: La ley de tránsito en Gran Bretaña establece que el chofer debe guardar la izquierda de la calle, pero la de Nueva York que debe guardar la derecha. Ahora, si en Londres voy por la derecha, y protesto ante las autoridades: “Esto es ridículo; en los Estados Unidos me permiten hacerlo”, me van a responder: “Usted no está en los Estados Unidos. No vienen al caso los reglamentos en otras jurisdicciones; ocúpese de la ley que rige donde se encuentra”.

De la misma manera, en lo que respetaba a la norma de Dios, yo estaba perdido. Sólo la ley suya me juzgará en la eternidad. Yo estaba totalmente perdido. Empecé a ver que no importaba lo que pensaba yo ni lo que decían mis amigos, porque el caso sería decidido con base en lo que Dios ha establecido. Y más: por cuanto en los ojos de Dios todos hemos pecado, nada ganaría uno en acudir a mis prójimos para ayuda, porque ellos estaban en la misma condición que yo.

 

III

 

¿Jesucristo el Hijo de Dios?                Pero esta misma Biblia, que me decía de mi pecado, contaba también de Jesucristo, quien decía ser Hijo de Dios.

Si de veras es Hijo de Dios, podemos estar seguros de salvación, pero con todo hay la pregunta: ¿Es Hijo de Dios? Podía ser sólo uno de tres: el Hijo de Dios, un engañador o un hombre honesto pero engañado Él mismo. Pero le encontramos ante algunos de los más sagaces de su día, enviados con el propósito específico de enredarle en sus propias palabras, y les calló de tal manera que no se atrevían a seguir preguntándole. [8] Y cuando nosotros mismos consideramos la sabiduría de sus declaraciones desde un punto de vista intelectual, vemos claramente que no estaba bajo ninguna ilusión en cuanto a sí mismo.

Entonces, ¿su sabiduría era tanto que la usaba para engañar a la gente? ¿Acaso usted ha oído de  algún caso en que un joven se ennobleció y volvió puro, honesto, por haber andado con estafadores y vagos? ¡No! Tiene que reconocer que no ha sabido de un caso así, pero yo conozco a un joven que, por haber recibido a Cristo en su vida, ha sido levantado de los deseos más bajos a la madurez más noble. Simplemente no puedo creer que la entrada de un engañador en su vida la haya transformado para bien.

El otro día oí a uno decir: “Le debo a Jesús que puedo transitar por la calle con la cabeza en alto y mis hombros cuadrados al mundo. A Él le debo que puedo ver en la cara a una mujer pura y tomar la mano de un hombre honesto”.

 

No basta la sinceridad                        Pero yo no le pido aceptarle como suyo, porque posiblemente tiene un reparo: aunque es factible que la Biblia sea veraz, ¿no es factible que otros criterios sean igualmente aceptables? ¿Por qué no ser razonable y someterlos a una prueba justa?

Al relatar mi conversión a un amigo, él me respondió: “Usted está bien; yo también, aunque no veo las cosas como usted las ve. Me parece que no importa tanto lo que cree uno, con tal que sea sincero en sus creencias”.

Vamos a examinar eso. Una buena mañana, día domingo, un vecino mío les dijo a su señora e hijos: “Vamos en carro a pasear”. Viajando al norte, llegó a un cruce de ferrocarril y, pensando sinceramente que no habría tren un domingo temprano, procedió sin más. Fue arrollado y murió al instante; un hijo sufrió fractura del brazo y la hija anduvo enyesada por meses. ¿Su sinceridad le salvó? No señor.

Conozco a una enfermera que creía haber hecho bien en administrar cierta medicina. Se había equivocado. No obstante las medidas heroicas que aplicó, su paciente falleció dentro de veinte minutos.

Desde luego, debemos ser sinceros, pero creyendo sinceramente la verdad, no el error. Por cierto, creer sinceramente un error puede ser el medio para engañarnos a nosotros mismos y destruirnos.

 

¿Diversas maneras para conocer a Dios?                                      La Biblia no deja lugar para duda. Cristo declaró: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí”. [9] Leemos también, en cuanto a Él mismo: “En ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos”. [10] Si usted puede llegar al cielo por cualquier otra vía, será testigo de una falsedad de parte del Señor Jesucristo, ya que Él ha dicho que no la hay. Pero por cuanto Él da amplia evidencia de ser el Hijo de Dios, ¿no es una necedad intentar acercarse a Dios de otra manera sino la de Jesús mismo, quien se presenta como el único camino que Dios ha dado?

