Los dos caminos y los dos destinos (#513)


 

Los dos caminos y los dos destinos

La salvación y la perdición

Caleb J. Baker, 1841-1918

El señor Baker era un exitoso fabricante de productos de lona
en Kansas City, Estados Unidos, y también el diseñador de la carta gráfica
Los dos caminos y los dos destinos en el formato que más se usa.
En este escrito se emplea la Versión Popular de la Biblia,
publicada por Editorial Mundo Hispano

 

“Entren por la puerta angosta. Porque la puerta y el camino que llevan
a la perdición son anchos y espaciosos, y muchos entran por ellos;
pero la puerta y el camino que llevan a la vida
son angostos y difíciles, y pocos los encuentran”, Mateo 7.13,14.

No hay un camino intermedio

Jesús deja en claro que hay solamente dos caminos. Afirman los versículos bíblicos Juan 3.18,36: “El que cree en el Hijo de Dios, no está condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado. El que cree en el Hijo, tiene vida eterna; pero el que no quiere creer en el Hijo, no tendrá esta vida, sino que recibirá el terrible castigo de Dios”.

¿Comenzamos en el camino espacioso o en el angosto?

El apóstol Pablo, al escribir a personas en la ciudad de Éfeso que ya eran salvas, dijo (Efesios 2.1 al 3): “Antes ustedes estaban muertos a causa de las maldades y pecados en que vivían. De esta manera vivíamos también todos nosotros en otro tiempo, siguiendo nuestros propios deseos y cumpliendo los caprichos de nuestra naturaleza pecadora y de nuestros pensamientos”.

En Romanos capítulo 1 Pablo examina los gentiles y los encuentra “enemigos de Dios” que no querían reconocerle. “Están llenos de toda clase de injusticia”, dice. Y en el capítulo 2 él encuentra al judío haciendo aquello del cual acusaba al gentil. En el párrafo 3.9 al 18, que por cierto se ha llamado el retrato fotográfico que Dios ha tomado del hombre, Pablo engloba a todos “bajo el poder del pecado”. Prosigue: “¡No hay quien haga lo bueno! ¡No hay ni siquiera uno!” Su declaración contundente es: “Todos han pecado y están lejos de la presencia salvadora de Dios”.

Lea el pasaje entero, y reflexione sobre el testimonio de Dios acerca de lo que usted es por naturaleza. Así es que Él lo ve en este momento, si es que no ha sido lavado en la preciosa sangre de Jesucristo. Tal vez profesa ser cristiano pero nunca se ha visto como Él lo describe aquí. No ha aceptado el lenguaje del 3.19: “… para que todos callen y el mundo entero caiga bajo el juicio de Dios”. Dicho de otra manera: ¿Usted se ha visto como un pecador incapacitado para remediar su propia condición? De buenos modales quizás, y religioso, ¿pero ha nacido de nuevo? Jesús declara en Juan 3.3,7: “El que no nace de nuevo, no puede ver el reino de Dios. No te extrañes de que te diga: Todos tienen que nacer de nuevo”.

 

 

La senda limpia

En Proverbios 16.25 leemos: “Hay caminos que parecen derechos, pero en el final de ellos está la muerte”. Y, pensando en su propio pueblo, Pablo expresa en Romanos 10.1 al 3:
“Él deseo de mi corazón y mi oración a Dios … es que alcancen la salvación. En su favor puedo decir que tienen un gran deseo de servir a Dios; sólo que ese deseo no está basado en el verdadero conocimiento … buscan ser liberados por sus propios medios, sin someterse a lo que Dios ha establecido”.

Ellos tenían un camino, y les parecía apropiado, pero no era el camino que Dios ha establecido, y terminaba en la muerte. Tenían celo, pero no el celo demandado en la Palabra de Dios. Tenían una religión propia, pero Dios la consideraba trapos sucios, al hablar de Isaías 64.6. Así como Pablo mismo cuando joven, su religión no era para salvación. Él se expresa en Gálatas 1.13 al 16: “Yo estaba más adelantado que muchos de mis paisanos de mi misma edad, porque era mucho más estricto en conservar las tradiciones de mis antepasados”. Pero, con todo, él dice que estaba persiguiendo y destruyendo a la iglesia de Dios.

