Pablo (#442)

Héctor Alves

 

James (Santiago)  Walmsley

 

 

                             Pablo

 

Héctor Alves

 

Nuestro Señor Jesucristo aparte, el apóstol Pablo es el hombre más sobresaliente en el Nuevo Testamento. Su nombre se encuentra aproximadamente cien veces desde el libro de Hechos hasta la segunda epístola de Pedro. Pablo era de personalidad extraordinaria: audaz pero humilde, amado pero aborrecido, y sobre todo, enteramente dedicado a la causa de Cristo. Es evidente que esta grandeza se debía a la influencia de Aquel a quien Saulo de Tarso se dirigió en el camino a Damasco: “¿Quién eres, Señor?” Se puede decir que el lema de toda su vida como cristiano se encuentra en Gálatas 2.20: No vivo yo, mas vive Cristo en mí.

Entre la frase en Hechos 7.58, “un joven que se llamaba Saulo”, y la de Filemón versículo 9, “Pablo ya anciano”, hay un lapso de tal vez treinta años. Fue un período de servicio para Cristo sin paralelo, repleto de sufrimiento, adversidad y encarcelamiento. Pocas biografías ofrecen lectura más interesante que el relato inspirado de Pablo el apóstol a los gentiles, y en ese relato no hay exageración alguna. Exceptuando de nuevo a nuestro Señor, aprendemos más lecciones de este hombre que de cualquier otro en ambos Testamentos.

Nacido en Tarso —una ciudad no insignificante, según dijo él— era ciudadano romano y a la vez judío en toda la extensión del término, y aun de la tribu de Benjamín. Tenía todo el orgullo de la religión de los judíos, y se entregaba plenamente a promocionarla. No contamos con la historia de Pablo en los días cuando nuestro Señor estaba sobre la tierra, y él le vio tan sólo en aquella ocasión memorable en el camino a Damasco. En cuanto a sus años de inconverso, podemos afirmar solamente que gozaba de posición social, educación avanzada, dominio del Antiguo Testamento y reputación como hebreo sobresaliente. Era fariseo y contaba con capacidad de hacer carpas.

 

Pablo el perseguidor

… habiendo yo sido antes blasfemo, perseguidor e injuriador,
1 Timoteo 1.13.

Lucas cuenta que este hombre asolaba la Iglesia. Él mismo confirmó que perseguía sobremanera a la iglesia de Dios, y la asolaba, Gálatas 1.13. Saulo de Tarso, fariseo que era, odiaba el nombre de Jesús de Nazaret. Al dar su testimonio a Agripa, dijo que encerraba en cárceles a muchos evangélicos, y cuando los mataban, daba su voto a favor. Los forzaba a blasfemar en las sinagogas, y enfurecido los seguía hasta otras ciudades; Hechos 26.10,11. Así era este hombre.

Este celo le puso en la mira de los principales sacerdotes y probablemente le dio la prominencia que gozaba. Lo cierto es que fue por esto que se le encomendó el operativo en Damasco. Pero, en vez de resultar en más mártires, el proyecto terminó en la conversión del responsable.

Los detalles de su conversión se dan en tres relatos, el primero de parte de Lucas en Hechos 9, el segundo por Pablo mismo en el capítulo 22 y el tercero cuando tuvo el privilegio de contarlo a Agripa en el capítulo 26. Hay diferencias entre las narraciones pero no hay contradicciones.

El viaje de Jerusalén en Judea a Damasco en Siria le ocuparía tal vez seis días. En aquellos 250 kilómetros habrá planificado con esmero su método de ataque, cartas de autorización guardadas cuidadosamente en su ropa o equipaje. Estaría confiado en realizar todo con éxito, presto a descargar la bilis. Podemos estar seguros que jamás esperaba intervención de lo alto. Pero repentinamente, a mediodía, cerca de Damasco, vio una luz que sobrepasaba el resplandor del sol.

Todos conocemos la historia: Pablo contaba con un tiempo cuándo, un lugar dónde, y una manera cómo fue salvo. Pasó de muerte a vida; fue hecho nueva creación en Cristo Jesús. La suya fue uno de muchos ejemplos de una conversión repentina.

Sería difícil exagerar la magnitud del cambio operado en su ser. Allí mismo en el suelo, aprendió cuán dura cosa es golpear contra el aguijón divino. Supo que había estado persiguiendo a Jesús más que a su pueblo.

De inmediato su ¿Quién eres? fue seguido por ¿Qué quieres? Ya fue servidor de Aquel que antes despreciaba. En vez de entrar en la ciudad cual pretencioso fariseo, entró mansamente, ciego y conducido de la mano. Poco después, su vista restaurada, él posó unos días con los creyentes en Damasco —aquéllos mismos que había venido a perseguir— y en seguida predicó en la sinagoga que Cristo es el Hijo de Dios; Hechos 9.19,20.

Podemos afirmar que desde ahí en adelante el corazón de Cristo latía en el pecho de Saulo de Tarso y la mente de Cristo dirigía sus pasos. “Ay de mí”, decía, “si no anunciare el evangelio”. Su conversión muestra lo que el Señor puede hacer con una persona, como-quiera que haya sido su vida.

 

Pablo el patrón

Fui recibido … para ejemplo de los que habían de creer, 1 Timoteo 1.16.

Después de su conversión Pablo pasó por un período de preparación para la gran obra que el Señor tenía para él. Era joven —tal vez de unos treinta y tres años— y lleno de celo; conocía las Escrituras y había recibido buena educación de Gamaliel. Pero todo esto no bastó. De ninguna manera despreciamos estas cualidades, ya que sabemos que la Cabeza de la Iglesia utiliza dones naturales y adquiridos. Sin embargo, la obra del Señor exige más que habilidad, y a la vez muchos han sido los hombres sin letras y del vulgo, Hechos 4.13, que Dios ha usado poderosamente.

Posiblemente Pablo pensaba que saldría de una vez en su gran cometido, revelado a través de Ananías: “Instrumento escogido me es éste, para llevar mi nombre en presencia de los gentiles, y de reyes, y de los hijos de Israel”. Él ha podido dar por entendido que ya estaba debidamente equipado, y quién sabe si en esos días nunca pensó que pasarían años antes de realizar la obra anunciada cuando fue salvado y bautizado. Así que, comenzó en Damasco, donde Dios le había salvado. En esto es patrón para el nuevo creyente y futuro evangelista.

Predicó con cierta medida de éxito en aquella ciudad, y luego fue a Arabia, enfatizando en Gálatas 1.17 que esto fue en vez de la posibilidad de ir primeramente a la metrópoli de Jerusalén donde estaban los demás apóstoles. Ha habido mucha discusión sobre cuánto tiempo estuvo en Arabia, una etapa en su vida que se menciona solamente en Gálatas. Las Escrituras no dicen que estuvo tres años en el desierto; interpretamos de Hechos 9 que fue por un período corto.

Algunos opinan que huía de la persecución y otros que fue para predicar el Evangelio. Creemos más bien que Saulo quiso estar a solas con Dios, y que fue en esta ocasión que recibió las verdades que iba a predicar posteriormente. Estas, afirmó en Gálatas 1.12, no las recibió ni las aprendió de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo.

Tres años después de su conversión, él pasó quince días en Jerusalén con el fin principal de conocer a Pedro. ¡Dos semanas con el más prominente de los doce que habían estado en casi constante contacto con el Hijo de Dios durante su ministerio terrenal! Cuán provechosa habrá sido para Saulo de Tarso esa visita, deseoso él de saber más acerca de su Señor. ¡Cuántas preguntas! De qué hablaron, no sabemos, pero bien podemos pensar que Pedro habrá relatado sus experiencias con Jesús de Nazaret.

En todo esto tenemos un ejemplo para aquellos que desean ocuparse en la obra del Señor de una u otra manera: comenzar su evangelización “en casa”, dedicar tiempo a la meditación a solas y aprender de aquellos que han tenido experiencia en los caminos del Señor.

Después de la visita con Pedro (y Jacobo) este siervo viajó a Siria y Cilicia (sin que Judea supiese) y trabajó una vez más en territorio nuevo.

Vemos en sus Epístolas que Pablo era también un patrón en cuanto a las experiencias cristianas. Era débil donde somos débiles, perplejo como nos encontramos perplejos, fortalecido así como podemos ser fortalecidos. “Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo”,
1 Corintios 11.1. “Hermanos, sed imitadores de mí”, Filipenses 3.17. ¿Imitarle en qué? “A fin de conocerle, y el poder de su resurrección”, había dicho en el 3.10. No una resurrección futura, sino una nueva vida presente, andando como uno resucitado. “Prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios”.

En Romanos 7.18,19 le encontramos cual patrón en los conflictos de la vida: “El querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. No hago el bien que quiero”. Pero tenemos que continuar hasta su triunfo al final de aquel capítulo: “Gracias a Dios, por Jesucristo Señor nuestro”.

Terminamos esta sección con una consideración de Pablo como patrón en su perspectiva. “Me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día, y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida”, 2 Timoteo 4.8. Esta es otra de varias maneras en que Pablo es “ejemplo a los que han de creer en [Jesucristo] para vida eterna”. A nosotros, por cierto.

 

Pablo el predicador

… el evangelio que habéis oído … del cual yo Pablo fui hecho ministro, Colosenses 1.23

En Colosenses 1 Pablo cuenta del doble ministerio que recibió del Señor: heraldo (1) del evangelio y (2) de los misterios, “según la administración de Dios que me fue dada para con vosotros, para que anuncie cumplidamente la palabra”.

Él recibió cada nombramiento por revelación. “Os hago saber, hermanos, que el evangelio anunciado por mí, no es según hombre; pues yo ni lo recibí ni lo aprendí de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo”, Gálatas 1.11,12. Diría luego: “He enseñado lo que asimismo recibí”, 1 Corintios 15.3, y fue “conforme a las Escrituras”.

Uno pensaría que era incansable en sus labores: “Desde Jerusalén [en Palestina], y por los alrededores hasta Ilírico [al norte de Grecia], todo lo he llenado del evangelio de Cristo”.  Apedreado y encarcelado, estimaba que era deudor, “a griegos [gentiles] y a no griegos [judíos], a sabios y a no sabios”, Romanos 15.19, 1.14. “… anunciamos, amonestando a todo hombre, y ense-ñando a todo hombre en toda sabiduría, a fin de presentar perfecto en Cristo Jesús a todo hombre”, Colosenses 1.28.

Cuán evidente era, entonces, lo que declaró este gran hombre: “No me avergüenzo del evangelio”.

Pero no sólo era evangelista en el sentido que entendemos la palabra. Él divulgó también el misterio que había estado oculto desde los siglos y edades. Fue mayormente en sus epístolas a los efesios y los corintios que nos comunicó este misterio —o sea, una verdad que Dios no había revelado en el Antiguo Testamento— tocante a la Iglesia. En Efesios 3 habla de “que por revelación me fue declarado el misterio … que los gentiles son coherederos y miembros del mismo cuerpo, y copartícipes de la promesa en Cristo Jesús por medio del evangelio”. En Corintios, por supuesto, encontramos enseñanza de valor incalculable sobre la iglesia en su aspecto local, lo que comúnmente llamamos por otra palabra que quiere decir lo mismo: la asamblea.

Pablo llamaba esto su depósito, e instó a Timoteo a guardarlo
y encomendarlo a otros.

Los temas de su ministerio abarcaron el período desde la ascensión del Señor del monte de los Olivos hasta su venida al aire para recibir a los suyos. Pablo pasa por encima varios acontecimientos que tendrán lugar después del rapto de la Iglesia, procediendo él directamente al reino milenario de Cristo. Su enfoque principal es la dispensación actual de la Iglesia, el rapto y el tribunal de Cristo. Mucha de su profecía se extiende sólo hasta lo que sucederá inmediatamente después de los últimos días de esta presente época de la gracia.

Los predicadores de estos días harían bien en imitar a Pablo.
Él predicó un evangelio completo, pero a la vez pudo decir ante los ancianos de Éfeso que no se había retraído de declararles todo el consejo de Dios; Hechos 20.27.

 

Pablo el profeta

El Espíritu dice claramente que en los postreros tiempos …1 Timoteo 4.1

Los pronunciamientos proféticos de Pablo, de los cuales hay muchos, abarcan esta  dispensación de la gracia que está en curso (especialmente los postreros tiempos de ella); el período conocido como la semana 70 de Daniel; el día de Cristo; el día del Señor; y el estado eterno. Le fueron reveladas cosas ocultas desde los siglos y las edades, como expresó en Colosenses 1.26, y en especial lo relacionado con la Iglesia.

Notemos brevemente algunas profecías suyas en relación con la dispensación en la cual vivimos. Grande hubiera sido nuestra pérdida si él no las hubiera comunicado y si Lucas, principalmente, no las hubiera registrado.

Una de sus advertencias más destacadas es la de Hechos 20.29,30, donde advierte a los ancianos de Éfeso: “Entrarán en medio de vosotros lobos rapaces … y de vosotros mismos se levantarán hombres que hablen cosas perversas…”

Parece que su mensaje caló, ya que años después el Señor diría a través de Juan, cuando escribió a Éfeso desde Patmos: “No puedes soportar a los malos, y has probado a los que se dicen ser apóstoles,
y no lo son”. La profecía de Pablo se cumplió aun en ese entonces,
y Éfeso respondió al reto.

Otra profecía paulina es la que comenzamos a citar arriba: “En los postreros tiempos algunos apostatarán de la fe, escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios …” Dice aquí algo que sabemos aplica a toda profecía suya; a saber, que el Espíritu Santo está hablando por intermedio de él. La expresión postreros tiempos se refiere a los años finales de la cristiandad profesante, mientras la Iglesia todavía esté sobre la tierra como testimonio. Así también
2 Timoteo 3.1: “En los postreros días vendrán tiempos peligrosos. Habrá hombres amadores de sí mismos …”

Pablo no era ningún profeta falso; está a la vista hoy por hoy el cumplimiento de este anuncio. Es para nosotros, tanto o más que para Timoteo, lo que le exigió a su hijo en la fe (con otra profecía, por cierto): “Te encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo, que juzgará a los vivos y los muertos en su manifestación y reino: (1) que prediques la palabra, (2) que instes a tiempo y fuera de tiempo,
(3) redarguye, (4) reprende, (5) exhorta”. ¡Y que lo hagamos con toda paciencia y doctrina! Con razón Judas nos exhorta a contender ardientemente por la fe una vez dada a los santos.

Sepamos, que la profecía que sigue en 2 Timoteo 4 es: “Vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina”

Deben interesarnos también las profecías sobre los “días”.

En cuanto al día de Cristo, una gran parte de lo que nos ha sido revelado fue comunicado a través de este apóstol:

> … que nada os falte en ningún don, esperando la manifestación de nuestro Señor Jesucristo; el cual también os confirmará hasta el fin, para que seáis irreprensibles
en el día de nuestro Señor Jesucristo, 1 Corintios 1.7,8

> Somos vuestra gloria, así como también vosotros la nuestra,
para el día del Señor Jesús, 2 Corintios 1.14

> … para que en el día de Cristo yo pueda gloriarme de que no he corrido en vano, Filipenses 2.16

El día de Cristo se refiere al período para el hijo de Dios que seguirá al rapto (la venida del Señor al aire), antes que comience el día del Señor. Los acontecimientos del día de Cristo tendrán lugar en el cielo, e incluyen el tribunal de Cristo y las bodas del Cordero. Se ve que Pablo tenía en mente constantemente esta verdad de la venida del Señor por nosotros y el tribunal de Cristo. Seamos imitadores de él en esto también.

En cuanto al día del Señor, escribe: “No os dejéis mover fácilmente … en el sentido que el día del Señor se acerca”, 2 Tesalonicenses 2.2. [mejor: “como si … estuviese inmediato”]. Pablo prosigue con una exposición sobre el hombre de pecado, el hijo de perdición, y la apostasía relacionada con su influencia. Y, como en tantas instancias, hay una exhortación vinculada con la profecía: “Estad firmes, y retened la doctrina que habéis aprendido”.

En 1 Corintios 15.24 al 28 Pablo nos conduce a lo que su colega, Pedro, llama el día de Dios; a saber, el estado eterno. Explica que vendrá el fin, todo subyugado ya, Cristo entregará el reino al Dios y Padre. Y así la exhortación al final del capítulo: mientras tanto, “estad firmes, y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano”.  El otro apóstol iba a hacer lo mismo; habiendo mencionado el día de Dios, él exhorta: “Estando en espera de estas cosas, procurad con diligencia ser hallados por él sin mancha e irreprensibles, en paz”, 2 Pedro 3.14.

Es evidente que la profecía debe impactar sobre nuestras vidas. ¿No es cierto que habría menos alejamiento de los caminos justos del Señor si la iglesia profesante prestara más atención a lo que Pablo dijo acerca de su rumbo? ¿No es cierto que la doctrina de los apóstoles encierre lo que la Iglesia es, lo que nosotros debemos ser, y lo que vendrá? El tribunal de Cristo, por ejemplo, es tema profético, pero debe ser tema que dirija nuestros pasos ahora, día a día.

Pablo el prisionero

Yo Pablo, prisionero de Cristo Jesús por vosotros los gentiles, Efesios 3.1

No le vendría como sorpresa a Pablo tener que pasar sus últimos años como preso. Había dicho en la playa de Mileto que viajaba a Jerusalén ligado en espíritu, sin saber qué le iba a acontecer, salvo que el Espíritu Santo daba testimonio de que le esperaban prisiones y tribulaciones. En el capítulo siguiente, Hechos 21, agrega que estaba dispuesto no sólo a ser atado, mas aun a morir en Jerusalén por el nombre del Señor Jesús.