La verdadera razón por qué queremos otro es porque el camino de la cruz es humillante, y somos orgullosos de corazón. Pero tengamos presente que el camino de la cruz fue humillante para Cristo también, conforme leemos: “… siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz”. [11]

Todo el argumento acerca de “los muchos caminos a Dios” será innecesario si aceptamos que Jesús es Dios, cosa que la Biblia afirma vez tras vez. Dijo Él: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre … Yo soy en el Padre, y el Padre en mí”. [12]

 

Estamos endeudados                        Algunos han sugerido que todo lo que uno necesita es reformarse sinceramente, hacer mejor en el futuro y de esta manera compensar por los errores en el pasado. Supuestamente esto le califica a uno para el cielo. ¿Pero dará este resultado?

Supongamos que el gerente de un negocio averigüe con su contador cuánto debe la empresa a sus proveedores. Le manda a preparar una circular para avisar que la compañía no va a hacer caso de los saldos existentes pero en el futuro reconocerá todas sus deudas por la mercancía que compre. Que no se preocupen, porque la empresa va a responder de aquí en adelante con plena integridad.

El contador pensaría que su patrón se ha vuelto loco; él no se prestará a tratar a los acreedores de esta manera. Pero miles de personas cuerdas en lo demás están intentando llegar al cielo bajo una propuesta como esta, ofreciéndole a Dios cumplir con Él de aquí en adelante pero negando reconocer el pasado. Él no lo acepta. Aun si pensamos que ahora podemos vivir una vida perfecta – que no es más de lo que deberíamos hacer, pero es cosa imposible – seguimos siendo pecadores.

 

Jesús lo pagó todo                            La santidad de Dios demanda que ninguna cuenta pendiente se considere cancelada hasta ser pagada de veras y de un todo. El homicidio puede esconder su crimen y vivir diez años como ciudadano modelo, pero al ser descubierto él tiene que sufrir la pena que le corresponde. Pero  por no por haber matado en diez años, él no deja de ser homicida.

Tapar el pecado del pasado, sea en pensamientos, palabras o hechos, y vivir ahora una vida que parece ser enteramente aceptable, nos deja todavía culpables ante Aquel para quien el pasado y el futuro son tan conocidos como es el presente. Según la norma de santidad de Dios, todos hemos pecado y todos debemos sacar ese pecado a la luz para que sea tratado justamente.

Cada uno de nosotros necesita a uno que puede saldar la cuenta. La Biblia declara que Jesucristo es el único que puede. “Fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo”. [13] Sí, el Señor Jesucristo dio su vida en lugar de la nuestra para que quedáramos libres. Nuestro pecado pasado ha sido pagado, y Dios, contra quien hemos pecado, nos ha dado el recibo que consta que está satisfecho con la obra realizada a plenitud en la cruz del Calvario, resucitándole de entre los muertos. El Cristo una vez crucificado es ahora nuestro Salvador vivo. Murió para salvarnos de la pena del pecado y vive ahora para librarnos del poder del mismo.

 

IV

 

Un sacrificio perfecto                         ¿Pero por qué fue necesaria la muerte de Cristo? ¿No ha podido salvarnos sin morir? El hombre había incumplido la ley de Dios y la pena era la muerte. ¿Cómo ha podido Jesús librarnos en justicia sin pagar toda la pena? ¿No ve? Si Él hubiera pagado menos que el precio entero, quedaría para nosotros un castigo por cumplir. Pero es evidente que por cuanto Él murió, la ley que infringimos no puede juzgarnos ahora.

Aclara la Biblia: “Ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús”. [14]

En cierta ocasión un juicio en tribunal se prolongó de un día a otro y fue necesario, como es costumbre, secuestrar el jurado para evitar que fuese influenciado por una parte ajena. Pero cuando sus miembros entraron al tribunal el día siguiente, el juez les avisó: “Señores, el caso ha sido descartado. El acusado fue citado por un tribunal superior”. Fue su manera de decir que el acusado había fallecido en la noche; ¿para qué seguir, cuando la ley no puede juzgar a un difunto?

En una jurisdicción donde se aplica la pena de muerte al homicidio, el tal muere por haber matado a una persona e igual por haber matado a seis, porque la ley no puede aplicar una pena mayor. No importa cuáles hayan sido los crímenes del culpable, la ley no conoce un castigo mayor que el de tomar una vida.

De manera que no importa que haya en la vida mía pecados que me olvidé años ya, no los temo, porque tengo la confianza que mi Sustituto, el Señor Jesucristo, sufrió el castigo mayor de la ley por cuenta mía, librándome de un todo de todas sus demandas en mi contra, tanto grandes como pequeñas.