La puerta angosta

¿Cuál es el remedio? ¿Qué es “la puerta angosta” en nuestro encabezamiento? Jesús dice en Juan 10.9: “Yo soy la puerta: el que por mí entre, será salvo”.

Cristo no es sólo la puerta, sino que dice en Juan 14.6: “Yo soy el camino, la verdad y la vida. Solamente por mí se puede llegar al Padre”. Y también en Juan 3.5: “Te aseguro que el que no nace de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios”.

El agua al que se refiere no es el bautismo — aun cuando el bautismo sí es una ordenanza para las personas que ya son salvas — sino la Palabra de Dios, la Biblia. Se habla de agua en este sentido en Efesios 5.26 también, donde el escritor menciona la Iglesia (el conjunto de todos los creyentes en Cristo), y dice que Jesús “… lo hizo para consagrarla, purificándola por medio de la palabra y del agua”. Si leemos 1 Pedro 1.23,25, vemos claramente que esta semilla de vida es la Biblia: “Ustedes han vuelto a nacer, y esta vez no de padres humanos y mortales, sino de la palabra de Dios, la cual vive y permanece para siempre. Y esta palabra es el mensaje de salvación que se les ha anunciado a ustedes”.

La muerte

Ahora hemos llegado al tema de la muerte, y pronto cada cual llegará a la experiencia misma, salvo que Jesucristo venga antes y haga una excepción, como se percibe al final del camino angosto. Pero en el curso normal de los eventos la muerte atraviesa tanto el camino angosto como el ancho. En Job 14.10 se lanza una pregunta solemne e importante: “El hombre muere sin remedio; y al morir, ¿a dónde va?” Hay dos clases, dos caminos y dos destinos, de manera que esta pregunta exige una respuesta doble.

¿El alma duerme en el sepulcro con el cuerpo?

Hechos 7.57 al 60 es un relato de cómo Esteban murió apedreado, diciendo, “Señor Jesús, recibe mi espíritu”. Luego el 8.2 cuenta que “algunos hombres piadosos enterraron a Esteban”. Su espíritu fue a estar con el Señor y su cuerpo fue al sepulcro.

En Filipenses 1.23,24 Pablo escribe: “Me es difícil decidirme por una de las dos cosas: por un lado, quisiera morir para ir a estar con Cristo, pues eso sería mucho mejor para mí; pero por otro lado, a causa de ustedes es más necesario que siga viviendo”. Y de nuevo en 2 Corintios 5.5 al 8: “Sabemos que mientras vivamos en este cuerpo estaremos como en el destierro, lejos del Señor … quisiéramos más bien salir de este cuerpo para ir a presentarnos ante el Señor”.

Pero si uno en el camino ancho muere
sin remedio, ¿dónde está él?

Salomón escribió en Eclesiastés 8.10: “He visto que a gente malvada, que se mantuvo alejada del lugar santo, la alaban el día de su entierro; y en la ciudad donde cometió la maldad, nadie después lo recuerda”. Salomón, con toda su sabiduría, no podía ver más allá del sepulcro; pero uno mayor que Salomón ha estado aquí (Mateo 12.42), y se nos relata en Lucas 19.19 al 31 que “había un hombre rico … [y] murió, y fue enterrado [y] sufría en el lugar a donde van los muertos”. Su cuerpo murió y fue al sepulcro, pero su alma vivía aún. Podía ver, hablar, oir, recordar, razonar y orar. Pero era demasiado tarde; el gran abismo separaba alma y cuerpo.

Si hubiera sucedido en nuestros tiempos, el servicio funerario sería de lujo. Algún funcionario religioso pronunciaría palabras alentadoras. Por ejemplo, en el protestantismo se suele citar, enteramente fuera de contexto, el trozo en Apocalipsis: “Dichosos de aquí en adelante los que mueren unidos al Señor. Descansarán de sus trabajos, pues sus obras los acompañan”. Y: “Sepultamos a nuestro hermano en la certeza de una resurrección bienaventurada”. Abundan las lápidas, QEPD, o “Que en paz descanse”. Pero el alma del tal está en el hades, y él ruega que un predicador visite a sus hermanos — Lucas 16.27 — para  testificar a ellos para que no lleguen a ese lugar de tormento.

