El matrimonio (#865)

               

                                El matrimonio: Parte y parte

                                La casa nueva y su pretil

                                La pareja despareja

                                El aborto

 

 

El matrimonio: Parte  y  parte

D.R.A.

Cada uno de vosotros ame también a su mujer como a sí mismo;
y la mujer respete a su marido.
Efesios 5.33

 

Veamos cuatro razones que el Nuevo Testamento da por la sujeción de la esposa cristiana a su esposo. Pero no queremos dejar la cosa ahí. Veamos a la vez cuatro responsabilidades que tiene el marido.

 

I. 1 Pedro 3.1 al 7

            Ella quiere ganar al esposo.

            Él debe ser sabio en su trato con ella.

“Estad sujetas a vuestros maridos; para que también los que no creen la palabra, sean ganados sin palabra por la conducta de sus esposas. Vosotros, maridos, igualmente, vivid con ellas sabiamente, dando honor a la mujer como a vaso más frágil, y como coherederas de la gracia de la vida, para que vuestras oraciones no sean estorbadas”.

Es para todas las esposas cristianas el mandamiento que Pedro escribe en el primer versículo, pero el caso específico que menciona en seguida es el de la esposa de uno que no es salvo. Al hablar más adelante a los maridos, Pedro vuelve al ámbito del pueblo del Señor.

La conducta, o la manera de vivir, del creyente es un tema sobresaliente en las cartas de este apóstol:

  • Dos veces habla de nuestra conducta cuando éramos inconversos;
    2 Pedro 2.7 y 1 Pedro 1.18.
    ●  Dos veces habla de nuestra conducta ante Dios; 1 Pedro 1.15, 2 Pedro 3.11.
    ●  Dos veces habla de lo que debe ser nuestra conducta ahora ante los inconversos,
    1 Pedro 2.12 y 3.16.
    ●  Dos veces en los versículos citados habla de la conducta de la esposa en el hogar.

Nosotros generalmente evaluamos la mujer ajena —al principio por lo menos— por lo que vemos de su vestimenta, adorno y otras evidencias externas. El esposo, en cambio, percibe la calidad de su carácter; él no necesita que ella se atavíe de una manera exagerada para que la estime. El mensaje del apóstol es que un espíritu afable y apacible logra dos resultados:

 

  • Gana el respeto del esposo (aunque a veces él pretende que no,
    e incita a su esposa cristiana a ser como las que no conocen al Señor);
  • Es de grande estima delante de Dios.

Todos queremos reconocer la situación difícil de una hermana en Cristo cuyo esposo todavía no es salvo, y todos entendemos que su prioridad es el testimonio en el hogar. Es un ministerio noble, y muchas son las mujeres cristianas que van a recibir gran galardón ante el tribunal de Cristo por el solo hecho de guardar una conducta casta y respetuosa, esperando en Dios y sujetas a sus maridos aun en circunstancias adversas.

Ellas requieren mucha comprensión de parte de los demás, y mucha sabiduría para decidir hasta qué punto pueden compartir en actividades que no son propias de un creyente. A veces ellas ceden cortésmente, dejando en claro que van a acompañar a su marido sólo por complacerle, y que esperan que él haga lo mismo en otra oportunidad. Pero, hay situaciones extremas cuando dicen: “Mi amor, te respeto y quiero, pero tengo que obedecer a Dios antes que a los hombres”, Hechos 5.29.

El versículo 7 comienza: “Vosotros, maridos, igualmente…”

¡Esta es la lección que todo esposo quiere aprender! La responsabilidad conyugal es de parte y parte. Su esposa es “coheredera de la gracia de la vida”. Es del mismo rango; tiene tantos privilegios como tiene él; tiene sus propios derechos. Es más: el esposo honra a su esposa, tomando en cuenta que debe respetar su femineidad.

Cuando no es así, no es solamente ella que sufre, sino las oraciones de ambos tienen estorbo. ¿Cómo puede un hombre pensar que Dios va a bendecir su hogar y sus actividades afuera cuando piensa que sólo él ha recibido “la gracia de la vida?” Él tiene que pasar a 1 Pedro 5.5 y aprender que Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes.

Pedro tenía consideración para su propia esposa, viajando ella con él en lo posible; 1 Corintios 9.5. Muchas veces esto no es factible para uno ocupado en las cosas del Señor, pero es un principio deseable, especialmente en el caso del anciano u otro hermano que visita los hogares. Tengamos suma cautela con el hermano que tiene buena esposa cristiana, en condiciones de acompañarle, pero que anda solo. Entre otros problemas, todavía hay, aun entre los que se profesan sabios, algunos que se meten en las casas de las mujercillas; 2 Timoteo 3.6.

Pedro tenía respeto y consideración para su suegra (cosa que no se puede decir de todo marido). El Espíritu hace mención específica de Jesús atendiendo a la preocupación que Pedro y tres más tenían por ella; Marcos 1.30.

II. Tito 2.4 al 8

            Ella honra así la Palabra de Dios.

            Él debe mostrar seriedad e integridad.

“Las ancianas… enseñen a las mujeres más jóvenes a amar a sus maridos,… sujetas… para que la palabra de Dios no sea blasfemada. Exhorta asimismo a los jóvenes a que sean prudentes… mostrando integridad, seriedad…”

Pablo enseña en este párrafo que las esposas jóvenes tienen su mayor responsabilidad en el hogar; son “cuidadosas de su casa”, amando a sus maridos y a sus hijos. Son prudentes, o discretas, sabiendo qué conducta y qué vestimenta les conviene como cristianas jóvenes. Son castas. No por esto defraudan al esposo de una legítima relación en lo sexual; 1 Tesalonicenses 4.2 al 6 habla de esto, y Hebreos 13.4 establece claramente que es honroso el matrimonio y es lícita la relación carnal dentro del matrimonio. Ellas son castas en su fidelidad y la pureza de sus pensamientos.

Las esposas maduras son sus mentores. Estas hermanas transmiten un buen ejemplo por su propia conducta y conversación acerca de las jóvenes, y a la vez transmiten consejos basados en sus propias experiencias y en las Escrituras. Es mucho mejor que este ministerio a las jóvenes venga de las damas mayores, y no por regañazos desde la tribuna o por quejas de los esposos. Estas hermanas de mayor edad probablemente pueden ocuparse menos del hogar, disponiendo de tiempo para ser “maestras del bien” en una esfera más amplia. Señora, ¡usted tiene un ministerio que desempeñar en su asamblea y fuera de ella!

La razón detrás de todo esto es que la Palabra de Dios no sea blasfemada. La conducta de las mujeres cristianas dice tanto o más que la predicación del Evangelio desde la tribuna.

 

El párrafo siguiente está dirigido a los jóvenes, y lo aplicamos aquí a los esposos jóvenes. Ellos deben ser prudentes, o juiciosos. No es una virtud nata en el varón joven, y ellos tienen mucho que aprender en los primeros años de la vida matrimonial. A veces el recién casado casi se olvida del yugo que ha asumido, queriendo emplear el tiempo, dinero y talentos como hacía cuando soltero. Si otro no le hace ver que su situación ha cambiado, la esposa tiene que hacerlo con prudencia y buen ejemplo.

III. Colosenses 3.18,24

Ella va a recibir recompensa.

Él debe ser afable con ella.

“Casadas, estad sujetas a vuestros maridos, como conviene en el Señor. Maridos, amad a vuestras mujeres, y no seáis ásperos con ellas”.

La tercera razón porque la esposa cristiana asume una actitud de sumisión (no de servidumbre) es sencillamente que conviene en el Señor. A veces cuando se pregunta al creyente nuevo por qué quiere ser bautizado, la respuesta es, “Para obedecer al Señor”. Es un motivo noble, aunque no el único, y lo mismo se puede decir en cuanto a la manera en que una esposa se comporta con su marido.

Pero no vaya a creer que ella está perdiendo. A veces le cuesta; a veces se siente subestimada, despreciada o hasta defraudada. Pero si conoce su Biblia, y si sus motivos son sanos, ella sabrá mejor, ya que 3.23,24 definen ese motivo sano y el galardón por obedecerlo: Todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres; sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia, porque a Cristo el Señor servís.