 

Pero no todos son salvos                   Con base en la grandeza del sacrificio de Jesucristo, algunas personas han sugerido que si Él murió por todos, entonces todos de hecho son salvos. Pero Dios no lo dice. Él establece que hay salvación para todos, pero no que todos son salvos.

Vamos a ilustrar esto. Un frío intenso se ha apoderado de una de nuestras ciudades en un período cuando muchos están desempleados. Las autoridades municipales están proveyendo alimentos gratis bajo un plan de emergencia. Usted encuentra a un pobre sujeto en la calle y él protesta que padece de hambre. Por supuesto, usted responde que hay por todos lados avisos de dónde obtener comida gratis.

Él responde que sí sabe de ese programa, pero con todo no ha comido en un par de días. Usted le reprocha que va a continuar en esa condición mientras no se aproveche personalmente del beneficio ofrecido.

Así es que la muerte de Cristo provee una salvación para quienquiera, pero son salvos solamente aquellos que aceptan personalmente a Cristo y creen que Él murió en su lugar. Debe recibir a Cristo como su Salvador, o su muerte nada le valdrá, de la misma manera que un hombre puede morir de sed al lado de una fuente de agua donde él no quiere beber.

 

El misterio del pecado cancelado           Hay personas que persisten en preguntar cómo la vida del Señor Jesucristo no más puede ser considerada el sustituto por la vida de tantos, tan así que Dios ofrece la salvación a todo aquel que cree en Él.

Parece una pregunta razonable, un problema de aritmética que puede ser demostrado en papel. Cristo era Dios manifestado en carne, la Deidad en humanidad, de manera que la vida que dio era una vida infinita que puede satisfacer la necesidad de cualquier número de vidas finitas. Tome una hoja de papel y anote todas las cantidades grandes que le vienen a la mente – millones o más – y súmelas. Ahora que tiene  una cantidad más grande, multiplíquela por 10 o 100, o un millón si quiere. Llene hojas enteras de la multiplicación que quiere, pero siempre va a estar anotando números finitos, números limitados por un principio y un fin, por grandes que sean. No; por sumar cosas finitas nadie nunca ha llegado a un valor infinito. La vida infinita de Cristo, dada por pecadores, es más que suficiente para salvar a todo aquel que le acepte como Aquel que murió por él.

¿Pero cómo ha podido Cristo sufrir por los pecados que cometí 1900 años después de morir Él? Al principio esto le parece un problema para una persona pensativa, pero mientras más reflexione usted, con más facilidad verá la solución. Dios es omnisciente; o sea, sabe todo, y es eterno. Se llama el Yo Soy (tiempo presente) [15]  y Cristo dice que “Antes que Abraham fuese, yo soy”. [16] En otras palabras, para uno que sabe y es eterno, no hay, como si fuera, ni pasado ni futuro, sino sólo un eterno presente. Los eventos a realizarse en dos mil años son tan conocidos a él que los que sucedieron hace dos mil años, y de hecho tan comprensibles para él que lo que está sucediendo ahora.

 

Personas, no títeres                           ¿Pero por qué no hizo Dios al hombre incapaz de desobedecer su voluntad y por lo tanto incapaz de pecar? Una pregunta como esta es parecida a preguntar por qué Él no traza una línea recta con una curva o un cuadrilátero en forma de un círculo. El hombre es una criatura capacitada para escoger inteligentemente, de manera que la pregunta es en realidad por qué Dios no lo formó con la capacidad de escoger inteligentemente pero a la misma vez incapaz de hacerlo.

Si yo tuviera el poder del hipnotismo, pudiera poner a mis dos hijos en un estado hipnótico, negándoles el poder de actuar inteligentemente. Podría decirles: “Siéntense en esa silla hasta que yo venga. Párense y coman. Dejen de comer. Bésenme”. Brazos como robots me envolverían, y labios insensibles me tocarían. Habría una respuesta pronta a toda palabra mía, ¿pero acaso me daría satisfacción? ¡No!

Quiero hijos con voluntad libre, capaces de desobedecer pero dispuestos a cumplir de buena gana mis instrucciones, producto de mi amor por ellos y dadas por el bien de ellos. No puedo concebir de un Dios, quien puso este deseo en el corazón mío y en el suyo, que estaría satisfecho con algo menos para sí.

Dios no quiere títeres que brincan para acá y para allá según la cuerda que se hale, ni robots humanos que obedecen mecánicamente como si fueran planetas girando en el cosmos. Dios encuentra satisfacción en nada menos que el amor espontáneo de nuestros corazones y nuestro albedrío para actuar de maneras que le agradan y le honran. Pero es obvio que este mismo poder de actuación libre nos capacita para desafiar y deshonrarle si optamos por hacerlo.