Lucas relata el viaje arriesgado a Italia, añadiendo: “Cuando llegamos a Roma … a Pablo se le permitió vivir aparte, con un soldado que le custodiase”. Por dos años vivió con casa por cárcel, Hechos 28.30, recibiendo visitas.

Posteriormente, gozó de libertad. Fue encarcelado de nuevo,
y encadenado, de veras ahora un prisionero a causa del evangelio. Pero era embajador en cadenas, Efesios 6.20, permitido a escribir
y conversar el evangelio.

Su vida tan esforzada no terminó al ser encarcelado. Diríamos que había ganado derecho al descanso, habiendo dedicado veinte años a servir en su espíritu en el evangelio del Hijo de Dios, al decir de Romanos 1.11, empeñado siempre en buscar “más campo”, al decir de Romanos 15.23. Pero para él esto no bastó.

Su modo de ser se había manifestado, por ejemplo, cuando esperaba a Silas y Timoteo en Atenas. Viendo la idolatría de aquella gente, aprovechó la oportunidad en el Areópago y comenzó su prédica al aire libre con las palabras: “Varones atenienses, en todo observo que sois muy religiosos. Al que vosotros adoráis, pues, sin conocerle, es a quien yo os anuncio”.

En sus años de detención Pablo testificó ante gobernadores y reyes. Escribió cinco Epístolas por lo menos: Filipenses, Efesios, Colosenses, Filemón y 2 Timoteo. Probablemente redactó 1 Timoteo y Tito entre sus dos (¿o más?) encarcelamientos, como también la Epístola a los Hebreos, si es que Pablo la escribió.

No le encontramos deprimido, ni con mente inactiva. Él proclamó el reino de Dios y enseñó acerca del Señor Jesucristo, Hechos 28.31. Su casa, y aun su calabozo, fueron focos de actividad.

Se entregó a la oración. Por ejemplo:

> … siempre en todas mis oraciones rogando con gozo por todos vosotros, Filipenses 1.4

> No ceso de dar gracias por vosotros, haciendo memoria de vosotros en mis oraciones, Efesios 1.16

> Siempre orando por vosotros, damos gracias a Dios, Colosenses 1.3

> Doy gracias a mi Dios, haciendo siempre memoria de ti en mis oraciones, Filemón 4

> Sin cesar me acuerdo de ti en mis oraciones noche y día, 2 Timoteo 1.3

Entre sus visitantes al final en Roma figuraron Lucas, Tíquico y Onesíforo. Le refrescaron, dijo él, y no se avergonzaron de sus cadenas. De que la soledad le pesaba, no lo dudemos: “Sólo Lucas está conmigo … Procura venir”. El frío le perjudicó, como también la falta de lectura de las Escrituras: “Trae, cuando vengas, el capote … y los libros, mayormente los pergaminos”.

Leemos en Life and Epistles of Paul, por los señores Coneybeare y Howson:  “No sabemos si Timoteo pudo complacer al apóstol moribundo; es dudoso que haya llegado a Roma a tiempo para recibir las últimas exhortaciones y animar a Pablo en sus padecimientos al final … Sólo podemos esperar que sus últimas solicitudes hayan sido atendidas. Pero, si Timoteo logró alcanzar la celda antes de la postrimería, habrá podido pasar muy poco tiempo con su mentor. La carta con su “Procura venir antes del invierno”, no ha podido ser despachada de Roma antes de terminar el invierno, y el martirio del gran hombre se realizó a mediados del verano”.

Hay otro comentario paulino que merece nuestra atención aquí: “Saluda a Prisca y Aquila”, 2 Timoteo 4.19. El último de sus saludos fue enviado a este loable matrimonio con quienes había vivido en Corinto unos doce años antes. Él no se olvidó de la estrecha amistad formada en aquella ocasión, ni de lo que hicieron por él. En alguna ocasión expusieron su vida por el gran pionero evangélico, y no sólo él daba gracias, sino también todas las asambleas locales de los gentiles; Romanos 16.3,4.

Todos los que estaban en la provincia de Asia le abandonaron a la postre, 2 Timoteo 1.15. Demas le desamparó; Alejandro le había causado muchos males. Pero Aquila y Priscila fueron fieles hasta el fin, y Pablo, en medio de toda la adversidad propia, no fue injusto para olvidar su obra y trabajo de amor.

Su fin fue triunfante. “Padezco esto; pero no me avergüenzo, porque yo sé a quién he creído, y estoy seguro que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día. Ya estoy para ser sacrificado, y el tiempo de mi partida está cercano. He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe”, 2 Timoteo 1.12, 4.6,7.

Los historiadores nos relatan: “El juicio terminado, Pablo fue sentenciado a muerte y entregado al verdugo. Fue conducido fuera de la ciudad, seguido por una muchedumbre de vagos. Al llegar al funesto lugar señalado, se puso de rodillas. El hacha, brillando en el sol, hizo lo suyo. La cabeza rodó en el suelo”.

Pero, le había sido guardada una corona de justicia, la cual el Juez justo le va a dar en “aquel día”.

 

 

sigue

 

 

 

 

 

 

 

 

James (Santiago) Walmsley; ligeramente modificado

 

 

Conversión

Antioquía, Bernabé y Juan Marcos

Recomendación a  la obra del Señor

Aprobado

Grandes cosas hechas por Dios

El constituir ancianos

Antioquía y Jerusalén

Distinción

Asia y Europa

Conversiones y cárceles

Tribulaciones y trastornos

Experiencias y epístolas

Gálatas: reuniones y decisiones

Idolatría e indiferencia

Viajes y mudanzas

“En nada menos que los grandes apóstoles”

Proyectos y peligros

Responsabilidad y fidelidad

Tribulaciones y testimonios


Conversión

Nos impresiona siempre la brevedad con que Dios nos relata los grandes acontecimientos tanto de los siglos como también de la vida de sus siervos. Ajeno a la Palabra de Dios está el espíritu del siglo 20 que con mucho alarde engrandece a ciertos hombres. Es refrescante volver a la Palabra y encontrar que ha habido hombres escogidos por Dios, como Pablo que, sin exaltarse a sí mismos, han dejado huellas indelebles para la gloria de Dios. No dudamos que Dios tiene todavía sus verdaderos siervos que humildemente le sirven en Espíritu y en verdad, cuyos nombres permanecen desconocidos en el mundo, pero que serán revelados en el tribunal de Cristo.

Saulo consintió en la muerte de Esteban guardando las ropas de los testigos que le apedreaban. En su religión aventajaba a los de su nación e iba a la vanguardia de los que perseguían a la iglesia. En su furor contra los de ese “camino” les perseguía casa por casa, y arrastrando a hombres y a mujeres les entregaba a prisiones. En las sinagogas les castigaba, obligándoles a blasfemar, y no satisfecho con lo que hacía en su propia nación él comenzó una campaña de persecución dirigida contra los judíos creyentes, residentes en ciudades extranjeras. Viajó a Damasco a fin de traer de allí algunos para que fuesen castigados en Jerusalén.

En camino a Damasco, Saulo, blasfemo, perseguidor e injuriador, primero de los pecadores, encontró al Señor Jesús. Cerca a Damasco, a pleno mediodía, humillado en el polvo del camino, enceguecido por una gloria más brillante que la del sol y convicto de su grande equivocación, Saulo fue recibido a misericordia. Aceptó como su Señor a “aquel Jesús” y comenzó una trayectoria que se caracterizó por la pregunta, ¿Qué quieres que yo haga? Bienaventurado todo humilde siervo de Cristo que, con “ojo bueno” y lleno de luz, sólo se preocupa por saber y hacer la vo­luntad de su Señor.

Llevado ciego a la ciudad, Saulo pasó tres días sin ver y sin comer ni tomar agua. Dedicó ese tiempo a la oración y vio la primera de muchas visiones. Después entró Ananías y, cumpliendo con lo que se le había mandado, restauró la vista a Saulo, quien fue bautizado y permaneció por algunos días en Damasco donde comenzó a predi­car a Cristo en las sinagogas.

Hechos 9:19‑22 relata las prime­ras experiencias de Saulo en la ciudad de Damasco por un perío­do de “algunos días”. Versículo 23 comienza con la expresión “pasa­dos muchos días …” y lo que si­gue se refiere a una segunda visi­ta de Saulo a la ciudad de Damas­co, unos tres años posterior a la primera visita, Gálatas 1:17‑18. La experiencia relatada en 2 Corintios 11: 32‑33 se refiere a esta misma oca­sión. Escapando de Damasco, Sau­lo se dirigió a Jerusalén donde Ber­nabé le presentó a los apóstoles Pedro y Jacobo. Él permaneció unos quince días con Pedro en Je­rusalén, entrando y saliendo con los discípulos y hablando en el nombre del Señor, Hechos 9:27‑28 y Gálatas 1:18‑19. Como conse­cuencia de sus disputas con los griegos ellos procuraban matarle. En estas circunstancias dos factores se combinaron para que Saulo abandonara la ciudad de Je­rusalén. Primero, mientras ora­ba en el templo le sobrevino un éxtasis y el Señor le mandó, “Da­te prisa, y sal prontamente de Jerusalén” y, segundo, los hermanos le llevaron a Cesarea y le envia­ron a Tarso. Vemos que concorda­ron la voluntad del Señor y el con­sejo de los hermanos. Hechos 22:17‑21, 9:30.

Saulo fue a las regiones de Siria y de Cilicia, Gálatas 1:21, y así pasa­ron unos años, hasta que él vuelve a aparecer en el capítulo 11 de Los Hechos. Acompañando a Bernabé, él ayudó, por espacio de un año, en la asamblea de Antioquía; de donde también fueron enviados, llevando socorro a los hermanos de Judea. Viajaron en tiempos pe­ligrosos cuando Herodes afligía a la iglesia, mató a espada a Jaco­bo y apresó a Pedro. Suelto, Pe­dro fue primero a la casa de María, madre de Juan Marcos, de donde mandó un recado al otro Jacobo y a los hermanos, y sin pararse allí se dirigió enseguida a un lugar no nombrado. Eran días cuando se ce­lebraba la fiesta de panes sin le­vadura, y sin duda el gran influjo de visitantes contribuyó a que Ber­nabé y Saulo llevaran a cabo su misión a los ancianos, sin que las autoridades se dieran cuenta de su breve visita, cumplida la cual, ellos volvieron de Jerusalén. En su re­greso llevaron consigo a Juan Mar­cos.

(1) La palabra ékstasis se en­cuentra en el Nuevo Testa­mento sólo en Marcos 5:42, 16:6, Lucas 5:26, Hechos 3:10, 10:10, 11:5, 22:17. Se ha traducido como espanto, es­pantarse, asombro, éxtasis. Cuando uno tuvo esa ex­periencia que llaman éxtasis ya no estaba conscien­te de lo que pasaba en su alrededor, sino que perci­bía solamente lo que se le comunicaba de parte de Dios. En otras circunstan­cias, como Marcos 5:42, se refiere al fuerte e impre­sionante sentido, ligado con sorpresa y miedo, de haber presenciado un milagro de Dios.

Antioquía, Bernabé y Juan Marcos

“No hay mal que por bien no venga”. El viejo refrán queda comprobado por la muerte de Esteban. Por su muerte queda dividi­do el libro de los Hechos, y ha seguido hasta el día de hoy la dise­minación del evangelio que tuvo comienzo posterior a ella. La muer­te del primer mártir de la iglesia, lejos de refrenar la obra de evan­gelización, resultó directamente en circunstancias que contribuyeron a su adelanto y a la fundación de la primera asamblea establecida en­tre los gentiles. Unos resultados inmediatos fueron: primero, que Felipe predicó a los samaritanos; segundo, que Saulo mismo fue al­canzado y salvado; y tercero, que la predicación del evangelio llegó a la ciudad de Antioquía. Es muy llamativa la manera cómo Lucas desarrolla su narración en forma tan sencilla y natural, pero colo­cando juntos los aspectos clave de la historia sagrada. Su recuento de la predicación de Pedro termina con la exclamación de los judíos, “¡De manera que también a los gentiles ha dado Dios arrepentimiento para vida!” Y de seguida nos cuenta de la predicación a los grie­gos en Antioquía.

Bernabé, aquel hijo de consola­ción, era natural de Chipre, Hechos 4:36. Su país natal fue el primero de ultramar que escuchase el evan­gelio predicado por labios crio­llos, Hechos 11:19,20. De los hom­bres chipriotas, intrépidos en el evangelio, llegaron algunos a Antioquía, “y la mano del Señor esta­ba con ellos, y gran número creyó y se convirtió al Señor”. “Llegó la noticia de estas cosas a oídos de la iglesia que estaba en Jerusalén; enviaron a Bernabé que fuese hasta Antioquía”. Fue en esa ocas­ión que Bernabé trajo a Pablo a Antioquía, donde permanecieron en­señando por todo un año.

Cuando el Espíritu Santo llamó a estos mismos en Hechos 13, ellos descend­ieron a Seleucia, y de allí pas­aron a Chipre. Años después cuand­o hubo una altercación entre ellos, Bernabé escogió como compañero de viaje a Juan Marcos y navegó a Chipre, Hechos 15:39. Cuánto se debió a él y a sus esfuerzos en la isla de Chipre no sabemos, pero es posible que sus fuertes sentimientos nacionalistas y familiares que en un principio resultaron en beneficio de la obra, sirvieran poste­riormente como estorbo.

Tocó a otro llevar lejos el evangelio de Jesucristo, llevándolo fuera de los confines circunscritos de un na­cionalismo fanático, como era lo de los judíos, y sin acepción de personalidades o de nacionalida­des, anunciarlo donde quiera y a quienes quiera que pudiese alcan­zar. Dijo ese gran apóstol a los gen­tiles: “Soy deudor a griegos y a no griegos, a sabios y a no sabios. Así que, en cuanto a mí, pronto es­toy a anunciaros el evangelio tam­bién a vosotros …” Parece que al­gunos se dejan dominar de inclinaciones nacionalistas que les limitan en sus actividades y actitu­des, cuando les sería preferible, como Pablo, estar dispuestos a pre­dicar el mundo entero. ¿Acaso ha salido de vosotros la Palabra de Dios, o sólo a vosotros ha llegado?

Juan Marcos, habiendo acompa­ñado a Bernabé y a Pablo en su regreso de Jerusalén, resolvió ir con ellos en su primer viaje misio­nero. Servía de ayudante (uperé­tes) para los apóstoles. Esta pa­labra no es lo mismo en su sentido como diácono (diákonos) o escla­vo (doúlos) u otras palabras pare­cidas a éstas. La palabra uperétes se aplica a alguno que, no siendo esclavo, servía en un puesto subordinado, sometién­dose a uno superior a él. Por lo re­gular la palabra uperétes se con­sidera como refiriéndose a un sier­vo en relación a su superior, diákonos a un siervo en relación a la obra que está desempeñando, y doúlos a un siervo en relación a un amo que tiene autoridad absoluta sobre él.

En dos ocasiones el após­tol Pablo usa la palabra uperétes al hablar de sí mismo en su servi­cio para el Señor, Hechos 26:16, 1 Corintios 4:1. La palabra diákonos se usa de Cristo en Romanos 15:6, de modo que no tiene el sentido tan limitado que se le da en círcu­los religiosos. También se aplica a Pablo en 1 Corintios 3:5, 2 Corintios 3:6, 6:4. Efesios 3:7, Colosenses 1:23,25. Doú­los, esclavo, es la designación que Pablo acepta con tanta frecuencia, y ésta es la palabra usada en la expresión, “siervo del Señor”, 2 Timoteo 2:24.

Juan Marcos no duró mucho tiem­po acompañando a los apóstoles, y en cuanto ellos abandonaron la isla de Chipre él los dejó. No se le puede atribuir motivos malos ni de cobardía, pues en su gira todavía no habían ellos encontrado ningu­na oposición violenta a la predica­ción. Según los cálculos de algu­nos habrían transcurrido unos cua­tro o cinco años desde el día cun­do Juan Marcos abandonó a Ber­nabé y a Pablo en Panfilia hasta el momento cuando se produjo entre estos dos ilustres campeones del evangelio aquella diferencia de opi­niones respecto a Juan Marcos, Hechos 15:37,38.

Después de tan­tos años Pablo conservaba una vi­va impresión de lo que significaba esa falta en un joven que estaba comenzando en la obra del Señor, y habrían de transcurrir unos quince o más años antes que Pablo escribiera, “Toma a Marcos y tráele contigo, porque me es útil para el ministerio”. Parece que algunos, como Juan Marcos, no han podido apreciar lo que significa andar con los siervos del Señor de mayor experiencia y someterse a ellos. No era preciso que Lucas nos descubriera la falta de Juan Marcos en todas sus implicaciones, ya que, habiéndose recuperado, él quedó perdonado por el apóstol Pablo, pero no dudamos que el que salió perdiendo en ese asunto era el mismo joven, Juan Marcos.

Recomendación a la obra del Señor

Según algunos cronistas, oscila entre ocho y nueve años el período desde la salvación de Saulo de Tarso hasta el día cuando el Espíritu Santo dijera: “Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado”. En el transcurso de esos años Saulo había predicado en Damasco, visitado a Arabia, pasado tiempo en las regiones de Siria y de Cilicia, llevado socorro a Jerusalén, y enseñado en Antioquía, donde se contaba entre los profetas y maestros.

Este hijo de la diáspora, nacido en Tarso de Cilicia, compañero de otros nacidos en el destierro, era uno, pero todavía no el principal, de los dos escogidos para emprender una obra de evangelización. El que dirigía y movía todo era el Espíritu Santo, quien hacía todo conforme a su propia voluntad, de modo que la nueva obra que se puso en marcha dependía de Jerusalén, aun cuando esta etapa de la obra se desarrollaba en plena comunión con Jerusalén y las demás iglesias.