¿Y el marido? Él tiene el mismo motivo y galardón ya citados; debe amar y no debe ser desagradable.

La Biblia no le autoriza a demandar de su esposa que ella le obedezca. La Biblia manda a los hijos a obedecer a sus padres, Colosenses 3.20 y Efesios 6.1; manda a todo creyente a obedecer al gobierno, Tito 3.1; manda al empleado a obedecer a su patrón, Colosenses 3.22; y, manda al creyente a obedecer a los ancianos en la asamblea, Hebreos 13.17. Pero, la Biblia no dice que la esposa debe obedecer a su esposo. (Observemos de paso que en ningún caso la obediencia es porque la otra parte —los padres, el gobierno, el patrón, los ancianos— siempre tiene la razón. Sabía Pablo, sabía Pedro, y sabemos nosotros que a veces ellos no la tienen.

¿Será posible que nosotros los maridos no obedecemos debidamente a quienes debemos obedecer fuera del hogar, pero tenemos la idea que podemos exigir obediencia a quien es una carne con nosotros y coheredera con nosotros de la gracia de la vida? De que ellas lo hagan como al Señor es una cosa; de que nosotros lo exijamos es otra cosa. Cuando la esposa se independice excesivamente (como sucede especialmente cuando ella trabaja fuera del hogar), es tema de oración y plática, pero no de amenaza.

Sará obedecía a Abraham, 1 Pedro 3.6, pero una lectura de la historia de esa pareja nos hace dudar que haya sido así desde el momento de su matrimonio. La impresión que ganamos es que ella no tenía las convicciones espirituales que tenía su marido, hasta que vio por fe que tendría un hijo.

Siendo así, ella no fue la última esposa que aprendió mansedumbre a lo largo de los años y por tener las responsabilidades de una familia. No vamos a extender este escrito a una consideración de 1 Timoteo 2.15, pero diremos de paso que hay mucho que aprender de esa afirmación que la mujer “se salvará” engendrando hijos, si permaneciere en fe, amor y santificación, con modestia. Lamentablemente, la mujer moderna y mundana no lo cree.

 

IV. Efesios 5.22 al 25, 28 al 31

            Ella es un ejemplo de la Iglesia de Cristo.

            Él debe sacrificarse por ella.

“Las casadas estén sujetas a sus propios maridos, como al Señor; porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la iglesia. Maridos, amad a vuestra mujeres, así como Cristo amó a la iglesia y se entregó a sí mismo por ella”.

El marido es cabeza de la mujer porque:

  • ella cayó primero en el Edén, 1 Timoteo 2.14, Génesis 3.6
    ● ella procede del varón y es la gloria de éste, 1 Corintios 11.3 al 9, Génesis 2.22
    ●  ella es como un vaso más frágil, 1 Pedro 3.7
    ●  ella es una figura de la Iglesia, Efesios 5.23

El matrimonio cristiano debe realizarse en primera instancia “en el Señor”, 1 Corintios 7.39. Y, aprendemos en Efesios, como en Colosenses, que la razón detrás de la sujeción en la vida matrimonial es “como al Señor”. La esposa tiene la digna función de ser representante de la Iglesia universal.

En este pasaje ella se somete a su propio esposo no más. En 1 Corintios 11, las damas se ponen velo en las reuniones y dejan crecer el cabello para ilustrar la verdad de que las mujeres en conjunto reconocen el lugar que el Señor ha dado a los varones en conjunto. Tanto en el hogar como en la asamblea, no es cuestión de capacidad, espiritualidad o calidad, sino de responsabilidades diferentes.

Pero de los cuatro pasajes que hemos presentado, Efesios 5 es el que más exige al marido. El versículo 21 nos prepara para esto, ya que dice: “Someteos unos a otros en el temor de Dios”.

Los mandamientos al marido son que él debe:

  • amar a su esposa como a sí mismo, 5.25,28,33
    ● dejar a su familia para formar su propio hogar con ella, 5.31,
    ●  sustentarle a ella y cuidarla, 5.29.

 

 

El ejemplo es Cristo, quien se sacrificó por su esposa espiritual, la Iglesia.

Tanto Colosenses como Efesios mandan a los esposos en general a amar a sus respectivas esposas. Solamente la carta a Tito hace mención de que las esposas jóvenes deben amar a sus maridos. ¿Los varones necesitan más exhortación en este sentido que las esposas?

No todo esposo puede proveer una casa aparte, pero todo esposo (y esposa) debe reconocer la gran necesidad de formar su hogar aparte. Es fatal cuando los padres del uno o el otro ejercen dominio sobre la pareja. Hay maridos que no saben si se casaron con María, su mamá, ambas, o ninguna. De la misma manera, hay maridos que no se dan cuenta de que ya no dependen de Mamá, sino que se han unido a otra.

No nos olvidemos de la provisión bajo la ley de Moisés que eximía del servicio militar al recién casado; Deuteronomio 24.5. ¿Por qué? Porque la pareja recién casada requiere estar juntos, a solas, para conocerse y ajustar su estilo de vida a las nuevas responsabilidades.

A veces los suegros pueden visitar y dar consejos, como Jetro a Moisés o Noemí a Rut, pero hasta allí no más. Al ser posible, los padres de la pareja nueva ponen por obra el principio de 2 Corintios 12.14: “No deben atesorar los hijos para los padres, sino los padres para los hijos”. O sea, los padres y suegros hacen lo que pueden para que el nuevo matrimonio disponga de lo necesario para vivir aparte.           Si es inevitable que sea bajo el mismo techo de ellos, los mayores siempre procuran no crear, o aceptar, presiones innecesarias.

***

Entonces, un gran principio que debe gobernar la relación conyugal —y en la asamblea también— es:  En el Señor, … todo procede de Dios; 1 Corintios 11.12:

ni el varón es sin la mujer,
ni la mujer sin el varón.

 

La  casa  nueva  y  su  pretil

 

por el finado H. Ernest Marsom; Gran Bretaña

 

Deuteronomio 22.8:

Versión Reina-Valera 1960:  Cuando edifiques casa nueva, harás pretil a tu terrado, para que no eches culpa de sangre sobre tu casa, si de él cayere alguno.

Versión Popular:  Cuando alguno de ustedes construya una casa nueva, deberá poner un muro de protección alrededor de la azotea;  así evitará que su familia sea culpable de una muerte en caso de que alguien se caiga de la casa.

 

Pretil = “Murete o vallado de piedra u otra materia, que se pone en los puentes y otros parajes para preservar de caídas”.

 

Es interesante notar con qué frecuencia las Escrituras emplean la casa en el sentido de  familia, y por esta razón podemos comparar el matrimonio a la construcción de una casa.  Con el fin de evitar que la casa nueva fuera alguna vez el escenario de accidentes, la ley de Moisés exigía que la construcción contara con un pretil en derredor de su platabanda o techo plano.  En el plan divino la morada de la familia debería ser un lugar seguro además de un lugar feliz.

Podemos estar igualmente seguros de que la Palabra de Dios nos proporciona resguardos adecuados para que la “casa nueva” del matrimonio sea protegida de riesgos espirituales con toda la tristeza que traen accidentes en esta esfera.  Encontramos en nuestra Biblia cuatro lados al “pretil” que Dios quiere para el hogar de cada familia.  Hay una parte para cada uno de los cuatro lados de la construcción matrimonial, no sólo para proteger sino también para traer gozo al alma.

 

(1)           “Vosotros,  maridos,  igualmente,  vivid  con  ellas  sabiamente,  dando  honor  a  la  mujer  como  a  vaso  más  frágil,  y  como  a  coherederas  de  la  gracia  de  la  vida,  para  que  vuestras  oraciones  no  tengan  estorbo”.  1 Pedro 3.7

En el primer lado se debe construir un pretil de vida mutua, cosa que tiene por modelo suyo nada menos que el amor de Cristo por su Iglesia.  Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella; Efesios 5.25.  Los dos que habitan el hogar deben reconocerse herederos mutuos de la gracia de la vida, con el fin de que sus oraciones no sean estorbadas.