 

El objeto del amor de Dios                  Sin duda el hombre es una criatura maravillosa, muy superior a los animales en derredor suyo. No hay ningún “eslabón faltante”, sino una gran brecha entre la bestia más desarrollada y el ser humano, ya que Dios le ha dado al hombre la capacidad asombrosa de poder decirle que no a la vez de un afectuoso . Por el bien suyo, permítame preguntar cuál de estas respuestas está dando al leer estas líneas.

¿Qué le importa a Dios este pequeño mundo nuestro en un universo vasto y potente?

Piense en nuestro propio sistema solar con, por ejemplo, el planeta Neptuno treinta veces más distante del sol de lo que es Tierra, de suerte que 164 años de Tierra son uno solo para Neptuno. A la vez, ¡hay soles con planteas que giran en torno de ellos así como nuestro sistema solar gira en torno de nuestro sol! ¿Qué importancia, pues, puede tener Tierra para Dios, y de cuánta menos importancia debería ser el hombre?

Así dijo el astrónomo mientras huyó de él la fe de su juventud; fue lo que le hizo el telescopio. Lo vasto del universo le había robado de su fe en el Dios de su madre, ¿por qué por cuánto tiempo podía Dios molestarse con el hombre, quien en comparación es más pequeño que un grano de arena?

Pero su sed por el conocimiento no le dejó tranquilo. Los cielos estaban allí para que los estudiara sólo de noche; ¿cómo ocuparse en las horas del día? ¿Por qué no valerse del microscopio? ¡Y, he aquí, se le abrieron mundos a sus pies! Mundos tan maravillosos como aquellos arriba. Poco a poco se le volvió la fe. Sí, el Dios que podía atender a los detalles minúsculos como una gota de agua vibrando de vida allí en una zanja, sin duda se interesaría en el hombre, la forma más elevada de su creación. Aquel señor encontró equilibrio en vez de sesgo, y aquel equilibrio le trajo de nuevo a Dios. ¡Juan 3.16 era cierto después de todo! (“De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”).

 

 

V

 

La base firme de la fe                          Sí, es lógica. Es un error suponer que la fe se opone a la razón. Las dos van mano en mano, pero la fe llega adonde la razón no puede. También, la razón, en buena medida, depende de la fe, porque sin el conocimiento es imposible razonar, y que todo el conocimiento es más una cuestión de fe en el testimonio humano. Por ejemplo, creo que la estricnina administrada en una dosis mayor envenenará al ser humano, pero nunca he presenciado un ensayo. Con todo, mi fe en el testimonio escrito de otros es tal que no estoy dispuesto, de ninguna manera, a tomar una dosis mayor de estricnina.

Si usted averigua cuidadosamente, encontrará que la mayoría de las cosas que sabe son asuntos de fe en el testimonio humano, bien sea hablado o escrito, porque no las ha verificado para sí. Y, habiendo aceptado el testimonio de hombres sobre otras cuestiones, ¿no aceptará el testimonio de miles de cristianos cuando afirman que han verificado las cosas en la Palabra de Dios y las han encontrado ciertas?

Cuando la gente no cree, no es por falta de evidencia convincente del poder de Dios, sino por la dureza del corazón. Acordémonos de la terquedad de Faraón en Egipto y cómo las poderosas obras de Dios por mano de Moisés simplemente endurecieron su resistencia en incredulidad. Más asombrosa y lamentable fue la incredulidad de los hijos de Israel en el desierto. Ni siquiera la división del Mar Rojo y la destrucción del ejército de Faraón – eventos frescos en su mente – pudieron poner cote a su rebelión contra Dios y Moisés.

Nuestra fe no se basa en supuestos y especulaciones, sino en las palabras y obras de un Cristo siempre vivo, quien reina en las alturas y pronto volverá para juzgar al mundo incrédulo. ¡Aférrese, pues, a su profesión de fe sin vacilar, hasta que Él venga!

