La tierra y el pueblo; W W Fereday (#726)

 

W.W. Fereday

 

Este escrito consiste en un resumen, fácil de leer, de Israel en el cuadro profético. Sus encabezamientos son:

 

La tierra más importante  del mundo

Los propósitos de Dios

Profecía en las ceremonias antiguas

Acontecimientos en el siglo 20

El reloj profético parado

La  crisis  por  venir

El  hombre  propone, Dios dispone

Bendición a la postre

La tierra en el milenio

El pueblo en el milenio

Algo todavía mejor

 

En sus 93 años (1866-1959) W.W. Fereday era uno de los escritores más prolijos entre las asambleas de Inglaterra. Se congregaba primeramente entre los “exclusivistas” y luego entre asambleas más moderadas. Por cuanto este escrito data de la primera parte del siglo 20, he tomado la libertad de añadir al mismo en lo que se refiere a los acontecimientos al final de y posterior a la segunda guerra mundial.                        D.R.A.

 

La  tierra  más importante del mundo

Hay una tierra ¿quién no sabrá cuál es? que guarda como ninguna otra un interés y un encanto para todos aquellos que temen a Dios. Es el centro de la historia bíblica y de todo el trato de Dios en relación con el globo terrestre.

En esa tierra los patriarcas caminaron su senda peregrina y gozaron de sagrada comunión con Dios; en ella obró Jehová sus maravillas en bien de Israel su escogido; en ella nació el Hijo de Dios y allí padeció y expiró. Desde esa misma tierra ascendió a donde estaba antes y a la misma volverá cuando llegue el momento señalado por Dios para que entre en el goce de sus derechos regios. Sus pies se afirmarán en aquel día sobre el monte de los Olivos en esa misma tierra, Zacarías 14.4.

Acertadamente cantamos:

Tierra  bendita  y  divina es  la  de  Palestina  donde  nació  Jesús.
En  sus  hermosos  olivares habló  a  los  millares  la  Palabra  de  amor.

Esta tierra cuenta con varios nombres en las Sagradas Escrituras.

Palestina, Éxodo 15.14, se deriva del hecho que los filisteos ocuparon por varios siglos una faja de la costa.

Canaán se deriva del nombre de los habitantes en general antes de la conquista bajo Josué.

La tierra de Israel, Mateo 2.20,21, se vincula distintamente con el pueblo escogido por Dios.

La de Emanuel, Isaías 8.8, se identifica con la posesión de aquel que es “Dios con nosotros”.

Los propósitos de Dios
para su pueblo en la tierra

Es atractiva la descripción que Dios mismo da a su tierra. La llama una tierra gloriosa, Daniel 8.9; la tierra que fluye leche y miel, Ezequiel 20.6; la más hermosa de todas las tierras, Ezequiel 20.15; una tierra buena y ancha, Éxodo 3.8; tierra abundante, Jeremías 2.7; y, la tierra que Jehová cuida desde el principio hasta el fin, Deuteronomio 11.12. No tenemos por qué sorprendernos ante este lenguaje, por cuanto Dios siempre escoge lo mejor cuando escoge para su pueblo.

Antes de ser Israel una nación, Dios tenía la mirada puesta en esa tierra y la formó con su pueblo en mente. Así, Moisés les explicó en Deuteronomio 32.8: “El Altísimo hizo heredar a las naciones. … hizo dividir a los hijos de los hombres, estableció límites a los pueblos según el número de los hijos de Israel”.

Esto quiere decir que Dios, al esparcir el pueblo que construiría la torre de Babel, arregló las migraciones de tal forma que los diferentes grupos llegasen precisamente a los lugares que convendrían una vez que Israel figurara entre los pueblos. El primer mapa del mundo fue diseñado por Dios con la tierra y el pueblo de Israel ubicados en el punto céntrico. Ezequiel 5.5 es interesante en relación con esto: “Esta es Jerusalén; la puse en medio de las naciones y de las tierras alrededor de ella”.