Este pretil debe defenderles contra cualquier cosa que podría perjudicar la oración en el hogar.  Intentan contra la oración los quehaceres en el hogar, la presión del empleo afuera, las atracciones del mundo en derredor, la debilidad de la carne adentro y los ataques de Satanás que vienen de donde menos esperamos.  Si se excluye la oración de esta casa nueva, o si se profesa practicarla pero en realidad no se encuentra tiempo para ella, el hogar será el escenario de tragedias espirituales.  Habrá caídas por no haber provisto protección en la azotea, como si fuera.

Pero donde hay este pretil, la pareja podrá tomar para sí la promesa de Mateo 18.20: “Donde están dos o tres congregados en mi nombre”, dice el Señor, “allí estoy yo en medio de ellos”.  Él lo dijo primeramente en relación con la oración, como uno verá si le el versículo que precede en el capítulo.

 

(2)   “Vosotros,  amados,  edificándoos  sobre  vuestra  santísima  fe,  orando  en  el  Espíritu  Santo,  conservaos  en  el  amor  de  Dios,  esperando  la  misericordia  de  nuestro  Señor  Jesucristo  para  vida  eterna”.  Judas 20,21

El segundo lado de esta construcción conyugal debe contar con un pretil que consista en la lectura habitual de las Escrituras, esposo y esposa juntos.  Es tan sólo nuestra Biblia, llamada en Hechos 20.32 la palabra de la gracia de Dios, que es poderosa para sobreedificarnos y darnos herencia con todos los santificados.  Sin este resguardo, hay gran riesgo de caer en diversos engaños y errores, y aun la posibilidad de que “la casa” llegue a ser morada de espíritus seductores y doctrinas de demonios.

Pero donde se ha incorporado esta protección desde un principio, escudriñando las Escrituras y guardando la palabra leída, la pareja va a darse cuenta que su Biblia es una lámpara que brilla en lugar oscuro.  Habrá tinieblas en derredor, pero su hogar será como cuando hubo la plaga en Egipto: “Ninguno vio a su prójimo, ni nadie se levantó de su lugar en tres días;  mas todos los hijos de Israel tenían luz en sus habitaciones”, Éxodo 12.23.

David testificó en oración: “En cuanto a las obras humanas, por la palabra de tus labios yo me he guardado de las sendas de los violentos”, Salmo 17.4.  Por su parte, un profeta consideraba que “tu palabra me fue por gozo y alegría de mi corazón, porque tu nombre se invocó sobre mí”, Jeremías 15.16.  Indudablemente, “mucha paz tienen los que aman tu ley, y no hay para ellos tropiezo”, Salmo 119.165.

 

(3)   “Que  os  comportéis  como  es  digno  del  evangelio  de  Cristo,  para  que  o  sea  que  vaya  a  veros,  o  que  esté  ausente,  oiga  de  vosotros  que  estáis  firmes  en  un  mismo  espíritu,  combatiendo  unánimes  por  la  fe  del  evangelio”.   Filipenses 1.27

El tercer lado de esta platabanda o azotea consiste en el estilo de vida de los habitantes de la casa matrimonial.  Sea en la privacidad de su hogar, en el lugar del empleo de uno u otro de ellos, o en la congregación del pueblo del Señor, los dos tienen que estar de acuerdo entre sí. Para combatir unánimes entre sí por la fe del evangelio, el esposo y la esposa tendrán que estar firmes en un mismo espíritu.

Hay el peligro de profesar una santidad que carece de piedad.  La hipocresía trae reproche sobre Cristo y su evangelio.  No es sólo que ellos tienen que estar de acuerdo entre sí, sino que su manera de comportarse tiene que concordar con lo que profesan y proclaman.

La cuestión está en que si lo que hacen —dentro del hogar o en sus relaciones con terceros— es como para el Señor, con miras a ser siervos de Cristo.  Si el amor de Cristo les constriñe, 2 Corintios 5.14, ellos no van a vivir para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos.  De hecho, van a adornar la doctrina de Dios nuestro Salvador; Tito 2.10.

 

(4)   “… sepas  cómo  debes  conducirte  en  la  casa  de  Dios,  que  es  la  iglesia  del  Dios  viviente,  columna  y  baluarte  de  la  verdad”.  1 Timoteo 3.16

La cuarta pared de la casa debe tener a nivel de terrado un pretil del amor por otra “casa”, cual es la casa de Dios, la Iglesia del Dios viviente.  Véase 1 Timoteo 3.15 para encontrar esta fraseología.  Este muro protegerá de dejar de reunirse, como algunos tienen por costumbre; Hebreos 10.25.  Miremos, hermanos, que no haya en ninguno de nosotros corazón malo de incredulidad para apartarnos del Dios vivo; Hebreos 3.12.

El pretil nos guardará también de una vida egotista, mirando uno por sí mismo y su hogar a expensas de los derechos que el Señor tiene sobre nosotros, quitándonos la vista de lo celestial y eterno.  La relación conyugal –la construcción de la nueva casa– no nos absuelve de las obligaciones y los privilegios de la relación con el pueblo de Dios.  En la asamblea o iglesia local, y en la Iglesia total también, estamos construyendo: “Todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor”, Efesios 4.16.

Es en el ejercicio del gobierno piadoso y ayuda mutua en el hogar, que se gana la calificación para ser líder en la asamblea.  El que no sabe gobernar su propia casa, ¿cómo cuidará de la iglesia de Dios? 1 Timoteo 3.4,5.  Es en su propio hogar que los Aquila y Priscila de estos tiempos pueden enseñar más perfectamente a los Apolos que requieren mayor orientación sobre el camino de Dios; Hechos 18.26.

¿Y quién puede estimar el valor que tiene la oración y comunión en la iglesia local a toda “casa nueva”?  Mayores serán sus goces y menos sus dificultades.  La bendición se extenderá de nuevo sobre la pared de la casa conyugal, para alcanzar a otros afuera; Génesis 49.22.

 

Así que, al formar su “casa” nueva, preste atención a la incorporación de un pretil por los cuatro lados:

  • la oración sin estorbo
    ●  la mutua atención a su Biblia
    ●  la vida consagrada en armonía
    ●  un nexo estrecho con la asamblea de la localidad.

“Ahora has querido bendecir la casa de tu siervo, para que permanezca perpetuamente delante de ti;  porque tú, Jehová, la has bendecido, y será bendita para siempre”, 1 Crónicas 17.27.

 

La pareja despareja *

Nabal y Abigail;  1 Samuel 25

D.R.A.

* despareja = dispar; desigual   dispareja = desigual

 

Los matrimonios presentados en las Sagradas Escrituras ofrecen amplias lecciones, ya que casi cada pareja se destaca bien sea por su espiritualidad o su carnalidad. Amran y Jocabed, Ananías y Safira, Aquila y Priscila, Abraham y Sara, Jacob y Rebeca —  complete usted la lista, y vea qué podemos aprender de ellos acerca de nuestros hogares, nuestro trato el uno con el otro, y la cosecha que nosotros y otros obtienen de lo que sembramos en el seno del hogar.

En los casos mencionados, el esposo y la esposa estaban más o menos de acuerdo entre sí —para bien o mal— en sus aspiraciones espirituales. En cambio, la pareja que queremos considerar ahora no era así. Era uno de estos casos, nada raro en estos tiempos también, donde el marido y la mujer no eran de un mismo parecer.

Nabal y Abigail tenían personalidades distintas, pero esto en sí no era el problema. Lejos de ser un defecto, esta circunstancia puede ser ventajosa en la vida conyugal, con tal que los dos complementen el uno al otro y respeten mutuamente las fuerzas y debilidades de cada cual. Booz y Rut, como también Salmón y Rahab, son ejemplos de parejas donde los antecedentes del marido y la esposa eran radicalmente diferentes, pero todo indica que formaban hogares para la gloria de Dios y el bien de su pueblo.

El matrimonio en nuestro capítulo ha podido ser una pareja llamativa y útil. El varón era de buen linaje en Israel —descendiente de Caleb— y rico. La dama era capaz y hermosa. El problema radicaba en que tenían principios y ambiciones desparejos. Nabal era insensato, mezquino y despectivo. Abigail era sabia, fiel y pacífica. Nabal pensaba en sí mismo; Abigail pensaba en la obra de Dios y el bienestar de sus prójimos.