El apóstol Pablo andaba por senderos muy apartados tanto de los conceptos equivocados del papado como de los errores del pastoreo independiente. La primera noticia que tenemos de él en Hechos capí­tulo 13 indica que trabajaba en plena comunión con otros, compar­tiendo con ellos su interés en la obra y manifestando la misma ab­negación y espíritu de oración. Se mantenía en condiciones de ser usado dónde, cuándo y comoquiera que el Espíritu le indicara, y en el momento de ser llamado para un servicio especial, Pablo no vaciló. El que no quiere perderlo todo por el Señor no es digno de la obra del Señor, Lucas 9:62, 18:28‑30, etc.

Pablo comenzó esta obra ocu­pando el lugar secundario, pero más adelante él llegó a ser el más nombrado. No es que buscaba nombramiento, mucho menos que lo buscara mediante artimañas y peleas. Más adelante en su carrera él pudo decir, “Por la gracia de Dios, soy lo que soy”. Sin embargo, en el desarrollo de esta parte de su historia, ni Pablo ni Bernabé se nombran siempre como primero o segundo, como si fuera asunto de establecer rango. Según merece el caso se cambia el orden de estos dos nombres como se puede aper­cibir muy bien tan sólo por compa­rar Hechos 15:2 con 15:12, etc. Se puede ver claramente que cuan­do hombres espirituales trabajan juntos no se preocupan por asun­tos de rango.

Como ya hemos indicado, la asamblea en Jerusalén no tenía so­beranía sobre la obra en Antioquía, aun cuando en un principio fueron ellos los interesados y quienes habían enviado a Bernabé a esa ciu­dad. La noción de “una iglesia ma­dre” queda enteramente ajena al Nuevo Testamento. Pero, queda igualmente descartada la noción opuesta de autonomía que, llevada a extremos, es el pretexto usado para que se ignoren mutuamente.

Los hermanos que llevaban la responsabilidad en la asamblea de Antioquía eran hermanos dotados de dones espirituales y que se de­dicaban a la obra del Señor. La pa­labra “ministrando” en el 13:2 es del verbo leitourgéo, que, además de aquí, se encuentra sólo en Romanos 15:27 y Hebreos; 10:11, pero los nombres leitourtgós y leitourgía ocurren con más frecuencia. Básicamente se refiere a cualquier servicio a favor del público o del Estado. Tales ser­vicios prestados incluían los de los sacerdotes, Lucas 1:23, y de los magistrados, Romanos 13:3‑6, etc. Con relación al servicio del creyen­te estas palabras hacen resaltar la dignidad de lo que se hace, como cuando se emplean tratando de las donaciones dadas para suplir las necesidades de otros, 2 Corintios 9:12; del sacrificio y servicio de fe, Filipenses 2:17,30; de servicio en el evange­lio, Romanos 15:16; y del uso debido de los dones de profecía y de enseñan­za, Hechos 13:2. Pero también se puede abarcar aquí la oración y el ayuno.

A la vez que los profetas y maes­tros de Antioquía ejercían sus do­nes, ellos estaban ayunando y pa­rece que estaban buscando la guía del Señor respecto al adelanto de la obra de evangelización. El Espí­ritu Santo intervino, indicando, po­siblemente por uno de los profe­tas, que Él quiso que Bernabé y Saulo fuesen separados para em­prender una nueva etapa de la obra. Esta revelación de la divina volun­tad les llevó a más ayunos y ora­ciones y después ellos dieron la indicación pública de que apoyaban a Bernabé y a Saulo en lo que ha venido a ser llamado “el primer via­je misionero”.

Su aprobación se hizo saber por la imposición de sus manos. Que este acto no impartió ni dones, ni capacidad, ni autori­zación se puede entender, tanto por lo que precede como por lo que sigue en la narración. Primero, se trata de hermanos ya reconocidos por sus labores y que se contaban entre los profetas y maestros. Segundo, no fueron llamados por la iglesia, ni constituidos por cartas de recomendación, sino llamados por el Espíritu Santo. Tercero, fue el Espíritu mismo el que los envió y que posteriormente les guió en su servicio. Cuarto, los demás hermanos responsables les impusie­ron las manos meramente como re­conocimiento público de plena co­munión, y después “los despidie­ron”. Las funciones de “la iglesia” se limitan aquí a reconocer la obra del Espíritu en capacitar, llamar y guiar a los siervos del Señor, y a respaldarles en la obra a que el Espíritu les ha llamado.

El mundo, acomplejado con ideas clericales, se opone violentamente a tales conceptos. Según muchos la única decisión que hay que respetarse es aquélla tomada por quienes ellos reconozcan, sea el colegio de cardenales, la junta pa­rroquial, algún comité, o aun una decisión propia de ellos mismos. De vez en cuando surge la cuestión de “autoridad” pero eso sólo con el fin de negarla a quienes se empeñan en levantar una obra con­forme “al modelo” delineado en las Escrituras. Los que, en su ser­vicio, han actuado en el temor del Señor, no echarán para atrás cuan­do les clasifican, como lo han he­cho, de ser ignorantes o parcializados.

Pablo, comentando sobre su au­toridad en servir al Señor, pues había los que la ponían en tela de duda, dijo que la tenía “… no de hombres, ni por hombre, sino por Jesucristo y por Dios el Padre …” Escogido junto con Bernabé y enviado por el Espíritu Santo, él puso en marcha una obra cuyas repercu­siones se sienten en el mundo has­ta el día de hoy.

Aprobado

Por lo regular los sectarios se oponen al uso de cartas de reco­mendación, diciendo que hay una sola referencia a ellas en el Nuevo Testamento. Para no obedecer al Señor uno se pone en apuros, pero su caso es peor si miente.

Dos palabras distintas se em­plean, refiriéndose a las cartas de recomendación. La primera es una palabra que ex­presa la idea de presentar una per­sona en el sentido de recomen­darla. La carta a los Romanos sir­vió también para que el apóstol presentara a la hermana Febe a los creyentes en Roma, véase el 16:1. Esta misma palabra, sunístemi, se encuentra en 2 Corintios 3:1 donde Pablo dice: “¿Comenza­mos otra vez a recomendarnos a nosotros mismos?”

En 1 Corintios 16:3 encontramos una idea muy distinta cuando Pablo escribe de “quienes hubiereis de­signado (o aprobado) por cartas”. La palabra dokimásete significa recomendar en el sentido de apro­bar. Pedro usa esta misma palabra en su primera epístola, 1:7, donde dice, “para que ‘sometida a prue­ba’ vuestra fe, mucho más precio­sa que el oro, el cual aunque pere­cedero se ‘prueba’ con fuego, etc.” Un metalúrgico entenderá exacta­mente lo que significa someter un metal, sea oro o sea lo que sea, a prueba de fuego. Habiendo pro­bado el metal en esta forma él puede recomendarlo para cierto trabajo. Esta palabra, cuando se refiere a ciertos hermanos, signi­fica que ellos han pasado por ciertas pruebas, y siendo hermanos ya probados son dignos de recomen­dación. Por ejemplo, Pablo habla de “nuestro hermano, cuya diligencia hemos ‘comprobado’ repe­tidas veces en muchas cosas”, 2 Corintios 8:22.

En este mismo sentido la primera carta de Pablo a los Corintios les puso a prueba como él dice en 2 Corintios 2:9. Les envió la carta para probar su fidelidad. Los ‘méritos’ de Timoteo se hicieron pa­tentes por los años que llevaba en el evangelio con Pablo el apóstol, Filipenses 2:22. La disensión en Corinto hizo resaltar a los hermanos apro­bados, 1 Corintios 11:19. La conserva­ción de los creyentes constituyó en sí una prueba de que los após­toles habían trabajado con la apro­bación divina, 2 Corintios 13:7. Uno que­da aprobado delante de Dios por su manera honesta de usarla Pala­bra de Dios, 2 Timoteo 2:15.

Pero, la palabra dokimásete se usa de los que se alaban a sí mismos,
2 Corintios 10:18. Algunos, en aquellos tiempos, al no granjearse las recomendaciones legítimas de sus contemporáneos, se dedicaban a recomendarse a sí mismos. Si algunos actuaban en esa forma cuando los apóstoles, otros po­drían hacer lo mismo hoy en día.

Las facilidades de la vida moder­na, tanto de transporte como de comunicación, etc., se prestan para que algunos hermanos viajen, prediquen, y ayuden en muchos lugares. Se aprecia siempre cualquie­ra ayuda prestada por hermanos competentes y espirituales que actúan en plena comunión, tanto con los ancianos de sus respectivas asambleas como en armonía con los hermanos en aquellos lugares a donde llegaran. Tales hermanos están prestando servicios espiri­tuales muy apreciados. Desgraciadamente no todos los casos son de esa índole. Desde un principio el apóstol Pablo supo apreciar la comunión de los que trabajaban en la obra del Señor. Aun cuando él y Bernabé fueron llamados por el Espíritu Santo, siempre apreciaron el respaldo de sus hermanos, como Lucas nos indica por la expresión “los despidieron”, Hechos 13:3. Y al comienzo de otro viaje, con Silas, dice, “encomendado por los hermanos”, 15:40.

Grandes cosas hechas por Dios

La narración de los capítulos 13 y 14 de Los Hechos ha venido a ser conocida como “el primer viaje mi­sionero”. Al volver Pablo y Berna­bé a Antioquía ellos contaron de las grandes cosas que había hecho Dios con ellos en las lejanas pro­vincias de Panfilia, Pisidia, Galacia y Licaonia, y también en la isla de Chipre. Su relato retrospectivo hizo resaltar lo maravilloso de todo lo que les había sucedido de modo que lo vieron como si Dios abriera, por ellos, la puerta de la fe a los gentiles. En ver su cumplida misión desde este punto de vista ellos tenían mucha razón, pero en realidad lo que ellos lograron fue como una etapa que se agregaba a las labores de Felipe en Samaria, de Pedro en predicar a Cornelio y de los chipriotas, quienes vieron es­tablecida en Antioquía la primera iglesia entre los gentiles. Por su­puesto, ellos no ignoraban nada de todo esto.

Siendo enviados por el Espíritu Santo, Pablo y sus compañeros re­corrieron siete ciudades en las cuales predicaron el evangelio. Son ellas las siguientes: Salamina, Pa­los, Perge, Antioquía en Pisidia, Iconio, Listra y Derbe. Hay otra ciu­dad que se nombra, pero no dice nada de haber ellos predicado en ella, y por lo tanto no la incluimos en la lista. Parece que los apósto­les descendieron a Atalia solamen­te para embarcarse con rumbo a Antioquía de donde habían sido en­comendados para la obra que habían cumplido.

El viaje realizado por los apósto­les les llevó primeramente a Chi­pre, país natal de Bernabé, de don­de pasaron a Asia, país natal de Pablo. Siendo ellos judíos, lograron predicar en las sinagogas de las ciudades a donde llegaron. El perío­do comprendido por los sucesos de capítulos 13 y 14, según la compu-tación de algunos, podía ser de cuatro o cinco años. Otros han calculado el tiempo en poco más de un año, o posiblemente dos años. Aun tomando en cuenta todos los factores que les favorecían, y per­mitiendo el máximo tiempo de cua­tro o cinco años (personalmente creemos que el viaje duró apro-ximadamente dos años) tenemos que quedarnos impresionados por lo que sufrieron y lo que lograron ha­cer. Vemos que en su recuento ante la iglesia de Antioquía ellos no exa­geraron cuando hablaron de “gran­des cosas” hechas por Dios.

La forma en que Lucas nos rela­ta los detalles de este viaje nos ayuda a comprender que es muy difícil avalorar, a base de cifras, la obra de aquellos que han sido llamados a servir al Señor en el evan­gelio. En ningún momento somos nosotros los jueces de nadie, ni nos toca avalorar nuestra propia obra. Tenemos que decir, como Pablo, “El que me juzga es el Señor”.

Eran propicias las circunstancias que rodearon su llegada a Salami­na. Andaba con ellos Juan Marcos; se encontraron en una ciudad en suelo amado por Bernabé, y donde, sin duda, el hecho de que él era criollo era factor favorable y que contribuyera a que la población les diera buena acogida. Como judíos, ellos aprovecharon las oportunida­des proporcionadas por las sinago­gas de la ciudad, donde parece que predicaron con toda libertad. Sin embargo, no se dice nada de bendi­ción en el evangelio, y Salamina no vuelve a ser nombrado en el Nuevo Testamento. ¡Así comenzó el pri­mer viaje misionero! No sabemos qué habrían dicho ellos si hubieran estado presentes hermanos como los que siempre están preguntando: “¿Han creído algunos?” Este humil­de principio, tan saludable para la carne, era el principio de una obra a que el Espíritu Santo les había llamado.

A pie atravesaron toda la isla hasta Pafos, un trío quizás descon­solado. En la segunda ciudad que visitaron en su gira les esperaba oposición en la forma de resisten­cia a la Palabra. Elimas, judío y fal­so profeta, procuró apartar de la fe al procónsul Sergio Paulo. Pese a sus esfuerzos, el procónsul creyó, pero esta es la única cosa que se cuenta de la visita a Pafos. Cosas peores les esperaban en Perge, pues de allí Juan Marcos, apartán­dose de ellos, volvió a Jerusalén. El hecho de que Pablo y Bernabé prosiguieron firmes en su camino dice mucho acerca del temple de estos caudillos del evangelio. Ya habían visitado tres ciudades sin lograr mayor cosa, habían sufrido la primera de muchas oposiciones, y su número había sido reducido por lo que Pablo consideró después como un abandono injustificado.

Finalizando el capítulo 14 encontramos la expresión “enco­mendados … para la obra que habían cumplido”. Parece que aun an­tes de emprender su viaje los após­toles tenían entendimiento de lo que el Señor esperó de ellos. No dejaron que los contratiempos les apartaran de su propósito de cum­plir cabalmente con la voluntad del Señor. En Antioquía vieron mucha bendición, pero primero habían pa­sado por fuertes desanimaciones. Así el Señor enseña a sus siervos. Las palabras de Pablo escritas mu­cho después de estas experiencias, tendrían cabida aquí: “Mas a Dios gracias, que siempre nos lleva en triunfo en Cristo Jesús”.

Lucas nos cuenta detalladamente el sermón de Pablo, predicando en la sinagoga de Antioquía. Las pre­dicaciones de los apóstoles, tales como las encontramos en este libro de Los Hechos, son de grande im­portancia para todos los que se dedican a la predicación del evangelio. Un viejo siervo del Señor re­comendó que predicásemos estos sermones, diciendo que él lo había hecho muchas veces, y que siem­pre los bendecía Dios. Este sermón de Pablo encierra una referencia cronológica que ha sido motivo de mucha discusión, pues, habiendo hecho referencia a los cuarenta años en el desierto, dice que discu­rrieron cuatrocientos cincuenta años hasta el profeta Samuel. Es interesante hacer una comparación de esta Escritura con las referen­cias al mismo período dadas en el Antiguo Testamento.

Desde un principio Dios bendijo la Palabra predicada en Antioquía. En una ocasión se reunió casi toda la ciudad para oir el evangelio. Desde esta ciudad la Palabra del Señor se difundía por toda la provincia. En Iconio creyó “una gran multitud” y los apóstoles se detuvieron allí mucho tiempo. Más ade­lante, cuando llegaron a las ciuda­des de Listra y Derbe, predicaron el evangelio en ellas y en toda la región circunvecina. Es sorpren­dente el alcance de sus labores si, como se cree, su gira era de corto plazo.

En medio de tanta bendición ha­bía también persecuciones. Se ter­minó la visita a Antioquía cuando las autoridades expulsaron a los apóstoles de sus límites. Fracasó el intento de apedrearles en Iconio, pero como consecuencia tenían que abandonar la ciudad. En Listra, tras ser idolatrados, Pablo fue apedreado y dejado por muerto. Sin embargo, en medio de estas y otras oposiciones, Dios dio testi­monio poderoso al evangelio por medio de sus siervos. Quedó enceguecido Elimas aquel “hijo del Diablo”. En Listra, Pablo sanó a uno, cojo de nacimiento; y Pablo, dejado por muerto, se incorporó y al día siguiente salió con Bernabé para Derbe.

Aun cuando la provincia de Gala­cia no se nombra en esta porción, no podemos seguir con este estu­dio sin hacer notar que el capítulo 14 nos relata cómo principió la obra en esa provincia. Tres ciuda­des se nombran y parece, por la referencia más adelante, que Pablo y Bernabé dejaron establecidas iglesias en ellas. Limitándonos a las referencias que Lucas hace a la obra en estos lugares pareciera que la obra en Iconio era la más grande, pues él habla de una gran multitud de judíos y de griegos. En Derbe hicieron muchos discípu­los, pero es posible que las perse­cuciones de Listra troncharan la obra allí; sin embargo, hubo fruto suficiente para ellos dejar una iglesia fundada.

La carta a los Gálatas combate la mezcla de gracia y de legalismo que cogió cuerpo en las iglesias de esa región. Leyendo la historia en Los Hechos de cómo comenzó la obra no es difícil ver que desde un principio existieron condiciones que fácilmente produjeran las tris­tes consecuencias cosechadas en la ausencia de los apóstoles. Por dentro, las iglesias se compusie­ron de judíos tanto como de grie­gos; por fuera, hubo una agresiva actividad en contra de la nueva obra. Esta agresividad se llevó a la calle de modo que toda la ciu­dad tomó posición con relación a la predicación de Pablo y Bernabé. Parece que nadie quedó exento a la influencia de las controversias que absorbían la atención, hasta la de las autoridades.