La historia de esa tierra y su pueblo no tiene que ser relatada aquí. El mundo entero la conoce; Israel ha sido una lección ilustrada para todos. En sus doce tribus se han exhibido de una manera especial los principios justos del gobierno divino. Más favorecidos que cualquier otro pueblo, los judíos han sufrido como ningún otro, todo a causa de su infidelidad y pecado. Dios les dijo por su profeta Amós: “A vosotros solamente he conocido de todas las familias de la tierra; por tanto, os castigaré por todas vuestras maldades”, 3.2.

Jehová nunca ha dejado de amar su pueblo; a pesar de la ingratitud de ellos, Él no cambia. “Irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios”, Romanos 11.29. En cuanto al evangelio, dice el versículo anterior, son enemigos, pero en cuanto a la elección, son amados.

Todas las tribus de ese pueblo gozarán todavía de la posesión plena y eterna, no sólo del territorio que ocuparon bajo sus reyes antiguos sino de la totalidad de la vasta herencia que Dios prometió a Abraham en primera instancia, desde el Nilo hasta el Éufrates, Génesis 15.18 al 21.

Profecía en las ceremonias antiguas

Isaías, Jeremías y los profetas en general predijeron magníficamente la gracia y gloria que vendrán a Israel en una época todavía futura, pero aun antes de esos escritores Dios había expresado los pensamientos de su corazón en las ceremonias típicas que dio a ese pueblo.

 

(i) El año de jubileo (uno en cada cincuenta) permitió a uno recuperar su heredad si la había perdido, Levítico 25.8 al 10, y esta provisión nos hace pensar en la devolución de su heredad en una ocasión futura, consecuencia de la obra redentora de Cristo.

 

(ii) Las ciudades de refugio, Josué 20.1 al 6, daban protección al homicida que había matado por accidente, hasta que un cambio de sumo sacerdote le permitiera volver a su casa. Este esquema es un cuadro de la situación singular de Israel hoy por hoy, guardado por Dios (aun cuando culpable de la muerte de Cristo) hasta que el sacerdocio actual de Cristo haya cumplido su propósito.

 

(iii) Los doce panes sobre la mesa de proposición, sobre los cuales caía la luz de la lámpara o el candelabro en el tabernáculo, aun en las horas más oscuras de la noche, Levítico 24.5 al 9, nos sugieren como Jehová se acuerda de su pueblo aun en las horas de aparente olvido.

 

(iv) En la ordenanza del macho cabrío, Levítico 16.20 al 22, los pecados de la congregación fueron confesados por el sumo sacerdote y puestos figurativamente sobre el animal y éste los llevó a un lugar deshabitado. Esto habla del apartamiento de todas las transgresiones de Israel cuando Cristo salga del santuario donde se presenta ahora por nosotros ante el rostro de Dios.

 

(v) Y, las siete fiestas del Levítico 23 presentan un cuadro repleto y por demás llamativo del trato de Dios con su pueblo terrenal hasta realizarse la bendición definitiva. Como es bien sabido, la fiesta de tabernáculos es un cuadro hermoso de la paz y prosperidad del milenio por venir.

 

¡Ay! Israel no percibió nada de esto. Dice 2 Corintios 3 que los hijos de Israel no fijaron la vista en el fin de aquello que había de ser abolido. Es decir, ellos no se dieron cuenta del propósito que Dios tenía en mente al establecer estas ceremonias. Más bien, el entendimiento de ellos se embotó, y hasta el día de hoy les queda puesto este velo cuando leen el Antiguo Testamento.

Pero, gracias a Dios, hay mejores cosas por delante. Cuando se conviertan al Señor, el velo se quitará. “¡Oh, que de Sion saliera la salvación de Israel! Cuando Jehová hiciere volver a los cautivos de su pueblo, se gozará Jacob, y se alegrará Israel”, Salmo 14.7. “Se dirá en aquel día: He aquí, éste es nuestro Dios, le hemos esperado, y nos salvará; éste es Jehová, a quien hemos esperado, nos gozaremos y nos alegraremos en su salvación”, Isaías 25.9.

Este es el cumplimiento pleno y feliz de las palabras de nuestro Señor registradas en Mateo 23.39: “Desde ahora no me veréis, hasta que digáis: Bendito el que viene en el nombre del Señor”. Efectivamente: “Este es el día que hizo Jehová; nos gozaremos y alegraremos en él”.