Quién sabe cómo llegaron a unirse. Si Abigail sabía que el varón se llamaba Insensato, 25.25, ¿por qué se casó con él? ¿Fue obligada por sus padres? ¿Nabal comenzó bien, y se echó a perder? O, ¿fue simplemente que Abigail se equivocó feamente y tuvo que cosechar las consecuencias de haberse casado fuera de la voluntad divina? No fue el último caso de una joven hermosa casándose con un hombre rico, para descubrir después que él pensaba sólo en su ganado y su licor.

Sea cual fuere el pasado de estos dos, el Espíritu ha querido presentar el cuadro al final de la infeliz unión. Habrá en el capítulo mensajes más profundos y típicos de los que nos interesan aquí, pero nos limitaremos a ver qué se puede aprender de la conducta de esta mujer en circunstancias tan difíciles – y tan parecidas a las que tienen que vivir algunas de nuestras apreciadas hermanas en Cristo.

Primeramente lo más obvio: ella siguió viviendo con él. No compartió su estilo de vida (ella estaba ausente en las dos ocasiones mencionadas), pero tampoco abandonó el hogar. “Si una mujer tiene marido que no sea creyente, y él consiente en vivir con ella, no lo abandone. ¿Qué sabes tú, oh mujer, si quizá harás salvo a tu marido?” 1 Corintios 7.13,16.

Es más: observamos que se interesó por el bien de su esposo y de los suyos. David pensaba eliminar a ese hombre perverso (cosa que entenderemos sólo al considerar las circunstancias del momento y el estilo de la época), pero Abigail le mostró que no convenía hacerlo. Ella asumió la responsabilidad por la perversidad de Nabal: “Te ruego que perdones a tu sierva esta ofensa”. A todos nos salta a la mente 1 Pedro 3.1: “Mujeres, estad sujetas a vuestros maridos; para que también los que no creen a la palabra, sean ganadas sin palabra por la conducta de sus esposas”.

No hay mención de hijos en ese relato (por lo que leemos más adelante, entendemos que Abigail era joven aún), pero sí hay terceros. El futuro rey dio a saber que su propósito era de castigar a los peones en el campo junto con su amo, a quienes los soldados de David habían venido protegiendo. El mensajero que habló con Abigail enfocó la crisis hacia la suerte de ellos. Esta mujer piadosa se puso a riesgo en beneficio de sus criados. Hay también las Ana y Eunice entre el pueblo del Señor hoy día que sufren a causa de la conducta de sus esposos, pero paciente y mansamente crían a sus Samuel y Timoteo en “la disciplina y amonestación del Señor”, Efesios 6.4.

Prosiguiendo, vemos que Abigail dio a Dios su parte, aun cuando el marido no quiso. (Y, vamos a decir de paso que no estamos imaginando aquí una situación que se presenta tan sólo cuando el esposo no es creyente. Habemos muchos esposos que somos salvos por la obra del Calvario, pero no vivimos sabiamente con nuestras esposas, dándoles honor y viéndoles como coherederas de la gracia de la vida. Entre otras consecuencias, las oraciones de ellas – como las nuestras – son estorbadas. (1 Pedro 3.7)

Así, la actitud de Nabal fue: mi pan, mi agua y mi carne.

La esposa, en cambio, calladamente llevó al ungido de Dios pan, vino y carne. (Dios estaba preparando a David para asumir el gobierno de su pueblo, pero Saúl le acechaba. Era tiempo de trasquilar las ovejas, y bien sabía David que Nabal haya podido dar a la obra de Dios una porción de los ingresos que estaba por percibir).

No todas nuestras hermanas cuentan con los recursos en el hogar que Abigail tenía a su alcance, pero todas caben en 1 Corintios 16.2: “Cada primer día de la semana, cada uno de vosotros ponga aparte algo, según haya prosperado, guardándolo”. ¿Acaso el Señor no nos contó de la mujer con sus dos monedas? ¿Acaso no hay entre nosotros mujeres que encuentran cómo dar al Señor sin robar a su esposo ni a sus hijos?

Muy ligado con esto es el hecho de que ella estaba consciente de la obra que Dios estaba realizando en el país. El egoísta Nabal refunfuñó que: “Muchos siervos hay hoy que huyen de sus señores”. Su esposa, en cambio, percibió lo que Dios hacía en David, aun cuando estaba pasando por adversidades: “Cuando Jehová haga con mi señor conforme a todo el bien que ha hablado de ti, y te establezca por príncipe sobre Israel”.

El lector encontrará virtudes adicionales en Abigail, pero nos conformaremos con terminar la lista con una que también se liga con el discernimiento y la abnegación propia. Esta mujer, no obstante el ambiente en su propio hogar, pudo dar sabio consejo al gran David.

Nos llama la atención que el capítulo comience con las palabras: “Murió Samuel”. El guerrero, el perseguido, el futuro rey, el dinámico David, había perdido su mentor. Si leemos los capítulos anteriores y posteriores, veremos que oscila entre juicio y misericordia, a veces derramando sangre cuando no ha debido hacerlo. Y así pensaba hacer en este capítulo 25; “¡A las armas!” fue su orden en el versículo 13. Así somos los varones a veces: más celosos que sabios, aun en la obra del Señor, pensando neciamente que se pueden lograr fines espirituales por medios carnales.

Abigail le dio consejo al futuro rey. En cuanto a Nabal, “no hay quien pueda hablarle”, 25.17, pero ella y David se entendían porque sus intereses eran los intereses de su Señor. La respuesta de David es por demás llamativa, y fijémonos en la secuencia de su pronunciamiento (versículos 32 y 33): Bendito sea Jehová; bendito sea tu razonamiento; y bendita tú que me has estorbado hoy de derramar sangre. ¿Lee este escrito algún anciano en la asamblea que ha dicho lo mismo cuando el Espíritu Santo ha empleado una hermana ejercitada en la congregación para darle un consejo a tiempo?

El segundo detalle escrito acerca de Abigail es que ella era de hermosa apariencia, pero resulta ser lo que menos viene al caso. Ha podido ser un enorme estorbo para ella, pero no lo era. “Engañosa es la gracia, y vana la hermosura; la mujer que teme a Jehová, ésa será alabada. Dadle del fruto de sus manos, y alábenla en las puertas sus hechos”, Proverbios 31.31.

 

 

 

El aborto

 

David K. Vallance; médico cirujano en Detroit, E.E.U.U.;
traducido de Truth & Tidings, marzo y mayo 1993

El infanticidio

                La vida antes de nacer

                La Biblia y el aborto

                La libertad de opción es errada

                El control de nuestro propio cuerpo

                La mujer violada

                El peligro de muerte

                El niño defectuoso

                La pena de muerte

                Las clínicas del aborto

                El hijo no deseado

                Conclusión

 

El infanticidio

En la historia sórdida de la depravación humana, pocos pecados asumen mayor jerarquía que el de la matanza de niños. Esta abominación se alza dondequiera que el pueblo abandone a Dios y son abandonados de Dios. Leemos en los últimos versículos de Romanos 1 de aquellos que “no aprobaron tener en cuenta a Dios”, y “Dios les entregó a una mente reprobada, para hacer cosas que no convienen; … sin afecto natural, implacables, sin misericordia …”

Tome, por ejemplo, los amorreos en los tiempos de Abraham. Habiendo suprimido su conocimiento de Dios, ellos adquirieron gusto por el sacrificio de sus hijos. Para consagrar un edificio nuevo, enterraban cinco criaturas vivas en las paredes. La Biblia alude a su conducta con decir que, “aún no ha llegado a su colmo la maldad del amorreo hasta aquí”, Génesis 15.16. En una época posterior, los moabitas pasaban sus hijos por fuego para complacer a su dios Quemos. Dios prohibió este horrendo pecado en Israel, Levíticos 18.21, Deuteronomio 18.10, pero los impíos reyes Acaz y Manasés se entregaron a esa práctica de todos modos, 2 Reyes 16.3, 21.6. Llegó a ser cosa común lanzar nenés a las llamas del foso Tofet en los años que precedieron la caída de Jerusalén. Pero la ira de Dios arrasó a Judá, dejando ese horno copado de los restos de la misma gente que anteriormente sacrificaban allí. Jeremías había profetizado, 7.31,32: “Vendrán días, ha dicho Jehová, en que no se diga más, Tofet … sino Valle de la Matanza; y serán enterrados en Tofet, por no haber lugar”.