Hemos escuchado a religiosos hablar de queridos amigos en el cielo que rezan por los suyos en la tierra, pero nunca hemos escuchado que hayan hablado de lo que la Biblia enseña; a saber, amigos en el tormento que están orando por los vivos. La gente insiste en ser engañada en estos asuntos, y sus curas, reverendos y consejeros los alcahuetean. Mueren engañados y su destino a la postre es el infierno. Pero Dios dice de aquellos así llamados religiosos, “Le pediré al centinela cuentas de esa muerte”, Ezequiel 33.6.

Otra pregunta sobresaliente está en Job 14.14: “Si un hombre muere, ¿volverá a vivir?”
El Señor Jesús da la respuesta para ambas clases: “Va a llegar la hora en que todos los muertos oirán su voz y saldrán de las tumbas. Los que hicieron el bien, resucitarán para tener vida; pero los que hicieron el mal, resucitarán para ser condenados”, Juan 5.28,29. Se trata de dos resurrecciones, y vemos por otros versículos en la Biblia que hay un lapso de mil años entre ellas.

La resurrección de vida

“La primera resurrección” de Apocalipsis 20.5 puede tener lugar en cualquier momento, cuando “se oirá una voz de mando, la voz de un arcángel y el sonido de la trompeta de Dios, y el Señor bajará del cielo. Y los que murieron creyendo en Cristo, resucitarán primero”,
1 Tesalonicenses 4.13 al 18. Leemos también de la excepción a la muerte, para aquellos que están en el camino angosto. 1 Corintios 15.51 al 54 habla de esto: “Quiero que sepan un secreto: No todos moriremos, pero todos seremos transformados en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, cuando suene el último toque de trompeta”. El apóstol está hablando a creyentes solamente, como bien se sabe por el versículo 1.2. Prosigue: “Sonará la trompeta, y los muertos serán resucitados para no volver a morir. Y nosotros seremos transformados. Pues nuestra naturaleza corruptible [a saber, los que están en las tumbas] se revestirá de lo incorruptible, y nuestro cuerpo mortal [a saber, los que viven] se revestirá de inmortalidad”.

Conviene mencionar que la palabra inmortal nunca se emplea en la Biblia en relación con el alma; la mortalidad y la inmortalidad siempre figuran al hablar del cuerpo. El punto es importante, ya que hay una herejía basada en la creencia que la vida eterna y la inmortalidad son términos sinónimos. Tenemos la vida eterna; a partir del momento en que pusimos nuestra fe en Cristo, nuestras almas son salvas. “No morirá jamás”, es la manera como Jesús lo expresó en Juan 11.26.

Pero la muerte no es lo que anhelamos, sino “tenemos el Espíritu como anticipo de lo que vamos a recibir [a saber, la vida eterna]. Sufrimos profundamente, esperando el momento de ser adoptados como hijos de Dios, con lo cual serán liberados nuestros cuerpos. Hemos sido salvados, pero sólo en esperanza”, Romanos 8.21 al 25.

El que ha recibido a Cristo como Salvador cuenta ya con la vida eterna, pero solamente Él es el Inmortal, 1 Timoteo 1.16, o sea, con cuerpo que no está sujeto a la muerte.

El tribunal de Cristo y la cena del Cordero

2 Corintios 5.10 es uno de los pasajes que habla del tribunal que se levantará en el cielo y que tiene que ver solamente con los creyentes en Cristo. De su salvación no se tratará, sino de su galardón por su servicio al Señor, 1 Corintios 3.8 al 15. Posteriormente, premiados los fieles y Satanás echado fuera con su séquito, habrá especial regocijo en el cielo: “Alegrémonos, llenémonos de gozo y démosle gloria, porque ha llegado el momento de las bodas del Cordero. Su esposa se ha preparado … Felices los que han sido invitados a la fiesta de bodas del Cordero”, Apocalipsis 19.6 al 9.

