El problema del pecado (#9929)

9929

El  problema  del  pecado

 

Eduardo Jiménez Noel

 

Algunas personas piensan que los únicos pecadores son los malos: los que han vivido una vida llena de homicidios, robos, pleitos de sangre, drogas, etc. Pero Dios nos dice en su Palabra que ellos no son los únicos pecadores. Lo somos todos: usted y yo, por ejemplo.

 

Heredamos el pecado.

Romanos capítulo 5 verso 19 dice que «por la desobediencia de un hombre, Adán, los muchos fueron constituidos pecadores. «Creado por Dios, Adán pecó contra Él, y a partir de allí el pecado fue pasando de generación en generación a todo hombre y mujer. Por consiguiente, el pecado es nuestro por herencia. Como lo expresó el apóstol Pablo, es «el pecado que mora mí», Romanos capítulo 7 versos 17 al 20.

 

Practicamos el pecado.

«No hay diferencia», dice la misma carta apostólica, capítulo 3 versos 22 y 23, «por cuanto todos —usted y yo— pecaron. «Leemos lo mismo en el capítulo 5 verso 12. No hay ser humano que pueda decir que no ha pecado contra Dios, sea con palabras, pensamientos o hechos. No es solamente que hacemos lo malo, sino que dejamos de hacer lo bueno. La evaluación divina es tajante: «No hay justo, ni aun uno; no hay quien entienda, no hay quien busque a Dios; no hay quien haga lo bueno, ni siquiera uno».

 

Tratamos de justificarnos con palabras.

Job capítulo 9 verso 20 hace ver la realidad: «Si yo me justificare, me condenaría mi boca; si me dijere perfecto, esto me haría inicuo. «El inicuo es uno que vive sin tomar en cuenta los mandamientos de Dios.

A veces queremos justificarnos con Él diciendo que no somos como los otros. Creemos que siendo «menos peores» salimos triunfantes. Pero erramos; Dios no hace diferencia. Para Él, es pecador tanto el que haya matado como el que hay dicho una mentira.

Juan, en su primera carta, capítulo 1 versos 8 y 10, enfatiza lo que hemos venido explicando: «Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a Él —a Dios— mentiroso, y su palabra no está en nosotros.

 

La paga del pecado es muerte.

Esta realidad la encontramos en Romanos capítulo 6 verso 23. Cada pecado demanda una vida; hay condenación, tanto física como espiritual, para el pecador, para usted y para mí. Hay una horrenda expectativa de juicio, lo que Hebreos capítulo 10 verso 27 llama un hervor de fuego. Es la pena de eterna perdición, el ser excluidos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder; Segunda carta a los tesalonicenses, capítulo 1 verso 9. Es Dios diciendo:» Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles», el Evangelio según Mateo, capítulo 25 verso 41. Créelo, porque es Dios que lo dice.

 

La solución la tiene tan sólo Jesucristo.

Es de Éste que quiero hablar. Él es quien quita de uno el juicio a causa del pecado.

Él estaba en los cielos con Dios Padre, «ordenándolo todo», como dice Proverbios capítulo 8, verso 30, pero en su grande amor y misericordia sin límite, descendió en semejanza de carne de pecado –o sea, se humanó– para salvar lo que se había perdido; Romanos capítulo 8, verso 3 y Evangelio según Mateo capítulo 18, verso 11.

Siendo igual a Dios, Él no estimó esto como cosa a que aferrarse. Cristo dejó que los hombres le escarnecieran, le burlaran, le injuriaran, le golpearon sin tener un porqué. Siendo santo, sin pecado, fue condenado al peor castigo y el más vergonzoso que existía en ese entonces. Clavado en la cruz del Calvario, aun podía exclamar: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. «¡Qué amor!

¿Y por qué? Pues, una razón fue que «Sin derramamiento de sangre, no hay remisión de pecados», la carta a los hebreos, capítulo 9, verso 22. Para que podrían ser remitidos aquellos pecados nuestros de los cuales hemos hablado, Cristo Jesús derramó, no la sangre nuestra, sino la suya propia.

Pero esos grandes sufrimientos en el cuerpo no eran de compararse a los hondos sufrimientos de su alma. Estando Él sobre la cruz, hubo tres horas de tinieblas, cuando Dios Padre le desamparó y descargó en Él todo el castigo que toca a los pecadores — otra vez, a usted y a mí.

«Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en Él el pecado de todos nosotros». «Llevó Él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero». Isaías 53.6; 1 Pedro 2.24

Le animo a aceptarle. Reciba con fe sincera, de todo corazón, la muestra de amor del Señor Jesucristo. Al instante de aceptarle como su Salvador, usted tendrá el perdón de pecados, la vida eterna y la seguridad de la entrada al cielo. Dice aquel tan citado y espléndido versículo bíblica que es Juan capítulo 3, verso 16:»De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.

 

 

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