Acontecimientos en el siglo 20

Los hombres harían bien al dejar a Dios hacer su propia obra en la manera y ocasión que Él quiera. El entremetimiento humano en los propósitos de Dios sólo puede llevar al desastre. En este siglo 20 estamos viendo el regreso del pueblo judío a la tierra de sus padres, pero no en cumplimiento de lo que hemos venido hablando. Repetimos: “el pueblo judío”. No las doce tribus como tales, porque de diez de ellas no se sabe con certitud.

A éstas, las diez tribus, Jehová sacará a la vista cuando se tocará la gran trompeta en la ocasión de la venida en poder y gloria del Hijo del Hombre. “Acontecerá también en aquel día, que se tocará con gran trompeta, y vendrán los que habrán sido esparcidos en la tierra de Asiria, y los que habían sido desterrados a Egipto, y adorarán a Jehová en el monte santo, en Jerusalén”, Isaías 27.13. El Hijo del Hombre “enviará sus ángeles de los cuatro vientos, desde un extremo del cielo hasta el otro”, Mateo 24.31.

Al final de la primera guerra mundial, en noviembre 1918, el ministro de relaciones exteriores de la Gran Bretaña sorprendió al mundo y sacudió a no pocos pueblos con su famosa Declaración Balfour.

La tierra de Palestina había estado largos años bajo el control de los turcos pero ahora ese imperio (la dinastía otomana, que abarcaba Turquía y países vecinos) había llegado a su fin por cuanto figuraba entre los poderes derrotados por los occidentales en la gran guerra.

El imperio otomano tuvo sus comienzos setecientos años antes y llegó a gobernar sobre países desde el norte de África hasta Austria en Europa. Por largos siglos era el instrumento de crueldad árabe contra los judíos y otros. Por supuesto, Palestina había estado bajo dominio extranjero desde los días de Nabucodonosor, y especialmente desde la destrucción de Jerusalén a manos de los romanos en el año 70.

Balfour hizo saber el propósito del gobierno británico de auspiciar el regreso de los judíos a su tierra; o sea, “el establecimiento de un hogar nacional judío en Palestina”.

Roto por el momento mucho del dominio árabe, y protegidos en parte los judíos por el paraguas británico, comenzó una emigración de judíos de todas partes del mundo a la tierra de sus antepasados. La migración de éstos entre la primera guerra mundial y la segunda no era de comparar con la de los años posteriores a la segunda guerra, pero era significativa. Los árabes seguían viviendo en Palestina pero se vieron obligados a dar cabida a los odiados recién llegados.

En la figura del Génesis 25, Rebeca se encontró con dos naciones en su seno y ellas luchaban entre sí. Fueron divididas desde las entrañas de su madre, y un pueblo sería más fuerte que el otro, y el mayor serviría al menor.

Por supuesto, los cristianos nominales, y muchos de los legítimos, empezaron a hablar de “la liberación de la Tierra Santa”. Muchos pensaban que la derrota de los turcos marcaba el fin de los problemas de los judíos, olvidándose de que los otomanos eran un solo eslabón en la opresión de ese pueblo. Leyendo la Declaración Balfour, muchos se emocionaron y exclamaron que la profecía estaba cumpliéndose delante de sus ojos.

Pero si fue así en los años ’20 y ’30 de este siglo, fue todavía mayor la emoción en 1948, y desde ese año hasta ahora ha sido todavía mayor la convicción de que se han cumplido las profecías que hemos citado. Jehová preguntó en Isaías 66.8: “¿Concebirá la tierra en un día? ¿Nacerá una nación de una vez? Pues en cuanto Sion estuvo de parto, dio a luz sus hijos”.

Y esto sucedió hasta cierto punto en 1948 cuando, tomando al mundo entero por sorpresa, un congreso de judíos en Palestina declaró la constitución del Estado de Israel.

Ahora no era cuestión de algunos judíos viviendo mezclados con jordanos y árabes en Palestina bajo la protección tenue de británicos por autorización de varios poderes mundiales. Ahora existía una nación gobernada por judíos y dedicada a la consolidación de ese pueblo. Desde el punto de vista de la política mundial del siglo en que vivimos, una nación había nacido de una vez.

Nadie, judíos aparte, estaba a gusto con el parto.