La puerta cerrada para la cristiandad

En la parábola de las diez doncellas, Mateo 25.1 al 13, tenemos un cuadro de la iglesia profesante. Ellas “salieron a recibir al novio”, pero “cinco de ellas eran despreocupadas y cinco previsoras”. Como el novio tardaba en llegar, les dio sueño a todas. El sentido mismo de la palabra iglesia es “gente llamada a salir afuera”, y Pablo escribe a los tesalonicenses, 1.9,10, que ellos “abandonaron los ídolos para seguir al Dios vivo y verdadero y comenzar a servirle … Ustedes están esperando que vuelva del cielo Jesús, el Hijo de Dios, al cual Dios resucitó. Jesús es quien nos salva del terrible castigo que viene”.

Aquellas diez doncellas profesaban hacer eso, pero se durmieron. Es un buen cuadro de estos tiempos, cuando los salvos y los perdidos en la iglesia profesante han caído en sueño. No creen que Él venga, y por cierto algunos afirman en su credo que no vendrá.

Sin embargo, “cerca de la medianoche se oyó gritar, ¡Ya viene el novio! ¡Salgan a recibirlo!” Y, “llegó el novio”. Las que estaban preparadas entraron con él a las bodas, y la puerta fue cerrada. Luego llegaron las otras cinco, diciendo, “¡Señor, Señor, ábrenos!” Pero contestó: “Les aseguro que no las conozco”. La conclusión de la parábola es: “Manténganse ustedes despiertos, porque no saben ni el día ni la hora”.

Así es que leemos en Lucas 13.23 al 28: “Después que el dueño de la casa se levante y cierre la puerta, llamarán y dirán: Señor, ábrenos. Pero él les contestará, No sé de dónde son ustedes. Entonces comenzarán ustedes a decir: Hemos comido y bebido contigo, y tú enseñaste en nuestras calles. Pero él les contestará: Ya les digo que no sé de dónde son. ¡Apártense de mí, malhechores!”

Tan sólo profesantes no salvados dirían, “Hemos comido y bebido contigo”. Lector, si Jesús volviera esta noche, ¿le encontraría a usted preparado? En Génesis 7.1 al 16 tenemos una figura de esto. Por ciento veinte años Noé estaba predicando el juicio que venía, pero solamente su familia se convirtió, y la paciencia de Dios llegó a su fin. “Después el Señor le dijo a Noé: Entra en la barca junto a tu familia … y después el Señor cerró la puerta de la barca”. La misma mano prohibió la entrada de los demás.

En el versículo 4 leemos que la familia estuvo adentro siete días antes de comenzar la inundación, y así si Jesús viniera esta noche la puerta estaría cerrada y no tendrían vigencia para los que le han rechazado aquellos trozos bíblicos como “Ahora es el momento oportuno”, y “¡Ahora es el día de la salvación!”

Las tres coronas de autoridad

Hay solamente tres lugares en el Nuevo Testamento donde leemos palabras generalmente traducidas como corona, refiriéndose a la diadema que ostenta un potentado. En los demás lugares la palabra corona se refiere a una corona de laureles.

La primera diadema mencionada está en Apocalipsis 12.3, donde encontramos siete sobre la cabeza del diablo. El es “el que manda en este mundo”, Juan 14.30. La misma verdad se enseña claramente en Lucas 4.5,6: “El diablo lo levantó [a Jesús], y mostrándole en un momento todos los países del mundo, le dijo: Yo te daré todo este poder y la grandeza de estos países. Porque yo lo he recibido, y se lo daré al que quisiera dárselo”. Él continuó:
Si te arrodillas y me adoras,  todo será tuyo”.