 

La paga del pecado es la muerte                            ¿Pero por qué debe Dios considerar que mis pecados merecen la muerte? No puedo dar la respuesta, pero sugiero que, debido a su santidad absoluta, ningún pecado puede existir en su presencia. En algunas culturas primitivas un cacique indígena puede matar a su mujer a golpes por la más mínima provocación, sin perjudicar en nada su estima en los ojos del pueblo. El mismo acto en nuestra tierra amerita la pena capital por homicidio. El hecho es el mismo en ambas tierras, pero en un caso no hay juicio y en el otro hay retribución en seguida. La diferencia se debe simplemente a nuestro alumbramiento. Si un pecado que no se considera nada en una cultura primitiva puede resultar en la muerte para el culpable en otra cultura, reflexione, si puede, sobre cómo algún otro pecado, que a nosotros no nos parece nada, puede ofender a un Dios infinitamente santo. “Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él”. [17]

Puede ser justo, ¿pero es misericordioso que Dios rehúsa llevarnos todos al cielo, aun si rechazamos a Cristo como el sustituto por nuestros pecados? Sí, es justo y es misericordioso. ¿Sería benevolencia transferir a un pobre mendigo andrajoso al resplandor lujosísimo de un salón de fiesta? ¿No haría todo lo que puede para huir a la calle, donde estaría más a gusto? ¿Sería benévolo y misericordioso de parte de Dios insertar a un hombre en sus pecados en el fulgor santo del cielo  si aquél había rechazado la oferta divina del único poder limpiador que existe? Si a usted y a mí no nos agrada que nuestras amistades sepan todo lo que hay en nuestras mentes, y que lean todos los pensamientos que alguna vez han estado allí (y posiblemente las normas de nuestros amigos ni siquiera superen a las nuestras), ¿qué sería estar en pie ante Dios, cuya santidad absoluta pondría a descubierto nuestro pecado en toda su fealdad?

 

El infierno no tiene salida Sabemos el sentir de aquellos que rehúsan aceptar a Jesucristo como su Salvador y persisten en ir a la eternidad en sus pecados. Van a invocar a los montes y a las peñas a caer sobre ellos y esconderles “del rostro de aquel que está sentado sobre el trono” [18] Con todo, es la presencia de este mismo Cristo que hará que el cielo sea el cielo para aquellos que le han aceptado como Salvador y Señor.

Usted puede ver lo absurdo de hablar de Dios llevándonos todos al cielo, ya que es una condición además de un lugar. La presencia del Señor Jesucristo constituirá el cielo para todos aquellos que hayan sido lavados de sus pecados, mientras que aquella misma presencia haría un infierno de remordimiento en los corazones de cualesquiera que, en sus pecados todavía, llegaran a estar en santidad infinita.  Seamos razonables: ¿usted podría estar feliz de veras en la presencia de Uno cuyo amor había rechazado y cuyo gran sacrificio había considerado indigno de su aceptación?

 

VI

 

Cristo es nuestro sustituto                 Hemos considerado la evidencia razonable de que Dios existe y que ha revelado en la Biblia sus demandas santas para los hombres y las mujeres. Hemos mostrado que “todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” [6] Hemos sido obligados a reconocer que Jesucristo, el Hijo de Dios, vino a este mundo para morir por el pecado humano. También hemos considerado varios reparos que pone la gente que tiene otras ideas acerca del plan de Dios para la salvación. Ahora vamos a reflexionar acerca de la sabiduría y la maravilla del plan divino de salvación para el pecador. En una palabra, es la salvación por sustitución.

El amor de Dios hubiera perdonado al pecador, pero la santidad de Dios impedía el perdón. La santidad de Dios hubiera juzgado al pecador, pero el amor de Dios impedía el juicio. Cómo reconciliar su santidad inherente con su carácter de amor inherente es un problema que ningún filósofo humano hubiera podido resolver, pero la sabiduría y la misericordia de Dios encuentran su más elevada expresión en la solución. La solución era el sufrimiento y la muerte vicaria del Hijo de Dios.

“Pero”, posiblemente dirá alguno, “¿el cristianismo no fracasa en todo su fundamento al basar todo en la sustitución?” Bien, la sustitución no resiste una investigación intelectual, ya que obliga a Cristo, el Inocente, purgar la pena por el culpable y de esta manera deja libre al culpable. Está diametralmente opuesta a todo nuestro concepto de justicia, ya que creemos que la justicia debería proteger al inocente y castigar al culpable.

 

La cruz es nuestra gloria Pero vemos reveladas en la cruz del Calvario la justicia perfecta y la misericordia perfecta de Dios. Allí Él no le obliga al inocente a sufrir el castigo del culpable. Dios actúa como el juez en esta anécdota: Se cuenta de dos jóvenes que estudiaron derecho juntos. El uno llegó a ser juez de primera instancia y el otro llegó a ser borracho; despilfarró su vida. En cierta ocasión este pobre sujeto fue sometido a juicio y el caso fue asignado a su antiguo compañero de aula. Los abogados se preguntaban qué clase de justicia sería administrada en circunstancias tan delicadas. A sorpresa de ellos, el juez falló en contra del acusado, fijó la multa en lo máximo establecido, la pagó él mismo y dejó a su amigo libre.