La primera guerra árabe-judía estalló en 1948, la segunda en 1956, otra en 1967 y otra en 1973. Hasta quince naciones árabes se han unido (algunas con poca participación) en guerra contra el pequeño y repudiado Israel. Ha habido conferencias, acuerdos, pactos, bloques, terrorismo de parte y parte, y un sinfín de intentos para eliminar el Estado de Israel o acomodar los judíos y los musulmanes a una convivencia pacífica.

Para vergüenza suya, Gran Bretaña y algunas otras naciones que eran sus amigos tradicionales han negado reconocer las aspiraciones israelíes, abandonando esa vieja amistad y buscando más y más el comercio con los países árabes que cuentan con grandes reservas de petróleo. Los Estados Unidos de América es hoy en día el protector de Israel, a veces a regañadientes y no obstante las enormes presiones internas de parte de aquellos que quisieran complacer más a los seguidores de Mahoma y sus simpatizantes.

Con Israel nadie puede ser neutral, y realmente nadie está de un todo de acuerdo. Pero allí está: no sólo en pie sino creciendo y prosperando. Visto humanamente, no tiene sentido; visto espiritualmente, se reviste de gran significado.

El reloj profético parado

La Tierra Santa no ha sido liberada. Dios no ha reunido su pueblo. La profecía no ha visto su cumplimiento cabal. Jerusalén todavía es hollada en parte por lo gentiles y lo será más aun, Lucas 21.24, ya que los tiempos de los gentiles no se han cumplido. El que se guía por las Escrituras sabe que lo peor está por delante, aun cuando el lector creyente de estos días no lo va a ver con sus ojos.

La Iglesia no está completa, ni estará hasta que el Señor venga a buscarnos. El testimonio de la Iglesia está todavía sobre la tierra, y hay quien al presente detiene, pero sabemos que él a su vez será quitado de en medio, 2 Tesalonicenses 2.7.

Siendo así, difícilmente podemos hablar del cumplimiento del esquema profético; los temas de la profecía tienen que ver con la tierra y encuentran su punto céntrico en Israel. Hoy por hoy Dios no tiene trato con Israel sino con la Iglesia compuesta de todos los que han creído en Cristo desde el Día de Pentecostés hasta ahora. Las cosas celestiales, no las terrenales, ocupan la mente del Divino durante este período.

El Rey escogido de Dios no ocupa todavía el trono en Sion. Él está en los cielos y el Espíritu Santo está aquí, recogiendo de entre las naciones a los que participan de la dicha. Es sólo una vez quitada la Iglesia, llevada a la casa del Padre, que comenzará el proceso de cumplimiento de estas profecías, y otras.

El reloj profético se paró cuando el Mesías fue rechazado, y su péndulo no se moverá de nuevo hasta que se cumpla el propósito actual de gracia divina: el de bendecir un pueblo gentil que no era pueblo, nosotros que hasta hace poco estábamos lejos, sin esperanza y sin Dios en el mundo. Un ejemplo del reloj parado lo tenemos en la famosa profecía de las semanas en Daniel 9.25 al 27; leyendo sólo esos versículos, nadie se da cuenta de la gran brecha (el tiempo presente) entre la semana 69 y la última.

La crisis por venir

Estos acontecimientos a partir de 1918 nos han acercado sensiblemente al cumplimiento de lo predicho en Isaías capítulo 18. Parece extraño el capítulo, pero encierra un mensaje profético que guarda relación estrecha con el tema del regreso de Israel a su tierra, un evento esencial para el desenvolvimiento de la gran tribulación y luego el milenio.

“Ay de la tierra”, comienza el capítulo, no como endecha sino como llamado. “¡Ay de la tierra que hace sombra con las alas, que está tras los ríos de Etiopía; que enviará mensajeros por el mar, y en naves de junco sobre las aguas! Andad, mensajeros veloces, a la nación de elevada estatura y tez brillante, al pueblo temible desde su principio y después, gente fuerte y conquistadores, cuya tierra es surcada por ríos”.