El Señor Jesús no lo hizo, y el diablo ostenta las coronas del mundo hoy por hoy. Con todo, los consejos de Dios lo permiten y se están realizando. Durante los siete años que siguen esta presente época de la gracia divina, Satanás encuentra a uno que acepta sus condiciones, de manera que al llegar a Apocalipsis 13.1,2 leemos de coronas sobre la cabeza del Anticristo y donde él las consiguió. “Adoraron al dragón [Satanás] porque había dado autoridad al monstruo, y adoraron también al monstruo, diciendo: ¿Quién hay como este monstruo, y quién podrá luchar contra él?” (versículo 4)

Y en el 19.11 al 21 encontramos quién puede hacerlo. Se abre el cielo y el Señor sale en plan de guerra. “Llevaba en su cabeza muchas coronas”. Relata Ezequiel 21.26,27: “Yo, el Señor, digo: Te quitarán el turbante, te arrebatarán la corona, y todo va a cambiar; lo que está abajo quedará arriba, y lo que está arriba quedará abajo. Todo lo dejaré convertido en ruinas. Pero esto sólo sucederá cuando venga aquel a quien, por encargo mío, le corresponde hacer justicia”.

La revelación de Jesucristo

“Soy la estrella brillante de la mañana”, afirma Jesucristo en Apocalipsis 22.16.

“Para ustedes que me honran, mi justicia brillará como la luz del sol, que en sus rayos trae salud”, Malaquías 4.2. Se trata del amanecer para el mundo gimiente, cuando Jesús venga cual Sol de Justicia. “Será como la luz de la aurora, como la luz del sol en una mañana sin nubes”, 2 Samuel 23.4.

“Dios es nuestro refugio y nuestra fuerza, nuestra ayuda en momentos de angustia. Por eso no tendremos miedo, aunque se deshaga la tierra, aunque se hundan los montes en el fondo del mar … Dios está en medio de ella, y la sostendrá, Dios la ayudará al comenzar
el día”, Salmo 46.1 al 5.

Pero comenzará una noche sin fin para quien no sea salvo, para los que no han puesto fe única y sincera en Cristo como su Salvador. Judas 13 los describe como “condenados a pasar la eternidad en la más negra oscuridad”. Relata Apocalipsis 20.7 al 10: “El diablo, que los había engañado, fue arrojado al lago de fuego y azufre, donde también habían sido arrojados el monstruo y el falso profeta. Allí serán atormentados día y noche por todos los siglos”.

El fin de este mundo

En los días de Noé los cielos y la tierra fueron cargados de agua por la palabra de Dios, y los cielos se abrieron y las fuentes abajo fueron rotas, y “fue destruido el mundo de entonces”. Así también leemos en
2 Pedro 3.1 al 13 que esta tierra será destruida por fuego: “Los cielos y la tierra que ahora existen, están reservados para el fuego por el mismo mandato de Dios. Ese fuego los quemará en el día del juicio, cuando los malos serán condenados”. Pero, agrega el apóstol al escribir a los creyentes de su tiempo: “Nosotros esperamos el cielo nuevo y la tierra nueva que Dios ha prometido, en los cuales todo será justo y bueno”.

Probablemente lo dicho suceda simultáneamente con lo que vamos a comentar ahora.

El juicio del gran trono blanco

Es una maravilla que hombres y mujeres con Biblia en mano estén dispuestos a  afirmar que no hay un infierno ni un juicio eterno, y aun pretendan creerlo. A menudo hemos escuchado a un amigo despedirse de otro con la expresión, “Cuídate bien”, y deseamos rogar a nuestros lectores que vean este asunto con calma y a la luz de una eternidad a ser vivida en una u otra parte.

Apreciado lector, tenga presente que si usted muere sin ser salvo, la escena que le espera es la de Apocalipsis 20.11 al 15. Escribe el apóstol Juan: “Vi un gran trono blanco, y al que estaba sentado en él. Delante de su presencia desaparecieron completamente la tierra y el cielo … y vi los muertos grandes y pequeños, de pie delante del trono; y fueron abiertos los libros. Los muertos fueron juzgados de acuerdo con sus hechos … El mar entregó sus muertos, y el reino de la muerte entregó los muertos que había en él”. En otras palabras, el sepulcro entregará el cuerpo y el hades entregará el alma.

