Leyendo día a día en Juan | Seis tinajas en el Evangelio según Juan | El curso de un alma (la samaritana) en Juan 4 (#809)

Leyendo día a día en el Evangelio según Juan

D. J. Lawrence y J. Mitchell
Day by day through the New Testament
Precious Seed Publications, Reino Unido

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Introducción

El apóstol Juan es segundo solamente a Pablo en su contribución a las escrituras del Nuevo Testamento. Por varias razones aceptamos que él sea el autor del cuarto Evangelio, y no la menor entre ellas es su conocimiento íntimo del Señor mismo, 2.24, 4.1, 19.28, y de la tierra santa, 1.28, 2.1, 3.23. Además, conoce de una manera especial a los discípulos, dando a ver que era testigo ocular, 1.40, 6.8.

Pero Juan no hace mención de sí. Al considerar la manera específica en que nombra las personas, tenemos que llegar a la conclusión que es quien no está nombrado en 13.23 (“uno de los discípulos, a quien Jesús amaba”), 20.2 (“el otro discípulo” corrió al sepulcro), etc. Si otro hubiera escrito este Evangelio, hubiera sido raro que omitiese el nombre de una persona tan conocida como el apóstol Juan.

El Evangelio fue escrito hacia el final del siglo 1 cuando Juan era de edad avanzada. Se acuerda con lujo de detalles los días gloriosos de su juventud cuando andaba con el Hijo de Dios. El suyo es el último de los Evangelios y toma por entendido que sus lectores ya tienen conocimiento de ciertos hechos notorios. Define el motivo de su narración: como “para que creyendo, tengáis vida en su nombre”, 20.30, 31.

De entre la abundancia del material disponible, el apóstol escoge cuidadosamente ciertos detalles, de manera que creamos que Jesús es el cumplimiento de las profecías antiguas, y más que esto, el Hijo de Dios. Para Juan, el Mesías cuenta con la naturaleza de Dios mismo y al creer en él los hombres pueden regocijarse en la posesión de la vida eterna.

El trozo 21.24,25 se puede ver como un resumen breve del Evangelio: “Este es el discípulo que da testimonio de estas cosas, y escribió estas cosas; y sabemos que su testimonio es verdadero. Y hay también otras muchas cosas que hizo Jesús, las cuales si se escribieran una por una, pienso que ni aun en el mundo cabrían los libros que se habrían de escribir. Amén”. Nos recuerda del testimonio confiable de Juan y de la maravilla de Cristo, ya que al registrar todo cuanto hizo, el mundo no lo podría contener. Si 20.30, 31 dice que escribió para que creamos para bendición, estos dos versículos dicen que escribió su testimonio y la plenitud de su tema inagotable.

Juan emplea un vocabulario restringido, usando las mismas palabras vez tras vez. No obstante, tiene un profundo discernimiento de la peculiaridad de la revelación divina en Cristo.

Podemos conocer como estructura del Evangelio:

  • la Persona declarada en los capítulos 1 al 4,
  • su poder disputado en 5 al 12,
  • su pasión descrita en 13 al 21.

1.1 al 14
La Palabra

Sabemos que Juan era pescador, y al comienzo de su Evangelio nos lleva a aguas profundas. Se refiere a nuestro Señor como el Verbo, la Palabra, y al hacerlo dice algo de su preexistencia. La Palabra moraba con Dios, un hecho que hace saber su personalidad propia y también el deleite que el Padre tenía en él. Cual Palabra, puede dar expresión de Dios, ya que participa de la esencia de la naturaleza suya.

Habiendo escrito de su superioridad sobre la creación, Juan dice que el Señor vino a su propio mundo pero su propio pueblo no le dio la bienvenida. Habiendo entrado en el mundo, fue rechazado por los judíos pero recibido por ciertos individuos. Con tan sólo aceptarle, se hicieron hijos de Dios. Este tema de revelación, rechazamiento y recepción es uno que se repite en este Evangelio.

Juan se refiere a los creyentes como hijos de Dios, enfatizando la nueva relación. Para Juan hay Uno solo que es Hijo de Dios, 1.18. Sin embargo, la Deidad ha colaborado para hacernos hijos:

  • de Dios el Padre, 1 Juan 3.1: Mirad cuál amor nos ha dado el Padre,
    para que seamos llamados hijos de Dios
  • del Hijo, Juan 1.12: … les dio potestad de ser hechos hijos de Dios
  • del Espíritu, Romanos 8.16: El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu,
    de que somos hijos de Dios.

Por aceptar a Cristo, hemos nacido en la familia de Dios mediante un acto divino, 1.13. Este nacimiento no tiene que ver con sangre (descendencia), ni carne (deseo), ni varón (designio), sino con Dios (deidad), de suerte que los creyentes se hacen partícipes de la naturaleza divina, 2 Pedro 1.4.

La Palabra, no cesando de ser lo que siempre era, se hizo lo que nunca había sido, carne, y tabernáculo entre nosotros, 1.14. Su gloria fue desplegada, y Juan prosigue con hablar de esta gloria única del unigénito Hijo de Dios. A lo largo de su Evangelio, ve en Cristo el cumplimiento del tabernáculo del Antiguo Testamento:

la puerta en 14.6,

el altar de cobre en 1.29,

la fuente en el capítulo 3,

la mesa en el capítulo 6,

la lámpara en el capítulo 9,

el altar para incienso en los capítulos 14 al 17

el arca del pacto en el 1.1.

Sólo Juan habla de Cristo como el unigénito. Es una expresión que conlleva la idea de singularidad y profundo afecto, como percibimos en el Antiguo Testamento: “Toma ahora tu hijo, tu único, Isaac, a quien amas; no me rehusaste tu hijo, tu único”, Génesis 22.2,12, “desde el vientre de mi madre, tú eres mi Dios”, Salmo 22.10; “ponte luto como por hijo único”,  Jeremías 6.26. El Señor Jesús está lleno de gracia y verdad, una afirmación adicional de su deidad: Éxodo 34.6, “Jehová… grande en misericordia y verdad”.

1.15 al 51
Encontrados para encontrar

Juan el Bautista es fiel en su testimonio a Cristo, y no pasa mucho tiempo antes de que otros aceptaran al Salvador. La sección es rica en sus muchas descripciones del Señor Jesucristo; 1.17, Aquel por quien vinieron la gracia y la verdad. La ley fue dada por Moisés y trajo consigo el conocimiento del pecado. Dice “haga”, pero la gracia dice, “crea”. Él es el Hijo unigénito, quien expresa plenamente al Padre y fue conocido como Jesús, 1.18, 29, 36, etc.

El es Señor, pero el Bautista le señala como el Cordero de Dios, 1.23, 29, 36, indicio de que su obra es eficaz en su atención al pecado. En su bautismo es señalado como el Hijo de Dios, una verdad impartida a Natanael también, cuando éste reconoció el conocimiento superior de Cristo, 1.34, 49. Es el Cristo, el verdadero Mesías, y el Hijo del Hombre, 1.41, 51, además de Rey de Israel, otro título que destaca su Deidad; véanse 1.49 y Sofonías 3.15, “Jehová es Rey de Israel en medio de ti”. Dos veces en la sección se hace referencia a él como el Rabí, o Maestro; ¡que estemos nosotros dispuestos a recibir su instrucción!

Son por demás interesantes los personajes presentados. Juan el Bautista quita la atención de sí y la dirige a Cristo. Juan era una voz; Cristo es la Palabra, 1.23, 1. Andrés es retado: “¿Qué buscas?” Esta pregunta nos hace considerar nuestro propio motivo por seguir al Señor. ¿Le seguimos? La pregunta suprema es por qué. Simón es llevado a Jesús por su hermano Andrés. Pedro resultó ser el capitán de la barca, 21.3, y Andrés el balsero, siempre llevando alguno a Cristo, 6.9, 12.20 al 22. Juan mismo destaca la importancia de no sólo acudir a Cristo sino de morar con él. Felipe es ubicado y llamado por el Señor, ya su vez encuentra a su amigo Natanael, quien se asombra ante la sabiduría absoluta del Hijo de Dios.

Debemos reflexionar sobre si estamos dispuestos a ser tan sólo un eslabón en la cadena que conduce las almas a Cristo. Hay una secuencia hermosa aquí en cuanto al testimonio personal. Primeramente clama el Bautista, “He aquí el Cordero de Dios”; luego afirman Andrés y Felipe, “Hemos encontrado”; y finalmente invita Felipe a decir, “Ven y ve”. Están presentes los tres elementos: declaración, testimonio e invitación. No hay enfoque mejor.

2.1 al 11
La primera señal

Fue una ocasión de regocijo que Cristo escogió como el trasfundo de su primer milagro. Juan se acuerda claramente el día sobresaliente cuando se realizaron ciertas bodas en Caná de Galilea. El Señor era un varón de dolores pero también sabía regocijarse con los que se regocijaban. La señal siguiente en el capítulo 4, cuando el hijo del centurión fue sanado, se asocia con la tristeza. Sean temporadas de regocijo o de tristeza, es Señor. Cuán interesante es observar que no haya realizado su primer milagro en la capital sino en una aldea apartada. Es tan característico de él ordenar así los acontecimientos y en esto vemos su gran humildad y entera carencia de ostentación.

El Señor se manifestó ser huésped ideal. ¡La mejor manera de comenzar la vida matrimonial es contar con la presencia suya! Al haberse repartido todo el vino, Él resultó ser más que capaz para atender a la necesidad. Juan explica muy sencillamente que cambió el agua en vino, simbolizando de esta manera el desplazamiento del lavamiento anterior del judaísmo por el gozo superior e interior que solamente Cristo puede dar; “en tu presencia hay plenitud de gozo; delicias a tu diestra para siempre”, Salmo 16.11; “nos gloriamos en Dios por el Señor nuestro Jesucristo”, Romanos 5.11. Observamos que el vino siguió al agua; ¡de ésta procedió y a ésta superó!

Juan habla de los milagros del Señor como señales, o sea, milagros con un mensaje. En esta primera señal se dispensa con el largo proceso involucrado en la producción de vino, y por su sola palabra el Señor cambia directamente el agua en vino, y de la mejor calidad. La consecuencia de esta manifestación fue una fe más profunda de parte de los discípulos.

Otros vieron suceder este gran acontecimiento pero en realidad fueron sólo los discípulos que recibieron el beneficio. Otros pueden ser afectados por él, pero sólo los que le aman y confían en él realmente aprenden la verdad acerca de su persona.

Es instructivo observar quiénes estaban presentes. Observamos el respeto de Juan para la madre de Jesús: 2.1,3,5, 19.25,27. Ella tenía confianza implícita en su capacidad y palabra. Los mozos obedecieron las palabras de Cristo literalmente y con prontitud, sin pregunta alguna. ¿Estos detalles caracterizan al servicio nuestro? El maestresala ignoraba el milagro pero sus subalternos sabían de la gran transformación. El conocimiento de Cristo es el punto de partida de la verdadera sabiduría, Colosenses 2.3. Finalmente, con esta manifestación de su gloria los discípulos tuvieron una apreciación más amplia de Aquel a quien habían seguido. ¿Cuánto estimo yo la gloria y gracia suya?

2.12 al 25
Severidad y sinceridad de Cristo

En la pascua el Señor condena públicamente a los que hacen negocio de la religión. Conforme a la profecía de Malaquías 3.1, viene súbitamente a su templo en juicio. Algunos se interesan en el cristianismo tan sólo por lo que pueden sacar de él. Cuidado; acordémonos de Judas. Observamos que el Señor hizo un azote de cuerdas. Fue necesario limpiar el templo pero el azote no era un detalle permanente de su ministerio. No fue la única ocasión cuando purgó el templo, pero notamos aquí su bondad además de su severidad.

Los discípulos se dieron cuenta de su celo por la casa de Dios; compare el 2.17 con Salmo 69.9: “me consumió el celo de tu casa; y los denuestos de los que te vituperaban cayeron sobre mí”.

Hacemos bien en preguntamos si compartimos algo del celo del Señor por la casa suya, cosa que incide directamente en nuestro aporte a la constitución y conducción de la iglesia local,
1 Timoteo 3.15. Tenemos que distinguir entre un entusiasta y un fanático. El fanático tiene la cabeza caliente y el corazón tibio, pero ¡el entusiasta tiene la cabeza equilibrada y el corazón ardiente!

Otras referencias al celo divino son: “Finees … tendrá el pacto del sacerdocio perpetuo, por cuanto tuvo celo por su Dios”, Números 25.13; “saldrá de Jerusalén remanente … el celo de Jehová de los ejércitos hará esto”, 2 Reyes 19.31; “Lo dilatado de su imperio y la paz no tendrán límite … el celo de Jehová de los ejércitos hará esto”, Isaías 9.7.

Si el Padre no estaba en casa en el edificio del templo, sí encontró lugar en Cristo, 2.19. El Señor habla de su resurrección, y sólo después de esto comprendieron sus discípulos el significado de sus palabras, 2.22. Cuando dijo, “destruiré el templo, y en tres días lo levantaré”, 2.19, los judíos le interpretaron mal. Más adelante, sus opositores le citaron incorrectamente, Mateo 26.61, 27.40. A menudo hablaba en un plano superior a lo que los hombres captan por lo general. Quiso decir algo radicalmente diferente acerca del nacimiento en el capítulo 3, el agua en el 4, el pan en el 6 y el templo en este capítulo.

¿Estamos captando lo que está diciendo, o pensamos y actuamos meramente como hombres carnales?

Aun cuando Jesús no respondió a los retos de los judíos a realizar un milagro auténtico, sí hizo muchos que no están relatados por Juan. Aun cuando muchos creyeron en Él, no se fiaba de ellos. ¿Por qué? Porque los conocía. El interés de estos estaba en lo que hacía y no en Él, 2.23. Fue la fe de los curiosos y no de los comprometidos. Él no tenía fe en su fe. Su actitud hacia nosotros se basa en su conocimiento infalible, 2.24,25; no tiene necesitada de que nadie le informe acerca de nosotros.

capítulo 3
La vida eterna por el Eterno

El capítulo contiene el versículo más conocido en este Evangelio, si no en la Biblia entera: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”. Los capítulos 3 y 4 ilustran que el alcance del evangelio es el mundo entero. En el capítulo 3 encontramos a un fariseo prominente de Judea y en el capítulo 4 una mujer de Samaria además de un varón de Galilea, v. 42.