De Israel no se habla, sino de un poder político amistoso hacia los judíos. “… hace sombra con las alas” significa que presta ayuda a ese pueblo. Mejor, mucho mejor, sería para Israel no confiar en esa potencia política sino tomar como suyas las palabras de Salmo 57.1: “En ti ha confiado mi alma, y en la sombra de tus alas me ampararé hasta que pasen los quebrantos”. Pero Dios no está en los pensamientos de Israel ahora; restan muchos años para que esa nación emplee el lenguaje de Isaías 51.9: “Vístete de poder, oh brazo de Jehová … como en el tiempo antiguo”.

El segundo detalle que notamos en cuanto al país protector es que queda lejos de la tierra santa: “… está tras los ríos de Etiopía” o sea, más allá del Río Éufrates al este y el Nilo al oeste. El sentido aquí es simplemente que se trata de un pueblo fuera de la comunidad de naciones con que el pueblo terrenal de Dios había tenido trato anteriormente.

¿De qué poder político habla Isaías? Del imperio romano.

El imperio romano tuvo sus comienzos unos trescientos años antes del nacimiento de Cristo y se desintegró unos cuatrocientos años después de su muerte. Sus mejores tiempos fueron precisamente los de los años apostólicos, circunstancia esta que facilitó grandemente la extensión del santo evangelio. Roma llegó a conquistar el norte del África, las partes del Asia que colindan con Europa, y el continente europeo excepto los países del norte.

El imperio romano se levantará de nuevo, como muchas profecías nos avisan. La bestia que Juan vio subir del mar en Apocalipsis 13.1 es una figura del líder de la Roma política restablecida. Si bien esa “bestia” no ejercerá su poder hasta después de quitada la Iglesia, no dudamos de que muchos eventos mundiales y europeos del siglo 20 bien pueden ser preparativos para la Roma reconstituida.

En las conquistas por realizarse, Palestina será un territorio amortiguador, gracias en parte a su ubicación en todo el nudo formado por África, Asia y Europa. En este vaivén de los ejércitos de conquistadores y conquistados, los judíos querrán contar con algún protector ajeno de sus vecinos.

¡Ay de ellos! Su esquema resultará tan sólo en que la Palestina, tantas veces hollada, será hollada como nunca antes cuando los “ríos” o sea, los pueblos de la tierra harán estragos en esa tierra y en su pueblo. Ese país infeliz está destinado a ser la escena de la gran, definitiva batalla de Armagedón, un evento que eliminará la mayor parte de los moradores de esa tierra, sellará la suerte de sus enemigos, pondrá fin a la gran tribulación y permitirá el comienzo del milenio. El valle de Armagedón no está en Europa, escena de tanta guerra, ¡sino en Palestina! Léase cuidadosamente Isaías 28.14 al 18.

El  hombre propone, Dios dispone

Dios no está en el resurgimiento israelí del siglo 20, pero se interesa en todo lo que concierne a la simiente de Abraham, y por esto llama la atención de los hombres a lo que sus contemporáneos están haciendo. El quiere que el mundo entero se dé cuenta del temible drama para el cual se está arreglando la tarima en la Palestina.

“Vosotros, todos los moradores del mundo y habitantes de la tierra, cuando se levante bandera en los montes, mirad; y cuando se toque trompeta, escuchad”, Isaías 18.3. Los hombres están activos pero, en lo que se refiere a Israel, Dios no lo está. Su hora no ha llegado. “Estaré quieto, y los miraré desde mi morada, como el sol claro después de la lluvia, como nube de rocío en el calor de la tierra”, 18.4.

La figura aquí es muy llamativa. Nos hace pensar en un día sofocante; el sol abraza, ni una hoja se mueve, y se palpa que la tormenta viene. Así será con el pueblo judío, restaurado en incredulidad por razones políticas, confiando en el brazo de meros hombres que profesan ser sus amigos.

El profeta describe gráficamente la ruina del esquema. “Antes de la siega, cuando el fruto sea perfecto, y pasada la flor se maduren los frutos, entonces podará con podadores las ramitas, y cortará y quitará las ramas”, 18.5. La idea es de una vid hermosa de la cual todos esperan abundancia de fruto para su dueño, pero que sufre un desastre y no da nada. La viña es símbolo de Israel, como bien sabemos por el Salmo 80 y el capítulo 5 de Isaías.