El pueblo americano también ha dado la espalda a Dios, y el sacrificio de niños ha surgido de nuevo. El aborto mata aproximadamente un millón y medio de criaturas en Estados Unidos de América, quienes representan la progenie de la tercera parte de todos los embarazos. En escala mundial, unos sesenta millones de seres humanos mueren de esta manera, ¡dos cada segundo! Los antiguos sacrificios de los hijos en Judá y sus pueblos vecinos se ven como cosa menor al lado de esta monstruosidad de nuestros tiempos. Ni las purgas de Hitler y Stalin alcanzaron estas proporciones.

¿Qué dios moderno puede incitar semejante adoración y contar con tanto sacrificio? Solamente el egoísmo, cual vástago del orgullo primitivo. “… sobre las alturas de las nubes subiré, y seré semejante al Altísimo”, Isaías 14.13,14. Este dios ha ordenado que la buena vida se consigue al maximizar el placer y minimizar el dolor. Maximizar el placer es fácil para quienes se adoran a sí mismos; ellos se entregan a cuanta lujuria se les presente. Minimizar el dolor es, por cierto, más difícil, pero el egoísmo ayuda a saber dónde asecha el dolor. Por ejemplo, sus discípulos aprenden a esquivar la inconveniencia con no practicar la abnegación y a la vez amordazar la conciencia.

En épocas pasadas el amor propio no contaba con tantos seguidores porque la gente temía que correr descaradamente tras el placer podría ser en sí una causa de dolor. Pero el egoísmo no se ha apaciguado, y por medio de una alianza impía con la sicología, ha redefinido el bien y el mal, y de esta manera ha sofocado los inconvenientes de orden religioso, legal y social. Lo que hace sentirse a gusto, es correcto; lo que le inquieta, es errado. Una vez que el Pienso-sólo-en-lo-mío canjea la ética “obsoleta” de la Biblia por esta nueva moralidad, queda premiado con una bandeja colmada de placeres que no conllevan ni responsabilidad ni culpabilidad.

Además, este amor propio ha reclutado la ciencia para quitar de sus placeres las fastidiosas consecuencias médicas. Algunas enfermedades como el SIDA todavía presentan problemas, pero no así el embarazo. El egoísmo dice que el embarazo es una opresión parasitaria. Claro está, se dice, que el bebé se entromete en la vida de la mujer para robarle su libertad. Descaradamente, esa criatura hace conocer la promiscuidad de su madre, o por lo menos entorpece sus propósitos. El bebé es su enemigo natural, ¿y por qué no valerse ella de su derecho al aborto si la ley lo permite?

Esta retórica es nauseante para quien teme a Dios. Es un desafío al Creador, un tranquilizante para la conciencia, una distorsión de la mujer. Este modo de pensar le hace cumplir Romanos 1.31, una mujer “sin afecto natural”. Es la versión femenina de 2 Timoteo 3.1 al 4: “… amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos … sin afecto natural … amadores de deleites más que de Dios”.

Dios le proporcionó a la mujer un corazón que anhela abrazar hijos, y Él formó su vientre como un santuario pacífico. Pero, un espantoso egoísmo sofoca la ternura de la maternidad, apaga los escrúpulos de la conciencia, procede a profanar el santuario y despedaza la vida inocente encerrada allí. La depravación toca fondo.

La vida antes de nacer

En el momento de concepción, la persona es una sola célula pulsante con vida humana propia. Él (o ella) ya es varón (o hembra). Es de un todo humano, por cuanto cuenta con un conjunto entero de genes. Cada gen es una unidad de informática, y cada uno agrega a la suma total de información necesaria para formar y mantener a un adulto. Los genes están atados en cromosomas, como las hojas encuadernadas forman un libro, y cada gen guarda una biblioteca entera de cromosomas. A lo largo de la vida, y hasta el día de su defunción, esta persona continuará en crecimiento, desarrollo, reposición y remodelación, conforme sea su plan maestro. Además de la información genética, su vida física exige tan sólo oxígeno, nutrición y abrigo. Antes de nacer, recibía oxígeno a través de la madre; una vez nacido, lo recibe por su propia respiración.

La concepción forja el alma y el espíritu en el mismo momento que forma el cuerpo unicelular. Los padres del nené suministran conjuntamente su ser tanto incorpóreo como físico. La Sagrada Biblia explica por qué este aporte de un alma debe ser parte de la concepción. Es que la naturaleza pecaminosa del nuevo ser está presente en la concepción, y el alma es el asiento de aquella naturaleza. O sea, el pecado emana del alma. “En maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre”, Salmo 51.5. “El alma que pecare, esa morirá”, Ezequiel 18.20.

Esta naturaleza caída es consecuencia del vínculo directo que el niño tiene con Adán, ya que la humanidad entera (con la singular excepción del Cristo que nació de una virgen) cayó con Adán cuando él pecó. “El pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron”, Romanos 5.12. Dicho sea de paso que el versículo 19 de ese mismo pasaje nos anuncia la solución: “Así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos”. Y: “Por cuanto la muerte entró por un hombre, también por un hombre la resurrección de los muertos. Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados”, 1 Corintios 15.21,2.

Desde Adán en adelante, la vida ha fluido sin interrupción de padre a hijo, y con ella el pecado, de un alma a otra alma. Queda descartada la idea común que Dios crea e implanta almas, ya que un alma no podría ser pecaminosa, ni podría ser impactada por lo de Adán, si Dios la hiciera directamente.

La Biblia enseña, entonces, que los prenacidos son de un todo personas humanas. David, por ejemplo, se maravilló de todo esto: “Tú formaste mis entrañas; tú me hiciste en el vientre de mi madre. Te alabaré; porque formidables, maravillosas son tus obras; estoy maravillado, y mi alma lo sabe muy bien. No fue encubierto de ti mi cuerpo, bien que en oculto fui formado, y entretejido en lo más profundo de la tierra. Mi embrión vieron tus ojos, y en tu libro estaban escritas todas aquellas cosas que fueron luego formadas, sin faltar una de ellas. ¡Cuán preciosas me son, oh Dios, tus pensamientos! ¡Cuán grande es la suma de ellos! Si los enumero, se multiplican más que la arena; despierto, y aún estoy contigo”. Salmo 139.13 al 18.

Job, Isaías y Jeremías también describen como Dios diseñó sus cuerpos y ordenó sus destinos antes de que ellos hayan nacidos:

Tus manos me hicieron y me formaron; ¿y luego te vuelves y me deshaces? Acuérdate que como a barro me diste forma; ¿y en polvo me has de volver? ¿No me vaciaste como leche, y como queso me cuajaste? Me vestiste de piel y carne, y me tejiste con huesos y nervios. Vida y misericordia me concediste, y tu cuidado guardó mi espíritu. Job 10.8 al 12

Jehová me llamó desde mi vientre, desde las entrañas de mi madre tuvo mi nombre
en memoria … me guardó en su aljaba …, Isaías 49.1 al 5

Vino, pues, palabra de Jehová a mí, diciendo: Antes que te formase en el vientre
te conocí … Jeremías 1.4,5.

Entonces, aun sin haber nacidos, “Herencia de Jehová son los hijos; cosa de estima el fruto del vientre”, Salmo 139.3. Ningún niño es un accidente. Aunque los padres no hayan planificado su nacimiento, Dios sí.

Los relatos de Sansón y Juan el Bautista son evidencia adicional de que los no nacidos son personas en toda la extensión del término. Ambos eran nazareos, no desde su nacimiento sino desde su concepción. [Un nazareo bajo el régimen de Israel era una persona apartada de una manera especial para la consagración y servicio a Dios]. Así mandó Dios a la madre de Sansón que no tomara ella vino, porque el hacerlo obligaría al hijo, quien no había nacido, a contravenir su juramento de nazareo; Números 6.3, Jueces 13.7. Sansón era muchacho ya ante los ojos de Dios. Y Juan, tampoco nacido, saltó de alegría cuando él y su madre (Elisabet, o Isabel) recibieron el saludo de la virgen María; Lucas 1.35 al 44.