La naciente obra tuvo comienzo en medio de controversias candentes y parece que estas no se calmaron cuando los que trajeron el mensaje de gra­cia se retiraron de la provincia. En la ausencia de ellos los nuevos creyentes cedieron algo ante la insistencia de otros que llegaron, trayendo doctrinas corrompidas por el legalismo. Pablo pudo pre­guntar: “¿Quién os estorbó?” y en lenguaje severo dice: “El que os perturba llevará la sentencia, quien­quiera que sea”.

La nueva obra, acosada por fuer­tes persecuciones, necesitaba de guías espirituales, ya que los apóstoles habían llegado al fin de su visita e iban a volver a Antioquía en Siria. Los nuevos creyentes ha­bían encontrado fuentes de conso­lación, primeramente en el Señor en quien habían creído, y segundo en las oraciones de quienes les habían anunciado el evangelio. Pero, antes de dejar por algún tiempo a estos nuevos, Pablo y Bernabé constituyeron ancianos en cada iglesia. La palabra cheiroto­neó, traducida “constituir”, no se puede entender en su sentido lite­ral de extender la mano, como lo hacían cuando votaban en la legis­latura de Atenas. Esta misma pala­bra con la preposición pro prefija, se usa de Dios en Hechos 10:41.

Aquí se dice de los apóstoles que ellos constituyeron ancianos, es decir, reconocieron a aquellos que habían dado pruebas de ser dotados por Dios para desempeñar las responsabilidades de ancianos. En una posterior ocasión Pablo, hablando con los ancianos de la asamblea de Éfeso, dijo: “Mirad … por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos”. Esta y otras porciones del Nuevo Testa­mento dan la prueba de que el an­ciano tiene un don impartido por Dios y no por hombres. La palabra “obispo” encierra un concepto completamente carente de apoyo en las Escrituras y es una mala traducción de la palabra que signi­fica “sobreveedor”.

El constituir ancianos

En su camino a Jerusalén, Pablo hizo llamar a los ancianos (presbú­teros) de la iglesia en Éfeso. Estos ancianos se llamaban también epís­kopos y tenían el deber de apacen­tar, o pastorear, la iglesia que se lla­ma “el rebaño” (Hechos 20:17‑28). La palabra rebaño (poimníon) se parece a la palabra apacentar (poi­maíno) y también a la palabra pas­tor (poimén). Hay otra palabra traducida rebaño, que es poímne.

La lectura imparcial de Hechos 20 nos convencerá que hay tres pa­labras usadas aquí, y todas tres se refieren a la misma persona. El que se llama “anciano” es también “obispo” y “pastor”. Tal persona fue puesta en la iglesia, no por hombres, sino por el Espíritu Santo (Hechos 20:28, 1 Corintios 12:11, 18,28). De estas tres palabras no tenemos dificultad con dos de ellas, pero la palabra “obispo” requiere alguna explicación, ya que ella ha recibido una connotación que nos despista y no nos permite entender lo que realmente significa epískopos. El nombre epískopos se halla en Hechos 20:28, Filipenses 1:1, 1 Timoteo 3:2, Tito 1:7, 1 Pedro 2:25. El verbo episkopéo se usa solamente en Hebreos 12:15 y 1 Pedro 5:2, donde se traduce respectivamente, “mirad bien” y “cuidando”. Otra palabra episkopé ha sido traducida “obispado” en 1 Timoteo 3:1, pero en Hechos 1:20 “ofició”, y en las otras dos referencias “visitación”, Lucas 19:44,
1 Pedro 2:12. En la versión Septuaginta es interesante notar las siguientes referencias: Deuteronomio 11:12 “cuida”, Ester 2:11 “para saber”, Job 29:4 “velaba”.

Uniendo las ideas expre­sadas en estas porciones se puede decir que el “obispo” es uno que vela o mira bien lo que está pasando en su alrededor y, según él está in­formado, cuida del pueblo del Se­ñor. La palabra “sobreveedor” ex­presa mejor todo lo que está ence­rrado en la palabra traducida “obis­po”, que hoy en día conlleva un sentido corrompido. Que el epískopos no es uno que tenía, ni que tiene, autoridad sobre una diócesis, se ve claramente haciendo una sen­cilla comparación de las Escrituras correspondientes. El concepto erróneo de que un solo obispo está establecido sobre un distrito o te­rritorio está en conflicto con la en­señanza apostólica de un conjunto de obispos velando por el bien espi­ritual de una sola iglesia. Pablo hizo llamar a los ancianos (los obis­pos, los pastores) de la iglesia de Éfeso. Escribiendo a la iglesia en Filipos el mismo apóstol dice, “… a todos los santos … que están en Filipos, con los obispos y diáco­nos ….” Con esta enseñanza el apóstol Pedro está de acuerdo, pues no se llama a sí mismo “obispo” sino sencillamente “anciano”.

Es digno de notarse que en su epístola él reserva la palabra “obispo” para el Señor, diciendo en 2:21‑25 “… habéis vuelto al Pastor y Obispo de vuestras almas”. Refiriéndose a los pastores y a la venida del Príncipe de los Pastores, él usa la palabra arkhipoímen. El prefijo arkhi entra en palabras como “arzobispo” –palabra completamente desconocida en el Nuevo Testamento– que se usa para establecer una orden que depende en cien por ciento del orgullo y la ambición de hombres carentes de la verdad. Es llamativo que el apóstol Pedro, (que supuestamente era su primer Papa) se cuenta entre ancianos, y en asuntos de jerarquía él reconoce una sola autoridad que es la del Señor Jesucristo. En su primera epístola, en el 5:1, él se dirige a los ancianos (presbúteros) a quienes exhorta a “apacentar la grey (pastorear el rebaño) cuidando (episkopéo) de ella …” Como en Hechos capítulo 20, se juntan en estos pocos versículos ideas de anciano, pastor y sobreveedor.

Finalizando su primera gira misionera Pablo y Bernabé constituyeron ancianos (plural) en cada iglesia (singular). Tito fue deja en Creta para establecer ancianos en cada ciudad, pero conforme lo que Pablo le había mandado. Si alguno anhelaba ser sobreveedor, el tal anhelaba una buena obra, no un puesto jerárquico, ni un salario asegurado. (Véase 1 Timoteo 3:1) La obra requería que el que la asumía reuniera en sí ciertas cualidades que el apóstol define tanto en Tito capítulo 1 como en 1 Timoteo 3. En primer plano se destacan las características perso­nales del hombre que puede llegar a ser conocido como pastor, sobreveedor o anciano en la iglesia. Tam­bién las instrucciones apostólicas abarcan la manera cómo uno se porta dentro del seno de su propio hogar, además del testimonio que pueda llevar ante el mundo. Si queremos expresarlo en una forma más sencilla, se puede decir que se trata de la personalidad del hombre, de su vida en privado y de su vida en público. La palabra gobernar que se usa en
1 Timoteo 3:4,5, se limita al hogar, pues, en aplicar la figura a la iglesia, se cambia en cuidar. Compárese las dos expre­siones “gobernar su propia casa” y  “cuidar de la iglesia”.

Parece que desde tiempos anti­guos se ha reconocido la importan­cia del papel que juega el sobrevee­dor en la vida espiritual de la iglesia. De allí la traducción “obis­po”. El sobre-veedor desempeña una labor importantísima en la iglesia y por lo tanto encontramos tales recomendaciones como las de 1 Tesalonicenses 5:12 y de He­breos 13:17, 24. Aun después de muertos esos hermanos abnegados, que habían guiado con cariño al rebaño, se podían recordar con provecho (Hebreos 13:7).

Antioquía y Jerusalén

Lucas, en su narración de la his­toria apostólica, hace resaltar los sucesos que son de verdadera im­portancia y que influían en el de­sarrollo del Evangelio. Pero el cuidadoso lector de Los Hechos se dará cuenta que Lucas pasa por encima de períodos que abarcan años o meses sin suministrar nin­gunos datos acerca de ellos. Aun cuando los capítulos 1 al 12 de Los Hechos enfocan más las actividades de Pedro y los capítulos 13 al 28 las de Pablo, el libro en sí no es una historia de estos dos apóstoles, sino de la diseminación del Evangelio al principio de esta dispensación.

Al fin del capítulo 14 encontra­mos una referencia a un período indeterminado. Dice sencillamente: “… quedaron allí mucho tiempo con los discípulos”. El tiempo que Pablo y Bernabé así dedicaron a la edificación de la iglesia en Antio­quía fue interrumpido por una polémica de trascendente importancia. Debido a la llegada a esa ciu­dad de algunos, oriundos de Judea, que enseñaron a los hermanos que sin circuncidarse no podían ser salvos, estalló una discusión y con­tienda que no se pudo resolver en Antioquía. Por fin se tomó la deci­sión de llevar el caso a los apóstoles y los ancianos de Jerusalén, deci­sión ésta que sin duda tuvo reper­cusiones de amplio alcance.

El hermano que, en sus estudios, llega a repasar los capítulos 14 y 15 de Los Hechos, se dará cuenta de la necesidad de coordinar bien las Es­crituras que tienen que ver con la cronología de la vida de Pablo. Para eso, hay que tomar en cuenta el bosquejo de su vida, tal como nos lo cuenta Pablo mismo, en Gá­latas capítulos 1 y 2. Toda la cues­tión no queda sin sus dificultades, y mentes muy capaces han diferido sobre la materia. No queda afecta­da ninguna doctrina ya que las di­fi-cultades a resolver son las siguien­tes: (1) identificar los destinatarios de la carta, (2) fijar el período cuando se escribió la carta, (3) re­la-cionar las visitas hechas por Pablo a Jerusalén, tales como aparecen en Gálatas 1 y 2, con la historia de Los Hechos. No es posible, dentro de los límites de un corto artículo, tra­tar de todos los argumentos en pro y en contra de los problemas a re­solver. Sin embargo, queremos in­dicar en forma sencilla algunos de los argumentos principales usados por las partes.

(1) Con respecto a los destinatarios, se ha argumentado que la expresión “provincia de Galacia”, Hechos 16:6, 18:23, se refiere a la región donde vivían los gálatas y no a la provincia romana del mismo nom­bre que, en cuanto a sus linderos, abarcaba más territorio e incluía pueblos que no se podían designar como “gálatas”. Este concepto li­mitado del significado del nombre “Galacia” excluye las iglesias de Antioquía en Pisidia, Iconio, Listra y Derbe, y se entiende por ello que las iglesias de Galacia a las cuales Pablo dirigió su carta, no se nombran en Los Hechos. Los que sostie­nen esta tesis arguyen que fueron formadas asambleas en la zona que propiamente se llama “Galacia”, zona ésta que queda al norte de la provincia romana del mismo nom­bre. Por lo tanto, su tesis ha venido a ser llamada “Gálatas del norte”, la de sus opositores se llama “Gála­tas del sur”. En apoyo a su argumento, los que se inclinan por este concepto indican, con razón, que Lucas no nos lo cuenta todo en su historia.

(2) La fecha cuando se escribió la carta a los Gálatas depende mayor­mente de cómo se resuelve el hecho de que Pablo, en momentos cuando estaba combatiendo un naciente legalismo, no hizo ninguna referencia a la decisión tomada en la reunión de Jerusalén, Hechos 15. Tal deci­sión combatió la tendencia hacia la forma de legalismo que se manifestaba en las iglesias de Galacia. Se cree que tan sólo por apelar a la carta, Pablo habría fácilmente eliminado, en forma decisiva, toda oposición a la doctrina cardinal del Evangelio de que somos salvos por gracia, sin las obras de la ley. Ya que Pablo no hace ninguna alusión ni a la decisión tomada ni a la carta redactada, se ve como indicio que la carta a los Gálatas se escribió en una ocasión anterior a la reunión de Hechos 15. Por lo regular, los de la parte contraria fijan el tiempo de escribirse la carta en el período comprendido entre la visita de Pa­blo a Corinto, Hechos 18, y su vi­sita a Éfeso, Hechos 19.

(3) La hipótesis de que Gálatas 2:1 se refiere a la visita de Bernabé y Pablo a Jerusalén, mencionada en Hechos 11, parece encontrar con­firmación cuando se confrontan las aseveraciones de Pablo y Lucas. Di­ce Pablo: “… subí según una reve­lación …”, mientras Lucas atesti­gua: “Agabo daba a entender por el Espíritu que vendría una gran hambre … entonces los discípulos determinaron enviar socorro … en­viándolo … por mano de Bernabé y Saulo”.

En contra de los susodichos argu­mentos se puede indicar:

(1) Que la teoría “Gálatas del norte” no ha podido confirmarse sufi­cientemente debido, probable­mente, a que queda carente de Escrituras contundentes a su favor.

(2) (a) Que fechando la carta a los Gálatas anterior a la reunión de Hechos 15, necesariamente se tiene que relacionar la visita a Jerusalén (2:1) con la de Hechos 11. En tal caso será preciso colocar los años de Gálatas 1 (que pueden ser catorce en total), den­tro del marco de la historia general de Los Hechos. Algunos consideran que la muerte de He­rodes Agripa, Hechos 12:23, tuvo lugar en el año d.C. 44. Catorce años antes de esa fecha nos lleva a d.C. 30 o 31, una fecha que no compagina bien con la conversión de Pablo.

(b) Que Pablo no apelara a la car­ta firmada por los apóstoles en Jerusalén, no es incompatible con el espíritu de su carta, ya que él está defendiendo su apos­tolado y manifestando que en na­da era inferior a los “doce”. Apelar a la carta firmada por otros habría sido una admisión tácita de que él carecía de la au­toridad de ellos, y habría choca­do con su aseveración de que su apostolado no era “de hombres ni por hombres, sino por Jesu­cristo y por Dios el Padre …”

(c) Que los de Jerusalén pidieran que Pablo y Bernabé “se acorda­ran de los pobres” (Gálatas 2:10) habría sido completamente inne­cesario en momentos cuando Bernabé y Pablo estaban llevando socorro material a los hermanos pobres de Judea, Hechos 11:29,30.

(3) (a) Que es difícil relacionar deci­sivamente la “revelación” de Gálatas 2:2 con Hechos 16:3, ya que en varias ocasiones Pablo re­cibió revelaciones, p.ej. Hechos 16:9, 22:17‑21, y eso no debe extrañarnos ya que en Antioquía él se contaba entre los profetas y maestros, Hechos 13:1.

(b) Que es muy probable que Pa­blo en su recuento de sus visitas a Jerusalén no hace referencia a todas ellas, sino solamente a las visitas cuando se entrevistó con algunos de los apóstoles. El relato de Hechos 11 y 12 no da ninguna indicación de una reunión especial. Lucas dice que Bernabé y Pablo llevaron socorro “a los ancianos” (11:30).

Distinción

En el lapso de tiempo compren­dido en los versículos del capítulo 15 de Los Hechos, Pablo se con­frontó (1) con los judaizantes, v.2, (2) con Pedro, v. 35, Gálatas 2:11, (3) con Bernabé, v. 39.

De inmediato se nos presentan dos casos que algunas mentes han interpretado como prueba de que Pablo era un hombre inconsecuente en sus hechos. Se trata de la no circuncisión de Tito y la circunci­sión de Timoteo. La referencia en Gálatas 2 a Tito parece sugerir que él se convirtió en el caso “test”, o piedra de toque, que se llevó a Jeru­salén. Relatando a los Gálatas las consecuencias de la llegada de Tito a Jerusalén, Pablo dice, “… con todo y ser griego, (no) fue obligado a circuncidarse; y esto a pesar de los falsos hermanos introducidos a escondidas … a los cuales ni por un momento accedimos a someter­nos …” Lucas nos dice que Pablo, poco tiempo después de esta con­frontación, en la cual él exitosa­mente abogó la causa de la no cir­cuncisión de Tito, llegando a Listra y encontrando a Timoteo, “… quiso Pablo que éste fuese con él; y tomándole le circuncidó …” (He­chos 16:1‑3).

¿Cómo entendemos esto? En primer lugar, los dos casos no son iguales. Tito era griego; Timoteo, hijo de una mujer judía creyente. Pablo se resistió a que Tito fuese circuncidado para que “… la verdad del Evangelio permaneciera con nosotros …” o sea, para mantener nuestra verdadera libertad que tenemos en Cristo Jesús. Pero él mismo circuncidó a Timoteo, judío, “… por causa de los judíos que habían en aquellos lugares …” Seguramente lo hizo conforme a su convicción expresada en 1 Corintios 9:20, “… para ganar a los judíos …” Su manera de realizar su ambición fue la de presentarse “… a los que están su­jetos a la ley (aunque yo no esté sujeto a la ley) como sujeto a la ley, para ganar a los que están su­jetos a la ley …”

Pablo no se puede inculpar ni criticar por lo que hizo en los dos casos. Tito por ser griego no fue obligado a circun­cidarse, mientras Timoteo, siendo judío se circuncidó, no por necesidad, sino a fin de quitar todo estor­bo a los que se hubieran despistado del Evangelio fijándose en uno, in­cumplido, en cuanto a la ley de su nación. En ambos casos Pablo, como hombre espiritual, aplica las medidas necesarias y que no nece­sariamente tienen que ser iguales, ya que los casos a tratar eran real­mente diferentes. Muchos herma­nos, aun los que se consideran de capacidad, no han podido captar la importancia de tratar cada caso conforme a sus propios méritos o circunstancias particulares. Mentes predispuestas ven como parcialidad cualquiera diferencia de trato en casos que a ellos les parecen ser similares, aun cuando en realidad son muy diferentes. Para un trato espiritual y justo, y que redunde para la gloria del Señor, y que resul­te en beneficio de su pueblo, se necesitan, no mentes intelectuales, sino mentes espirituales.