La porción revela la necesidad de un nuevo nacimiento. El letrado Nicodemo no entendió la enseñanza del Señor, aun cuando el Antiguo Testamento testifica a la verdad de un nuevo nacimiento: “les daré un corazón, y un espíritu nuevo pondré dentro de ellos; les daré un corazón, y un espíritu nuevo pondré dentro de ellos”, Ezequiel 11.19, 36.25 al 27. Él tenía un buen concepto de Cristo, pero no suficiente, vv 2, 13. Progresó de felicitarle, v. 2, a ser convertido por Él. Observamos su deseo por Cristo, capítulo 3; su defensa de Él, 7.45 al 52; su devoción a Cristo, 19.38 al 42.

La serpiente sobre el asta, Números 21.9, es típico de la gran salvación disponible por fe en Aquel que fue levantado en la cruz. Era necesario que Cristo fuese al Gólgota; nótese el imperativo del pecador en el v. 7 (es necesario nacer de nuevo), del Salvador en el v. 14 (es necesario ser levantado) y del creyente en el v. 30 (es necesario que Él crezca). El que fue a la cruz era el Hijo de Dios y en esto expresó el amor de Dios para con el hombre, v. 16. Una gran fuente de amor – Dios; un gran objetivo – el mundo; un gran don – su Hijo;  una gran posibilidad – quienquiera, o “todo aquel”; una gran condición – creer en Él;  una gran posesión – la vida eterna.

Juan es el apóstol de los antitesis:

la muerte y la vida                          v. 16

la condenación y la salvación         v. 17

la fe y la incredulidad                     v. 18

la luz y las tinieblas                        v. 19

el amor y el aborrecimiento                        vv 19, 20

hacer mal y practicar la verdad       vv 20, 21

El evangelio desconoce la neutralidad; los hombres están por Cristo o están en su contra.

Juan el Bautista da un testimonio elocuente al Señor y evidencia una excelente comprensión de su propia posición en relación con Cristo vv 29, 30. Señala a Cristo a los hombres y luego se retira. Es posible proclamar a Cristo y entonces impedir a quienes quieren seguirle. No así con Juan; en la medida en que Cristo se haga conocer, Juan gustosamente se ausenta.

capítulo 4
El pozo es hondo

La mujer de Samaria se sorprendió sobremanera cuando el Señor, siendo judío, le pidió de qué beber. Cuando habló luego del agua que podía dar, ella entendió muy mal, pensando que se refería a la que estaba en el pozo. Por cuanto Él no tenía con qué sacar, exclamó: “el pozo es hondo”. Desde luego, es cierto sentido literal, porque el pozo es de más de treinta metros,  pero es más cierto en sentido espiritual. Y, lo que Cristo proporciona es mucho más que un pozo hondo; es una fuente de agua que salta a vida eterna.

En la conversación así comenzada los pensamientos de la mujer dejan a enfocarse al pozo, y aun a su cántaro, para considerar la persona extraordinaria con quien estaba enfrentada. Él hizo saber su conocimiento de su vida pasada y presente, y reveló el verdadero sentido de la adoración además de declarar claramente que era el Mesías.

Muchos de los samaritanos creyeron en Él como resultado del testimonio de la mujer, vv 29, 39 al 42. Los discípulos, también, aprendieron que el Señor era sostenido por lo que no se relaciona con la necesidad física sino por realizar la voluntad del Padre, v. 34.

La segunda señal del Evangelio está en este capítulo. De nuevo el Señor visitó a Caná, donde le recibió un funcionario del rey Herodes. Este tenía un hijo gravemente enfermo en Capernaum, a casi cincuenta kilómetros distante. Aparentemente ese señor pensaba que Jesús viajaría de Caná a Capernaum para sanar al muchacho, pero Él, una vez averiguada la sinceridad del individuo, le mandó a marcharse porque su hijo ya era sano. El Señor lo curó sin verle y de esta manera mostró su dominio sobre la distancia.

El funcionario esperaba una recuperación lenta, pero fue informado por sus siervos que la fiebre se había ido de un todo, y entonces el hombre se dio cuenta de que esto había sucedido justamente cuando Jesús dio la palabra. Como consecuencia, el oficial creyó junto con los suyos.

El hijo había estado en una condición desesperante a una distancia de Cristo, pero con todo fue salvado maravillosamente por la palabra del Señor. El creyente también estaba una vez en una condición desesperante, Efesios 2.1 al 3, alejado de Cristo, 2.11, 12, pero ha sido salvado, 2.4 al 10, 13 al 22.

Si la primera señal, Juan 2, fue una manifestación de la gloria de Cristo, la segunda ilustra una confianza absoluta en Él.

capítulo 5
Cristo es igual con Dios

La sanidad del enfermo es la tercera señal en este Evangelio. El capítulo 2 le presenta a Cristo como el Señor de la calidad cuando cambió el agua en vino y el capítulo 4 le vio como el Señor de la distancia cuando sanó al noble. La apertura del capítulo 5 le presenta como el Señor del tiempo, ya que 38 años no presentan ninguna dificultad al sanar al hombre al lado del estanque. Sean los jóvenes, 4.46, o los mayores, 5.5, Cristo tiene la capacidad de satisfacer la necesidad.

Fue en un día sábado que el hombre fue sanado, y esto impulsó a los judíos a perseguir a Jesús. Cuando el Señor dijo: “Mi Padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo”, v. 17, los judíos procuraron aun más matarlo, no sólo porque en su opinión no había guardado el sábado, sino porque, al referirse a Dios como su propio Padre, se había hecho igual a Dios. Lo hacía:

en trabajo: “No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre;
porque todo lo que el Padre hace, también lo hace el Hijo igualmente”, v. 19.

en conocimiento: “El Padre ama al Hijo, y le muestra todas las cosas que él hace;
y mayores obras que estas le mostrará”, v. 20.

en resucitar: “Como el Padre levanta a los muertos, y les da vida, así también el Hijo
a los que quiere da vida”, v. 21. También vv 28, 29

en juzgar: “El Padre a nadie juzga, sino que todo el juicio dio al Hijo”, v. 22.
También v. 27.

en honrar: “El que no honra al Hijo, no honra al Padre que le envió”. v. 23.

en regenerar: “El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna;
y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida”, v. 24.

en existencia propia: “Como el Padre tiene vida en sí mismo, así también ha dado
al Hijo el tener vida en sí mismo”, v. 26.

Los judíos tenían la razón en sus observaciones pero estaban errados en su incredulidad. El Hijo nada hacía y nada enseñaba por sí solo, vv 19, 30, 8.28, 12.49. El único hecho que decía ser suyo propio fue el de poner su propia vida, 10.18.

6.1 al 21
Señor de cantidad y de la ley natural

Esta porción contiene dos señales más de las que están incluidas en el Evangelio. En el capítulo 2 vemos a Cristo como el Señor de la calidad, mientras que aquí, en la alimentación de los cinco mil, es Señor de la cantidad. La segunda señal es Cristo caminando sobre el agua como evidencia de ser Señor de la ley natural.

Una gran multitud había seguido al Señor, y ahora quería darles de que comer. Le preguntó a Felipe sobre esto, sabiendo perfectamente bien qué pensaba hacer. No le hacía falta consejo de parte de Felipe, pero éste necesitaba la prueba. Felipe se enfocó sobre lo vasto de la necesidad, pero lamentablemente dejó a Cristo fuera de sus cálculos. ¿Lo hacemos nosotros? Andrés ofreció una sugerencia pero enfatizó lo reducido del suministro. Para Felipe era una cuestión de decidir entre el Maestro y la multitud. ¿Cuál es el mayor? Para Andrés era una cuestión del Maestro o el muchacho.

De que el Señor era más que adecuado para la situación, es evidente por el hecho de que no sólo satisfizo la multitud sino también produjo un sobrante. Hay satisfacción y superávit en Cristo.

El efecto del milagro sobre el pueblo fue que resolvieron hacerle rey a Jesús, v. 15. Después de todo, sería de gran beneficio para ellos. Por esto el Señor se retiró a una montaña.

Puesto el sol, los discípulos fueron al mar de Galilea con el propósito de cruzar a Capernaum. Era oscuro y el mar se inquietó debido a un viento fuerte. Con mucho esfuerzo remaron unos siete kilómetros en el lago y entonces vieron a Jesús caminando sobre el agua, v. 19. Su gloria se revela en que anda sobre las olas del mar, Job 9.8, y lo mismo le son las tinieblas que la luz, Salmo 139.12. Vemos también su gracia en sus palabras de poder y paz: “Yo soy; no temáis”.

Los discípulos fueron asustados, v. 18; atribulados, v. 19; pero luego asegurados, v. 20. El Señor había estado por ellos en la montaña pero ahora está con ellos en su dificultad. Rehusó la corona de la multitud pero hizo ver a los suyos que era Rey en verdad – el gobernador del viento, las tinieblas y el mar. ¿Es todo esto para usted?

6.22 al 71
Cristo el sustento de la vida

Cristo había afirmado ser la fuente de la vida, 5.24 al 26, y en el capítulo 6 enseñó a sus discípulos que era también el sustento de la vida.

Vemos que la mayoría tenía motivos errados por buscar a Jesús. No es asunto de obrar por lo que es sólo de valor pasajero, sino de creer en Aquel que puede dar lo que es eterno en su naturaleza, v. 27.

El Señor mismo era el verdadero pan del cielo del cual el maná del Antiguo Testamento era un tipo. Por cierto, es el pan de Dios. Si le satisface a Dios, ¿no es más que suficiente para satisfacernos a nosotros? El Señor decía ser el pan de vida y prometió que aquellos que acuden a Él nunca tendrán hambre, y al creer en Él nunca tendrán sed.

La respuesta plena a la genuina hambre y sed espiritual es Cristo mismo.¿Disfrutamos de ser sustentados por Él? El Señor prometió que si un hombre come del pan del cielo, vivirá para siempre. En realidad, dijo que si no comemos por fe de la carne del Hijo de Dios, y no comemos así de su sangre, no podemos tener vida eterna, vv 51 al 54.

El clímax de su enseñanza está en los vv 56, 57: “El que come mi carne y bebe mi sangre, en mí permanece, y yo en él. Como me envió el Padre viviente, y yo vivo por el Padre, asimismo el que me come, él también vivirá por mí”. Muchos de los discípulos encontraron esta enseñanza ofensiva y dejaron de acompañarle. Sin embargo, Pedro dejó ver que captaba de veras lo que Cristo quería decir al declarar: “El espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha; las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida”. La respuesta de Pedro es un momento cumbre en la experiencia de ese apóstol: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna”.

Jesús no sólo puede satisfacer a su pueblo, sino es quien a la postre les va a glorificar, vv 39, 40. Ciertamente es un ejercicio necesario analizar lo que creemos, pero es solamente por una apropiación propia para nosotros mismos de su Persona y su obra que recibimos la confianza de bendición eterna. ¿Es nuestra también la magnífica confesión de Pedro? “Hemos creído y conocemos que tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”, v. 69. Compárela con otra gran confesión suya en Mateo 16.16: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”.

capítulo 7
Jamás hombre alguno ha hablado como este hombre

Este capítulo presenta a Cristo hablando a varios grupos.

A sus hermanos: Ellos le aconsejaron al Señor subir a la fiesta de tabernáculos para hacerse conocer a la gente. Sin embargo, rehusó acompañarles, diciendo: “Mi tiempo no ha llegado, mas vuestra tiempo siempre está presto”. Por supuesto, sabía qué sería mejor hacer mucho más que sabían ellos. Precisamos siempre la gracia suya para actuar correctamente hacia otros en nuestras familias, especialmente si encontramos entre ellos personas no salvadas.

A los judíos: Subsiguientemente el Señor fue a la fiesta privadamente. A más o menos la mitad de la fiesta, Jesús entró en el templo y enseñó. Los judíos consideraban cosa maravillosa que uno hablara como él, nunca habiendo aprendido de las escuelas de los rabinos. El Señor afirmó: “Mi doctrina no es mía, sino de aquel que me envió. El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios, o si yo hablo por mi propia cuenta”. Al maravillarse del Señor, ¡que nuestra admiración se torne en adoración!

A la multitud: El Señor les reta acerca de su iniciativa de sanidad en el día sábado. Si era permisible circuncidar en el sábado, ¿por qué no la restauración completa que Él había efectuado? Concluyó con: “No juzguéis según las apariencias, sino juzga con justo juicio”,
v. 24. La religión sin la realidad no debe ser confundida con la verdad expresada por el amor.

Encontramos más palabras nobles de Cristo en los vv 28 al 34: “El que me envió es verdadero, a quien vosotros no conocéis. Todavía un poco de tiempo estaré con vosotros, e iré al que me envió. Me buscaréis, y no me hallaréis”. Notamos especialmente sus palabras en el ultimo día, aquel gran día de la fiesta, en los vv 37, 38: “Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí … de su interior correrán ríos de agua viva”. Luego explica: “Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en Él; pues aún no había venido el Espíritu Santo”.

Hubo una división en el pueblo a causa de Él, y es así siempre. Fueron los oficiales que expresaron las palabras que forman nuestro encabezamiento, cuando volvieron a los principales sacerdotes y los fariseos, v. 46. En esta coyuntura Nicodemo se presentó en defensa de Cristo, el que posteriormente expresaría su devoción a Él, 19.39. Que nuestro aprecio por el Señor nos cause hacer lo que hizo Nicodemo – defender la validez de la palabra y expresarle nuestras gracias por haber sufrido en la cruz.

8.1 al 11
Lleno de gracia y de verdad

El último versículo del capítulo 7 constituye más bien el primer versículo del capítulo 8. El Señor estaba siempre en comunión con su Padre, ¡un gran ejemplo para nosotros!

Mientras enseñaba en el templo, los líderes religiosos le presentaron una mujer tomada en adulterio, y le preguntaron si la mujer debería ser apedreada conforme con Deuteronomio 22.22, intentando así ponerle en aprietos. Si por un lado Él afirmara la validez de la ley mosaica, sería en efecto estimular una acción contraria a la ley romana, ya que no les era permitido a las autoridades judíos administrar la pena de muerte. Por otro lado, descartar la ley levítica sería en efecto renunciar el afán suyo de cumplirla. Los líderes estaban muy conscientes del problema y se aprovecharon al máximo la oportunidad de acusar al Señor.