Dios, contra quien hemos pecado, se instaló en su trono santo y pronunció la pena más severa que podía: la sentencia de muerte para el pecador. Entonces, en misericordia, dejó el trono y en la persona de su Hijo tomó el lugar de ese pecador. Él llevó toda la pena; “Dios estaba en Cristo [no por medio de Cristo, sino en Cristo] reconciliando consigo al mundo”. [19]

 

Ninguna oferta más justa Dios Padre, el Hijo de Dios y el Espíritu Santo son un Dios. Ese mismo Dios, contra quien habíamos pecado, sentenció, purgó la pena y ahora nos ofrece perdón pleno y gratuito con base en una santidad absoluta. Por esto escribe el apóstol Pablo: “No me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree … porque en el evangelio la justicia de Dios se revela”. [20] Yo también puedo decir que no me avergüenzo del evangelio de Cristo, porque ningún hombre puede encontrar honestamente una falla en la justicia que Dios ofrece al hombre. Es la justicia que usted puede poseer ahora, en este momento, si la acepta.

¿Pero tan sólo aceptar a Cristo como mi Salvador es todo lo necesario para salvarme por toda la eternidad? Sí, reconozco que la extrema sencillez lo hace difícil para algunos. Pero si tengo una deuda y un amigo ofrece cancelarla por mí, y me da el recibo, no me preocupo más. Estoy en paz con mi antiguo acreedor porque guardo su recibo firmado. Cuando Jesucristo dio su vida en lugar de la mía, exclamó: “¡Consumado es!” [21] señalando que la obra expiatoria estaba completa. Dios me dio su recibo. La ratificación de que estaba satisfecho con la obra llevada a término por Cristo está en el hecho de que lo resucitó de entre los muertos a los tres días.

 

¡Consumado es!                                                   Cuando usted recibe de Cristo, la justicia de Él, como un vestido de boda, es perfecta y completa. Nada puede añadir de lo suyo propio; su justicia es como trapos de inmundicia.

“Pero no puedo captarlo”, dijo cierto ebanista a su amigo cristiano. Por fin se le ocurrió una idea al amigo. Tomó un cepillo e hizo como que iba a cepillar la superficie pulida de una hermosa mesa en el taller. “¡Pare!” gritó el ebanista. “¡No eche a perder mi obra lista para la entrega!”

“Justamente”, respondió el otro. “Es lo que he venido procurando decirle acerca de la obra redentora de Jesús. Fue terminada cuando dio su vida por usted, y si procura mejorar aquella obra consumada, sólo podrá echarla a perder para usted mismo. Acéptela tal cual; la vida de Él por la suya. Basta”.

 

La verdadera diferencia                      “Pero”, dice alguien, “hay un problema más que me tiene perplejo. Conozco a un señor muy caballero que no es cristiano y lo dice con firmeza, y conozco a un hombre crudo y sin cultura que sí es cristiano y deja ver que cree genuinamente. ¿Quiere decirme que Dios prefiere al tosco simplemente porque ha aceptado y profesado a Cristo como su Salvador?”

Esta pregunta se debe a una confusión de ideas. Un cristiano no difiere en grado de un no cristiano; es diferente en especie, así como la diferencia entre un repollo y un diamante no es de grado, sino de especie. El uno es pulido y el otro crudo, pero el uno está muerto mientras que el otro vive. El segundo, entonces, tiene algo que el otro no posee en absoluto, la vida, y así es la diferencia que Dios ve entre un cristiano y un no cristiano.

Aquí está una de las muchas declaraciones de esta índole que Él hace en su Palabra: “Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida”. [22]

Así que la pregunta vital y determinante que cada uno de nosotros debe hacerse no es si tengo cultura o soy tosco, sino que si en la estima de Dios tengo vida  o estoy muerto. ¿He recibido al resucitado Hijo de Dios que me trae vida de arriba, la vida de Dios llamada en la Biblia la vida eterna? ¿O no le he recibido y por tanto estoy clasificado por él como entre aquellos que se pierden?

 

VII

 

Cuestiones del corazón                      ¿Pero cómo puedo recibir al Señor Jesucristo como mi Salvador? Si sé que estoy “muerto en delitos y pecados” [23], si creo que Jesús dio su vida en lugar de la mía, y que ahora al recibirle como mi Salvador puedo tener eterna salvación, ¿una percepción fría y mecánica de todo esto me dará la vida eterna? ¡Ciertamente que no!

