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Andrócles y el león
En el Imperio Romano, siglos ha, los ricos compraban a hombres, mujeres y niños, tal como hoy compran bestias, para que les trabajaran, y les daban sólo comida, ropa y un rincón donde dormir. Estos amos podían flagelar a sus esclavos, venderlos o aun matarlos si les parecía.
Androcles era uno de esos esclavos y su amo le castigaba por cualquier cosa, de modo que el joven decidió escapar. El ser aprehendido podría significarle la muerte o ser mandado a las galeras. Estos eran barcos de guerra o de comercio impulsados por muchísimos remeros, trabajo en el que ocupaban día y noche a los esclavos. Era tan dura la vida que la mayoría morían dentro de poco tiempo.
El historiador Aulo Gelio recogió un relato que nos es una excelente ilustración de lo que Jesucristo ha hecho por aquellos que le aceptan como Salvador. Cierta noche se le presentó a Androcles la oportunidad que esperaba, y huyó. Al amanecer, se arrastró dentro de una cueva para dormir. Al despertar, sintió un leve movimiento. En la boca de la cueva percibió la silueta de un león.
No se atrevió a moverse, pero luego se dio cuenta de que el animal estaba herido, pues lamía desesperadamente una de sus manos. Intrigado, el joven se le acercó un poco, y el león, asustado, trató de levantarse, pero con un gruñido de dolor se echó otra vez.
“Es una tremenda espina que tiene en su pata”, se dijo mientras se acercaba lentamente. “Está hinchada, y nunca la podrá sacar”.
A pesar de que el esclavo había experimentado poco cariño en su vida, su corazón no estaba endurecido, y paulatinamente se acercó a la fiera, hablándole en tono suave. Parece que el león entendió que el joven le quería ayudar, porque le permitió examinar la mano, y con mucho esfuerzo sacar la espina. Terminada la operación, el animal lamió la mano del joven como para agradecerle su ayuda.
Pero el amo de Androcles lo buscaba, y al cabo de tres meses dio con su escondite. El castigo que le impuso fue que tendría que pelear con una fiera en el estadio el próximo día festivo. En esos tiempos los romanos se divertían con tales espectáculos, encerrando a seres humanos indefensos con algún animal feroz al que habían privado de su comida.
Llegado el día, la plaza se llenó de gente. Por un lado estaba sentado el amo de Androcles, deseoso de vengarse del prófugo. Entró el joven, y al ser soltado el león, la multitud gritó con frenesí. La fiera, excitada, se lanzó con un rugido hacia el esclavo, pero para asombro de todos, antes de caer sobre él, se detuvo. Empezó a lamer sus manos y pies, mientras que Androcles lo abrazaba como si fuera un perro.
Luego el joven fue llevado ante los oficiales para dar su explicación del fenómeno, y como usted ya habrá adivinado, les contó cómo había auxiliado al león aquel día en la cueva, lugar en donde permaneció tres meses. Frente a un hecho tan inusitado, los jueces decidieron que ambos debían ser premiados concediéndoles la vida. Reconocieron la valentía de Androcles y la gratitud del león para con él, y por lo tanto a los dos les dieron la libertad.
Pensemos ahora del león como figura de nosotros, y la espina en su mano como el pecado que ha entrado en la vida de cada uno, haciéndonos sufrir y arruinándonos para Dios. Tal como el león, no podemos por nuestros propios esfuerzos quitarnos el pecado. Pero Androcles, arriesgando su vida, sacó la espina. Esto me habla de cómo el Señor Jesús no sólo arriesgó su vida, sino que la dio para poder quitarnos el pecado.
Temo que muchos que leen no han dejado al Señor librarles del pecado, y menos le han agradecido su sacrificio por ellos. En la profecía de Isaías (1.3) Dios dice que el animal conoce a su dueño y el pesebre de su señor, pero que los seres humanos no le conocen a Él. ¿Es posible que algún animal sea más sabio y que tenga más agradecimiento de lo que tiene usted para con el Salvador, que amándonos tanto nos quiere salvar?