Jesús se inclinó y con el dedo escribió en la arena. De esta manera le quitó la mirada de ella, por cuanto los acusadores tenían más interés en señalar pecados ajenos que confesar los suyos propios. El Señor, por lo tanto, les reveló la profundidad de su propia naturaleza pecaminosa. Su respuesta en el 8.7, “El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella”, sacó la cuestión del plano legal y la colocó en el espiritual. Hizo ver que la libertad de culpa externa no es evidencia de estar sin pecado. ¿Acaso alguno de aquellos acusadores se atrevería a lanzar la primera piedra, como aquellos de Deuteronomio 17.7?

De nuevo Él se inclinó hacia el suelo, dando oportunidad a los acusadores a retirarse. Jesús y la mujer se encontraron solos. Sus adversarios no podían condenar a la mujer y Jesús no lo haría. La ley no podía distinguir entre la pecadora y su pecado; tenía que condenar a ambos. Pero Él sí podía diferenciar y así lo dijo a ella: “Vete, y no peques más”. Se hizo ver que el Señor no toleraba su pecado pero tampoco condenaba a la pecadora.

El dedo de Dios había escrito la ley, Éxodo 31.18, Deuteronomio 9.10. La escribió de nuevo aquel día en el templo. Jesús no sólo la conocía, sino la había dado su origen. También conocía los corazones de aquellos que le enfrentaron aquel día. Ante ellos se inclinó y se levantó; y, para tratar con el pecado, murió y resucitó al tercer día.

8.12 al 59
El singular Hijo de Dios

El Señor se refería al Padre como “mi Padre”, evidenciando una relación única que existía entre Padre e Hijo. Observamos en la lectura “el Padre”, “un Padre”, “vuestro Padre”, pero Cristo le consideraba suyo en una manera peculiar. Ellos participan de la misma naturaleza. Varias veces en el capítulo empleó la expresión yo soy, poseyendo un carácter que no admite entera explicación. Ciertamente sus opositores no podían entenderla a causa de su incredulidad. Cuán funestas las consecuencias de rehusar creer en Cristo.

En vista de su relación singular con su Padre, podía afirmar que hacía siempre lo que era del agrado suyo y podía retar a sus acusadores en cuanto a la ausencia de pecado en Él. Tal era su confianza en la realización del programa puesto delante, que los hombres no temían por Él, 8.20, 59. Aun podía profetizar acerca de la manera de la muerte a la cual iba a someterse, otra evidencia de su deidad.

Se refería a sus seguidores como discípulos suyos. Ellos entrarán en la plenitud de qué quiere decir seguirle si permanecen a su palabra, y nos llama la atención la importancia de oir y guardar su palabra, v. 31 (seréis verdaderamente mis discípulos), v. 51 (nunca verá muerte), y los efectos de resistirla, v. 37 (mi palabra no halla cabida), v. 43 (no entendéis mi lenguaje). ¿Estimamos altamente la palabra suya? Aquellos que el Señor describe como “mis discípulos”, no sólo permanecen en su palabra sino también aman el uno al otro, 13.35, y llevan fruto, 15.8.

Aun cuando los fariseos no aceptarían su testimonio, el Señor dijo: “mi testimonio es verdadero”. Podía afirmar esto porque venía del cielo e iba a volver allá. También podía invocar al Padre como testigo suyo, vv 14, 18.

El Señor habló de “mi día”. Fue ese día que Abraham había visto mucho antes de nacer Jesús en este mundo. Belén no fue el comienzo de la existencia suya; Él podía decir: “Antes que Abraham fuese, yo soy”, v. 58. Habla no sólo de su preexistencia sino también de su eterna preexistencia. La maravilla de su persona majestuosa nos impulsa a doblarnos ante Él y decir: “Inclínate a él, porque él es tu Señor”, Salmo 45.11.

capítulo 9
Señor sobre el infortunio

Al pasar, el Señor encontró a un hombre que había sido ciego desde nacer. Era mendigo, y proyecta la imagen de un pecador, tanto por naturaleza, Efesios 2.3, como por práctica, Romanos 3.23. Sin embargo, el Señor dejó en claro que la condición física del hombre no se relacionaba de ninguna manera con su pecado personal ni con el de sus padres.

El Señor que es la luz del mundo, 8.12, 9.5, le dio vista al ciego. Cuán grata es observar que fue por la palabra suya que el Señor cambió agua en vino, pero untó con lodo los ojos del ciego y le mandó a lavarse en el estanque de Siloé. El hombre no podía ver el rostro del Señor, ¡pero podía sentir ese toque de compasión! Era un individuo desafortunado, pero encontró que Jesús era Señor aun de las desgracias.

La secuela del milagro revela la conmoción excepcional que causó. Juan muestra que las mentes de la gente reaccionaron a la sanidad de maneras diferentes. Los vecinos mostraron la curiosidad y el escepticismo que eran de esperarse. Los fariseos mostraron su perjuicio contra Cristo, basándose en que había sanado en un día sábado. Se opusieron al hombre e intentaron obligarle a someterse a su autoridad, pero cuando fracasaron todo su abuso y sus amenazas, le echaron fuera de la sinagoga. Dijeron que querían honrar a Dios, v. 24, y a Moisés, vv 28, 29, pero a expensas del Señor Jesucristo. ¡Cuán necio!

Los padres del hombre no quedan bien parados. Asustados ante cualquier simpatía pública por su hijo cuando enfrentados por los líderes, adoptaron una neutralidad mezquina y echaron la responsabilidad sobre otro. Pero, no obstante toda la oposición, el testimonio del hombre fue sobresaliente. Para él, Cristo era mayor que todo su problema y oposición. Progresó del asombro, v. 25, a la adoración, v. 38. Es llamativo su desarrollo: para él Jesús era un hombre, v. 11; un profeta, v. 17; el Hijo de Dios, v. 38. Había perdido la sinagoga de los judíos, vv 28, 34, pero encontrado el Hijo de Dios, vv 35 al 38. Había perdido un lugar donde podía adorar pero encontrado a una Persona a quien adorar.

capítulo 10
El Buen Pastor

Este capítulo hace mención de cinco tipos de hombres que se relacionan con ovejas.

el extraño, v. 5  Posiblemente podía intentar la obra del pastor pero en realidad estaría procurando hacer lo que no era su llamamiento. Se acercaría a las ovejas en vano y ellas no le conocerían ni confiarían en él. Huirían.

el asalariado, v. 12  Mientras que el extraño podía asumir funciones que no le son propias, el asalariado no tiene ningún deber con la grey; el que trabaja solamente por la paga sí tiene una responsabilidad, pero su carácter se revela por la manera en que desempeña su función. Las ovejas huyen del extraño, pero el asalariado huye de la grey cuando más le necesita. Lo hace porque lo que más le interesa es el salario, no la grey.

el ladrón, v. 1  Él es peor que estos otros dos, porque viene con intenciones deliberadamente perversas, v. 10. El asalariado buscaba provecho y prestaba servicio mientras no había peligro para él. Sin embargo, el ladrón ve la grey como una presa. Veremos ahora a dos más, muy diferentes.

el portero, v. 3  Él personalmente no es de necesidad un pastor, pero puede identificarse con un verdadero pastor. Juan el Bautista era uno en verdad, pero es de lamentar que había muchos que se consideraban pastores del grey de Israel y desconocieron al Buen Pastor cuando vino, v. 11.

el Pastor, v. 2  A diferencia del ladrón, no viene a quitar sino a dar, v. 28. A diferencia del asalariado, no sacrifica a las ovejas para salvarse a sí, sino se sacrifica a sí para salvar a las ovejas, v. 11. A diferencia del extraño, su voz es conocida a las ovejas, v. 27. Son suyas y las conoce por nombre, vv 3, 14. Solamente de él se puede decir: “va delante de ellas; y las ovejas le siguen, porque conocen su voz”, v. 4.

El Señor Jesús es verdaderamente el Buen Pastor que conoce a sus propias ovejas por nombre, y ellas le conocen. Tal es su amor por las ovejas que puso su vida por ellas. En el cuidado suyo ellas están seguros eternamente, v. 28. Los pastores en la iglesia local tienen como ejemplo supremo al Príncipe de los Pastores, 1 Pedro 5.2 al 4. Les hace recordar a los subpastores la gran estima que tiene para aquellos a quienes ellos cuidan, ya que los describe como “mis ovejas”, v. 27. Los subpastores aman al Pastor y sirven a la grey porque es suya, 21.15 al 17.

capítulo 11
Señor sobre la muerte

El milagro de la resurrección de Lázaro muestra que Cristo es Señor aun sobre la muerte. Juan escribe que estas señales se registran para que creamos que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, 20.31. En nuestras meditaciones hemos visto en los milagros de Cristo pruebas de que es:

Señor de la calidad              al cambiar el agua en vino                   capítulo 2

Señor de la distancia                       al sanar al hijo del noble                      capítulo 4

Señor del tiempo                 al sanar al hombre al lado del estanque           capítulo 5

Señor de la cualidad                        al alimentar a los cinco mil                  capítulo 6

Señor de la ley natural        al andar sobre el agua                          capítulo 6

Señor sobre el infortunio    al sanar al hombre nacido ciego           capítulo 9

Señor de la muerte              al resucitar a Lázaro                             capítulo 11

Así como en el capítulo 9, Juan se ocupa ahora de no sólo la señal en sí, sino también con eventos previos y la secuela. Antes del milagro, al recibir el mensaje de María y Marta acerca de la enfermedad de su hermano, el Señor se quedó dos días en el lugar donde se encontraba. De que haya podido sanar a Lázaro a distancia, no hay duda, 4.47 al 54, pero no lo hizo y Lázaro murió.

El Señor sabía de la muerte de Lázaro sin haber sido notificado; es otra evidencia de su deidad. Al llegar a Betania, tanto Marta como María sentían que Lázaro no hubiera muerto al estar el Señor presente. Posiblemente no siempre entendemos su voluntad, pero podemos reposar siempre en su amor. Es demasiado amoroso como para ser desconsiderado y demasiado sabio como para equivocarse.

Después de la tremenda afirmación de ser Él “la resurrección y la vida”, Marta responde con una confesión excelente, vv 25, 27. Al llegar al sepulcro Jesús lloró. Era el Hijo de Dios, vv 4, 27, pero perfectamente humano también en medio de la angustia. Habiendo orado, el Señor clamó a gran voz: “Lázaro, ven fuera”. Lo hizo, y envuelto en lienzos; el Señor dio la orden: “Destadle, y dejadle ir”. Hay vida y libertad en Cristo.

Los capítulos 5 al 12 cuentan la creciente oposición a Cristo, y es en esta coyuntura que se resuelve matarlo.

12.1 al 9
Adoración y testimonio

El Señor tenía la cruz muy en mente al retirarse a Belén. En la cena, María tomó un ungüento muy costoso y ungió los pies de Jesús. Secó los pies con sus cabellos y la casa se llenó de la fragancia del perfume. El aprecio de María para Cristo era tanto que no titubeó en ungirlo con lo que valía mucho, y con esto otros entraron en lo precioso de su adoración de Él. ¿Y otros comparten el valor de la fragancia cuando yo le adoro?

Marta trabajaba para Cristo, Lázaro atendía a Cristo y María adoraba a Cristo. ¿Estas características me son típicas? Lo que María hizo fue costoso, fue criticado y elogiado. Se encontraba a menudo a los pies de Cristo. En una situación favorable, Lucas 10.38 al 41, ella se sentó a sus pies y escuchaba lo que decía. En Juan 11.28 al 32 ella se postró ante Él en adversidad, y en el 12.3 ungió sus pies en una escena misteriosa que señalaba sus sufrimientos. El ejemplo de María nos enseña que cuando estamos en prosperidad, o enfrentando adversidad, o ante un misterio, debemos estar “a sus pies”.

Lázaro era un auténtico creyente en Cristo. Disfrutó de comunión en la cena y era el medio de conducir a otros a Cristo. También, estaba ante peligro debido a su nexo con el Señor, v. 10; compárese 2 Timoteo 3:12: “todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución”.

El trozo narra la entrada triunfal de Cristo en Jerusalén, vv 12, 13, en notable humildad y en cumplimiento de la profecía de Zacarías 9.9: “he aquí tu rey vendrá a ti, justo y salvador, humilde, y cabalgando sobre un asno, sobre un pollino hijo de asna”. Los discípulos dejaron de comprender el significado pleno de esto en aquella ocasión, pero aprendieron el sentido cuando el Señor fue glorificado, v. 16. La ascensión les hizo conscientes de la soberanía del Señor, ¡y que haga lo mismo en nosotros! Obsérvese la retención de “estas cosas” en el v. 16.

La sección termina con el desespero de los líderes, v. 19, quienes sentían que Jesús se estaba ganando popularidad. ¡Cuán poco comprendían del plan de Dios! v. 23.

En esa coyuntura los discípulos no comprendían los acontecimientos trascendentales de aquellos días. Fue sólo al reflexionar sobre ellos que Juan llegó a apreciar el significado de “estas cosas”. Que nosotros también crezcamos en nuestra apreciación de Cristo y sus logros.

12.20 al 50
Quisiéramos ver a Jesús

Entre los concurrentes a la fiesta había ciertos griegos que se acercaron a Felipe con miras a lograr una entrevista con Jesús. Su deseo fue excelente: “Señor, quisiéramos ver a Jesús”,
v. 21. Como siervos de Cristo, deberíamos recordar que es lo que los hombres realmente necesitan – no buenas ideas ni buen consejo, ¡sino las buenas noticias acerca de Jesús! Felipe requería el apoyo de Andrés al acercarse a Cristo; Andrés estaba siempre a la mano para conducir a uno a Él. Era un verdadero misionero cristiano – el primer misionero doméstico, 1.41; el primer misionero a los niños, 6.8, 9; el primer misionero foráneo, vv 21, 22. Andrés siempre tenía tiempo y paciencia para atender a las solicitudes aun de niños y de extranjeros.