Es digno de notarse la sencilla y directa forma cómo Timoteo se dedicó de lleno a servir bajo la tute­la del gran apóstol Pablo. Posible­mente no habrían pasado más de cinco años desde que Timoteo oyera la Palabra predicada por Pablo, hasta el día cuando se juntó con él en las labores del Evangelio. Ese corto tiempo en sí no lo dice todo en cuanto a la preparación de Timoteo. Pablo recordó que él desde la niñez había sabido las Sagradas Escrituras, y posiblemente 2 Timoteo 1:5 esta­blece el orden en que las de su fa­milia habían creído, “… la fe no fingida … la cual habitó primero en tu abuela Loida y en tu madre Eunice, y … en ti también …”, de modo que Timoteo tenía el respaldo de un hogar cristiano la ayuda de aquellas vidas ejemplares.

Los hermanos que estaban en Listra y en Iconio daban buen testimonio de él, y es menester notar que estas ciuda­des quedaban distantes unos cuan­tos kilómetros, la una de la otra. Además de todo esto, Pablo fue guiado por profecía a Timoteo, un hombre joven, pero sincero y con­sagrado al Señor. Los años que siguieron, que fueron de trabajos arduos, de persecuciones, de difi­cultades mil, sirvieron de prueba, de modo que pudo decir de Timoteo, “… nuestro hermano, servidor de Dios, y colaborador nuestro en el Evangelio de Cristo”,
(1 Tesalonicenses 3:2); “… a ninguno tengo del mismo ánimo, y que tan sinceramente se interese por vosotros …” (Filipenses 2:20); “… verdadero hijo en la fe …” (1 Timoteo 1:2); etc. En la recomendación de Timoteo, hu­bo concordancia entre los ancia­nos de más de una asamblea, un siervo del Señor de años de expe­riencia, y el joven Timoteo. No dudamos que el papel jugado por Pablo era decisivo en la recomen­dación de Timoteo para la obra.

En nuestros tiempos pueda que el Señor no trabaje de la misma manera, valiéndose del don de pro­fecía para hacer saber a su pueblo cuál es su voluntad en un caso dado; pero sí habrá indicios claros de que el Señor está preparando uno para la obra. Tanto los ancia­nos de la respectiva asamblea, como los que trabajan en la obra del Señor, se darán cuenta del hermano o los hermanos a quienes el Señor ha conferido algún don de gracia […] Cuando un siervo del Señor, con años de experiencia en la obra, ha­bla prudentemente a un hermano animándole en su ejercicio, eso sí es un factor que los prudentes to­marán en cuenta antes de tenderle a alguno la diestra en señal de comunión para que él se dedique a la obra del Señor.

Asia y Europa

Se abría una de las etapas más importantes de la predicación del evangelio: la que vería la Palabra de Dios llevada a un nuevo continente, o sea, a Europa, y posteriormente a todo el mundo occidental. Pero no comenzó con buenos auspicios. Los hombres más sobresalientes, Pablo y Bernabé, quienes habían venido trabajando juntos y que, humana­mente hablando, se habrían escogi­do para emprender la nueva tarea, no podían llegar a un acuerdo entre sí. Así que, antes que comenzara, casi, casi, se había naufragado la nueva misión.

“A Pablo no le parecía bien”, etc., Hechos 15:38. La palabra parecer se encuentra varias veces en el capí­tulo 15, con relación a la reunión en Jerusalén y la decisión tomada por los apóstoles y ancianos. Ellos tenían la plena confianza de que su parecer gozaba del respaldo del Espíritu Santo de modo que, en la carta emitida por ellos, escribieron, “… ha parecido bien al Espíritu San­to y a nosotros …” Uno de los que lle­varon la carta a Antioquía era Silas y, cuando llegó el tiempo de volver a Jerusalén, “… le pareció bien que­darse allí (en Antioquía)”. Resultó que, cuando estalló el desacuerdo entre Pablo y Bernabé, oportunamente Silas se encontró cerca de ellos, y eso como consecuencia de su ‘parecer’.

Pablo, tomando en cuenta la deserción de Juan Marcos, “… no le parecía bien …” tomarle con ellos en la nueva empresa, y “… es­cogiendo a Silas…” él pasó por “… Siria y Cilicia, confirmando a las igle­sias”. Que el Espíritu Santo guiaba a estos apóstoles, profetas y ancianos, no se puede negar aun cuando, a simple vista, sus decisiones no de­pendían de otra cosa que su intui­ción espiritual.

“Quiso Pablo que éste (Timoteo) fuese con él”. En el caso de la reco­mendación de Timoteo, Lucas hace resaltar el deseo de Pablo, pero el apóstol hace resaltar la guía del Espíritu Santo, diciendo, “… el don … que te fue dado mediante pro­fecía …”

Pablo se encontró de nuevo en el sur de la provincia romana de Gala­cia. Pasando por las ciudades, él y Silas entregaban a las iglesias las ordenanzas que habían acordado los apóstoles y los ancianos que es­taban en Jerusalén. Siguiendo su camino en dirección oeste y noroes­te ellos atravesaron Frigia y Galacia en camino que les llevó primero a Asia, y segundo “junto a Misia” La expresión, “les fue prohibido por el Espíritu Santo hablar la Pala­bra en Asia” indica claramente que ellos tenían la plena intención de ha­cerlo. Más adelante, Pablo y otros podían realizar sus deseos y, como consecuencia, se estableció una obra fecunda en la provincia de Asia; pero todavía no había llegado el momento para eso. Los que predi­camos el evangelio hacemos bien en recordar que “todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora”, Eclesiastés 3:1. Hubo un tiempo cuando el Espíritu Santo prohibió hablar la Palabra en Asia.

El apóstol y sus compañeros si­guieron su ruta. Llegando a los lin­deros de Misia y de Bitinia ellos “… intentaron ir a Bitinia, pero el Espíri­tu no se lo permitió, “así que ellos descendieron a Troas”. Ya son dos las ocasiones cuando el parecer de Pablo no era el del Espíritu Santo. Por dos veces seguidamente el Espíritu Santo registró su desacuer­do con las intenciones apostólicas, pero ese grupo de intrépidos no fa­llaron ni perdieron la guía del Espíri­tu que mediante prohibiciones en el camino les hizo llegar a Troas, puer­to de mar. De pronto se le mostró a Pablo una visión de noche en la que uno le rogaba, “Pasa a Macedonia y ayúdanos”.

Como se puede apreciar por el uso de la palabra “procura­mos”, Lucas ya se había agregado al grupo con Pablo, de modo que ya viajaban con él Silas, Timoteo y Lu­cas. Los cuatro compartían un mis­mo ejercicio respecto a la voluntad del Señor y la indicación en forma de sueño dada a Pablo, les satisfizo a todos, pues Lucas dice “… procura­mos partir … dando por cierto que Dios nos llamaba …” Hay algo de animación en las palabras ‘en segui­da’. Dice Lucas, “Cuando vio la vi­sión, en seguida procuramos partir para Macedonia”. Llegando ellos a Troas, todavía no entendían cuál era la intención del Señor para ellos, pero la comunicación de su volun­tad produjo en ellos una alacridad en llevar a cabo sus propósitos. En seguida ellos zarparon de Troas,
y pasando por Neápolis, llegaron a Fi­lipos donde, con el tiempo, se esta­bleció una iglesia. No hay ninguna indicación de que Lucas siguiera con los demás hermanos más allá de Filipos.

Es posible que esta primera visita a Troas proveyera la oportunidad de dar comienzo a una obra evangélica en la ciudad. La próxima noticia que encontramos en Los Hechos acerca de Troas, se halla en capítulo 20. Pablo y sus compañeros de viaje pa­saron siete días en la ciudad,
y en ese lapso de tiempo, participaron ellos del “partimiento del pan”.

 

Conversiones y cárceles

Es interesante para nosotros mirar para atrás y ver los humildes princi­pios que tuvo el Evangelio en el con­tinente de Europa. Dice Lucas, “… un día de reposo salimos fuera de la puerta, junto al río, donde solía ha­cerse la oración; y sentándonos, ha­blamos a las mujeres que se habían reunido”. Hoy en día oímos hablar de los que llevan títulos ostentosos, como ‘conferencista’ y ‘evangelista internacional’. ¿Cuántos de ellos estarían dispuestos a sentarse en la ribera de un río y ‘hablar’ a unas mu­jeres? La forma tan sencilla de lo re­latado por Lucas, Hechos 16:11‑15, nos llena de admiración por el gran apóstol a los gentiles que, habiendo sido dirigido a Europa, dio comienzo humilde y sencillo a la obra que ha seguido en pie hasta el día de hoy. En muchas ocasiones, por sencillas conversaciones similares a ésta, Dios ha abierto puertas para la pre­dicación del Evangelio.

La historia de Lidia, que es el pri­mer caso de conversión en Europa relatado por Lucas, está llena de in­terés para nosotros. Aparentemente ella era una mujer comerciante que gozaba de ciertas comodidades. Fue clara y profunda la obra que se hizo en ella como consecuencia de oir el Evangelio y se atribuyó a que el Se­ñor le había abierto el corazón. Ella tuvo el gozo de ver salvada a toda su familia,
y todos ellos obedecieron al Señor mediante el bautismo. Fue so­la-mente después de bautizada que ella rogó que el apóstol y sus com­pañeros posaran en su casa. Su ro­gativa se basó en el argumento, “Si habéis juzgado que yo sea fiel al Se­ñor …” No sabemos si Pablo y sus consiervos dilataran en acceder a su súplica, pero lo cierto es que, siendo ella una mujer resuelta, les ‘obligó’ a quedarse.

Aun después que algunos creye­ron, los cultos seguían celebrándose en la ribera del río. Fue, entonces, cuando una muchacha endemonia­da les salió al encuentro y por un período de muchos días daba voces acerca de ellos, diciendo, “Estos hombres son siervos del Dios Altísi­mo”, etc. Todo ello desagradó a Pa­blo quien le echó fuera el demonio. Muchos hermanos no entienden el por qué el Señor y los apóstoles echaron fuera demonios cuando aparentemente daban testimonio acertado acerca de ellos y sus obras. Todos estos casos se entien­den a la luz de dos consideraciones: primero, que se tomó en cuenta la necesidad de la persona endemo­niada; y, segundo, no se aceptó nin­gún testimonio de fuente corrompi­do.

El encarcelamiento de Pablo y Si­las, como consecuencia de haber sanado a la muchacha, resultó en la salvación del carcelero con toda su familia. Así, una vez más, vemos que ‘No hay mal, que por bien no venga’.

En el momento de salir de la cárcel, Pablo reclamó sus derechos como ciudadano romano, de modo que los magistrados, con miedo, fueron y rogaron que Pablo y Silas salieran de la ciudad. Algunos han visto en este sencillo hecho de Pablo un argumento que apoya la idea de que el creyente debe dedicarse a la política. Según muchos, la política es el medio eficaz por el cual se mejorará el mun­do. Ante tales aseveraciones absur­das, exclamamos, ¡Qué medios eficaces! ¡Qué mejoramiento!

Tribulaciones y trastornos

Es cierto que Lucas acompañó a Pablo de Troas hasta Filipos. Al sa­lir Pablo y Silas de esa ciudad, Lu­cas deja de usar la primera persona plural, como la usó en capítulo 16:10, dando a entender que él se quedó en Filipos. Más adelante, en el 20:6, él vuelve a usar la pri­mera persona, diciendo, “… navega­mos de Filipos”. De ahí en adelante Lucas acompañó a Pablo, primero a Mileto, después de Mileto a Jeru­salén, y, después de los años de pri­siones que Pablo pasó en Jerusa­lén y Cesarea, le acompañó en su viaje a Roma.

De Filipos, Pablo y Silas pasaron por las ciudades de Anfípolis y Apolonia, aparentemente sin dete­nerse en ellas. Pero, habiendo en­contrado en Tesalónica una sina­goga de los judíos, ellos se queda­ron allí por algún tiempo. Parece que el factor que jugó un papel de­cisivo en que ellos permaneciesen en Tesalónica era el de encontrar allí residentes un número de judíos.

Es muy probable que la referen­cia a “tres días de reposo”, Hechos 17:2, no se hace a fin de limitar la visita a esa ciudad a un período corto de unos dieciséis o veintidós días. Parece que este breve tiempo abarca solamente la presentación inicial del evangelio a los judíos. Algunos de ellos creyeron y parece, por la frase “se juntaron con Pablo y Silos”, que ya no se reunían en la sinagoga. Hablando de los judíos, Lucas dice que “algunos de ellos” creyeron, pero en cambio dice de los griegos que “gran número de los piadosos y no pocas mujeres nobles” también se juntaron con los misioneros. La visita a esa ciu­dad resultó en la formación de una asamblea numerosa que, pese a las fuertes persecuciones, era muy ac­tiva en el evangelio. En su primera carta a esta iglesia, Pablo reco­mendó su celo, diciendo, “partiendo de vosotros ha sido di­vulgada la Palabra del Señor no só­lo en Macedonia y Acaya, sino que también en todo lugar vuestra fe en Dios se ha extendido”.

La oposición que se provocó en contra de los misioneros emanaba de los celos de judíos incrédulos. A ellos habría llegado alguna noticia de las actividades anteriores de Pa­blo y sus compañeros, pues dije­ron, “Estos que trastornan el mun­do entero, también han venido acá”. En el alboroto que estalló en la ciudad, ellos andaban buscando a Pablo y a Silas, que son los úni­cos que se nombran en el capítulo 17 hasta el verso 14. No los halla­ron, pero al cesar el alboroto, los hermanos los enviaron de noche a Berea. Parece que a partir del mo­mento cuando abandonaron la ciu­dad de Tesalónica, Pablo había in­tentado en más de una ocasión volver a esa ciudad, pero no pudo lograr su objetivo;
1 Tesalonicenses 2:18.

Timoteo también había acompa­ñado a Pablo hasta Filipos, pero no se nombra más hasta el 17:14, cuando aparece en la ciudad de Berea. Parece que se juntaron en Berea Pablo, Silas y Timoteo. Como consecuencia del alboroto en Berea sólo Pablo salió, llegando a Atenas de donde envió un recado a Silas y Timoteo de que vinieran a él a Atenas lo más pronto posible. Es muy probable que los dos acu­dieran a Pablo, pero en 1 Tesalonicenses 3:1­6 sólo se nombra a Timoteo. En Atenas se tomó la decisión de en­viar a Timoteo a Tesalónica, de donde él trajo noticias a Pablo que, en el momento del regreso de
Ti­moteo, se hallaba en Corinto.

La falta de referencia a Silas durante este período ha causado mucha conjetura acerca de sus activida­des. Lo cierto es que mientras Ti­moteo visitaba la ciudad de Tesaló­nica en la provincia de Macedonia, Silas también estaba de visita en la misma provincia. Dice Lucas, He­chos 18:5, “cuando vinieron Silas y Timoteo de Macedonia”, dando a entender que regresaron juntos. Es muy probable que la forma plural usada por Pablo en 1 Tesalonicenses 3:1, “acordamos quedarnos solos en Atenas”, tiene que ver con una de­cisión acordada tanto por Pablo como por Silas y Timoteo, y que como consecuencia Silas y Timo­teo partieran para Macedonia pero que Timoteo sólo llegó a la ciudad de Tesalónica. Este concepto no estaría en desacuerdo con la im­presión dejada por Lucas en su re­lato del capítulo 17 de Los Hechos, donde él indica que los judíos bus­caban solamente a Pablo y Silas, y que sólo ellos, sin Timoteo, partie­ron rumbo a Berea. Todo el relato da la impresión de que Timoteo permaneció por algún tiempo más en la ciudad de Tesalónica y que, no siendo una persona solicitada por los judíos, él pudo volver a la ciudad sin correr ningún riesgo.

Todo este período de la vida de Pablo está lleno de interés para nosotros. A causa de la fuerte preocu­pación que sentía por la nueva igle­sia en Tesalónica él estaba dis­puesto a quedarse sólo en Atenas. Tuvo que llevar su preocupación por largo tiempo, pues aquellos no eran tiempos de servicio telegráfi­co o telefónico. Después de mucho tiempo cuando él se hallaba en otro centro, Corinto, llegaba a Pablo noticias acerca de la obra en Tesalónica. Muchos en nuestros tiempos no podrán apreciar el sentimiento expresado por sus palabras, “ahora vivimos, si vosotros estáis formes”. Animado y consolado, él dijo, “Vosotros sois nuestra gloria y gozo”.

Experiencias y epístolas

Incertidumbre rodea aún la fecha en que se escribió la carta a los Gálatas. No es tan difícil fechar las demás cartas de Pablo porque, por lo regular, hay indicios en ellas mismas y en Los Hechos que nos ayudan a establecer, si no el año mismo, el período cuando fueron escritas. Se ha aceptado casi universalmente que las car­tas a los Tesalonicenses fueron las prime­ras escritas por Pablo, de las que se con­servan en el Nuevo Testamento. Sin em­bargo, lo incierto concerniente a la fecha de Gálatas ha dado lugar a la hipótesis de que pueda que sea ésta, y no Tesalonicen­ses, la primera de sus escritas. Toda la cuestión de fechas no afecta en lo mínimo la importancia del contenido de estas car­tas, pero sigue siendo estudiada por los que quieren establecer la cronología de la era apostólica, estudio éste que en gran parte depende de lo que se sabe acerca del apóstol Pablo.

Habiendo trazado en forma sencilla, en estos estudios, la historia de Pablo hasta su llegada a Corinto –o sea, a aquellos mo­mentos en que se redactaron las dos car­tas a los Tesalonicenses– débese tomar en cuenta el contenido de las cartas mismas. Esto se hará de inmediato, pero no como estableciendo su ascendencia sobre la carta a los Gálatas; puesto que, como ya se ha indicado, todavía se debate la fecha de ésta. No se puede desconocer por completo los argumentos que asignan a esta carta una fecha que antecede la de las cartas a los Tesalonicenses.