El Espíritu Santo también manifiesta su parecer sobre los prenacidos por la manera en que Él se refiere a ellos en las Escrituras. Al registrar el origen de personas, generalmente escogió la palabra engendrar, que se refiere a la concepción. Ejemplo: “Vivió Adán ciento treinta años, y engendró un hijo a su semejanza”, Génesis 5.3. Además, Él empleó los vocablos yeled (hebreo) y brephos (griego), que quieren decir “niño”, para tanto los nacidos como los no nacidos. Compárense, por ejemplo, Éxodo 21.4 con 21.22 y Lucas 1.41 con Hechos 7.19. Es claro que la Biblia conceptúa tanto el nacido como el por nacer como personas.

La Biblia y el aborto

¿La Biblia, entonces, prohíbe el aborto? Sí, lo prohíbe.

Primeramente, el mandamiento, “No matarás”, Éxodo 20.13, proscribe el aborto, ya que el aborto es homicidio adrede. Pero más allá de esta prohibición amplia, tenemos Éxodo 21.22,23. La ley reconocía que si dos hombres, al reñir, golpearan una mujer encinta, posiblemente ella entraría en los dolores de parto. Caso que sí, y aun sin consecuencia adversa, se imponía una multa de consecuencia. Pero si el golpe resultara en daño para ella o para la criatura, entonces entraba en juego el principio de “ojo por ojo, diente por diente”. De morir o la madre o el hijo, se aplicaba el principio de “vida por vida”. El punto aquí es que la ley de Moisés aplicaba la misma sanción por la muerte de la criatura, aún en el vientre, que por la de su madre.

Los rabinos en los días de Cristo sabían que la ley de Dios prohibía el aborto. Ellos enseñaban que los no nacidos eran prójimos y deberían recibir el mismo amor que uno tenía para sí. Así, cuando Cristo confirmó el mandamiento de Levítico 19.18 en la ley del Antiguo Testamento, “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”, Él proscribió el aborto, ya que la gente entendía que este precepto abarcaba al niño prenacido; “Bien has respondido; haz esto, y vivirás”, Lucas 10.28.

Además, los maestros cristianos de tiempos primitivos confirmaban que el Señor Jesús condenaba el aborto. En un compendio de sus escritos llamado el Didaché ellos escribieron: “Amarás a su prójimo como te amas a sí mismo … no cometerá homicidio de un niño por el aborto”.

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Pasemos ahora a varias preguntas y objeciones que son comunes en nuestra sociedad.

La libertad de opción es errada

“¿Qué hay de malo en que cada cual tenga su propia opinión?

Las encuestas en nuestro país señalan que la mayoría de la gente no optarían personalmente por el aborto porque creen que es incorrecto para ellos. Pero a la vez ellos opinan que podría ser apropiado para otros, ya que diferentes personas guardan diferentes “valores”. Así, ellos apoyan el libre escogimiento.

Su razonamiento rechaza el concepto de una verdad absoluta y una moral absoluta. Es la expresión de un relativismo moral que percibe la verdad y el error como cuestiones de preferencia, y lo bueno y lo malo como opciones que dependen del gusto propio. Lo que usted prefiere creer, no importa cuán absurdo sea por los antiguos cánones de lógica, es la verdad para usted; y, lo que usted decide hacer, no importa cuán obsceno sea por el código moral de la Biblia, es lo correcto para usted.

El pensamiento racional no florece bajo semejante sistema. El sentir desplaza el pensar. Con la razón vedada, el relativismo puede permitir a una misma mente guardar posiciones contradictorias, de manera que el libre escogimiento es a una misma vez tolerante e intolerante. Este criterio proclama la tolerancia, basando la moralidad en el modo de pensar de uno, pero no tolera la oposición al aborto. Condena las reglas pero a la vez impone a juro la “compasión” por sus preferencias. O sea, dice: “¡Usted no puede estar en contra de lo que uno opte por hacer!”

Si la moralidad es cuestión de preferencias, es inevitable que el fuerte se oponga al débil. Esta “sensibilidad” de los libre-escogimientistas tal vez parezca compasión, pero en realidad es la supresión de la justicia. Es la idea de poner a los presos a manejar la cárcel; es la ley de la jungla. Si una mujer tiene la opción de matar a su hijo, ¿cómo vamos a decir que ella no debe incendiar una escuela o robar un banco? El relativismo conduce tan sólo a la anarquía.

El control de nuestro propio cuerpo

“¿Acaso una mujer no tiene dominio sobre su propio cuerpo?”

La respuesta es que ningún hombre o mujer goza de derechos absolutos. Aquí nos ayuda el adagio que “el derecho tuyo de lanzar golpes al aire termina donde comienza la nariz mía”. O sea, la ley no puede reconocer que cada cual tiene el derecho inajenable de hacer lo que le da la gana. En una sociedad libre, tenemos libertad de hacer tan sólo lo que es bueno, pero no a dañar a otro o lo suyo. La libertad de escoger lo malo no es libertad; es anarquía. La ley nos protege el uno del otro, y no tiene ningún fin más elevado que el de proteger la vida de los demás.

Una mujer goza del derecho de decidir si quiere arriesgarse a un embarazo. Si ella opta por correr ese riesgo, entonces tiene que aceptar las consecuencias de su decisión, incluyendo la posibilidad de concebir. Aceptar el riesgo del embarazo es renunciar el derecho moral a toda elección futura que podría perjudicar a su hijo.

Ella no tiene soberanía sobre la vida de su nené, porque no es parte de su cuerpo. Su derecho de gobernar su propio cuerpo tiene que terminar en el punto donde ella infringe en los derechos de aquella otra persona, y más de todo su derecho fundamental de vivir.

Este enfoque exclusivo del “derecho de escoger” es una manera hábil de evitar el punto fundamental. Lo básico es el derecho del bebé a vivir. ¡Cuán irónico es que algunas personas profesan piedad al montar una cruzada por cuestiones secundarias, como son en este caso los derechos de la madre, pero aceptan el crimen del infanticidio!

Ellos llaman genocidio lo que los nazis hicieron a los judíos, y condenan vehemente la discriminación en contra de la raza negra en África del Sur, pero toleran que millones de mujeres norteamericanas acaben con los seres humanos de su propio engendramiento. Alegan que esas mujeres todavía no son madres, empleando la lógica de los amos de esclavos que decían que aquellos obreros no eran de un todo humanos.

¿Podemos aceptar que un nené que está aún por nacer no es una persona porque es sumamente pequeña? Si es así, tenemos que aceptar que adultos de baja estatura no valen tanto como los que son altos. ¿La inmadurez quiere decir que el no nacido no es una persona? Entonces nuestros jóvenes no valen tanto como sus padres o abuelos.

 

La mujer violada

“¿Qué del caso de la mujer realmente violada a fuerza?”

El gobierno norteamericano estima que cada año hay solamente de cien a seiscientos casos de embarazo como consecuencia del rapto. Este puño de casos no debe desviar la atención de los millones más de embarazos que se terminan simplemente por conveniencia.

Cuando una mujer concibe como consecuencia de haber sido violada, la pesadilla que ella sufre es severa, pero queda claro el principio moral: El pecado relativamente más leve de la violación no puede justificar el pecado mayor del aborto. ¿Debemos matar a un niño por el crimen de su padre? ¡Nunca!

El peligro de muerte

“¿Qué se debe hacer cuando el embarazo amenaza la vida de la madre?”

Aquellos que abogan por el aborto han manejado este problema con resultados positivos para su cruzada. Ellos presentan como enemigo de la maternidad a cualquiera que no acepta el aborto en estos casos. Pero, al igual que el embarazo como consecuencia del rapto, es relativamente rara la muerte materna que se puede atribuir al embarazo. Por cierto, si excluimos los embarazos ectópticos, encontramos que en Estados Unidos hay menos de cincuenta casos cada año que perjudican la vida de la madre mientras la criatura no se haya desarrollado lo suficiente para sobrevivir. La mayoría de las emergencias obstétricas ocurren cuando el prenacido puede sobrevivir aparte de su madre, y cuando una operación cesárea y el aborto conllevan los mismos riesgos.