Cuán apropiado que el Señor les hablara entonces del grano de trigo que cae en la tierra y muere para poder dar mucho fruto. Les habló también de su muerte próxima, la cual atraería a muchos a Él, y señaló cómo iba a morir: “obediente hasta la muerte, y muerte de cruz”, Filipenses 2.8. La soberanía de Cristo es por su sacrificio. Aun en esta hora oscura, con la muerte de Jesús pronto a realizarse, Juan enfatiza una vez más la deidad esencial de Cristo al señalar que Isaías vio su gloria y habló de Él, v. 41; Isaías 6.1 al 10.

El Señor dijo que creer en Él era creer en Dios, v. 44, y verle a Él era ver al que le envió,
v. 45, 14.9. Vino con el propósito de salvar, pero al rechazarle los hombres rechazan a Dios y se exponen al juicio.

Se registra en el v. 37 una de las grandes tragedias de la historia humana: “a pesar de que había hecho tantas señales delante de ellos, no creían en él”. Con todas las ventajas de proximidad, vida, oído, observación y conversación, la gente no creía en Él. Más adelante el Señor dijo, en efecto, que ver no es creer y creer sí es ver, 20.29. Damos garcías a Dios que el creyente entiende esta inversión del juicio humano de parte del Señor. A lo largo de los capítulos 5 al 12 se cuestiona el poder del Señor, pero contra ese trasfondo le vemos como:

la fuente de vida                 capítulo 5

el sostén de la vida              capítulo 6

la fuente de la verdad         capítulo 7

la fuente de luz                   capítulos 8 y 9

la fuente del amor               capítulos 10 al 12

 Introducción al ministerio en el aposento alto

La referencia al amor del Señor, 13.1, introduce no sólo el lavado de los pies sino toda la sección, inclusive los discursos hasta el final del capítulo 16 y la oración del capítulo 17. El interés amoroso de Cristo que fue demostrado en el acto visible de servicio, y no es menos evidente en los discursos que siguen. Le vemos proveyendo para el bienestar de los discípulos después de su salida, preparándoles para el golpe amargo que iban a recibir, escondiendo de ellos los hechos dolorosos acerca de cómo se iría Él, proveyéndoles con pensamientos de su gloria y un lugar en la casa del Padre, todo con miras a apoyarles en la crisis que pronto enfrentarían. Todas estas cosas, y otras, se combinan para resaltar el amor del Señor para con los suyos.

“Los amó hasta el fin” quiere decir más de que los amó hasta el momento de su despedida. Él continuó amándoles a la diestra del Padre. Su amor no cambia, es eterno. La declaración se concentra en el carácter del amor y no en el factor tiempo. La idea es que les amó hasta el extremo, con un amor que no conocía limitaciones y aun le impulsaba a lavar los pies de ellos. Dentro de pocas horas se humillaría aun más hasta la vergonzosa muerte de crucifixión.

Si las palabras del 14.31, “levantaos, vamos de aquí” quieren decir que Jesús y sus discípulos se marcharon de una vez del aposento alto, se entiende que los discursos que siguen y la oración (capítulos 15 al 17) fueron pronunciados en la caminata hasta el Getsemaní, donde entraron una vez cruzado el riachuelo de Cedrón. Por cierto, hay un cambio en el temario después del capítulo 14. El tema dominante es ahora el mundo con su impiedad y odio, los apóstoles en el mundo y el testimonio del Espíritu Santo. En lo que al Señor le correspondía, sus palabras en el 14.31, “Levantaos, vamos de aquí”, hacen ver su disposición de salir y encontrarse con sus perseguidores y así cumplir la voluntad de su Padre a quien amaba.

Estos capítulos, 13 al 17, comienzan con el lavamiento y terminan con la oración intercesora. Junto con todo lo dicho entre estos dos extremos, ellos echan luz valiosa sobre el ministerio de Cristo en el cielo como nuestro Gran Sumo Sacerdote.

13.1 al 17
El Señor arrodillado

El lavamiento de los pies de los discípulos fue un acto de amor y de servicio; son dos cosas estrechamente ligadas, aun al punto de no poder ser separadas cuando figuran en esta secuencia. Es posible servir sin amor, 1 Corintios 13.1 al 3, pero no podemos amar sin servir. El amor debe expresarse en acción y siempre por el bien de otros. El amor es abnegado pero al yo le agrada ser servido. Esto fue desplegado perfectamente por Aquel, en cuyas manos el Padre había encomendado todas las cosas, cuando Él se quitó su manto, inclinó el cuerpo y rindió servicio. Todos los detalles de esta iniciativa de amor fueron realizados por Él mismo: puso a un lado su ropa, tomó una toalla, se ciñó de ella, vació el agua al lebrillo, lavó los pies de otros y los enjugó.

Este ministerio es más impresionante cuando lo consideramos contra el trasfondo de los eventos que estaban tomando cuerpo y dentro de poco iban a realizarse: la traición de Judas, la negación de Pedro, el arresto y los juicios. El conocimiento de antemano de lo que le venía encima ha debido acrecentar su tristeza, pero estaba más perturbado por ellos que por sí mismo, amándoles hasta el fin.

Sin embargo, había un significado más profundo en lo que hizo. No fue entendido en el momento, pero más adelante sí, cuando vino el Espíritu. Fue una parábola expresada en hechos que enseñó la santificación práctica. Los cristianos son limpiados una vez por todas por medio de la obra de Cristo en la cruz, pero necesitan un lavamiento diario de la contaminación mientras andan por esta escena que es el mundo. Pedro protestó en primera instancia, pero tuvo que someterse a Cristo o perder la comunión con Él, ya que no puede haber comunión sin limpieza. El agua es simbólica de la Palabra, el medio por el cual se efectúa el lavamiento en los creyentes, Efesios 5.26 (“habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra”) y en  Salmo 119.9 (“¿Con qué limpiará el joven su camino? Con guardar tu palabra”), y toda la escena es ilustrativa del ministerio incesante que el Señor realiza en bien nuestro como Sumo Sacerdote en el cielo.

La lección moral se resume en vv 14, 15: “vosotros también debéis” y “vosotros también hagáis”. Lo primero involucra una obligación y el postrero un ejemplo. Hacer a favor de los demás lo que Jesús hizo es no es tan sólo una cuestión de deber sino también porque Él dio el ejemplo. Dejar de hacerlo es ponernos por encima de Aquel que fijó la pauta. Este servicio no será realizado por censura sino en amor por medio del agua de la palabra.

13.18 al 38
El anfitrión perturbado

Jesús estaba turbado de alma en el 12.27 y ahora en el 13.21 está turbado de espíritu, la esfera más elevada de su ser. Por consiguiente, la tristeza que sentía era más intensa. La causa fue la presencia del traidor. No fue cólera ante lo que Judas estaba tramando, sino angustia debido a lo que el hijo de perdición estaba trayendo sobre sí. Cuando por fin Judas se marchó del salón, fue por su propia voluntad. Sin embargo, la perfidia de Judas no era una sorpresa para Cristo. Fue predicha en los Salmos y Jesús conocía el su carácter cuando le escogió, v. 18. Su anuncio que el traidor estaba entre ellos ha debido hacerle a Judas ruborizarse, pero parece que no dejó entrever ninguna culpabilidad.

Los demás no le sospechaban, aun cuando abandonó el recinto. Pensaban que se había ido a hacer compras o a regalar, cuando en realidad había salido para vender y recibir. Al venderle al Señor, se vendió a sí mismo, y la pequeña suma que recibió no valió nada en comparación con el precio que pagó en lo espiritual. Él salió a la “noche”, y más adelante a la noche eterna.

Si la revelación del v. 21 no le detuvo en su senda ruinosa, ella produjo un efecto diferente sobre los otros y dio por resultado un examen de corazón. La atmósfera tensa fue establecida por hechos y no palabras; aun Pedro guardó silencio e hizo señas a Juan. Si la cena del Señor no fue introducida hasta después de la salida de Judas, entonces el examen de conciencia anticipa la exhortación al examen propio que está en 1 Corintios 11.28.

Ausente Judas, la angustia de Cristo cede lugar a pensamientos de gloria. Cristo fue glorificado en la muerte de Lázaro, 11.4, pero ahora será glorificado por su propia muerte. Al aceptar la muerte a causa de traición (“Lo que vas a hacer, hazlo más pronto”) el Hijo del Hombre alcanzó gloria allí mismo en este momento: “Ahora es glorificado el Hijo del Hombre”. Sin embargo, la gloria del v. 32 era futura todavía, refiriéndose a la resurrección que tuvo lugar sin demora: “Dios … en seguida le glorificará”. Los pensamientos de su gloria no le hicieron olvidar de lo que iba a dejar atrás. Ellos habían contado con Él para apoyo, pero ahora tendrían que apoyar el uno al otro por amor. Esto, y nada más, iba a marcarles como discípulos suyos. Pedro quiso distinguir su discipulado con morir por Cristo, pero pronto aprendería cuán débil era y que Cristo, primeramente, tendría que morir por Él.

14.1 al 11
La casa del Padre

Los temas introducidos en este discurso están diseñados para consolar a los discípulos atribulados. Jesús, turbado en cuerpo, 11.33, en alma, 12.27, y en espíritu, 13.21, dice ahora a los suyos: “No se turbe vuestro corazón”. El corazón no es tan sólo el asiento de los sentimientos, sino de la fe: “con el corazón se cree para justicia”, Romanos 10.10. Ahora iban a andar por fe, y un corazón turbado dejaría la fe sin efecto. ¡Ay! su fe fue vencida por la detención, juicio y crucifixión, pero si ellos hubieran creído en Dios quien dispuso todas las cosas, y en Cristo quien vino para llevar a cabo su voluntad, el desespero no les hubiera conquistado.

La primera partida de consuelo consiste en abrir el cielo a su fe. Ellos atesoraban ideas de un lugar en un reino terrenal, pero Él había planeado para ellos algo mucho mejor, a saber, un lugar en la casa del Padre arriba. Fue preparado para ellos, primeramente por el derramamiento de su sangre, y luego por la presentación del valor de ésta en la presencia del Padre. Cristo tenía que ausentarse para asegurar su regreso para llevarles a ellos. Al no volver, significaría que su obra en la cruz y su presentación ante Dios han fracasado de un todo. Por el momento el creyente está en Cristo, pero el propósito de su regreso es que el creyente puede estar con Cristo. Estar con Él involucrará dos consideraciones: una visión gloriosa, “para que vean mi gloria que me has dado”, 17.24; y un cambio glorioso, “le veremos tal como él es”, 1 Juan 3.2. ¡Qué perspectiva es esta en contraste con la del inconverso! Juan 7.34, 8.21.

Ir a la casa del Padre queda en el futuro todavía. Mientras tanto, sin embargo, puede haber acceso al Padre, así como el Señor enseña a Tomás. Dijo: “Soy el camino”, no, “Seré el camino”, lo cual quiere decir que la entrada al Padre es presente y permanente: “Tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre”, Efesios 2:18; “… teniendo libertad para entra en el Lugar Santísimo”, Hebreos 10.19. Para Tomás, saber el fin era esencial para saber el camino. Sin embargo, en cuestiones de fe la primera necesidad es conocer el camino; es conocer a una Persona y no un método; es conocer la verdad acerca del fin, v. 7, y también la vida por la cual se puede alcanzar el fin, y este fin es conocer al Padre.

Felipe pensaba que una visión podría hacer más que tres años de ministerio por palabras y hechos de parte de Aquel que es la revelación del Padre. Por vía de comparación, una visión podría hacer poco; en realidad no podía hacer más de lo que hizo para Moisés en Éxodo 33:18 al 23, cuando éste dijo: “Te ruego que me muestres tu gloria”.

14.12 al 31
Poder por medio de la oración

El Señor señaló sus obras como prueba de su unión con el Padre, v. 11; así, las obras de los discípulos iban a ser evidencia de su unión con Cristo. Realizarán obras aun mayores, no en poder sino en alcance. La obra del Señor se limitó mayormente a Palestina, pero los apóstoles tendían un ministerio más amplio, como se narra en los Hechos. En un sentido las obras serían todavía las del Señor, Marcos 16.20: “ellos … predicaron en todas partes, ayudándoles el Señor”. El éxito de los apóstoles dependía de la fe, la oración y el Espíritu Santo. La importancia de la primera — “el que en mí cree”, Juan 14.12— se percibe por el uso del verbo “creer” siete veces en este capítulo.

En cuanto a la oración leemos de su alcance, “todo lo que pidiereis;” la condición, “en mi nombre;” y el motivo, “para que el Padre sea glorificado en el Hijo”. “En mi nombre” corresponde a la frase “en Cristo” que se encuentra a menudo en las Epístolas, y expresa el sentido de unión con Él. Donde la oración concuerda con este vínculo, hay la garantía de su cooperación activa, “lo haré”, v. 13. Pedir “en su nombre” quiere decir también pedir en la persona de Uno que es co-igual con el Padre, de manera que la consecuencia es doblemente segura.

El Espíritu Santo, quien proporcionaría el poder, es llamado “otro Consolador”, dejando entrever su personalidad divina. Él asume el lugar de Cristo quien había estado con los discípulos por unos tres años; sin embargo, el Espíritu se quedaría con ellos y moraría siempre en ellos. Lejos de perder por la ausencia de Cristo, ellos iban a ganar una fuente adicional de consuelo. La palabra traducida aquí como “Consolador” se expresa como “Abogado” en 1 Juan 2.1. Se ve que hay Uno en el cielo y Otro en la tierra para abogar nuestra causa.

La manifestación hecha a los que aman a Cristo, 14.21, no es física sino espiritual. Es por el Espíritu que se disfruta de la comunión. Él enseña además de consolar. Jesús enseñó muchas cosas, pero el Espíritu enseña todas las cosas y da entendimiento acerca de lo que Cristo dijo antes, v. 26.

En su despedida Cristo dejó paz y también dio la paz como una posesión a ser asegurada por ellos por su muerte. Siendo sin pecado, ni la muerte ni Satanás —quien tenía el poder de la muerte— tenía reclamo sobre Él, quien murió en amor y obediencia a su Padre, vv 30, 31.