La primera a los Tesalonicenses tiene que considerarse como única entra todas ellas dirigidas por Pablo a las iglesias, ya que él nos revela aquí en manera directa, sincera y emocionante, todas sus preocu­paciones en momentos cuando se encon­tró separado por fuerza mayor de esta iglesia, nueva y acosada por fortísimas persecuciones. En esta carta penetramos el entrañable amor de Pablo, cual nodriza, cuidando con ternura a sus propios hijos. Los tesalonicenses llegaron a ser muy queridos a Pablo, y como madre que se sacrifica por sus hijitos, él declara, “hubié­ramos querido entregaros … nuestras pro­pias vidas”. En su cuidado, Pablo llegó a ser como madre y padre a ellos, 2:7‑11. Su expulsión violenta de la ciudad le sepa­ró de los que consideraba “sus propios hi­jos”, y aun cuando en más de una ocasión él intentó volver a ellos, fue impedido en sus intentos.

La forma de oposición a Pa­blo en ese trance de su vida, la atribuyó a Satanás. Ciertamente su lenguaje aquí nada tiene que ver con la práctica tan arraigada en algunos hermanos de atribuir a Satanás las pequeñísimas contrarieda­des que les atajan en el logro de sus ambiciones. La separación de sus “propios hi­jos”, siendo en aquellos tiempos irreversi­ble, la compara Pablo a la muerte, viendo a sus “hijos” como huérfanos destituidos de madre y padre. En el 2:17, donde dice, “separados de vosotros”, la palabra es aporfanizo (apó y órfanos). Él sentía toda la angustia de padres que han perdido a sus pequeñitos, y reconocía que la separación les había dejado cual huérfa­nos desamparados. No es tan difícil para nosotros apreciar el anhelo de Pablo, la angustia, la preocupación que sentía por sus “propios hijos”, y no pudiendo volver a ellos, él vertió en esta carta el raudal de su amor y ternura, y la congoja de su preo­cupación.

La tremenda preocupación de Pablo imperó en la decisión a que él hace refe­rencia en 1 Tesalonicenses 3:1‑2, y dictó cuál habría de ser las actividades tanto de él como de sus compañeros. El caso merece ser com­parado con otra ocasión en la vida del gran apóstol cuando, preocupado por la condición de los corintios, él cambió de planes. Como consecuencia se expuso a la crítica, algunos diciendo que era un hom­bre inconstante que, después de decir que “sí” iba a Corinto, no cumplió su palabra. Compárese 2 Corintios 1:15‑24. En las cir­cunstancias a que él se refiere Pablo expli­ca que, lejos de tratar con liviandad su propuesta visita a Corinto, su grande preo­cupación por ellos le indujo a hacer cam­bios que afectaron en manera adversa una obra en Troas, donde el Señor le había abierto una puerta para predicar el evan­gelio. Tales experiencias en la vida de Pa­blo arrojan mucha luz sobre lo que dijo, “sobre mí se agolpa cada día la preocupa­ción de todas las iglesias”.

En esta carta el apóstol pudo dar una enseñanza, dada por el Espíritu en los mo­mentos cuando él redactaba la carta, acerca de los que durmieron en el Señor. Parece que, por no haber sido instruidos acerca de tales casos, los tesalonicenses se preocupaban por los que murieron, ya que todos estaban esperando la venida del Señor. Pablo dijo, “os decimos esto en palabra del Señor” y desarrolla la ense­ñanza del Espíritu con relación a tales ca­sos. En 1 Corintios, donde también enseñaba acerca de la venida del Señor, Pablo revela otros datos hasta ese mo­mento no revelados, pero manifestados oportunamente por el Espíritu. En esa car­ta el apóstol dijo, “He aquí, os digo un misterio”,
1 Corintios 15:51.

Debemos tener presente que aun en la vida de los apósto­les, el Nuevo Testamento, tal como lo te­nemos nosotros, no existía. El Espíritu Santo proveía para los santos, dando en­señanzas de acuerdo a lo establecido en 1 Corintios 12:8, 14:29,30. Pablo, siendo pro­feta, Hechos 13:1, recibió revelaciones de acuerdo a las necesidades de la iglesia, como ya hemos visto, y como se puede comprobar comparando porciones como Gálatas 1:15‑18, 2:2‑9, 1 Corintios 11:23, etc. La palabra dada por el Espíritu en esta ocasión, era una de consolación. Véase 1 Corintios 14:3.

Gálatas: reuniones y decisiones

En un artículo anterior se trataron algunos argumentos en pro y en contra de la tesis de que la epístola a los Gálatas fue dirigida a los que vivían en el sur de la pro­vincia romana, o sea, en las ciuda­des de Antioquía, Listra y Derbe.  Ya que queremos tratar propia­mente de la carta a los Gálatas, será menester repasar algunos de los argumentos que relacionan la visita de Gálatas 2:1 con la de Hechos 15. Lo haremos conscientes de que algunos hermanos siguen creyendo que en Gálatas 2:1 Pablo estaba refiriéndose a la visita de Hechos 11. Sin embargo, una consideración de todas las porciones correspon­dientes parece favorecer el concep­to que Pablo tenía por delante su visita de Hechos 15. En pro de este concepto, son dignas de tomarse en cuenta las siguientes razones:

(1) Que en el tiempo de la visita de Hechos 11 Pablo ocupaba todavía un lugar de subordinación con relación a Bernabé, como puede apreciarse por el orden de los nombres “Bernabé y Saulo”, Hechos 11:30, 12:25. Este orden se cambió a partir de Hechos 13:43, donde, por primera vez, se halla el orden “Pablo y Bernabé”. A partir del 13:13 parece que Pablo se destacaba más que Bernabé, con la excepción del 15:12, cuando, en la reunión en Jerusalén donde Berna­bé era más conocido que Pablo, se halla el orden “Bernabé y Pablo”. Pero, aun en este caso, Lucas nos deja ver que eran “Pablo y Berna­bé” los que tuvieron una discusión con los de la circuncisión, y que se dispuso que subiesen “Pablo y Bernabé” a Jerusalén para tratar esta cuestión. Todo esto concuerda muy bien con la aseveración de Pablo, en Gálatas 2, que “Subí … expuse … a mí nada nuevo me comunicaron … vieron que me había sido encomendado el evan­gelio de la incircuncisión …
y reconociendo la gracia que me había sido dada”, etc.

(2) Que en el contexto de la visita a Jerusalén, Gálatas 2, Pablo indica que se trataron de asuntos legales. Véase las referencias a la circuncisión, v. 3, “nuestra libertad … esclavitud”, v. 4, y la indicación de una polémica según versículo 5, “a los cuales ni por un momento accedimos a someternos”. Todo esto está muy de acuerdo con Hechos 15 donde Lucas habla de “una discusión y contienda no pequeña”,
v. 2, que fue suscitada en torno de la cuestión de la circuncisión, v. 1. La visita de Hechos 11 tenía por delante el entrego de ayuda material para los hermanos necesitados, y no hay ninguna indicación de que se trató de otra cosa.

(3) Que Gálatas 2 indica que se celebraron más de una reunión durante esa visita a Jerusalén. En v. 2 Pablo habla de exponer “en privado” el evangelio que predicaba entre los gentiles. Pero parece que en versículo 5 él está refiriéndose a otra reunión cuando dice, “ni accedimos a someternos”. Lo cierto es que el recuento de Lucas, en Hechos 15, da indicaciones claras de más de una reunión. Sea como sea nuestra forma de entender la expresión “fueron recibidos” en Hechos 15:4, es obvio que hubo una reunión general de la iglesia con los apóstoles y ancianos cuando Pablo y Bernabé refirieron todas las cosas que Dios había hecho con ellos. En esta misma reunión había contienda, según versículo 5, y como consecuencia se celebró otra reunión “para conocer de este asunto”, verso 6.

Parece que esta segunda reunión no era una reunión general de toda la iglesia, pero sí bastante asistida. Compárese versí­culos 6 y 12. Parece que en el ver­sículo 22 se hace referencia a una tercera reunión cuando “toda la iglesia” adoptó las decisiones toma­das en la previa y limitada reunión de hermanos responsables. Que Pablo fácilmente hubiera celebrado una reunión “en privado” en esos mismos días, según él afirma haber hecho, no halla nada que lo contradiga en todo el relato de Lucas. En todo lo que concierne la visita de Hechos 11, no hay ninguna referencia a ninguna reu­nión de ninguna clase, ni con la iglesia ni con los ancianos y após­toles.

(4) Que cuando Bernabé y Saulo llegaron a Jerusalén, Hechos 11, parece que Pedro ya se hallaba encarcelado. Lucas, como historia­dor que era, demarca con mucha claridad y a través de todo su libro los acontecimientos que eran real­mente contemporáneos. Por ejemplo, la persecución como conse­cuencia de la muerte de Esteban causó una dispersión de la iglesia, y Lucas hace referencia a esta dispersión en el 8:4 y otra vez en el 11:19. Mientras estaba en proceso ese éxodo de creyentes, sucedieron unos aconte­cimientos de suma importancia y que han dejado huellas permanen­tes en la historia de la iglesia. Eran los siguientes: (a) la predicación del evangelio a los samaritanos, (b) la conversión de Saulo de Tarso, y (c) la predicación del evangelio a los gentiles por boca de Pedro.

La historia de Los Hechos hasta capí­tulo 7 tiene por su centro la ciudad de Jerusalén. Con la muerte de Esteban llegó el evangelio a Samaria, al etíope, a Damasco, y a Tarso. El 9:31 habla de las iglesias por toda Judea, Galilea y Samaria, y el 11:19 habla de Fenicia, Chipre y Antioquía. Por las dos referencias a la disper­sión, en 8:4 y 11:19, Lucas demar­ca para nosotros un período impor­tante y de fenomenal crecimiento para la iglesia, a la vez que nos cuenta los acon-tecimientos de mayor importancia dentro de esa época.

Esta forma de narración la encontramos con relación a la visita de Bernabé y Saulo a Jerusalén en Hechos 11. El 11:30 nos da el principio de la visita y el 12:25 cuenta del fin de la misma, mientras 12:1-24 relata otros acontecimientos mientras la visita se realizaba. Con Pedro encarcelado habría sido muy difícil para Bernabé y Saulo reunir­se
con él.

Una faceta de estos sucesos que habría de suscitar varias pre­guntas es la referencia a la casa de María la madre de Juan, el que tenía por sobrenombre Marcos. Mientras la visita de Bernabé y Saulo estaba en pie, llegó Pedro a la casa de María, no para posar allí, sino para dejar un recado para Jacobo y otros hermanos y así se fue “a otro lugar”. No sabemos si Bernabé y Saulo pasaran por esa casa durante su visita, pero lo cierto es que al abandonar la ciudad de Jerusalén llevaron consigo a ese mismo Juan Marcos, Hechos 12:12-­17,25.

Idolatría e indiferencia

Parece que fue corto el tiempo que Pablo pasó en Atenas, pero todo su tiempo allí se dedicó a la diseminación del evangelio. Discu­tía en la sinagoga con los judíos y piadosos, y en la plaza cada día con los que concurrían. Filósofos tanto de los epicúreos como de los estoicos disputaban con él, y quedaban perplejos por su anuncio de Jesús y la resurrección.

Otro ha dicho que, “Sócrates y otros filósofos creían en la inmorta­lidad del alma. Realmente era metempsicosis, o sea, la trasmigración de las almas de un cuerpo a otro. Cuando los hombres ate­nienses, deseosos de noticias, oye­ron de la resurrección de los muer­tos, se burlaban de Pablo. Cualquier incrédulo puede discutir acerca de la inmortalidad, pero al oir de la resurrección lo vuelve todo en escarnio. ¿Por qué? Porque con todo y creer en la inmortalidad del alma, el hombre halla manera de exaltarse a sí mismo. Su concep­to de inmortalidad se liga con el hombre tal cual como él es en este mundo, y con la idea del ‘ego’ y de poder manifestado en el cuer­po. Pero, creer que del polvo se levantará el cuerpo, vivo y glorioso, tal poder pertenecer sólo a Dios. Y si, del cuerpo vuelto polvo, Dios puede reconstruir al hombre y darle vida y gloria, entonces no hay nada que se esconda de su poder. Ese poder de Dios en resu­rrección demuestra la impotencia del hombre”.

En su predicación en el areópago, Pablo aprovechó de dos cosas que habrían de apelar a los atenien­ses. Primero, un altar con la inscrip­ción “Al Dios no conocido”, y segundo, el refrán “Porque linaje suyo (de Dios) somos” dicho por algunos de sus propios poetas. En su mensaje, Pablo hizo resaltar la autoridad de Dios como Creador, Soberano en el cielo y en la tierra, Sustentador de vida, Administrador de los sucesivos siglos y de los lími­tes de la habitación de la raza humana, Juez, Vivificador de muer­tos y Salvador. Tal Dios no habita en templos hechos por manos humanas. La Divinidad no es semejante a oro o plata, o piedra, escultura de arte y de imaginación de hombres. Ignorancia en tiempos pasados fue pasada por alto por Dios, pero Él ha hecho pregonar un mandato en este tiempo en el sentido de que todos los hombres deben de arrepentirse.

Esta llama­da al arrepentimiento se basa en el hecho de que Dios ha establecido un día en el cual juzgará al mun­do (2) y que ya ha designado al Juez. Por cuanto Dios es el Creador de todo tiene autoridad de dirigirse a “todo el linaje de los hombres”. Así el sólo Dios vivo y verdadero es Dios paciente y clemente. Es Dios perdonador y salvador y su poder se ha manifestado por levantar de entre los muertos a Jesús, hecho que en sí ha provisto para todos una base
de fe.

Cuando oyeron de la resu­rrección de los muertos los filó­sofos griegos se burlaron de Pablo, a quien tenían por “palabrero”. Otros indicaron que querían oir algo más de estas cosas “extrañas”. Esos griegos, con todo su saber, y su constante deseo de oir algo nuevo, no tenían conocimiento del verdadero Dios, ni habían oído siquiera de la resurrección de los muertos. Sus filosofías quedaron completamente fallas, limitadas a cosas terrenales, o envueltas en las tinieblas de un imperante espiritis­mo que, como siempre, buscaba expresión en una multitud de ídolos.

Pese a la actitud de muchos la predicación de Pablo no quedó infructuosa. Si fuera cierto que pocos creyeron –las únicas referencias a Atenas se hallan en Hechos capítulos 17 y 18 y en 1 Tesalonicenses 3:1, y Atenas no se nombra como centro donde quedara establecida una obra de Dios– es cierto también que algunos creyeron y permanecieron fieles. Escribiendo mucho tiempo después, Lucas nombra entre otros a Dionisio y Damaris, como personas bien cono­cidas.

 

(2) La palabra traducida “mundo” en Hechos 17:31 es oikouménen, “el mundo habitado”. El juicio a que Pablo hace referencia es el mismo referido en Mateo 26:31‑46, donde se trata de todos los que habitan en la tierra en el momento cuando el Señor juzgue. Este juicio precede con mil años al juicio de los muertos que comparecerán ante el gran trono blanco, Apocalipsis 20:11‑15. En estos dos juicios tenemos el cumplimiento de la palabra “ … el Señor Jesucristo que juzgaré a los vivos y a los muertos en su manifestación y en su reino” (2 Timoteo 4:1).

 

Viajes y mudanzas

El pleno siglo 20 se conoce entre otras cosas por los viajes que se hacen, viajes por tierra, mar, aire y espacio. Cuando se remonta hasta los tiempos apostólicos, hace apenas dos mil años, es muy poco lo que se sabe acerca del desplazamiento de pueblos y perso­nas. Somos capaces de pensar que en aquellos tiempos nadie viajaba, porque sabemos que aquellos no tenían los medios de transporte del mundo tecni­ficado de nuestra época. Sin embargo, la Biblia nos ilumina bastante acerca de la vida de algunas personas y los viajes que hacían. Entre los más intrépidos viajeros figuraban los mismos apóstoles y otras personas como Aquila y Priscila.

Para Pablo y sus acom-pañantes los viajes, si a veces peligrosos, no se hicieron difíciles por no llevar ellos muchos enseres personales. En cambio, Aquila y Priscila se mudaron en varias oca-siones. Parece que eran personas que gozaron de bienes mate-riales, pues la primera noticia acerca de ellos consta de su residencia en Roma y su subsiguiente viaje a Corinto, Hechos 18:2. Después de su permanencia allí durante casi dos años, se mudaron a Éfeso, Hechos 18:18‑19, donde su residencia era tan amplia como para acomodar a toda la iglesia (1 Corin­tios 16:8,19). De allí volvieron a Roma donde, de nuevo, su casa se prestaba para el uso de la iglesia (Romanos 16:3‑5). La última noticia acerca de este matrimonio se halla en 2 Timoteo 4:19, e indica que Aquila y Priscila se hablan ubicado de nuevo en Éfeso. Quiere decir que en el lapso de unos doce años ellos se habían mudado de Roma a Corinto, de Corinto a Éfeso, de Éfeso a Roma y de Roma a Éfeso, y que con cada cambio de domicilio ellos habían usado sus bienes, inclusive su hogar, en beneficio de la obra del Señor.

Escribiendo de las visitas de Pablo a Atenas y a Corinto, un comentarista ha dicho: “A nadie se le hubiera ocurrido que Dios levantaría un testimonio a su Hijo, no en la intelectual Atenas sino en la desmoralizada Corinto. La gracia de Dios no da cuenta de sus asuntos, pero obra para la gloria de Cristo, sobre todo en los lugares donde el hombre esté en mayor necesidad. Así es que, al comienzo de la primera carta a los Corintios, el apóstol pregunta: ¿Dónde está el sabio? ¿Dónde está el escriba? ¿Dónde está el disputador de este siglo? ¿No ha enloquecido Dios la sabiduría del mun­do?”