En un embarazo ectóptico, el bebé se desarrolla fuera del vientre. No estamos obligados a poner la vida de la madre en oposición a la de su criatura, porque de hecho éste está condenada a morir. Si pasivamente dejamos que prosiga el embarazo ectóptico, la madre morirá igualmente. Los fatalistas creen que ella debe morir, pero creo que esta situación justifica el aborto. Apresurar la muerte de un niño ya condenado, es completamente diferente a matar a uno que podría sobrevivir de otra manera. Al quitar cuidadosamente aquella criatura y permitir que expire aparte de su madre, por lo menos podemos rescatar la vida de la mujer.

En cambio, si el embarazo no condena a muerte al que no aún no ha nacido, el aborto es siempre improcedente aun cuando la madre esté a riesgo. La medicina no es una ciencia exacta; por muy enferma que esté la madre, el aborto no puede garantizar su sobrevivencia, ni se puede afirmar que el embarazo necesariamente resultará en su muerte. Es inmoral matar a una persona por la sola posibilidad de que otra muriera.

Debemos hacer todo esfuerzo para ayudar a la madre a dar a luz con la mayor seguridad posible. Si ella muere no obstante nuestros esfuerzos, no hemos pecado. Pero si matamos a su prole, sí hemos pecado.

El niño defectuoso

“¿El aborto procede cuando se sabe que el niño es anormal?”

El aborto a causa de una deficiencia congénita es más desagradable que por cualquier otra razón, porque personaliza la víctima. La madre no está rechazando sólo un bebé sino este bebé.

Ella se pone al lado del maligno pensamiento utilitario de esta época, no viendo valor en la vida humana más allá del provecho social que tenga. Ella va mano en mano con Hitler, escogiendo un candidato para la muerte. Los médicos nazis emplearon la eutanasia para deshacerse adrede de 276.000 “comensales inútiles” (los ancianos, enfermos y retardados). En nuestro caso, la mujer elimina por aborto a una sola persona a la vez.

Toda vida humana es igualmente digna. Un niño “excepcional” que requiere cuidado constante, merece vivir tanto como el ciudadano más productivo. Por cierto, los incapacitados merecen protección especial, porque ellos son indefensos. Por esto, matar a una persona de estas carac-terísticas es abusar la vida humana de una manera más atroz que cuando la víctima es normal.

Una mujer puede afirmar que ella tan sólo quiere prevenir una vida de miseria, pero en el fondo es la posible miseria para ella misma que está en su mente. La gente incapacitada generalmente deriva más satisfacción de la vida que los niños normales. Estos excepcionales enfrentan retos y se regocijan en lograr hacer sus tareas, y sus padres no pocas veces encuentran que su crianza trae más satisfacción de lo que habían podido imaginar.

El aborto por defecto elimina toda barrera lógica a la eutanasia. Si hacemos bien en eliminar por aborto a la gente incapacitada, podemos hacer igualmente con los que están fuera del vientre. Si hoy la madre recurre al aborto porque ella opina que no merece vivir su hijo no nacido aún, entonces mañana sus demás hijos pueden eliminarle a ella porque ellos opinan que ella no cumple con las normas que la sociedad del día considera idóneas.

La pena de muerte

“Si usted se opone al aborto, ¿por qué no se opone también a la pena de muerte?”

Antes de explorar las razones que la Biblia da a favor de la pena de muerte y en contra del aborto, debemos notar las diferencias obvias entre el uno y el otro. La pena de muerte es un acto responsable de parte del Estado que mata a un adulto racional porque él (o ella) ha infringido leyes de peso y ha sido condenado bajo el debido proceso de ley. El aborto, por el otro lado, es un acto cometido adrede por un ciudadano a título personal para eliminar a un bebé indefenso que no ha cometido ningún crimen ni ha sido pronunciado culpable por terceros. En nuestra sociedad no le es permitido a ningún ciudadano matar a otro, salvo en verdadera defensa propia, es por demás evidente que el aborto es inadmisible. ¿Y la pena de muerte?

Una vez que comprendamos el valor de la vida humana, veremos la necesidad y justicia de la pena de muerte para el que mata a otro. En el principio Dios estableció: “Hagamos [la Trinidad divina] al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza”, Génesis 1.26 Dios, siendo Espíritu y de intachable carácter moral, Juan 4.24, hizo al hombre en similitud suya, Santiago 3.9. O sea, cada uno de nosotros tiene espíritu propio y naturaleza moral.

Dios hizo la vida humana distinta y superior a toda otra forma de vida terrenal. Aun cuando tenemos mucho en común con los animales en nuestro físico, ellos no se comparan con nosotros; el Creador de ninguna manera los formó en semejanza suya. Es esta imagen de Dios que constituye a la vida humana en la cosa de mayor valor en la tierra. Efectivamente, Cristo pregunta en Marcos 8.36: “¿Qué aprovechará al hombre si ganare todo el mundo, y perdiere su alma?” Matar a un animal no es pecado, pero tan sólo la blasfemia supera la gravedad del pecado de matar a una persona. ¿Por qué? Porque el homicidio atenta contra la imagen de Dios. “El que derramare sangre de hombre, por el hombre su sangre será derramada; porque a imagen de Dios es hecho el hombre”, Génesis 9.6.

Para que un estado de derecho sea justo, el castigo debe corresponder a la gravedad de la ofensa. La Biblia expresa este principio en la bien conocida frase, “Ojo por ojo, diente por diente”, Éxodo 21.24. La pena de muerte para el homicida no es de ninguna manera misericordiosa, pero es justa porque corresponde exactamente a la ofensa. Cuando la ley es demasiado blanda, pierde su eficacia, y Dios ha sido claro en su parecer: “… No le compadecerás; y quitarás de Israel la sangre inocente, y te irá bien. … No consentirás con él, ni le prestarás oído; ni tu ojo le compadecerá, ni tendrás misericordia, ni lo encubrirás”, Deuteronomio 19.13, 13.8. Estaba en juego para Israel la sobrevivencia de la nación, y no sólo la de un ciudadano.

Estos preceptos morales figuran en el Antiguo Testamento bajo la ley de Moisés. Sin embargo, no nos olvidemos de que el principio se repite aun en el Nuevo Testamento bajo el régimen de la gracia. “No hay autoridad sino de parte de Dios … Si haces lo malo, teme; porque no en vano lleva la espada, pues es servidor de Dios, vengador para castigar al que hace lo malo”, Romanos 13.1 al 4. La ley ceremonial ha cambiado radicalmente, pero no la ley divina en lo moral. La gracia de Dios en ofrecer la salvación por fe en su Hijo, no quita del hombre su temor de la inalterable santidad divina.

La pena de muerte confirma lo sacrosanto de la vida, señalando el homicidio como el peor de los crímenes. Años de presidio no pueden expiar los crímenes de sangre, ni es eficaz para impedir otros en el futuro; “… para que todo Israel oiga, y tema, y no vuelva a hacer en medio de ti cosa semejante a esta”, Deuteronomio 13.11.

Por cuanto la pena de muerte protege el valor de la vida, son perfectamente compatibles el apoyo de esta medida y la oposición al aborto. Es más, una comprensión del porqué de la pena de muerte pone en relieve lo horrendo del aborto. El aborto va más allá de poner fin a un proceso biológico; va más allá de la degradación de la vida humana. Es un insulto a las madres y la corrupción de pueblos. En el fondo es blasfemia, porque atenta contra Dios. El aborto le roba a lo que es de Dios, burlándose su derecho de gobernar, riéndose ante su majestad.

Las clínicas del aborto

“¿El verdadero cristiano evangélico debe ayudar a bloquear las clínicas que practican el aborto?”

No. Nosotros podemos justificar la desobediencia civil solamente si las autoridades del Estado desobedecen un claro mandamiento de Dios. Así, si el gobierno ordenara el aborto con el fin de limitar el aumento en la población, haríamos bien en guiarnos por Hechos 5.29: “Respondiendo Pedro y los apóstoles, dijeron: Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres”. (Obsérvese también Éxodo 1.15 al 2.10: “Veáis el sexo, si es hijo, matadlo; y si es hija, entonces viva. Pero las parteras temieron a Dios, y no hicieron como les mandó el rey de Egipto”). Pero el gobierno de esta República sólo permite el aborto. Permitir que el impío peque es muy diferente a obligar que todos lo hagan.