15.1 al 27
La vid verdadera

Cristo es la vid verdadera, auténtica, en contraste con Israel que no dio fruto para Dios: “la había cercado y despedregado y plantado de vides escogidas”, Isaías 5.2; “Hiciste venir una vid de Egipto”, Salmo 80.8. Los discípulos, siendo pámpanos, eran entonces lo que la nación había dejado de ser. La vid natural existe por un solo propósito, a saber, llevar fruto. Es inútil para cualquier otra cosa, aun como un clavo para soportar algo, Ezequiel 15.3. Los discípulos fueron escogidos para cumplir con este propósito. En el v. 2 se dice “en mí” de la rama que no lleva fruto, contemplando así la posibilidad de ser verdadero creyente pero no dar fruto. El labrador, identificado claramente en v. 1 como el Padre, quita esta rama, enseñándonos la solemne lección que fuera mejor no ser dejado aquí el cristiano sin fruto y sin deseo de realizar la función por la cual fue escogido.

Un aumento en nuestro fruto depende de la poda y la constancia. El labrador es responsable por la poda y el creyente por la constancia. El “más fruto” es consecuencia de una poda hábil, o sea la disciplina sabia que el Padre administra, Hebreos 12.9 al 11. El v. 8 explica que el fruto que espera, y que le glorifica, es la reproducción de Cristo, la vid, en los pámpanos, Gálatas 2.20, “ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí”, y 5.22,23, “el fruto del Espíritu es …” Permanecer en Él es permitirle actuar en nosotros. En relación con esto, conviene notar el pronombre “mi”:

mis palabras                                    15.7

mis discípulos                     15.8

mi amor                              15.9

mis mandamientos              15.10

mi gozo                               15.11

mis amigos                          15.14

mi nombre                          15.16

El grado de nuestro rendimiento será en función de la medida en que le permitimos a Cristo estar en nosotros.

El no ser ya de este mundo les haría objeto de odio del mundo. Por lo tanto el amor mutuo sería todavía más necesario, vv 12.17. El mundo ama a los suyos, y con un amor egoísta, pero ellos deberían desplegar un amor de sacrificio propio según el ejemplo del Señor, vv 12,13. Habría persecución contra el nombre que llevaban, con miras a destruirlo, v. 21, Santiago 2.7, 1 Pedro 4.14. La actitud del mundo sería consecuencia de ignorancia, y por esta no había excusa, vv 22 al 25. No obstante toda la oposición, ellos deberían dar testimonio de Cristo con la ayuda del Espíritu Santo, vv 26,27.

16.1 al 11
El Espíritu Santo y el mundo

El aborrecimiento del mundo y la ayuda del Espíritu Santo en el testimonio fueron mencionados de manera general en el capítulo 16, y ahora se exponen en mayor detalle. La persecución de los discípulos tomaría la forma de expulsión de la sinagoga y de violencia, aun al extremo de ser muertos. Peor aun, este fanatismo sería considerado un servicio a Dios y permitido en cualquiera, v. 2. Lejos de ser una manifestación de devoción a Dios, como estos celosos se imaginaban, su afán manifestaba ignorancia del Padre así como fue revelado por Aquel que era el Hijo.

La expresión repetida, “os he dicho estas cosas”, señala la manera que el Señor usó para preparar a los suyos con anticipación para las pruebas que iban a enfrentar. Para los discípulos la causa principal de caer sería la reacción de sus conciudadanos a su testimonio en cuanto a la esperanza nacional.

Abrumados en tristeza, los discípulos dejaron de apreciar los beneficios que emanarían de la ausencia del Señor, o considerar qué su despedida significaría para Él. Por esta razón no preguntaron adónde iba. Él tendría que sufrir una tristeza más honda que la de ellos antes de entrar en su gloria. La ascensión suya fue esencial para el descenso del Espíritu, v. 7, quien convencería a un mundo incrédulo. Convencer es dejar descubierto, confrontar con evidencia, condenar. La convicción que el Espíritu realiza consta de tres elementos: el pecado, la santidad y el juicio.

El Espíritu continúa en una escala mayor lo que Jesús comenzó. Véase:

el mundo                                       convencerá al  mundo, v. 8
el pecado                                        sea manifiesto sus obras, 3.21; acusados por
su conciencia, 8.9; no tienen excusa por su pecado,                                             15.22 al 24
la justicia, o santidad                                   no hay en él injusticia, 7.18; digo la verdad, 8.46
el juicio                                           ahora es el juicio de este mundo, 12.31.

El pecado tiene que ver con la naturaleza caída, y la prueba está en la incredulidad, v. 9. La justicia no se encuentra en el hombre natural, Romanos 3.10, sino sólo en Cristo, prueba de lo cual es la ascensión, 16.10. El juicio es el fin inevitable del pecado y la alternativa a la justicia, y la prueba es la derrota de Satanás en la cruz, v. 11. Es obra del Espíritu llevar a una persona al conocimiento de que la salvación del juicio está en poseer la justicia de Dios por fe, y no por una obediencia legal. Ejemplo del poder de la obra del Espíritu se ve en el Pentecostés, Hechos 2.37 al 47.

16.12 al 33
El Espíritu Santo y el creyente

Las “muchas cosas” del v. 12 no podrían ser explicadas a los discípulos en esa ocasión pero fueron enseñadas más tarde por el Espíritu Santo. De que fue el Señor que les habló está confirmado por lo dicho en seguida acerca del Él; “No hablará por su propia cuenta”, “tomará de lo mío”. En relación con el creyente, la obra del Espíritu es tripartita:

  • Él guía a toda verdad y revela la gloria de Cristo, vv 13, 14;
  • Él manifiesta lo que va a suceder, v. 13.
  • El Espíritu “guía”, involucrando una disposición de parte del creyente a ser conducido.

Esta dirección es a la verdad —toda, y no parte de ella— como la esfera en la cual el cristiano debe andar. Conocer la verdad no basta, 3 Juan 4. La manera cómo el Espíritu glorifica a Cristo es la de hacerle conocer. La expresión “hará saber” al final de vv 13, 14 significa declarar. Donde existe un deseo de conocer al Señor, el Espíritu responde activamente para satisfacerlo. La revelación de Juan, “el Apocalipsis”, no puede ser excluida de las cosas venideras que serían expuestas, ya que se registran eventos futuros a partir del capítulo 4 de aquel libro.

“Todavía un poco” estuvo en boca del Señor dos veces. En v. 17 los discípulos se quedaron perplejos; Él repite en v. 18. En la primera “un poco” todavía le veían físicamente, pero este lapso terminó con su muerte. La segunda “un poco” se extendió hasta su resurrección y ascensión cuando le iban a ver espiritualmente, transformando su motivo de tristeza en un medio de gozo. Los dolores de parto que era la tristeza darían a luz el regocijo de una nueva experiencia que nadie podría quitarles.

Aquel regocijo sería ampliado por aun otra bendición, la de la oración contestada. En el día de Pentecostés ya no sería necesario hablar en alegorías; los discípulos tendrían una comprensión espiritual del Padre, dándoles mayor denuedo en oración.

La declaración del v. 29 fue dicha en ignorancia, “ahora hablas claramente”, y la confesión del v. 30 dejó evidente su desconocimiento. Jesús dijo, “salí del Padre”, haciendo saber su naturaleza divina; ellos dijeron, “has salido de Dios”, insinuando tan sólo una misión divina. El hecho de ser esparcidos probó la debilidad de su comprensión, pero, no obstante su incumplimiento, el Señor les asegura de su propio triunfo.

capítulo 17
La oración del Señor

Hay muchas ocasiones cuando el Señor oró sin que se nos haya revelado qué dijo. Hay también unos pocos casos donde se registran oraciones cortas:

Padre, gracias te doy por haberme oído,
Juan   11.41,42

Padre, glorifica tu nombre. Juan 12.27,28

Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra …,
Mateo 11.25,26

Pero se ha preservado todo el contenido de esta oración.

Su significado se ve en que corona la enseñanza que acaba de dar. “Estas cosas”, v. 1, se refiere a lo que ha precedido y no a lo que viene a continuación. La oración también fue evidencia a los discípulos de la obra como Sumo Sacerdote que estaba por asumir en el cielo en bien de ellos. Sus palabras dichas a viva voz tuvieron el propósito de dar gozo, v. 13.

El alcance de la oración se ve en que abarca la revelación divina a través del Hijo, vv 1 al 5; los apóstoles, vv 6 al 19; y la Iglesia, vv 20 al 26. Comienza con una referencia a la gloria intrínseca y eternal de Cristo, una gloria que retuvo en su humanidad, v. 5, y termina con la mención de su gloria adquirida, compartida con ellos y contemplada por los suyos,
vv 22,24.

“Que sean uno”, v. 11, es la sustancia de la intercesión. La unidad de los creyentes y su efecto visible sobre el mundo se afirma en el v. 21. Cristo ora por la unidad en santidad al pedir que sean guardados del mal, vv 15,17. Mientras estaba aquí, les guardó seguros, v. 12. Pide también una unidad en gloria, v. 22, en amor, v. 23, y en lugar también, v. 24.

Los objetos del ejercicio del Señor se especifican claramente en el v. 9. Siete veces en el pasaje se refiere a ellos como dados a Cristo. Eran suyos por creación pero le fueron dados a Cristo por preconocimiento y elección, v. 6.

El estilo se caracteriza por una reverencia santa: Padre, v. 5; Padre santo, v. 11; Padre justo, v. 25. Él nunca se dirigía a Dios como “Padre nuestro” porque su calidad de Hijo era única. Gozaba de una intimidad con el Padre en igualdad con Él, y “levantando los ojos al cielo”,
v. 1, da a saber que el mundo espiritual nunca estaba lejos del Señor. “Padre santo” está en contraste con el mundo impío donde iba a dejar a sus amados, con todas las contaminaciones que les amenazarían. “Padre justo” está en contraste con la iniquidad del mundo que no conocía a Dios y rechazó a Cristo.

capítulo 18
La traición, la detención y los juicios

El Evangelio según Juan ha sido llamado el Evangelio espiritual. Juan narra hechos que son revelaciones de verdades espirituales, cosa que se ve aun en su relato de la pasión. Una de las características del holocausto, Levítico 1, era la de ser una ofrenda voluntaria, retratando a Cristo ofreciéndose sin mancha a Dios, Hebreos 9.14. Es este aspecto que Juan presenta en su relato. La razón por ir el Señor al huerto fue que Judas “conocía aquel lugar”, no para esconderse sino para hacerse accesible para ser detenido.

Él sabía que los eventos por delante eran conformes al plan divino y por esto “se adelantó” a sus enemigos. Dos veces dice: “Yo soy”; la primera vez para identificarse y la segunda vez para instarles a proceder con su misión, cosa que no podía hacer sin su consentimiento, y asegurarse de una salida segura para sus discípulos.

La reprensión de Pedro, la mención de la copa y la declaración a Pilato – todos estos muestran el carácter voluntario de los sufrimientos de Cristo. En vista de estas cosas, no hacía falta atarlo, como se hizo en los vv 12 y 24.

Parece que las negaciones de Pedro tuvieron lugar mientras estaban en progreso los juicios ante Anás y Caifás, vv 12 al 27. Si Pedro le hubiera acompañado a Juan al tribunal en vez de vagar afuera con el gentío antagónico, no hubiera sido molestado. Mientras tanto, adentro, se estaba interrogando al Señor acerca de sus discípulos y su enseñanza, v. 19. Su respuesta se enfocó en su enseñanza y no en sus discípulos, la mayoría de los cuales huidos ya y uno de ellos afuera negándole. Juan estaba presente en el juicio y se quedó fiel hasta el fin.

El juicio civil ante Pilato comenzó en el v. 28 y terminó en el 19.16. La majestad de la Persona de Cristo domina la escena. La verdadera persona objeto de examen no es Cristo sino Pilato, cuya indiferencia espiritual y debilidad moral quedan expuestas. Los hipócritas religiosos que negaron entrar al recinto de Pilato porque estaba por comenzarse la fiesta de la pascua,  ignoraban su propia contaminación interior de corazón que clamaba por la muerte del Señor impecable. No tenían escrúpulos al escoger a un ladrón en vez de Aquel que no hizo maldad, Isaías 53.9.

19.1 al 16
El dilema de Pilato

El juicio civil, alternando desde afuera y adentro del salón de audiencias, refleja el dilema de Pilato. Afuera, intenta consentir a los líderes judíos sin darles lo que piden. Adentro,  tiene por delante a Cristo quien alcanza su conciencia pero ante quien tampoco está dispuesto a ceder. Desprovisto de coraje moral, busca una salida intermedia. Decide ofrecer a Jesús al pueblo como alternativa a un criminal nefario, apelando de esta manera a su sentido de justicia. El esquema fracasa cuando optan por Barrabás, 18.40.

Azotes de parte de los soldados son otro intento a lograr su fin, calculados a suscitar lástima. Después de haber sido Jesús objeto de juego de los soldados de Pilato, ha debido ser una escena conmovedora a la cual éste se dirige el gentío con las palabras: “He aquí el hombre”. El haber sometido el Señor inocente a ser azotado muestra que él, no menos que los judíos, tiene poco interés por hacer justicia. Su aspiración queda frustrada; en vez de sentir lástima, ellos gritan: “¡Crucifíquele, crucifíquele!” Los azotes eran sólo una iniciativa a medias; ellos insisten en la pena máxima.

Mofando, Pilato les asigna a ellos la responsabilidad de crucificarlo. Responden que, contrario a las declaraciones de la inocencia de Cristo, su ley le condenan a muerte porque “se hizo a sí mismo Hijo de Dios”, y por lo tanto, al ser dado el permiso, ellos están dispuestos a ejecutar el juicio, vv 6, 7. Siendo responsable de las indignidades impuestas por los soldados, Pilato, no obstante toda su impiedad, tiene mucho motivo de perturbarse al oir esta acusación adicional. Le pregunta a Jesús cuál es su origen pero no recibe respuesta, porque la respuesta dada a su pregunta anterior había sido recibida con desdén, 18.33 al 38.

El poder de Pilato sobre Jesús no era tan absoluto como pensaba; tenía que responder a una autoridad mayor, vv 10, 11. “No hay autoridad sino de parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas”, Romanos 13.1. Cual representante del poder civil, él no actúa debidamente y a la postre pone a César delante de Dios y entrega a Jesús a ser crucificado. Caifás, sin embargo, cual representante de la teocracia, había cometido el pecado mayor. Él, más que nadie, ha debido reconocer el Cristo.