Al llegar al versículo siguiente en nuestro capítulo, el 18.6, encontramos la interpretación de este lenguaje figurativo; se nos habla claramente de la calamidad que inundará los judíos en su propio país: “Serán dejados todos para las aves de los montes y para las bestias de la tierra; sobre ellos tendrán el verano las aves, e invernarán todas las bestias de la tierra”.

Las aves son los siervos del diablo; en Mateo 13.4,19 ellas quitan la semilla de la Palabra de Dios. Las bestias son los poderes gentiles que les acompañan; Daniel capítulo 7. El pueblo apóstata que caerá víctima de estas “aves” y “bestias” habrá sido adorador del anticristo, a quien habrá aceptado como rey en su tierra: “El rey … se engrandecerá sobre todo dios, y contra el Dios de los dioses hablará maravillas …”, Daniel 3.6. “Si otro viniere en su propio nombre, a ése recibiréis”, Juan 5.43.

Estando en liga ese pueblo con el imperio romano, un poder blasfemo y desafiante de Dios, Él les entregará a la desolación. Su convenio con el Seol (porque así es que llama el profeta su tratado político) no surtirá efecto, sino que las huestes invasoras arrasarán todo. Ese pueblo habrá dicho que han puesto su refugio en la mentira, Isaías 28.15. La tierra de Emanuel se inundará, como si fuera, hasta la garganta, 8.7,8.

Cuando Isaías dice que los pueblos harán estrépito como de ruido de muchas aguas, 17.13, él se refiere a nada menos que la invasión del “asirio”, el rey del norte, y sus aliados asiáticos y norteños. Los occidentales, aliados de Israel, no podrán resistirles, ya que es la voluntad de Jehová que su pueblo sufra la consecuencia de su engaño y beban hasta lo último las heces de los resultados de su necedad.

Casi, casi eliminado Israel, el Hijo del Hombre vendrá en poder y gloria. Sus pies tocarán el monte de los Olivos, Zacarías 14.4, la fisonomía de la tierra santa cambiará de un todo, y más aun cambiará el curso de la gran batalla y matanza.

Bendición a la postre

Fracasado el hombre, Dios intervendrá.

Por esto, Isaías capítulo 18 termina con este mensaje: “En aquel tiempo será traída ofrenda a Jehová de los ejércitos, del pueblo de elevada estatura y tez brillante, …al lugar del nombre de Jehová … al monte de Sion”.

Para entender correctamente este versículo, tenemos que distinguir entre la reliquia sufrida y fiel por un lado y la masa apóstata por otro. De estos últimos los cerdos de Marcos capítulo 5 son típicos; de los primeros, una buena figura es el endemoniado curado, vestido y sentado a los pies del Señor. La reliquia, o remanente piadoso, es odiada y perseguida por sus propios hermanos.

El enemigo extranjero entregará a las aves del cielo los cadáveres de los siervos de Dios, y a las bestias de la tierra la carne de los santos, con su sangre corriendo como agua por las calles de Jerusalén; de esto leemos en Salmo 79.1 al 3. Adicionalmente, el 43.1 habla de sus aflicciones a manos de “gente impía” y un “hombre engañoso e inicuo”. El hombre es el anticristo; la gente, sus adoradores.

De boca de nuestro Señor sabemos que “habrá entonces gran tribulación, cual no la ha habido desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá”, Mateo 24.21.

Pero, volviendo al Salmo 43 y el remanente fiel, encontramos que estos pocos formarán el núcleo de la nación nueva. “¿Por qué te abates, oh alma mía, y por que estás turbada dentro de mí? Espera en Dios; porque aún he de alabarle, salvación mía y Dios mío”.

A la minoría que sale de la gran tribulación en la tierra se agregará de otras tierras el remanente judío, también purificado y ellos juntos servirán a Jehová el Señor, “toda la casa de Israel, toda ella en la tierra”, como dice Ezequiel; véase 20.33 al 44.

Es en este contexto que leemos en Isaías 49 un texto que más conocemos por el uso que le es dado en Hebreos: “En tiempo aceptable te oí, y en el día de salvación te ayudé; y te guardaré, y te daré por pacto al pueblo, para que restaure la tierra, para que heredes asoladas heredades”. El Salmo 107 expresa el sentir del pueblo de Dios en ese tiempo futuro: “Alabad a Jehová, porque él es bueno; porque para siempre es su misericordia”.