Corinto era puerto marítimo donde conglomeraran hombres de muchas nacio­nalidades y de muchas lenguas, y se conoció en aquellos tiempos como centro de inmoralidad que, en gran parte, fue el resultado de la prostitución ritual que se practicaba en el templo de Afrodi­ta en el Acrópolis de Corinto. La diosa Afrodita tenía su equivalente en Venus de los romanos y en Astarot (Jueces 2:13) de los cananeos. Pablo, haciendo referen­cia a la vida anterior de la parte gentílica de la asamblea en Corinto, dijo: “Cuando erais gentiles, se os extraviaba llevándoos, como se os llevaba, de los ídolos mudos”. De modo que se puede decir de Corinto que era una ciudad abierta a influencias multinacionales y que, además de ser sumergida en las más bajas formas de inmoralidad, también se agobiaba por un imponente espiritismo.

Sin embargo, en Corinto resplandecía la luz del cono­cimiento del Dios verdadero, pues allí mismo Pablo encontró una sinagoga. Tal centro para la lectura de las Escri­turas del Antiguo Testamento fue cabeza de puente para el apóstol a donde recu­rrió y “todos los días de reposo, persua­día a judíos y a griegos”. Fue al suscitarse un enconado de oposición a Pablo que el Señor le dijo en visión: “Tengo mucho pueblo en esta ciudad”. Así Pablo se detuvo allí un año y seis meses y como consecuencia de sus labores se estableció una asamblea en Corinto. Como otro ha dicho: “La asamblea en Corinto fue plantada por uno inferior a ninguno, fue regada por otros que no tenían par, y Dios dio abundante creci­miento”.

Estalló un levantamiento en contra de Pablo y el evangelio; sin embargo, el apóstol no abandonó la ciudad como consecuencia de ello. Dice Lucas que Pablo “se detuvo aún muchos días allí”. Durante el período de su permanencia en Corinto Pablo escribió las dos cartas a los Tesalonicenses.

¡Con qué rapidez Lucas cubre los via­jes y actividades de Pablo desde Corinto hasta Jerusalén! Pablo siendo judío hizo voto, y en esto estaba cumpliendo su de­seo expresado mucho tiempo después, en
1 Corintios 9:20, que nada tiene que ver con la práctica moderna de jugar béisbol para ganar a los beisbolistas. Pablo tenía el apoyo de Escrituras muy claras para todo lo que hacía con respecto a hacer voto, o con respecto a celebrar una fiesta en Jerusalén. Ni la actitud de Pablo, ni sus enseñanzas ni sus prácticas pueden citarse como apoyo para quienes vuelven a la misa o a las fiestas religiosas de los gentiles.

En su camino a Jerusalén, Pablo llegó a Éfeso donde no accedió a la petición de los judíos que le rogaron que se quedase con ellos. En muy pocos versícu­los Lucas cubre los viajes de Pablo desde su salida de Éfeso hasta su regreso. Cuan­do dice en el 18:22 que, “subió para saludar a la iglesia”, se entiende que se refiere a la iglesia en Jerusalén. Y no es solamente que Lucas no cuenta en detalle estos viajes del apóstol, pues tampoco da informes acerca de sus labo­res en Galacia y Frigia, (Hechos 18:23). El Espíritu Santo así pasó por encima de este período de la vida del gran apóstol y se apresuró a contarnos en capítulo 19 la historia de la grande e importantísima obra en Éfeso.

“En nada menos que los grandes apóstoles”

Las grandes obras de evangelización no siempre fueron comenzadas por los apóstoles. Hermanos no nombrados de Chipre y de Cirene empezaron la obra en Antioquía (Hechos 11:20). Comenzó la obra en Roma mucho tiempo antes que llegara Pablo a esa ciudad (Roma­nos 1:7, 15:24). (Se debe observar que no hay ninguna nota bíblica que indicara que Pedro jamás hiciera visita a Roma). Si bien la historia de la obra en Éfeso comenzara con una visita de Pablo (Hechos 18:19‑21), hubo un tiempo cuando, durante la ausencia de él, tuvieron influencia en esa ciudad Priscila y Aquila y el renombrado Apolos (Hechos 18:24‑28). Es muy probable que los esfuerzos de éstos no produjeran mayor resultado, sin embargo no se descartan como si no tuviesen ningún valor. Para la época que vivimos, época de egoísmo, es saludable ver la forma desin­teresada en que el apóstol a los gentiles recomendara a todos, inclusive a las hermanas (Filipenses 4:3, Romanos 16:1,2, etc.). Parece que Lucas comenzó a tomar en cuenta el servicio de cada uno, y no escribió tan sólo para elogiar a Pedro y a Pablo.

Es llamativa la manera en que el Espíritu Santo pasa por encima de mucha actividad y servicio de la vida de Pablo, y se apresura a contar de la obra en Éfeso (Hechos 18:22,23 con 19:1). Éfeso marcó una nueva etapa a la vez que dio gran impulso al desarrollo de la obra, de modo que “todos los que habitan en Asia, judíos y griegos, oyeron la Palabra del Señor Jesús” (Hechos 19:10). Podrá calcularse la importancia de esta obra tomando en cuenta las muchas Escrituras que refieren directa e indirectamente a ella: la carta a los Efesios, primera y segunda Timoteo (puesto que Timoteo se hallaba en Éfeso), y también la carta de Apocalipsis 2:1‑7. Por supuesto esta carta no se entresacó del libro de Apoca­lipsis pero, por cuanto se nombran siete de las iglesias de la provincia de Asia, capítulos 2 y 3, esto en sí, sin duda, habría asegurado la rápida diseminación del Apocalipsis por toda la provincia. También circularían en la misma provin­cia las dos cartas de Pedro, puesto que se dirigían “a Asia” entre otros lugares.

Pablo instruyó que la carta a los Colosenses fuese leída también en Laodi­cea. Ambas ciudades se ubicaban en Asia. La obra en Asia y particularmente la de Éfeso tendría que ser reconocida aun en aquellos tiempos como obra de muchí­sima importancia ya que los grandes após­toles, Pedro, Juan y Pablo, y el Señor mis­mo manifestaran tanto interés en esa zo­na. No se sabe cuántas iglesias se habrían de formar en Asia como consecuencia de más de dos años que Pablo dedicó a Éfeso. Sin embargo, se sabe de iglesias en Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardis, Fila­delfia, Laodicea y Colosas; esta última siendo resultado de las labores de Epafras a quien Pablo designó, “nuestro consiervo amado” (Colosenses 1:6‑9).

Éfeso representa, quizás, la obra de mayor impacto de toda la vida de Pablo. No es sorprendente, pues, hallar que se destacaba también por casos insólitos que, al parecer, no se repetían en algún otro lugar. Solamente de la obra en Éfeso leemos de unos hombres (doce en total) que fueron bautizados por segunda vez. Ellos se habían identificado como “discípulos” (Hechos 19:1), pero como Apolos, conocían solamente el bautismo de Juan (18:25). Ignoraban la obra del Espíritu Santo (19:2), y posiblemente también la de Cristo (19:4), dos acontecimientos que se ligan inseparablemente en las Escrituras (Juan 7:37‑39; Hechos 2:14­-36).

Es difícil reconciliar el hecho de que Priscila y Aquila expusieran a Apolos “más exactamente el camino de Dios” (18:26), y que no lo hicieran en el caso de estos hombres. Además, es difícil entender por qué éstos solamente, y no Apolos también, fueron bautizados de nuevo. Por supuesto, su respuesta de ellos a Pablo (19:3), que fueron bautizados “en el bautismo de Juan”, no quiere decir que fueron bautizados por Juan. El bautismo de arrepentimiento retuvo su validez en el caso de los apóstoles y otros que no tuvieron que ser bautizado de nuevo, después del advenimiento de Espíritu Santo (Hechos 2).

Es posible que estos hombres de Éfeso fueron bautizados “en el bautismo de Juan” después de muerto el Señor y formada la iglesia. En tal caso su bautismo no tendría validez, como así lo consideró el apóstol Pablo. Su posterior bautismo en “el nom­bre del Señor Jesús” (19:5), no provee un nuevo formulario que sustituya la enseñanza del Señor Jesús (Mateo 28:19). Ser bautizados en ese nombre indica claramente que ellos se identificaron ya con la persona nombrada, lo que nadie hizo por ser bautizado con el bautismo del arrepentimiento.

Es aquí donde entra otro factor, no común, en el mismo caso de estos hom­bres de Éfeso. Ellos recibieron el Espíritu por imposición de las manos de Pablo, después de creer y ser bautizados (19:5,6). Además de hablar en lenguas, ellos profetizaron. Todo aquí es muy singular y es muy probable que, al iniciarse tan importante obra como era la de Éfeso, Dios quiso dar confirmación irrefraga­ble del apostolado de Pablo, lo que se cuestionaba en Corinto (1 Corintios 9:1).

A través de la inspirada historia de Hechos es importante fijarnos en el balance que mantiene Lucas al referir­nos las actividades de los grandes apósto­les, Pedro y Pablo. Por manos de Pedro y Juan recibieron los samaritanos el Espíritu, y por manos de Pablo lo recibieron los doce hombres de Éfeso. Pedro y Pablo sanaron cada uno un cojo (3:2; 14:8); ambos echaron fuera demonios (5:16; 16:18); descubrieron el engaño de hombres magos (8:18; 13:6); resucita­ron a muertos (9:36; 20:9); ambos lograron escaparse de prisiones (12:7; 16:25); y sanaron a enfermos (5:15;19, 11,12). Bien pudo escribir Pablo, “en nada he sido menos que aquellos grandes apóstoles, aunque nada soy” (2 Corintios 12:11).

Éfeso era escenario de milagros extra­ordinarios hechos por Pablo (19:11), de la debacle de unos judíos exorcistas que intentaron invocar el nombre del Señor Jesús sobre los que tenían espíritus malos (19:13‑17), y de la quema de libros de magia en valor de cincuenta mil piezas de plata (19:19). Resumiendo tan grande obra que se hizo en Éfeso, Lucas dice, “así crecía y prevalecía poderosa­mente la palabra del Señor”.

Proyectos y peligros

Una lectura superficial de Hechos 18 y 19 podría dejar la impresión de que Pablo salió de Éfeso como consecuencia del alboroto suscitado por Demetrio y los plateros, ya que el capítulo 20 co­mienza con las palabras “Después que cesó el alboroto …” Pero, antes de estallar este desorden, Pablo ya había tomado la decisión de recorrer Macedonia y Acaya en camino a Jerusalén (Hechos 19:21,22). En la primera carta a los Corintios les habla manifestado su intención de permanecer en Éfeso hasta Pentecostés (1 Corintios 16:8,9). Su referencia en esta escritura a “muchos adversarios” como su alusión a “batallar en Éfeso contra fieras” (15:32), indica que mucho tiempo antes de los aconteci­mientos de Hechos 19:23,41 Pablo estaba enfrentando graves oposiciones a sus labores. (Véase también 2 Corintios 1:8‑10).

Estas referencias de Pablo hacen ver que Lucas no cuenta pormenorizada­mente todos los detalles de la vida de Pablo. También es aparente lo mismo cuando se toma en cuenta las referencias de Pablo a sus sufrimientos, clasificados en 2 Corintios 11:23‑33.

Parece que la primera intención de Pablo fue la de permanecer en Éfeso hasta Pentecostés y luego viajar directamente a Corinto, pero sin pasar mucho tiempo en la ciudad. “No quiero veros ahora de paso”, pues deseaba dirigirse primero hacia Macedonia y volver de Macedonia a Corinto e invernar con ellos (1 Corintios 16:5‑9). Sin embargo, todo indica que Pablo no estaba dispuesto a hacer visita a Corinto sin antes ser informado de cómo los corintios hablan reaccionado con respecto a las enseñanzas de su primera epístola a ellos. Habiéndoles escrito, Pablo quiso que manifestaran verdadero arrepentimiento, poniendo en orden todo lo que él habla corregido
(2 Corintios 2:9).

Viajando de Éfeso, llegó Pablo a la ciudad de Troas (2 Corintios 2:12‑13), pero todavía no había regresado Tito, el portador de la primera Epístola a los Corintios. En esa ciudad se le abrió al apóstol una puerta para la predicación del evangelio pero, agobiado par su intensa preocupación acerca de los corintios, Pablo no pudo aprovechar aquella oportunidad, pero tampoco quiso proseguir directamente a Corinto y así se cambió de planes, exponiéndose a ser criticado por inconstante (2 Corintios 1:17). Pablo “partió para Macedonia” (2 Corintios 2:13: 7:5‑7, Hechos 20:1), postergando así su llegada a Corinto, y explica su cambio de planes en las siguien­tes palabras: “por ser indulgente con vosotros no he pasado todavía a Corinto” (2 Corintios 1:23). Algunos han procura­do negar que Pablo demoró en visitar a Corinto debido a las condiciones de la asamblea, pero el lenguaje de Pablo es muy claro al respecto y no permite aplicar otro sentido.

Al escribir a los corintios, Pablo tenía planes para salir de Éfeso después de la fiesta de Pentecostés, e invernar en Corinto (1 Corintios 16:5‑8). No hay razones para creer que Pablo no lograra desarrollar estos planes, particularmente cuando se cuenta de él que, llegando a Macedonia, “recorrió aquellas regiones” y después, al llegar a Grecia, “estuvo allí tres meses” (Hechos 20:1‑3). Luego, él “tomó la decisión de volver por Macedo­nia” (Hechos 20:3). Todos los nombra­dos en el versículo 4 llegaron juntos a Filipos, donde Lucas se agregó al grupo tal cual como se indica por el uso de los pronombres “nos esperaron … y noso­tros”, (vs. 5,6). De Filipos viajaron juntos Pablo y Lucas, reuniéndose a los demás quienes le habían adelantado en el camino a Troas.

Mientras los demás viajaron por mar de Troas a Asón, “él determinó ir por tierra” (Hechos 20:13). De Asón todos pasaron en embarcación a Mitilene de donde navegaron a Samos y habiendo hecho escala en Trogilio llegaron a Mileto. De allí, Pablo hizo llamar a los ancianos de la iglesia de Éfeso porque “se había propuesto pasar de largo a Éfeso, para no detenerse en Asia, pues se apresuraba por estar el día de Pentecostés, si fuera posible, en Jerusalén” (Hechos 20:16,17).

Las referencias a la fiesta de Pentecos­tés en años sucesivos
(1 Corintios 16:8, Hechos 20:16) establece el período abarcado por los viajes de Pablo desde su salida de Éfeso (Hechos 20:1) hasta su llegada a Jerusalén (21:7).

Después de partir de Éfeso, el regreso de Pablo a Jerusalén sirvió para que se llevara la ofrenda de las asambleas de los gentiles a los hermanos necesitados de Judea. Hay muchas referencias a esta ofrenda, particularmente en la segunda epístola de Pablo a los Corintios, pero también en su primera epístola y en la a los Romanos, (2 Corintios 8:1‑4; 9:1‑5; 12:13; 1 Corintios 16:1‑4; Romanos 15:25‑27). Pablo se acordaba con diligencia de los pobres (Gálatas 2:10). Mediante sus cartas, despertaba interés en otros y los animaba a que colaborasen con los necesitados, pero se cuidaba él mismo de no encargarse de llevar su donativo a Jerusalén. Aclaró a los corintios que los responsables de llevarlo serían quienes ellos mismos designaran por carta (1 Co­rintios 16:3).

En la historia de Los He­chos, Lucas revela que los judíos habían puesto asechanzas contra Pablo, y sin duda este fue uno de los factores que influyó en su decisión de volver por Macedonia (Hechos 20:3). Es probable, sin embargo, que Pablo fuera acompañado en esa ocasión por tantos hombres, no por las asechanzas de los judíos, sino porque llevaban consigo el donativo de Acaya. Cuando Lucas se agregó al grupo que andaba con Pablo, ya eran nueve los hombres que caminaban juntos. Los nombrados en Hechos 20:4 acompañaron a Pablo hasta Asia, pero parece que de allí en adelante otros los reemplazaron. En Hechos 20:8 Lucas habla de “Pablo y los que con él estábamos”, y en versícu­lo 16, dice: “Y vinieron también con nosotros de Cesarea algunos de los discípulos”. En su arribo a Jerusalén, Lucas no hace referencia, como lo hizo en Hechos 11:30 y 12:25, a la entrega de la ofrenda para los necesitados. La feliz llegada de ellos a Jerusalén indica claramente que llegó también la ofrenda de los gentiles pero, como ni Pablo ni Lucas eran los encargados de este minis­terio, no se halla ninguna referencia a la entrega de tan abundante fruto de los sacrificios de hermanos liberales.

Responsabilidad y fidelidad

En todo lo que se ha refe­rido acerca de las activida­des de los apóstoles, no hay ningún relato tan conmovedor como el de Hechos 20:17‑38. Era la ocasión cuando Pablo, después de aconsejar a los ancianos de Éfeso, se despedía de ellos. También era el momento cuando él mostrara, enternecido, su pro­funda preocupación por el futuro de una obra insigne, fruto de la obra del Espíri­tu Santo en la provincia de Asia. En cuanto a sí mismo Pablo no tenía remordimien­tos. Su conducta había sido ejemplar, pues no había visitado la ciudad de Éfeso bus­cando para sí: “Ni plata ni oro ni vestido de nadie he codiciado”. Habiendo desempeñado fielmente su predica­ción del evangelio y enseñanza de los santos, él pudo testificar y decir: “Yo os protesto en el día de hoy, que estoy limpio de la san­gre de todos; porque no he rehuido anunciaros todo el consejo de Dios”, y agregó, “Por tres años, de noche y de día, no he cesado de amo­nestar con lágrimas a cada uno”, Hechos 20:25,26,31.