“Príncipes consultarán unidos contra Jehová y contra su ungido”, Salmo 2.2.

19.17 al 42
La crucifixión

Son aleccionadores los detalles de la crucifixión peculiares al relato de Juan. “Él cargando su cruz, salió”, enfatiza el carácter voluntario de su muerte. Así como en el huerto “se adelantó” para encontrarse con sus enemigos, 18.1, ahora deja la ciudad y procede al Gólgota. La exhortación de Hebreos 13.13, “salgamos a él … llevando su vituperio”, nos hace recordar cuál debería ser nuestra respuesta voluntaria.

Es Juan que nos dice que Jesús fue crucificado con dos, “uno a cada lado”, v. 18. Aun en la escena de su rechazo, ocupó el lugar preeminente.

Solamente en este Evangelio se nos dice que Pilato redactó el título y rehusó cambiarlo a solicitud de los judíos. Los judíos le habían dado su fidelidad a César y por esto tenían que someterse al representante de Roma. Juan nos informa que la prenda interior de Jesús era “sin costura”, y que llegó a ser poseída por uno de los soldados, ilustración de la justicia imputada que viste al creyente. Juan llama la atención a las mujeres devotas quienes, en agudo contraste con los soldados toscos que se sentaron y observaron, estaban paradas allí, inclusive a la madre de Jesús. Siendo el mayor de los hijos, Jesús cumplió su responsabilidad por el bienestar de María al encomendarla a Juan.

En respuesta al quinto clamor de la cruz, “Tengo sed”, tenemos el único gesto de misericordia extendida al Señor, su inclusión siendo un indicio de la ternura de Juan. El llamado a viva voz registrado por los otros escritores es presentado por Juan como el grito de triunfo: “Consumado”. Él observa que inclinó la cabeza Aquel que no había encontrado dónde acostarse en este mundo, pero al fin encontró reposo en el Padre a quien encomendó el espíritu, v. 30.

Es sólo Juan que aclara que no fueron quebrantadas las piernas y que el costado fue traspasado, y muestra que estos detalles cumplieron las Escrituras, vv 31 al 37. El uno cumplió la ley, Éxodo 12.46 (“ni quebraréis hueso suyo”), Números 9.12, y el otro los profetas, Zacarías 12.10 (“mirarán a mí, a quien traspasaron”). Todos cuatro evangelistas hacen mención de José, pero sólo Juan agrega que era un discípulo secreto y que Nicodemo colaboró con él, uno cuyo primer encuentro había sido nocturno. Ambos hombres encontraron un coraje nuevo y se identificaron abiertamente con Cristo, vv 38 al 42.

capítulo 20
La resurrección

Juan escoge cuatro casos para mostrar las diferentes maneras en que se hizo creer en la resurrección. El primer ejemplo es Juan mismo, quien fue el primero en llegar al sepulcro,
v. 4, aunque el segundo en entrar. Pedro entró primero y contempló el arreglo cuidadoso de los lienzos, evidencia de que el cuerpo no había sido hurtado. Juan, al entrar, capó el vasto significado de lo que vio y él creyó, v. 8, cosa que no está dicha de Pedro.

Para Juan, los lienzos eran una señal de la resurrección. Si los discípulos hubiesen conocido la escritura (posiblemente Salmo 16.10, “No dejarás mi alma en el seol …”), la resurrección no hubiera sido una sorpresa, sino la realización de un hecho esperado, v. 9. Para Juan, al menos, fue en este momento una cuestión de fe, pero poco después sería un hecho a revelarse el Señor mismo.

El próximo ejemplo es María, quien había sido librada de siete demonios, Lucas 8.2. Fue no sólo la primera persona en oir la noticia del sepulcro abierto, sino también en ver al Señor resucitado. El amor que la guardó junto a la cruz para presenciar las escenas horrorosas del Calvario, fue también el amor que la guardó frente al sepulcro, donde lágrimas evidenciaron su hondo dolor. La presencia de ángeles ha debido dar confianza de que nada adverso ha podido suceder con el cuerpo así atendido (“a sus ángeles mandará acerca de ti, que te guarden en todos tus caminos”, Salmo 91.11), pero su angustia no podía ser apaciguada sino por Aquel que ella llamó “mi Señor”. Semejante devoción no podía pasar sin recompensa; el supuesto jardinero le llamó por nombre e instantáneamente ella sabía quién era, así como cada oveja conoce la voz del pastor, 10.3,4.

El tercer caso se presentó en la tarde, cuando el Señor vino y se puso en medio de los discípulos reunidos detrás de puertas cerradas. La resurrección quedó comprobada por las manos y los pies mostrados a ellos. Juan menciona el costado, y no los pies, debido a la profunda impresión que recibió como testigo ocular del traspaso de aquel cuerpo.

El último ejemplo es Tomás, quien estaba presente cuando Jesús se manifestó de nuevo una semana más tarde. Se le hizo creer al recibir la oportunidad de realizar una prueba con base en precisamente las condiciones que él propuso. La confesión, “Señor mío, y Dios mío”, es el pináculo de la fe y expresa el objetivo propuesto para todo el Evangelio de Juan, vv 28 al 31.

capítulo 21
El epílogo

Juan ha afirmado que su propósito al escribir es el de conducir la gente a creer en el Cristo divino, 20.30,31. Para lograr este fin, escogió ocho de los milagros que el Señor hizo, el último de ellos registrado en 21.1 al 14. Habla de los milagros como señales porque significan cosas más profundas. Son todas demostraciones de la Deidad y, por cuanto Jesús es el Cristo, proyectan el reino mesiánico.

Además, encierran lecciones acerca de la vida eterna. En la ocasión del primer milagro, Jesús manifestó su gloria al convertir el agua en vino; ahora en resurrección se manifiesta a sí mismo por el éxito de la pesca. Juan percibe que el desconocido en la playa es el Señor, y la reacción de Pedro fue consecuencia del comentario de Juan en vez de un reconocimiento propio.

En relación con el carácter del Señor como el Mesías, observamos aquí que el Lago de Galilea es llamado el de Tiberias, por César Tiberio, y es una figura de las naciones gentiles de las cuales habrá una gran “cosecha” para bendición milenaria. En cuanto a enseñanza sobre la vida eterna, aprendemos que es una vida de servicio. La iniciativa propia de Pedro a salir de pesca, y su influencia sobre otros, resultó ser estéril, pero hubo resultados cuando el Señor bendijo el proyecto. La presencia del Señor en la playa, los peces llevados a tierra y el hecho de contarlos, todos prefiguran el repaso de nuestro servicio en el tribunal de Cristo.

La restauración de Pedro, narrada en seguida, hace resaltar las condiciones que soportan el servicio, a saber, el amor a Cristo, vv 15 al 17, y la entrega a la voluntad del Señor, vv 18, 19. Tres veces el Señor le pregunta: “¿Me amas?”, correspondiendo a las tres negaciones de Pedro. La primera pregunta cuestionaba su amor en comparación con otros, “¿más que estos?”; la segunda, su amor por el Señor no más; y la tercera, la realidad de su servicio. Pedro, al ser informado de su martirio, pregunta por Juan. La respuesta dada es un recordatorio de la soberanía del Señor sobre sus siervos. El servicio de Juan no era asunto de interés para Pedro, vv 20 al 22. El Señor que dirige nuestro servicio, vv 1 al 14, y exige nuestro afecto, vv 15 al 17, es a la vez quien determina nuestro destino, vv 18 al 25.

No podemos saber el contenido de la infinidad de libros que se podría escribir acerca de aquella vida santa, v. 25, pero el Padre sabe, guardando recuerdos preciosos para las edades eternas.

Seis  tinajas  en  el  Evangelio  de  Juan

Este documento es una fusión de dos o más escritos

“Estaban allí seis tinajas de piedra para agua … Jesús les dijo: Llenad estas tinajas”, Juan 2.6.7.

Ver

Las Escrituras emplean los vasos como figuras de personas. Por ejemplo, “Tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros”,
2 Corintios 4.7. Pablo era vaso (instrumento) escogido, Hechos 9.15. El número seis sugiere una aplicación, ya que en la Biblia seis es el número del mundo en el sentido moral, así como cuatro es el número del mundo en el sentido cuantitativo. Se percibe, entonces, que estos seis vasos pueden ser típicos de sendos individuos, y ellos a su vez típicos de la condición de la raza humana.

Se ve que es así al considerar seis personas mencionadas en los capítulos siguientes de Juan. Cada una conoció a Jesús y Él trató a cada cual conforme a su respectiva condición. Estas seis personas son: Nicodemo, la samaritana, el paralítico, la adúltera, el ciego de nacimiento y Lázaro de Betania.

(a) Nicodemo, Juan 3;
representante del pecador religioso

La diferencia entre las primeras dos personas es tan marcada en el plano moral que se presta a contraste, pero sólo desde el punto de vista humano. No hay diferencia, según Romanos 3.22,23. El respetado fariseo de Juan 3 era tan pecador perdido como lo era la rechazada samaritana de Juan 4.

El comentario introductorio de Nicodemo, Rabí, indica que no pensaba estar vacío. Muchos miles se han equivocado de la misma manera, pensando que pueden salvarse a sí mismos, o por lo menos aportar a la empresa. Pero si uno no se convierte a ser como niño, el tal de ninguna manera entrará en el reino. Un niño no se justifica con, “Sabemos”.

Por consiguiente, Jesús no le responde directamente, sino introduce un tema nuevo. Si uno no nace de nuevo, no puede ver el reino de Dios. Sea lo que fuere lo que Nicodemo sabía, esto estaba más allá de su comprensión. Ahora quiere saber cómo nace uno siendo viejo, y oye que es por el agua y el Espíritu. Desesperado, pregunta cómo puede ser esto. No entender estas cosas era imperdonable para un líder entre los judíos, y bien mereció la reprimenda: “¿Eres tú maestro de Israel, y no sabes esto?” ¿Acaso desconocía la profecía de Ezequiel 37 acerca de los huesos secos en el valle que recibieron el soplo de vida?

La reprimenda surtió efecto, y ahora el Señor procede a llenar la tinaja que había vaciado. Conforme Moisés levantó la serpiente según Números 21, así el Hijo del Hombre tenía que ser levantado, para que uno tenga vida eterna al creer en Él. Fue el comienzo de un día nuevo para Nicodemo. Si alguno está en Cristo, es nueva criatura, o nueva creación, 2 Corintios 5.17. Todo es hecho nuevo, cosa que él evidenció por su actitud en Juan 7.50 al defender a Jesús ante el Sanhedrín. Esto se ve más claramente en Juan 19, cuando Nicodemo acude a la Cruz y ve levantado a Aquel que satisfizo los anhelos de su alma aquella noche inolvidable.

(b)  La samaritana, Juan 4;
representante del pecador abandonado

Muy significativas son las palabras del 4.4: “le era necesario pasar por Samaria”. El Salvador está deseoso de conversar a solas con una samaritana. La espera junto al pozo, y nos acordamos de 2 Pedro 3.9: “El Señor es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca”.

Con pleno conocimiento de la sed de su alma, le pide agua a la mujer, quien estaba desprevenida ante semejante solicitud. El orgullo de su corazón sale a la luz, como también la supuesta superioridad de su religión. No sabía quién le hablaba, y no podía ver más allá del pozo de su pueblo. En paciente gracia, Jesús le hace ver que las fuentes de este mundo se agotan, pero que hay una fuente inagotable de vida eterna, y esa fuente es Él mismo.

Incapaz de responderle, la mujer se defiende con una verdad profética, pero lo hace de tal manera como para dar a entender que no confía en lo que Él está diciendo. “Ha de venir el Mesías … él … nos declarará todas las cosas”. Es precisamente el tipo de dificultad presentada en Nicodemo; a saber, un corazón ocupado de criterios religiosos pero de forma no más. “Instructor de los indoctos, maestro de niños, que tienes en la ley la forma de la ciencia y de la verdad”, Romanos 2.20. Inconscientemente ella se deja expuesta a la espada penetrante del Espíritu, y le entra por donde menos esperaba. “Yo soy, el que habla contigo”. ¿Y ahora qué eran los cántaros y las fuentes de este mundo, ante la Fuente que ofrece el caudal celestial? Pozo olvidado, la mujer corre a decirles a otros de su gran descubrimiento. De veras, el agua de vida en ella estaba saltando a vida eterna.

Yo soy. Para esta pecadora antes abandonada, fueron las palabras que trajeron su salvación. Dichas más adelante en el 18.5, serían de convicción, a tal extremo que hombres armados caerían a tierra.

(c) El paralítico, Juan 5;
representante del pecador incapacitado

En Juan 5 el escenario cambia del pozo de Sicar a uno de los muros de Jerusalén, a saber, la puerta de las Ovejas que se menciona en Nehemías 3.1. Había allí un estanque con el nombre de Betesda, que quiere decir ‘Casa de Benevolencia’, el cual contaba con cinco pórticos repletos de minusválidos.

Fue aquí que la benevolencia divina reposaba de una manera llamativa sobre la casa de Israel, ya que un ángel descendía en cierta época del año y agitaba las aguas. En estas ocasiones el primero en entrar al estanque se quedaba sanado de su enfermedad. Bien podemos imaginarnos cómo se esforzarían todos a entrar. Pero de entre aquella multitud, uno solo podría ser sanado cada año. Vendrían con gran esperanza, sólo para marcharse tristes. Y, en nuestros tiempos hay miles que esperan el movimiento de las aguas, pero una esperanza vana caracteriza la religión de muchos. “Paz con Dios, buqué ganarla con febril solicitud, más mis ‘obras meritorias’ no me dieron la salud”.

La gente se anima con falsas esperanzas en nuestro día, así como hacían aquéllos, ya que la caída naturaleza humana no ha cambiado con el correr de los siglos. Si se hubiera puesto delante de cada uno en aquella multitud la pregunta que Jesús le dirigió al protagonista de nuestro relato, a lo mejor ningún otro hubiera podido contestar como él respondió: “Señor, no tengo”. Cada cual hubiera protestado que las posibilidades suyas eran tan buenas como las de cualquiera. Pero había uno allí que había gastado treinta y ocho años en esperar, y todavía estaba exactamente donde comenzó.

Hay diversas maneras en que el estanque de Betesda señala la persona y obra del Señor Jesucristo, pero mencionaremos sólo una o dos.