Luego, dice, el reino de la muerte fue arrojado al lago de fuego; los cuerpos y las almas fueron unidos de nuevo. “Este lago de fuego es la muerte segunda, y allí fueron arrojados los que no tenían su nombre escrito en el libro de la vida”.

Pero, dirá alguno, si estamos muertos, no habrá problema, porque vamos a estar más allá de esta esfera. Amigo, la muerte no es un estado de no existir. Si usted no es salvo, Dios lo considera como muerto aquí y ahora — a saber, muerto espiritualmente. Efesios 2.1 se dirige a los que “estaban muertos a causa de las maldades y pecados en que vivían”. La segunda muerte es la separación de Dios. Pero el escritor prosigue en Efesios: “Dios es tan misericordioso y nos amó tanto, que nos dio vida juntamente con Cristo cuando estábamos muertos a causa de nuestros pecados. Por la bondad de Dios han recibido ustedes la salvación”.

El destino de los salvados

“Después vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra habían dejado de existir, y también el mar. Vi la ciudad santa, y la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo, de la presencia de Dios. Estaba arreglada como una novia vestida para su prometido”.

“Oí una fuerte voz que venía del trono, y que decía: Dios vive ahora entre los hombres. Vivirá con ellos, y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios. Secará todas las lágrimas de ellos, y ya no habrá muerte, ni llanto, ni lamento, ni dolor, porque todo lo que antes existía ha dejado de existir”.

“El que estaba sentado en el trono dijo: Yo hago nuevas todas las cosas … Ya está hecho. Yo soy el alfa y la omega, el principio y el fin. Al que tenga sed le daré a beber del manantial del agua de la vida, sin que le cueste nada”. Apocalipsis 21.1 al 7.

El destino de los perdidos

“En cuanto a los cobardes, los incrédulos, los odiosos, los asesinos, los que cometen inmoralidades sexuales, los que practican la brujería, los que adoran ídolos, y todos los mentirosos, a ellos les tocará ir al lago de azufre ardiente, que es la segunda muerte” Apocalipsis 21.8.

No hay arrepentimiento después de la muerte

El pronunciamiento de Apocalipsis 22.11 es: “Deja que el malo siga en su maldad,  y que el impuro siga en su impureza; pero que el bueno siga haciendo el bien, y que el hombre consagrado a Dios le siga siendo fiel”. Y ciertamente el decreto divino de Salmo 49.8 es: “¡No hay dinero que pueda comprar la vida de un hombre, para que viva siempre y se libre de la muerte!”

Empleando la figura de un árbol, Eclesiastés 11.3 expresa una gran verdad que aplica a la eternidad: “En el lugar donde caiga, allí se habrá de quedar”.

Cómo cambiar de camino

Casi las últimas palabras que Jesús pronunció desde la cruz fueron: “Todo está cumplido”, Juan 19.30. ¿Qué estaba cumplido? La obra salvadora estaba realizada ya, pero usted ha estado pensando intentarla por sí mismo. Usted ha querido jugar el papel de Dios, valiéndose de un proceder que Él estima impío.

La salvación al estilo del hombre siempre gira en torno del yo. Por ejemplo, los capítulos 29 al 31 del libro de Job están llenos de la religión como él la intentaba antes de ver al Señor; docenas de veces leemos yo, mí, me y mío. ¡El está informando a Dios cuán buen hombre es! Pero entonces Job ve al Señor y llegó a verse a sí mismo muy pequeño en sus propios ojos. “¿Qué puedo responder yo?” dice. “Soy tan poca cosa. Prefiero guardar silencio. Y he hablado una y otra vez, y no tengo nada que añadir”.

Exclama este mismo Job en 42.5,6: “Hasta ahora, sólo de oídos te conocía, pero ahora te veo con mis propios ojos. Por eso me retracto arrepentido, sentado en el polvo y la ceniza”.

El evangelio de Dios no tiene que ver con mis obras, o mis méritos o mi fidelidad, sino “trata de su Hijo Jesucristo, nuestro Señor”, Romanos 1.1 al 3.

