Un triste engaño (#9639)

9639
Un triste engaño

D.R.A.

Después de haber ganado la gran Batalla de Junín, el General Bolívar y sus tropas pasaron unos cuatro meses en los Andes del Perú, antes de que el Mariscal Sucre llevara los mismos patriotas a una gran victoria en la Batalla de Ayacucho. Tanto los “godos” españoles como los patriotas hispanoamericanos pasaron este período de espera en maniobras militares para mejorar su posición en el próximo encuentro, y en pequeños ataques contra los campos del enemigo.

En una de estas campañas de despojo un grupo de soldados bolivarianos se perdió en un alto y frío desfiladero cargado de nieve. Dentro de pocas horas cayeron víctimas del surumpe; esta es una enfermedad causada por el reflejo tan fuerte del sol sobre la blanca nieve. Tubérculos cubrieron sus ojos y les era imposible cerrar sus párpados sin sufrir intenso dolor. Al cabo de dos días, quedaron ciegos.

Unos indios les encontraron acurrucados al pie de un precipicio, ya para morir. ¡Con qué júbilo y agradecimiento esos pobres hombres aceptaron la oferta de los indios de llevarles al campo de Bolívar! Los indios fueron delante y los ciegos siguieron en fila, cada hombre con una mano aferrada al poncho de su compatriota delante.

Enfermos y hambrientos, los héroes de Junín bajaron por las sendas heladas y peligrosas de las montañas peruanas, tropezando contra las rocas en su ceguera, pero felices por haber sido salvados de una muerte terrible en el desfiladero. Poco a poco, el calor de los llanos quitó los tubérculos de sus ojos. Pero este alivio que ellos habían esperado afanosamente sólo trajo un horror más terrible de lo que habían conocido cuando estaban extraviados.

Ya viendo, ¡los patriotas se dieron cuenta de que los indios les habían entregado a los godos! Sus guías, siendo simpatizantes de los españoles, les engañaron. Los criollos fueron llevados al paredón y una descarga de fusiles les quitó toda esperanza de ver por sí mismos el triunfo definitivo de Bolívar.

Esta traición nos entristece y a la vez nos llena de orgullo por ser recipientes de la libertad que nos fue comprada por los héroes de las guerras de independencia. Sin embargo, muchos son víctimas de un terrible engaño. No estamos refiriéndonos, por supuesto, a cuestiones de guerra, ni aun a maniobras políticas.

Considera los casos siguientes, tomados de la Biblia, y verás por qué decimos que la mayoría viven engañados.

Eva, la primera mujer que vivió en el mundo, fue engañada por Satanás y cometió el primer pecado en la tierra. Ella dijo: “La serpiente me engañó, y comí”, Génesis 3.13 y 1 Timoteo 2.14. El engaño consistió en que el diablo le dio a entender que no tenía que hacer caso de lo que Dios había dicho. Dios mandó a Adán a no hacer cierta cosa, advirtiendo que al hacerlo “ciertamente morirás”, pero Satanás dijo, en cambio, que sería de gran ventaja para ella tomar el paso prohibido.

¿Será, amigo, que Satanás te engaña a ti también? Sí, él lo hace. Te dice que el pecar es poca cosa y que la Biblia y el creer en Cristo son para los buenos, o los malos, o los más sabios, o los simples, pero no para ti. Así no es; Dios exige nada menos de que ames al Señor “con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente”, Mateo 22.37. Si estás contento con menos, es porque Satanás te lleva por una senda peor que la de los patriotas de 1824.

El segundo ejemplo de una persona engañada es nada menos que Pablo, antes de que fuera convertido al evangelio. Su propio testimonio, relatado en Romanos 7.11, es que “el pecado me engañó y me mató”. No es que él, como Eva, hizo caso omiso de las exigencias de Dios, sino que no reconoció que había pecado en él. Afortunadamente, llegó el día cuando vio que su supuesta piedad era, como él dijo, “sobremanera pecaminosa”.

En esto Pablo hizo bien, porque siglos antes Dios había proclamado que todos nosotros nos descarriamos como ovejas, Isaías 53.6, y que todas las justicias que imaginamos tener son para él trapos de inmundicia. Lee Isaías 64.6 para que veas. Muchos no se creen pecadores. El pecado que ellos practican les parece tener sus justificaciones o no les parece nada malo. ¡Están en el campo de los godos, pero por ser ciegos no lo saben! Lector, permíteme decirte que tú y yo nos hemos hecho inútiles para con Dios. La Biblia nos dice esto para que nuestras bocas se cierren y quedemos bajo el juicio de Dios, Romanos 3.9 al 20.

Pasemos ahora a otro engaño. Santiago 1.22 advierte: “Sed hacedores de la Palabra [la Biblia] y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos”. Hemos aprendido de la historia de Eva que Dios nos exige obediencia y que Satanás nos engaña con palabras suaves. Hemos aprendido de Pablo que somos pecadores perdidos delante de Dios. Ahora, si estas lecciones no nos hacen acudir a Cristo para el perdón, si oímos pero no hacemos caso, ¡nos engañamos a nosotros mismos!

¿Crees que ese pelotón se hubiera entregado tan felizmente a los indios si hubiera tenido sospecha de su propósito? ¿Piensas que Eva hubiera escuchado la voz de Satanás en el Edén al saber que sus palabras eran mentirosas? ¿Será que el apóstol Pablo ignoraba a propósito el pecado que le mataba? No. Tú no te entregarías a personas dispuestas a llevarte al paredón, ni quieres ser engañado por Satanás. Pero el versículo que hemos citado nos hace dar cuenta de si hacemos caso omiso de la oferta de salvación, nos engañamos a nosotros mismos.

¿Qué debes hacer, pues, para escapar del engaño? Juan 5.24 dice que “el que oye y cree” tiene la vida eterna y se escapa de la condenación venidera. Esta es la idea que Santiago expresó: no sólo oir el evangelio, sino tomar a Cristo como tuyo propio. ¿Has creído a Cristo? Si te reconoces pecador necesitado de la salvación, Él no te rechazará ni te engañará.

A los que reconocen estas cosas pero no le aceptan a Él, Cristo dijo en Juan 5.39: “Escudriñad las Escrituras, porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna, y ellas son las que dan testimonio de mí; [pero vosotros] no queréis tener la vida eterna”. Tristemente engañados, porque no tienen la vida y son tan ciegos que no lo saben.

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