Los cinco pórticos se destacan. El número cinco se asocia siempre en la Biblia con los reclamos de Dios, y ha habido Uno solo que puede responder a la justicia suya. Así como el agua turbada significa la Cruz, uno reflexiona en el Santo Sufrido del Salmo 69 y su contraparte en Juan 12.27: “Ahora está turbada mi alma; ¿y qué diré?”

Así como el paralítico, el pecador perdido sólo tiene que acercarse al estanque, ya que el movimiento del agua es la obra extraña del Espíritu Santo en convencer y presentar el Evangelio. Estar sin Cristo es estar sin esperanza, Efesios 2.12, 1 Tesalonicenses 4.13. Y, en la Biblia un plazo de cuarenta años es el período de evaluación de la raza humana, de manera que este hombre estaba cerca de su última posibilidad. Estaba desesperado. “Al final en desespero, ‘Ya no puedo’, dije yo. Y del cielo oí respuesta: ‘Todo hecho ya quedó’.”

Este hombre era en verdad una tinaja vacía. “Entre tanto que yo voy, otro desciende antes que yo”. Pero la gracia del Señor intervino y llenó al pobre de una salud no sólo corporal, sino espiritual también: “Has sido sanado; no peques más”.

(d) La adúltera, Juan 8;
representante del pecador condenado

Hay ciertas porciones de la Palabra de Dios que algunos maestros y predicadores afirman no deben haber sido incorporadas, mientras que otros van al extremo de decir que el Libro sería mejor sin ellas. Una de ésas consta de los primeros once versículos de Juan capítulo 8, en la cual leemos del encuentro con el cuarto de la serie de individuos en este Evangelio cuyas vidas fueron transformadas. Toda palabra de Dios es pura, y podemos estar confiados que cada una ha sido purificada siete veces. Una imaginación distorsionada puede interpretar mal el relato más sublime, mientras que para los puros todas las cosas son puras y para los corrompidos e incrédulos nada les es puro, Tito 1.15.

Sin esta historia faltaría un eslabón en la cadena que estamos estudiando. Juan 7 termina con una división: cada uno se fue a su casa, pero Jesús se fue al monte de los Olivos. Por la mañana volvió a los atrios del templo. Los fariseos le presentaron una mujer que había sido sorprendida en el acto del adulterio, para que pronunciara juicio contra ella. Pensaba contar con una trampa que desprestigiaría de un todo al Maestro. Él tendría que reconocer la terrible pena que la ley de Moisés exigía, o declararse a sí mismo un hereje. “En la ley Moisés nos mandó apedrear a tales mujeres. Tú, pues, ¿qué dices?”

No respondió. El Obediente estaba cumpliendo Eclesiastés 3.7: “Tiempo de callar, y tiempo de hablar”. Pero se inclinó, como si no hubiera escuchado, y con su dedo escribió en tierra. Ellos persistían, pensando sin duda que le habían arrinconado y contentos en la anticipación de su derrota. Pero se enderezó y les dijo: “El que esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella”. Dicho esto, volvió a inclinarse y escribir.

Isaías 9.6 habla de dos abatimientos suyos: el Niño nos es nacido y el Hijo nos es dado. Se abatió — “se inclinó”— al nacer cual niño en Belén y ser envuelto en pañales. “Se inclinó” de nuevo en el Gólgota, cual Hijo dado en sacrificio. Tanto la encarnación como la crucifixión fueron esenciales para que el pecador culpable fuese justificado ante su Santo Dios. En cuanto al hecho de escribir en tierra, leemos en Jeremías 17.13: “¡Oh Jehová, esperanza de Israel! todos los que te dejan serán avergonzados; y los que se apartan de mí serán escritos en el polvo, porque dejaron a Jehová, manantial de aguas vivas”. Un nombre escrito en tierra no se queda por mucho. Es borrado pronto por el soplo de los cuatro vientos del cielo y hollado por el pie de hombres. Los nombres de los salvos, en cambio, están inscrito en el Libro de la Vida, Filipenses 4.3, y de manera que jamás serán borrados, Lucas 11.20.

Escribió con el dedo, y “el dedo de Dios” es un término empleado como equivalente del Espíritu de Dios en Mateo 12.28, donde se trata de un evento paralelo. Casi veinte siglos han corrido desde que Dios añadió a su Palabra por revelación directa, pero este silencio no indica de manera alguna que ha dejado de interesarse por los asuntos de sus criaturas. El Espíritu Santo ha estado activo a lo largo de todo el lapso, realizando una obra para con el mundo y otra para con los creyentes. La primera es de convencer de pecado, justicia y juicio.

Aquellos que se presentaron con el fin de convencer de pecado a la mujer, salieron convictos ellos mismos. Se marcharon, el mayor a la cabeza de la vergonzosa fila, y el menor de último. Este es el orden de juicio que la gracia invierta: “Todos me conocerán, desde el menor hasta el mayor de ellos”, Hebreos 8.11. La mujer se queda sola en la presencia de Jesús, y Él le pregunta: “Mujer, ¿Dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te condenó?” La respuesta es corta y humilde: “Ninguno, Señor”. Y con esto la sentencia definitiva, expresión de gracia divina y a la vez mandamiento del que llenó este cántaro de vida nueva: “Ni yo te condeno; vete, y no peques más”.

La pregunta acusatoria que cierto apóstol lanza a los judíos en general es: “Tú que enseñas a otro, ¿no te enseñas a ti mismo?” Romanos 2.21. La Ley en manos de un pecador es un arma peligrosa, ya que se hace espada de doble filo. Se volvió en contra de estos señores para su propia incomodidad. En cierta ocasión el Señor dijo que no había venido para abrogar la ley o los profetas, sino para cumplir, Mateo 5.17. Siglos antes se había escrito de Él que Jehová se complació por amor de su justicia en magnificar la ley y engrandecerla, Isaías 42.21, y lo hace al quitar la culpabilidad del hecho externo y colocarla sobre el motivo interno. Si bien dejará que la Ley haga todo lo suyo para convencer de pecado, a la vez muestra también que, al humillarse a sí mismo hasta la muerte de cruz, tiene perfecto derecho para salvar al pecador de la pena de ese mismo pecado. Así es que Dios el Justo y el que justifica al que cree en Jesús, Romanos 3.26.

(e) El ciego de nacimiento, Juan 9;
representante del pecador ciego

De que hay método en el arreglo de estos seis incidentes, no hay duda razonable. Pero a la vez hay vínculos entre ellos. Un varón y una mujer, dos veces; luego dos varones. En la usanza típica de las Escrituras, el varón es representativo del intelecto y la mujer de los afectos. Una comprensión inteligente del nuevo nacimiento, que se presentó a Nicodemo, tiene que preceder el ejercicio de los afectos en cualquier acto de adoración, que se presentó a la samaritana.

La tragedia del caso hoy día es que mucha gente piensa que puede ofrecer adoración a Dios aparte del nuevo nacimiento y sin el Gran Sumo Sacerdote como intermediario. En la mayoría de los casos entran en juego los afectos solamente, y se ofrecen expresiones afectuosas en vez de la adoración de los que “en espíritu servimos a Dios y nos gloriamos en Cristo Jesús, no teniendo confianza en la carne”, Filipenses 3.3. Los sentimientos toman el lugar de la espiritualidad, y se encuentra cabida para la glorificación del hombre. Se pierde de vista que Dios demanda lo que es adoración en Espíritu y conforme a la Verdad.

La orden del 5.8, “Levántate … anda”, hace ver que un empleo inteligente de la Palabra de Dios debe controlar el andar antes de que los afectos pueden responder a la de: “No peques más”, 8.11.

Pero en los casos que restan no hay ningún lugar para los afectos; entramos en la esfera del señorío de Cristo. Ahora es cuestión de llevar a cabo los mandamientos de Aquel que Dios ha hecho Señor. Hay una marcada diferencia en la manera como obra en el quinto caso y el sexto. No se limita a hablar, como antes. Tiene un propósito que cumplir y desea que otros sepan algo de qué significa.

“Mirad cuál amor”, dice el apóstol en 1 Juan 3.1, y aquí encontramos algo de su estilo. Siempre ha sido su proceder tomar de lo débil y necio de este mundo para confundir a los sabios, de manera que en Juan 9 escupe en tierra, hace lodo con la saliva, y unta los ojos del ciego. Hecho esto, le manda al estanque de Siloé para lavarse.

El sujeto se lavó y volvió sano de la vista. Y la orden está vigente aún: “Unge tus ojos con colirio, para que veas”, Apocalipsis 3.18. Esto está en contraste con Jezabel, quien aplicó el polvo de conchas de almendra a los ojos para dar una expresión seductiva a su rostro, 2 Reyes 9.30. Pero las prácticas y artimañas de aquella mujer Jezabel no son de Dios. Las religiones populares de estos tiempos reconocen al dios de este siglo y cumplen sus mandatos. Este hombre era miembro de la sinagoga, pero nacido ciego. Muchos comulgantes de nuestra generación protestarán: “Delante de ti hemos comido y bebido, y en nuestras plazas enseñaste”, Lucas 13.25 al 30. Pero el Juez dirá: “No sé de dónde sois; apartaos de mí”.

Por tanto es con regocijo que a veces encontramos casos como el ejemplo en Juan 9, a saber, uno que reconoce su condición por medio del poder de la Palabra de Dios. El Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido, y no es de temerse que pase por alto una de estas personas. Dondequiera que un pecador reconozca su condición y se convenza de su incapacidad de remediarla, es candidato seguro para la salvación de Dios. El Salvador aplica el lodo y de esta manera aparenta intensificar la ceguera pero impide que la naturaleza intervenga de manera alguna en cambiar la condición.

“Lávate”. El lavamiento en el Nuevo Testamento es siempre una figura de la limpieza experimental del modo de ser por la operación de la Palabra de Dios.

La senda de la obediencia conduce al sufrimiento. Se nota en las Epístolas de Pedro que la obediencia y el padecimiento están enlazados en el texto, y así debe ser siempre cuando los derechos de Dios se reconocen en un mundo que se le opone. Este hombre de Juan 9 apenas reconoce al Señor que le dio la vista, cuando se encuentra en conflicto con los poderes de las tinieblas, representados en los escribas y fariseos. La religión de este mundo llevó la responsabilidad primaria para la crucifixión del Hijo de Dios, como deducimos del hecho de que su título haya sido escrito en hebreo, griego y latín, cual testimonio mudo a que la religión, cultura y poder de este mundo se unieron para matarle.

“Y le expulsaron”. Ahora el nuevo creyente se encuentra excomulgado. “Os expulsarán de las sinagogas; y aun viene la hora cuando cualquiera que os mate, pensará que rinde servicio a Dios”, Juan 16.2. El Señor advierte también: “Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo. Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos; porque así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros”, Mateo 5.11,12. Es que hay un día de recompensa por delante para el hijo de Dios.

Es en este lugar de rechazamiento que el Señor encuentra al hombre a quien había dado la vista, y le pregunta: “¿Crees tú en el Hijo de Dios?” El hombre no había visto al Señor todavía, aunque había escuchado su voz. “¿Quién es, Señor?” Y cuando el Señor se revela, de inmediato el hombre se echa a sus pies y adora.

¿Dónde? No en el templo, sino en el lugar sin nombre, haciéndonos recodar la manera en que Jesús contestó la pregunta del 1.38: “Rabí, ¿dónde moras?” Su respuesta en aquella ocasión fue: “Venid y ved”, dando a entender que era lugar sin nombre. Acordémonos de que en Éxodo 33.7, se levantó la tienda lejos, fuera del campamento. Para tener comunión con el Señor, tenemos que salir fuera del campamento, llevando su vituperio, Hebreos 13.13. Es el lugar de testimonio ahora, el lugar donde se ve su rostro, donde Él gobierna, y donde se le reconoce Señor.

(f)  Lázaro, capítulo 11;
representante del pecador muerto

Lázaro es la forma griega del nombre hebreo Eliezer; su significado es ‘Dios mi Ayudador’. Dos hombres en el Nuevo Testamento llevan este nombre. A primera vista parece que el nombre no aplica, pero ambos recibieron ayuda de Dios cuando más la necesitaban.

Hay poca dificultad en trazar del caso de Lázaro de Betania una comparación de aplicación amplia, ya que los varios pasos en el relato encuentran un paralelo en Efesios 2 donde se habla de la condición del inconverso. Para cada punto, mencionaremos primeramente lo que dicen Juan 11 y 12 y luego lo que leemos en Efesios 2:

Lázaro                                pecadores siguiendo la corriente de este mundo,
sin esperanza etc.

amado                                por misericordia, por gracia

enfermo                             hijos de ira

muerto                                muertos en pecados

llamado a salir                    os dio vida

resucitado                           nos resucitó

sentado a la mesa con Jesús            nos hizo sentar en los lugares celestiales

“He aquí el que amas está enfermo”. Y así Efesios afirma que Dios tuvo “gran amor con que nos amó”, aun estando nosotros muertos en pecados. Esta correspondencia de ideas es más que una coincidencia. Está dicho que el Señor, habiendo oído la noticia, no se apresuró a llegar a la cabecera de la cama en Betania, sino se quedó dos días donde estaba. Al emprender el viaje, tardó dos días en llegar a donde estaba Lázaro.

Al llegar, recibió la noticia que Lázaro tenía cuatro días muerto. Cuatro de los días de Dios habían transcurrido cuando el Señor Jesús se manifestó “su tiempo” en este mundo:

cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, Gálatas 4.4

cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos, Romanos 5.6

para con el Señor un día es como mil años, y mil años como un día, 2 Pedro 3.8

Fue en el cuatro día que el sol fue hecho el centro de luz. La luz había existido, pero sin ser localizado. En este mismo orden de ideas, el salmista dijo que Dios puso en los cielos un tabernáculo para el sol, Salmo 19.9. En Juan 8 leemos de Jesús en el atrio del templo temprano en la mañana y anunciando que era la luz del mundo.

