Dios bendiga este árbol (#9646)

9646
Dios bendiga este árbol

William Williams, Puerto Cabello, 1882-1961
En 1950 todavía se distinguían las letras
en el árbol, hoy día inexistente.

Mucha fue la intranquilidad en Venezuela durante la transición de veintitrés años de dictadura bajo Juan Vicente Gómez a la más equilibrada, pero severa, administración de López Contreras. Así, el 14 de febrero de 1936 encontró a muchos en la Plaza Bolívar de Caracas, gritando consignas políticas.

Sin previo aviso, un pelotón de soldados, apostados en la Casa Amarilla, libró un tiroteo sobre la muchedumbre, con el resultado de heridos y muertos.

En aquel momento se encontraba en la plaza un limpiabotas —un lustrazapatos— prosiguiendo su humilde profesión. Con la primera ráfaga de las ametralladoras, él saltó detrás de un árbol. Al momento, una bala penetró bien adentro del tronco, y de otro modo aquel balazo le hubiera herido o aun matado.

Pasado el suceso, el joven se fue, mas teniendo oportunidad volvió y con su navaja cortó en la corteza del árbol: Dios bendiga este árbol.

Aquel limpiabotas reconoció tres verdades importantes.  La primera, que él estaba expuesto a un peligro serio.

Así sucede también con todo hombre o mujer que está amenazado con el peligro de la muerte. Había muchos que al oir los tiros no se refugiaron, prefiriendo discutir la injusticia de abrir fuego sobre gente indefensa. Otros no se creían expuestos.

Cada día oímos los hombres protestando los sufrimientos que ha traído el pecado, como que si Dios fuera responsable de todo esto. Otros quieren imponer deberes al Creador, diciendo en efecto que Él debe dejarlos entrar en el cielo porque son víctimas inocentes de las circunstancias. El limpiabotas no discutió sino que brincó detrás del árbol protector. Así, amigo lector, déjese de discusiones vanas. Corra a refugiarse detrás del árbol de la cruz del Calvario.

En segundo lugar, el joven reconoció que aquel árbol fue herido en vez de él. Esto es la sustitución: uno sufriendo para librar a otro. San Pablo dice así: “El Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí”, Gálatas 2.20.

El apóstol Pedro lo expresa en estos términos: “Llevó El mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero”, 1 Pedro 2.24. San Juan apreció la sustitución del Salvador cuando escribió: “Nosotros le amamos a él, porque Él nos amó primero”, 1 Juan 4.19.

En tercer lugar, el limpiabotas estaba agradecido a aquel tronco. Sin duda, fue con sentimiento que cortó las palabras: Dios bendiga este árbol. Se dice que la gratitud es la madre de todas las virtudes.

David, “el dulce cantor de Israel”, dice: “Bendice, alma mía, a Jehová, y no olvides ninguno de sus beneficios. Él es quien perdona todas tus iniquidades, el que sana tus dolencias; el que rescata del hoyo tu vida, el que te corona de favores y misericordias”, Salmo 103.

Sin embargo, la gran mayoría vive indiferente y descuidada del Hijo de Dios que vino a buscar y a salvar lo que se había perdido. Ellos pasan por alto su muerte en la cruz y si es que siquiera la recuerdan en la “Semana Santa” es por ser la moda.

No lo hacen de convicción y agradecimiento. Queremos decir que lo hacen como cuando juegan Carnaval; guardan las fiestas romanas por seguir la religión. Nunca se han sentado a contemplar a Jesucristo, el sustituto único, sufriendo por ellos en el madero de la cruz. Nunca han dicho: Dios bendiga este árbol.

 

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