La tierra en el milenio

Establecido ya el reino terrenal, se cumplirán las muchas profecías sobre la dicha de aquellos mil años, los cuales son, según creemos, una miniatura de las bendiciones eternas y celestiales que Dios tiene previstas para los suyos.

“Os daré la tierra deseable, la rica heredad de las naciones”, es la promesa de Jeremías 3.19 que se cumplirá en el milenio. Josafat había exclamado, siglos ha: “¿No echaste tú los moradores de esta tierra delante de tu pueblo Israel, y la diste a la descendencia de Abraham tu amigo para siempre?” 2 Crónicas 20.7. “Por poco tiempo lo poseyó tu santo pueblo”, fue parte de la plegaria de Isaías 63.18, pero ahora un Israel arrepentido y restaurado va a gozar de lo suyo.

Jehová “argüirá con equidad por los mansos de la tierra; y herirá la tierra con la vara de su boca, y con el espíritu de sus labios matará al impío … Morará el lobo con el cordero, y el leopardo con el cabrito se acostará … La tierra será llena del conocimiento de Jehová, como las aguas cubren el mar”.

Si bien esa profecía de Isaías 11 abarca continentes más allá de los linderos de la tierra santa, es específica en su referencia a ésta la profecía que sigue: “Secará Jehová la lengua del mar de Egipto [el Mar Rojo]; y levantará su mano con el poder de su espíritu sobre el río [el Éufrates, se cree], y lo herirá en sus siete brazos, y hará que pasen por él con sandalias. Y habrá camino para el remanente de su pueblo”.

(Esta y otras menciones de aguas fluyendo en diferentes direcciones nos hacen pensar en lo que leemos del Edén en Génesis 2.10).

No debe sorprendernos este cambio radical en la fisonomía de la tierra, ya que Zacarías explica cómo la geografía habrá sido modificada en la venida del Hijo del Hombre en gloria y poder: “El monte de los Olivos se partirá por en medio, hacia el oriente y hacia el occidente, haciendo un valle muy grande; y la mitad del monte se apartará hacia el norte, y la otra mitad hacia el sur … Saldrán de Jerusalén aguas vivas, la mitad de ellas hacia el mar oriental [¿el Mar Muerto?] y la otra mitad hacia el mar occidental [el Mediterráneo], en verano y en invierno … Toda la tierra se volverá como llanura desde Geba [en el norte] hasta Rimón al sur de Jerusalén; y ésta será enaltecida, y habitada en su lugar …” (capítulo 14) Y el profeta añade: “Jerusalén será habitada confiadamente”.

Esta mención de la tierra como una llanura nos ayuda a entender la repartición futura que se ordena en Ezequiel 48, donde cada tribu recibe una faja “desde el lado oriental hasta el occidental” o “hasta el mar”. Tanto la tierra en general como el cuadro para los sacerdotes (“la porción para Jehová”, 45.1) serán medidas en líneas rectas propias a una llanura.

La extensión será muy superior al área que Israel ha poseído en cualquier ocasión hasta ahora. El pueblo terrenal de Dios nunca ha ocupado todo lo que le fue prometido a Abraham, “desde el río de Egipto hasta el río grande, el río de Éufrates”, Génesis 15.18. Su asignación futura será (figurativamente por lo menos) “de mar a mar, y desde el río hasta los confines de la tierra”, Salmo 72.8 y Zacarías 9.10.

No es sólo que habrá más espacio sino una mayor población también, consecuencia de la paz y prosperidad que vendrán después de la gran tribulación. “Aumentaste el pueblo, oh Jehová … ensanchaste todos los confines de la tierra”, Isaías 26.15. Los últimos versículos de Abdías abundan sobre estos temas.

Un río fluirá de la casa de Dios, y junto a éste crecerá toda clase de árboles frutales; sus hojas nunca caerán, ni faltará su fruto. Su fruto será para comer, y su hoja para medicina; Ezequiel 47.