Un hombre rico pierde todo su dinero y, para no sacrificar su posición social, conviene en que una hija se case con un rico a quien desprecia. Al principio ella niega rotundamente hacerlo, pero cuando su padre le hace ver la conveniencia del matrimonio, que es la única esperanza para salvarse de una pobreza absoluta, ella consiente. Se casa y se convierte en ley en esposa del ricachón. ¿Pero él tiene su corazón? Claro que no.

Usted lo capta, ¿verdad? Cuando un hombre y una mujer quieren de veras ser uno, deben amarse el uno al otro con todo un amor tal como para recibirse cada cual en los recónditos de sus corazones, de una manera tan profunda que no pueden expresar en palabras todo lo que sienten.

Todos tenemos el recoveco íntimo de nuestro ser, sagrado para nosotros, donde surgen emociones que ningún otro puede comprender. Jesucristo, el Hijo de Dios, debido a su amor para con nosotros, demanda el derecho de entrar allí. No aceptará ningún otro lugar en nuestras vidas. El amor que manifestó por nosotros le da derecho a ese lugar. ¿Se lo negaré?

Cuando reflexiono en que el amor de Cristo por mí fue tan grande como para que dejara su trono de la gloria de su Padre para venir a este mundo y morir en mi lugar, ofreciéndome la vida eterna,  se me ablanda el corazón hacia Él.

Si yo estuviera postrado enfermo e incapacitado en un edificio en llamas, y un amigo entrar a toda prisa para rescatarme, y si él mismo se quemara severamente en la cara y los brazos, ¿acaso mi corazón no le respondería a él? ¡Dios sabe que sí!

 

Amor asombroso                               Ahora estoy cara a cara con mi Salvador. Le veo sufrir en el Huerto del Getsemaní en anticipación de su muerte en cruz por mí; le veo ante Pilato donde los soldados lo torturan y lo ridiculizan con tildarle ‘Rey de los Judíos’. Veo que lo coronan con espinas y lo llevan golpeado al Calvario. Le clavan las manos y los pies y lo levantan para morir entre dos ladrones. La gente se une en burla y vilipendio, aunque Él está derramando su vida para redimirles. Entonces empiezo a entender qué significa en verdad un amor que se sacrifica al oírle exclamar: “¡Padre! perdónales, porque no saben lo que hacen”. [24]

Pero aun si pudiéramos entrar con simpatía en los sufrimientos físicos de Cristo, hasta que corrieran lágrimas por las mejillas, pero esto no más, fallaríamos miserablemente en la comprensión del verdadero significado de la cruz. A Jesús, que no conoció pecado, por nosotros Dios lo hizo pecado. [25] Venga conmigo, le ruego, con cabeza inclinada y corazón humillado, y entremos, si podemos, en los sufrimientos en el alma de Cristo mientras el Hijo de Dios, el Santo que odia el pecado como nosotros odiaríamos la lepra, es hecho pecado por nosotros.

Sus manos, su costado y pies de sangre manaderos son,
y las espinas de su sien, mi aleve culpa las clavó.

 

Hecho pecado por nosotros               Si es que el mayor desarrollo del organismo físico, y la mayor capacidad para el dolor, arrojan un mayor desarrollo del carácter moral, mayor será la capacidad del alma para sufrir.

¿Usted ha sabido de algún caballero anciano, venerable y con derecho orgulloso de su nombre, que preferiría perder la mano derecha antes de hacer algo deshonesto? Su hijo y heredero pierde el rumbo y mata a otro en una riña entre borrachos. El anciano anda ahora con la cabeza agachada por vergüenza, y pronto la angustia de su alma lleva sus canas al sepulcro. Si aquello fuere posible (y es posible para nosotros sentir la desgracia de un pecado mayor de los que acostumbramos cometer), ¡reflexione sobre qué debe ser el pecado en toda su fealdad en el parecer de un Dios santo!

Ahora entendemos por qué, en el Huerto del Getsemaní, el Cristo que odia el pecado exclamó: “Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú”. [26]

Pero no obstante ese ruego angustioso del Getsemaní, “de tal manera amó Dios al mundo”, que le hizo pecado por nosotros, “para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”. [27]

 

Recibir a Cristo como el Señor            Oración: “Oh Dios, no puedo comprender el misterio de todo esto. No puedo entender por qué te ocupas tanto de mí como para enviar a Jesucristo a llevar el castigo de mis pecados. Pero aun con mi falta de entendimiento, estoy dispuesto, y al efecto me someto a ti enteramente. Confío en su muerte por mí, y la promesa que me has dado en Juan 3.16 que todo aquel que en él cree, tendrá vida eterna”.