La preocupación que Pablo sentía en aquel momento se debía a los grandes peligros a que estaba expuesta la o­bra en Éfeso. Eran dos los peligros de mayor gravedad: (1) que, de afuera, en­trarían lobos rapaces que “no perdonarían al rebaño”, y (2) que de los efesios se levantarían algunos “hablan­do cosas perversas para a­rrastrar tras sí a los discípulos”, Hechos 20:29,30. Pa­ra nosotros a esta distancia no nos es difícil creer que de afuera entrarían hombres crueles, intentos en dañar al rebaño. Pero, es más difícil creer que de los conoci­dos por los mismos apóstoles se levantarían algunos, car­nales, buscando para sí. Sin embargo, el hecho de que uno de los doce “tenía demonio”, Judas Iscariote, quien traicionó al mismo Señor, nos a­yuda a entender que en todas las épocas (y no menos en la nuestra) han habido los que se apostataron de la fe, convirtiéndose en los primeros enemigos del evangelio y de la doctrina apostólica. No debe sorprendernos, pues, hoy en día, cuando algunos de los que llevan mayor res­ponsabilidad entre el pueblo del Señor manifiestan que son realmente hombres de esta índole. Así ha sucedido en el pasado, y lo más cier­to es que así sucederá tam­bién en el presente.

En esta porción, Hechos 20:17‑38, Pablo mandó llamar a los ancianos de la iglesia de Éfeso. En estos mismos versículos hallamos dos con­ceptos más que se relacionan con el de anciano. (1) La i­dea de “apacentar al rebaño” v. 28, indica que el trabajo de ellos es el de pastorear la grey; o sea, los ancianos son también pastores. (2) En el mismo versículo (28) Pa­blo los llama “obispos”. Esta palabra (epískopos) en sí significa “sobreveedor”, y el verbo episkopéo se traduce “mirad bien” en Hebreos 12:15, mientras la palabra episkopí se traduce “visitación” en Lucas 19:44. Una comparación de esta porción con 1 Pedro 5:1‑4 confirma­rá que el anciano es también pastor y sobreveedor (obis­po). El testimonio de los dos grandes apóstoles, Pablo y Pedro, es muy cónsono en este respecto.

La palabra anciano indi­ca que no se trata de un neófito, o sea un recién convertido, ya que la misma pala­bra implica madu­rez en las cosas del Señor. Pastorear indica que el an­ciano se dedica a enseñar y a encaminar espiritualmente a los que han confesado fe en el Señor Jesucristo, mientras la palabra sobreveedor da la idea de uno que es di­ligente en velar por los in­tereses del pueblo del Señor y que les visita. Estos no son los únicos conceptos que se relacionan con el anciano, puesto que hay otras designaciones que se usan en el Nuevo Testamento de los que asumen responsabilidades espirituales dentro del seno de u­na asamblea.

Hay los que han procurado establecer rangos de jerar­quía, aprovechando para ello las tres palabras que hemos venido considerando. Han he­cho que anciano, pastor, y sobreveedor (obispo), representen rangos distintos de ascendencia religiosa. En cierta ocasión en una asam­blea se hizo el anuncio si­guiente: “Fulano de tal será un anciano de la asamblea. Perencejo será el sobrevee­dor de la asamblea”. Tal a­nuncio representa una equivocación de la primera magni­tud; sin embargo, en aquella ocasión era un anuncio muy acertado. Desde aquel día en adelante el nuevo “sobrevee­dor” asumió la dirección de la asamblea, convirtiéndose en “el primer anciano” y úl­timamente en un Diótrofes completo.

Otro error anti­bíblico es el de hacer dis­tinción entre uno llamado “el primer anciano” y los de más ancianos, como lo es también hablar de una iglesia como “iglesia madre” por en­cima de las demás asambleas. Es muy lamentable que muchos creen que por ser reconocidos como ancianos ya estarán en un puesto de jerarquía que les permitirá hacer según manda sus propias ambiciones. Al divisar en algún hermano la tendencia de oprimir a otros, de engrandecerse a sí mismo, o ver que se trata única y exclusiva­mente de un ambicioso, ya se sabe que éste nunca podrá ser encargado de ninguna responsabilidad dentro de una asamblea, no importa la capacidad que pueda tener en co­sas materiales.

No proviene de afuera el mayor daño que se ha hecho a ciertas asambleas. El factor más dañino a una asamblea cualquiera es cuando sea nombrado como anciano un hom­bre carnal que quiere engrandecerse y “tener señorío” sobre la grey de Dios. Los ta­les deben recordar que la grey no es de ellos, sino del Señor, y que el Señor no pasará por alto los atrope­llos que se hacen al pueblo humilde del Señor. Una asam­blea congregada en el nombre del Señor no puede convertir se en instrumento que sacie las ambiciones de hombres carnales. Cuando tales lle­gan a tener señorío sobre la grey de Dios, ellos mismos eligen a otros como ancianos que ciegamente obedecerán los deseos de quienes los nombraron.

Nombrar a ancianos es una cosa que muchos ven como anatema, creyendo que esto no se puede hacer hoy día. Hasta cierto punto se entiende lo que quieren decir tales hermanos pero, ¿será que, en tal caso, uno se autodenomina “anciano”? En todos los casos donde es­to ha sucedido, tales hom­bres autonombrados han sido un fracaso. Un verdadero anciano no va hacer lo que hizo uno cuando, nombrando a los ancianos de la asamblea, agregó “y vuestro siervo”. ¡Públicamente se nombró a sí mismo como anciano!

En el mismo contexto donde Pablo trata del ancianos, 1 Timoteo 5:17-25, él exhorta a Timoteo no ‘hacer nada con parcialidad,’ versículo 21. Así que, se debe hacer todo por mantenerse imparcial en el reconocimiento de ancianos, ya que la condición espiritual de éstos será el factor decisivo o para bien o para mal en cada asamblea.

Un anciano lo es solamente en el lugar donde el pueble del Señor le reconoce coma tal, y en más ningún lugar. Este será el lugar donde él tiene su domicilio, pues, a­llí donde vive es donde pue­de tener “buen testimonio de los de afuera”, 1 Timoteo 3:7. Que uno viva en un pueblo donde hay una asamblea o a­sambleas, y viaje lejos para desempeñar sus responsabilidades de anciano, no concuerda con la práctica neotestamentario.

Hablando del pastor, dijo el Señor: “A sus ovejas llama por nombre, y las saca. Y cuando ha sacado fuera todas las propias, va delante de ellas.” Y agregó: “Las ovejas le siguen, porque conocen su voz. Mas al extraño no seguirán”. (Juan 10:3,4) Esta porción establece que el que es pastor conoce al pueblo del Señor, delante del cual se porta de una manera ejemplar: “va delante de ellas”. A éste seguirán el pueblo del Señor, pero no seguirá a un desconocido en quien no tienen confianza.

Puede que uno, siendo anciano, se traslade a otra asamblea, pero no puede asumir allí responsabilidades de anciano puesto que no ha granjeado para sí la confianza del pueblo del Señor. Sin duda, todos lo respetarán, con tal que sea anciano respetado en su propia asamblea; sin embargo, no pueden tener confianza en un desconocido.

Tribulaciones y testimonios

De Hechos 21:17 hasta el fin del libro se trata casi enteramente de las prisiones de Pablo. Lo que dio ocasión a que él cayera preso era el voto que él había hecho en acuerdo con el consejo dado por Jacobo y los ancianos, 21:18. Ha sido muy discutido el hecho de que Pablo hicie­ra voto según la ley de Moi­sés. Hay quienes le condenan por lo que hizo, y hay quie­nes le defienden. Sin duda alguna el motivo de Pablo estaba completamente cónsono con su enseñanza en 1 Corintios 9:20, “Me he hecho a los ju­díos como judío para ganar a los judíos”, y esto concuer­da con el tenor de sus pala­bras en Romanos 9:3, “Porque de­seara yo mismo ser anatema, separado de Cristo, por amor a mis hermanos”. Fuese una equivocación o debilidad en Pablo, fuese que él tuviera toda la razón por lo que hi­zo, se ve la mano de Dios en toda la secuela de aconteci­mientos que resultaron de a­quel voto.

Por lo regular se habla de los dos años de prisiones de Pablo, referidos al fin del libro de Los Hechos. Pero, una lectura de los capítulos 21 al 28 nos convencerá que Pablo pasó cerca de cinco a­ños de prisiones desde el momento cuando fue prendido en Jerusalén (21:33) hasta el fin de los dos años pasa­dos en Roma (28:30). Las va­rias referencias a este pe­riodo son los siguientes: dos años (24:27), dos años (28:30), tres meses (28:11), y hay aproximadamente cuarenta días más, tomando en cuenta las referencias 24:1, 25:1,6, 27:33, 28:14, etc. Ya se acerca la cuenta a cuatro años cinco meses, sin contar otras referencias como: “al­gunos días después”, 24:24; “pasados algunos días”, 25:13; “muchos días”, 25:14, 27:7; y “mucho tiempo”, 27:9. Cuando menos las pri­siones de Pablo duraron cua­tro años y seis meses, y posiblemente la cuenta se acercará más a los cinco años.

Desde el punto de vista humana hay ciertas circunstan­cias que siempre ocasionará comentario, como el hecho de Pablo al hacer voto en Jeru­salén, 21:26, su voz en el concilio, cuando apeló a los fariseos presentes, 23:6‑9, y su apelación a César, 25:11,12. Hay quienes cuestionan lo que hizo Pablo en estas ocasiones y posiblemente no se llegará nunca a un acuer­do sobre estos puntos. Sin embargo, es innegable que hay el otro lado del asunto, es a saber, el divino. Al creer Pablo, el Señor había dicho a Ananías que Pablo e­ra instrumento escogido “pa­ra llevar mi nombre en pre­sencia … de reyes …”

Parece que esta palabra comenzó a cumplirse en lo que se relata al fin del libro de Los Hechos. Al comienzo de sus prisiones el Señor se le presentó a Pablo, diciéndole “Ten ánimo, Pablo … es necesario que testifiques tam­bién en Roma”, 23:11. Más a­delante, cuando en la tempestad en alta mar, Pablo pudo declarar a todos que, “Esta noche ha estado conmigo el ángel del Dios de quien soy y a quien sirvo, diciendo: ‘Pablo, no temas; es necesa­rio que comparezcas ante Cé­sar’ etc.”, 28:23,24. Sea co­mo sea nuestra manera de in­terpretar las acciones de Pablo, no podemos dudar que, por encima de todo, la mano del Señor estaba guiándolo todo. En todas estas circunstancias del gran apóstol se cumplió la palabra, “El hom­bre propone más Dios dispo­né”.

Además de animar a Pablo mediante una manifestación personal (23:11) y una angé­lica, (28:23,24), hubo aque­llas circunstancias providenciales que no dejarán de animar al siervo del Señor. Primero, un sobrino de Pablo se informó de la celada en con­tra de Pablo, (23:16‑22) y por medio de sus revelacio­nes al tribuno, Pablo fue en­viado de noche a Cesarea y así salvado de aquella amenaza. También fue salvado cuando, en su viaje a Roma, Ju­lio el centurión, “queriendo salvar a Pablo” no permitió que los soldados mataran a todos los presos (27:42,43). El cuidado providencial del Señor se vio también en la actitud hacia Pablo de los gobernantes y hombres de au­toridad. En Cesarea, Félix mandó que “se le concediera alguna libertad, sin impedir a ninguno de los suyos ser­virle” (24:23). En la isla de Malta, como resultado de sanar a los enfermos, todo se proveyó para Pablo y los demás, no solamente durante los tres meses que pasaron allí, sino también para el resto de su viaje. Y, en Ro­ma, Pablo tenía una casa al­quilada y “recibía a todos los que a él venían” (28:30).

Estas y otras circuns­tancias habrían animado a Pablo, paso a paso, durante a­quellos años de prisiones. Pero, uno de los aconteci­mientos más importantes para Pablo era el de hallar a hermanos en Puteoli, donde Pa­blo y sus compañeros pasaron siete días, y donde posiblemente participaran de la ce­na del Señor. Más adelante, siendo encontrado en el Foro de Apio y las Tres Tabernas por hermanos que habían salido de Roma, Pablo “dio gra­cias a Dios y cobró aliento”.

Uno no puede dejar de ser impresionado por la manera en que Pablo aprovechó cada oportunidad para predicar el evangelio a todos y a testi­ficar del Señor, sin impor­tarle sus circunstancias personales. Ante Félix y Drusi­la, quienes estaban viviendo mal, Pablo no dejó de amonestarles acerca del dominio propio (24:25). No intentó esconder sus cadenas cuando se defendió ante Agripa, di­ciéndole: “¡Quisiera Dios que … fueseis hechos tales cual yo soy, excepto estas cadenas!” Y, en presencia de doscientas setenta y seis personas, soldados y prisio­neros, Pablo “tomó el pan y dio gracias a Dios en presencia de todos” (27:35). Lue­go, en Roma, siendo prisionero, no le inhibió a Pablo de modo que no predicara “el reino de Dios” ni enseñar “acerca del Señor Jesucris­to” (28:30,31). En todo, este gran caudillo del evan­gelio de Jesucristo nos ha dejado noble ejemplo que se­guir.

Para la iglesia, aquellos años de prisiones de Pablo eran años muy fructíferos, pues en ellos Pablo escribió varias de las epístolas del Nuevo Testamento. Mientras Pablo estaba en Roma, él es­cribió las cartas a los Efe­sios, los Colosenses, los Filipenses y la carta a File­món.

Se tiene que tomar en cuenta que el libro de Los Hechos termina con el após­tol de la incircuncisión en prisiones; no obstante, sigue difundido el evange­lio. Así dejó terminada el Espíritu Santo la historia del inicio de esta época de gracia. Si tal terminación del libro tiene algún mensa­je para nosotros, será que entre tanto que el Señor venga, la verdadera iglesia va a sufrir persecución; sin embargo, nada ni nadie podrá impedir que Dios lleve a cabo su propósito en el mundo me­diante el evangelio.

De vez en cuando surge la pregunta, ¿Fue puesto en libertad el apóstol Pablo, después de las prisiones re­feridas en Hechos capítulo 28? Hay referencias de las epístolas pastorales: las de Timoteo y la de Tito, que no se pueden colocar dentro de la historia de Los Hechos. La expresión, “Te rogué que te quedases en Éfeso, cuando fui a Macedonia” (1 Timoteo 1:3) no puede ser una refe­rencia a la primera visita de Pablo a Éfeso (Hechos 18:18‑21). En aquella visita él viajó de Acaya a Éfeso, en camino a Jerusalén, y estaba acompañado de Priscila y A­quila. Tampoco puede tener referencia a su segunda vi­sita (Hechos 19:21, 20:4), porque Timoteo y Erasto le iban adelante a Macedonia (19:22). En el viaje que Pablo hizo de Acaya a Macedonia y Asia, Timoteo figuró entre los que acompa­ñaban a Pablo (20:4).

Es muy probable que 1 Timo­teo 1:3 sea una referencia a una visita a Éfeso posterior al encarcelamiento de Pablo en Roma, Hechos 28. Esto en sí lo colocaría entre los a­ños 62 y 66 d.C. Es evidente que Timoteo acató el deseo de Pablo, quedándose en Éfeso, donde se encontraba to­davía cuando se escribió la segunda epístola. Compárese 2 Timoteo 4:12 y 19.

Dejando a Timoteo en Éfeso mientras él proseguía a Ma­cedonia; habría dado a Pablo la oportunidad de visitar las asambleas de Troas, Fi­lipos y Tesalónica. De Mace­donia Pablo escribió la pri­mera epístola a Timoteo. Ob­viamente él tenía la inten­ción de volver pronto a Éfeso, según 1 Timoteo 3:14. Si Pa­blo lograra hacer su pro­puesto regreso a Éfeso, es posible que él visitara a Creta antes de hacerlo. Tam­bién es posible que lo hi­ciera después de volver a Éfeso. Lo cierto es que en algún momento él fue a Creta donde dejó a Tito. Véase Ti­to 1:5.

No se sabe cuánto tiempo transcurrió entre su visita a Creta y el momento cuando escribió su epístola a Tito, pero en el momento cuando él se dirigió a Tito ya tenía la intención de invernar en Nicópolis (Tito 3:12). No se puede precisar hasta dónde llegara Pablo en sus actividades misioneras, antes de caer preso por úl­tima vez. En esta ocasión e­ran de índole grave las acu­saciones traídas en contra de Pablo, como dijo: “Sufro penalidades, hasta prisiones a modo de malhechor” (2 Timoteo 2:9). La palabra “malhechor” implica que él fue acusado en forma grave, y no mera­mente de cuestiones religio­sas, como en Hechos 25:18‑20. De sus prisiones Pablo no albergaba ninguna esperanza de ser librado (2 Timoteo 4:6).

En su última carta, la se­gunda a Timoteo, Pablo no daba ningún indicio de estar desanimado. Lejos de estar entristecido, pensando en la muerte, él comenzó su carta con una referencia a “la promesa de la vida que es en Cristo Jesús” (2 Timoteo 1:1). Más adelante él habla de Jesucristo “resucitado de los muertos conforme a mi evan­gelio”, y uno de sus últimos comentarios fue: “El Se­ñor … me preservará para su reino celestial”. Lo corona todo con una doxología, diciendo: “A Él sea gloria por los siglos de los siglos. Amén”.

Es obvio el gran interés en el evangelio que Pablo mantuvo hasta el fin de su vida. Pensaba todavía en los gálatas (2 Timoteo 4:10). Envió a Tito a Dalmacia y a Tíqui­co a Éfeso. Pensó todavía en Corinto y no se olvidó de su compañero de milicia, enfer­mo en Mileto, 4:20. ¡Qué el Señor nos dé gracia para se­guir sus pisadas!

 

 

 

 

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