Por cuanto el Estado no nos manda a desobedecer a Dios, debemos obedecer con someternos al gobierno. “Por causa del Señor someteos a toda institución humana, ya sea al rey, como a superior, ya a los gobernadores, como por él enviados para castigo de los malhechores y alabanza de los que hacen bien”, 1 Pedro 2.13,14. Cuando el apóstol escribió este trozo (y cuando Pablo escribió lo citado ya de Romanos 13) el gobierno del Imperio Romano permitía una multitud de actividades inmorales, incluyendo el infanticidio de hembritas. Los apóstoles oraban y enseñaban en contra de estos pecados, pero no los presentaban como motivo de desobediencia. Ellos seguían el ejemplo de Cristo, quien nunca amenazaba para promover la obra suya. El Señor Jesús respondió al malsano celo de Pedro en el Getsemaní (“… hiriendo a un siervo del sumo sacerdote, le quitó la oreja”) con decir: “Todos los que tomen la espada, a espada perecerán”, Mateo 26.52. La agresividad de los que vigilan las clínicas del aborto, fomenta el mismo espíritu que da lugar al aborto.

A la vez, no hacemos bien al no hacer nada. Si amamos la santidad divina, defenderemos la verdad divina en cuestiones de la moral. Hablaremos en contra del aborto cuando el tema se presenta, por cuanto las Escrituras nos mandan no tener comunión con las obras infructuosas de las tinieblas, sino más bien reprenderlas; Efesios 5.11. Nuestras palabras serán “siempre con gracia”, pero “sazonadas con sal”, Colosenses 4.5,6. Tendremos temor de esconder la verdad de Dios, sabiendo que hacerlo facilita el pecado de otros. Ezequiel 33.1 al 20; Santiago 5.20.

Desde luego, las mujeres que conocen a Cristo como Salvador no emplearán un “DIU” ni ningún otro dispositivo o sustancia que destruye la vida después de la concepción. [** Véase nota al final]. Ellas se alejarán de cualquier médico o practicante que realiza abortos, sabiendo que Dios pone su rostro en contra de cualquiera que derrama sangre inocente. “Maldito el que recibiere soborno para quitar la vida al inocente”, Deuteronomio 27.25. “Seis cosas aborrece Jehová: … las manos derramadoras de sangre inocente …”, Proverbios 6.17.

La oposición al aborto tiene también su lado positivo. Si la verdad bíblica nos posesiona, ayudaremos a las mujeres que rechazan el aborto. Es más: si las circunstancias lo requieren y permiten, recibiremos en adopción a sus hijos. No nos olvidaremos de mostrar compasión por las mujeres que ya han abortado, sabiendo que la mayoría de ellas sienten agudamente su culpabilidad — es sólo después del hecho que se dan cuenta de la gravedad de lo sucedido.

El hijo no deseado

“¿Es justo traer al mundo niños que carecerán de amor?

Sí, lo es. Cuando las feministas comenzaban su lucha a favor del aborto permitido por ley, ellas afirmaban que los niños abusados eran producto de embarazos involuntarios. De allí su refrán, “Todo hijo un hijo deseado”, para dar a entender que el aborto acabaría con el problema de los hijos rechazados por sus padres.

¡Increíble el mal que se esconde detrás de ese “slogan!” Si el derecho de uno a vivir depende de que otro le quiera, él o ella es mercancía. Su valor depende de que haya mercado. Además, sabemos de ocho estudios mayores en sociología que contradicen la idea que la terminación de embarazos inesperados disminuirá el abuso de niños (no obstante el hecho de que esta investigación comenzó en cada caso con el fin de probar lo opuesto). El embarazo no deseado no tiene mayor probabilidad de producir niños abusados que el embarazo planificado.

Es irónico que el abuso de menores en Estados Unidos haya aumentado en nada menos de un vergonzoso 50% desde que se legalizó el aborto. (Por supuesto, el aborto es la máxima expresión de abuso, pero no está dentro de ese 50%) El aborto estimula el crimen, porque la abolición de la inviolabilidad de la vida humana lógicamente atenta contra los demás derechos del ciudadano. Si la mujer goza del derecho de acabar con el hijo en su vientre, ¿por qué no puede atentar contra su esposo, su madre o sus vecinos?

Estamos ante lo que se llama un dilema falso. Esta sofisma de lógica presupone una disyuntiva de sólo dos resultados posibles: o el aborto o el abuso de la criatura una vez que nazca. Pero en realidad pueden haber otros desenlaces, y la adopción es uno de ellos. Miles de parejas anhelan abrazar cariñosamente a un hijo adoptivo, y en última instancia no hay tal cosa como un niño no deseado.

Conclusión

Creo que el aborto plantea la mayor crisis moral que este país ha enfrentado. Si se hubiera presentado en una época pasada, hubiera desatado una guerra civil. Pero hemos perdido valores éticos; creemos que nuestro deber es tan sólo hacia uno mismo. Se nos va este sentido de responsabilidad hacia el oprimido. La apatía ante el aborto refleja nuestra indiferencia al vicio.

Pero Dios no ha cambiado en su compasión por el indefenso. Aún clama Asaf: “Defended al débil y al huérfano; haced justicia al afligido y al menesteroso. Librad al afligido y al necesitado; libradlo de mano de los impíos”, Salmo 82.3,4. Clama de la tierra la sangre de las víctimas del aborto.

“No des hijo tuyo para ofrecerlo por fuego a Moloc; no contamines así el nombre de tu Dios. Yo Jehová. … y la tierra fue contaminada; y yo visité sobre ella, y la tierra vomitó sus moradores”, Levítico 18.21, 25. “Derramaron la sangre inocente, la sangre de sus hijos y de sus hijas, que ofrecieron en sacrificio a los ídolos de Canaán, y la tierra fue contaminada con sangre. Se contaminaron así con sus obras, y se prostituyeron con sus hechos”, Salmo 106.38,39.

Nos incumbe reflexionar sobre la advertencia de Martín Lutero: Si protesto con voz en cuello y exposición nítida toda porción de la verdad de Dios excepto precisamente aquel detalle que el mundo y el diablo están atacando en este momento, yo no estoy confesando a Cristo. Donde ruge la batalla, allí se prueba la lealtad del soldado. Ser cumplido en las demás frentes, pero no en aquélla, es derrota y desgracia.

Pero el cristiano evangélico que desea honrar a su Señor y Salvador, debe conocer su enemigo, y el enemigo no es el aborto, ni es la homosexualidad, el humanismo, el abuso de las drogas, ni el materialismo. Si enfocamos sobre las manifestaciones de los males sociales, y pasamos por alto el espíritu de rebelión contra Dios, entonces estamos simplemente golpeando el aire.

El Señor Jesús no nos comisionó a reformar el mundo, sino a proclamar el Evangelio. Aun si elimináramos el aborto, la insolencia humana no tardaría en encontrar otra manera en que desafiarse de Dios. Cada pecado social juega solamente una pequeñísima parte en la guerra contra Dios; tan sólo el mensaje de la salvación por fe en el Cristo que se dio por nosotros en el Calvario, puede desarraigar el verdadero problema y suplir la verdadera necesidad. Las sociedades a lo largo de la historia han podido reformarse sólo a la sombra de la conversión de un amplio núcleo de sus ciudadanos.

Entonces, ¿vale la pena preocuparnos por la ética?

Sí. Mientras más conozcamos los valores bíblicos, mayor será nuestra adoración porque más sabremos de la gloria moral de Jesucristo. Además, buscar la justicia de Dios acentúa nuestro celo evangelístico, o sea, nuestra compasión por la suerte de los que todavía no tienen a Cristo por Salvador. Nuestra oración no será sólo por un freno al aborto, sino por la salvación eterna de los que desconocen la santidad de Dios.

 

Nota del traductor: No se sabe a ciencia cierta el modo de actuar de los dispositivos interuterinarios «DIU» excepto que ellos alteran el transporte normal de las células de la hembra y del varón, y en algunos casos las destruyen. Su propósito es el de eliminar los espermatazoides antes de que se implanten en el útero. Sin embargo, en algunos casos las espirales de cobre, por lo menos, no lo hacen, sino impiden la implantación del huevo ya fecundado. En otras palabras, provocan un aborto al comienzo de la preñez.

 

 

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