Muchas son las citas que describen la fertilidad de la tierra renovada. Por supuesto, no debemos olvidar que esa tierra era mucho más fértil de lo que ha sido últimamente, con todo y los logros de los israelíes en años recientes. Los doce espías de los días de Moisés afirmaron, cuando llevaron un racimo de uvas sobre un palo cargado por dos, que era una tierra que fluía “leche y miel”.

En resumen, el lenguaje de aquel tiempo será lo que leemos en el Salmo 85: “Fuiste propicio a tu tierra, oh Jehová; volviste la cautividad de Jacob. Perdonaste la iniquidad de tu pueblo; todos los pecados de ellos cubriste … Ciertamente cercana está su salvación a los que le temen, para que habite en nuestra tierra”.

El pueblo en el milenio

El Antiguo Testamento dedica mucho espacio a profecías sobre la restauración de Israel y su reunión en la tierra prometida. Además, el Señor mismo explicó en el Discurso en el Olivar que, una vez vuelto el Hijo del Hombre, “Lamentarán todas las tribus de la tierra”, y los ángeles “juntarán a sus escogidos de los cuatro vientos, desde un extremo del cielo hasta el otro”.

Isaías dice que serán reunidos “uno a uno”, 27.12. “Así ha dicho Jehová el Señor: Cuando recoja a la casa de Israel de los pueblos entre los cuales está esparcida, entonces me santificaré en ellos ante los ojos de las naciones, y habitarán en su tierra, la cual di a mi siervo Jacob. Y habitarán en ella seguros, y edificarán casas, y plantarán viñas, y vivirán confiadamente, cuando yo haga juicios en todos los que los despojan en sus alrededores, y sabrán que yo soy Jehová su Dios”, Ezequiel 28.25,26.

Israel será unido de nuevo al Señor, cual esposa a esposo: “Te desposaré conmigo para siempre; te desposaré conmigo en justicia, juicio, benignidad y misericordia. Y te desposaré conmigo en fidelidad, y conocerás a Jehová”, Oseas 2.19. Como tal, gozará de una posición privilegiada entre las naciones: “Seréis llamados sacerdotes de Jehová, ministros de nuestro Dios seréis llamados; comeréis las riquezas de las naciones, y con su gloria seréis sublimes”, Isaías 61.6.

Refiriéndose a este futuro glorioso, Isaías dice que “acontecerá que el que quedare en Sion, y el que fuere dejado en Jerusalén, será llamado santo”, 4.3. “El invocará mi nombre, y yo le oiré, y diré: Pueblo mío; y él dirá: Jehová es mi Dios”, Zacarías 13.9.

La relación entre el pueblo de la Tierra Santa y los demás pueblos está resumida al final de Zacarías capítulo 8: “Vendrán muchos pueblos y fuertes naciones a buscar a Jehová …Diez hombres de las naciones de toda lengua tomarán el manto a un judío, diciendo: Iremos con vosotros, porque hemos oído que Dios está con vosotros”.

Algo todavía mejor

Se cumplirá el anhelo del pueblo terrenal: “Los que os acordáis de Jehová, no reposéis, ni le deis tregua, hasta que restablezca a Jerusalén, y la ponga por alabanza en la tierra”. Isaías 62.7

Bien, nos regocijamos al saber que “vendrá de Sion el Libertador, que apartará de Jacob la iniquidad”, Romanos 11.26, pero, con todo y la bendición futura de aquella gente, la verdad es que mucho mayor es la suerte de la Iglesia en los lugares celestiales en Cristo. Encontrarse en unión con el Hombre ungido de Dios supera ampliamente ser beneficiario de su gobierno santo.

Este llamamiento más elevado, esta dicha celestial, es lo que toca a todo aquel que hoy por hoy cree en su nombre en medio de un mundo que rechaza a Aquel que se ofrece cual Salvador para ser Señor de los suyos.

Sean cuales fueren las bendiciones que Dios haya derramado o derramará sobre sus criaturas en cielo o tierra, todas ellas son consecuencia de la sangre expiatoria que el Salvador derramó en esa tierra santa:

Eres  la  historia  inolvidable, porque  en  tu  seno  se  derramó
la  sangre,  preciosa  sangre, del  unigénito  Hijo  de  Dios.

 

 

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