Así como usted deja el misterio de la corriente eléctrica con el ingeniero y se aprovecha para sí de los beneficios de la luz eléctrica, deje también con Dios el misterio de la salvación y reciba los beneficios infinitos de un Salvador propio para sí. Entréguese a Él, quien quiere entrar en su vida.

Que su verdadero sentir sea: “Tuyo soy, Señor Jesús. Cuerpo, alma y espíritu son tuyos, y eres mío. Ante Dios, quien conoce los secretos más íntimos de mi corazón, acepto a Jesucristo en mi vida como mi Salvador y Señor. Me entrego enteramente a Él, y a Él solo. Sé, con base en la autoridad de su propia palabra escrita en Juan 5.24 que tengo la vida eterna, porque Él dice: ‘El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida’. Al entrar así en la familia de Dios, haré todo lo que puedo, cual hijo de padre, a leer y meditar diariamente en la Palabra de Dios, y hablaré a mi Padre Celestial en comunión día a día. Es mi deseo sincero, y que Dios me ayude”.

Un soldado conducido a Cristo           Estuve intentando conducir un soldado joven a recibir a Jesucristo, pero, como la mayoría de los hombres, él intentó evadir el meollo del asunto con la promesa: “Lo voy a pensar”.

“Harry”, le dije, “déjeme ilustrar. Usted sale con los muchachos de noche para evaluar un puesto de avanzada del enemigo y de regreso le alcanza un par de balas. Otro se detiene para recogerlo y llevarlo a las carpas, y por su esfuerzo él también recibe dos balas en la espalda. Ambos llegan por fin en estado crítico al hospital militar”.

“Dos meses más tarde un paramédico trae al lado de su cama un pobre cojo que obviamente está sintiendo mucho dolor. Le dice: ‘Harry, conozca al colega que se arriesgó para salvarle a usted’. Usted cruza los brazos y responde: ‘No estoy seguro que quiero conocerle. Lo voy a pensar’. Ahora, Harry, yo sé que no hablaría así, sé que no. Le tomaría por la mano y le diría algo de la gratitud que siente”.

“Yo quiero que conozca al Señor Jesucristo, el Hombre que no sólo arriesgó su vida sino que la sacrificó para salvarle. Y usted propone darle la espalda, diciendo que lo va a pensar”. “No”, me dijo Harry, “le acepto”. Lo hizo.

 

Ir  y decir                                            Ahora, el punto final y el más importante. “Si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación. Pues la Escritura dice: Todo aquel que en él creyere, no será avergonzado”. [28]

Dice que ha aceptado a Cristo. Vaya para decírselo a alguien; no se avergüence. ¿Por qué no querrá confesarle? Supóngase que yo caí del muelle y me quedé imposibilitado para nadar. El obrero en una gabarra de carbón se lanza al agua y me rescata. Un mes más tarde yo andaba por Calle Principal y vi que él se me acercaba de regreso del muelle, vestido para el trabajo y cubierto de polvo negro. Adrede me metí en una tienda para no tener que saludarle.

¿Qué pensaría usted de mí?

Usted ha declarado que cree que el Señor Jesucristo ha dado su vida para salvarle. Se presentarán momentos cuando le encontrará cara a cara en presencia de personas que le desprecian. ¿Se avergonzará, o le honrará en palabra y hecho como su Señor y Salvador? Si de veras le ha aceptado, le va a reconocer.

 

 

 

[1]  Marcos 8.36 [2] Salmo 14.1  [3]  Dr. von Braun, antiguo director de investigación de la NASA   [4]  2 Pedro 1.21   [5]  Mateo 22.37,38   [6]  Romanos 3.10,23   [7]  Ezequiel 18.4   [8]  Mateo 22.46   [9]  Juan 14.6   [10]  Hechos 4.12   [11]  Filipenses 2.5,8   [12]  Juan 14.9,10   [13]  Romanos 5.10  [14]  Romanos 8.1  [15]  Éxodo 3.14  [16]  Juan 8.58  [17]  1 Juan 1.5  [18]  Apocalipsis 6.16   [19]  2 Corintios 5.19   [20]  Romanos 1.16,17   [21]  Juan 5.11,12   [22]   Juan 3.36   [23] Efesios 2.1   [24]   Lucas 23.34   [25]   2 Corintios 5.21   [26]   Mateo 26.39   [27]   Juan 3.16, 2 Corintios 5.21   [28]   Romanos 10.9 al 11

 

 

  

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