Marta dijo: “Señor, si hubieses estado aquí, mi hermano no habría muerto”. Este es siempre el razonamiento del corazón humano. Se cree mejor la prevención que la solución, pero los pensamientos divinos no son los humanos, Isaías 55.8. ¿Por qué permitió Dios el pecado y sus consecuencias, estando en condiciones de haber evitado que sucediera? Él no siempre responde a las preguntas nuestras, pero sí nos señala el remedio. En aquella ocasión en el desierto, cuando los israelitas estaban mordidos de serpientes, proveyó la serpiente de bronce. El remedio estaba allí y la responsabilidad de cada cual era aprovechárselo.

Este Hombre que abrió los ojos del ciego, ¿no ha podido intervenir para salvarle la vida a Lázaro? 11.37. Sí, ha podido, pero no era su propósito, ni es así que obra. El hombre fue creado íntegro, pero pronto puso a manifestó que su inocencia no era garantía contra el pecado. Pero Dios introdujo en camino nuevo, el de la redención y resurrección. “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente”, 11.25,26. Y la pregunta: “¿Crees esto?” Algunos creyentes dormirán en Jesús, pero habrá por lo menos una generación que dará fe de manera experimental a esta afirmación, ya que nunca dormiremos. Nosotros que hayamos quedado, seremos arrebatados en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con Él; 1 Corintios 15.51, 1 Tesalonicenses 4.16.

Ante el sepulcro, manda: “Quitad la piedra”. La aplicación es a nosotros los creyentes, ya que, por nuestra manera de andar, somos propensos a ser piedra de tropiezo para los que no son salvos. Que sepamos quitar la piedra y andar sabiamente para los de afuera, de suerte que no seamos tropiezo, “ni a judíos, ni a gentiles, ni a la iglesia Dios”, 1 Corintios 10.32. Ahora, la libertad de Lázaro es figura de dos verdades en Juan; a saber: (1) “Si es os libertare, seréis verdaderamente libre”, 8.36. (2) “Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”, 8.32.

Con la mancha de lágrimas humanas todavía sobre el rostro del Hijo del Hombre, se oye la voz del Hijo de Dios: “¡Lázaro, ven fuera!” Estaba vivo, pero, como primer paso en su libertad, hacía falta quitarle los lienzos que le ataban. Amarrado de cabeza, pies y manos, no podía caminar, oir al Señor, ni servirle.

Vemos en esta primera etapa una ilustración del bautismo del nuevo creyente, la primera de las dos ordenanzas para los creyentes de esta dispensación. Es un símbolo de identificación con la muerte, sepultura y resurrección del Señor Jesucristo. Precede otros pasos en el desarrollo del creyente; quien no ha obedecido con tomar este paso, no entra en la plena libertad de devoción y servicio que el Señor quiere para los suyos, aunque no estamos diciendo que uno en esta condición no puede brillar en testimonio personal.

Otro ejemplo es el relato de la experiencia de Israel como figura en Hebreos 11.29.30: “Por la fe pasaron el Mar Rojo … por la fe cayeron los muros de Jericó después de rodearlos siete días”. Dios no toma nota del intervalo de cuarenta años cuando no anduvieron por fe. Les da pleno crédito por la caída de Jericó, una vez cruzado el Jordán, pero no reconoce en Hebreos lo mucho que habían hecho antes.

La orden dada en Mateo 28.19,20 es de hacer discípulos (por medio de la evangelización), bautizar y enseñar. Esta enseñanza conducirá a una libertad mayor aun, que es la adoración en la cena del Señor. Liberado ya de las vendas, encontramos a Lázaro sentado a la mesa con Jesús, 12.2. El ciego que recibió la vista en el capítulo 9 tomó su lugar afuera, en separación, 9.35, “y adoró”. Pero el caso de Lázaro es mejor; él tomó su lugar adentro, cual adorador en estrecha comunión con su Señor.

Este cuadro al comienzo del Juan 12 ofrece una hermosa ilustración de la adoración. “Seis días antes de la pascua, vino Jesús a Betania”. Este sería el día 9 del mes, ya que la Pascua se celebraba el día 15. (“Pascua” aquí, como en algunas otras partes, se refiere a la fiesta de panes sin levadura. Véase Lucas 22.1). Pero, en 12.12 “Jesús venía a Jerusalén”. De esta manera cumplió Éxodo 12.3, donde se manda tomar el cordero pascual el día 10 del mes. Vemos en Juan 12 al verdadero Cordero de Dios “tomado” en el día décimo.

(g) Jesucristo:
Un séptimo cántaro

No sería apropiado terminar sin referirnos a otra tinaja, o vaso, que fue vaciada y luego llenada. No figura en la serie de seis que hemos estudiado, sino en Filipenses capítulo 2.

La humillación voluntaria de Cristo Jesús, desde la gloria hasta la cruz, se describe en siete pasos: no estimó ser igual a Dios como cosa a que aferrarse; se despojó a sí mismo; tomó forma de siervo; fue hecho semejante a los hombres; se humilló a sí mismo; se hizo obediente hasta la muerte; y muerte de cruz. “Se despojó a si mismo”, 2.7, se traduce se anonadó en algunas versiones de las Escrituras. O sea, se redujo a nada.

Fue necesario hacerlo para redimir al hombre caído. Pero la primera consecuencia es otra; a saber, Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra, 2.9.10.

El lenguaje en Romanos 14.11 es parecido pero diferente: “Ante mí se doblará toda rodilla, y toda lengua confesará a Dios”. Lo cierto es que lo celestial, terrena e infernal tendrá que reconocer la autoridad de Aquel que se despojó, se anonadó, y lo para la gloria de Dios Padre. Es tajante la orden del Espíritu Santo en Salmo 2.12: “Honrad al Hijo, para que no se enoje, y perezcáis en el camino”.

El  curso  de  un  alma  en  Juan  4

Sidney H.Pugh, Inglaterra

Believer’s Magazine, marzo 1931

Ver

Muchos años ya, y a muchos kilómetros de nuestras playas, una pequeña banda de varones ha podido ser divisada temprano una mañana de primavera al salir de viaje. Van a pie, y al caminar prestan cuidadosa atención a Uno que parece ser tanto líder como maestro. Su vestimenta no indica nada de prestigio ni rango eclesiástico, pero sus palabras tienen peso y penetran. Es hábil en ilustrar sus mensajes, encontrando lecciones en la naturaleza y el quehacer diario; se ha dicho que saca sermones hasta de las piedras.

A medida que el sol se levanta en el cielo y el calor se hace algo opresivo, la conversación se mengua, ya que todos sienten lo pesado de la marcha y el líder en particular se está cansando. Llegan a un pueblo a mediodía y se alegran al ver que hay un lugar al lado del pozo comunitario donde pueden reposar bajo árboles, sentados sobre grandes piedras. Aquí el líder se acuesta en un banco de piedra, algo agotado ya, y al cabo de pocos minutos los demás le dejan mientras van a comprar una merienda en el comercio. Nos extraña que ni uno solo de ellos se haya quedado con el Maestro, pero pronto aprendemos que hay un plan divino detrás de esa soledad.

Ya no mero que los hombres se han ido, se oyen otros pasos que se acercan. Son de una mujer, quien está sola y lleva un cántaro sobre la cabeza. Es extraño que venga a esta hora, pero quiere sacar agua del pozo.

Si yo tuviera la habilidad de pintor, presentaría el cuadro de un olivar, piedras antiguas y lisas a la boca del pozo, el banco rústico y una mujer parada en el fondo, sospechosa y obviamente queriendo guardar distancia de ese desconocido.

Pondría como título: Contacto; si usted quiere un subtítulo, sería El buscador y la buscada.

Es que el que estaba reposando al lado del pozo era ningún otro que el Señor de Gloria quien dejó los atrios del cielo para traer la bendición divina a tristes hombres y mujeres afligidos por el pecado, y aquella que está parada allí, sin que ella lo sepa aún, es una a quien Él vino a buscar y a salvar.

La manera sabia y tierna en que atrae a esa mujer de las sendas del pecado a la conocimiento de él, y el maravilloso desarrollo de su alma a medida que ella avanza paso por paso, hasta que la revelación de Dios mismo alumbra su ser, es una historia que ha emocionado al pueblo de Dios a lo largo de siglos.

Reseco, Él le pide de beber del agua fría y refrescante del pozo, pero su solicitud tan sólo provoca una manifestación de la actitud que ella tiene hacia Él. Es una de agresividad, de abierta contienda. Ella comparte los celos infantiles y el odio que existían entre los samaritanos y los judíos. Para ella, no es más que un despreciable judío.

Su rechazo de aquella solicitud hace resaltar la gracia del corazón de aquel varón. Dice, en efecto: “Le he pedido un regalo muy sencillo, y usted no ha respondido, pero ojalá supiera del gran regalo que Dios quiere dar; si sólo pudiera darse cuenta de que Él que se ha humillado al extremo de pedirle a usted un trago de agua es el mismo Señor de Gloria que ha venido para traer a los hombres el regalo de Dios, entonces usted le hubiera pedido de Él, ¡y Él le hubiera dado agua viva!”

Estamos ante una figura hermosa de la salvación de Dios: agua fresca de una fuente en una tierra reseca; vida divina, amor y libertad que emanan en el alma que ha conocida la sequía del mundo y el fastidio del pecado.

Sus palabras inesperadas sorprenden a la mujer. Ella renuncia el antagonismo y siente una gran curiosidad, acompañada de un marcado sentido de respeto. Se dirige a Él como Señor (kurios). Debía ser una gran personaje, posiblemente aun mayor que nuestro héroe ancestral, Jacob. ¿Pero cómo puede dar agua, cuando no tiene con qué sacarla y el pozo es hondo (45 metros, según se dice)?

Su sorpresa le da la oportunidad de contrastar la bendición que Dios ofrece con lo mejor que el mundo puede dar. Los placeres del mundo, pecaminosos o no, son efímeros y pronto pasan. No pueden dar una satisfacción duradera. Pero la bendición que Dios da es perenne, de satisfacción duradera, eterna. “El que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás”.

Su atención es intensa; en su corazón hay ahora un conflicto. Invo-luntariamente, asume el lugar de suplicante: “Deme”, exclama. “¡Deme esa agua viva!” Ella había bebido ampliamente de los placeres mundanos y sabía que faltaban cuando más los quería. Había buscado la felicidad y encontrado la falacia. Y ahora un maravilloso Desconocido ha venido a su encuentro; sus palabras han despertado nuevos deseos en su corazón.

Él, el Dador divino, le ha ofrecido la mayor de las bendiciones, y ella responde con el clamor: “¡Deme esa agua viva!” ¿Qué más se necesita? ¿Por qué no lo hace de una vez? ¡Ah! es que hay un obstáculo. Antes de que el corazón humano pueda recibir el don de Dios, ese obstáculo debe ser quitado. Se llama el pecado. Todo pecado debe ser sacado a la luz y condenado, antes de que Dios pueda dar su agua viva.

Con la habilidad inequívoca de un cirujano altamente capacitado, Él pone su dedo sobre la llaga en la vida de esa mujer, y con unas pocas palabras penetrantes pone delante de su consciencia toda la historia negra de su gratificación propia y pecado.

Mientras escucha, la flecha de convicción alcanza su corazón. “Percibo”, dice, “que usted es un profeta”. Siente que Dios le ha hablado por medio del Desconocido al lado del pozo, dejando expuesta toda la pecaminosidad de su vida. ¿Qué puede hacer? ¿Hay algo que puede ofrecer a Dios para limpiar el expediente? Sí, por extraño que parezca, esta mujer tiene su religión. Ha adorado a Dios en el monte Gerizim, un lugar de renombrada antigüedad, el santuario de mayor tradición en Palestina. Ella habla de esto al Desconocido y saca para debate la controversia con los judíos sobre dónde uno debe adorar.

Muy cortésmente Él responde a sus dificultades. Sin duda el sistema judío fue ordenado de Dios, pero todo rito terrenal estaba por desaparecer. El énfasis ahora no es el lugar de la adoración sino la Persona a ser adorada – el Padre revelado en su Hijo unigénito.

Estas palabras producen el colapso de todo el andamiaje en que confiaba su alma. Su religión era vana. Había confiado en un apoyo podrido y ahora que lo pone a prueba, no resiste. ¿Y no hay muchos en el día de hoy que cometen el mismo error? Cierta mujer cristiana le ofreció a un sacerdote de Roma un librito evangélico, y él lo rehusó, protestando: “Tengo mi religión”. Respetuosamente ella respondió: “Y yo tengo a Cristo”. Aquellas palabras entraron como un dardo en el alma de aquel señor y resultaron ser el primer paso en la convicción que condujo a su confesión de Jesús como Salvador.

Grande fue el cambio que unos pocos minutos de conversación obraron en esta mujer; el desdén y la curiosidad parecía cosa del pasado. Allí está con un gran conflicto en el alma, un anhelo por la bendición que le ha sido ofrecida, su vida de pecado consumiendo su consciencia y su religión en añicos a sus pies. ¿Qué remedio habrá?

Hay uno solo. Ella ha oído del Mesías prometido; los profetas habían hablado de esa Persona maravillosa que Dios iba a enviar. Cuando venga, va a suprimir todo lo malo, explicar todos los misterios, eliminar toda la tristeza, traer paz al perturbado, fuerza para el débil y perdón para el penitente. Es su único recurso; sólo el prometido Cristo de Dios puede suplir lo que ella necesita.

Y en ese momento de desespero el Visitante celestial se revela: “Yo soy, el que habla contigo”.

El destello de revelación ilumina el alma de la pobre mujer y trae paz, gozo y bendición a su corazón. Esta es una auténtica conversión. Es la recepción de corazón del Señor Jesucristo y la relación personal, íntima con Él. Llena de su gozo recién encontrado, ella se apresura a volver a casa para contar su maravillosa experiencia a los vecinos. Tan así ha captado el Espíritu del Maestro que su primera palabra de testimonio es la que siempre estaba en los labios de Aquel: “Ven a mí” decía el Salvador de pecadores. Ella por su parte clama: “Ven a ver”. A ver a Uno que me contó todo lo que he hecho. “¿No es este el Cristo?” Lo era; lo es.

Ella entonces llega a dar una contundente confesión  de su Nombre. Muchos creyeron en Él por las palabras de ella, y como todo verdadero evangelista ella se contentaría sobremanera al oírles decir: “Ya no creemos solamente por tu dicho, porque nosotros mismos hemos oído, y sabemos que verdaderamente éste es el Salvador del mundo, el Cristo”.

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