¡Ay! La gente rechaza esto, queriendo obrar, rezar, pagar por la salvación. Hable de ganar la paz con Dios, y le oyen; hable de recibirla como obsequio divino, y no les gusta.

En aquel bendito capítulo que es Isaías 53, se lee de la pluma profética acerca de Jesucristo: “Los hombres lo despreciaban y lo rechazaban. Era un hombre lleno de dolor, acostumbrado al sufrimiento. Como a alguien que no merece ser visto, lo despreciamos, no lo tuvimos en cuenta”.

“Sin embargo, él estaba cargado con nuestros sufrimientos, estaba soportando nuestros propios dolores. Nosotros pensamos que Dios lo había herido, que lo había castigado
y humillado. Fue traspasado a causa de nuestra rebeldía, fue atormentado a causa de nuestras maldades; el castigo que sufrió nos trajo la paz, por sus heridas alcanzamos la salud”.

Encontramos la obra nuestra en el versículo 6: “Todos nosotros nos perdimos como ovejas, siguiendo cada uno su propio camino, pero el Señor cargó sobre él la maldad de todos nosotros”.

Por favor, lea de nuevo el capítulo entero, y que Dios le revele a su Hijo allí.

El gran error del hombre natural es que piensa que Dios salva a la gente buena, o a la gente que cumpla con ritos. Si uno llena los requisitos, dicen, no hay por qué temer a Dios. Cierto, ¿pero quién se califica así? Veamos el asunto como es: “El Hijo del hombre [uno de los títulos de Cristo] ha venido a buscar y salvar lo que se había perdido”, Lucas 19.10. “Cuando nosotros éramos incapaces de salvarnos, Cristo, a su tiempo, murió por los malos”, Romanos 5.6. “Esto es muy cierto, [Pablo hablando] y todos deben creerlo: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores”, 1 Timoteo 1.15. “Los que están buenos y sanos no necesitan médico, sino los enfermos. [Jesús hablando] Yo no he venido a llamar a los buenos, sino a los pecadores”, Mateo 9.12,13.

Al pecador perdido, incapacitado e impío, el Señor proclama, empleando figuras ilustrativas: “Todos los que tengan sed, vengan a beber agua; los que no tengan dinero, vengan, consigan trigo de balde y coman; consigan vino y leche sin pagar nada. Vengan a mí y pongan atención, escúchenme y vivirán, Yo haré con ustedes un pacto eterno, cumpliendo así las promesas que por amor hice a David”, Isaías 55.1 al 3.

Proclamó el apóstol en su prédica en Antioquía: “Ustedes deben saber que el perdón de los pecados se les anuncia por medio de Jesús. Por medio de él, todos los que creen quedan perdonados de todo aquello que bajo la ley de Moisés no tenía perdón”, Hechos 13.38,39.

Es que, “Dios amó tanto al mundo, que dio a su Hijo único, para que todo aquel que cree en él no muera, sino que tenga vida eterna”, Juan 3.16. En el párrafo anterior, tomado de Hechos 13, tenemos el perdón de pecados, pero este versículo en Juan nos lleva un paso más adelante, ofreciendo la vida eterna. Esta vida es un glorioso tema en el Evangelio de Juan: “Les aseguro que quien presta atención a lo que yo digo y cree en el que me envió, tiene vida eterna; y no será condenado, pues ya ha pasado de la muerte a la vida”, 5.24. “Les aseguro que quien tiene fe, tiene vida eterna”, 6.47.

Estas son las palabras del Señor Jesús, y dice que cielo y tierra pasarán, pero su Palabra no pasará. El apóstol Juan dijo: “Les escribo esto a ustedes que creen en el Hijo de Dios, para que sepan que tienen la vida eterna”, 1 Juan 5.13.

La pregunta, “¿Qué debo hacer para ser salvo?” queda respondida por el apóstol inspirado: “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo”, Hechos 16.30,31. Y el Señor mismo dio la solemne alternativa: “El que no crea, será condenado”, Marcos 16.16.

Y usted, ¿dónde estará en la eternidad? “El prudente ve el peligro y lo evita; el imprudente sigue adelante y sufre el daño”, Proverbios 22.3.

 

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